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48. Madurez

Capítulo extra, por el último día del año.

Samuel negó con la cabeza, dolido, meneando la mirada desde su hermano hasta mí, sin saber con cuál de los dos estaba más enfadado.

Charlie intentó llegar a él, pero este se echó hacia atrás, tremendamente defraudado, como si el pedestal en el que solía tenerlo se hubiese derrumbado.

Le agarré del brazo, tan pronto como hizo el amago de seguirle, haciendo que volviese a mirar hacia mí, suplicante.

- Quédate aquí – suplicó, justo iba a contestarle, cuando él añadió algo más – esto es algo entre él y yo – asentí, despacio, observando cómo se soltaba de mí y seguía a su hermano entre la multitud, hasta llegar al descampado que había detrás de la discoteca, donde algunos coches solían aparcar cuando no había sitio delante – Samuel, espera – pidió, logrando que él se detuviese, se dio la vuelta y caminó hacia su hermano, pegándole un puñetazo en toda la boca, haciendo que este moviese la mandíbula de un lado a otro, para asegurarse de que no se la había roto, tan sólo parecía haberle reventado el labio, porque pronto su boca se llenó de un sabor metálico.

- ¡ERES UN MALDITO HIJO DE PUTA! – espetó, mientras el otro escupía sangre al suelo, y levantaba la vista para encararle – Y yo pensando que esos consejos de mierda me los dabas por mi bien – rompió a reír, sin ganas, volviendo a asesinarle con la mirada después - ¡Qué idiota he sido! Sólo querías alejarme para quedarte con ella – Charlie negó con la cabeza, sintiendo esa punzada en el estómago, aterrado con lo que estaba sucediendo.

- Al principio sólo quería... - se detuvo cuando su hermano le dio el segundo golpe, en el costado, y un tercero en el pecho. Se dobló de dolor, pero lejos de quedarse de esa forma se irguió, más que dispuesto a acercarse a él de nuevo.

- ¡NO TE ACERQUES A MÍ! – gritó, levantando la mano para detenerle – Me das asco... - Charlie se quedó muy quieto, sintiendo como la opresión en su pecho crecía, ya ni siquiera estaba seguro si era por el golpe o por lo mucho que le dolía aquella situación con su propio hermano.

- Samuel, por favor – insistía – deja que te lo explique... – volvió a reírse en su cara, volviendo a clavar sus puños en su rostro, partiéndole la ceja.- Tú no lo entiendes... - un nuevo golpe en todo el hombro, y él ni siquiera hizo nada para pararlo, no podía defenderse o atacar a su propio hermano, porque una parte de él sabía que merecía cada golpe - ¡ME HE ENAMORADO DE ELLA! – Gritó, haciendo que el otro se detuviese en su intento de volver a golpearle. Abrió la boca, sin saber qué decir, cerrándola, volviendo a abrirla pasados unos minutos, volviendo a repetir el proceso, por siete largos minutos – La quiero – insistió.

- Tú no eres bueno para ella – masculló, sin atreverse a decirlo en voz alta, pensando en todas las situaciones y conversaciones que había pasado por alto, en cuando yo dije que estaba con alguien, en cuando lo dijo él, y en cada detalle que había pasado por alto, pero que en aquel momento encajaba a la perfección, descubriendo aquella ecuación difícil. Se dio cuenta entonces, de algo que lo dejó tremendamente perdido en el mar de sus propios sentimientos. Su hermano, ese al que adoraba, al que respetaba y amaba más que a nadie en ese lastimero mundo, quería salir de aquel agujero de mierda por mí.

Justo iba a hablar, a acercarse a su hermano y rendirse conmigo, cuando yo llegué hasta ellos, preocupándome al ver a mi novio en aquel estado. Samuel levantó la vista para observarme, tan pronto como escuchó mis pasos, cambiando su postura. No podía rendirse frente a alguien como Charlie, no cuando su mundo era tan peligroso.

- Esto no voy a perdonártelo en la vida – espetó, lanzándole una última mirada, metiendo las manos en sus bolsillos, marchándose sin más.

