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25. Seducida.


Capítulo 25. Seducida.

Esa noche parecía otra persona, pues Débora no sólo me dejó una de sus pelucas pelirrojas, sino también un vestido negro de cuero, que resaltaba el azul de mis ojos, para que pudiese salir y entrar en la casa, sin que nadie me descubriese.

Charlie me estaba esperando en la esquina, eché a correr hacia ese punto y me subí en el auto. Me echó una mirada antes de poner rumbo hacia alguna parte.

- Iremos a un hotel – me informó, justo en la rotonda. No le miré, seguí con la vista fija en el exterior. Seguía lloviendo – pondremos las reglas antes – declaró.

- Las reglas siguen siendo las mismas – me quejé, mirándole de reojo. Sonrió, divertido.

- ¿Cuáles reglas? Dijiste nada de tocar, y a la primera de cambio vas y me tocas la polla – tragué saliva, sintiendo un leve escalofrío que me recorrió entera al escucharle pronunciar la última palabra.

Sonrió divertido, al darse cuenta de que me había puesto nerviosa. Aceleró el coche, haciendo que este hiciese un ruido constante, tanto que terminó poniendo la radio para no escucharlo, parecía que iba a cargarse el coche, iba a petar de un momento a otro.

Estaba sonando la canción que usé ayer para desnudarme frente a él. Ambos lucíamos incómodos. Cambió de emisora con rapidez, mientras yo miraba por la ventanilla, al ritmo de Sergio Contreras, un andaluz con cierto aire de flamenquito en sus canciones.

¿En serio? ¿Flamenquito? No me gustaba nada. A pesar de eso, tengo que reconocer que la canción tenía algo que me gustaba, el tipo que cantaba con el tal Sergio aquella canción tenía una voz muy suave.

En qué pensabas, se llamaba la canción. Era bonita, hablaba de una mujer mala que le hizo daño a su hombre. No tenía nada que ver con nosotros, pero me calmó y me hizo pensar en ello durante un rato.

Pensé en esa mujer malvada que le hizo daño al tipo de la canción. De normal suelen ser los tíos los cabrones, en esta sociedad. Pero muchas veces se da al revés, aunque la mayoría de los hombres no suelen hablar sobre ello.

Dejé que la canción terminase, mientras miraba por la ventanilla, dejando atrás el tráfico espeso de Madrid, en silencio, pensando en la traición de esa mujer, que había engañado a su hombre con otro. La canción terminó y empezó una de Maluma.

¿En serio?

Parecía que aquella emisora era de música en español, con lo mucho que yo la odiaba. Prefería las canciones en inglés.

Pensé en la letra de la canción, hablaba de un tío que estaba pillado por una chica, parecían haber estado juntos, pero ella le dejó por otro, e intentaba demostrarle al mundo que no necesitaba al primer chico, cuando lo cierto era que se moría por él.

Él volvió a cambiar de emisora, cosa que agradecí, y en aquel momento sonaban en los 40 principales Prisoner de Raphael Lake. Adoraba esa canción. Me sentía tan identificada con ella en aquel momento, con lo que David me estaba haciendo.

En tan sólo 28 minutos llegamos a nuestro destino. El auto se detuvo frente a uno de los mejores hoteles de la ciudad. Le miré, divertida, justo cuando nos salíamos del coche y él le daba la llave al chico del aparcamiento

- ¿de verdad tienes pasta para poder costearte esto? – quise saber, divertida, justo al entrar por las puertas de cristal.

- A veces no se necesita dinero – contestó, con chulería, acercándose a un botones que había junto a los ascensores. Se echaron una mirada de complicidad, y luego este le pasó la llave de la habitación, con disimulo – sólo contactos.

Subimos hasta la planta 15, habitación 215, en silencio, incómodos. Abrió la puerta con la llave y me invitó a entrar.

- Esto sólo va a ser un baile – le informé, tan pronto como la puerta se cerró, y se detuvo frente a mí – me desnudaré una vez que te haya atado, y luego sólo mirarás como ...

- Vamos a cambiar las reglas del juego – me interrumpió – porque tus reglas son una puta mierda. Te desnudaré yo mismo mientras tú sólo miras...

- No – contesté, echándome hacia atrás.

- ¿Qué pasa, princesa? – me llamó - ¿No te fías del hombre que te está protegiendo? – insistió – Te doy mi palabra de que no te tocaré, sólo voy a desnudarte y luego, dejaré que te vistas y te vayas – insistió. Levantó la mano, apoyándola encima de la cremallera del vestido, en el pecho – No tienes nada que temer... - agarró la cremallera, comenzando a bajarla, despacio. Agarré su mano, justo cuando iba por la mitad.

Ambos nos observamos, con la respiración agitada. Apreté su mano, incapaz de dejarle continuar.

- Dame tu palabra, de que me dejarás marchar una vez que me hayas visto desnuda – pedí, sonrió divertido.

