42. Nuestra primera pelea.
Capítulo 42. Nuestra primera pelea.
A las nueve, fuimos a comer pizza a la pizzería Fono, solo con mamá, pues el tío tenía que volver a casa con su mujer, que era bastante rara, ni siquiera quiso venirse con nosotros o conocerme. De todas formas, eso no nubló mi felicidad, aquellos días fueron especiales.
- Hacéis una bonita pareja – decía mamá, justo cuando me fui al servicio – cuida de ella, Charlie – él asintió, en señal de que lo haría – deja ese trabajo peligroso que tienes y ...
- He pensado en ello – aceptó – pero ahora no es un buen momento para dejarlo, estoy en medio de algo. Pero ... le aseguro que en cuanto pueda lo dejo – ella asintió – Estoy enamorado de su hija, Nieves. Créame cuando le digo que haría cualquier cosa por ella.
- Lo sé – me senté junto a ellos, y los observé.
- ¿Ocurre algo? – quise saber.
- Nada – contestó él, con rapidez – sólo hablábamos de lo bien que te sienta este vestido – bromeó, señalando hacia el vestido de rallas blancas y azul que él me había comprado.
- Tú lo elegiste – contesté, echándole la culpa, mamá nos miró sin comprender – me ha comprado ropa – me quejé hacia ella – ni siquiera me avisó que veníamos, así que no pude traer nada. Pero él se tomó la molestia de comprarme ropa sin saber si quiera mi talla, a ojo.
- ¿En serio? – preguntó ella, mirando hacia él – Tiene buen gusto con la ropa, nena.
- ¿No serás gay? – bromeé, haciéndole reír, a carcajadas, haciendo que varias personas de las mesas de al lado nos mirasen, éramos demasiado escandalosos. Me observó entonces, con esa mirada pilla que me volvía loco.
- Cuando quieras te lo demuestro – me mordí el labio, con deseo. Mamá carraspeó la garganta, haciéndose notar. Los dos sonreímos, y miramos hacia ella.
- ¿Qué vais a hacer ahora? – quiso saber mamá - ¿tenéis algún plan?
- Ahora vamos a ducharnos – contesté – estamos sudados de todo el día, ni siquiera hemos vuelto al hotel después de almorzar – ella asintió, en señal de que lo entendía.
- Estaréis cansados de todo el día – añadió – yo estoy muerta, voy a coger la cama con ganas cuando me acueste esta noche – proseguía, justo cuando Charlie le hacía una seña al camarero para que trajese la cuenta – paguemos a medias esta vez – decía mamá, sacando la cartera del bolso – que ayer la cena la pagaste tú, Leo, y este medio día el almuerzo, tú, Charlie.
- Pago yo – contestó él, sin tan siquiera dejarme responder.
- Lo pagamos a medias – intervine.
- No – me cortó, dándole un billete de 100 euros al tío que vino a traernos la cuenta, sin tan siquiera verla.
- Odio que hagas eso – me quejé – yo también tengo dinero, ¿por qué siempre tienes que ir por ahí alardeando que tienes pasta?
- No lo hago por eso – contestó, mientras mamá se sentía algo incómoda con la situación – necesitas guardar ese dinero, princesa.
- No quiero guardarlo – me quejé, enfadada – quiero usarlo para...
- ¿Y qué vas a hacer cuando se te acabe? – quiso saber - ¿vas a ir a buscar a papi a pedirle más?
- Eres un capullo – espeté. El camarero llegó con la vuelta, se la guardó en la cartera, observando como mamá y yo nos levantábamos y echábamos a andar antes que él. Resopló, molesto, rascándose la cabeza.
- No creo que lo haya hecho para molestarte, nena – me dijo mamá, pero yo no podía escucharla, en ese momento estaba muy enfadada con él.
- Nieves – llamó él – te acercamos a casa, espera.
- No hace falta – dijo mamá – puedo ir dando un paseo.
- No es molestia – admitió él.
Así que allí estábamos, en silencio, llevando a mamá al puerto, la tensión podía cortarse con tijera. Él miraba hacia mí de reojo, apretando el volante, molesto. Yo miraba por la ventanilla, apretando mi bolso, pensando en las muchas ganas que tenía de mandarle a la mierda, cogerme un bus e irme a casa, no quería dormir en la misma cama que él. Mamá daba pequeños golpecitos en sus rodillas, altamente incómoda.
Charlie puso la radio, una canción lenta, muy bonita, sonaba en ella. "Hard for me" se titulaba, e hizo la situación un poco menos tensa.
