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12. La distancia. CORREGIDO.

Buenas tardes, disculpen las molestias, pero he Editado toda la historia, a lo largo de los próximos días, iré Editando todos y cada uno de los capítulos. No me maten. Pero era más que necesario para lo que se avecina.

Charlie.

Llegué al hospital, angustiado, con la chupa abierta, y un puto cigarro en la mano, escuchando a una enfermera decir que allí no se podía fumar. Lo dejé caer al suelo, ignorando a esa zorra, y seguí avanzando, ni siquiera tenía que preguntar dónde estaba, porque vi enseguida a la princesita, nerviosa, junto a la puerta de enfermería.

- ¿Qué coño le has hecho a mi hermano? – pregunté, fuera de mí, al llegar hasta ella. Levantó la vista y me miró, sin dar crédito a lo que estaba ocurriendo – Te dije que tuvieses cuidado – me quejé - ¿por qué cojones tuviste que meterte con él? ¿no te das cuenta que destruyes todo lo que tocas? ¿Eh? – Estaba fuera de mí, no podía evitarlo. Ella me cruzó la cara, y me lo merecía, no creáis que no, pero no iba a permitir ni de lejos que una tía quedase por encima de mí. La agarré del brazo y tiré de ella hacia las escaleras. La puerta se cerró detrás de nosotros, y ella aprovechó ese momento para soltarse de mi mano – No quiero que vuelvas a acercarte a él.

- Charlie, yo no... - comenzó, sin saber exactamente qué decir. Apreté los dientes, molesto.

- Mira, zorra, es simple. Aléjate de él – volvió a cruzarme la cara, asesinándome con la mirada, algo defraudada, rasgándome el corazón. Algo dolió dentro, pero no podía parar, no cuando mi hermano había sido golpeado por culpa de ella.

- Estaba equivocada contigo – susurró, bajando la mirada un momento.

- ¿Qué has dicho? – me acerqué a ella, acortando las distancias entre nosotros, volviendo a agarrarla del brazo, haciéndome el imbécil.

- Eres un capullo – espetó. Rompí a reír, soltando su brazo, dando un par de pasos hacia atrás, perdiendo el contacto visual, enmascarando la ansiedad y el desasosiego que me estaba infligiendo yo mismo, por estar causando aquella situación.

- Déjale en paz, Leo – añadí, haciendo que ella volviese a mirar hacia mí, sorprendiéndose por la suavidad de mis palabras – si te importa lo harás ¿verdad? – asintió, despacio.

- Lo haré por él – aseguró, asentí, algo aliviado – no por ti.

Salió por la puerta, largándose por el largo pasillo, dejando aquella etapa de su vida atrás. Me rasqué la cabeza, molesto conmigo mismo por causar esa situación, porque ella viese esa parte de mí que odiaba.

Samuel.

Estaba tumbado sobre una cama, en una habitación de hospital, pero mi mente se hallaba lejos, en la puerta de la universidad, siendo besado por ella.

- No quiero que dejemos de hacer esto – pidió, entre besos, mientras yo asentía, volviendo a besarla, a aferrarla a mí.

Esa alucinación se fue disipando, despacio, pues unas voces llegaban a mí, algo confusas, y pronto recordé lo acontecido en la calle, junto a mi moto, a las puertas del local del cumpleaños de su amigo, cuando su hermano me golpeó, podía escucharla llamándome aún, para que me separase de ese animal.

- No te preocupes, tío – escuchaba a Charlie, hablando por teléfono con alguien – vigílala, sólo por precaución.

Abrí los ojos, observando a mi hermano, pero sólo estaba él. ¿Dónde estaba ella? Miré hacia la puerta y de nuevo hacia la persona que tenía a mi lado.

- ¿Dónde está ella? – pregunté hacia Carlos.

- Se ha ido.

- ¿Por qué? – se encogió de hombros, bajando la cabeza con rapidez. Lo supe entonces, él me estaba ocultando algo.

Leo.