- Te dije que te quedaras dentro – se quejó él, volviéndose hacia mí, mientras yo me fijaba en cada parte de su rostro que estaba golpeada, corriendo a sus brazos – Leo...

- Lo siento – me disculpé, aterrada, mirando su rostro ensangrentado, evitando su mirada – todo esto, yo ... Charlie – estaba aterrada, no sabía qué hacer para arreglar aquello, me sentía perdida y desamparada.

- Nada de esto es tu culpa – contestó, apoyando su pulgar en mi mejilla, apoyando luego la frente sobre la mía – me merecía cada golpe – echó la cabeza hacia atrás, para observarme, mientras yo me fijaba en su ceja. Besé esta, dejándole desarmado, apoyando luego mis labios en su labio inferior, ese que tenía partido, pero ni siquiera pude echarme hacia atrás, pues él se aferró a ellos, besándome con desesperación, con la respiración acelerada por el momento - ¡Joder! – rompió nuestro beso, echándose hacia atrás, tocándose luego el labio, dolorido – Eres mi puta adicción, contra más te beso más necesito hacerlo, aunque eso me haga daño... ¿cómo voy a sobrevivir ahora sin tus besos? – bromeó. Sonreí. ¿Cómo podía estar bromeando en un momento así?

- Te llevo a casa – le dije, besándole la mejilla, entrelazando mi mano a la suya. Asintió, siguiéndome a los aparcamientos de delante, deteniéndome frente a su Ferrari. Levanté la mano entonces. Metió la mano en el bolsillo, sacando luego la llave, poniéndola sobre mí.

- Tienes el carnet, ¿no? – quiso saber, cuando nos subimos al auto. Torcí la cabeza para mirarle, poniendo cara de "¿En serio?" – Tienes 18 años, Leo.

- Sí – contesté – eso pone en carnet de identidad – admití, metiendo la llave para hacer contacto, luego puse la marcha atrás, y salí limpiamente, con movimientos seguros, y sin hacer muchas maniobras, sorprendiéndole – Me saqué el teórico a los 16 con los ojos cerrados – me jacté, poniendo rumbo luego hacia su casa – y el práctico a principios de año.

- Conduces bien – me lanzó. Sonreí.

- ¿Te parece que tenga 18? – quise saber. Sonrió, calmado, contestando con seguridad.

- No – admitió – tienes madurez de una mujer de 25 – sonreí, sin decir nada – Eres inteligente, preciosa y casi tan loca como yo.

- ¿Ahora vas a decirme todas mis virtudes? – bromeé, haciéndole reír. Sonreí, sin poder evitarlo – hay muchas cosas que aún tienes que descubrir sobre mí...

- Aún tengo toda la vida para hacerlo – contestó. Me mordí el labio. Él me hacía sentir bien – ¿Crees que soy un egoísta? – preguntó de pronto, miré hacia él un momento, sorprendida por la pregunta – Por querer mantener esto a pesar de saber qué hace daño a mi hermano.

- Llevas toda la vida haciendo esas cosas por él, pensando primero en él y echándote a un lado... ¿No crees que es tiempo de que pienses en ti? – él se sorprendió por la madurez de mis palabras, asintió y sonrió.

- No quiero ir a casa – dijo, de pronto. Volví a mirarle un momento, para no perder el hilo de lo que sucedía en la carretera – quiero quedarme contigo, princesa.

- ¿En un hotel? – pregunté, poniendo el intermitente para dar la vuelta.

- No. Vamos al club – sugirió.

- ¿Quieres pasar toda la noche conmigo en un club? – levanté una ceja, confundida, haciendo que él rompiese a reír, y no se detuviese en un buen rato.

- No, tonta, voy a recoger las llaves del piso del centro – me informó.

