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PROLOGUE !

P R O L O G U E ! 
━━━terrible vacation




LAS VACACIONES PUDIERON SER TERRIBLES, pensó Gabo. Observaba desde el balcón a la nieve caer sobre las montañas, saboreando la taza de chocolate caliente que había preparado para contrarrestar el frío.

Sí, pudieron ser terribles. Por lo general, las navidades suponían estar en su casa de turno, sólo su mamá, Gaby y él en la sala viendo tontas películas de la temporada. Sin amigos ni vecinos, porque nunca se quedaban tanto en un solo sitio como para formar vínculos de ese tipo. En realidad no era terrible, de hecho le gustaba, pues siempre fueron solo ellos tres y estaba bien con eso. Pero no se compraba con un hotel lujoso rodeado de un bosque nevado, junto a su familia y sus dos amigos a quienes había logrado mantener por más de un año sin que a su madre la transfirieran.

Por fin podía decir que consiguieron establecerse. Estas vacaciones eran una felicitación del destino porque los Montez lograron no mudarse de lugar por más de doce meses enteros. Eso y que a su madre le dieron del trabajo un paquete de cinco pases para pasar las festividades en el norte del país, como un aguinaldo.

—¡Gabo, ven aquí! —sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de Cobie, uno de sus amigos—. ¡Lin encontró una cancha de básquet!

—¿Es en serio? —se quejó—. Llevamos dos semanas aquí ¿y recién nos enteramos de que hay una cancha de básquet? ¿El último día?

Cobie hizo entrar su enorme figura a la habitación. Era tan alto que tenía que agacharse para pasar por debajo de la puerta.

—Lo sé, yo también estoy molesto. ¡Eso debió estar de primero en el folleto!

—¡Totalmente! —Gabriel consideró la idea de poner una queja.

—¿Podrían hacer silencio, por favor? —Gabriella, su hermana, pidió de manera amable—. Estoy a punto de terminar mi libro. Si tan solo...

—Oh, ven con nosotros, Gabs. ¿O te vas a quedar ahí sentada? ¡Es año nuevo! —exclamó Cobie.

—Ustedes van a jugar básquetbol, ¿por qué yo no puedo quedarme aquí a leer mi libro? —su hermana cruzó los brazos.

El chico alzó los hombros, poniendo una cara que decía "Lo intenté". Gabo solo rió y se acercó a la chica para dejar un beso en su frente.

—¿Segura que no quieres ir? —preguntó, esta vez sin la insistencia de Cobie.

—Segura, Gabs —Gabriella le regaló una sonrisa—. Ustedes diviértanse. Los veré luego cuando regresen.

—¡Vamos, Gabo! ¡Se nos hace tarde! —Cobie le llamó de nuevo.

El chico fue tras él. Fue casi imposible alcanzarlo, pues por la emoción daba zancadas aún más grandes que las que acostumbra. Todos estaban en el equipo de básquetbol de su colegio, llamado los Búfalos de Houston High, por lo que tras llevar casi dos semanas de prácticamente abstinencia, el ánimo era comprensible.

En realidad no era una cancha de baloncesto, sino un gimnasio privado con una canasta portable. Eso funcionaba para ellos. Bastante alejado de la canasta se encontraba un chico castaño botando una pelota una y otra vez en el piso. La tomó, alzándose de puntillas para luego arrojarla directamente a la cesta. Los labios de Gabo formaron una sonrisa al instante.

—¡Boom! ¡Buen encestada, Lin! —Cobie aplaudió, corriendo para atajar la pelota—. Un poco más y le quitas el trono a Gabo.

—Para eso tendría que anotar desde nuestro tiro libre y no creo que pueda —El moreno se mofó.

—¿Estás retándome, Montez? Porque sabes que amo los retos —Lin se giró de manera amenazante. Sonreía de lado, causando que los hoyuelos en sus mejillas se marcaran, pero esa bonita imagen se esfumó apenas notó una cosa—: ¿Gabriella no vino con ustedes?

—Nop, decidió quedarse en la habitación para leer su libro —respondió Cobie como si fuese una decisión muy tonta.

—Oh —al castaño se le notó la decepción.

