Pasaban los días y Leonor no podía leer el grueso cuaderno que había heredado de su Nona, su madre se había enterado que un chico andaba rondando a su hija, es por eso que no la dejaba ni a sol ni a sombra, Leonor se dio por vencida, guardo muy bien la caja para cuando a su madre se le ocurriera dejarla en paz.

Pero eso no sucedió hasta que la joven contaba con quince años y  emigró a estudiar a la ciudad, se hospedó en la casa de su tía abuela paterna, la señora Dionisia (Licha), como todos la llamaban cariñosamente, ella vivía sola en una casa grande, acompañada de sus dos gatas, la señora era viuda desde hacía tiempo, dos mujeres, Teresa (Tere) y Magdalena (Malena) dos solteronas que cifraban los cincuenta años, la atendían de todo a todo.

Cuando Leonor hizo sus maletas lo primero que empacó fue su caja de madera que su Nona le había heredado, su madre la preguntó algo sorprendida.

- ¿De dónde sacaste esa caja, nunca te la había visto?

-Mi nona me la regaló pocos días antes de morir.

-Si te creo, ella te quería mucho, es muy fina.

Su madre la quiso tomar entre sus manos, pero no pudo.

- ¿Pero que llevas en ella? Parece que tiene piedras.

-No mamá no son piedras, son mis cuadernos de apuntes, quiero repasarlos para prepararme para mi examen de admisión.

-Lo bueno que tu hermano Felipe te va a llevar en la camioneta, si no en el camión se te haría más difícil, y dime hija ¿solo eso te dejo tu Nona?

-Si mamá solo eso, pero me dijo que la guardara bien, porque mi tía Eustolia, la esposa de mi tío Joaquín, me la podía quitar, ya vez como es.

-Y no le faltaba razón, en cuanto se terminaron los rosarios del novenario, ella y mi tío Joaquín su marido voltearon la casa patas parriba, ni siquiera se esperaron a que se leyera el testamento, que bueno hija que te dejo ese recuerdo ¿y sabes qué?

-¿Qué mamá.

-Te dejo otra cosa

- ¡Me dejó otra cosa! ¿por qué no me la has dado?

-Porque clarito decía en el testamento que se te entregara cuando cumplieras quince años y como ya los tienes te lo voy a dar, tu sabrás que haces con él.

Su madre salió de la habitación, regresando poco después, con el violín de su querida Nona, Leonor no pudo contener las lágrimas. Los recuerdos volvieron de golpe, evocó el tiempo que su querida Nona había invertido en dominar el instrumento, y no solo le enseño a tocar el violín, también francés y le puso un maestro para que le enseñara italiano, es por eso que la chica dominaba muy bien, el francés, italiano e inglés, ya que el colegio que le pagó su Nona era bilingüe, su madre la consoló.

-No llores hija, ella ya está con Dios, también te dejo un fideicomiso para tus estudios, el abogado que le llevaba sus asuntos se encargaba de pagar mes con mes, es por eso que cuando ella murió, tu seguiste en el colegio, y lo mismo va a pasar en la escuela de Guadalajara.

Leonor recordaba las palabras de su Nona, cuando ella protestaba cuando le daban las clases de idiomas.

-¡Pero! Nona para que quieres que aprenda, francés y italiano, dice mi maestra del colegio, que el inglés es el idioma universal, que no hay ningún país a donde vayas que no se hable.

-Uno nunca sabe hija, uno nunca sabe, siempre le respondía lo mismo.

Leonor dejo su pueblo donde había pasado los primeros quince años de su vida, su tía la recibió con mucho cariño, la instaló en una amplía habitación.

-Bien hija ya estas instalada tu eres dueña de tu tiempo, solo tengo una regla que espero no la incumplas.

-Dígame tía cuál es esa regla.

-Que siempre me digas a donde vas y con quién estas, tus compañeros de escuela son bienvenidos cuando gusten; a esta casa le falta el ruido de la juventud.

-Esa primera noche Leonor se dispuso a leer los recuerdos de su querida Nona.