Aparqué en doble fila, el local estaba lleno, puse los intermitentes, porque él aseguró que iba a ser sólo un momento. Me agarró de la mano, en la acera, frente a la puerta, escondiendo nuestras manos a su espalda, observando la larga cola. Se apresuró a la entrada vips, saludó al portero con un movimiento de cabeza y este nos abrió el cordón para dejarnos pasar. Un espectáculo de una chica bailando a lo Marilyn Monroe, jugando con una boa, en su cuello, tenía a todos expectantes.

Tiró de mí hacia la barra.

- Poli – llamó al camarero que ponía las copas a unos hombres de mediana edad. Este hizo una señal a otro tipo, indicándole que siguiese sirviendo las bebidas, para luego acercarse a nosotros.

- Tío, ¿qué mal aspecto tienes?

- ¿Está Pituca arriba? – quiso saber, el otro asintió, y él miró hacia la luz que había encendida – no tardo nada – prometió, soltando mi mano, caminando hacia las escaleras, para luego subir hacia la planta de arriba.

- ¿Te pongo algo, encanto? – preguntó el tal Poli.

- No, gracias – contesté, echando un vistazo por el lugar, atreviéndome a adentrarme entre la multitud, observando como la chica rubia con el cabello corto y rizado de hacía un momento se iba desnudando, poco a poco, entre los silbidos de algunos. Aquello era un local de estriptis, y yo ni siquiera me había dado cuenta. Quizás él podría enchufarme si decidía volver a subirme a la tarima para ganarme unos euros...

- Princesa – me llamó una voz a mis espaldas - ¿eres tú? – me giré, descubriendo entonces a Carla, con una sonrisa que empezó a aparecer en cuanto la miré - ¿qué haces aquí? Hacía tiempo que no te veía...

- Estoy de paso – contesté.

- ¿En serio? Había incluso llegado a pensar que ibas a trabajar aquí – me reí, divertida, negando luego con la cabeza.

- No, no. Sólo pasaba por aquí – insistí - ¿dónde están las demás?

- Por ahí andan, trabajando, ya sabes – aseguró, sonriéndome – bueno, sólo Deb, Pam y yo – añadió. La miré sin comprender.

- ¿Rita no trabaja hoy? – quise saber.

- ¿No te has enterado? – negué con la cabeza, era obvio que no lo hacía, si no .... No hubiese preguntado por ella – Ha sido desterrada de la ciudad.

- ¿Cómo dices? – pregunté, con incredulidad. ¿Desterrada? ¿Dónde coño me había metido? ¿En qué época estaba?

- Charlie no la quiere aquí – insistió. Volví a abrir la boca, sorprendida. Eso era nuevo – hizo algunas cosas que no estaban bien, y bueno...

- Pero ... ¿qué ha pasado? – pregunté, justo iba a responderme, cuando escuchó la voz de Charlie. Enmudeció de repente, mirando hacia él. Acababa de bajar, con las llaves en la mano, se acercó a la barra, preguntándole algo a su colega. Este me señaló con la cabeza y él se fijó en mí.

- ¿Nos vamos? – me preguntó, sin tan siquiera reparar en Carla. Miré hacia ella, con la intención de despedirme, pero había desaparecido. ¿Qué demonios estaba pasando?

- Deberíamos pasarnos por un hospital de camino – contesté, después de subirnos al coche – el corte de la ceja no tiene buena pinta.

- No – contestó.

- Charlie – me quejé. Ladeó la cabeza para mirarme. Estaba preocupada por él y ese idiota ni siquiera se daba cuenta.

- Entra por urgencias – pidió. Le miré, sorprendida, había sido demasiado fácil convencerle. Giré hacia la izquierda, deteniéndome diez metros después, en los aparcamientos del hospital. Entramos juntos, agarrados de la mano, pero me soltó al llegar al mostrador – Estoy buscando a Jose María Pazos.

- Creo que está de guardia, un momento – comenzó a buscar algo en su ordenador, mientras yo le miraba, sin comprender – le llamo por megafonía.

"Doctor Pazos acuda al mostrador de emergencias" – retumbaba por el lugar, repetidas veces.

¿Doctor? No necesitábamos a un doctor, si no a un enfermero.

