44. El topo.
Aquí les traigo el segundo capítulo de esta semana, espero que les guste :D
Charlie.
Nos vestimos después de eso, entre miradas cómplices, y emprendimos el regreso a Madrid. Hicimos parada en Teruel a comer algo y luego continuamos hacia la gran ciudad.
Mi teléfono no dejó de sonar en todo el viaje, pero no lo cogí, no quería agriar mi humor con cosas del trabajo, quería exprimir hasta el último momento con la mujer más maravillosa, sensual y traviesa que había conocido en mi vida.
Conducía al ritmo de un famoso grupo surcoreano llamado Beast, que parecía estar petándolo en la emisora, porque la habían puesto ya varias veces, la misma canción. Pero ni siquiera podía prestar atención a ello, porque la chica más bonita estaba sentada muy cerca, con una gran sonrisa, mirando al frente, pensando en sus cosas.
- ¿Qué? – se quejó, al darse cuenta de que la miraba - ¿tengo algún moco? – bromeó. Me reí, negué con la cabeza y seguí prestando atención al tráfico.
Me detuve frente a la casa de su mejor amigo, justo cuando el sol se hundía en el horizonte, indicándonos que iba a anochecer.
- Ten cuidado – me dijo, antes de salir del coche. Me bajé tras ella, sorprendiéndola, la agarré de la mano y la atraje hasta mí, apoyando las manos en la cintura, besándola apasionadamente después, porque sus besos me daban la fuerza que necesitaba para enfrentarlo todo, y en aquel momento lo necesitaba. Era como mi aire para vivir – Charlie, cualquiera puede vernos. No vivo lejos de aquí... mi hermano... - volví a besarla, importándome una mierda el mundo entero. Cuando estaba con ella nada más existía, sólo ella y yo.
- Hace tiempo que dejó de importarme que la gente lo descubra – contesté – lo que siento por ti... - agarré su rostro y volví a besar sus delicados labios. Aquello era el puto paraíso, podría quedarme besándola toda la vida, sin hacer absolutamente nada más – Gracias por este fin de semana. Necesitaba esto, a ti – sonrió, enamorada de mis palabras.
- Te quiero, Charlie – lucía ilusionada y feliz, y eso me llenaba de forma sobre natura. Pensar en la posibilidad de hacer feliz a aquella chica.
- Y yo a ti, nena – volví a besarla, echándome un poco hacia atrás después, bajando las manos, dejándola ir – te llamaré luego.
- No tengo teléfono – se quejó – lo tiré al mar ayer, ¿recuerdas?
- Si sigues haciendo cosas como esa... voy a pensar que quieres librarte de mí – sonrió – te conseguiré un móvil irrastreable, así tendré una excusa para venir a verte.
La dejé marchar justo después de eso. Llamó al timbre de la casa de Lucas, entrando después con él, que me echó una mirada de pocos amigos. Lo cierto, es que no tenía tiempo para preocuparme de eso ahora, ya me ganaría a su mejor amigo en otro momento.
Agarré el teléfono tras montarme en el coche, dándome cuenta de que había muerto, se había quedado sin batería. Lo dejé caer sobre el asiento del copiloto y emprendí la marcha hacia el club.
- Tío – me llamó Poli en cuanto entré por la puerta, observándome con cara de incredulidad, por las pintas que llevaba, con un poco de arena pegada a mis zapatos – das pena – bromeó. Ni siquiera tenía tiempo para eso, así que, tras ignorarlo, me encaminé hacia la segunda planta, entrando después en la oficina de Pitu, sin tan siquiera llamar antes.
- ¿Qué se han llevado? – quise saber. Observándola allí frente al ordenador, observando las grabaciones de seguridad del club.
- Se lo han llevado todo – contestó. Me llevé las manos a la nuca, exasperado, negando con la cabeza, sin poder creer aquello – todas las pruebas que tenías en su contra, si el policía sigue adelante con esto ... irás a la cárcel, Charlie. Tienes que pararlo como sea - ¡Joder!
