2 | The Darbus massacre
CHAPTHER TWO !
The Darbus Massacre
GABRIEL ADORABA COCINAR, pero más que nada, adoraba cocinar cantando.
Su madre lo observaba desde el comedor con diversión. Su hermoso morenazo, como lo llamaba desde bebé, descubrió aquellos gustos cuando era un niño. Todo gracias al padre, pues María no tenía ni pizca de talento para la comida ni mucho menos el canto. Podía recordar casi con exactitud a ambos hombres preparando la cena al ritmo de Singin' in the Rain, la canción favorita de su ahora ex esposo y, por consecuencia, la más odiada de su hijo.
Ahora estaba teniendo un deja vu, aunque esta vez se trataba solo de Gabriel cocinando pancakes al son de Don't Rain on my Parade. A ambos hijos les encantaban los musicales, pero con el muchacho era diferente: Gabo quería algún día estar en uno, uno de verdad, en Broadway. Recordó sus ojitos llenos de felicidad cuando, por regalo de su sexto cumpleaños, lo llevaron al teatro de su ciudad y vio cantar y bailar a los actores. Eso inundó el corazón de la mujer con mucho amor y sueños de ver a su hijo brillar como lo hicieron sus ojos algún día, en algún escenario.
Lástima que, por miedo a la opinión de la gente, eso aún no se había dado.
—Te veo muy animado —comentó la adulta cuando terminó la canción—. ¿Emocionado por tu primer día de clases?
—No, en realidad estoy cantando para no llorar de la rabia —contestó su hijo con una sonrisa irónica.
Este está queriendo que le saque la chancla, pensó María. Pero razonando, llegó a la conclusión de que no debía ser dura con él. Al fin y al cabo, solo estaba molesto por dejar atrás a sus amigos.
—Ya hemos tenido esta conversación mil veces, Gabriel —dijo con un suspiro—. Pensé que estarías mejor luego de saber que Cobie y Lincoln se lo tomaron bien y que seguirán en contacto.
—Pero no solo dejé atrás a mis amigos, mamá. ¡Dejé mi vida! —el muchacho se quejó, mientras lanzaba un pancake al aire y lo atrapaba al bajar. María casi se distrae por ese movimiento tan magistral, pero se obligó a escucharle—. ¿Cómo crees que los Búfalos se tomaron la noticia de que me iba una semana antes del partido contra los Caballeros? ¡Si ganan, pelearán contra los Linces por primera vez en la historia, mamá! ¡Me hubiera encantado enseñarle el trasero a su entrenador cuando les ganáramos!
—¡Gabriel! —se escandalizó María, causando que su hijo murmurara un "perdón, má"—. No quiero minimizar tus problemas, pero te aseguro que hay cosas peores que abandonar un equipo de básquet escolar a vísperas de una semifinal.
El chico moreno miró a la mujer que le dio la vida como si la misma le hubiese dicho que Barbra Straisand no es un ícono en la cultura musical.
O sea, como si estuviese loca.
—No solo es un equipo de básquet escolar: son mi familia —Puntualizó. A este punto ya servía los pancakes que como siempre lucían perfectos—. Y los he traicionado. Le he fallado al básquetbol, madre.
Ay, por el amor a Jesucristo.
—¡Buenos días! ¿Qué sucede aquí? —su hija mejor acaba de entrar.
—Tu hermano montándose una novela, como siempre —explicó la mujer—. Cree que es el fin del mundo solo por dejar el equipo de básquet en Houston. A pesar de que en su nueva escuela tendrá un equipo, que dicen que es muy bueno.
—No volveré a pisar una cancha de básquet en lo que me queda de vida —Dramatizó Gabo—. Y no es porque esté interesado, pero ni siquiera me has dicho cómo se llama el equipo. A ver si mi rechazo se incrementa.
—Es que no recuerdo cómo se llaman —dijo María, sentándose en la mesa—. Manos —ordenó.