- ¿De qué tienes miedo, Leo? – preguntó, con deseo, mordiéndose el labio - ¿de qué mande a la mierda las reglas y te toque el coño cómo hiciste tú el otro día?

- Charlie... - me quejé, más que dispuesta a apartarle y a marcharme de esa habitación.

- Porque te aseguro una cosa, princesa... - levanté la vista para observarle - ... yo no me detendría ahí.

Se me hizo la boca agua con su insinuación, bajé las manos, derrotada, y el aprovechó mi confusión, para volver a bajarme la cremallera. La tela se abrió y él agarró las solapas de ambos lados, echándolo hacia atrás, sacándomelo de los brazos, acercándose tanto a mí para lograrlo que me cortó la respiración. El vestido cayó al suelo, y él se retiró un poco observándome allí, con tan sólo las bragas.

- Baila para mí – susurró, con la vista fija en mis pechos. Abrí los ojos de golpe. Pero ... ¿cuándo los había cerrado?

- No tengo música – me quejé. Sonrió, divertido, sacando su teléfono de su bolsillo trasero, abriendo el Spotify, buscando una canción en concreto. Era Do It Like That de Michele Morrone.

Bailé, con movimientos lentos, sin moverme mucho del sitio, agachándome frente a él, en cuchillas, levantándome de nuevo, con mirada seductora. Con las bragas chorreándome al sentir su mirada en mi cuerpo de esa manera.

Ese hombre me volvía loca, incluso estaba empezando a perder la conciencia, ya ni siquiera sabía quién era o qué estaba haciendo allí.

- Eso es, princesa – me animó, para luego morderse el labio superior, altamente deseoso – Las bragas – pidió. Me puse de espaldas a él, con cierta reticencia, bajé mis bragas, enseñándole el trasero, irguiéndome con las bragas en la mano – Esto me lo quedo yo – aseguró, arrebatándomelas, mirándome con lujuria al notar lo mojada que estaban.

- ¿Vas a hacer una colección con mis bragas? – bromeé. Sonrió, guardó las bragas en el bolsillo lateral de su chaqueta, y luego volvió a mirarme. Levantó la mano, acariciando con la yema de los dedos mi pecho izquierdo, haciendo que una corriente eléctrica me penetrase. Sus dedos eran como fuego en mi piel. Le di un manotazo en la mano, apartándole – nada de tocar – sonrió maliciosamente.

- Entonces vístete – rogó, dándome la espalda – antes de que me lance sobre ti a morderte, princesa. Porque recorrería todo tu cuerpecito con mi lengua ahora mismo... Leo.

Me agaché, recogí el vestido y comencé a ponérmelo, mientras él se cruzaba de brazos, con una sonrisa en el rostro, y sólo me miraba.

Metió la mano en el bolsillo del pantalón, sacando su paquete de tabaco, colocando un cigarro en su boca, más que dispuesto a encenderlo, levantando la vista para volver a observarme. Justo saqué el teléfono del bolsillo del vestido, más que dispuesta a llamar a un taxi.

- Yo te llevo – me dijo, justo cuando escuchó mi conversación con la centralita. Tragué saliva, algo nerviosa.

Bajamos en el ascensor hacia el parking, en silencio, tan sólo interrumpido por el sonido de mis tacones al andar.

Su teléfono comenzó a sonar, cuando entramos por la puerta del subterráneo.

- Dime, Pituca – llamó hacia la joven que lo llamaba - ¿en el club? – se quedó en silencio, escuchándola – vale, termino unas cosas y voy para allá. Gracias por avisar.

Subimos a su auto, me giré para mirar por la ventanilla, mientras él hacía otra llamada, por manos libres, con un auricular en el oído izquierdo, saliendo del parking del hotel.

- Soy el Charlie – comenzó – necesito un intercambio A5 – aseguró. No tenía ni idea de qué estaba hablando - ¿cuál es la gama? – quiso saber - ¿Ella? – miró hacia mí – Mercancía peligrosa – bromeó – No, en serio. Trata al paquete con cuidado, quiero que llegue sana y salva a su destino. No. Problemas en el club. ¿Vas tú? Te debo una, tío – justo iba a colgar, cuando escuchó algo más, rompiendo a reír - ¿en qué discoteca? Vale. Sí, no hay problema – colgó el teléfono – Tengo que hacer una parada en la discoteca Vanguardia – aseguró, giré la cabeza para observarle, tenía ese aire seductor que me hacía temblar – no tardaremos mucho.

No dije nada, en aquel momento estaba contestando a un mensaje que me había enviado Lucas.

Lucas:

Esta noche salimos de fiesta, tenemos que celebrar que mañana es viernes. Vente y así me cuentas las novedades.

Yo:

Podríamos celebrarlo mañana, tenemos exámenes, Lucas.

Lucas:

Pásate un rato, te tomas una copa y luego te vas. Estamos en ...