- ¡Joder! – me quejé, dándome la vuelta con rabia, pegándole un puñetazo al cuadro que había colgado en la pared, que se calló al suelo, haciéndose añicos. Me miré la mano, me había clavado varios cristales y tenía la mano ensangrentada, pero ni siquiera me importó, no cuando mi rabia estaba llegando al límite – Dime que sabes quién es el cabrón que me ha traicionado – supliqué, mirando hacia mi socia. Ella sonrió, girando la pantalla del ordenador para que fuese partícipe de lo que ella había descubierta.
- Míralo tú mismo – me acerqué al escritorio, quedándome noqueado tras ver allí a Rita. A pesar de que no podía apreciarse bien... podía reconocer esos rizos en cualquier parte. Era ella.
Bajé las escaleras, al trote, buscando a mi amigo con la mirada. Le encontré junto a la puerta de almacén, con el inventario, ordenando a los chicos que sacasen el vino para que hubiese más espacio para todo lo demás.
- Poli – le llamé, llegando hasta él. Este levantó la vista, dejando de prestar atención a lo que hacía – escucha, tengo un par de asuntos más, necesito el coche – asintió, sin poner objeciones al respecto – te lo devuelvo mañana ¿vale?
- Tío, cúrate esa mano – dijo, al percatarse de que tenía la mano herida.
- Saca el botiquín y hazme una chapuza – rogué, porque no tenía tiempo de ir al hospital, tenía muchos asuntos que resolver – no puedo permitirme más distracciones.
Poli dejó el botiquín sobre la barra, encendió la linterna de su teléfono y me lo cedió, para que lo mantuviese iluminado e hizo su magia. El curso que hizo en el trullo, sobre primeros auxilios y nociones básicas de enfermería, siempre le servía en su trabajo.
Ni siquiera me quejé. En aquel momento, tan sólo podía pensar en el topo que me había traicionado, y en lo mucho que tenía que perder con todo aquello.
- Esto ya está – dijo Poli, justo cuando terminó de coser la herida. Vendándola después – tómate una de estas, si te da fiebre – añadió, poniendo una tableta de pastillas sobre la barra.
- Gracias, tío – agradecí, agarrando la tableta de pastillas, guardándomela en el bolsillo – te debo una muy grande, eh.
- Ya me la cobraré – aseguró, con una sonrisilla pícara.
- Ah – me detuve antes de haberme marchado, mirando de nuevo hacia él – consígueme un móvil sin registros.
Tenía que calmarme y ponerme duro para lo que venía a continuación. Detuve el coche junto al club las tres cruces, mi antiguo territorio. Sabía que las cosas podrían irse a la mierda ante cualquier movimiento en falso, pero necesitaba recuperar algo que dejé escondido allí.
- ¿Qué coño estás haciendo aquí? – preguntó Coco, sin dar crédito - Si David se entera de que estás aquí, estás muerto.
- ¿Y crees que eso me da miedo? – me abrí paso entre ellos, con una sonrisa maliciosa – soy el puto Charlie, no me da miedo la muerte.
El espectáculo ya había comenzado, y en aquel momento había una tal Sharon desnudándose sobre la tarima.
- Charlie, hijo de puta – me llamó Felipe, uno de los dueños del local – sabes que no puedes estar aquí.
- Sólo va a ser un momento – me quejé, metiéndome detrás de la barra, haciendo caso omiso, atravesando el lugar. Entré por el pasillo que daba a los camerinos, hasta llegar al que antes era mi antiguo estudio, entrando sin llamar, observando allí al traicionero de Pepe.
- Tío – se quedó loco al verme allí - ¿qué coño haces aquí? David va a matarte si se entera – sonreí, con malicia, echándole a un lado, empujando la silla que había encima del parqué, levantando una tabla suelta, metiendo la mano en el agujero, sacando justo lo que había venido a buscar: un fajo de billetes y un pen drive. Sonreí, triunfante. Nada volvería a irse a la mierda después de aquello.
- Ve y llámale – porfié, poniéndome en pie, guardándome en los bolsillos del pantalón el tesoro que había rescatado.
Volví a atravesar el local, ante la mirada atónita del personal. Salí del club, sin que nadie hubiese movido un solo dedo para detenerme. Aquello me sorprendió, siempre pensé que todos estaban de parte de David y me freirían a tiros en cuanto me viesen aparecer. Pero parecía que aún me tenían gran estima, a pesar de estar en el bando contrario.