Los gemelos juntaron sus manos con las de ella y María dio gracias a Dios por los alimentos de hoy. Luego del Amén por parte de sus hijos, comenzaron a comer. Era una tradición en cada comida.
—Pero si no quieres unirte al equipo de básquet, por lo menos inscríbete en el club de teatro —continuó la mujer—. En el folleto que me dio la compañía hablaban muy bien de él. Han hecho varias obras de las que te gustan, como Romeo y Julieta, Chicago o Funny Girl.
Ante la mención de la última, que era su favorita, una pizca de emoción saltó en la cara del muchacho. Gabriella rió.
—¿Funny Girl? —Su madre asintió. Pudo ver su cabeza echando humo de tanto debatirse consigo mismo—. Suena interesante.
—Ay, sí, Gabo —Su hermana aplaudió—. Me encantaría verte en una obra de teatro. No actúas desde tercer grado, lo que es un grave error. Tienes talento. Mi hermanito, el futuro ganador de un Tony.
—No exageres —dijo Gabo, aunque sus sueños más húmedos consistían en él ganando uno de esos codiciados premios—. Pero... bueno, en vista de que me rehúso completamente a jugar al básquet, puedo considerar unirme al club.
Aunque eso seguramente cueste mi popularidad en esa escuela, pensó.
En su mente resonaron las palabras de su amigo Lin: "Por favor, no ocultes ni dejes de hacer nada que te haga feliz." Y no vio ese asunto de la popularidad tan grave. Llegaría a una escuela donde nadie lo conocía, donde no le importaba lo que piensen de él. ¿Por qué no seguir el consejo de Lincoln?
Y lo del basquetbol perdió completa cavidad en su mente, apenas llegó al colegio.
—No... puede... ser —la voz de Gabriel salió en un hilo.
—¿Qué ocurre? —inquirió su madre bajando del coche.
—Por favor, dime que esta no es la escuela. Por favor, dime que hay otra escuela atrás de esta porque me niego a estudiar aquí.
—¿De qué hablas ahora?
Gabriel señaló el establecimiento como si la respuesta estuviera clarísima. Tanto su madre como su hermana sólo vieron una escuela común y corriente, salvo por los enormes estandartes rojos con el logo de un gato blanco impresos y la mayoría de los estudiantes con uniformes del mismo tono de rojo que se saludaban y saltaban de un lado a otro.
—Parece que tienen un gran espíritu deportivo —comentó María.
—¡¡Son los Linces!! —exclamó Gabo entre dientes—. ¡Mamá, nos has traído al East High! ¡Lugar de los Linces! ¡Nuestro mayor rival!
—Pensé que admiraban a los Linces —mencionó Gabriella sin comprender.
Gabo olvidó que su hermana no sabía sobre el encuentro que tuvieron con el chico Roy y el hijo de puta de su padre, por lo que tampoco sabía que ya había bajado a los Linces de ese pedestal.
—Pues ya no —se limitó a decir, dándose una vuelta rumbo al coche—. Vayan ustedes, yo prefiero estudiar en línea.
—¡Gabriel Alejandro Montez, vienes aquí ahora mismo! —dijo su madre entre dientes.
Gabo sabía que iba en serio solo porque mencionó su segundo nombre. Y como solo le temía a Dios y a su madre, regresó sobre sus pasos, pero se cruzó de brazos como un niño de cinco años teniendo un berrinche.
—Escúchenme bien, ambos —pidió María con sutileza—. Sé que no es lo que queríamos, pero es lo que hay. Por única vez en la vida he logrado que no me vuelvan a transferir, así que ahora tienen la oportunidad de iniciar de nuevo. Probar otras cosas, conocer nuevas personas. Y si este es el colegio de tus archienemigos, pues olvídalos, Gabo. Borra todos los archivos de esa cabecita y comienza un nuevo juego. ¿Me entiendes? ¿Me entienden?