No era un secreto para Gabo que a Lin le gustara Gabriella. Lo supo desde el mismo momento en que se dio cuenta de que él no sentía solo amistad por su amigo. Esas miradas que le regalaba a su hermana eran las mismas que Gabo a él. Pero Gabs no correspondía sus sentimientos, ni siquiera los notaba. Así como Lin no se daba cuenta de los suyos, gracias a Dios.

Aceptar que le gustaban los chicos no fue fácil. Hubieron días oscuros donde sus nudillos se llenaron de sangre, sus ojos de lágrimas y la pared de agujeros, tratando de sacar la ira que sentía consigo mismo por ser así. Irónicamente, fue Gabriella quien le enseñó que no había nada de malo, que todos tenían derecho a amar a quien fuera. Su hermana era un ángel.

Claro que sólo ella sabía aquel secreto y del mismo modo no tenía ni idea de que el chico que le hizo darse cuenta de sus gustos era el mismísimo Lin.

—Hey, hola —Un señor llegó hacia ellos acompañado de un chico castaño—. Mi hijo y yo vimos que están a punto de jugar y nos preguntábamos si podemos unirnos.

El muchacho saludó sacudiendo su mano. A Gabriel le fue imposible no notar el azul saturado de sus ojos y lo bien parecido que era... igual que el padre, a decir verdad.

—Claro, no veo por qué no, ¿cierto? —Lin dijo. Sus dos amigos estuvieron de acuerdo.

Comenzaron a jugar un partido informal, donde todos lanzaban a la misma canasta. Rápidamente se dieron cuenta de que padre e hijo no eran simples jugadores novatos. Muchas veces durante el juego, Gabriel tuvo que hacer maniobras profesionales para poder evadir al joven castaño y, sin embargo, el chico logró sacarle el balón varias veces para anotarse un tanto él.

—Son buenos —jadeó Gabo cuando el padre arrojó la pelota a la canasta por decimoquinta vez.

—¿Buenos? Hermano, yo pensaba que éramos buenos —Cobie suspiró, apoyado sobre sus rodillas para recuperar el aire—. A su lado parecemos los del equipo de álgebra tratando de hacer educación física.

El hombre avanzó hacia ellos con mirada divertida.

—¿Cansados ya? Perdón por no decir que no éramos aficionados. Verán, soy entrenador y mi hijo es el mejor del equipo del colegio.

—No soy el mejor, todos somos muy buenos —dijo el muchacho.

—Ay, por favor, Troy, mira como los dejaste. No seas modesto, ellos ya se dieron cuenta de lo bueno que eres.

—Nosotros... nosotros también estamos en el equipo del colegio —dijo Lin, que a este momento ya estaba sentado en el suelo—. Los Búfalos de Houston High.

El señor, que tenía las manos en las caderas, soltó una risita que no le agradó mucho a Gabriel. Muchos menos el tono que usó luego:

—Los Búfalos, ¿eh? Tengo entendido que nunca han logrado pasar de los cuartos de final en las competencias nacionales. Nosotros somos los Linces de East High, ¿saben?

Hubiese querido que la cara de asombro no se les notara tanto a ninguno, por cuestiones de orgullo. Aunque era imposible, pues en Houston High los Linces eran como los dioses del Olimpo para los mortales: figuras inalcanzables, ejemplos a seguir. Su entrenador siempre dejaba de tarea ver vídeos sobre ellos con el objetivo de estudiarlos.

—¡Woah! ¡Los Linces! —exclamó Cobie con más emoción de la que le hubiera gustado a Gabriel—. ¡En el colegio son leyenda! Lástima que nunca nos hemos cruzado. Sería todo un honor jugar contra ustedes, señor.

—Sí, bueno, si juegan como ahora no creo que eso sea posible —bromeó, entre muchas comillas, el tipo este—. En pocos meses celebraremos la final del campeonato contra los Caballeros. ¿Ustedes en qué puesto quedaron? ¿Quinto?

—Papá...

—Cuarto lugar —saltó Gabo dando un par de pasos hacia el sujeto—. Lo logramos con mucho esfuerzo y entrenamiento. Y déjeme decirle algo, no porque su equipo sea uno de los mejores de la liga significa que puede venir a insultarnos fuera de la verdadera cancha...