Su hermano tenía razón, está cerca de él era algo malo, lo ponía en peligro. De hecho, esa paliza la había recibido sólo por mi culpa. Él estaba mejor sin mí. Era un buen chico, no se merecía mezclarse con gente como yo que ni siquiera merecía ser amada.

Pensé en mamá que me abandonó cuando tenía 7 años, en el tipo con el que perdí la virginidad que me dejó allí después de haber tomado lo que quería, y en David...

Charlie invadió entonces mis pensamientos. No podía creer lo que había sucedido en el hospital, no quería ser consciente aún que Samuel era su hermano. Quizás por eso me sentía tan cómoda por él, por eso me sentí a salvo, ...

Torcí la esquina, mirando hacia mi casa, pensando en todas las cosas que habían sucedido en los últimos meses, y sobre todo en él, en Carlos. Sonreí al recordarle en aquel banco, sonriéndome...

- Si quieres puedo llevarte yo – sugirió – tengo el coche ahí mismo... - no podía decir nada, no frente a él.

Me sentía como si fuese gelatina en aquel momento, él causaba ese efecto en mí. Su mirada era reconfortante, como algo cálido que conoces de toda la vida.

- Carlos – llamó una voz, llegando poco a poco hasta nosotros, percatándose entonces de mi presencia. Él se puso en pie, con calma y miró hacia su colega – todo arreglado, he ... ¿Leo?

- ¿Os conocéis? – preguntó el otro, atónito.

- Tío, es mi hermana – el alma se le cayó a los pies en cuanto escuchó aquello, no lo había esperado en lo absoluto - ¿qué te ha pasado en la cara? Parece que te ha venido la menstruación por delante – bromeó, riéndose de su propio chiste entre dientes – venga tío, deja de perder el tiempo – le agarró del brazo y tiró de él hacia el club, alejándome de él, sin más.

No. Me negaba a creerlo. Carlos no podía haber cambiado tanto en dos años. El gentil y apuesto muchacho que conocí en el club no podía haberse convertido en ese cabrón de mierda.

Entré en casa, dejando las llaves sobre la mesita de la entrada y caminé hacia mi habitación, pretendía darme una ducha y acostarme, descansar y despertar al día siguiente, sin recordar nada de aquella mierda, pero al entrar, el capullo de mi hermano estaba allí, con una venda en el brazo, mirándome con cara de pocos amigos.

Negué con la cabeza, horrorizada, sin atreverme a decir nada.

- Si vuelvo a verte cerca de esa rata... - volví a negar, con un nudo comenzando a formarse en mi garganta. Agarró mi barbilla, y levantó mi cabeza, para luego morderme el labio inferior, haciéndome daño, rajándomelo - ... le mataré. No es un farol – no dije nada, y él sonrió.

Caminó luego hacia la puerta, pensé que iba a marcharse, pero todas mis alarmas se encendieron en cuanto vi como la cerraba, echando el pestillo después. Sonrió, con chulería, mientras yo negaba con la cabeza, horrorizada.

- Túmbate en la cama – ordenó, mientras yo seguía resistiéndome, y él señalaba hacia ella – vamos – insistió.

- Dejaré a Samuel – le dije, con la esperanza de que aquello aplacase su sed – me alejaré de él y ... - a medida que hablaba se fue acercando a mí, más y más, y cuando estuvo frente a mí perdí las ganas de hablar, al ver como sonreía con cierto brillo aterrador en sus ojos.

- Leonor, Leonor – me regañó, con cierta carga de deseo en sus palabras. Apoyó la mano en la tela de mi vestido y bajó hacia abajo, hasta rozar mis pezones por encima de la tela, sorprendiéndome. Le di un manotazo, intenté apartarle, ganándome una fuerte cachetada que me hizo olvidar hasta mi propio nombre – debiste haberte alejado de él la primera vez que te lo dije... pero, no te negaré que se sintió bien darle una lección a ese capullo y al cabronazo de su hermano.

