Al siguiente día muy temprano me despertó el canto de un gallo, me estiré en la cama, al menos el colchón era suave, unos leves toquidos en la puerta seguida de la voz de mi madre, hicieron que me pusiera de pie de un brinco.

- ¿Puedo pasar?

Le abrí la puerta, élla me preguntó con una voz suave.

- ¿Durmieron bien hija? Cúbrete la espalda y salgamos al corredor no quiero que despierte mi madre.

Al oír sus palabras, comprendí que mi padre no le había dicho nada de la muerte de mi abuela, le dije.

-Madre, pase, siéntese, tiene que ser fuerte.

-Fuerte, ¿fuerte para que? Eso mismo me dijeron cuando mi padre  murió, ¡Acaso mi madre!...

Ya no pudo hablar, la atacó un llanto incontenible, nos abrazamos, mi padre no había sido capaz de darle la fatal noticia, poco a poco se fue calmando, le contesté todas sus preguntas.

- ¿Sufrió mucho? ¿recibió la extremaunción? ¿me perdonó por haberla dejado? era una lluvia de preguntas, cuando paró de hablar, le conté todo lo que había pasado desde que habían salido de España, le dije de mi viaje a Madrid, de mi encuentro con doña Elisa, fué lo mismo que le dije a mi padre, del porqué, no me había venido antes, abrí el baúl, saque una carta que mi abuela había escrito para ella, le entregue los ahorros de mi abuela.

-Este dinero te lo dejo mi abuela, solo tomé un poco para mi pasaje a Madrid, tuve mucho cuidado en no darle el dinero que me había dado doña Elisa, ya que yo tenía el firme propósito de abandonar América lo más pronto posible.

Mi madre se fue calmando poco a poco, pero percibí un ligero reproche en su mirada, en esos momentos se escucharon los pasos de mi padre y mis hermanos, el ruido que hacían con las espuelas retumbaba en toda la casa, los cuatro entraron a mi habitación, rápidamente cubrí mi cuerpo con una de las elegantes batas que me había regalado doña Elisa.

- ¡Hermana! que gusto tenerte con nosotros, ya nos contó mi padre de la muerte de nuestra querida Yaya.

Enseguida nos abrazamos, mi madre reanudo su llanto, enseguida susurro, unas palabras llenas de resentimiento.

-Tal vez tu hermana la descuido, creo que no le daba sus medicinas como el doctor recomendó, quizá ni su comida a sus horas...

Victoriano mi hermano mayor la cayó de tajo.

- ¡Pero madre no sea injusta con Leonor! ella siempre estuvo al pendiente de mi Yaya, y si hay un culpable, esa eres tú, si hubieras querido tanto a mi Yaya, eras tú la que se hubiera quedado a su cuidado.

Mi padre acabo con la discusión.

-Calma hijos aquí no hay culpables, a tu abuela se le acabo su tiempo en este mundo, como a todos se nos va a acabar, tarde o temprano, y tú mujer, no seas tan injusta con la niña, agradecida debes estar con ella.

-Perdóname hija, tiene razón tu padre, he sido muy injusta contigo, gracias por atenderla hasta el último momento.

les aseguro que si doña Angelita hubiera venido con nosotros en el viaje, se nos muere en el camino, con el viaje que tuvimos, que solo de acordarme, se me quitan las ganas de volver, espero que tu no hayas sufrido como nosotros -. Dijo mi padre.

Sentí remordimiento, mientras ellos habían viajado en las peores condiciones, yo lo había hecho como una reina en primera clase, no les aclaré, e hice bien, porque lo que se me avecinaba más adelante, iba a ser peor que si hubiera viajado en tercera clase, mi padre dijo.

-Bueno hija vamos a la cocina para almorzar.