Me monté en el coche y me marché sin más, poniendo rumbo hacia casa, pensando en mi preciosa rubia. Estaba loco por ella. No podía dejar de recordar ese día, con ella en la playa, su risa, su mirada sobre la mía, haciéndome temblar...
Dejé aparcado el coche en medio de la calle al llegar a mi próximo destino, haciendo que varios policías que rondaban el lugar se quejasen al respecto, pero no tenía tiempo para esa mierda. Entré en comisaría, con chulería, despertando interés de todas las miradas, y no me detuve hasta que estuve frente a Víctor.
- Pero ¿qué coño haces aquí – preguntó, con incredulidad, poniéndose en pie de un salto. Cerró la puerta, asustado, y bajó las persianas – este asunto es serio, Carlos – metí la mano en el bolsillo y saqué el pen drive, sosteniéndolo en alto, haciendo que él dejase de echarme la chapa y mirase hacia ese punto - ¿qué es esto?
- Lo único que no quería usar para destruirle – contesté. Perdió las ganas de discutir y se quedó manso – pero ese hijo de puta no me está dejando más opciones.
- Dime que no es cierto – pidió, altamente asustado – Carlos, joderás a mucha gente si eso sale a la luz.
- ¿Y crees que me importa una mierda? – espeté – No pienso volver a la cárcel, y si eso hijo de puta no va a dejarme que le acuse con las drogas, buscaré cualquier cosa, ¿lo entiendes?
- Entiendo tu postura, pero si lanzas esto no habrá vuelta atrás – tragué saliva, porque... ¡joder! Tenía razón – Sé que estás haciendo todo esto por ella, por la princesita, pero ... ¿crees que ella te perdonará si destruyes la vida de su padre? – me llevé las manos a la cabeza, sin saber qué hacer – tío, piénsatelo – instó – Mira, me quedo el pen, tú tómate un tiempo para pensártelo y me avisas con lo que decidas.
Víctor tenía razón. No podía echar por tierra la vida de tanta gente sólo para castigar al cabrón de David. Por no contar, que ella no me perdonaría que mandase a la cárcel a su propio padre...
¡Joder! No sabía qué hacer.
Abrí la puerta de casa, observando a papá en el sofá y a Samuel en la cocina, preparando la cena. Entré sin saludar y me encerré en mi habitación. Dejé las llaves del coche, el teléfono y los billetes sobre la mesilla de noche y luego me recosté sobre la cama, cerrando los ojos, dejando la mente en blanco, volviendo a ver a esa rubia en mi mente. Mi preciosa rubia de ojos azules que me traía loco. Sonreí.
- ¿Has comido ya? – preguntó Samuel, entrando en la habitación – si no has cenado, vente a cenar con nosotros – sonreí, sin ganas.
- A tu padre no le agrada mi presencia, Samuel. No quiero joderos la cena – me puse en pie, evitando la mirada de mi hermano – además, tengo cosas que hacer – abrí el cajón del escritorio, cogí el cable y el cargador portátil y enchufé el teléfono.
- Carlos, venga... - comenzó, intentando calmarme, pero en aquel momento sólo había una persona que podría hacerlo. Le eché a un lado, agarré las llaves del coche y el teléfono, volviendo a salir de la casa. Bajé las escaleras, me metí en el coche y puse rumbo hacia el único lugar en el mundo que podría traerme paz.
Leo.
Su coche se detuvo frente a la casa de Lucas, haciendo que este, que miraba por la ventana se diese cuenta de ello. Él no se bajó del coche, solo miró hacia la puerta, sin saber qué hacer, dando fuertes puñetazos con la mano sana al volante.
- Tu novio está fuera – me dijo, le di un manotazo, cansada de sus bromas, pero perdí las ganas al ver que tenía razón. Me levanté del sofá, abrí la puerta y caminé hacia el coche.
Perdí la sonrisa al verle, lucía tremendamente derrotado. Aun así, se salió del coche, para saludarme. Sonrió, sin ganas.
