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21. La petición indecente. CORREGIDO.

Buenas tardes, disculpen las molestias, pero he Editado toda la historia, a lo largo de los próximos días, iré Editando todos y cada uno de los capítulos. No me maten. Pero era más que necesario para lo que se avecina.

Aquel día fue agotador, el examen no fue difícil, pero el cansancio que tenía encima de haber salido la noche anterior, me estaba pasando factura.

Sólo quería llegar a casa y descansar, pero al salir de clase vi algo que jamás esperé ver en mi vida. Charlie estaba allí, sentado sobre la acera, con su chupa de cuero al lado, en mangas cortas, mostrando el tatuaje de su brazo, mientras se fumaba un cigarro.

Quizás estaba allí por su hermano, quizás no tenía nada que ver conmigo.

Tiró el pitillo en cuanto me vio aparecer, se puso en pie, agarrando su chaqueta y caminó hacia mí, mientras los amigos de su hermano nos observaban. Aquello era un error. ¿Qué hacía aquel idiota allí?

- Hola princesita – me saludó, con esa chulería que me ponía de los nervios. Sólo quería mandarle a la mierda, os lo aseguro.

- Piérdete, capullo – espeté, caminando hacia la parada del autobús.

- Bonita forma de saludar a tu salvador – bromeó, me reí en su cara, llegando a la parada, justo cuando el autobús llegaba – tengo las fotos – me di la vuelta, olvidándome de todo – quiero el resto de la pasta hoy mismo – perdí las ganas de todo al escuchar aquello.

- Eres un hijo de puta – espeté, sonrió, con malicia.

- Eso me lo dicen mucho – aseguró, tan bromista como siempre – Cuando me des la pasta, te daré las fotos.

- No – le corté – me darás las fotos ahora, me lo debes.

- Yo no te debo nada, princesa – contestó.

- Te pagué 1000 euros, sabandija asquerosa – insulté, entre dientes, haciéndole reír. Le crucé la cara, para que dejase de hacerlo

- Eso sólo era el adelanto – aseguró, divertido, acariciándose la barba – estoy dispuesto a renegociar... - comenzó, acortando las distancias entre ambos – me olvidaré de la pasta que me debes si ... haces un poco de tu magia – le miré sin comprender, por lo que él tuvo que explicarse – desnúdate para mí – rompí a reír, de forma escandalosa, mientras él sonreía, divertido.

- Es una broma ¿no? – negó con la cabeza, volviendo a sonreír, con esa penetrante mirada pilla – Ni en tus sueños, capullo.

- Entonces olvídate de las fotos – contestó, sin poder dejar de sonreír. Justo iba a matarle, os lo aseguro.

- Eres un cabrón de mierda – insulté, haciendo que ensanchase la sonrisa - ¡Eres exactamente igual que mi hermano!

- Hay que ser así en este tipo de negocios, princesa – aseguró, con voz seductora – Piénsatelo, y cuando te decidas ... me avisas.

- Charlie, tu hermano te matará si se entera de lo que me estás pidiendo.

- Ninguno de los dos va a decírselo, ¿verdad? – insistió – te quiero desnuda delante de mí, así que ... tú eliges... ¿qué va a ser, princesa? – Tragué saliva, aterrada.

- Vale, pero yo pongo las normas – le dije, haciendo que sonriese, satisfecho – sólo mirarás, nada de tocar – asintió, poniendo cara de inocente. Pero a mí no me la daba, no me fiaba de él ni un pelo, aunque no tenía más opciones ¿no?

- ¿Cuándo? – quiso saber él, deseoso.

- Esta noche, en tu casa – sonrió, asintió y volvió a hablar con aires de seductor.

- Samuel estará allí – me informó – así que mejor quedamos en el club.

- ¿Qué club?

- Te pasaré la dirección por mensaje. Hasta esta noche, princesa.

Llegué a la universidad de nuevo, estaba histérica, necesitaba encontrar a Lucas para contárselo, algo totalmente anormal en mí, solía ser bastante reservada para algunas cosas. Le busqué por todas partes, en la biblioteca, en la azotea, detrás de la sala de profesores donde solía esconderse a fumar, en clase de interpretación del significado (idolatraba a ese profesor) y terminé en la cafetería, donde le encontré charlando con unos chicos que conocía de vista. Él era demasiado social, yo lo era menos, tengo que reconocer.

- ¡Leo! – me saludó al verme, levantándose de la mesa como si tuviese una chincheta en el banco – Creí que te habían descuartizado y lanzado al mar – bromeó, haciendo que los demás le mirasen con interés – como te fue con Don... - su pregunta se quedó en el aire, al recibir una llamada asesina por mi parte, no era el mejor momento para hablar sobre ello.

