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3. La gran pillada. CORREGIDO

Buenas tardes, disculpen las molestias, pero he Editado toda la historia, a lo largo de los próximos días, iré Editando todos y cada uno de los capítulos. No me maten. Pero era más que necesario para lo que se avecina.

Leo.

Caminaba calle abajo, en aquella fría noche, con las manos metidas en la sudadera, aligerando la marcha por aquella solitaria urbanización, sin poder quitarme la sensación de asco de mi interior. Por más que refregué la esponja por la piel para quitar la sensación del toque de sus manos, fue en vano, aún las sentía, asqueada, creando en mí aquella desagradable sensación.

Me sentía ultrajada y sucia, pero no podía pararme a pensar en ninguna solución, la única en la que me sentiría a salvo esa noche era marcharme de casa.

Eché una leve ojeada a la solitaria calle, deteniendo la vista en un coche algo desaliñado, un Ford Anglía blanco con las luces encendidas. Ni siquiera podía descubrir quién estaba dentro, estaba muy oscuro, aligeré un poco más la marcha, y me detuve en el número correcto, sacando el móvil para indicarle a mi mejor amigo que estaba abajo.

- ¿Qué ha pasado? – preguntó, preocupado.

- No quiero hablar de eso – me quejé, entrando en la casa, saludando al señor Guta que estaba en el salón.

- ¿Te ha traído alguien? – quiso saber Lucas, negué con la cabeza, mirándole sin comprender, mientras él seguía con la mirada fija en el coche que había detenido frente a su puerta – Ese coche me da escalofríos.

- ¿Vais a estudiar? – preguntó su padre cuando nos detuvimos en las escaleras que daban a la planta de arriba, su hijo asintió – no os quedéis hasta muy tarde.

- Mañana no hay clase – se quejó su hijo, para luego agarrar mi mano y tirar de mí hacia la planta de arriba - ¿no quieres hablar sobre ello? – negué con la cabeza, dejando la mochila sobre el suelo, quitándome los zapatos y metiéndome en la cama - ¿vas a dormir así? – no contesté, y él se encogió de hombros – ¿Tan cansada estás? – más silencio por mi parte. Cerró la puerta de su habitación, se quitó las zapatillas, y se metió en la cama, junto a mí, que tenía las manos delante de mí, aferrándome a las mangas de mi sudadera, con la mirada perdida, mirando hacia la nada – te dije que te quedaras aquí... - una fina lágrima recorrió mi rostro de porcelana, preocupándole – Leo...

- Cuéntame algo agradable – pedí, intentando calmarme. Asintió, acariciando mi rostro, limpiando mis lágrimas, para luego dejarla caer sobre mis manos, aferrándose a ellas – Lucas...

- Shhh – me hizo callar - ¿te acuerdas de cuando fuimos a la inauguración de la sala west?

- No quiero hablar de esa mierda – me quejé, dándome la vuelta. Me abrazó por detrás, intentando calmarme.

- Él estaba allí anoche – me giré de nuevo, mirándole sin comprender. Necesitaba que se explicase, no podía ser que él mal nacido con el que perdí la virginidad hubiese vuelto a la ciudad. Él negó con la cabeza, como si me hubiese leído la mente – no hablo de ese capullo. Hablo del camello.

- ¿Qué camello? – no entendía nada. ¿A qué demonios se estaba refiriendo?

- Del tipo que te gustaba – insistió. Volví a perderme – Espera – se percató - ¿no te acuerdas?

- ¿De qué coño tengo que acordarme? – me quejé, sentándome en la cama, haciendo que él repitiese mis pasos.

- ¿De verdad que no te acuerdas? – me estaba desesperando por momentos, iba a mandarle a la mierda, os lo aseguro.

- ¡Lucas! – me quejé – suéltalo de una vez.

- El tipo que te gustaba – me quedé igual y él continuó – esa noche estabas como loca, no dejabas de decir que querías tirártelo, que querías que fuese el primero. Estabas borracha, pero... joder, ¿no te acuerdas?

- Carlos – recordé. Recordaba a Carlos, aunque por alguna razón no podía recordar que aspecto tenía. Sonreí, pensar en él me traía paz - ¿sabes? La primera vez que le vi me quedé tan terriblemente afectada que me estampé contra una puerta de cristal – ambos rompimos a reír. A él le encantaba aquella historia, de mí misma con la nariz rota, con sangre por toda la cara, terriblemente avergonzada.

- Estabas obsesionada con él – se quejó – no dejabas de hablar de lo perfecto que era, te flipaste demasiado, sólo tenías dieciséis, pero ... - volví a reír, porque tenía razón.

