Me han mentido.
Creo que no hay peor cosa en el mundo que una mentira. Una amarga mentira, que puede variar desde todo lo existente.
Mi familia me ha mentido, después de más de un año del fallecimiento de él.
Podría sentirse mejor saber que está vivo, que esa es la mentira. Sentiría esperanzas de poder darle un abrazo nuevamente, de disculparme por no haber ido al hospital en sus últimos días, por no haber tenido las fuerzas de asistir a su funeral.
Pero esto no es una película, él no está acá. Y no falleció por la razón que me dijeron.
Fue por cáncer. El maldito cáncer que tuvo en su último mes de vida. Y sinceramente, no sé cómo todavía puedo estar en el instituto simulando una sonrisa, cuando realmente nada está bien.
El sabor de la mentira no es el peor, sigue sin ser suficiente, porque la cereza del postre es la siguiente: no hay algo más molesto y doloroso que escucharlo, y no que te lo cuenten directamente. Esto conlleva a que, si no hubiera escuchado, no me habría enterado jamás.
Sé que hay más cosas que no me contaron, y que probablemente no me cuenten, pero quiero descubrirlas. Quiero saber qué pasó en los inconclusos días entre finales de 2014 y el peor día de mi vida.
No pienso irme de este mundo hasta saber qué fue lo que realmente pasó. Soy incapaz de encontrar una manera para descubrirlo, pero saber cuál es la historia detrás de todo es lo que más deseo.
Y esto, desde ahora y hasta cuando sea, no va a quedar así.
Jamás.
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