- ¿Nos vamos a casa ya? – me quejé. Sonrió divertido, recogiendo sus cosas de encima de la mesa, despidiéndose de los chicos, para luego seguirme hacia la salida.

- ¿Cómo te fue con el chico del desierto? – Le miré extrañada, no entendía por qué le había llamado de esa forma – Es un camello, los camellos suelen estar ... - rompí a reír, él era demasiado - ¿no vas a soltar prenda?

Puse al día a mi mejor amigo, como de costumbre lo magnificó todo, sus expresiones eran demasiado sobreactuadas, pero sabía que sólo era para darle dramatismo al asunto.

- Entonces... ¿Vas a acostarte con él? – preguntó, deteniendo el auto en su garaje.

- ¿He dicho yo eso? – me quejé – Sólo es un baile, Luc.

- Debes de sentirte en una nube ahora mismo, ¿eh, pillina? – me dio un codazo. Abrió la puerta y salimos del coche, caminando después al interior de la casa, subiendo las escaleras que daban a su habitación, sin tan siquiera pasar por el salón a saludar. Puse los ojos en blanco, era obvio que no me sentía así – Bueno... ¿qué vas a ponerte?

- El conjunto rosa – contesté. Era el más nuevo que tenía, y hacía tiempo que no lo usaba – y ... no tengo ni idea de que más.

- Podrías llevar el kimono rojo, es bastante sexy, ¿no crees? – tenía razón, no había caído en ello – y por supuesto, zapatos de aguja. No hay nada más sexy que una mujer semi-desnuda con tacones – sonreí. Él me conocía bien - ¿dónde habéis quedado?

- En un Club, me ha mandado la dirección por mensaje – sacó el teléfono de la mochila y comencé a buscarlo – está en ... - Lucas me lo quitó de las manos y lo miró personalmente.

- Ya sé dónde está. ¿quieres que te lleve?

- Sí, por favor – ambos sonreímos, con cierta pirada pilla – pero ... aún tengo que pensar en qué voy a usar para atarle.

- ¿Atarle? – por poco no le da un ataque, y yo rompí a reír al ver su cara – no sabía que te fuesen esos juegos.

- Es para asegurarme de que va a seguir mis reglas – expliqué.

- Sí, claro, asegurarte... - lo dijo en un tono suave, cómo si no se fiase mucho de mis palabras – Mmm – puso cara de alguien que está pensando en ello, incluso se llevó la mano a la barbilla y sobreactuó al respecto – tengo lo que necesitas – caminó hacia el vestidor, rebuscó en los cajones y sacó unas esposas, sujetándolas de un solo lado para que las viese mejor – tengo también la venda y el látigo. ¿Te los dejo también? – no pude evitarlo, abrí la boca con sorpresa - ¿Qué pasa? Un chico tiene que estar preparado – rompí a reír.


Charlie:

Debía haberme vuelto loco para pedirle algo así, pero ella tenía la culpa, el baile de la noche anterior aún rondaba mi mente. Me moría por ver esas curvas, aunque sólo fuese una sola vez. Luego volvería a ser el que era, o al menos eso quería creer.

Pituca era la única que estaba en la barra aquella noche, aún era demasiado temprano, ni siquiera habían empezado a llegar los clientes y el personal.

- Charlie – me saludó Pituca al verme aparecer – no te esperaba esta noche.

- Tengo unos asuntos que resolver – contesté, mirando un momento hacia arriba – esta noche espero visita – levantó la vista de los limones que cortaba y miró hacia mí, sorprendida – mándala directamente a mi despacho.

- ¿Una chica? – se sorprendió. Asentí, y sin decir nada subí a mi despacho. Era el primero de la derecha. Entré y comencé a recogerlo un poco, desde la última vez que me había quedado a dormir estaba echo un desastre. Incluso tuve que echar un poco de ambientador, porque olía a zorro muerto.

Recogí la cama, de manera que volviese a parecer un mueble, sólo eso, y guardé todo lo que había sobre la mesa en un cajón, sin tan siquiera pararme a mirar de qué se trataba. Me senté en la silla cuando hube terminado y apoyé los pies en la mesa.

¡Joder! Estaba histérico. ¿Cómo podía esa mujer ponerme tan ansioso? Si incluso había llegado antes porque no podía matar las ganas que tenía de verla.

A eso de las doce y media yo ya estaba que me comía hasta las uñas del pie.

