Parte/4/ La abuela Ángela
Corría el año de 1914, yo contaba con diecisiete años, vivíamos en un pueblito de España, mi madre patria. Los periódicos empezaron a informar de una posible guerra entre Francia y Alemania, mis padres desde hacía tiempo tenían en mente salir de España para ir a vivir a América, específicamente a México, un hermano de mi papá, "mi tío José Santos", que ya vivían allá, le escribía contándole maravillas de aquel lejano país.
Es por eso que tomó de pretexto la posible guerra, para tomar la decisión de salir de su país de origen y buscar la riqueza de la que tanto le hablaba su hermano. No le fue difícil convencer a mi madre. Empezó a ahorrar dinero para los pasajes del barco, íbamos a viajar mis padres, con sus cuatro hijos entre ellos yo, mi abuela materna iba a viajar con nosotros, ella vivía con nosotros desde que mi abuelo, su esposo murió, de eso ya habían pasado algunos años, yo era la menor y la única mujer.
Mis padres lograron juntar el dinero para los boletos del barco y algo más para los primeros gastos en aquel lejano país, pero no contaban con los juegos del destino, poco antes de nuestra partida, mi abuela cayó gravemente enferma, el doctor fue optimista les dijo a mis padres.
-La señora en unos días va a estar bien, solo tienen que estar al pendiente que tome sus medicamentos a su hora y que coma lo mejor que pueda.
Afortunadamente yo era enfermera, me encargué de atenderla, mi abuela no mejoraba, pero no empeoraba, faltaban dos días para que el barco zarpara, mis padres estaban en un dilema, no podían llevar a mi abuela enferma, ella sacando fuerzas de donde no las tenía les dijo.
-No se preocupen por mí, ustedes no pueden posponer su viaje, váyanse yo me quedó, alguna de mis sobrinas puede cuidar de mí, cuando me ponga bien, tomo el siguiente barco.
Yo al escucharla me ofrecí a quedarme con ella y, cuando ella estuviera bien, las dos nos iríamos rumbo al nuevo mundo, mis padres estuvieron de acuerdo, nos dejaron el dinero de nuestros pasajes y algo más para sobrevivir el tiempo que durara la espera; mis padres partieron nos quedamos mi abuela y yo en el pequeño pueblo.
Paso un mes desde la partida de mis padres, mi abuela parecía que se recuperaba, una mañana despertó muy animada me dijo.
-Hija gracias por cuidar de mí, quiero hacerte entrega de esto.
- ¿Qué es abuela?
-Esto, pero no lo habrás hasta que partamos a reunirnos con tus padres y hermanos.
-Esta bien, como tu digas, pero come tu desayuno, mira te hice polenta que tanto te gusta.
-Gracias hija.
Mi abuela me entregó un pequeño paquete, lo guarde en el armario enseguida volví a su lado.
Mientras tomaba su desayuno platicamos animadamente.
- ¿Hija que es lo que más deseas en la vida?
-Lo que más deseo es conocer Madrid, París y Venecia, tanto me has platicado de esos lugares, que tengo muchos deseos de conocerlos.
-Que te parece que antes de reunirte con tus padres, vayas a conocer esos lugares que tanto deseas conocer.
-Si, abuela, si quiero, es por eso que quiero que te pongas buena y sana para viajar juntas por esas ciudades tan bonitas.
-Si por alguna razón yo no puedo ir contigo, tú debes ir, que nada te detenga, recuerda que las oportunidades solo se presentan una sola vez en la vida. Prométeme qué pase lo que pase vas a viajar a esas ciudades.
-Si abuela te lo prometo.
-Pero anda come abuelita, si no se te va a enfriar.
Mi abuela comió su polenta con frutas, en el transcurso del día estuvo animada, recibimos varias visitas como ya era costumbre, esa noche dormimos las dos plácidamente.
Al siguiente día el sol baño los tejados del pueblo, es por eso que le dije a mi abuela.
- ¡Mira abuela que mañana tan hermosa salgamos para que tomes el sol!
-No hija ahora no me apetece, porque, mejor no vas hacer tus cosas, mientras yo rezo.
-Está bien abuela seguiré haciendo mis labores, enseguida vengo a darte tu medicina.
-Anda hija ve, ve.
Le acomodé las almohadas y me fui a seguir con mis labores, al pendiente de la hora en que le tenía que darle su medicamento.
Cuando volví a su lado, la encontré durmiendo, me daba pena despertarla, pero lo tenía que hacer, tenía que tomar su medicamento para su pronta recuperación, se veía tan dulce, me reí en mis adentros recordando sus palabras.