—Gabo...

—No los estoy insultando, muchacho —El sujeto ni se inmutó ante la cercanía del chico—. Solo digo la verdad. Los Búfalos tienen tantos errores en su modo de juego que en los entrenamientos de los Linces son un buen ejemplo de las cosas que se hacen terriblemente mal.

El muchacho podía sentir la vena de su frente palpitar, el calor apoderándose de su rostro. No podía aceptar que alguien viniera a hablar mal de su equipo, de sus amigos, su familia. Mucho menos un extraño, muchísimo menos un extraño presumido de los Linces. Sabía que los Búfalos no eran perfectos, pero tampoco la basura que este tipejo estaba sugiriendo. No por nada habían llegado a donde estaban.

—Le reto a que diga eso de nuevo —Gabo miró fijamente a los ojos azules del señor, quien solo se limitó a sonreír con tranquilidad, cosa que no hizo más que enfurecerlo—. ¡Venga! ¡Dígalo otra vez!

Por un momento pudo ver la alarma en los ojos del hombre, pero lo disimulaba bien. Otra historia era su hijo, quien estaba evidentemente asustado con el giro que había tomado todo esto, con la actitud amenazante de Gabriel, la cual solo se calmó cuando Lin puso una mano sobre su hombro.

—Hombre, está bien. No es para tanto... Hay que tranquilizarnos, Gabo. No te dejes llevar otra vez.

Gabriel respiró profundamente y se dejó llevar por sus dos amigos, que a paso rápido lo sacaron del gimnasio rumbo a la habitación.

—Hermano, sé que el señor era bien mala onda pero no por eso tienes que lanzarte como un toro a alguien vestido de rojo.

—Cobie —Dijo Lin en tono de advertencia. Su mano seguía en el mismo sitio y a decir verdad era lo único que impedía que Gabriel regresara a quebrarle la nariz al anciano ese—. No es así como tiene que decirse, pero sabes que es verdad, Gabo. Ya lo hablamos, ¿recuerdas? No puedes solucionar un problema a los golpes.

El muchacho de ojos negros no dijo nada. Sabia que su amigo tenía razón pero aún así le costaba demasiado controlar sus impulsos

En el camino encontraron a la madre de Gabo, que los regañó por estar sudorosos cuando la fiesta que el club preparó estaba a punto de comenzar. Es por eso que cuando llegaron por fin al piso, todos hicieron fila para tomar unas duchas, lo que le sirvió a Gabriel para bajar su cólera. Cuando estuvo listo, vio a su hermana aún leyendo el libro. Lin también estaba ahí, intentando convencerla.

—Vamos, Gaby. Te vas a divertir con nosotros. ¡Lo prometo!

—Muchas gracias, Lin. Pero de verdad prefiero quedarme aquí. Sabes que no me gustan las multitudes...

—Si te sientes abrumada, podemos salir a tomar aire fresco... nosotros cuatro, claro —dijo el chico al notar la presencia de Gabriel.

Seguramente creía que se pondría molesto si lo veía coquetear con su hermana. Lastima que, más que enojo, serían celos.

—Son muy amables pero prefiero pasarlo aquí.

—Ya ríndete, Lin —Gabriel le acercó a su hermana una taza de chocolate caliente—. No se levantará de ahí a menos que mamá la obligue.

Un pensamiento pareció cruzarse por la mente de ambos muchachos, lo que les hizo sonreír de manera sospechosa para la chica de cabellos negros. Golpeó suavemente a su gemelo con el libro.

—¡No te atreverías!

—Ya lo hice —guiñando de manera juguetona, tomó su saco y salió junto con su amigo del piso—. Solo espera a que llegue y te veremos ahí en menos de diez minutos.

—¡Eso no es justo!

—Pregúntame si me importa, hermanita —le lanzó un besito. Garbiella rodó sus ojos pero aún así no pudo evitar sonreír ante la picardía de su hermano—. ¡Cobie! ¡No vamos a esperar por ti toda la vida!