El local estaba a reventar esa noche, teníamos actuación de grullas, las chicas estaban todas maquilladas y disfrazadas para la ocasión, así que cuando ella llegó apenas pudieron atenderla en el local, preguntó a varias personas, pero todas estaban ocupadas.

- Disculpa – comenzó, dirigiéndose en aquel momento a una chica morena, de cabellos rizados y con un acento cubano muy marcado – estoy buscando a Charlie.

- Esta noche no está – dijo ella, fijándose luego en su atuendo - ¿vienes para la actuación?

- No trabajo aquí – contestó, volviendo a colocarse junto a las mesas, ignorando a los babosos del lugar y a las señoritas de compañía, levantando el teléfono que tenía agarrado.

Recibí un mensaje, en ese justo momento.

La Princesita:

¿Por qué me citas aquí si luego no vas a aparecer?

Yo:

¿Ya estás aquí? Espera, bajo a por ti.

Dejé el teléfono sobre el escritorio, me levanté de un salto y me marché a buscarla. A medida que avanzaba iba sintiendo esa sensación, me moría por verla, por agarrarla y hacerla mía.

Bajé las escaleras hacia la parte de abajo y me abrí paso entre la multitud. La vi en seguida, lucía despreocupada, mirando hacia el espectáculo que tenía lugar. Llevaba puesto un kimono rojo que parecía una bata, el pelo suelo y despeinado, un maquillaje muy simple y en su mano agarrado un bolso enorme negro.

Sonreí, deseoso de verla desnuda. Aún no sabía cómo haría para detenerme a mí mismo en el deseo tan atroz que tenía de devorarla.

Nuestras miradas se encontraron, un escalofrío me recorrió entero y sentí como se me ponía dura sin mucho esfuerzo. Sonrió de forma sensual, mientras yo caminaba hacia ella.

- Hola – saludó, bajando la cabeza, algo avergonzada con la situación. Sonreí.

- Hola. Vamos – agarré su mano, sin previo aviso, y tiré de ella hacia las escaleras, mientras Rita miraba hacia nosotros, extrañada. Subimos hacia la parte de arriba, con ella algo incómoda, era la primera vez en su vida que hacía algo así. Abrí la puerta del despacho y la dejé entrar, para luego cerrarla y echar el pestillo, no quería que nadie nos molestase – Es mi despacho – contesté a esa pregunta que aún no había pronunciado. Pasó el dedo por encima del escritorio, y luego lo levantó, divertida, echando una leve ojeada a la oficina.

- No está mal.

- Empezamos cuando quieras – le dije, ansioso por verla en acción, ella sonrió, divertida.

- Antes de empezar ... las normas – asentí, esperando a que continuase. Me apoyé sobre el escritorio – Sólo puedes mirar, no puedes tocar, y sólo va a ser un baile. Yo no follo con mis clientes – me mordí el labio, más que deseosa de romper cada una de esas reglas, porque esa palabra quedaba de miedo en sus labios – he traído algo, para asegurarme de que cumples tu parte – levanté la ceja, extrañado, observando como abría el bolso y sacaba un juego de esposas del interior.

- Eres una chica muy traviesa – le dije, sonriendo con malicia – tengo que reconocer, que no me lo esperaba – meneó las esposas.

- ¿Estás preparado? – entre abrí la boca, deseoso de verla en acción – siéntate en la silla – ordenó. Rodeé la mesa y me senté en la silla, mientras ella caminaba hacia mí. Me ató las manos a la espalda y luego se detuvo frente a mí, al otro lado del escritorio. Dejó el bolso sobre la mesa, cogió el teléfono y puso una canción sensual, era Here She Comes Again de Rokyksopp, colocándolo después junto al bolso.

Comenzó a mover su cuerpecito al ritmo, con sensualidad, ese kimono que llevaba temblaba con cada movimiento. Tiró del cordón en cuanto la canción rompió y se escuchaba la voz casi en susurros del tío. Se abrió la prenda y se la quitó, sin dejar de mirarme, lamiéndose el labio superior con sensualidad, sonriendo para seducirme.

Su conjunto de lencería era tan sexy, en tono rosa de transparencias, me dejaba ver sus curvas a la perfección. Piernas largas y firmes, sobre tacones de aguja, un culo de infarto, un pircing en el ombligo con una luna de diamantes, los pechos se podían ver entre el sujetador. Los tenía bien puestos, y sabía que si los agarraba me cabrían en la mano, llenándola entera. Sus cabellos dorados sobre los hombros, y de su cuello colgaba un colgante con forma de luna.

