El Frío del Despertar
Después de nuestra conversación en la cabaña, nos preparamos para partir. Hades lideraba el camino, seguido por Balca y yo, caminando por senderos cubiertos de vegetación, mientras los árboles enormes y misteriosos nos observaban en silencio. A lo lejos, las colinas se alzaban como guardianes de algún reino perdido, y el cielo, ahora teñido de dorado, nos daba una falsa sensación de tranquilidad. Sin embargo, algo en el aire me inquietaba.
— ¿Por qué vamos a la capital? —pregunté, intentando disipar mi nerviosismo.
Hades, sin girarse, respondió con su tono frío y decidido:
— Debemos ver al rey. Hay asuntos urgentes que atender... y también alguien que quiero que conozcas.
No indagué más, pero algo en su voz me dijo que el viaje sería mucho más complicado de lo que aparentaba. Tras horas de caminar, el paisaje comenzó a cambiar. Las colinas y los bosques desaparecieron lentamente, y las ruinas de lo que parecían antiguas fortalezas medievales comenzaron a surgir. Al llegar al pie de una colina cubierta por una densa neblina, Hades se detuvo frente a lo que parecía ser la entrada de una mazmorra.
— Aquí estamos —dijo Hades, con una ligera sonrisa. Balca miró la entrada, incómodo.
— ¿Qué es este lugar? —pregunté, inquieta.
— Un sitio donde aprenderás algo nuevo —respondió él mientras cruzaba la enorme puerta de piedra.
Dentro de la mazmorra, las paredes estaban cubiertas de hielo, a pesar del calor sofocante afuera. El frío era tan intenso que el vaho escapaba de mi boca con cada respiración. El eco de nuestros pasos resonaba en el oscuro pasillo hasta que llegamos a una sala circular con un trono de hielo en el centro. Sentado allí, con la mirada severa y los ojos azules que parecían reflejar glaciares, estaba un hombre de barba blanca y túnica plateada.
— Zacarias —dijo Hades con respeto, inclinando levemente la cabeza.
El hombre, Zacarias, me miró como si pudiera ver a través de mí. Sin decir palabra, se levantó y caminó hacia nosotros. Sus pasos hacían crujir el hielo bajo sus pies, y su presencia era tan fría como su apariencia.
— Así que tú eres Marianne —dijo con una voz profunda, casi grave.
— Así es —respondí, intentando mantener la calma, aunque mis manos temblaban, y no precisamente por el frío.
Zacarias me observó detenidamente, evaluando cada aspecto de mi ser. Luego, extendió una mano, y de repente, un copo de nieve se formó en su palma, flotando en el aire antes de desaparecer.
— Tienes potencial, pero tu control es inexistente. — Me miró con intensidad, y su siguiente declaración me dejó helada. — Serás mi aprendiz. Te especializarás en la magia de hielo.
— ¿Magia de hielo? Pero... ni siquiera sé cómo usarla —contesté, sorprendida.
Zacarias soltó una risa baja, que resonó como el crujir de un glaciar.
— No lo sabes aún, pero el hielo ya vive dentro de ti. Lo único que necesitas es aprender a controlarlo. — Hizo una pausa y luego añadió—. El entrenamiento será largo y difícil. No todos sobreviven.
Sentí cómo mis piernas flaqueaban ante su mirada. ¿Entrenamiento? ¿Sobrevivir? ¿Qué clase de prueba sería esta? Hades, a mi lado, parecía indiferente, pero Balca me miró con preocupación. A pesar de todo, no pude evitar sentir una mezcla de emoción y temor.
— Entonces... ¿qué debo hacer? —pregunté, intentando sonar decidida.
Zacarias sonrió levemente, como si esperara esa pregunta.
— Primero, debes soportar el frío —dijo mientras el suelo de la mazmorra comenzaba a congelarse bajo mis pies. El aire se volvió aún más gélido, y sentí cómo mi piel se endurecía. — Este es solo el principio.
Mis dientes comenzaron a castañear, y mis manos temblaban incontrolablemente. Sentía como si el hielo quisiera apoderarse de mí, pero no podía rendirme. Cerré los ojos y me concentré, intentando sentir... algo. Tal vez ese hielo del que Zacarias hablaba, tal vez una chispa dentro de mí que pudiera controlar el frío.
— No pienses —dijo Zacarias, acercándose lentamente—. El hielo no se controla con la mente, sino con el corazón. Si lo temes, te destruirá. Pero si lo aceptas, se convertirá en tu aliado.
Sus palabras resonaron en mi mente. Dejé de luchar contra el frío y, en lugar de eso, intenté dejarme llevar por él. Poco a poco, el gélido dolor comenzó a disminuir. Algo dentro de mí comenzó a cambiar, como si el hielo formara parte de mi esencia.
— Así está mejor —dijo Zacarias, deteniéndose frente a mí—. El primer paso es aceptar lo que eres. Ahora, el verdadero entrenamiento comenzará.
