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19. Un roce. NUEVO

Buenas tardes, disculpen las molestias, pero he Editado toda la historia, a lo largo de los próximos días, iré Editando todos y cada uno de los capítulos. No me maten. Pero era más que necesario para lo que se avecina.


Leía el manual, sin ganas, enterándome de todo a la primera, mientras él salía del baño, dándose una vuelta por la pequeña habitación. Levanté la vista, mirándole desde la cama, con aquel corto pijama, con la calefacción a tope, mientras él se fijaba en mi atuendo, mordiéndose el labio después.

- Coge tu dinero y lárgate – espeté, volviendo a prestar atención al libro. Se agachó a la cama, cogió el dinero, y comenzó a contarlo. Estaba todo. Lo guardó en el bolsillo trasero de su pantalón y luego agarró la chaqueta, levantando la vista para volver a mirarme – vete de una vez, como Lucas o sus padres vuelvan y te vean aquí...

- No sabía que accederías a pagarme tanto – me dijo – si lo hubiese sabido habría pedido más, ¡qué mierda! Voy a pedir más.

- ¿Estás loco? No pienso pagarte más – me quejé. Ese idiota iba a dejarme sin pasta para poder marcharme de aquel lugar.

- Me pagarás hasta el último céntimo que te pida, ¿sabes por qué? Porque estás desesperada, harás cualquier cosa para quitarte a David de encima – Apreté mis puños, molesta, más que dispuesta a echarle de mi habitación a patadas.

Samuel.

Hacía tiempo que no hablaba con Leo, estar lejos de ella me estaba matando, pero los estudios me ayudaron mucho con aquel síndrome de abstinencia, ni siquiera tenía tiempo para preguntarme cómo le iría con su intento de buscar algo en contra de su hermano, o quién le estaría ayudando para ese fin.

Llegué a casa, tras tres exámenes arduamente difíciles, observando a mi hermano allí, en el sofá, como de costumbre, haciendo llamadas mientras se fumaba un cigarro.

- Discreción, canijo, quiero discreción – le ordenaba, dando una larga calada al cigarro, dejándole luego sobre el cenicero, levantando la vista para mirarme – luego te llamo y te explico con detalle – colgó el teléfono – Ey, hermanito – comenzó, ni siquiera le eché cuenta, pasé de largo y me encerré en la habitación. Pero a él le dio igual, me siguió hasta ese punto, abrió la puerta y observó cómo dejaba la mochila sobre la cama, y me sentaba en el escritorio, más que listo para volver a estudiar – he oído que ya no te zumbas a la zorra de Leo – dejé de prestar atención a los apuntes y miré hacia él, con cara de malas pulgas – Te dije que esa niña pija sólo te estaba usando.

- No es eso – me quejé, molesto – le he dado un poco de tiempo para que solucione unos problemas familiares – sonrió, con malicia, tocándose el colmillo con la punta de la lengua, mientras sonreía. Eso no quería decir nada bueno, siempre ponía esa cara cuando estaba tramando alguna de sus travesuras – Carlos... No hagas nada, ¿quieres? – levantó las manos, encogiéndose de hombros, poniendo cara de inocente.

- Como quieras – salió de la habitación sin decir nada más, lo que yo no sabía, es que ya era demasiado tarde para decirle algo así, pues él estaba tramando algo a mis espaldas.

Leo.

Los exámenes llegaron, y todo el mundo estaba liadísimo estudiando, apenas veía a Samuel, ni siquiera en los pasillos. Lucas estaba de los nervios no paraba de darme la vara una y otra vez para que le ayudase con la asignatura de fonética.

- ¿Debería buscarme un estudio o algo? – pregunté, mientras estudiábamos sobre la cama, con los ordenadores. Levantó la cabeza y me observó. No pude evitar reírme, me hacía demasiada gracia con aquel cintillo sujetándose el flequillo.

- Déjate de tonterías y déjame estudiar – se quejó, volviendo a prestar atención a su ordenador.

Me tumbé boca arriba sobre la cama y pensé en ello, un lugar mío propio, sin tener que molestar a los demás, y lo más importante, sin que mi hermano supiese dónde estaba. Quizás debería volver a la pensión.

- ¡Mierda! – escuché, sacándome de mis pensamientos. Lucas dio un salto de la cama, quitándose el cintillo y colocándose bien la ropa – había quedado con Edu, lo había olvidado completamente.

- ¿A qué hora habías quedado? – quise saber.

- A las seis, para estudiar juntos en la biblioteca.

- Anda, vete, que aún te da tiempo de llegar – me guiñó un ojo, después de mirarse al espejo y peinar bien su cabello, tirándome un beso después.

Sonreí, divertida. Tumbándome de nuevo en la cama, volviendo a soñar con mi propio lugar.