—¡Ya voy! ¡Ya voy! —el chico de gran altura los persiguió saltando con un solo pie en un intento de calzarse la zapatilla.

La fiesta para adolescentes estaba mejor de lo que pensaron. Había buena comida, el ambiente estaba animado y habían organizado un sitio para hacer karaoke donde elegían personas al azar para poder cantar. Se veía divertido, al menos para Gabriel.

—Mira quien está ahí, el niño Mejor jugador de los Linces —Cobie señaló hacia donde se encontraba el chico de brillantes ojos azules.

—¿Crees que sea buena idea acercarnos? Luce solitario —propuso Lin.

Gabriel negó inmediatamente.

—No quiero volverlo a ver a él o a su padre jamás en mi vida.

En realidad estaba exagerando. Su padre era el ser repugnante, no el chico. Incluso lo recordaba tratando de detenerlo, pero aún así no quería acercarse. Quizás había pensado que estaba loco, en lo cual no estaba tan equivocado, a decir verdad.

Al cabo de un rato Gabriella apareció, tal como lo había previsto. Se acercó al trío de amigos abrazando su libro como si fuese algún tipo de salvavidas. Una imagen muy graciosa y tierna para él.

—Gaby, como tu hermano mayor no oficial, te prohibo leer en una fiesta —Cobie le quitó el libro y lo sujetó en alto para impedir que pudiera alcanzarlo—. Es de muy mala educación para los fiesteros.

—¡Gabriel! —se quejó ella.

El chico encogió los hombros. Aún si pudiera hacer algo —lo que no quería—, no estaba seguro de que Cobie le hiciera caso. Lo único que se ganaría sería una sacada de lengua de su parte. Tratar de quitarle el libro tampoco era una opción: Gabo era alto pero al lado de Cobie parecía un duende latino.

Antes de que Lin pudiera intervenir, los últimos cantantes del karaoke terminaron su turno y el presentador preguntó quienes eran los siguientes. Gabriel mordió su labio para no hablar, pero una parte suya quería subir al escenario con muchas fuerzas. Adoraba cantar. Era una de las pocas cosas buenas que le había dejado su padre: aquél amor por el baile, el canto y la actuación. Cosas que solo hacía en la iglesia o con su hermana, por miedo a que sus amigos se enterasen. A lo menor creerían que era un tonto afeminado por gustarle ese tipo de cosas. No podría soportar la vergüenza de que Lin lo viese cantando canciones cursis y rosas.

De repente, unas luces se encendieron e iluminaron a dos personas conocidas: al chico castaño hijo del padre imbécil... y a su angelical hermanita.

—¡Gabriella, te eligieron! —festejó Cobie, ajeno al rostro aterrorizado de la morena—. ¡Sube, sube, sube!

Ni Lin ni Gabo pudieron hacer algo para rescatarla, pues el presentador se la había llevado al escenario en un abrir y cerrar de ojos. Ahora ambos muchachos estaban parados en el centro de la multitud, extrañados e incómodos. Gabriel podía imaginarse el nivel de pánico sufría Gabriella en ese momento, pues se congelaba al cantar en público. Lin, de brazos cruzados, observaba curioso y expectante. Cobie no debaja de hacerle barras.

—¡Vamos, Gabyyyy! —gritaba—. ¡Serás la siguiente Selena Quintanillaa!

Gabo tuvo que golpearle el estómago para hacerlo callar.

La música comenzó a sonar y el primero en cantar fue el chico. ¿Roy? No recordaba muy bien su nombre, pero además de deportista, guapo y amable, también tenía una voz increíble.

Living in my own world... didn't understand that anything could happen when you take a chance...

Por un momento, tanto Roy como Gabo creyeron que Gabriella no cantaría. De hecho, el moreno estaba seguro. Pero grande fue su sorpresa cuando su hermana dejó salir aquella hermosa voz que poseía.

I never believed in what I couldn't see... and never opened my heart to all the posebilleties...

—Magnífica —escuchó decir a Lin.

