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1 | The three stooges

CHAPTER ONE !
the three stooges


GABRIEL NO ERA BUENO CON LAS DESPEDIDAS. Las odiaba. Cortar lazos es algo que no se le da bien a muchos, especialmente si debes hacerlo con personas con quienes creaste algo especial. Por ello se obligó a seguir una regla indispensable: no relacionarse con nadie.

Por mucho tiempo fue el chico callado, serio e incluso malhumorado, a quien ninguna persona —a excepción de su hermana, por obvias razones— le gustaría acercarse. Estaba bien con ello, total, gracias a la compañía de su madre nunca se quedaban en un mismo sitio por más de un par de meses, así que en ninguna parte marcó huella. Antes, hace siglos, estuvo sometido a muchas despedidas, la gran mayoría dejando secuelas terribles en su ser, como el miedo irracional al abandono o sus irremediables problemas de ira.

Entonces según su lógica, no establecer contacto con nadie era lo mismo que no salir herido ni, lo que es peor, herir a quien no se lo mereciera. Odiaba más lastimar a gente inocente, gente que quería. Y para él, las despedidas lastiman tanto como un golpe en las partes bajas, si no más.

Pero todo aquél argumento se vino abajo cuando llegaron a Houston.

No les daba más de dos meses ahí, por lo que su modus operandi continuó siendo el mismo de siempre. Sin importar lo que su madre o hermana pudieran decir, siguió con su papel del callado del salón, tratando de no sobresalir y preocupándose únicamente por tener notas altas para que  no le quitaran su celular. No hablaba con nadie, no miraba la lista de clubs, ni siquiera almorzaba en la cafetería como los demás.

A día de hoy sigue preguntándose qué vieron Lin y Cobie en él para que quisieran acercarse y mantenerse a su lado, aún cuando el chico había sido odioso y mal educado.

—Lucías muy solo —Lin dijo una vez—. Nosotros también nos sentimos así hace mucho, hasta que nos encontramos el uno al otro. Te vimos ahí ese día y pensamos que necesitabas lo mismo.

—Yo estaba harto de Lin y quería a alguien que lo aguantara por mí —añadió Cobie.

Desde ese entonces habían sido inseparables. Ellos lo añadieron a los Búfalos al ver su talento, le presentaron a más personas, ayudaron a Gabriella a unirse a club de matemáticas. No podía enumerar la cantidad de cosas que habían hecho por él y su familia. ¿Y Gabriel cómo iba a pagarles? Abandonándolos, como siempre hacía.

—Huele delicioso.

Gabriella entró a la cocina y dejó un beso en la mejilla de su hermano. Todo el sitio estaba impregnado con el olor de los cupcakes que se horneaban desde unos minutos atrás. Gabo tenía un talento innato para la cocina, especialmente para la repostería. Lo heredó de su padre, pues ni su madre ni Grabriella podrían cocinar algo sin quemar la casa en el intento.

—Son los favoritos de Cobie. Vendrán ahora más tarde y necesito unos cupcakes de disculpa por la noticia de mierda que voy a darles.

—¿Sabes que es algo que no puedes controlar, no? —preguntó ella.

—Lo de la mudanza, no.

Estaba molesto, pero no sabía si era con su madre, con el trabajo de su madre o consigo mismo. Pensaba que él era el único culpable por haber roto su regla, por haber hecho amigos. Ahora le haría daño a dos de las personas más importantes en su vida y eso lo mataba.

—¿Cómo crees que se lo tomen?

—Pues mal, supongo —respondió, preparando la crema que le pondría a los cupcakes—. Seguramente van a enojarse, me arrojarán los cupcakes a la cara y jurarán odiarme para siempre por dejarlos solos.

—No creo que hagan eso, Gabs —su pequeña hermana reprimió una risa, pensando en lo dramático que es—. Creo que van a entenderlo, puede que les duela pero no por eso van a odiarte ni dejarán de ser tus amigos. Cobie y Lincoln son buenos chicos, así como tú.

Por desgracia, él creía lo contrario. En su mente corrían fotogramas como si de una película se tratara, mostrando distintas situaciones en las que sus amigos le decían que lo culpaban, que ya no era parte del grupo y que, en realidad, estaban agradecidos de que se fuera porque se cansaron de sus actitudes. Incluso estaban por darle una patada en el trasero. De cierto modo, es lo que él haría en su lugar.

