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40. Sentimientos.

Buenas tardes, aquí capítulo nuevo.

Espero que les guste :D

Bajé las escaleras con tanta prisa que por poco no me estampó contra el suelo. Me despedí de Lucas, quién tenía una resaca del demonio y de su padre, que le echaba la bronca al respecto.

- ¿A dónde va con esas prisas? – preguntó hacia su hijo.

- Ha quedado con un chico – contestó este, sorprendiendo a su progenitor.

Sonreí como una idiota, al verle allí, en el Ferrari de su amigo, esperando a que entrase. Lo hice sin hacerle esperar demasiado, y él puso rumbo hacia lo desconocido.

- ¿A qué vienen esas prisas? – me quejé, cuando metió cuarta sin haber entrado en la autopista – Charlie...

- Tengo una sorpresa – me dijo, entrando en la autopista, un rato después. Puso música y bajó la capota, por lo que estuve cantando durante todo el camino, con él mirándome divertido a cada rato, cantando las partes de algunas que se sabía, conmigo.

Paramos en Teruel a estirar las piernas, comimos algo y luego seguimos con nuestra ruta, conmigo a cada rato, preguntando un persistente "¿Falta mucho?"

Nos perdimos y tiramos por otro lugar, y en unas siete horas llegamos a nuestro destino. Yo estaba exhausta cuando llegamos a Oropesa. Aparcó en doble fila, en la calle San Isidro y yo me bajé para vomitar, tantas horas de viaje me tenía el estómago revuelto. Bueno eso, y la de porquerías que comí por el camino.

- Es aquí – dijo, bajándose del coche, dejando los intermitentes puestos. Tenía que ser una broma, no podía ser que hubiésemos hecho todo aquel camino para ver una casa vieja que parecía a punto de caerse. Llamó al timbre, apareció una mujer, con rulos en la cabeza, y pintas de pueblerina – disculpe, señora. Estoy buscando a Saturnino Arias, ¿es aquí?

- ¡Saturnino! – gritó la mujer, mirando hacia el interior de la casa – Te buscan.

- Buenas tardes – nos saludó el hombre, indicándole a la mujer que entrase en la casa, que se ocupaba él - ¿me buscaban?

- Verá señor, Arias. Quería presentarle a Leonor de Silba – el hombre palideció – su sobrina – su sonrisa se hizo partícipe al ver mi cara de incredulidad.

- Leonor – me llamó – eras una niña cuando te vi por primera vez – aseguró. Hice memoria, lo intenté con todas mis fuerzas, pero no podía recordarlo – estaba enfermo, ¿sabes?

Lo recordé entonces, mamá llegó hasta el coche, después de un día inolvidable en la feria, tirando de mi mano.

- Quiero presentarte a una persona que tiene muchas ganas de conocerte, Leonor – aseguraba mamá, mientras yo la observaba, sin comprender. Abrió la puerta del copiloto, observando allí a su hermano – él es Satur, tu tío.

- Leonor – me llamó – eres una niña muy guapa – sonreí, porque me gustaba su forma de hablar – y muy lista, según dicen ¿no? – se detuvo entonces, tosiendo un poco, mirándome de nuevo – estoy enfermo, ¿sabes?

- Sí – contesté, sonriéndole como entonces – soy una chica muy lista, según dicen – ensanchó la sonrisa cuando se percató de que le recordaba, y me abrazó justo después.

- ¿Dónde está ella? – preguntó Charlie a mi lado, haciendo que el hombre se separase y le observase, algo intimidado – no pasa nada – contestó él – Leonor sólo quería encontrar a su madre, nada más.

- ¿Quién eres tú? – quiso saber, aún con desconfianza.

- Es mi chico – añadí, entrelazando mis dedos con los suyos, ladeando la cabeza para mirarle. Ambos sonreímos, porque eso era justo lo que éramos.

- Está en el puerto, vive allí – admitió mi tío – un velero con una bandera verde, llamado Leonor. Allí vive – sonreí, al escuchar el nombre del barco – Ella va a alegrarse mucho de verte.

Charlie me agarró de la mano, tirando de mí hacia el coche, condujo hasta el puerto, dejó este aparcado en los aparcamientos y nos bajamos del auto.

- Quizás deberías ir sola – sugirió. Negué con la cabeza.