Su auto se detuvo junto al puerto, mamá se bajó, al igual que yo. La abracé, con fuerza, y prometí que volvería a verla algún día, que la llamaría a menudo, y le dije lo mucho que la quería.
- Ten paciencia con Charlie – me dijo, mirándole de reojo – tienes un temperamento muy fuerte, pero dale una oportunidad, nena – asentí, besándola en la mejilla, despidiéndola después con la mano, justo cuando él llegaba hasta mí, sin saber qué decir.
Alargó la mano para coger la mía, pero me marché antes de que lo hubiese logrado. Se montó en el coche, junto a mí, y puso rumbo hacia el hotel, cabreado. Ninguno de los dos dijo nada, y sólo la música de la radio invadió el espacio.
Dio un volantazo y aparcó de cualquier manera, observando entonces como yo me bajaba del auto, dando un portazo, marchándome al hotel. Me siguió, sin decir nada. Abrió la puerta de nuestra habitación, observando entonces como entraba en el baño. Me quité los zapatos, y abrí la ducha, mientras comenzaba a desnudarme.
Levanté la vista para mirarle, me ignoró por completo, entró en la habitación y se sentó en el sofá, sacando su teléfono, comenzando a prestarle atención, de nuevo.
La rabia y la impotencia me nublaban la razón, di un portazo a la puerta del baño, llamando su atención. Me metí en la ducha y comencé a refregar mi piel con las manos, cada vez más cabreada, dejando escapar mis lágrimas, con ganas de matarle. Cerré el grifo, sin ser consciente de si me había lavado la cabeza o no.
Me miré en el espejo, empañado por el vapor de agua, agarrando la toalla para secarme el cabello, sacudiéndolo con fuerza, tirando la toalla a la pared, dejando caer las manos sobre el mueble del lavabo, acercándome más a mi reflejo empañado.
Ni si quiera le conocía – pensé – ni siquiera sabía cómo era él estando enfadado.
Recordaba que una vez me dijo que se ponía como un animal cuando se enfadaba, y luego recordé la razón por la que lo metieron en la cárcel, le había dado una paliza a un tío.
No le conocía. Sólo había visto al Charlie encantador, nunca había visto al Charlie enfadado, nunca...
¿Por qué parecía que todo le resbalaba? ¿Por qué parecía darle igual que estuviese enfada con él?
Salí del baño, con ganas de mandarle a la mierda, de pegarle, y de cabrearle, para que se convirtiese en ese monstruo, para tener una razón para abandonarle. En aquel momento estaba tan molesta, que sólo quería tener una razón para mandarle a freír espárragos.
Ni siquiera se inmutó, estaba concentrado en el teléfono, contestando mensajes. Me acerqué a las bolsas, agarrando uno de los conjuntos que me había comprado, colocándomelo.
Sonreí, con una idea loca en mi cabeza. Iba a pagarle con la misma indiferencia, y al mismo tiempo, iba a provocarle.
Me coloqué el sujetador, y las medias, para luego ir al otro lado de la habitación, pasando frente a él, agarrando los pendientes que me había quitado la noche anterior, colocándomelos, volviendo a pasar por delante de él, mirando hacia los vestidos arreglados que me había comprado. Pero dejé de hacerlo, tan pronto como giré la cabeza y le vi allí, ignorándome por completo.
Aquel idiota estaba colmando mi paciencia.
Caminé hacia él, justo cuando estaba contestando a un mensaje. Agarré su teléfono, haciendo que me mirase sin comprender, captando su atención.
- Hablemos – pedí. Él me ignoró, mirando hacia el teléfono, intentando alcanzarlo.
- Dámelo, Leonor – pidió, estaba enfadado. Pero me dio igual – no estoy para juegos, dame el puto teléfono.
- ¿Lo quieres? – pregunté, en tono seductor - ¿cuánto lo quieres?
- Ahora no – insistió, agarrándome con fuerza de la muñeca, mientras alargaba la otra para recuperar su teléfono – esto es serio, joder – tragué saliva, dejando las ganas de provocarle. Me soltó, y volvió a prestar atención a su teléfono.
Volví al armario, busqué dentro de la maleta, dejando escapar las lágrimas que quemaban en mis ojos. Cogí un vestido negro de transparencias y me lo coloqué, encerrándome después en el baño. Limpié el espejo, y mis lágrimas, agarrando el delineador líquido del neceser, maquillándome los ojos, echando un poco de máscara de pestañas, y marcándome los labios de naranja.