—¿Cómo te sientes tú con todo esto? —decidió dirigir el tema hacia ella.

—También estoy cansada de ser la chica nerd nueva —su hermana suspiró—. Pero a diferencia de ti, yo no tengo a quien despedir. No hice muchos amigos aquí, no tengo a mi Cobie o a mi Lin.

Aquello era totalmente cierto. Una diferencia que tenía con su gemela en el ámbito social, es que Gabriel pretendía ser tímido, pero en realidad era bueno haciendo amigos, platicando y mezclándose con los populares. Solo no quería ser social. No se congelaba si debía cantar ante un gran público. Todo lo contrario, uno de sus mayores sueños era presentarse en Broadway, en un musical cuyas canciones fueran compuestas por él mismo. Sin embargo, temía mostrar quién era ante sus amigos por el miedo a qué dirán. Gabriella, en cambio, sí era tímida y sentía muchísimo terror cuando tocaba exponerse ante bastantes personas, al punto de petrificarse. Pero a pesar de ello, no ocultaba que le gustaba cantar, o que tenía más intereses además de los libros y las matemáticas. No escondía su verdadero ser.

Houston tal vez no significó lo mismo para su hermana. Para ella, la mudanza tal vez traería buenas oportunidades para comenzar de nuevo, conseguir amigos, cambiar por completo su estilo de vida.

—Tal vez suene triste, pero eso nunca me importó, porque te tengo a ti —la chica tomó la mano de Gabo—. Nada puede ser terrible si nos tenemos el uno al otro.

Gabriel sonrió ante esas palabras y, consumido por la ternura, plantó un sonoro beso en la frente de la chica.

—Además —continuó—, no es como si no vayas a verlos nunca más en tu vida, Gabriel Montez, no seas exagerado. Existen las vacaciones, ¿recuerdas?

Quiso responderle que no tenía ni idea de como funcionaban las relaciones a distancia, y que probablemente aquello sean solo promesas vacías. Que existe la gran posibilidad de que sus dos amigos se olviden de él a la semana siguiente, pierdan el contacto y que se convierta solo en la vaga memoria de que alguna vez tuvieron un compañero latino, cuya madre hacía ricos cupcakes (pues, sorpresa, Gabo nunca les dijo quien los cocinaba) de los que ya no recordaban el sabor y que tenía problemas de ira tales que una vez alguno de ellos, quien quiera que fuera, terminó con el ojo morado. Tan solo recuerdos lejanos. Gabriel detestaba ser solo un recuerdo lejano. A decir la verdad, prefería que lo recordaran con rencor por abandonarlos, a que simplemente se les olvide su rostro.

En cambio, se dignó únicamente a sonreírle y preguntar si quería ayudar con los cupcakes. Su hermana aceptó encantada y juntos terminaron los postres al son de las canciones que transmitían en su emisora favorita. Para la tarde, cuando Cobie y Lin llegaron, los cupcakes de chocolate con crema y chispas de colores los estaban esperando en la mesita de la sala.

—¿Te he dicho cuánto amo a tu madre, Gabo? —preguntó Cobie, frotándose las manos mientras se acercaba hacia la mesa. Miraba los cupcakes como un león a su presa—. ¿Puedo?

—Sí, le pedí que los hiciera para ustedes... —mintió. Se sentía mal por ello, pero en su defensa, temía que pudieran burlarse de su gusto por la cocina, ya que aquello era cosa de chicas. Cobie ni esperó respuesta, pues ya se había metido dos a la boca. Gabo sonrió, tomando asiento en el sofá frente a ellos.

—¿Qué estamos celebrando? —preguntó Lin. Él si era más recatado y esperó a que Cobie terminara de atragantarse para poder tomar el suyo—. Sólo le pides que haga los Cupcakes de Cobie cuando hay algo que festejar.

—O porque te vas a disculpar —el de piel un poco más oscura observó al moreno con ojos entrecerrados y las comisuras de la boca llenas de chispitas de colores—. ¿Fuiste tú quien se robó mis calzoncillos de Tune Squad?

Aquello les tomó desprevenidos tanto a Gabo como a Lin.

—¿Por qué me robaría tus calzoncillos de Tune Squad? —preguntó el muchacho.