- David, por favor – supliqué. Negó con la cabeza, justo cuando él tiraba de mi escote hacia abajo, bajándome el vestido con tanta fuerza que el roce de la ajustada tela por mi piel, sin tan siquiera quitar la cremallera de seguridad, fue tan fuerte que la irritó.

- Tranquila – me dijo, pasando sus asquerosos dedos por mis pechos desnudos, mientras yo intentaba soltarme, pero era en vano, las mangas del vestido me tenían las manos prisioneras en la cintura. Me echó hacia atrás en la cama, con un solo toque y yo reboté un poco en ella. Tenía miedo, me aterraba la idea de volver a ser ultrajada de esa manera – prometo que esta vez vas a disfrutar – aseguró. Levantó mi falda, enrollando la tela alrededor de mis manos, para que no pudiese soltarme, y luego me bajó las bragas, mientras me movía como una culebrilla asustada, intentando huir de su captor – esto va a ser divertido – se tumbó junto a mí, enseñándome su móvil. No entendía que era lo que quería. Presionó el dedo sobre la pantalla y entonces vi como el reloj comenzaba a avanzar, como si se tratase de un cronómetro o una grabación. ¡Mierda! Eso era, quería volver a tener algo para chantajearme. Maldito cabrón, asqueroso y manipulador – no grites muy alto, podrías despertar a nuestros padres – dejó el teléfono encima de mi abdomen, como si quisiese que aquello se grabase bien, y luego metió la mano entre mis piernas. Volví a hacer presión, en aquella ocasión para que no pudiese entrar, pero lo logró, pasando luego sus dedos por mi sexo – eres de las que necesitan una ayudita, ¿no? – se escupió la mano, para luego volver a apoyarla entre mis piernas, acariciando ese punto que hace que una mujer se vuelva loca. El primer calambre me recorrió entera, incluso olvidé dónde estaba y qué era lo que me estaban haciendo. Apreté los labios para evitar gemir. Él sonrió, y movió su dedo en círculos cada vez más constantes, hasta que el segundo calambre me recorrió entera, obligándome a abrir la boca, emitiendo un suave gemido. Su sonrisa se curvó.

- David, por favor – volví a suplicar, quería que se detuviese de una vez, no quería que un asqueroso como él me diese placer de esa forma. Se detuvo tan pronto como dije esas palabras. Me miró, en tono teatral, agarrando el móvil que descansaba sobre mí.

- Dime que la quieres dentro – suplicó, con voz de deseo, cortando luego la grabación, dejando escapar una maliciosa risilla – gracias por esto, Leo – le miré, sin comprender. Observando como salía de la habitación, sin más.

Pero ... ¿qué demonios había sido eso?

De todas formas, tenía frío y no podía quedarme para averiguarlo, así que volví a forcejear, intentando liberar mis manos, lo que fue en vano.

¡Maldita sea!

Rodé por la cama, colocándome boca abajo, empujando mis codos hacia delante, forcejeando conmigo misma, hasta que la tela de la falda se soltó. Sólo me quedaba subir las mangas.

Me escurrí por la cama, cayendo de rodillas en el suelo, presionando las manos hacia arriba, agarrando torpemente la cremallera, palpándola hasta encontrar la solapa, tirando de ella en cuanto la alcancé. La prenda fue perdiendo rigidez a medida que la cremallera iba bajando, hasta que finalmente lo conseguí, librarme de mis ataduras... pero ... ¿a qué precio? Tenía las muñecas doloridas y los brazos arañados de la presión que ejerció el vestido en ellos.

Me marché a la puerta del fondo, metiéndome en el vestidor, agarré mi sudadera favorita, con capucha y unas mayas negras, vistiéndome con rapidez, para luego marcharme a casa de mi mejor amigo.

Charlie:

Le pegué un puñetazo en toda la ceja a ese ruso de mierda, sacudiendo esta después, uff hacía demasiado que no usaba los puños en el trabajo, estaba algo desentrenado.