Gabriella y Gabriel asintieron, aunque a ninguno se le notaba muy convencido. Su hermana también estaba nerviosa, lo supo porque tomó su mano al momento en que María los dirigió al interior del establecimiento, donde se encontraron con el rector del instituto.
—Quedé impresionado con tus calificaciones, Gabriella —dijo el mismo, luego de darles una corta información sobre el East High—. Espero que tu desempeño sea mejor en East High.
—No quiero ser de nuevo la chica genio de la escuela —se quejó la chica con su madre.
La misma sonrió con ternura y tomó el rostro de su hermana entre sus manos.
—Sólo sé Gabriella —respondió dejando un beso en la frente de la muchacha.
Gabo habría dicho que de ser él quien se quejara, María solo le diría que deje el drama. Pero no la culpó: todo el mundo bajaba sus defensas cuando de Gaby se trataba.
—Y tú, Gabriel, vi las notas de tu entrenador en los Búfalos. ¿Sabes que tenemos a los Linces? ¿Por qué no hablas con el entrenador Bolton? Estoy seguro de que tu adición sumaria puntos en el campeonato que tendremos en dos semanas.
—Muchas gracias, pero ahora mismo estoy buscando otras opciones además del básquet —contestó con cortesía. Era mejor eso que decir algo como "Antes muerto que pedirle a ese idiota una vacante en el equipo."
—¿Seguro? Bueno, pero si cambias de opinión no dudes en decirme —el rector sonrió—. En ese caso, síganme, les llevaré a su primera clase.
Los dos hermanos se despidieron de su madre con un beso y fueron tras el hombre.
—¿Estás bien? —susurró Gabo hacia Gaby.
—Estoy nerviosa —confesó la chica—. Ser la chica nueva siempre me pone los nervios de punta, ¿a ti no?
—También, pero mis pocas ganas de estar aquí opacan esos nervios —aquello la hizo reír. Gabo le dio un apretón reconfortante a su mano—. No tengas miedo. Estoy seguro de que todos te van a amar. Quiero decir, no es como que sea muy difícil.
La chica sonrió con vergüenza y le empujó levemente con la cadera.
—No digas tonterías. A quien van a amar es a ti. Tienes la mala costumbre de hacerte popular, quieras o no.
—Sí, pero la mayoría de las veces esa popularidad se debe a mi cara de malas pulgas. Tú en cambio eres un ángel, Gaby. Cualquiera que te odie no es humano.
La chica bajó la cabeza, con un sonrojo cubriendo sus mejillas. Decir que amaba a su hermano era poco. Aún seguía con sus dudas, pero estando junto a Gabo, se sentía muchísimo más segura.
El rector los dejó en un aula que indicaba "Artes". Ahí, entregaron sus carpetas a una señora de vestimenta extravagante sentada en un sillón, y pasaron a sentarse.
—Perdón —le dijo un chico con quien chocó accidentalmente.
Gabo levantó la vista, encontrándose con unos brillantes ojos azules.
—No hay problema —contestó sin mucho cuidado, ceñudo como de costumbre, y prosiguió su camino.
A lo mejor aquel chico pensó que estaba molesto, a juzgar por la mirada que le dio, aunque muy poco le importaba. Acabó sentado atrás de Gaby, de último. Perfecto.
La campana sonó y eso le dio pie a la profesora para hablar:
—Bueno, espero que hayan tenido unas espléndidas vacaciones —La voz de la mujer le resultaba algo irritante al chico—. En el pasillo tendrán las menciones a las nuevas actividades, señor Bolton, en especial nuestro musical de invierno.
Gabriella dirigió la mirada a su hermano, sonriendo de manera cómplice. Sin embargo, la atención del moreno se fue directamente al chico que acaba de sentarse bien, uniendo cabos cuando la maestra dijo su apellido.
Y por supuesto que lo reconoció, porque solo dos castaños le parecían atractivos: Lincoln y Roy.
