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41. Cualquier cosa.


Capítulo 41. Cualquier cosa.

Estar allí con él fue mágico.

Esa noche fuimos a festejar el reencuentro, a uno de los restaurantes, frente al mar de nombre "El Tiburón", le venía al pelo el nombre.

Él se llevaba bien con mi madre, pues no dejaba de hacer bromas para relajar el ambiente, y esta le reía cada una de ellas. Entrelazó su mano a la mía, justo cuando mi tío empezó a hablar de su negocio, una pescadería en la plaza, donde tenía muy buenos precios y muy buen género.

Una sola mirada suya ya me bastaba para saber lo que no decían sus labios. "Te quiero" – resonó su voz en mi cabeza, mientras mi propia voz contestaba "yo también te quiero". Él lo sabía, aunque yo ni siquiera lo dijese. A ese nivel llegaba nuestra complicidad, lo que sentíamos era incluso más grande que nosotros mismos, porque con tan sólo una mirada, o un gesto, ya podíamos comunicarnos, sin necesidad de palabras.

- ¿y tú? – preguntó mi madre - ¿a qué te dedicas, Charlie? – me tersé en seguida, y él pudo notarlo. Pero él estaba orgulloso de lo que era, de lo que había conseguido hasta ese momento, a pesar de que era algo peligroso, y en aquel momento, se estaba replanteando toda su vida.

- Soy ... - se mordió el labio, y me miró de reojo - ... bueno... no es algo muy legal... ¿tengo la opción del comodín de la llamada? – bromeó, haciendo que los demás estallasen en carcajadas.

- ¿Es algo peligroso? – quiso saber mamá.

- Sí, a veces, es peligroso – contestó él – pero si te arriesgas puedes conseguir mucha pasta – creo que ambos lo comprendieron, a lo que él se dedicaba, o se hicieron una idea aproximada, al menos – Antes no me importaba poner mi vida en riesgo – añadía – no tenía nada que perder – soltó mi mano, estirándola, algo incómodo.

- ¿Y tú a qué te dedicas, Leo? – preguntó mi tío, saliendo de aquel momento incómodo.

- Está estudiando, Satur – se quejaba mi madre – aún es una niña.

- Estudio traducción e interpretación en la universidad, adoro los idiomas – aseguré, girándome hacia Charlie - ¿sabes hablar algún idioma? – quise saber.

- Me saqué el B1 de inglés cuando estuve en la cárcel – contestó, sorprendiéndonos a todos, pues no tenía ni idea de que había estado en la cárcel - ¿qué? – se quejó – no es tan malo, hoy en día la cárcel es como una pensión, sobre todo en España – bromeaba. Siempre bromeando, nunca se tomaba nada en serio ese hombre – Así que sí, se hablar inglés, y un poco de ruso.

- ¿ruso? – pregunté, sorprendida. Rompió a reír, y luego llegaron las ostras. Él reconoció no haberlas comido en su vida, y no pude parar de reír al ver las caras que ponía cada vez que iba a comerse una.

- Él parece un buen chico – me decía mamá, de camino al puerto, dando un paseo por el lugar – aunque es muy loco, quizás por eso haya tenido tantos problemas con la justicia.

- No tenía ni idea de que había estado en la cárcel – reconocí, ella agarró mis manos, dándome ánimos, deteniéndose junto al guardia de seguridad que vigilaba los barcos por la noche.

- Ahora estará bien – me calmó – porque tu cuidarás de él – le sonreí, agradecida, para luego despedirla con la mano. Él llegó hasta mí, después de haber estado hablando por teléfono un rato.

- ¿Va todo bien? – quise saber. No dijo nada, pero su mirada seria lo decía todo – Charlie – le llamé, sujetando su cabeza con mis manos, obligándome a mirarle.

- David – contestó.

- ¿Tenemos que volver? – quise saber. Bajé las manos algo desilusionada al no obtener respuesta.

- Haré unas llamadas – me dijo – esta vez quiero quedarme a disfrutar del resto del fin de semana, contigo – sonreí, observando cómo se daba la vuelta, volviendo a llamar por teléfono. Corrí tras él, agarrándole de la mano, haciendo que se quedase en otro mundo, mirándome, con una gran sonrisa – Poli, sí, soy yo – ambos emprendimos la marcha hacia el hotel, con él hablando con su amigo - ¿te has enterado? Sí, es un puto hijo de puta. Escucha, estoy fuera de Madrid, voy a pasarme el fin de semana fuera... ¿puedes encargarte tú? Gracias. Avísame con las novedades.

Caí rendida esa noche, ni siquiera pude preguntarle las muchas dudas que tenía sobre las cosas que dijo en la cena, o sobre lo que mi hermano había causado en sus negocios.

Esa mañana se levantó de mal humor, el teléfono le había despertado. No dejó de hacer llamadas y recibirlas, mientras yo bajaba sola a desayunar, cuando subí le encontré en las mismas circunstancias.

Le miré de reojo, observando como gritaba, de mal humor, mientras yo, tumbada sobre el sofá, miraba un librito con las calas a visitar que nos habían dado en la recepción del hotel.

Colgó el teléfono, dejándolo sobre la cama, para luego mirarme. Sonrió y caminó hacia mí. Se tumbó a mi lado, aunque al revés, con la cabeza junto a mis pies. Metió la mano entre mis piernas, comenzando a acariciar mi rodilla.

- ¿Quieres hablar? – pregunté, dejando caer el itinerario sobre mi pecho, mirando inmediatamente hacia él, que tenía la mirada fija en la forma en la que sus dedos rozaban mi piel.

- No quiero hablar de esa mierda – contestó.

- Hablemos de otra cosa – sugerí.

- Vamos a bailar esta noche – me dijo, con cierto brillo en los ojos, perdiendo su enfado - ¿te apetece?

- ¿Seguro que estás bien?

- Estoy genial – aseguró – aquí, contigo

- ¿Dónde tienes pensado ir? – quise saber

- Esta noche organizan una fiesta en la sala del hotel – admitió – un concurso de bailes latinos, creo. Podríamos ir y ...

- Acabaremos follando aquí – bromeé, haciéndole reír.

- Me encanta como suena eso.

Dejé el itinerario a un lado, y me lancé sobre él, haciéndole reír incluso más, abrazándole, apoyando la cabeza sobre su pecho. Su risa se detuvo, acarició mi cabeza y nos quedamos en silencio por un rato.

- ¿en qué piensas? – quise saber, rompiendo el silencio. Sonrió, besando mi cabeza antes de contestar.

- En esto – contestó – mi vida es un caos ahora mismo, princesa.

- Sé que es peligrosa – le dije – sé que en cualquier momento ...

- Cuando empecé a vender droga no me importaba estar en riesgo cada día – contestó – me daba igual que me metiesen en la cárcel o aparecer muerto en una cuneta. Pero ahora... ahora tengo algo que perder.

- Quizás... - comencé, levantando la cabeza, apoyando la barbilla en su pecho, observándole - ... quizás deberías pensar en cambiar de trabajo – sonrió, divertido.

- Sólo tengo el graduado escolar – se quejó – y sólo porque me lo saqué en la cárcel. Nunca he trabajado de otra cosa y no sé hacer nada más, Leo.

- Sí que sabes – corregí, me miró, extrañado – eres un verdadero genio en el baloncesto, en la feria las encestaste todas – rompió a reír, sin poder evitarlo – quizás podrías hacer algo relacionado con el deporte – insistí, me observó, sin perder el hilo de lo que decía, sin que pasase desapercibido mi entusiasmo – hay miles de empleos a los que podrías dedicarte, entrenador personal, por ejemplo – me agarró de la barbilla, atrayendo mi rostro al suyo, besándome después.

- Haces que todo parezca fácil – me dijo, entre besos – podría ser piloto de carreras sólo si te escucho decirlo – añadió – Te quiero, nena.

- Háblame sobre la cárcel – pedí, acariciando su mejilla con la yema de mis dedos. Sonrió, mientras sujetaba un par de mechones de mi cabello detrás de mi oreja - ¿por qué te detuvieron?

- Le di una paliza a un tío – contestó, sorprendiéndome. Siempre pensé que fue algo relacionado con las drogas – sólo tenía 18 años, así que fue difícil, pero hice muchos amigos, y conocí al tío que me ayudó a entrar en el negocio de la droga – me quedé callada, sin saber qué decir, y él se sintió algo incómodo – deberíamos bajar, tenemos unas horas para ver la ciudad, antes del almuerzo con tu familia – asentí.

Fuimos a dar una vuelta, en la playa del Morro no nos quedamos mucho tiempo, pues hacía demasiado viento, luego fuimos a ver las Rocas de Oropesa del Mar, al Passeig del Far y terminamos en el faro, viendo el mar, justo estábamos apreciando aquellas maravillosas vistas, cuando recibí la llamada de mamá.

- Nena – me llamó – ¿dónde estáis?

- Se nos ha hecho un poco tarde – contesté, mientras el aprovechaba la ocasión para mirar los mensajes de su móvil - ¿dónde hemos quedado?

- Estamos en el restaurante La Perla Negra, te lo dije ayer – me dijo mamá – cerca de la plaza Mallorca, avísame si no sabes llegar y te mando ubicación.

- No, no te preocupes, en nada estamos ahí – colgué el teléfono y miré hacia él, lucía algo preocupado, pero en cuanto me miró se olvidó de todo – ya están allí, ¿vamos? – le lancé la mano y él la agarró en seguida - ¿se ha arreglado lo de David? – pregunté, justo cuando llegamos a los aparcamientos donde habíamos dejado el coche.

- No – contestó, abrió el auto y luego nos subimos ambos. El camino al restaurante fue incómodo, él no dijo nada, y yo no quería forzarlo. Aparcó el coche junto a la playa. Salimos del auto, cogí el bolso, y me preparé para cerrar la puerta, pero él me detuvo. Sin saber bien como estaba allí, frente a mí. Le miré con sorpresa, pero ni siquiera me dejó preguntar al respecto, caminó hacia mí, haciendo que mi espalda chocase con el coche, agarró mi barbilla y me besó, aferrándose a mis labios, con desesperación, sin darme tregua. Me agarró de la cintura, para que no pudiese ir a ninguna parte.

Me aferré a su chaqueta, pellizcándola, sin detener aquello, con ambas manos.

Me encantaban sus besos, me tele transportaban a otro lugar, no existía nada más que no fuese él y yo, incluso me hacía sentir que todo era posible si estábamos juntos.

Levanté la mano izquierda, dejándola caer sobre su mejilla, mientras las respiraciones de ambos subían, y nuestros besos comenzaban a sonar.

Se detuvo, echándose hacia atrás, retirándose un par de centímetros de mi rostro, lo suficiente para que aquello no se volviese demasiado íntimo, más porque estábamos en medio de la calle, y porque habíamos quedado con mi familia.

- Te quiero – me atreví a decirle. Sonrió, feliz con las palabras que acababa de pronunciar.

- Y yo a ti, princesa – me besó de nuevo, fue un simple pico, y luego entrelazó nuestras manos, cerrando la puerta del coche, tirando de mí hacia el restaurante.

Atravesamos la calle y entramos, sonrientes, observando a mamá y el tío al fondo, hablando animadamente sobre los pescados del día con el camarero.

- ¡Hombre! – comenzó el tío al vernos aparecer - ¡Parejita! – Charlie chochó la mano con mi tío y luego se acercó a mi madre para darle dos besos - ¿Habéis disfrutado del paseo?

- Nos ha encantado el faro – contesté, sentándome al lado de mamá, mientras Charlie se sentaba junto a mi tío, frente a mí.

La comida fue genial, empezamos a comer a las dos y media de la tarde, y terminamos a las cuatro, entre platos, postres, risas, bromas y anécdotas divertidas.

- Volverás a vernos después de este fin de semana, ¿no? – quiso saber mi tío, justo cuando paseábamos por el paseo, para bajar la comida, dando una vuelta por el lugar.

- Claro que sí – admití – quién sabe, si todo sale bien... quizás un día pueda venirme a vivir con mamá a su barco – ella sonrió, ilusionada – tengo algo de dinero ahorrado, podríamos arreglar el barco y conseguir una licencia para pasear a turistas, nos sacaríamos una pasta.

- No es mala idea – aseguraba ella – pero lo mejor será que te vengas aquí conmigo – añadió, con una gran sonrisa – Pero eso tendrá que ser después de que termines la universidad – añadió, en tono regañina – primero conviértete en una traductora interprete, y luego hablamos – rompí a reír, no pude evitarlo.

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