"Prométeme que vas a viajar, ir a esas ciudades que tantos deseos tienes de conocer"
¡Pero cómo íbamos a viajar! para hacerlo necesitábamos dinero y solo teníamos lo suficiente para reunirnos con mis padres y hermanos, me dispuse a despertarla para darle el medicamento.
-Abuela, Angelita, despierta, tienes que tomar tu medicina.
Al ver que no despertaba sentí que me recorrió una corriente helada por toda la columna vertebral, puse el oído en su corazón, pero este había parado ya no latía más, yo no estaba preparada para ese acontecimiento, creía firmemente que mi abuela iba a recuperar su salud, pero no fue así, murió y lo peor de todo, sin que yo estuviera presente, llore, no sé cuánto tiempo abrazada de su cuerpo inerte, cuando me calme, fui por el doctor para que diera fe de su muerte.
Aunque yo era enfermera y había visto a varias personas morir, no me podía hacer el animo a que mi abuela ya no respirara más, corrí hasta el otro extremo de la pequeña población, cuando llegué a la casa del doctor entre corriendo dando voces.
- ¡Doctor, doctor!
-Que pasa muchacha, a que se deben esos gritos.
- ¡Mi abuela doctor, es mi abuela creo que está muerta!
- ¡Pero eso no es posible ella estaba respondiendo muy bien a los medicamentos! Pero vamos, vamos.
El doctor y yo subimos al carruaje en el que se trasladaba de un lado a otro y a toda velocidad volvimos al lado de mi abuela, el doctor la examinó, yo estaba a la expectativa, tenia la leve esperanza de que mi querida abuela tuviera un soplo de vida.
Cuando él doctor terminó de auscultarla movió la cabeza tristemente diciéndome.
-Tenías razón hija, Angelita murió.
-Di rienda suelta a mi dolor, mi abuela mi querida abuela se había ido, ya no estaba más conmigo, el doctor extendió el certificado de defunción, me lo dio diciéndome.
-Leonor, esta es la partida de defunción, la enseñas en el panteón para que le puedan dar cristiana sepultura a tu abuela, ¿Quieres que le avise a alguien?
-No doctor quiero estar a solas con ella, cuando esté lista yo misma saldré a avisarle a mis parientes y amigos.
El doctor me dio una palmada en el hombro y salió cabizbajo, dejándome sola con el cadáver de mi abuela, yo sabia que hacer en esos casos, yo era enfermera trabajaba en el pequeño hospital del pueblo, tenía poco que había renunciado por la eminente partida a América.
Varias veces en el hospital había ayudado a amortajar cadáveres, sentía algo de pena cuando lo hacía, más que nada por los familiares, ahora me tocaba hacerlo, pero, esta persona no era un desconocido, ni un conocido, ni un vecino, tampoco era un amigo, este cadáver era el de mi abuela, empecé mi tarea, limpie muy bien su piel con una esponja con jabón y agua, lave muy bien su cabello, cuando estaba limpia, la embalsame, tapando todos los poros de su cuerpo.
Enseguida la vestí con su vestido más bonito que tenía, peine su lindo cabello y le puse algo de color en sus palidas mejillas, cuando termine, quité las ropas de la cama, la cambié con sabanas limpias, puse y una linda colcha de ganchillo, tejida por ella misma con sus hábiles manos.
Solo faltaba llevar a mi abuela a la sala para que los familiares y amigos se despidieran de ella, para eso necesitaba ayuda, me quede observando a mi abuela, los recuerdos se agolpaban en mi mente, me encantaba escucharla hablar, tenía una voz dulce, sus ojos eran tan bonitos, su mirada alegre pero algo fatigada, nunca se enojaba. Dejé la habitación y fui a avisar a mi tía Remedios que vivía a unas cuantas casas de la nuestra.
- ¿Qué te pasa Leonor te vez algo desencajada?
-Tía mi abuela a muerto.
-Oh, que pena, si todavía ayer la vi tan bien.
-Pues ya lo ve como son las cosas, un día esta uno aquí y mañana ya no.
- ¿Gustas que te ayude a amortajarla?
-No, gracias, ya lo hice, pero si preciso un favor de usted.
-Dime hija lo que gustes.
-Si por favor les avisa a los vecinos, que se corra la voz por el pueblo, por si alguien quiere venir a despedirse de ella.
-Claro que si hija.
Poco a poco fueron llegando los parientes y vecinos, todos llegaban con comida, me ayudaron a poner la cama en el lugar que yo había elegido para su velación, no faltaron los rezos por el eterno descanso de su alma, al siguiente día se oficio una misa por su eterno descanso, terminada está partimos al panteón a su última morada.
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