Capítulo 1
—¡Millie! Si no te apuras llegaremos tarde. —se quejó Rose.
—Lo sé. Sabes que soy algo lenta... —replicó Millie.
Ella no era de los que tenían apuro por llegar a clase. No era la mejor del curso ni tampoco era fanática de estar en un aula escuchando a los profesores hablar por horas y horas de temas que no le interesaban, así que no le importaba si llegaba tarde o no. Sin embargo, Rose si lo odiaba, detestaba atrasarse así fuese solo un minuto, por lo que Millie, para no molestarla, terminaba apurándose un poco.
Conocía a Rose desde primaria, donde les toco sentarse juntas y compartir grupo para hacer una obra de teatro. Habían congeniado tanto, que no tardaron en hacerse muy compinches. Desde entonces, ella se convirtió en su gran mejor amiga. Eran como uña y carne, inseparables. También tenía otras dos amigas a las que conocía desde hacía un par de años, Jade y Sarah. Todas eran conocidas como el séquito de locas. Una amistad inquebrantable, eso pensaban todos, eso pensaba Millie.
Lo único que más le gustaba de la escuela era que Matt siempre estaba allí. Sus ojos solo lo veían a él, a nadie más. Quizá por eso ella ignoraba mucho de lo que pasaba a su alrededor. Matt, en cambio, parecía de esos que siempre se dan cuenta de todo. Era listo, y bueno en los deportes. El típico chico popular que tiene cientos de amigos.
Le gustaba verlo de lejos. Ante sus ojos parecía una estrella, siempre rodeado de sus amigos y amigas.
—¡Millie! —La voz de Rose la devolvió a la realidad—¿Qué haces aquí sola?
—Observo a Matt. —respondió con una sonrisa.
—Pareces una acosadora. Deberías ir a su lado, eres su novia. —Rose le dio una palmadita en el hombro y comenzó a ver a Matt también.
Por alguna razón, Matt le había pedido a Millie que no estuviera tan cerca de él en el colegio. Alegó que era muy popular y las demás chicas intentarían meterse con ella. Millie, quien no quería causar problemas, aceptó sin decir nada. Para ella, Matt era alguien muy importante.
Ella no conocía el mundo fuera de su burbuja. No conocía la realidad, ni tampoco al chico que estaba sentado bajo el árbol detrás suyo, observándola de reojo, con auriculares en sus oídos y un libro en sus manos.
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