—Pues porque son geniales y no los consigo —respondió como si fuese obvio—. Si los tienes, te perdono, pero me los devuelves porque son de la suerte. Con ellos he ganado todos los partidos en los que los llevo puestos. Y más te vale que no los hayas lavado porque si lo haces ya no servirán.

—¿O sea que tú no los lavas? —inquirió temeroso Lin. Cobie negó, saboreando la envoltura del cupcake sin mucho cuidado.

—Me das asco —confesó Gabo, sacándole al castaño una risa—. En realidad, si es una disculpa, pero... no por los calzones sucios de Cobie.

—Calzones sucios de la suerte —se apresuró a corregir.

Lincoln, que conocía a Gabo tanto como Gabo lo conocía a él, captó de inmediato el tono de su amigo. Lo observó con sus ojos de color miel profundamente, causando que el moreno desviara su vista a otro lado, nervioso.

—¿Qué pasa? —preguntó, ahora con cautela.

Gabo tomó un suspiro. De nuevo y a pesar de la charla que tuvo horas antes con su hermana, sus demonios empezaron a atacarle, llenando su mente de distintos escenarios en los que esa plática terminaría acabando con la gran amistad que tenía con esos chicos. Pero no quería alargar más el asunto.

—Mamá fue transferida del trabajo, otra vez —dijo lentamente, con amargura—. Nos tendremos que ir de Houston. Específicamente a Albuquerque, Nuevo México.

Hubo un largo y tenso silencio, en los que el ruidoso masticar de Cobie se dejó de escuchar y Gabriel sentía las miradas de ambos chicos encima suyo. Jugaba con sus manos ansiosamente. Incapaz de soportar aquel silencio, prosiguió:

—Y sí, me voy con ella. Por mucho que no quiera, no puedo quedarme aquí. Tendré que dejarlos. Lo siento mucho, chicos, de verdad que lo hago. Es por eso que no quería que se hicieran mis amigos, por ello los traté mal el día en que me conocieron. Porque sabía que esto iba a pasar, tarde o temprano. Siempre sucede, y termino abandonando todo lo que conocí en esos lugares donde llego. Y lo odio. Me odio por eso. Entiendo si no quieren perdonarme, si ahora me odian y no quieren seguir cerca de mí. Yo haría lo mismo, porque no podría soportar que alguien más en mi vida me deje o se olvide de mí. Yo... solo... solo lo lamento —culminó en un hilo de voz, haciendo esfuerzos sobrehumanos para no llorar.

El silencio no se rompió. Gabo alzó la vista hacia sus amigos y los encontró a ambos con la boca abierta, Lin con el cupcake aún intacto en su mano y Cobie a medio comer. Pudo ser una imagen gracia pero, en el contexto de la situación, a Gabriel no le causó risa. Estaba a punto de sucumbir ante los nervios otra vez, probablemente les habría gritado que dijeran algo pero entonces Cobie exclamó:

—¿Estás bobo o qué?

—¿Q-qué? —parpadeó Gabriel.

—Demonios, ya sabía que era el Rey Dramas pero no para tanto —el de piel más oscura le dijo a Lin. El pelinegro no entendía lo que pasaba, comenzando a molestarse.

—¿Me puedes explicar de qué carajos hablas? —dijo—. ¿Cómo que el "Rey Dramas"? ¿Qué diablos significa eso?

—Pues que te has montado todo un teatro para decirnos que dejas Houston, hermano —explicó él, comiendo con despreocupación—. "No me odien, aunque yo lo haría si fuera ustedes". Amigo, solo te vas de la ciudad, no mataste a nuestras madres, ¿entiendes?

No, no entendía.

—Lo que Cobie quiere decir —continuó Lincoln— es que creemos que estás maximizando todo. Con eso no decimos que no nos duela o nos afecte. Si nos afecta. Es decir, somos los tres mosqueteros...

—Eso es muy cursi, yo digo que somos los tres chiflados.

—Los tres chiflados, Mickey, Goofy y Donald, lo que sea. El punto es que sí nos duele, pero... esto no significa que te odiamos o que ya no queremos ser tus amigos. No nos estás abandonando, porque tú ni siquiera quieres irte. Entendemos que no es tu culpa, ni siquiera de tu madre. Son cosas que pasan.