- ¿Qué te ha pasado en la mano? – pregunté, agarrándole de la muñeca, atrayéndole hacia mí – Ey – insistí, metiéndome debajo de su cara hasta el suelo, sonreí, acariciando su nariz con la mía – estoy aquí, Charlie. – besó mis labios, pero no era él, estaba terriblemente asustado, podía notarlo. Una lágrima cayó sobre mi nariz, y no era mía. Me separé, limpiándole las lágrimas con las manos
- Te quiero – dijo, con voz ronca, derramando más lágrimas frente a mí. Era la primera vez que lloraba frente a alguien, la primera vez que se derrumbaba de esa forma – y no tengo ni idea de qué hacer, nena...
- Vas a destruir a David – prometí, él negó con la cabeza, aterrado, mientras yo volvía a sujetar su rostro, limpiando sus lágrimas – lo harás, y luego dejarás todo esto, te convertirás en un famoso piloto de carreras y ... - sonrió, divertido, olvidándose de su pesadez por un momento - ... volveremos a Oropesa, con mamá.
- Ha entrado en el club y se ha llevado todas las pruebas que iba a usar contra él – me quedé sin habla en ese justo instante – aún me queda algo para hundirle, nena. Pero ...
- Entonces le hundirás – aseguré – porque esa es la única forma en la que podremos estar juntos, en la que nos dejará en paz.
- No es el único al que puedo destruir, Leo – le miré, sin comprender – me detestarás si lo hago, mi amor – negué con la cabeza, mientras más lágrimas se derramaban por sus mejillas – y eso no podré soportarlo, no podré... - su voz se quebró y se vino abajo. Le abracé, con fuerza – Ese hijo de puta me lo ha quitado todo, y yo necesito... necesito... vengarme – mis lágrimas cayeron, porque me estaba matando verle así – pero si te pierdo, eso no me lo perdonaría nunca, princesa. No puedo perderte.
- Te quiero – contesté, besando su cuello, incapaz de separarme de él aún – no vas a perderme...
- Es que no lo entiendes – me apartó, echándose hacia atrás, limpiándose las lágrimas, abriendo la boca para respirar, porque tenía la nariz taponada – lo que tengo lo destruiría todo, la vida que conoces y ... - se llevó las manos a la cabeza, desesperada - ... destruiría a varias familias de ricos, incluida la tuya – le miré, sin dar crédito, sin entender bien lo que quería decir - ¿de verdad podrías estar con la persona que destruya a tu familia, Leo?
- ¿Qué tienes? – quise saber, negó con la cabeza – Charlie, dímelo – él volvió a negar con la cabeza.
- Te diré lo que haremos – comenzó, apoyando sus manos en mis mejillas, limpiando mis lágrimas, aterrado con todo aquello – vamos a olvidarnos de toda esta mierda, dejaré que David se quede con todo y ...
- No – me quejé. Él no era así, no era de los que tiraban la toalla – tienes que quedarte a luchar – insistí.
- ... nos escaparemos juntos a cualquier lugar – concluyó. Negué con la cabeza – haré cualquier cosa si puedo conservarte, Leo – volví a negar con la cabeza, derramando más lágrimas al comprender lo que eso significaba. Se estaba volviendo alguien débil por mi culpa, yo lo estaba convirtiendo en eso – Mandaré a la mierda todo esto sí puedo tenerte...
- Tú no eres un cobarde – le dije – no puedes rendirte.
- ¿Es que no lo entiendes? – se quejó – No puedo ganar, ya no.
- Lo siento – comencé, rompiendo a llorar – por mi culpa no puedes vengarte, por mi culpa... - me besó, intentando detener mi llanto.
- Nada de esto es tu culpa – me calmó – sólo estabas en medio, desde el principio – insistió.
- ¿Lo que tienes podría destruir a mi padre? – quise saber. Él asintió, aterrado, mientras mis lágrimas salían.
Tenía que alejarme de él para que hiciese lo correcto, tenía que dejarle ir para que pudiese vengarse del hombre que se lo había quitado todo, porque él no merecía que le quitasen nada más, y yo le estaba quitando la oportunidad de poder dejar esa etapa de su vida atrás.
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