- Quiero hacer esto contigo – asintió, despacio, dejando un beso sobre mi frente, agarrándome de la mano después, más que dispuesto a emprender la marcha, pero tiré de él, obligándole a mirarme – gracias por todo esto, Charlie

- No tienes por qué dármelas – contestó. Me acerqué a él, acortando las distancias, y entonces le besé – vamos, estoy ansioso por conocerla – sonreí, mordiéndome el labio después. Tiró de mi mano hacia los pantalanes, vi el barco en cuestión en seguida, era el más antiguo y deteriorado, pero el nombre seguía intacto. Había una mujer tendiendo la colada allí, con el cabello rubio intenso, aunque ni siquiera podía verle la cara – Disculpe – llamó él, al notar el estado en el que me encontraba – estamos buscando a María de las Nieves Arias.

La mujer se dio la vuelta, y entonces la reconocí, era ella. Tenía esos ojos que me calmaban cuando miraba hacia ellos, y cuando escuché su voz sentí que era la misma que me cantaba canciones de cuna cuando era niña.

- ¿Quién la busca? – preguntó, con cara de pocos amigos. Él sonrió, con calma, apretando mi mano, para darme fuerzas.

- Verá, señora, venimos desde Madrid y ...

- Mamá, soy Leonor – intervine, sin apenas saber cómo. Su rostro fue cambiando, pasó de la sorpresa a la angustia y de ahí a la alegría, y entonces dejó caer la ropa al suelo, subió las escaleras, saltó la barandilla y corrió hasta mí, con lágrimas en los ojos.

- Leonor – me llamó, agarrándome del rostro con sus manos, escudriñándome con la mirada. Sus lágrimas comenzaron a salir, y me abrazó, con fuerza, mientras que Charlie me soltaba, dándonos un poco de espacio – Mi niña, mi niña – ella no podía creerse que estuviese allí – mi preciosa niña. Siempre esperé que un día vinieras a buscarme – aseguró, entre sollozos, sin poder soltarse aún – porque siempre fuiste una niña tan lista, y sabía que después de conocer a Sátur atarías cabos – besó toda mi cara, y volvió a abrazarme, mientras yo sólo podía sonreír, mirando de reojo hacia el hombre que lo había hecho posible – mi pequeña. Pero ... cuéntame sobre ti – rogó, limpiándose las lágrimas, aclarando su garganta, para luego hacernos pasar a su casa – entrad, disculpad este desorden, pero no esperaba visita – no me gustaban las condiciones en las que ella vivía, sabía que en cuanto pudiese haría algo para remediar aquello. Nos sentamos en el camarote, donde olía a rancio. Ella abrió las ventanas, y volvió a mi lado, sentándose junto a mí, mientras Charlie se daba una vuelta por cubierta - ¿es tu novio? – quiso saber. Sonreí, girando la cabeza para observarle, lucía nervioso – es muy guapo. Pero no se parece en nada a tu padre.

- En nada – corroboré, ambas rompimos a reír.

- A lo que me refería es a que no parece un tipo con pasta – añadió. Sonreí, divertida.

- No lo es – contesté.

- Tu padre habrá puesto el grito en el cielo – aseguró. Volví a reír, mordiéndome el labio antes de contestar.

- No lo sabe – ella se sorprendió al respecto – papá y yo nos hemos distanciado un poco. Es demasiado ... controlador – me quejé.

- ¿A qué se dedica? – quiso saber ella, mirando hacia Charlie.

- Oh, es algo complicado – contesté – su trabajo no es algo muy legal – ella sonrió, ante mi sorpresa.

- Lo que yo hago tampoco – contestó – vender tabaco ilegal a los turistas – el miró hacia nosotras, saludando a mi madre con la mano, sonriendo hacia mí – parece un buen chico. ¿Vais a quedaros el fin de semana? Porque si es así, podríamos organizar algo, podríamos...

- Sinceramente no tengo ni idea – contesté, sorprendiéndola – ni siquiera sabía que veníamos, él quería sorprenderme – Ella sonrió.

- ¿Qué es de tu vida? – insistió.

- Estoy estudiando la carrera de interpretación y traducción – contesté, diciéndola al revés, por los nervios – tuve que saltarme tres cursos, estoy en tercero, porque me aburría muchísimo en primero – sonrió – mi mejor amigo se llama Lucas, y está un poco loco. Papá se casó y mi hermanastro es un capullo. Tuve algunos problemas por su culpa, pero todo está bien ahora – volví a mirar por el rabillo del ojo hacia Charlie.

- Se te ve feliz con él – insistió, asentí.

- Él me hace muy feliz – aseguré

- ¿Cuánto tiempo lleváis juntos? – quiso saber. Pensé en ello.

- Pues poco, no más de tres meses.