- Es que era perfecto – me quejé – pero inalcanzable para mí – sonreí, al recordarle mirándome de reojo cuando me preparaba para ir al club a entrenar, en tantas ocasiones, cuando él jugaba a la play en el sofá de casa, con mi hermano – Era uno de los amigos de mi hermano.

- ¿No te acuerdas de lo que pasó en la sala West? – volví a enfadarme, ¿por qué tenía que sacar ese tema cuando de nuevo estaba olvidándome de esa mierda? – no hablo del capullo ese. Sergio nos dijo que le conocía, que era su camello y tú le pediste el número – le miré con incredulidad, ¿de qué coño estaba hablando? – le enviaste varios mensajes calientes.

- ¿Qué hice qué? – pregunté, histérica - ¡No me acuerdo de una mierda!

- Pues lo hiciste, joder, estabas demasiado caliente esa noche – me reí, divertida, pero perdí la sonrisa al recordar lo que sucedió después – Bueno, pues ahora que te has acordado más o menos de él... estaba allí anoche.

- ¿Carlos? – mi amigo asintió, mientras yo me quedaba sin palabras. Había mucha gente anoche en la discoteca, pero no recuerdo haberle visto por ninguna parte.

- Alias Charlie – volví la cabeza hacia él, haciéndome daño en el cuello por mi dramatismo – así le llaman en la calle – mi cabeza intentaba reaccionar, pero yo sólo podía pensar en la sensación que tuve en la barra cuando ese chico sexy se me acercó y yo pasé de él – estaba en la barra cerca de nosotros, habló contigo, os vi cuando me iba con Edu – abrí la boca, sin poder dar crédito.

Dejé de escuchar a mi mejor amigo, y mi mente se fue a ese día, a la noche anterior, cuando me preguntó que si me acordaba de él. No lo hizo para ligar conmigo. Me mordí el labio inferior, nerviosa, sintiendo como me quedaba sin saliva que tragar, de repente tenía la boca seca.

- Charlie... - susurré, mientras Lucas me dejaba sola con mis pensamientos un momento, sabía que lo necesitaba.

Recuerdo la primera vez que me habló como si fuese ayer.

Estaba sentada en uno de los bancos, fuera del club con la cabeza mirando hacia el cielo, las manos manchadas de sangre intentando detener la hemorragia.

Un pañuelo blanco apareció de la nada, alguien estaba intentando ayudarme, lo acepté y me presioné los agujeros de la nariz.

- Eso no tiene buen aspecto – dijo el chico, acercando su rostro al mío para observarme. Dejé caer la mano hacia abajo en cuanto lo vi, el pañuelo también lo hizo. Él sonrió, agarrándolo, volviendo a presionarlo sobre la nariz, mientras yo hacía un leve quejido – menudo golpe te has dado... - se sentó junto a mí, y volvió a mirar hacia mi nariz – creo que la tienes partida – ni siquiera podía decir nada, me había dejado sin palabras, no tenía ni idea de qué decirle. Sonrió, dejándome aún más confundida. Nunca antes había tenido esa sensación con nadie más, esas mariposas en el estómago cuando él me miraba o se dirigía a mí – deberías ir al hospital. Soy Carlos, por cierto.

- Yo Leo – contesté, con voz nasal, haciéndole sonreír – de Leonor – expliqué antes de que hiciese algún chiste con mi nombre.

Me recosté en la cama, volviendo a darle la espalda a Lucas, con una sonrisa en mi rostro, volviendo a sentir esas mariposas en mi interior, como si no hubiese pasado un solo día. Pero la perdí en cuanto me di cuenta de la situación. Yo ya no podía acercarme a él, ni a él ni a nadie, estaba rota, Juan me desgarró ese día, y no había vuelto a acostarme con ningún hombre, a excepción de Sergio, con el que lo intenté antes de que se fuese a Irlanda, pero no funcionó. Me daba asco cualquier contacto de forma íntima con un hombre.

***

Tomaba el desayuno en la cafetería, porque el tiempo se había vuelto loco, y llovía a cántaros, mientras Lucas me contaba su preocupación con los finales, y yo sentía como mi teléfono vibraba, en mi bolsillo.

Niñato:

Tengo las fotos.

Me levanté de la mesa, dejando a Lucas con la palabra en la boca, y caminé hacia el grupo de los becados. Dejaron de hablar sobre el último partido del Barcelona, cuando me apoyé sobre la mesa.

Miré hacia él, ignorando a los demás, él dejó de comerse la bruta de su plato y miró hacia mí, sorprendido.

- ¿Me las enseñas? – pregunté, haciendo que todos mirasen hacia nosotros. Me fijé en el melocotón, era mi fruta favorita. Cogí su tenedor, y metí un poco en mi boca, dejándole sorprendido – lo han recogido demasiado pronto, tenía que madurar un poco más.

- Eres toda una experta en melocotones, ¿no? – lanzó. Le hice una señal con la mano, para que me entregase las fotos. Cogió su teléfono, sobre la mesa, buscó en él, y luego me lo cedió. Me puse en pie y miré hacia ellas.

Bingo.

Lo tenía.

Se veía claramente que era mi hermano.

Sonreí, maliciosa, para echar a andar hacia Lucas.

- Leonor, mi teléfono – pidió, me di la vuelta, molesta, con el teléfono aún a buen recaudo.

- Te he dicho que es Leo – me quejé. Me hizo una señal con la mano para que le cediese el teléfono.

Seleccioné las imágenes y me las mandé a mi teléfono, para luego devolvérselo.

- En serio... ¿qué te traes con ese niño? – negué con la cabeza, para luego salir de la cafetería, mientras él me seguía – Leo – me llamó. Me detuve, busqué las fotos y le pasé el teléfono - ¿qué tengo que ver aquí, ahora vas a aficionarte a las drogas?

- Es David – me quejé.

- Cariño, no se ve una mierda – miré de nuevo hacia las fotos. Tenía razón. En su móvil se veían mejor, en aquel momento ni siquiera podía apreciar la cara del tipo que pasaba la droga.

- ¡Mierda! – me quejé, para luego darme la vuelta, con la intención de hablar con ese niñato – Eh, tú – le llamé, cuando subía las escaleras hacia la planta de arriba. Se giró, para mirarme – déjame ver esas fotos.

- ¿No te las has pasado a tu móvil? – se quejó.

- Sí, pero en tu móvil se ven mejor, mira – le dije, enseñándole mi teléfono. Él pudo comprobar que era cierto.

- Pues las he borrado.

- ¿Qué? – pregunté, horrorizada - ¿qué has hecho qué? – la gente comenzó a mirarnos. Agarré su mano y tiré de él hacia el baño de los chicos, varios salieron algo molestos con nuestra llegada. Eché el pestillo y miré hacia él, en busca de explicaciones.

- Si querías algo conmigo no tenías más que decirlo – bromeó, mientras yo le daba un golpe en el brazo.

- Esto es serio – me quejé, con esa voz de chica irritante que me caracterizaba - ¿borraste el vídeo?

- ¿Por quién me tomas? – se quejó, molesto – lo he borrado de todos los dispositivos – mintió – te conseguiré más fotos, esta vez iré a hacerlas yo mismo.

- ¿Tienes una buena cámara? – quise saber, él sonrió, divertido, antes de contestar.

- Si no te fías puedes venir y hacerlas tu misma – contestó. Le miré, sin comprender – esta noche, en el club de las tres cruces. Seguro que sabes donde es.

Mi club.

¿Por qué coño iba David a vender droga a mi club?

Seguramente era para seguir chantajeándome, el muy capullo.

- Si le cuentas algo de esto a alguien...

- ¿Qué? – me porfió – no tienes absolutamente nada contra mí, Leonor.

- Tengo recursos, puedo hacerte la vida imposible – sonrió, sin decir nada, y yo empecé a pensar en alguna forma de molestarle.

Samuel.

Leonor de Silba, la chica más deseada del instituto estaba allí, en aquel baño, siendo chantajeada por mí, así que no podía evitar sentirme como un puto dios en aquel momento.

- Sólo eres un pajillero, ¿a qué sí? – comenzó, intentando herirme – estoy segura de que fuiste tú el que grabó el vídeo, de seguro se lo pasaste a mi hermano y ...

- Sí – admití, más que dispuesta a ponerla nerviosa, apoyándome en la pared, acercándome, con sigilo – yo fui el que grabó el vídeo – Se puso erguida y me cruzó la cara, sin contemplaciones. Ella era incluso más sexy de lo que había pensado, y llegados a ese punto, ya ni siquiera sabía si estaba haciendo todo aquello para vengarme del capullo de su hermano, o lo hacía para conseguir algo más.

- Ese puto vídeo puede joder mi vida, Samuel – me dijo. Y yo me sorprendí, no por sus palabras, sino porque conociese mi nombre – pero ... ¿tú que vas a saber sobre eso? No tienes ni puta idea, ¿verdad?

- Tu hermano me pagó mucha pasta para que averiguase algo contra ti – reconocí, dejándola sorprendida. Pero en cuanto se recuperó, volvió a cruzarme la cara. Esta vez, sí que me dolió, así que la agarré de las muñecas, apretándola contra la pared. Ella intentó soltarse, sin éxito – cuando te seguí aquel día, después de clase, jamás imaginé que encontraría algo así – forcejeó, intentando apartarme, y al final lo consiguió, con un golpe bajo, al golpearme en las pelotas. La solté entonces, sintiendo como ella me empujaba, haciendo que cayese sobre el váter, sentándome en él – joder, Leo...