Justo iba a decírselo cuando un hombre de unos treinta años, con el pelo canoso y entradas, de mediana estatura, delgado, y la cara cuadrada apareció. En su bata podía verse su nombre, era el doctor Pazos. Su rostro se fue relajando al ver a su amigo allí, ensanchando la sonrisa.

- Charlie, cabronazo – le saludó, con un fuerte abrazo, agarrándole del hombro dolorido, haciendo que este se quejase – Pero ¿qué coño te ha pasado? – se quejó el otro – ¡No me digas que has vuelto a meterte con los rusos!

- Que va – se quejó él, mirándome de reojo, algo incómodo.

- ¿Quién es? – preguntó, reparando en mí.

- Es una amiga – contestó él, sorprendiéndome. Le dio un codazo en el hombro bueno, lanzándole una sonrisilla maliciosa - ¿crees que necesitaré puntos? – el otro volvió a observarle, se fijó en su frente.

- Que va – declaró, volviendo luego la vista hacia mí – espera aquí encanto – y se lo llevó sin más – siéntate, figura – le dijo, tras entrar en la sala de curas. Charlie se sentó en la camilla, mientras el otro se ponía los guantes – quítate la camisa – insistió. Agarró un par de apósitos, el yodo y un par de puntos de sujeción – Eso no tiene buena pinta – le dijo, observando el hombro – Te va a salir un hematoma por toda esta zona – señaló el hombro, el cuello, y el pecho - ¿te receto algo para el dolor? – el otro negó con la cabeza, mientras el doctor abría la vitrina de al lado, agarrando un par de analgésicos, poniéndolos a su alcance – sírvete tú mismo, ricura – bromeó. El otro los agarró, por compromiso, metiéndose un par en la boca, aceptando el vaso de agua que su amigo le pasaba. Se los tragó sin prácticamente reparo, y dio un par de sorbos más para terminarse el agua, escupiéndola al suelo tan pronto como el tipo le dio un golpe en el hombro.

- Pero ¿qué coño haces, joder? – se quejó, muerto de dolor, mirando hacia él.

- Tenías el hombro un poco dislocado, capullo – aseguró, agarrando la venda – voy a sujetártelo para que no lo muevas mucho – insistió, haciendo su magia.

Di varias vueltas por la sala de espera, miré hacia el teléfono, eran casi las seis de la mañana, estaba muerta de cansancio a la par que preocupada.

Lucas:

¿Leo? ¿dónde coño te metes?

Espero que estés bien.

Acabo de ligarme a una mulata que está como quiere.

Si llegas a casa... no me esperes despierta.

Era todo un caso este Lucas. Negué con la cabeza, divertida.

Yo:

Estoy bien.

Voy a pasar la noche con Charlie. No me esperes despierto.

Me preocupé en cuanto le vi aparecer, con el brazo en cabestrillo, aunque con el rostro curado, y dos puntos de sujeción en cada herida.

- No es nada – me aseguraba él – es que el Pazos es muy alarmista – insistió. Mientras su amigo le miraba, divertido.

- Con que tu amiga, ¿eh? Hurtado – se quejó el otro.

- No le digas nada a Mica – pidió, el otro se sorprendió – nos vemos, tío – se despidió con la mano, y luego me agarró del brazo para tirar de mí hacia el exterior.

- Tienes amigos en todas partes – me quejé, sonrió, divertido, justo cuando llegamos al auto. Me agarró de la cintura antes de que hubiese entrado, acercándome a él, besándome lentamente, con dificultad, debido a la herida que tenía en su labio.

- Hasta en el infierno – aseguró, besando mis labios un poco más, llevando luego sus labios a mi frente, abrazándome quedándose ahí por un momento – no sé qué haría sin ti – se quejó – eres la única que me da esperanza a seguir, nena – sonreí, besando luego su mejilla – te quiero, princesa – me dijo, frente a mí. Sonreí, al mismo tiempo que lo hacía él.

- Y yo a ti, Charlie.

- Vamos – me animó, rodeando el auto para luego subirse en el lado del copiloto.

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