Sabía que aquello era solo el comienzo, y aunque una parte de mí dudaba si estaba lista para lo que venía, otra parte, más profunda, ansiaba conocer el poder que Zacarias decía que podía controlar.
— No está mal para una principiante —dijo Hades, apoyado contra una de las paredes de hielo, observando con indiferencia mientras intentaba mantener el control sobre la temperatura glacial de la habitación. Mi respiración aún era irregular, pero estaba empezando a acostumbrarme al frío. O al menos eso creía.
— Será mejor que te quedes aquí un mes, entrenando con Zacarias —continuó Hades, con una sonrisa burlona. — A lo mejor logras que el hielo no te congele el cerebro, aunque no sé si ya es demasiado tarde para eso.
Fruncí el ceño y lo miré, furiosa. Sabía que Hades tenía una habilidad especial para ser ofensivo sin siquiera intentarlo, pero esta vez había cruzado la línea.
— ¿Qué quieres decir con eso? —le espeté, con los brazos cruzados, sintiendo el calor de mi rabia disipar un poco el frío.
Hades se encogió de hombros, fingiendo inocencia, aunque la chispa de humor en sus ojos lo delataba.
— Solo digo que, tal como estás ahora, no serías más útil que un cubo de hielo en una batalla. No te lo tomes personal, es solo que... bueno, eres un desastre. — Hizo una pausa, y añadió en tono desenfadado—. Pero en un mes con Zacarias, quizás no termines hecha polvo en la primera pelea. Quién sabe.
— ¡Inútil será el que te aguanta! —le grité, claramente ofendida. No podía evitarlo, cada palabra suya era como una bofetada. Ya bastante tenía con tratar de no morir congelada, como para que él me tratara así.
Antes de que pudiera seguir mi ataque verbal, Balca, que había estado en silencio todo este tiempo, interrumpió en tono serio:
— Me quedaré con ella.
Me volví hacia él, sorprendida, y Hades lo miró con una ceja levantada, como si estuviera considerando el comentario por primera vez. Balca era mi guardián, mi protector, pero la idea de que él se quedara mientras Hades seguía adelante me inquietaba. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo, Hades habló de nuevo, esta vez en un tono más serio.
— No, Balca. No puedes. Tengo que ver al rey cuanto antes, y tú eres el único que puede protegerme de ciertas... eventualidades. — Hades hizo una pausa, su semblante volviéndose sombrío—. Además, llevar a una humana al castillo sería un riesgo. Demasiado peligroso para alguien como ella.
— ¿"Alguien como yo"? —repliqué, todavía enfadada.
Hades soltó una risa sarcástica.
— No me malinterpretes, Marianne. Eres excelente para muchas cosas... como enfadarte, por ejemplo, o dar discursos dramáticos. Pero enfrentarte a lo que hay en el castillo... bueno, eso es otro nivel. Y no quiero que te desmayes antes de que todo comience. — Me miró de reojo, sabiendo que sus palabras me irritaban más de lo que deberían.
Balca parecía querer decir algo, pero Hades lo detuvo con un gesto de la mano.
— Confía en Zacarias, él la mantendrá a salvo y le enseñará lo que necesita. Yo regresaré en cuanto termine los asuntos con el rey.
Apretaba los puños, sintiendo la mezcla de frustración y humillación bullir dentro de mí. Sabía que Hades no lo decía en serio... del todo. Era su manera de ser, su humor mordaz. Pero aun así, dolía. Dolía que me viera como una carga, como alguien que solo estaría en medio. Me quedé callada, sin saber si debía gritarle de nuevo o simplemente ignorarlo. Sin embargo, algo en sus ojos me hizo detenerme. No había solo burla allí, sino preocupación. Tal vez su forma de protegerme era hacerme enfadar para que me quedara.
— Un mes —dijo Zacarias de repente, rompiendo el tenso silencio. — Si en un mes no domina al menos los fundamentos, no hay nada más que yo pueda enseñarle.
— Perfecto —respondió Hades, como si no quedara nada más por discutir.
Balca me miró con esos ojos llenos de lealtad inquebrantable, pero sabía que Hades tenía razón. A pesar de que me frustraba, algo me decía que este entrenamiento con Zacarias era crucial. Tal vez no era solo aprender magia de hielo; tal vez era más sobre aprender a controlarme a mí misma.
— Cuida de ti, Marianne —me dijo Hades con una sonrisa, más sincera esta vez. — Intenta no volverte un bloque de hielo, ¿de acuerdo?
Lo observé mientras se marchaba, con Balca siguiéndolo a regañadientes. Sentí un nudo en la garganta, pero lo oculté. No le daría la satisfacción de verme débil.
Zacarias me miró una vez más, su fría presencia imponiendo su autoridad en la habitación.
— Ahora que nos hemos quedado solos, el verdadero entrenamiento puede comenzar —dijo, sus palabras llenas de una intensidad que me hizo olvidar por un momento a Hades y a su sarcasmo.
Sabía que los próximos días no serían fáciles. Pero si quería demostrarle a Hades que no era una inútil —y más importante, demostrármelo a mí misma—, tendría que enfrentarlo todo.
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