30. Adiós, adiós.
Aún no podía creerme que estuviese allí, siendo arrastrada por Lucas, con aquel vestido rojo bien escotado y ajustado, y el cabello recogido en un moño alto.
"No puedes irte sin despedirte" – había dicho, para luego insistir una y otra vez en que debíamos ir al club como despedida. Sandra también estaba allí, aunque faltaban los demás, pero estaban ocupados con sus cosas.
- ¿Has hablado con el chico pobre? – preguntó Sandra, refiriéndose a Samuel. Negué con la cabeza - ¿no sabes qué te vas?
- Vamos a bailar – me dijo Lucas, tirando de mí hacia la pista, poniendo caras extrañas, para hacerme reír, pero ni siquiera eso podía lograrlo. No podía dejar de pensar en Charlie.
¿Qué me estaba ocurriendo? Tampoco es cómo si él y yo fuésemos algo. Ya me había quedado claro, no éramos nada. Pero esa sensación seguía dentro, y parecía no querer irse a ninguna parte.
Me abracé a mi amigo, sintiendo ese enorme nudo en mi pecho, aferrándome a su espalda, cerrando los ojos, recordando la primera vez que hablé con él en el club de tenis, aquella vez en mi casa cuando le pedí que fuese el chico con el que perder la virginidad, y de nuevo en la sala west. Yo había querido seducirle desde el principio, y él sólo se resistió ... ¿Por qué había terminado cediendo al final?
"Llevo queriendo hacer esto desde hace mucho tiempo" – su frase vino a mi cabeza. ¿Desde hace cuánto tiempo? ¿y por qué no lo hizo si tenía ganas? ¿Por qué nunca me dijo que me deseaba?
Estaba tan frustrada, y lo peor era sentir como él me tiraba lejos para que me fuese con otro, como si no le importase en lo absoluto.
"Solo es sexo" – resonó en mi mente – Él mismo te lo ha dicho, así que olvídate de todo esto de una vez.
- Lárgate, Lucas – dijo una voz, justo detrás de mí, haciéndome salir de mis pensamientos. Me tersé en seguida, sin tan siquiera poder moverme – Así que... - apoyó la barbilla en mi hombro, para luego acariciar mi brazo, con la yema de los dedos - ... estabas pensando en irte... sin despedirte ¿no?
- Déjala en paz, David – le dijo mi mejor amigo.
- No te metas en esto, tío – insistió – esto es algo entre Leo y yo, ¿verdad, hermanita?
- Déjanos, Lucas – pedí hacia él, porque no quería que se involucrase en todo aquello - ¿qué quieres, David? – se posicionó delante de mí, empujando a Lucas, haciendo que este le mirase con cara de malas pulgas, marchándose sin más.
- Ya sabes qué es lo que quiero – contestó, mientras miraba hacia mis labios – quiero una buena mamada, Leo.
- Eres asqueroso – espeté, soltándome de él, caminando hacia la puerta, pero me detuvo antes de haber llegado.
- Un pajarito me ha dicho que te vas de la ciudad – miré hacia él, atemorizada – así que quiero despedirme de ti apropiadamente. ¿Me sigues? – levantó la mano para que la agarrase, ni siquiera le hice caso - ¿Sabes que el padre de tu novio va a salir bajo la condicional la semana que viene? – instó. Le miré, atónita – Adivina ¿quién lo ha hecho posible?
- ¿Qué quieres, David?
- Quiero tu boca alrededor de mi polla – insistió, el muy pesado – esos labios tuyos... me vuelven loco.
- Leo – me llamó Lucas, haciendo que mi hermano le mirase con odio, estaba a punto de decir algo, cuando mi amigo habló – Samuel está de camino... - David levantó las manos, haciéndose el inocente – así que será mejor que ...
- Ya me voy – contestó el otro. Me dejé caer sobre la pared, observando el guarda ropa desde allí. Había una chica gimiendo, podía verla desde aquel punto, mientras un tipo la tomaba, contra la pared. Mi mente se fue lejos un momento, recordando algo que me hacía daño.
- ¿Por qué has llamado a Samuel? – pregunté hacia Lucas – yo no quiero volver con él – espeté, haciendo que me mirase, sin comprender.
- Sólo era un farol – me calmó. Sonreí, agradecida, justo cuando él me abrazaba, dándome un cálido beso en la frente – vamos, te llevo a casa.
Lucas puso algo de música por el camino, era una balada preciosa, pero yo no podía dejar de mirar por la ventanilla, derramando lágrimas silenciosas, con el corazón encogido.
Mi teléfono comenzó a sonar, pero no lo cogí, no quería hablar con Charlie. Él muy insistente lo intentó por tres veces más. Pero la cuarta no era él, si no Deb.
Me limpié las lágrimas, pensando en qué quizás me había dejado algo en la casa, quizás...
