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9. Persuasión. CORREGIDO


Buenas tardes, disculpen las molestias, pero he Editado toda la historia, a lo largo de los próximos días, iré Editando todos y cada uno de los capítulos. No me maten. Pero era más que necesario para lo que se avecina.

Leo.

Cuando llegué al bar en el que había quedado con él, me sorprendió encontrarlo bebiendo solo. Me acerqué a la barra y me detuve junto a él, observando como llenaba el vaso de alcohol y me lo ofrecía. Ambos bebimos, sin dejar de mirar hacia el otro.

- Nuestro trato Ha terminado – le dije – ya no tienes que seguir buscando nada contra mi hermano.

- Espera – rogó, cogiéndome del brazo, me solté, y caminé hacia la salida, mientras él me seguía. Torcí a la izquierda, dejando atrás la puerta de salida, metiéndome en el baño. Cerró la puerta detrás de mí.

- Sólo te estaba usando – me quejé, haciendo que él se enfadase con mis palabras – pero ya me he cansado de este juego. Me he aburrido, Samuel... - me empujó contra la pared, haciéndome daño, para luego agarrarme del cuello, realmente molesto, la ira le dominaba.

- Atrévete a decírmelo ahora – porfió, mientras apretaba su frente con la mía, totalmente fuera de sí – dime que ...

- Me aburres – le dije, con la respiración acelerada. Se aferró a mis labios en ese justo instante, con insistencia, aterrado de que fuese verdad, lo que decía.

Le aparté de mí, le crucé la cara y le di la espalda, me agarró de la mano y volvió a empotrarme contra la pared, besándome con fiereza, levantándome el vestido, mientras yo le desabrochaba los pantalones, sintiendo la primera embestida, y la segunda, mirándonos con deseo, sin querer detener aquello.

Charlie:

Dejé la recaudación de la semana sobre la mesa del despacho, para que Toti lo registrase en el balance.

- Charlie – me llamó Berni – hay un cojo y un sevillano en un banco, llega un irlandés y le dice...

- Tío estoy hasta la punta del ciruelo de tus putos chistes – le corté. Se calló de golpe, miré de reojo a Cristian, era su primer día y estaba de los nervios – asegúrate de que el ruso cante hasta el nombre de su madre – le dije a Berni – quiero saber por qué coño ha roto el tratado – asintió, y justo cuando Toti se levantó del escritorio, se marcharon juntos a la habitación de al lado, insonorizada, a sacarle la verdad al puto ruso de los huevos.

Hacía ya tiempo que no hacía personalmente esos trabajos de mierda, lo de pegar a gente ya no era lo mío, no desde hacía poco más de un año. Ni siquiera llevaba pipa, no la necesitaba, no quería tener nada que ver con esa mierda, no después del accidente, de estar a punto de morir por haber recibido una bala que casi me cuesta la vida.

El Gordo tenía razón tenía que sacar de mi cabeza a la princesita de una buena vez. Ella no era buena para mí, tampoco quería involucrarla en mi mierda de vida. Desde el principio siempre fue algo inalcanzable, a pesar de que la primera vez que la vi sentí esa puta atracción hacia ella, como la de imanes que necesitan juntarse. Era diferente a todas las mujeres con las que había estado, pero sólo era una cría cuando la conocí.

Leo:

Estaba sentada frente a él, bebiéndome una copa. Me observaba, después de lo que había pasado entre nosotros en los baños.

- Hablemos ahora – pidió, dando vueltas con sus dedos en el filo de la copa, sin atreverse a beber aún - ¿qué pasó con las fotos?

- David me las quitó – me atreví a decirle, sorprendiéndome a mí misma, porque nunca solía responder a las preguntas que la gente me hacía, siempre las evadía – por eso necesitaba...

- Necesitas – me corrigió – un socio – me reí, divertida, dando un sorbo a mi copa.

- ¿Y tú vas a ser ese socio? – me reí, sin ganas, mientras él apoyaba la mano sobre mi muslo.

- Puedo ser muy persuasivo – añadió.

- Acabemos con esto de una vez – le dije, más que cansada de aquella situación, recordando las palabras de papá - ¿cuánto dinero quieres? – me miró, sin comprender - ¿qué es lo que quieres, Samuel?

Me levanté, más que dispuesta a largarme, no quería seguir más tiempo allí.

- Espera – me llamó, llegando hasta mí – yo no quiero tu dinero, Leo – me dijo – te quiero a ti – sucedió antes de que me diese cuenta, me agarró del rostro y me acercó a él, besándome, con intensidad. Sonreí, como una idiota, justo cuando nuestros labios se separaron. Me agarró de la mano entonces, y tiró de mí hacia el exterior, donde tenía esa moto suya tan diferente.

Me llevó a su casa e hicimos el amor. Él me hacía sentir a salvo, me hacía sentir bien, era el único hombre al que había dejado que me tocase de esa forma.

- ¿En qué piensas? – me preguntó, mientras me acariciaba la mejilla, justo cuando descansaba sobre su pecho – eres una chica de pocas palabras ¿no?

- ¿Dónde están tus padres? – me atreví a preguntar – siempre estás aquí solo...

- Mi padre está en la cárcel – admitió, mirando hacia el techo de la habitación – mi madre nos abandonó cuando era pequeño.

- ¿Se fue? – me sorprendió ver que teníamos más cosas en común - ¿por qué?

- Supongo que se cansó de esta mierda y se fue en busca de algo mejor.

- Mi madre también se fue – me atreví a decirle. Él se quedó allí, sin saber qué decir – se fue cuando era un bebé, así que ni siquiera la recuerdo – una fina lágrima recorrió mi rostro.

- Dicen que los niños que son abandonados por sus padres cierran su corazón y dejan de confiar en los demás – no dije nada, pues era justo lo que me había sucedido a mí – pero a mí no me ha pasado – sonreí. Él era un buen chico.

- No eres como el resto de los chicos que conozco

- ¿y eso es malo?

- No.


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