Gabriel lo observó de reojo mientras el chico regresaba a su posición y comenzaba a cantar con su hermana. El castaño lucía hechizado, como si tuviese a la estrella más brillante del universo justo enfrente de sus ojos. Y efectivamente, su hermana brillaba cantando esa canción, una canción cursi y rosa que a Lincoln le estaba encantando. Tenía muchos sentimientos encontrados. Orgullo por su hermana, decepción porque sabía que Lin jamás lo miraría de esa forma si fuese él quien estuviera en ese lugar.

This could be the start of something new. It feels alright to be here with you... OohGaby y el chico mantenían miradas, sonriendo, como si de verdad estuvieran disfrutando de ese momento—. And now looking in your eyes... I feel in my heart...
The start of something new...

La química entre el chico y su hermana era palpable en el aire, cosa que hizo fruncir el ceño no solo a Gabo, sino también a Lin. Se lo estaban pasando demasiado bien. Tanto que los celos de hermano mayor se activaron en ese momento y el tal Roy ya no le parecía un buen tipo. Cobie era el único aparte de la parejita en el escenario que parecía pasárselo de maravilla.

—¡Oye! ¿Por qué no me dijiste que Gaby cantaba tan bien? ¡Literalmente puede ser la siguiente Selena Quintanilla, Gabriel!

Las personas comenzaron a rodear el escenario, disfrutando de la canción. Ambos habían logrado animar la fiesta mil veces más que antes. Todos bailaban, aplaudían y cantaban junto a la pareja. El chico en un momento se acercó tanto a su hermana que casi la hace caer del escenario, pero por suerte estaban ahí ellos para evitar un accidente. Apenas estuvo de nuevo estable, en vez de alejarse de ese invasor del espacio (pensamiento totalmente de Gabriel), se acercó aún más a Roy para culminar la canción con la mayor de lar energías. En todo lo que llevan de vacaciones jamás había visto a Gabriella tan sonriente como en ese momento.

Finalizaron y la gente aplaudió con euforia. Pudo ver como el de ojos azules le ofrecía la mano a su hermana.

—¡Troy! —exclamó ante los gritos de la gente.

—¡Gabriella! —respondió la morena.

Al bajar del escenario, los chicos corrieron hacia ella.

—¡Gaby, eso fue increíble! —Cobie la envolvió en un gran abrazo—. ¡No sabia que podías cantar así! ¡Tienes voz de ángel!

—Es cierto —dijo Lin, quien también le dio un abrazo un poco más largo—. Es la voz más hermosa que he escuchado en toda mi vida.

Su hermana sonrió con vergüenza, pasó de largo a Lin y observó a Gabo antes de correr para abrazarlo. Él la rodeó con sus brazos, tratando de expresarle sin palabras lo orgulloso y feliz que se sentía por ella.

—Chicos, él es Troy —señaló al muchacho, cuya expresión era un poco de susto—. Troy, él es mi hermano Gabriel y sus dos amigos, Cobie y Lin...

—Si, ya... —Gabo pisó el pie de su alto amigo con disimulo, y gracias a Dios captó la indirecta—. Ya nos dimos cuenta por como lo gritó en el escenario, si...

Todos asintieron. Al parecer se habían puesto de acuerdo para no mencionarle a Gaby su anterior encuentro en el gimnasio.

—Bueno, es un placer —dijo Troy—. Yo... iré al balcón a tomar un poco de aire.

—Sí, adiós —dijo Lin, un poco cortante.

Troy observó una última vez a Gabriella antes de salir. Su hermana lo siguió con sus ojos hasta que desapareció por la puerta. Al girarse, tenía tres diferentes caras de tres diferentes chicos.

—¿Qué ocurre? —preguntó algo asustada.

Y antes de que Gabo o Lin pudieran intervenir, Cobie tomó la palabra.

—¿Vas a dejarlo ir así como así? —exclamó cruzándose de brazos—. ¡Reina, despierta! ¡Es obvio que le gustaste! Ve a por él o te juro que te arrastro yo mismo.

—¿Qué dices? ¡No! No le gusté... ¿o sí? ¿Creen eso?

—¡Pues claro! Y a ti también te gustó, así que... ¡Ten! —el de alta estatura tomó dos tazas de chocolate caliente que un camarero estaba repartiendo y se las entregó a la chica—. Lleva esto. Es la excusa perfecta. ¡Pero rápido o se irá y perderás la oportunidad!

