55. Como un puto cobarde.
Tercera parte del maratón, espero que les guste :D
Charlie.
Estar enamorado de Leonor de Silba me cambió la vida, ha sido lo mejor que me ha pasado jamás. Nunca imaginé que podría tener una vida junto a ella, que podría ser feliz allí, junto a su familia, convirtiéndome en uno más, olvidándome de todo, haciendo que sólo importásemos nosotros, nada más.
Ella me hacía feliz de todas las formas posibles, una felicidad que nunca creí merecer, pero que ella me daba, demostrándome que estaba equivocado, que era tan merecedor de ella, como cualquier otro.
Por ella estaba dispuesto a abandonar esa vida, a dejar atrás las drogas, a mis socios y la única familia que había conocido. Ni siquiera quería pensar en lo que había sido de mi padre o de Samuel. En aquellos días tan sólo era egoísta, pensaba sólo en mí, como jamás hice.
Aunque admitiré que aquello no era felicidad ñoña tal cual, ella y yo nos complementábamos de una forma arrebatadora, que daba miedo.
Como en aquel momento, era feliz, y estábamos armando un escándalo en la parte trasera del bar, bailando, besándonos y metiéndonos mano, sin dejar de provocarnos. Ella me encantaba, era incluso más traviesa que yo.
- Charlie – me llamó entre gemidos. La agarré de la mano y tiré de ella hacia el guarda ropa, besándola apasionadamente en el interior – fóllame – me pidió entre besos, poniéndome como una moto. Estalló los botones de mi camisa al agarrarme esta, con fuerza, quitándomela. Quitándose las bragas, ante mi atenta mirada. Sonreí, con lujuria, observando cómo se subía al mostrador, importándonos bien poco que la chica estuviese allí, poniendo el grito en el cielo – te quiero dentro – imploró, abriendo las piernas, invitándome a entrar. Sonreí, con malicia.
- Me encantas – aseguré, desabrochándome el cinturón, caminando hacia ella, bajándome los pantalones, que cayeron hasta la rodilla, abalanzándome sobre ella, dándole una buena estocada - ¿esto es lo que querías? – pregunté, entre susurros, dándole de nuevo, una y otra vez, clavándola a la ventana cerrada que tenía detrás - ¡oh, nena!
La mujer se marchó, dejándonos un poco de intimidad, cosa que agradecí. Quién sabe, quizás se había largado a buscar a seguridad.
Leo me agarró del pelo, tirando hacia atrás, apretando su boca contra mi cuello, mordiéndome, haciéndome gritar.
- ¡Oh, nene! – gimió, me encantaba cuando me llamaba así, me ponía como una moto – estoy a punto... tenía tantas ganas de ti... - lamió mi mejilla, raspándose la lengua con mi barba - ... de lamerte y saborear tu sudor mientras me follas...
- ¿Esto es lo que quieres? – pregunté, embistiéndola más fuerte. Cerró los ojos, mordiéndose el labio, poniendo cara de satisfacción. Su cuerpo comenzó a temblar, con cada sacudida, apretó su agarré, volviendo a tirarme del pelo, dejándose ir – Eso es, nena... - me dejé ir con ella, terminando en su interior - ¡Joder, me encantas! – ella sonrió, relajando su cuerpo.
- Deberíamos irnos, antes de que nos echen de aquí – se quejó. Sonreí, asintiendo, tenía razón.
Podía acostumbrarme a aquello, lo prometo. Pasear por la playa, follar en cualquier lugar cuando nos entraba el calentón, la forma en la que nos complementábamos y no solo en la cama, las comidas en familia, nuestros juegos, su risa, su mirada sobre la mía, su preciosa voz, ...
Caminamos hacia el auto, yo estaba demasiado borracho, pero ella lo estaba incluso más. No quería conducir tan pedo, así que nos quedamos en el asiento trasero un rato, mirándonos, quedándonos dormidos sin apenas darnos cuenta.
Me desperté como una hora más tarde, y no por voluntad propia, era el maldito móvil que no dejaba de vibrar en el bolsillo de mi pantalón. Lo saqué y miré hacia la pantalla. Era Samuel. No había vuelto a hablar con él desde que me partió la cara por quitarle a su chica.
- Carlos – me llamó, lucía nervioso – Carlos, tienes que volver – su súplica sólo me preocupó un poco más. Pero estaba medio dormido y borracho, era normal que ni siquiera contestase – David se ha llevado a papá, no sé dónde le tiene, pero ...
- ¿De qué coño estás hablando? – pregunté, intentando entender un carajo de lo que me estaba diciendo.
- Sé que has huido de la ciudad, me lo dijo Leo. Pero tienes que volver, hermano. Él no quiere hablar conmigo, y sé que tú eres el único que puede rescatar a nuestro padre.