- Estáis por el principio – reconoció, con una sonrisa ilusionada en su rostro – disfruta mucho de estos momentos, Leonor. El principio de una relación es lo más bonito, es cuando comienzas a enamorarte y a ...

- Siento interrumpir – dijo Charlie, haciendo que ambas mirásemos hacia él – tenemos que irnos al hotel, si quieres puedo ir yo, dejar nuestras cosas y ...

- ¿En qué hotel os quedáis? – quiso saber mamá

- En el Koral – contestó él.

- Voy a ir con él – admití, poniéndome en pie, mamá asintió, agarrando mis manos, volviendo a abrazarme, sin poder creer aún que me encontrase allí – podemos ir a cenar luego, dile al tío que venga y ... - ella sonrió, agradecida.

Charlie agarró mi mano, tirando de mí hacia los aparcamientos, mientras yo observaba a mamá, despidiéndonos con la mano, con una sonrisa en su rostro. Aún no podía creerme que estuviese allí, haberla encontrado, después de tanto tiempo.

- ¿Te ha gustado la sorpresa? – quiso saber, de camino hacia el hotel. Sonreí, girando la cabeza para mirarle.

- Me ha encantado – contesté, sonrió.

Aparcamos el coche en el subterráneo. Abrió el maletero y sacó una maleta, junto a algunas bolsas más. Le miré sin comprender, pero ni dije nada.

Nos registramos en el hotel, y subimos a nuestra habitación, mientras yo me quejaba por el camino, quería que pagásemos a medias, pero él insistía en que ya lo había pagado todo, y que no iba a decirme lo que le había costado.

- Debiste haberme avisado de que veníamos – me quejé, justo cuando dejó las maletas sobre la cama – me habría traído algo de ropa.

- Yo la he traído por ti – aseguró, abriendo la bolsa de el corte inglés, sacando un conjunto de lencería del interior - ¿te gusta? Pruébatelo luego, lo elegí un poco a ojo. La chica de la tienda insistía en probárselo para que viese como quedaba puesto – rompió a reír al ver mi cara – estaba bromeando, Leo.

- Puedo probármelo para enseñarte como queda puesto – sonrió, mordiéndose el labio inferior, más que tentado de aceptar esa oferta.

- Esa idea me gusta más – abrí otra de las bolsas, observando un vestido blanco con flores amarillas y azules, era precioso – Lo vi y pensé en ti – declaró.

- Me encanta – aseguré, sacándole de la bolsa, mientras él sonreía.

- También he comprado... - metió la mano en una bolsa negra, sacando de ella un extraño aparato que parecía un supositorio del tamaño del dedo pulgar - ... esto.

- ¿Qué es esto? – quise saber, cogiéndolo entre mis manos, observando como tenía un pequeño cordón en la parte de abajo. Comenzó a vibrar en mi mano, asustándome, haciéndole sonreír.

- Es para jugar – contestó, en modo seductor. Empecé a atar cabos en seguida, donde se colocaba esa cosa, y lo mucho que iba a vibrar allí donde la pusiese.

- Ya me parecía a mí que estabas siendo demasiado... normal – rompió a reír, aferrándose a mi cintura, acercándose a mi boca después, besándome levemente.

- Lo normal es aburrido – contestó, volví a besarle, dejándome llevar por aquello, hasta que él apoyó su frente sobre la mía – duchémonos y demos una vuelta antes de ir a cenar con tu familia – pidió.

- Charlie – le llamé, justo cuando iba a apartarse. Le agarré del rostro con ambas manos – si sigues tratándome así... terminaré enamorándome de ti – me quejé, sonrió entonces, agarrando mis manos entre las suyas, besándolas después.

- Entonces hazlo – contestó – enamórate, porque no voy a parar – tiró de mí hacia el cuarto de baño – no seas traviesa – se quejó, cuando comencé a subir su camiseta.

- ¿Por qué no? – pregunté, haciéndole sonreír, con chulería. Me quitó el vestido, dejándome en ropa interior. Me eché hacia atrás, mordiéndome el labio, lamiéndolo después, mientras a él se le hacía la boca agua. Me quité el sujetador, dejándole caer al suelo, los zapatos, y las bragas, dándole la espalda, abriendo el grifo de la ducha.

Se metió en la bañera detrás de mí. El agua caía sobre mi cabeza, justo cuando él me agarró de la nuca, atrayéndome hasta él, besándome con desesperación, encendiéndome de golpe. Ambos gemimos sobre la boca del otro, incapaz de detener aquello. Levantó mi pierna, ayudándose con la otra mano a entrar dentro de mí, sin dejar de observarme, gimiendo al mismo tiempo que lo hacía yo. Subió la mano, aferrándose a mi trasero, mientras yo entrelazaba la pierna a su cintura, y él volvió a apretarme contra sí.

Me secaba el cabello con la toalla, con una tonta sonrisa en el rostro, mientras él se afeitaba la barba y me miraba de reojo de vez en cuando.

Se secó con la toalla, justo después de haber terminado, y miró hacia mí, que en aquel momento me echaba las cremas. Me agarró de la cintura sin previo aviso, y me acercó a él. Me quejé al respecto, por supuesto, con las manos levantadas y manchadas de crema. Y él sólo me observó, con cierto brillo en los ojos. Sonreí, sin poder evitarlo, y entonces me fijé en su rostro.

- Estás raro sin barba – me quejé. Sonrió. Llevé la mano derecha a su mejilla, llenándola de crema, notando su suavidad – parece el culito de un bebé... - soltó una breve risilla, y luego acercó su rostro al mío un poco más. Le aparté, echándome hacia atrás, haciéndole la cobra, mientras él rompía a reír – pareces un niño.

- Así que he dejado de gustarte ahora que no tengo barba ¿no? – se quejó, me mordí el labio, divertida, mientras él volvía a sujetarme de la cintura, atrayéndome de nuevo a él – vas a fliparlo luego, cuando te coma el coño y no te pinche con mi... - le besé entonces, apasionadamente. Y fue raro, porque ya no me pinchaba y sobre todo porque su piel tenía cierto olor a espuma de afeitar.

Ya no tenía ninguna duda sobre qué era lo que sentía por él, pero sí tenía miedo, mucho miedo. Sobre todo, porque su trabajo era peligroso y en cualquier momento podría perderle.

- Eres una chica perversa – comenzó, mientras me subía al mueble del lavabo, acercando su boca a la mía para besarme, de nuevo. Se detuvo, rozando mis labios, haciendo que me faltase el aliento – yo quería pasear contigo por el lugar, pero ... no me estás dejando alternativa – volviendo a besarme apasionadamente. Agarré su barbilla, y observé su rostro, justo por el lugar por el que había estado su barba con anterioridad.

- Quiero ... - comencé, echándome hacia atrás sobre el mueble de material, chocándome contra la pared, apoyando los talones en él, mientras él se mordía el labio, altamente interesado en escuchar mi petición - ... probarlo ahora – abrí las piernas, enseñándole mi sexo. Sonrió, con chulería, abriendo luego la boca con deseo.

Acercó su boca a mi sexo, sin perder el contacto visual, mirando un momento hacia él, comenzando a besarlo despacio, metiendo levemente los labios entre mis pliegues, abriéndose paso, mientras yo no perdía detalle de sus movimientos, abriendo la boca poco a poco, con deseo, emitiendo un prologado gemido cuando su lengua rozó mi punto más frágil.

- Charlie – le llamé, justo cuando sus dientes cazaron ese botón, comenzando a lamerlo con la lengua, haciéndome disfrutar como nunca. Sus ojos me miraron, quedándose ahí, mientras yo clavaba mis uñas en la superficie que tenía debajo, y comenzaba a dejar que los pies se resbalasen.

Me agarró de la cintura, atrayéndome a su boca, colocando mis pies sobre sus hombros, flexionando mis rodillas.

Soltó mi botón, y empezó a pasar su lengua en círculos, pasando de vez en cuando por ese punto, volviéndome aún más impaciente. Me estaba volviendo loca y no quería que se detuviese jamás.

Un gemido gutural salió de su garganta, justo cuando metió dos dedos dentro de mí, comprobando que estaba muy mojada.

Se detuvo entonces, levantó el rostro, con su barbilla y boca chorreando, y miró a mí divertido.

- ¿Qué? – pregunté, pues aquella mirada pilla sólo quería decir una cosa, quería hacer travesuras.

- Espera aquí – se marchó a la habitación, mientras yo me quedaba mirando hacia ese punto, sin comprender, aún abierta de piernas, en la misma posición, con las piernas colgando. Apareció tan sólo un par de minutos después con algo en la mano. Volvió a acercarse a mí, pero yo no entendía nada.

- ¿Qué...? – comencé, pero me detuve tan pronto como él metió ese pequeño aparatito en mi vagina, junto a su dedo, asegurándose de que entrase hasta el fondo, y luego volvió a mirarme de esa forma pilla, mordiéndose el labio, apretando el mando. Aquello empezó a vibrar en mi interior, creando miles de sensaciones, breves calambres que me recorrían entera y me ponían aún más a tono.

Volvió a colocarse en la misma posición, volviendo a hundir su boca en mi sexo, lamiéndome de esa forma que me volvía loca, intensificando mucho más la sensación que ya me proporcionaba ese aparato del demonio.

- ¡Joder, Charlie! – vociferé, en aquel baño, entre gemidos y los gruñidos que él emitía. Apreté la cabeza contra el espejo, cerrando los ojos, girando la cabeza a un lado, mientras mi cuerpo se dejaba ir, sintiendo aquella tremenda oleada de sensaciones, estallando en mil pedazos. - ¡Ahhh! – un prolongado gemido se escuchó en el lugar, y él levantó el rostro, con una gran sonrisa.

Volví a mirar hacia él, justo cuando metía los dedos en mi interior, agarrando la cuerda, sacando aquel artilugio de mi interior, con una mirada maliciosa.

- Ven – me llamó, tirando de mi mano, bajándome, lo que fue difícil, porque me sentía como un plan, parecía que iba a deshacerme de un momento a otro. Me empujó sobre la cama, así que caí de espaldas, mirándole sin comprender, pero no se hizo esperar, se posicionó sobre mí, sonriendo maliciosamente, de nuevo.

- Charlie, ¿qué...? – levantó en alto aquel pequeño aparato, sujetándole de la cuerda.

- Ahora vamos a cambiar los papeles – aseguró, acercando este a mi clítoris, volviendo a darme placer, de nuevo, mientras él se mordía el labio, propinándome la primera embestida – esto te acaricia mientras yo te follo – sonreí, con muchas ganas de seguir haciendo aquello.

Pronto nos olvidamos de aquel pequeño vibrador, que calló por algún lugar de la cama, y nos centramos en él y yo, nada más. Yo estaba exhausta, pero su mirada me activaba de forma inigualable.

- ¡Joder! Estás tan húmeda – se quejaba él, apoyando su frente contra la mía – mira – ambos mirábamos hacia abajo, observando como él la sacaba, y volvía a meterla, sin ningún tipo de obstáculo – entra sola.

- No pares – supliqué, con la voz marcada por el deseo. Sus dientes mordisquearon mis pezones, poniéndolos duros, y luego se centró en mi boca, desesperado, clavándome a la cama con su miembro, dándome cada vez más fuerte, llegando al más pleno éxtasis sobre mí.

Se tumbó a mi lado, muerto, girando la cabeza para mirarme. Ambos sonreímos, como dos idiotas.

Me recosté sobre el lado, sin dejar de mirarle, mientras sentía como su semen salía de mí, manchando la cama, pero eso no era importante en ese momento.

Levanté la mano, acariciando su barbilla después, sus labios, sin poder evitar volver a sonreír.

- Charlie... – le llamé, con las palabras amontonadas en mi cabeza, sin saber cómo ordenarlas para decirlas. Apoyó su mano sobre la mía, que aún descansaba en sus labios, besándola.

- No tengas miedo de decirlo, princesa – me dijo, apoyando el brazo sobre la cama, al mismo tiempo que lo hacía yo, con ambas cabezas apoyadas sobre el brazo, uniendo nuestras manos al encontrarse – yo sé lo que sientes – añadió, mientras mi mano caía en la cama, y la suya acariciaba mi mejilla, con el dorso de los dedos – es lo mismo que siento yo... - se escurrió por la cama, mientras su mano abrazaba la mía, y se detuvo a escasos centímetros de mi rostro – me quieres ¿no? – no dije nada, sólo le observé, mientras él sonreía - ¿sabes cuál fue la última vez que le dije te quiero a una mujer?

- Tu madre – contesté. Él asintió, despacio – Ella es la única mujer a la que le has dicho te quiero – adiviné.

- Eso es porque después de ella no ha habido nadie más, Leo – sonreí, empezando a entenderlo. - Pero ahora si lo hay, ¿no? Te quiero – me dijo, mientras yo sonreía, volviendo a acariciar sus labios, besándolos después.

- No te da miedo decirlo – sonrió, sin decir nada – yo estoy aterrada, Charlie...

- No tengas miedo, princesa – contestó – ya lo sientes, ¿por qué no decir algo cuando lo sientes? No hace falta que sea ahora, esto no es un concurso, ni yo me voy a enfadar porque no puedas decirlo, nena – sonreí, volviendo a besarle, aferrándome a sus labios, porque cada minuto que estaba con él sólo me daba cuenta de que lo que sentía por él era incluso más grande que un simple "te quiero"

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