—Exacto, que te vayas no quiere decir que nos abandonas. ¿Sabes que estamos en el siglo XXI, que hay teléfonos celulares y que podemos llamarnos? Y también podemos viajar a visitarte. Invadir tu casa en vacaciones, porque no podría vivir un año entero sin los cupcakes de tu madre... sin ti tampoco, pero menos sin los cupcakes de la señora Montez.

Gabriel, sonriendo, tuvo el impulso de confesarle que su madre no podía preparar ni una taza de té sin quemarlo, pero se contuvo porque sospechaba que si habría la boca terminaría sollozando.

—No vamos a dejar de ser amigos —dijo Lin—. Y menos olvidarte. ¿Crees que podría olvidar al único chico que ha tenido las agallas de amenazar al capitán del equipo contrario solo para defenderme por una falta injusta?

—Media como tres metros, ni yo me atrevería a hacerle frente —añadió Cobie.

—Te vamos a extrañar aquí, pero no va a ser el fin del mundo porque aún seguiremos siendo amigos.

El corazón de Gabriel latía con fuerza, pero peligraba con salir de su pecho cuando Lincoln se levantó y lo rodeó en un fuerte abrazo al que Cobie se unió momentos después. No pudo evitar que una lagrima cayera por su mejilla. Al levantar la vista, vio a su hermana medio escondida en el pasillo, igual de conmovida que él. En lágrimas, ella murmuró un "Te lo dije", antes de dar la vuelta y entrar en su habitación. Gabo se dio cuenta en ese preciso momento de que quizás su hermana sí tenía razón. Sus amigos son buenos chicos. Son buenos amigos y ellos también creían que él lo era.

Una semana después, antes de iniciar de nuevo las clases, la familia Montez conformada por tres personas estaban terminando de subir todo al camión de mudanzas que en cualquier momento partiría. Cobie y Lincoln habían llegado un par de horas antes para ayudar. Al menos Lin lo hacía, pues el otro chico lo que hacía en realidad era desempacar.

—Cobie, por favor —suspiró la madre de Gabriel—. Si continuas así no podremos irnos nunca.

—¿Y qué cree que estoy tratando de conseguir, señora Montez? —exclamó el alto muchacho.

Gabriella se echó a reír y subió todo lo que Cobie bajó, con ayuda de él, que luego de una mirada amenazante de su madre, desistió un poco.

Lin y Gabo observaron todo aquello con diversión. Ellos habían terminado con lo suyo y ahora, a juzgar por el silencio, alguno de los dos estaba por confesarle algo al otro. Ese sería Gabriel. Llevaba pensándolo desde aquél día en que hablaron: quería ser sincero con él, hablarle de sus sentimientos. Sentía un miedo horrible a lo que pudiera pensar, pero simplemente no quería guardarlo más. No podía negar que Lin le gustaba, temía que se le notara tanto que el chico terminara por darse cuenta solo.

—Oye, Lin, ¿podemos hablar un segundo? —preguntó con la voz temblando un poco.

El castaño asintió y ambos se alejaron del grupo.

—Yo también tengo algo que decirte —dijo Lin. Gabriel lo observó extrañado—. No quise hablarlo contigo porque tenía miedo de que te molestaras, y entiendo si eso pasa, pero no puedo seguir ocultando que estoy enamorado de Gabriella.

¿Cómo no vio venir eso? Si era tan obvio. Claramente, ni siquiera era un secreto. Gabriel lo sabía, y le molestaba, por supuesto. Una parte por celos de hermano, la otra parte por celos de un chico también enamorado.

—Te lo digo porque sé lo importante que es ella para ti —continuó el muchacho—. Quería que te enteraras por mi antes que por cualquier otra persona. También... porque nunca podría contárselo a ella. Creo que no siente lo mismo que yo. Es más, estoy seguro de que me ve como otro hermano más —dijo decaído—. Así que no te preocupes. Creo que solo va a quedar en un flechazo solamente y estoy bien con eso... ¿Estás molesto? Te entenderé si quieres golpearme.

Oh, vaya que quería golpearlo, pero Lin no tenía la culpa. Si Gabo aprendió algo de todos los musicales que había visto, era que no se podía mandar al corazón.

—No voy a golpearte —dijo—. Yo... te entiendo y no estoy molesto. Siempre fuiste respetuoso con ella, no tendría motivos para enojarme. Gracias por decírmelo, supongo.