Salí a la habitación, me coloqué los zapatos y me marché de la habitación, dando un portazo. Ni siquiera me siguió o salió por mí.
Quizás esa era su verdadera personalidad – pensé – quizás sólo estaba fingiendo ser otra persona para conseguirme – insistió esa voz en mi cabeza – sólo quería que te enamorases de él y hacer daño a David, así podrá ganarle en esa estúpida guerra... - mis lágrimas cayeron, pero las limpié con rapidez, antes de que pudiesen estropear mi maquillaje.
Bajé en el ascensor, entrando después en la sala de celebraciones. Había un gran ambiente, profesionales bailando bailes latinos, mientras otros intentaban seguir sus pasos y el resto miraba.
El teléfono que presionaba con fuerza en la mano izquierda vibró. Solo era mamá.
Mamá:
Nena, ¿ya lo habéis solucionado? Me he quedado preocupada.
Yo:
No. Él es demasiado orgulloso. No tenía ni idea de que fuese así. No me gusta esta faceta suya.
Mamá:
Habla con él.
Yo:
Él no quiere hablar conmigo
Mamá:
Dale tiempo, para que se le pase el cabreo.
Abrí la conversación que tenía con él.
Yo:
Siento lo de antes, en el restaurante. ¿Está todo bien?
Él lo leyó, peor no contestó. Era la primera vez en mi vida que daba mi brazo a torcer de aquella manera. Y él ni siquiera sabía ver eso.
Yo:
¿Sabes qué? No lo siento en lo absoluto.
Volvió a leerlo, y no contestó. Apreté el teléfono, bajando la mano, altamente cabreada.
Quería irme de ahí, quería volver a casa de Lucas y estaba dispuesta a no volver a confiar en él, jamás.
Busqué en internet, era tarde, así que no había autobuses que pudiesen llevarme a Madrid. No podía hacer nada.
Me estaba asfixiando allí dentro, así que me largué, caminé por los alrededores, no había ni un alma en la playa, y poca gente en la calle con ese viento infernal.
Me senté en el muro que separaba la playa del paseo, girando sobre mi trasero, hundiendo entonces los pies en la arena. Me quité los zapatos, dejándolos allí, y caminé hacia la orilla, a oscuras, con mis cabellos enmarañándose a causa del viento.
Mi móvil sonó, indicándome que tenía un nuevo mensaje.
Charlie:
¿Dónde coño estás?
- Ahora vas a quedarte con la duda, cabrón – contesté hacia la nada, tirando luego el teléfono al mar, en un ataque de rabia - ¡Mierda! – me quejé, al darme cuenta de que estaría incomunicada, y ya no tendría opción de llamar a nadie más - ¡Te odio Charlie!
Me dejé caer a la arena, importándome poco que esta estuviese mojada y estuviese mojando mi trasero, y rompí a llorar, limpiándomelas con rapidez, molesta conmigo misma por estar en aquel estado.
- ¡Ah! – un grito de terror se escuchó en aquella silenciosa playa, justo cuando sentí el roce de algo en mis pies. El ladrido de un perro me indicó que sólo era este, chupando mis pies, haciéndome cosquillas – hola – le saludé, acariciando su pelamen - ¿te has perdido? – no tenía collar. Me miró, en aquella oscuridad, como si estuviese diciéndome algo. No tenía ni idea de que era lo que quería - ¿tienes hambre? – levantó las orejas. Eso quería decir que sí, ¿no? – vamos – me levanté de la arena, y caminé de nuevo hacia el paseo - ¡Maldita sea! – no podía encontrar mis zapatos por ninguna parte, no veía nada, y ni siquiera tenía el teléfono para alumbrarme.
Caminé descalza por el paseo, deteniéndome junto a un puesto de hamburguesas, recogiendo para cerrar. Saqué un billete de diez euros del bolso.
- Le doy 10 euros si me da dos hamburguesas – él hombre aceptó. Esperé paciente, con el perro a mi lado, como si yo realmente fuese su dueña.
Volví al muro, sentándome sobre él, con aquel peludo sentándome frente a mí, mirándome con interés.