—Pero...

—¡Nada de peros! ¡Ve, ve, ve! —Cobie le dio un par de empujoncitos.

Gabriella fue tras Troy algo dudosa. Cobie por su parte lucia muy orgulloso de sí mismo... hasta que vio las caras de sus dos amigos.

—Ay, ¿qué hice ahora?

—¿Por qué le dijiste que fuera tras Troy? ¡Es mi hermana!

—¡Y tu hermana estaba encantada con Troy! ¿Cuál es el problema? Creo que ya está bastante grandecita para tener novio. ¡Es año nuevo, por el amor a Dios! Además, ¿cuándo has visto a Gaby ponerse así con un chico?

Lin bajó la cabeza, consciente de que aquello jamás había pasado. Gabriel se sintió algo mal por él, pero aún así, los celos de hermano mayor sobreprotector eran más. Sin embargo, cuando intentó ir a por Gaby, el castaño de ojos color miel le sujetó por la muñeca.

—Tiene razón —murmuró decaído—. Deja que se divierta un rato. Se ha olvidado por completo del libro y de las multitudes. No le quitemos ese momento. 

—¡Por fin alguien con sentido común! —aplaudió Cobie.

El resto de la noche, al menos uno de los tres amigos se la pasó bien, pues Cobie no dejaba de bailar. Intentó animar a los otros pero no sirvió de nada, pues ninguno dejaba de observar la puerta por donde Gaby se había ido. No fue hasta que la campana dio las doce, anunciando el inicio de un nuevo año, que Gabriella regresó. Corrió hacia su hermano para desearle un feliz año acompañado de un fuerte abrazo.

—¡Hay que buscar a mamá! —gritó por encima del ruido de la gente.

Tomó la mano de su hermano y juntos corrieron en dirección a la sala de eventos del club, donde se estaba celebrando la fiesta de los adultos. Su madre seguramente estaría con su jefe y otros compañeros de trabajo que también habían recibido el regalo del viaje.

—¿Qué tal te fue con Troy? —inquirió. Por su cabeza se le presentaba la tentadora idea de contarle la delicia de padre que tenía.

El rostro de la muchacha se iluminó con una enorme sonrisa. Aquella idea, entonces, se le esfumó de inmediato. Se veía tan feliz que ni por todas las ganas de protegerla que tenía, sería capaz de quitársela.

—Le di mi numero para que me llamara —comentó bastante alegre—. Mañana lo buscaré para seguir conversando. Es un chico muy lindo.

Él tal vez, su papi no.

—Me alegro por ti, Gaby —su hermano le dio un apretón de manos.

Justo en ese instante sintieron unos brazos rodearlos y el inconfundible aroma a rosas de su madre se hizo presente.

—Feliz año nuevo a mis dos tesoros —murmuró, dejando besos en sus frentes—. L-los... los amo tanto.

—Nosotros también te ama... Espera —Gabriel arrugó el entrecejo—. ¿Por qué estás llorando, mamá?

La mujer usó un pañuelo para limpiarse las lágrimas que resbalaban por su rostro.  Los gemelos se preocuparon, pensando lo peor pues su madre no era una mujer que lloraba por cualquier cosa.

—Mi jefe... me acaba de decir... —observó a los dos chicos con pena. Especialmente a Gabriel—. Me dice que quieren transferirme de nuevo. T-tendremos que mudarnos otra vez.

Gabriel sintió que le arrojaron un balde de agua helada. Por su mente corrieron de manera muy rápida todos los momentos que había pasado, todas sus victorias y sus derrotas con los Búfalos, las risas y bromas de Cobie, las miradas reconfortantes de Lin... por primera vez en toda su vida se había sentido completo gracias a ellos dos y ahora tendría que alejarse. Como siempre. Solo que esta vez sería diferente, porque no solo dejaría atrás todo lo que había conseguido en Houston. Tendría que dejar ahí a dos de las personas más importantes en su vida; uno era un hermano para él y el otro el chico del que estaba enamorado.

No sólo pudieron ser terribles estas vacaciones.

En realidad, lo fueron.

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