Dejé de leer, en cuanto él se detuvo en los aparcamientos, en frente de la discoteca, de malas formas, y se bajó del auto. Le seguí con rapidez, porque no quería quedarme allí sola, hacia el garito en cuestión, con dificultad, aquellos altos tacones me estaban matando.

Eché atrás mi cabello pelirrojo, justo cuando él se detuvo en la puerta, y chocó la mano del portero, como si se conociesen desde hacía mucho. Él pasó, y el tipo me cerró el paso cuando fui a hacerlo yo.

- Voy con él – aseguré, señalando hacia Charlie. Este se detuvo junto a la puerta que daba al interior, molesto, se dio la vuelta y caminó hacia mí, me agarró de la mano, y me arrastró dentro.

- Date una vuelta, ¿quieres? – me dijo, soltándome sin más, junto a la puerta de personal – no me demoraré mucho.

Me marché a la barra, me pedí una copa, y me la tomé allí, de pie, mirando de reojo hacia él, que hablaba junto a los reservados, con un tío regordete, que parecía mandar en el lugar. Ese aire seductor que llevaba me ponía nerviosa.

Una chica rubia se acercó al tipo regordete, diciéndole algo al oído, para luego mirar hacia Charlie. Le saludó con dos besos, pegándose a él, como una lapa, y él rompió a reír, por algo que el otro tipo decía.

Agarré la copa y me perdí entre la gente, dejándome llevar por los acordes de la canción que sonaba en aquel momento, tremendamente embriagada por la canción y el calor del momento.

Miré hacia él, repetidas veces, observando como seguía hablando con aquel tipo, despreocupado. Estrechó su mano, como si estuviesen cerrando un trato, y luego levantó la vista un momento, encontrándose sin apenas darse cuenta con la mía.

Sonreí, con chulería, bajando la cabeza, mordiéndome el labio, provocándole con los movimientos de mis caderas. Se rascó la cabeza, sonriendo después.

- Discúlpame un momento – rogó, justo cuando empezaba otra canción, muy parecida a la anterior. Caminó hacia la pista, mezclándose con la gente, llegando hasta mí, acariciándome la mano con la yema de sus dedos, acercando su rostro al mío. Cerré los ojos aterrada con lo que su cercanía me hacía sentir, y sintiéndome poderosa ante la mínima posibilidad de estar seduciéndole. Entre abrió la boca, justo cuando rozaba su frente con la mía.

Levanté la mano, algo aterrada con todo aquello, apoyándola en su nuca, comenzando a bajarla, pasando por su mejilla, deteniendo mis dedos en su barbilla, cerca de sus labios.

¡Por Dios! Me moría por besarle.

La canción terminó, empezando una un poco más lenta, pero igual de sexy que las anteriores. Me agarró de la cintura, sin previo aviso, aferrándome a él, haciéndome estremecer, abrí los ojos y le observé, mientras él acariciaba mis labios con el pulgar.

Alargó la mano, aferrándose a mi nuca, acercándome a él, rozando nuestros labios, sin tan siquiera hacer más presión.

Levanté las manos, entrelazándolas alrededor de su cuello, alejando mi boca de la suya, mordiéndome el labio, con sensualidad, pasando luego mi lengua encima de ellos.

Nos estábamos provocando el uno al otro, eso no era ningún secreto. Nos deseábamos de manera descomunal y si aquello seguía así las cosas iban a acabar mal.

- Vamos – me dijo, agarrando mi mano, tirando de mí hacia la puerta del local. No entendía su actitud. Me soltó, junto al coche, para luego mirar hacia la puerta, cerciorándose de que nadie nos había seguido. Hice el amago de rodear el coche para montarme en mi asiento, cuando él me detuvo – espera.

Me agarró del rostro entre sus manos, acercando el suyo al mío, y sin previo aviso me besó, dejándome desamparada. Apoyé mis brazos en sus hombros, sin apenas darme cuenta de ello, sin detener aquel beso, encajando nuestros labios a la perfección, encantándome aquella sensación, sinceramente... jamás pensé que me gustaría tanto besarle. Era incluso mejor de lo que jamás imaginé. Me sentía en el puto cielo. La forma tan sobrecogedora en la que nuestros labios se unían, como si estuviesen hechos el uno, sintiendo aquella conexión, como si su boca fuese un imán que atraía a la mía, como sí... Esa sensación peligrosa se expandió por mi cuerpo, logrando hacerme estremecer.

Se metió entre mis piernas, apretándome contra su auto, mientras nuestras respiraciones crecían, y nuestros besos empezaban a hacerse notar, tanto que incluso sonaban. Tenía que despertar de aquella ensoñación antes de que todo se complicase mucho más.

- ¡Ah! – me quejé, cuando sentí su miembro apretando mi sexo. Ni siquiera podía pensar en nada, tan sólo quería... tirármelo.

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