—Si, ah, de nada. La verdad es que tenía miedo de que no quisieras mirarme a la cara otra vez. Esos si son motivos para romper la amistad, ¿no lo crees? Y yo valoro mucho la tuya, Gabo. Eres mi mejor amigo en todo el mundo —dijo Lin, con las manos metidas en los bolsillos y una sonrisa sincera—. ¿Tú qué querías hablar conmigo?

Toda decisión que había en el cuerpo de Gabriel se esfumó por completo. No, jamás podría confesarle sus sentimientos. Lincoln lo había dejado todo muy evidente.

—Soy yo el que hace los cupcakes —respondió al fin.

—¿Qué? —el castaño se confundió.

—Que mi madre no cocina nada en la casa. Yo soy el que hace la comida y quien hornea los cupcakes de Cobie.

El rostro de Lin se iluminó con una gran sonrisa.

—¿Hablas en serio? —Gabriel asintió—. ¡Cobie, adivina quién hace en realidad los cupcakes que te gustan!

—¡Viví engañado toda mi vida! —exageró Cobie una vez que Lin le contó y su madre confirmó la verdad—. ¿Por qué no nos dijiste que tenías manos de un ángel para la cocina?

—Creí que pensarían que la cocina era algo de chicas —dijo Gabriel con timidez.

—¿Bromeas? ¿Por qué pensarías algo así? Tengo un tío que es un gran pastelero, ¡pero no hace cupcakes tan buenos como los tuyos, Gabo!

El muchacho enrojeció de la vergüenza, pero tanto Lin como Cobie estaban fascinados.

—¿Hay alguna otra cosa que no nos hayas dicho? —preguntó el castaño.

—Bueno...

La bocina del auto de su madre los interrumpió. El camión de mudanza ya estaba cerrado y la señora en su auto, todos listos para irse.

Los tres chicos quedaron en silencio un segundo, observándose, para luego fundirse los tres en un abrazo que a Gabo le pareció que duró siglos.

—Toma esto —Cobie le entregó el balón de baloncesto que había traído consigo—. Es el balón con el que jugamos nuestro primer partido juntos con los Búfalos.

—¿Te lo robaste? —inquirió divertido.

—Le dije al entrenador si podía llevármelo y no me respondió —el chico alto encogió sus hombros.

—¿Y estás seguro de que te escuchó? —preguntó Lin.

—Nop, pero yo cumplí con avisarle —Cobie abrazó una ultima vez a Gabo—. Pronto vas a tenernos ahí de nuevo, hermano, y más te vale esperarme con cupcakes recién horneados. ¡O si quieres hasta te ayudo!

—Lo haré —murmuró al separarse.

Miró a Lin y el muchacho de ojos miel no dudó en abrazarlo una última vez. Gabo procuró guardar en su memoria aquella sensación, el calor que emanaba de su cuerpo y el aroma de su perfume. Ya se había resignado a quererlo en secreto por el resto de si vida.

—Por favor, no ocultes ni dejes de hacer nada que te haga feliz —susurró Lincoln.

Gabriel le sonrió en respuesta y con ello subió al auto de su madre. Gabriella también se despidió rápidamente de sus dos amigos, y el chico no pudo evitar sentir una punzada de dolor cuando Lin besó su mejilla antes de separar el abrazo.

—¿Estás bien? —le preguntó su madre.

—Sí —mintió, sonriendo a Gaby cuando la chica entró en el vehículo—. Solo que los voy a extrañar mucho.

—Te entiendo, mi cielo. Pero no puedes solo extrañarlos. Vamos a comenzar una nueva vida en Albuquerque y por primera vez logré que mi compañía no me transfiera hasta que se gradúen —dijo la mujer con voz suave—. Así que tendrás mucho tiempo para hacer nuevos amigos, para iniciar una vida distinta, ¿te parece? Quizás allá puedas continuar tu sueño de actuar, escuché que la escuela tiene un excelente club de teatro.

Por favor, no ocultes ni dejes de hacer nada que te haga feliz, recordó las palabras de Lin, observandolos por la ventana.

A lo mejor tenían razón y aquello no era tan malo como su mente quería hacerlo parecer.

Lo realmente malo era que podría inscribirse en el club de teatro, en el equipo de baloncesto del lugar o llegar a ser popular, pero por mucho que hiciera amigos en su nueva ciudad, ellos jamás lograrían superar a Lincoln y Cobie.

Ellos eran los tres chiflados y seguirían siéndolo por siempre.

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