- Tío – me quejé – no soy el puto héroe de la historia, no soy Superman, ¿sabes? – insistí, abrí el coche y salí, porque no quería despertar a mi ángel – llama a la policía y déjame en paz. Yo no voy a volver, ni por papá, ni por nadie. No puedo perder lo que tengo ahora – estaba siendo un puto egoísta de mierda, pero era justo así cómo quería vivir mi vida, sin preocuparme de nadie más que no fuésemos ella y yo. Ya me había hartado de ser el puto héroe del cuento – Busca ayuda en otra parte, porque yo paso, joder.
- Eres un puto egoísta de mierda – espetó él – es de papá de quién hablamos, Carlos, tienes que ...
- ¿Tengo que? – pregunté, incrédulo – Estoy hasta la punta de la polla de ser tu niñera, Samuel, de hacer lo correcto y lo que es mejor para todos. Ya no quiero hacer eso nunca más. No quiero salvar a nadie más, sólo quiero quedarme aquí, joder. ¿No puedes entenderlo?
- No te reconozco – sonaba decepcionado, y aunque aquello me estaba matando por dentro, no podía hacer nada – antes no eras así, salvar tu culo antes que ayudar a tu familia.
- ¿Qué crees que va a pasar si vuelvo a Madrid? – pregunté, molesto – Si, puede que... si voy salve a papá y a ti de ese capullo, pero ¿y yo? ¿Qué pasa si no sobrevivo? Esta vez no puedo sacrificar lo que tengo ahora, tío. Llama a la puta pasma, que lo solucionen ellos, joder – colgué el teléfono, cansado, sintiéndome como un capullo al estar dándole la espalda a mi padre.
- ¿Qué pasa? – preguntó una voz a mis espaldas. Miré hacia ella, una sonrisa se dibujó en mi rostro. Ella era la persona por la que debía darle la espalda a mi familia, a todo, porque no quería perder lo que tenía.
- No pasa nada, nena – la calmé, la agarré de la cintura, besándola después.
Me había convertido en un puto cobarde de mierda, lo que sentía por ella, eso que quería atesorar, que quería proteger... me estaban convirtiendo en alguien que nunca antes había sido. Pero tenía tanto miedo de no poder volver si me iba, porque... era altamente probable que David me pegase un tiro y me quitase la vida. Y ... ¡Joder! Antes me hubiese importado un pimiento perderla, porque no tenía nada, pero en ese momento tenía una preciosa chica a mi lado.
- ¿En qué piensas? – preguntó, acariciando mi mano con la suya, con la vista fija en mis labios, allí, recostada en el sofá cama que su madre nos había conseguido, en el interior del barco, escuchando de fondo los ronquidos de su padre, no entendía como su madre podía dormir con aquella orquesta al lado. Sonreí al verla allí, recostada a mi lado. Era la cosa más bonita que había visto en mi vida.
- ¿Tienes una ligera idea de lo preciosa que eres? – sonrió, y yo me enamoré de cada rasgo que componía su rostro. Tenía tanto miedo de perderla, de no volver a ver esa bonita cara de la que estaba enamorado, que ni siquiera podía confesarle sobre mis pensamientos. Sólo podía bromear, porque era lo único que podía suavizarlo todo, y hacerlo menos duro - ¿cómo puede existir algo así sin que haga daño a la vista? – rompió a reír, esa risa suya que me calmaba el corazón y dibujaba una tonta sonrisa en mi rostro – eres como una supernova.
- Te quiero, Charlie – reconoció. Si iba a Madrid a rescatar a mi padre... quizás no volviese a escuchar esas palabras jamás – sé que me estás ocultando algo – me dijo de pronto – se te arruga el ceño cuando hay algo que te preocupa – apoyó sus dedos en ese punto, y lo relajó, haciendo que me diese cuenta de que tenía razón. Ella me conocía mucho mejor de lo que esperaba – dime que es. Hablar de ello, te hará sentir mejor.
- Tengo que volver a Madrid – contesté. Esperé otra reacción por su parte, pero ella sólo me observó, sin decir nada, volviendo a entrelazar nuestros dedos, mientras observaba como se unían - ¿no vas a decir nada?
- ¿Es por la venganza? – quiso saber. Negué con la cabeza, aferrándome a su mano, logrando que dejase de moverla – Entonces ... es por tu familia – asentí, sorprendiéndome, ¿cómo ella podía saberlo? – entonces está bien, siempre que me prometas que volverás – ella confiaba en mí, quizás demasiado.
- No puedo prometerte eso – contesté, porque no quería hacer promesas que no sabía si iba a poder cumplir. Sus lágrimas salieron, empañando aquel maravilloso momento, preocupándome – pero haré todo lo posible por volver – prometí. Ella sonrió. Tragando saliva, diciendo algo más.
- No puedo ir contigo – me dijo, asentí, porque yo tampoco quería que fuese, no quería ponerla en peligro, quería que estuviese a salvo – me están buscando...
- Te necesito aquí, a salvo – pedí.
- Tienes que volver – insistió – nos iremos a Barcelona después del verano – asentí, sin saber qué decir, porque lo cierto es que no podía decir nada.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro