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29. Sólo amigos.

Buenas tardesss.

Espero que estén bien.

Estoy liada con El Balneario, por eso estaba tan desaparecida. Es una historia diferente, que me tiene a tope. Si les apetece pasense por el perfil de la historia para ver de que trata y tal.

Pues no me enrrollo más y les traigo el capítulo de hoy.

Lloraba en mi habitación, sentada en el suelo, sin poder evitarlo, y ni siquiera sabía la razón de por qué lo hacía.

Me sentía como una estúpida por haber esperado más de Charlie, y como una paria por haberme acostado con él y haber traicionado a Samuel.

Quizás estaba tan afectada por lo que había ocurrido esa noche, por la pistola.

Sabía que para él siempre estaría su hermano antes que él mismo, aunque fingiese ser una persona fría que iba a lo suyo, para él siempre estaba Samuel antes que nada más. Por eso sabía que lo que había entre él y yo sólo era algo pasajero. Quizás siempre fue así, quizás su interés conmigo siempre fue sexual, pero ... todos los recuerdos que tenía antes de la sala West, no lo reflejaban en lo absoluto.

Quizás debía elegir a Samuel, y dejar de preocuparme por Charlie, quizás...

Agarré mi teléfono, volviendo a sentarme luego detrás de la puerta, observando que tenía un mensaje de un número que no conocía.

Número desconocido:

Soy Samuel. Mi hermano me ha dado tu nuevo número, espero que no te importe. Escucha, siento lo que pasó, me comporté como un imbécil, ni siquiera hablé contigo para ver que ocurría y saqué mis propias conclusiones. Lo siento muchísimo.

Verás... me preguntaba... si quizás te apetece que quedemos, la semana que viene tenemos el último examen, así que podríamos quedar el viernes.

¿Te apetece?

Yo:

No sé...

Samuel:

Venga, dame otra oportunidad, por favor, Leo.

Me apetece mucho verte.

Yo:

Han pasado muchas cosas desde que te enfadaste, Samuel.

Samuel:

¿Qué ha pasado? ¿has conocido a alguien?

Yo:

No – técnicamente no mentía, pues ya le conocía de antes.

Pero ... ahora mismo no quiero empezar nada con nadie.

Samuel:

Sería retomarlo donde lo dejamos.

Yo:

No quiero retomar nada, no es un buen momento ahora.

Samuel:

Entonces podríamos ser amigos, e ir viendo que va pasando, como va evolucionando...

¿Qué te parece?

Yo:

¿Charlie te ha dicho que me escribas?

Samuel:

Sí, incluso me dio tu número, espero que no te importe.

Dejé el teléfono a un lado. Él ya había decidido deshacerse de mí. ¿Qué debía hacer? ¿aceptarlo?

Mis lágrimas volvieron a caer.

--

Aquella mañana, al despertar, tenía la cara hinchada de tanto llorar, terminé maquillándome un poco, poniéndome unas mayas y una camiseta ancha, saliendo tan pronto como Deb tocó a mi puerta.

- Despierta ya, dormilona – se quejó – hay barbacoa para almorzar – salí de la habitación, arrastrando los pies al andar, observando a mi amiga, llamando a la puerta de Rita – venga que se enfría la comida, salid de ahí ya – la puerta se abrió, Rita salió resoplando, echándonos una mirada desafiante.

- ¿Ha dormido con alguien esta noche? – pregunté, a Deb, con incredulidad, ayudándola a poner la mesa - ¿algún cliente?

- No nos traemos clientes a casa – contestó ella, algo molesta conmigo. Dejó la jarra de agua en la mesa, y volvió a entrar en la casa, con la intención de coger algo más. Me acerqué a Pam, que se estaba ocupando de la carne.

- Discúlpala – me dijo – está algo susceptible hoy.

- ¿Por qué? – pregunté, con curiosidad - ¿tiene la regla? – bromeé.

- Es que Charlie estuvo aquí anoche – tragué saliva. Porque lo sabía, él me trajo a casa, aunque pensé que se marchó después, parecía que no – Deb está algo molesta, porque él terminó pasando la noche con Rita en vez con ella – tragué saliva.

Leonor – me recriminé a mí misma – tranquila.

Me temblaban las manos, así que tuve que esconderlas debajo de la camiseta.

Tienes que aceptarlo – dijo una voz en mi cabeza – acepta que él no es tuyo y vuelve con Samuel de una vez, deja de hacer el ridículo.

- Estás muy callada, Princesa – me dijo Deb, justo cuando nos sentamos a la mesa. Charlie también estaba allí, quejándose de que no podía quedarse, pero Rita insistió tanto, que él no podía negarse.

