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18. El capullo y la princesa. NUEVO.

Buenas tardes, disculpen las molestias, pero he Editado toda la historia, a lo largo de los próximos días, iré Editando todos y cada uno de los capítulos. No me maten. Pero era más que necesario para lo que se avecina.

Lucas se sorprendió al verme llegar con aquellas pintas a la universidad, se acercó a mí, mientras yo abría el libro de inglés y comenzaba a leérmelo. Ya me lo sabía de memoria, pero necesitaba alejar mi mente de todo lo acontecido la noche anterior.

- ¿Qué te pasaba anoche? – susurró, en voz baja, para no molestar al resto de nuestros compañeros que estudiaban en la biblioteca - ¿no vas a contármelo?

- David – fue lo único que respondí.

- Quédate en mi casa – rogó, altamente preocupado por mí. Asentí, en señal de que me parecía una buena idea, y volví a prestar atención al libro.

- Escucha – dije tras media hora estudiando, la mayoría de la gente me miró, molesto – perdón – me disculpé, volviendo a prestar atención a mi mejor amigo – pasó algo anoche.

- ¿Con David? – se asustó, y más "shh" por parte de varios compañeros se escucharon. Volvió a bajar la voz cuando habló de nuevo - ¿qué pasó?

- Me encontré con Carlos – susurré, pasando la hoja sobre cómo hablar en público – me dijo...

Le conté a mi mejor amigo lo sucedido, aunque por supuesto obvié todo el tema de David, no quería preocuparle. Cuando terminé estaba flipando.

- Parece un buen tío, nada que ver con el camello que conocemos – aseguró. Asentí, apoyando su postura totalmente - ¿qué vas a hacer?

- No lo sé. Estoy echa un lío. Aún tengo a Samuel metido en la cabeza...

- ¿Lo tuyo con el friki va en serio? – se extrañó.

- Lucas, ha sido el primer tío con el que he deseado acostarme – expliqué – además, me hace reír. Es un buen tío.

- ¿Y Carlos?

- Carlos siempre será algo platónico – contesté – Es como cuando te flipas por un cantante, y lo das todo por él, te pillas hasta las trancas y sueñas con ser tú, la chica en la que se fije. Pero ... en el fondo sabes que eso no sucederá.

El móvil vibró sobre la mesa, haciéndola temblar entera, de nuevo la gente de mi mesa me miró con cara de pocos amigos. Tenía un mensaje de Charlie, y justo no era para hablarme sobre nada de lo ocurrido la noche anterior. Era como si fuese una persona diferente.

Charlie:

Ya he pensado en la cantidad de pasta que quiero por este trabajo.

Yo:

Estoy en la biblioteca

Charlie:

¿Tiene pinta de importarme lo que estés haciendo?

Le enseñé la conversación a mi mejor amigo, y este negó con la cabeza.

- Es un capullo – susurró – yo que tú, me quedaría con Samuel – sonreí, divertida.

Yo:

¿Cuánta pasta quieres?

Charlie:

1000 euros.

Yo:

¿Tengo pinta de ser un banco? Paso

Charlie:

Voy a saltar de este barco si no me traes la pasta.

Yo:

Necesito tiempo para conseguir esa cantidad.

Charlie:

Dame la mitad hoy, el resto el miércoles.

En media hora en el parque, junto a la cafetería el Jing.

Eché las cosas a la mochila, ante la atónica mirada de mi mejor amigo, me puse en pie y me marché sin más, mientras él intentaba alcanzarme.

- Sí que te han entrado las prisas – se quejaba, siguiéndome calle abajo - ¿a dónde coño vamos? – le pasé el móvil desbloqueado con la conversación en la pantalla para ponerle en situación – Lo dicho, un capullo.

- Vuelve dentro si quieres – sugerí. Asintió.

- Mantenme informado.

Esperé paciente, sentada en el banco, agarrando las tiras de mi mochila con fuerza, pensando en lo gentil que fue la noche anterior y lo capullo que era en aquel momento.

Su coche se detuvo frente a mí, abrió la ventanilla y me habló.

- Sube al coche – ordenó, asustado. Lo hice, al ver su cara de ansiedad, y él salió de allí pitando – me han jaqueado el teléfono – aseguró. Le miré, alarmada – Lo sospeché ayer, pero hoy lo he comprobado. Esos cabrones me estaban esperando en el parque... ¡joder! ¿quién me manda meterme en los asuntos de niñatas ricas como tú? ¿Has traído la pasta?

- ¿Vas a rajarte? – Pregunté.

- Aquí no – contestó, dando un volantazo, metiéndose por un polígono, deteniendo el auto junto al puente que cruzaba hacia el otro lado. Se salió del auto y yo le seguí, sin comprender – El móvil – pidió. Lo saqué de mi chaqueta y se lo pasé, observando noqueada, como él tiraba este a la autopista, haciendo que miles de coches pasaran por encima de él, destrozándolo. Hizo lo mismo con el suyo.

- ¿Estás loco? – me quejé, fuera de mí - ¿Quién te ha dicho que puedas...?

- Nos lo habían pinchado, Leo – informó.

- ¿Vas a dejar el trabajo? – quise saber, mientras me cogía el cabello en una cola alta, para luego acercarme a la barandilla, escuchando el ruido de la autopista debajo de nosotros.

- No – contestó, apoyándose en la barandilla con una mano, mientras metía la otra en el bolsillo de su pantalón – Esto es algo personal. ¿Has traído la pasta?

Saqué del bolsillo pequeño de la mochila un fajo de billetes, y puse todos menos 50 euros en su poder.

- ¿450? – se quejó – dijimos 500. ¿Te crees que esto es una puta broma, Ricitos?

- Necesitaba los 50 para pagar el desayuno en el hostal y el taxi hasta la universidad – contesté, apoyándome de nuevo en la barandilla, mirando hacia el horizonte. Él empezó a comprender la situación.

- ¿Con qué te está chantajeando? – quiso saber, apoyándose de espaldas en la barandilla, mordiéndose los labios, para luego sacar el paquete de tabaco y coger un cigarro, apoyándolo en sus labios, más que dispuesto a encendérselo, intentando lucir despreocupado.

- Eso no es asunto tuyo, ¿verdad? – contesté, girando la cabeza para mirarle, dio una larga calada al cigarro y luego me observó – no necesito que tengas lástima de mí, ni que cuides de mí ... sólo ...

- No es ese el tipo de relación que tenemos – me ayudó. Asintió, volviendo a dar una calada al cigarro – quiero el resto de mi pasta el miércoles – sonreí, sin ganas.


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