- Dime qué coño está pasando – dijo la voz de Charlie al otro lado de la línea, haciéndome perder el hilo de mis pensamientos – Te llamo y no lo coges, pero si te llama Deb ¿sí? – no dije nada, no podía, en aquel momento sentía que mi pecho iba a estallar – Explícame qué es eso de que te vas el lunes, se supone que ibas a volver con Samuel, así que dime qué...
- ¿Se supone? – me quejé, más alto de la cuenta, haciendo que Lucas bajase la radio y mirase hacia mí, sorprendido – ¡Tú lo supusiste! – grité, fuera de mí, estaba histérica, sólo quería gritar, quería escapar de mi cuerpo y huir lejos – Me echaste lejos, y ... - me detuve, incapaz de continuar, colgando el teléfono.
Charlie.
Devolví el teléfono a Deb y apreté los dientes, molesto, ignorando las palabras de la muchacha, en la que me preguntaba si las cosas iban bien. Subí hasta la planta de arriba, encerrándome en mi despacho, pensando en ese estriptis que me hizo allí.
¿Por qué cojones estaba haciendo aquello? ¿Por qué tenía que alejarla lejos de mí? ¿Lanzarla a los brazos de mi hermano? Joder, sólo quería aferrarme a ella y no mirar atrás.
Tiré de la palanca para abrir la cama, y me tumbé sobre ella, molesto, apoyando el dorso de la mano sobre mi frente, cerrando los ojos, recordando aquella vez, cuando ella me suplicó que fuese el primer hombre en su cama. Creo que me sedujo ese día... ¿no?
No, Carlos, te sedujo el día en el que fuiste al club de tenis a colocar droga entre los deportistas.
Era cierto. Fue ese día, justo cuando la vi estrellarse contra el cristal de la puerta, al mirarme. Sonreí, divertido, añorando ese momento, en el que le obsequié con mi pañuelo e intenté ayudarla.
Por su forma de hablar, me había parecido alguien de mi edad, y me gustó en cuanto la vi. Tenía pensado seducirla y pedirle una cita, pero llegó David, asegurando que era su hermana, y todas mis esperanzas cayeron en picado.
No quiero que se vaya – retumbó en mi cabeza.
Quizás Samuel pueda hacer que se quede – dijo otra voz en mi mente.
Si Samuel no puede hacerlo... lo haré yo.
Leo
El lunes tuvimos el examen, me salió genial, a pesar de que apenas lo había leído. Atender en clase a veces tiene su recompensa.
Aligeré la marcha al salir de la universidad, mientras Lucas me detenía, al darnos cuenta de que Samuel caminaba hacia nosotros.
- Tienes que hablar con él, Leo – insistió mi amigo, dejándonos a solas.
- Leo – me llamó él. Me detuve, incapaz de darme la vuelta – Charlie me ha dicho que vas a irte de la ciudad hoy – me dijo, alarmado - ¿qué es lo que pasa? ¿Es David?
- Él quería que me detuvieras – me percaté, sin tan siquiera contestarle, comenzando a darme la vuelta, mostrándole mis grandes ojeras, y mi rostro hinchado.
- Leo... ¿qué...?
- Seamos amigos – rogué, asintió, despacio, algo dolido con mi petición – Eres un buen chico, Samuel – le dije, acariciando su mejilla, por inercia, besando luego ese punto, marchándome sin más, dejándole con la palabra en la boca.
- Carlos – llamó hacia su hermano – no he podido hacer nada, se irá hoy – insistió – Ella está dolida por algo, ¿sabes si David...?
- Ahora no puedo, Samuel, luego hablamos – colgó el teléfono, tirándolo contra la pared, estampándolo contra esta, haciendo que Pituca le mirase sin comprender.
- ¿Qué demonios te pasa, Charlie?
- Guárdame la mercancía para luego – pidió, poniéndose en pie, dejando la raya de coca sobre la mesa, poniéndose en pie, algo mareado, caminando con dificultad hacia la salida, mientras su socia lo observaba boquiabierta. Se agarró a la pared, agarrando entonces el teléfono de uno de los clientes del local. El hombre se quejó – guarda silencio, capullo – le dijo, para luego marcar el número de su colega – Toti, ¿estás cerca de la uni?
- La estoy siguiendo – contestó – ya sabes, para cerciorarme que David no vuelve a joder el pacto.
- Mantenme informado, a este número – pidió, para luego coger al tipo por el cuello – dame las putas llaves de tu auto, pedazo de mierda.
- ¿Qué coño estás haciendo con mis clientes, Charlie? – se quejó Pituca, observando como él cogía las llaves del tipo y salía del local, sin tan siquiera responder - ¿a dónde crees que vas? – insistía la mujer agarrándole del brazo, pero este se soltó, de malas formas – no puedes conducir así, Charlie.
- ¿Ah no? – se quejó, levantando en alto la llave, apretándola, buscando al coche al que se le encendían las luces. Era un Mercedes – Detenme – porfió, caminando hacia el auto.