- Estoy pensando – dije, en voz alta, haciendo que la mayoría mirase hacia mí – dentro de poco acabaran las clases, quizás me vaya de viaje un tiempo.

- ¿Quién quiere chorizo? – preguntó Carla, poniendo el plato a nuestro alcance.

Ayudé a Pam a recoger la cocina, mientras los demás charlaban en el salón, y Rita no dejaba de manosearle, él estaba distraído mirando hacia mí.

- ¿hiciste lo que te pedí? – susurró lo suficiente bajo cómo para que solo Rita lo escuchase. Ella asintió.

- Sí, mi rey – así era como ella solía denominarle cuando estaban a solas.

- Mantenme informado si David se entera.

- Estás muy callada – me dijo Pam, mientras colocaba los platos que yo le pasaba en el mueble, después de secarlos.

- Es que acabo de darme cuenta de algo – le dije, distraída en mis pensamientos – siempre termino haciendo lo que los demás quieren que haga, nunca lo que realmente quiero – me percaté.

- ¿Esto es por algún chico? – adivinó. Bajé la cabeza, avergonzada – Cuenta, cuenta.

- Me gusta un chico – me atreví a confesarle, algo en lo que yo misma había pensado durante toda la noche – lo correcto es volver con mi ex novio, es lo que todo el mundo espera que haga. Pero ...

- No lo entiendo – se quejó Pam, justo cuando Charlie llegaba a la cocina, pero ella no se detuvo – si te gusta tu ex novio ¿por qué no vuelves con él? – esperé a que él se marchase antes de contestar.

- Es que el chico que me gusta no es mi ex novio – insistí – me gusta otro chico.

- Ahora lo entiendo – añadió – Entonces te gusta el señor C, y tu exnovio, el señor H, es el tipo con el que todo el mundo espera que vuelvas.

- Exacto – acepté – pero ... ¿por qué los llamas señor C y señor H? – sonrió, divertida.

- Eso nunca lo sabrás – bromeó, haciéndose la interesante.

Salí fuera, a recoger el mantel, dejando a Pam con sus cosas en la cocina, sintiendo unos pasos a mis espaldas.

- Hola – me saludó. Era Charlie – he pensado que ... si quieres... puedes fingir que nada ha pasado entre nosotros – declaró – así podrás volver con Samuel y ...

- Estás proponiendo que seamos solo amigos ¿no? – quise saber. Él me observó, sorprendido por la frialdad en la que lo había soltado. Asentí – Seamos sólo amigos, entonces, capullo – sonrió, al darse cuenta a que volvíamos a lo de antes.

- Samuel es un buen tío – admitió, poniéndose de parte de su hermano, justo como tenía que ser. Asentí, sin decir nada – a él le gustas de verdad, Leo.

- Princesa – corregí.

- ¿Qué?

- Ya no puedes llamarme Leo nunca más – le dije. Sonrió, divertido. Doblé el mantel, y me preparé para entrar en la casa – A partir de ahora, no vuelvas a meterte en mi vida privada – rompió a reír, sin poder evitarlo

Dejé el mantel metido en el cajón y luego me encerré en mi habitación, con la excusa de que iba a estudiar un poco.

Cogí el teléfono, y llamé hacia la única persona que podría salvarme en aquel momento.

- Necesito la pasta que te dejé – pedí, sin tan siquiera saludar.

- Tú ni un hola ni nada, ¿eh?

- Lucas, esto es importante – me quejé – Me quiero ir el lunes, después del examen.

- ¿Qué te vas? ¿A dónde? – preguntó, escandalizado.

- Necesito salir de aquí, desconectar y sobre todo huir de todo esto – insistí.

- ¿Qué ha pasado? – insistió. Me conocía mejor que nadie - ¿Quién es el capullo que está haciendo sufrir a mi mejor amiga?

- ¿Puedo quedarme el fin de semana en tu casa? – pregunté.

- Eso no tienes ni que preguntarlo, enana – declaró. Sonreí, agradecida de tenerle. Siempre sería como un hermano para mí – y así me cuentas las novedades.


Charlie:

Observé como se marchaba hacia dentro, y yo me quedé allí, metiendo las manos en los bolsillos de mi pantalón.

La estaba perdiendo.

Tú nunca la has tenido – resonó una voz en mi cabeza.

Tenía razón. Pero aquello era lo correcto. Samuel era algo bueno para ella, no yo. Así que haría hasta lo imposible por volver a unir a esos dos, aunque me desgarrase el alma, más después de lo que había sentido al meterme entre sus piernas.

Si ella seguía estando cerca de mí... sería mi ruina. Así que tenía que volver a ocultar todo aquel remolino de emociones que ella dejaba en mi interior. Era como un huracán, cada vez que aparecía, me sacudía y me dejaba hecho polvo.

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