- Leo, siento molestar – era el señor Guta – Ana y yo vamos a salir – asentí, sin decir nada, mirando hacia ellos.

Ana me miró, haciéndome señas con las manos en el lenguaje de sordo mudos. Pues no podía hablar, desde muy pequeña nació con un problema en el tímpano, y no podía escuchar nada.

"Vamos a ir a comprar. ¿Te vienes?"

"No, gracias, tengo que estudiar. Pasároslo bien" – contesté, en el mismo lenguaje. Había aprendido un poco con el paso de los años. Sonrió, agradecida, y luego ambos se marcharon.

Justo escuché la puerta principal cuando me dio sed, me apetecía mucho un poco de coca cola. Así que bajé a la cocina, preparándome un vaso con hielo bien fresquito con aquella bebida burbujeante, justo iba a volver a subir hacia la habitación, cuando el timbre de la puerta sonó.

¿Quién sería?

Era raro, pues todos los dueños de la familia serían su propia llave.

El miedo comenzó a expandirse por mi cuerpo. ¿Y si era David?

Pero no, no era mi hermano, si no Charlie, y eso me pareció aún más raro, aunque reconozco, que me tomé un momento para echarle una mirada de arriba abajo, estaba tan sexy...

Llevaba una chupa de cuero, sus famosos jeans negros, y las manos metidas en los bolsillos, observándome con esa mirada de chico malo. No me gustaban los chicos malos, así que era más que obvio que no iba a darle bola.

- ¿Qué haces aquí, Charlie? – me quejé, abriendo la puerta de la habitación, observando como este entraba sin ser si quiera invitado – Nada, tú como en tu casa – le lancé. El ensanchó su sonrisa, para luego darse una vuelta por el lugar, cogiendo cosas aquí y allá - ¿tus padres no te enseñaron a no tocar lo que no es tuyo? – me quejé, quitándole el sujetador que acababa de coger del cesto de la colada recién recogida.

- ¿Qué talla usas? Sólo por curiosidad – le saqué el dedo corazón, me di la vuelta y volví a colocar la prenda en su lugar. Él rompió a reír, parecía que la situación le hacía gracia. Capullo – La princesa del cuento tiene agallas, ¿eh?

- ¿Por qué presupones que es mío? No soy la única mujer que vive en esta casa – pensó en ello, asintiendo después - ¿A qué has venido, capullo? – espeté, haciendo que este silbase, en señal de que le había dolido mi comentario, pero sólo era puro teatro. Era un liante bueno.

- El Charlie ha venido a traerte algo – metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó un papel mal doblado y arrugado. Hice el amago de cogerlo, pero este echó la mano hacia atrás, con chulería - ¿qué vas a darme a cambio de esta información, princesa?

- Ya te he dado 1000 euros – me quejé, cruzándome de brazos. Sonrió, ladeando la cabeza después.

- Ahí has estado rápida, nena – añadió, cediéndome el trozo de papel. Lo agarré y observé lo que ponía.

Calle Las Magnolias, Nº34

23:00

Intercambio.

- ¿Qué mierdas es esto? – me quejé, se rio sin ganas, antes de contestar.

- Esto, princesa, es lo que necesitabas para joder vivo al gilipolla de tu hermano – me reí a carcajadas, dejándole algo desubicado. Hice una pelota con lo que acababa de pasarme y se la tiré a la cara.

- Esto, capullo, no me sirve para nada – su aire de superioridad, y su chulería se esfumó de golpe – te he pagado para que me entregues pruebas, si tienes un puto chivatazo vas y lo compruebas, haces fotos, esas cosas... ¿tengo que hacerte un croquis de cómo se usa una cámara de fotos? – parecieron cabrearle mis palabras, pues se acercó a mí demasiado, antes de hablar, y no estaba precisamente feliz.

- Mira, niñata, no soy uno de tus mayordomos – espetó, con los dientes apretados, y los puños cerrados – a mí no me das órdenes, ¿lo has entendido?

- ¿O qué? – porfié, con una sonrisa maliciosa en el rostro – harás lo que yo te diga, porque para eso te pago y cedo a tus putos chantajes de mierd... - me agarró del cuello, y me atrajo hasta sí. Atrayendo mi boca a la suya, rozándola, sin tan siquiera atreverse a más, con la respiración acelerada, dejándome noqueada, jamás esperé algo así.

Me soltó entonces, echándose hacia atrás, bajando la cabeza, apretando los dientes contra su labio inferior, intentando tranquilizarse, volver a la normalidad.

Se lamió los labios antes de hablar.

- Tienes suerte de ser la chica de mi hermano – me dijo, con dificultad, para luego darse la vuelta, abrir la puerta y desaparecer de vista.

Me toqué el pecho, sofocada.

¿Qué demonios había sido eso?


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