- ¿Qué es lo que te pasa? – insistió la mujer, mientras él le enseñaba el dedo corazón, arrancando, dejando la rueda marcada en el asfalto, corriendo más de lo que debía, en aquel descapotable. Marcando el número de su contacto.
- ¿Dónde está? – preguntó algo ido.
- En la moraleja, en la casa de ese mariposón – contestó – te mando la ubicación.
Me despedía de Lucas, en la puerta, abrazándole, con la mochila llena de ropa y el dinero, no quería llevarme mucho más.
- Ni siquiera vas a llevarte el móvil ¿no? – preguntó, sonreí, negando con la cabeza.
- No quiero llamar a nadie cuando esté lejos, no quiero sentir la tentación de ... - dejé de hablar, tan pronto como el insistente timbre de Lucas comenzó a sonar, y alguien aporreó la puerta – Charlie – descubrí, en cuanto abrí la puerta. Él estaba agitado, tenía un tic en el labio, y las pupilas dilatadas. Estaba drogado - ¿qué...? – Lucas me animó a que saliese a hablar con él, y lo hice – así que... además de ser un camello de mierda, también te drogas ¿no? - Agarró mi rostro entre sus manos, mientras yo me echaba hacia atrás – Charlie... - acarició mis labios, despacio, cerrando los ojos, apretando mi frente contra la suya.
- Esto me está matando – aseguró, sobre mis labios. Respiré, con dificultad – pero él te necesita, Leo... - el nudo en mi estómago volvió, haciéndome daño - ... sin ti está perdido.
- No puedo hacer las cosas que los demás quieren para mí – declaré, echándome hacia atrás – sé que Samuel es un buen chico – insistí – pero me estaría engañando a mí misma si vuelvo con él... necesito irme un tiempo, alejarme de todo esto... de ti – asintió, tragando saliva.
- Me he puesto hasta el culo de coca – admitió, moviendo su boca de un lado a otro, para quitarse esa sensación de hormigueo de ella – así que deberías quedarte conmigo hasta que se me pase – sonreí, al darme cuenta de lo que pretendía.
- Vale - ¿vale? ¿en qué demonios estás pensando, Leo? – pero conduzco yo – sonrió, cediéndome la llave.
Nos sentamos en una cafetería a tomar un helado, mientras él me hablaba sobre lo difícil que había sido conducir hacia la casa de Lucas.
- No deberías haber cogido el coche si estabas tan ... - me detuve, justo cuando él limpiaba la comisura de mis labios, quitándome la nata. Agarré su mano, antes de que lo hubiese metido en su boca, llevando luego su dedo a la mía, metiéndomelo en mi boca.
- Tengo una cuñada tan sexy – admitió, negué con la cabeza.
- No soy tu cuñada – se echó a reír, dejando la cuchara sobre el plato.
Nos terminamos el helado, y le llevé a su casa, sabía que Samuel estaría preocupado y yo necesitaba irme al aeropuerto, quería pararme frente a las pantallas, y comprar el billete del lugar que llamase mi atención.
Nos sonreímos el uno al otro, frente a su puerta.
- ¿De verdad vas a irte? – insistió, sonreí, bajando la cabeza, al mismo tiempo que lo hacía él – si no fueras la chica de mi hermano...
- Gracias por todo lo que has hecho por mí, Charlie – agradecí, levantando la vista para observarle.
- Fue por ti – le miré, sin comprender a lo que se refería – la razón por la que me he puesto hasta el culo de coca – declaró. No sabía que decir.
- ¿Sólo es sexo? – pregunté – Esto entre tú y yo...
- No – y esa fue su única respuesta, sin explicación alguna – Si te pido que te quedes... ¿te quedarías?
- ¿Por qué me quedaría al lado del hombre que me ha lanzado a los brazos de su hermano? – apoyó las manos en mis mejillas, e hizo fricción, altamente aterrado con todo aquello, apretó su rostro contra el mío - Charlie...
- Perdóname – suplicó, echando su aliento sobre mi boca – soy tan idiota, tan ... no quiero que te vayas – dijo al fin, entre susurros.
- No me hagas esto – me quejé.
- No puedo dejarte ir – insistió – entregarte a mi hermano es una cosa, aceptar que ni siquiera pueda verte por casualidad, eso no ... no quiero, princesa – nuestros labios se encontraron, sin apenas darse cuenta de ello, aferrándonos el uno al otro.
- Entonces vente conmigo – contesté, en cuanto hube recuperado el aliento – ven y dime qué es lo que hay entre tú y yo.
- No puedo – admitió – tengo cosas que hacer aquí, Leo. Tengo trabajo, mi hermano, mi padre... ¿A dónde irás? Al menos dime eso.
- A las islas Canarias – contesté – dicen que Tenerife es muy bonita – él volvió a besarme, aferrándome a él, incapaz de dejarme ir.
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