- ¿Quieres una? – pregunté, sacándola de la bolsa – Toma – se la lancé, y la cogió al aire, comenzando a devorarla – ya te doy la otra – contesté, al ver como chupaba mis manos, en busca de más. Esta vez se la di directamente, y volvió a tragársela en un momento – ya no hay más – añadí, cuando me miraba en busca de más - ¿A ti también te han abandonado? – pregunté, acariciando sus orejas, mientras este se dejaba hacer, más que encantado. Era un perro enorme como un lobo, en tono blanco y marrón – Cuando era pequeña tuve un perro – le dije, como si él pudiese entenderme – se llama Momo, y era como una bola de pelo – sonreí al recordarle correteando por el jardín, pisando su propio cabello, tropezando y cayendo al suelo, mientras mamá rompía a reír, y yo lo agarraba y le daba besitos, diciéndole "Momo, no pasa nada, Leonor te quiere igual" Perdí la sonrisa al recordar como papá se lo llevó a una perrera cuando mamá se fue.
El perro dejó de prestarme atención, mirando hacia un punto en la oscuridad, justo cuando la farola que había sobre mí comenzó a parpadear. Miré hacia ella, no quería quedarme a oscuras.
- ¿Qué es esto? – preguntó una voz frente a mí. Miré hacia ese punto, observando a Charlie, agachándose junto al perro, acariciándole, mientras este le daba lametones en el cuello - ¿de dónde has salido tú?
- Creo que lo han abandonado – contesté, deteniéndome junto al perro, haciendo que él levantase la cabeza para observarme. Tragué saliva, justo cuando se levantó, dejando que el perro chupase sus dedos.
- ¿Dónde estabas? – preguntó, fijándose entonces en mis pies - ¿y tus zapatos?
- Los he perdido – contesté, volvió a mirarme – Me apetecía dar una vuelta – bajé la cabeza, dolida por lo que había acontecido entre nosotros con anterioridad.
- Me he vuelto loco buscándote, no respondías al teléfono y no estabas en la fiesta del hotel... - tragué saliva – Lo siento – se disculpó – antes en la habitación he sido un capullo.
- ¿Sólo en la habitación?
- También en el restaurante – ni siquiera quería escucharle, eché a andar, mientras el perro me seguía, y Charlie me agarró del brazo, haciendo que me detuviese – el comentario del dinero no lo dije con mala intención – insistió.
- ¿Ah no? – me solté, encarándole.
- No – insistió – Mira, sé que el dinero con el que estás sobreviviendo es el que conseguiste bailando – declaró. Le miré, altamente sorprendida, porque yo no se lo había dicho – y sé que cuando se te termine ...
- Siempre puedo volver a bailar para conseguir más – porfié, sonrió, divertido.
- Ese mundo no es para ti – contestó – créeme, lo sé – tragué saliva, sin saber qué decir, bajando la cabeza un momento – David me contó que tu padre iba a quitarte del testamento si seguías desobedeciéndole – volví a mirarle – fue algo que usó para que me alejase de ti, hace tiempo... Mira, sé que a veces soy un capullo... - tiró de mí, acercándome a él – y cuando me enfado parece que todo me da igual, pero ... te quiero, Leo. Y a veces siento que todo esto me supera, porque yo ... nunca antes he estado enamorado. – Soltó mi mano, tragando saliva, dando un paso hacia atrás. Sonreí, olvidándome de todo.
- No vuelvas a pasar de mí – supliqué, aferrándome a su rostro con las manos, levantó la mirada y me observó – no te perdonaré la próxima vez – ensanchó la sonrisa y se quedó allí mirándome por unos minutos - ¡Dios! – me quejé, bajando la mirada, haciéndole sonreír, sabía que estaba bromeando - ¿Cómo puedes ser tan guapo? Van a sangrarme los ojos – rompió a reír, sin poder evitarlo, aferrándose a mis labios después - ¿qué vamos a hacer con él? – pregunté, mirando hacia el perro – no podemos llevarlo con nosotros a Madrid y tampoco puede quedarse en el hotel.
- Llama a tu madre – contestó – quizás ella pueda quedárselo, o conozca a alguien – le abracé, con fuerza, sintiéndome a salvo, de nuevo.
- No vuelvas a hacerme eso nunca – imploré, asustada, aún tenía esa sensación dentro de mí, a pesar de que el calor de la calma la iba aplacando, poco a poco – creí que iba a perderte...
- No vas a librarte de mí tan fácilmente – bromeó, separándome de él, obligándome a mirarle – Mira – levantó la mano, entrelazada a la mía – no voy a apartar las garras de ti, nena – sonreí – vamos, este perro necesita un hogar – tiró de mí hacia el coche, con la intención de llevarle al barco de mi madre.
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