- Nuestro trato queda roto – espetó. Me levanté de un salto, impidiendo que pudiese huir, volviendo a estamparla contra la pared, agarrándola de ambos brazos.

- El trato acaba cuando yo lo diga – le dije, más alto de lo que debía. Sonreí sin ganas, bajando la mirada, antes de volver a mirarle – estoy hasta la punta de la polla de que los miembros de tu familia me traten como si fuese una broma...

- Por mí como si te mueres – contestó, escupiéndome en la cara. Quería vengarme de esa gilipollas – me da exactamente...

- Debería bajarte los humos que gastas, Leo – añadí, golpeando su suave rostro, echándome un poco hacia atrás, haciendo que ella se tocase el cachete, sorprendida porque me hubiese atrevido a algo así – alguien debería darte una lección, debería...

- ¿Vas a hacerlo tú? – porfió, molesta con la situación. Dudé, y eso la hizo sonreír - ¿a qué estás esperando? - ¡Joder! Quería olvidarme de todos mis putos principios y cerrarle la boca a esa zorra, no os podéis imaginar cuánto – cómo imaginaba... - me empujó, volviendo a sentarme sobre el váter, por lo que dije varias palabrotas, entre dientes, observando como ella apoyaba el zapato sobre mi muslo, más que dispuesta a pisotearme. Sonreí, con malicia. Esa vez no iba a dejarme pisotear por ningún de Silba, en cuanto tuviese oportunidad me vengaría de ella – te diré que es lo que vamos... - dejó de hablar, tan pronto como apoyé la mano en su pantorrilla, y tiré de ella, haciendo que perdiese el equilibrio y cayese sobre mí - ¿qué crees que estás...?

- Eres repelente e insoportable – le dije, mientras ella me agarraba de la corbata, más que dispuesta a estrangularme – pero estás muy buena... - ¿qué coño había dicho? ¡Joder! No podía dejar de mirar hacia sus voluminosos pechos.

- Ni siquiera lo pienses – se quejó, mientras yo metía la mano debajo de su falda, y ella intentaba detenerme – Samuel... - agarré su trasero, y la apreté contra mi miembro, que estaba empezando a despertar. Intentó levantarse, sin éxito, mientras yo metía la otra mano dentro de su cabello, agarrándola de la nuca, obligándome a mirarme – ni se te ocurra – acerqué mi boca a la suya, pero me detuve tan pronto como ella cerró los ojos, y su respiración creció, lucía asustada. Solté su trasero en ese justo instante, y bajé la mano que se aferraba a su nuca, haciendo que ella abriese los ojos, poco a poco.

- ¿De verdad pensaste que tenía algún interés en ti? – porfié, ella me observó, con interés – sólo estaba jugando – contesté, dejándola noqueada al respecto – tenía que bajarte esos humos que... - sucedió entonces, ella me agarró de la corbata, de nuevo, y tiró de esta, hasta acercar mi rostro al suyo, abalanzándose sobre mis labios después.

Me besó.

¡Joder!

Y se sentía en una puta nube. Incluso peor, estaba siendo castigado en el infierno, mientras ella me devoraba la boca con insistencia.

Su respiración acelerada me llevó a la puta locura, y tan sólo quería una cosa, seguir haciendo aquello, que evolucionase, y que pasase lo que tenía que pasar.

Agarré su trasero, con ambas manos, y la aferré a mí, haciendo que nuestros sexos se rozasen, aún por encima del pantalón.

- Si le cuentas esto a alguien... - comenzó, entre muerdos, mientras bajaba las manos, aferrándose a mi pantalón, comenzando a desabotonarlo, sentándose sobre mi pene, haciendo que entrase y ambos gimiésemos sobre la boca del otro – ... te mato.

- Eres como una fiera que se amansa con el sexo – le dije, apretando sus caderas para que no dejase de hacerme aquello, sobre su boca, mientras ella me miraba con lujuria, dejándose llevar por el placer. ¡Joder! Ella era incluso más sexual de lo que había pensado. Me agarró del pelo, tirando hacia atrás, haciendo que dejase de besarle, y ambos nos observásemos – sabía que te morías por esto – insistí, observando como hacía el amago por detenerse, pero la obligué a seguir con aquello – lo supe desde la discoteca...



¿Qué os ha parecido el capítulo?

Esta vez os puse más fotitos, así que..... os dejo unas pocas más :D

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