Contoneó las caderas, con sensualidad, sin dejar de observarme, con aquella canción en bucle. Me mordí el labio, lamiéndomelo después.

Se apoyó sobre la mesa, dándose la vuelta lentamente, enseñándome su prieto trasero, volviendo a moverse por la habitación con sensualidad, envolviéndome en una burbuja de placer infinita.

Sentía mi miembro cada vez más duro, incluso me hacía daño tenerla encerrada y apretada entre los pantalones.

Abrí la boca, babeando por ella, justo cuando se dio la vuelta, con un movimiento brusco, mordiéndose el labio con deseo, recorriendo su cuerpo para seducirme, desde el hombro hasta su abdomen, terminando en su pierna.

Agarró el teléfono cuando la canción se repetía por cuarta vez y la detuvo, indicándome que había terminado. Bajó la cabeza, mirando hacia sus zapatos, agachándose luego a recoger el kimono, con la intención de ponérselo.

- Quítate el sujetador – rugí, con la voz marcada por el deseo – quiero ver tus pechos – sonrió, divertida.

- ¿No los ves? – se quejó, con voz sensual, acercándose a mí, rodeando la mesa, rozándome con sus piernas. Apretó sus pechos con las manos, juntándolos y sonrió con malicia - ¿los ves ahora?

Ella era perversa. Le gustaba jugar. Pero no tenía ni idea de con quién se estaba metiendo.

- Has hecho bien en esposarme – reconocí – porque te comería entera si no lo estuviese – rompió a reír – Las fotos están en mi chaqueta – miró hacia el perchero que había detrás de la puerta, caminó hacia él, enseñándome de nuevo ese traserito que revotaba a medida que andaba. Cuando volvió a mirarme ya tenía el sobre blanco en su poder, y tenía una sonrisa de satisfacción reflejada en su rostro. Volvió a colocarse frente a mí, guardó el sobre en su bolso y se colocó el kimono de forma correcta – Leo – la llamé, captando su atención – desátame ahora – sonrió, divertida.

- ¿Desatarte? Con lo divertido que es – sonrió con malicia. Y yo me chupé el labio antes de morderlo, haciéndola mirar hacia ese punto. Ella me deseaba, aunque pareciese imposible. Quizás fuese por la situación, o lo que se respiraba en el ambiente – pareces un lindo corderito, Charlie. ¿Sabes? – preguntó, caminando hacia mí, colocándose al otro lado del escritorio, a escasos centímetros de mis rodillas – puedo hacer cualquier cosa – se sentó sobre el escritorio, soltando sus tacones en el suelo, apoyando el pie sobre mi rodilla, con cara de malvada – sabiendo que no podrás hacer nada para detenerme – su pie avanzó por mi pierna, miré hacia ese punto, justo cuando se colocó entre mis piernas, presionándome la polla, noqueándome. Jamás pensé que ella...

- ¿Qué es lo que quieres? – pregunté, con la respiración acelerada, mientras ella movía su pie, rozándome ese punto para excitarme – No juegues conmigo, Leonor – me quejé, enfadado. Ella sonrió, manteniéndome la mirada, mientras yo me mordía el labio, deteniendo los gemidos que me moría por dejar salir. Su pie se movía, de arriba a hacia abajo, haciéndome estremecer. Me removí sobre el asiento - ¡no sigas! ¡joder! – sonrió, divertida.

- No vas a volver a pedirme esto, ¿verdad? – preguntó, deteniendo el pie – ni dinero, ni estriptis, ni ... - la puerta intentó abrirse, y luego alguien llamó a ella, con insistencia, asustándola.

- Suéltame – le ordené. Sacó las llaves del bolso y me quitó las esposas. La dejé recogiendo sus cosas detrás, mientras abría la puerta, sólo era Pituca. Miró hacia el interior, mirándola a ella.

- David está abajo – soltó, haciendo que ella se diese la vuelta, horrorizada, y yo me sorprendiese al respecto.

- Dile que no estoy. Estoy ocupado ahora, Pitu – asintió, echándome una mirada de "ten cuidado" y se marchó sin más.

- ¿Cómo voy a salir ahora? – preguntó, altamente preocupada, ni siquiera se dio cuenta de que la acechaba, de que estaba demasiado cerca.

- No deberías preocuparte de eso ahora – se percató de mi tono en seguida. Se echó hacia atrás, hasta que chocó contra el escritorio, sentándose sobre él al perder el equilibrio. Sonreí, divertido, metiéndome entre sus piernas.