- Charlie – me llamo este, con todo el rostro cubierto de sangre, a causa de varias heridas que no sólo yo le había causado, y varias amputaciones en las manos – no hemos sido nosotros, ya te lo he dicho – insistía.

- Rovanov – contesté, levantando la mano para que mi gente nos dejase a solas – no me jodas, joder. Nos conocemos desde hace mucho, así que si me dices un nombre... te dejaré vivir – sonrió, divertido.

- Y una mierda, Charlie. En cuanto te diga lo que quieres saber me pegarás un tiro, llevo el suficiente tiempo en esto para saber cómo funciona – apreté los dientes, molesto.

- Si me dices el nombre del cabrón que nos ha robado... te firmaré un indulto yo mismo. El exilio siempre es mejor que la muerte, ¿no crees? – se lo estaba pensando, ese hijo de puta iba a cantar como un pajarillo en primavera. Pero la puerta se abrió antes de que lo hubiese hecho.

- Poli – me quejé - ¿no puedes ver que estoy ocupado? – pregunté, de mala gana.

- Es David – apreté los dientes, molesto, agarrando el teléfono que mi amigo me cedía, saliendo luego al pasillo, echándole una última mirada al ruso.

- En un momento estoy contigo, tío – cerré la puerta y miré a Poli – qué nadie entre mientras estoy fuera – asintió y le dejé como vigilante del prisionero, echando a andar hacia la ventana - ¿a qué debo el placer de tu llamada, David?

- Charlie, Charlie, Charlie – hay personas que se creen que puedes inspirar miedo en otras por repetir sus nombres de forma reiterada y tranquila. Eso es una puta giliopollez – ¿Cuándo aprenderás que esta ya no es tu ciudad? – apreté los dientes, molesto.

- Si sólo has llamado para tocar las pelotas, te cuelgo – amenacé.

- Pero qué impaciente, eso fue lo que te llevó al punto en el que estás ahora... - añadió. Me estaba sacando de mis casillas, y no iba a tolerarlo mucho más – un pajarito me ha dicho que tenéis a Rovanov. Sabes tan bien cómo yo que los rusos no tienen nada que ver con esto, así que suéltalo antes de que te veas envuelto en algo mayor.

- No sé de qué coño estás hablando – contesté, con voz inocente.

- Bueno... en realidad me da igual lo que le suceda a ese ruso de mierda, hace tiempo que dejó de serme útil – se detuvo un momento, antes de contestar – la verdad es que no te he llamado por eso.

- ¿Y qué coño quieres? Porque estoy empezando a cansarme de esta conversación de mierda.

- Tengo algo para ti – me dijo – así que veámonos cara a cara, tú y yo, sin armas y sin jueguecitos – eché a reír, no podía creer su osadía - ¿o es que no tienes huevos de enfrentarme a la cara?

- En media hora en el parque – contesté, sabiendo que aquello sólo me traería problemas, pero estaba harto de huir, de esconderme detrás de la protección de mis socios – nada de armas, nada de hombres, sólo tú y yo.

Colgué el teléfono y volví hacia la puerta del ruso, donde Poli me miraba sin comprender. Me dejé caer en la pared, cerrando los ojos un momento.

- Necesito tu coche – fue lo único que lancé – corre más, y no puedo llevarme el mío a esto.

- ¿A qué? – quiso saber – no hagas una de tus locuras, el Peluso te cortará los huevos y te los pondrá de corbata – rompí a reír. Me encantaba cuando hablaba en tercera persona de su propio padre – voy contigo.

- ¿Qué dices? ¡Ni de coña!

- Sólo te dejaré el coche si voy contigo – resoplé, molesto, pensando en mis posibilidades. Había hecho un trato con David, pero ... sabía perfectamente que ese cabrón traicionero iba a jugármela. Asentí, y justos caminamos hacia la planta baja, donde Toti y los demás se tomaban una copa.

- ¿Ha cantado? – quiso saber Cristian.

- Tenemos que salir un momento – les dije, agarrando mi chupa de la silla en la que la había dejado unas horas antes – no le toquéis ni un pelo al ruso, es mío.