Roy Bolton, el capitán de los Linces e hijo del entrenador imbécil.
Genial, lo que le faltaba.
—Tendremos audiciones de solistas para los papeles secundarios y audiciones de pareja para los protagónicos —continuó la profesora. Un estudiante soltó un bufido—. Señor Danforth, esto es un lugar de aprendizaje, no una pista de hockey —regañó al susodicho—. También pueden inscribirse en el Decatlón Académico de la semana próxima. La presidenta del club de química, Taylor McKenssie responderá a todas sus preguntas al respecto.
Una chica de tez oscura alzó la mano. Gabo, ya distraído del tema de Roy, señaló a su hermana quien inmediatamente negó con la cabeza, causándole una pequeña risa que se vio opacada por el chirriante sonido de un celular.
—¡¿Es el tuyo?! —le susurró el chico a su gemela.
—¡No lo sé! —regresó el susurro, revolviendo rápidamente en su bolso hasta sacar el pequeño pero ruidoso aparato.
—¡¿Y quien te llama ahora?!
—¡Es Troy! —murmuró la chica mostrándole el celular.
Bien, ahora ese Roy podría declararse como muerto.
—¡Oh, los temibles celulares han regresado a nuestro templo de aprendizaje! —dijo la profesora—. ¡Sharpay, Ryan! ¡Denme sus celulares!
Dos muchachos rubios soltaron un quejido, pero no tuvieron más opción que soltar sus teléfonos.
—Y además quedan castigados —sentenció. El rubio (el chico de los ojos azules) intentó protestar, pero la mujer lo ignoró y continuó su recorrido que, para terror de Gabo, era hacia ellos—. Tenemos tolerancia cero en clase, así que nos conoceremos durante su castigo. ¡Su teléfono! Y bienvenida a East High, señorita Montez.
—Pero ella no estaba usando su teléfono, ¡la llamaron! —exclamó Gabriel, incapaz de quedarse callado—. No puede castigarla solo porque su teléfono sonó, ¡no era culpa suya!
El salón entero quedó en silencio y Gabo pudo sentir como los ojos de todos se clavaban en él, esto debido a que casi nadie se plantaba ante Darbus de ese modo. Era de las profesoras más temidas del colegio, aunque eso Gabriel no lo sabía y de saberlo, le valdría una mierda.
La rubia mujer le sonrió de lado, sin permitirse sorprenderse.
—Admiro la caballerosidad de salir a defender a su hermana, señor Montez, pero debió pensarlo antes de no apagar el celular. Castigado también, por imprudente.
—¡Pero...!
Gabriella tomó su mano por encima del pupitre y solo eso calmó a Gabriel. De lo contrario, estaba seguro de que saltaría encima de la profesora por aquella injusticia.
—Veo, señor Bolton, que su teléfono está implicado —dijo la profesora—. Por lo tanto, queda castigado usted también.
—Ah, no creo que sea posible, señora Darbus, su señoría —dijo el chico sentado tras Troy. Gabriella observaba sorprendida tanto al castaño como a su gemelo—. Tenemos práctica de básquetbol y Troy...
—Ah, le daré quince minutos a usted también, señor Danforth. ¡Cuéntelos!
—Tarea muy difícil para Chad, no sabe contar tanto —escuchó susurrar a la chica de tez oscura tras el recién castigado.
—¡Taylor McKenssie! ¡Quince minutos! —exclamó la profesora. La chica suspiró sorprendida—. ¡¿Seguimos con la matanza?! Las vacaciones acabaron, alumnos. ¡Acabaron! —chilló—. Bien, ¿otro comentario? ¿Alguna pregunta?
Solo un tonto levantó la mano para preguntarle cómo habían estado sus vacaciones.
Con mucha falta de sexo, pensó Gabo para sus adentros. Si esa era la profesora del club de teatro, ya no estaba tan seguro de querer inscribirse.
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