- Charlie, no – hice caso omiso a sus súplicas, y levanté la mano, tirando de la tira, desatándola – por favor – suplicó, con la voz marcada por el deseo. ¿Por qué me martirizaba de esa forma? Su cuerpo decía una cosa y su boca me detenía – teníamos un trato...

- ¿No me digas? ¿En qué parte de nuestro trato decía que podías tocarme la polla, Leo? – bajó la vista, avergonzada.

- Eso... yo ... - abrí la tela, rozando mis dedos por su piel desnuda, sintiendo como si ella estuviese ardiendo y yo estuviese tocando esas cenizas. Tuve que poner todo de mi parte para no caer y dejarme dominar por lo que deseaba en aquel momento.

- No vuelvas a jugar conmigo – espeté, mientras ella se sorprendía al respecto, de que fuese a dejarla marchar – a no ser que te quieras quemar – la ayudé a levantarse y luego me eché hacia atrás – quítate las bragas.

- ¿Cómo dices? – la agarré de la cintura y la atraje hasta mí de nuevo, mientras ella se sujetaba a mi camisa, aterrada con la situación – Creí que ibas a dejarme ir...

- ¿Crees que no voy a castigarte después de haber abusado de mí de esa manera, Leo?

- Yo no... - se detuvo tan pronto como acerqué mi rostro al suyo.

- Si te quitas las bragas me olvidaré de esto.

- Bien – se quejó, echándome hacia atrás, bajándose las bragas frente a mí, sacándosela de los pies y levantándolas en alto - ¿contento? – agarré la prenda, llevándomela a la nariz, apreciando su aroma, deleitándome con él, mientras ella me observaba con atención – eres asqueroso – añadió. Pero no había nada que indicase que eso era cierto, parecía estar disfrutando tanto como yo – voy a vengarme de esto, capullo.

- ¿En serio? ¿Tú vas a vengarte por haberte quitado las bragas? ¿y qué hay de mí? Me has tocado la polla, joder. – negó con la cabeza, horrorizada - ¿qué querías conseguir? – insistí, acortando las distancias entre ambos, mientras ella se escurría, colocándose al otro lado. Sonreí, divertido, acorralándola después contra la pared, junto al mueble cama - ¿querías seducirme? – me guardé las bragas en el bolsillo trasero del pantalón, para luego presionar mi abultado miembro contra su ombligo. Se estremeció en seguida. Ella quería aquello, tanto o más que yo, a pesar de que se hiciese la dura. ¿Debía aprovecharme de la situación?

- Sólo estaba...

- ¿Querías esto? – pregunté, flexionando las rodillas, hasta que mi sexo rozó el suyo, logrando que entre abriese la boca con deseo – Ahora ni siquiera puedo... - rocé mis labios con los suyos, a punto de perder el control – culpar al alcohol de todo esto – recordé ese día, en la sala west, cuando ella me pidió que me la follase. En ese momento pensé que sólo era obra del alcohol, pero en aquel momento... ni siquiera podía echarle la culpa a eso. Ella estaba sobria. Levanté las manos, colocándolas en su rostro, asustado por lo que quería hacerle en aquel momento. Se suponía que las cosas no se volverían tan tensas – si me lo pidieras ahora... - acerqué mi boca a la suya, de nuevo, deseando hacerlo, pero sin atreverme a dar ese paso, sabía que no podía, eso sólo lo complicaría todo. Apoyé mi frente sobre la suya, justo cuando ambos abríamos la boca para respirar. Dejé caer el pulgar sobre sus labios, y tiré del inferior hacia abajo, observando maravillado como se movía y volvía a su lugar - ... te follaría.

Alguien volvió a llamar a la puerta, volviendo a explotar esa burbuja en la que estábamos inmersos. Me empujó, separándome, lucía nerviosa, aterrada.

Abrí la puerta, aquella vez era Poli, le miré, cansado.

- Tío, tienes que bajar – insistió – David la está liando ahí abajo, sabe que estás aquí, tu coche está fuera, lumbreras.

- ¡Joder! – me quejé, mirando de reojo hacia ella – sácala de aquí – ordené hacia mi mejor amigo, que me miraba sin comprender, percatándose entonces de que la princesa estaba allí – usa la puerta de atrás.

- ¿En serio, tío? – me recriminó - ¿Cómo coño se te ocurre traerla aquí? ¡Joder!

- Ahora no es un buen momento para que me sermonees, hermano – él asintió, comprendiendo la situación. Eché a andar hacia la planta de abajo, sabiendo que mi amigo haría el resto.


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