- Dime que no es lo que creo – pedía el pesado de Poli, de camino al coche, su inigualable Ferrari rojo – dime que no vas a reunirte con el cabrón de David – mi silencio me delató, le miré y le indiqué que abriese de una vez, y lo hizo. Nos subimos al coche y luego abrió la guantera, sacando una pipa de allí – cógela.

- Paso de esa mierda, te lo dije.

- ¿Y qué piensas hacer? ¿Presentable ante David desarmado? ¿Acaso quieres morir? – la cogí cansado de sus putos sermones, y la dejé caer sobre mis rodillas, mirando por la ventanilla, dejando caer el codo en ella.

- ¿Nos vamos? – arrancó y puso rumbo hacia el parque.

Puso música, como siempre, ese puto rap me estaba amartillando la cabeza, pero no dije nada. Me mantuve en silencio todo el camino, pensando en las posibilidades de aquel encuentro.

¿Qué coño quería ese capullo? ¿Qué era esa sorpresa que quería mostrarme en persona?

La última vez que nos vimos me metió una bala en el pecho y por poco no lo cuento. Esa vez no iba a ponérselo en bandeja.

Aparcamos al otro lado de la calle, mirando hacia el otro lado del parque, donde David y ... ¿por qué no me sorprendía que hubiese venido solo? Su hombre de confianza iba con él.

- Te dije que te la jugaría – dijo Poli a mi lado. Abrí la puerta, sin tan siquiera responder, guardé la pipa en mis pantalones, en la parte de atrás, en el coxis, y tapé esta con la chaqueta, para luego echar a andar hacia el parque.

- ¡Vaya, vaya, vaya! – comenzó ese capullo al que detestaba – pensé que ibas a rajarte, como la última vez – sonreí, divertido.

- Tú dirás – fue lo único que dije, mientras mi amigo le miraba desafiante.

- Quiero que escuches algo que te resultará interesante – me dijo, con el móvil en la mano, cediéndomelo. Le miré con desconfianza, no me creía una palabra de lo que decía. Miré a Poli en busca de apoyo – no es una bomba, Charlie – bromeó. Agarré el teléfono, observando una grabación a punto de ser reproducida.

¿Qué coño...? ¿Me había hecho venir hasta allí por una puta grabación? ¿Por qué coño no me la envió por mensaje?

Pulsé sobre la pantalla, colocando el teléfono en mi oído...

"No grites muy alto, podrías despertar a nuestros padres – se escuchaba, era la voz de David. ¿Qué mierdas era eso? – eres de las que necesitan una ayudita, ¿no?"

¿En serio? ¿Me había citado allí para mostrarme una grabación con una puta? Aquello me parecía de risa. Justo iba a retirar el teléfono de mi oreja cuando lo escuché. Un gemido que me heló la sangre, me quedé muy quieto, incapaz de reaccionar, hasta que escuché su voz.

"David por favor"

Tiré el maldito teléfono al suelo, haciéndolo añicos, mientras David sonreía. Tan sólo quería ver mi cara, por eso no me lo envío por mensaje, porque sabía que aquello iba a dolerme.

Saqué la pistola y le apunté, sin previo aviso, dejando a todos sorprendidos. Quité el seguro al arma, mientras que Poli levantaba la suya, apuntando al otro tipo, que me apuntaba a mí.

- Te dije que si volvías a tocarla te mataría – espeté, fuera de mí, con toda la rabia del momento, más que dispuesto a hacerlo - ¿crees que voy a fallar cómo lo hiciste tú?

- ¿Cómo puedes seguir obsesionado con ella? – se quejó, aún sin ser consciente de la situación.

- Charlie, baja el arma – me sugería Poli, a mi lado - ¿no te das cuenta de que esto es lo que él quiere?

Tenía razón. Por eso ese cabrón me había citado allí, para provocarme. No se contentaba con haberme quitado todo, con haber usurpado mi lugar, si no, que también quería joderme de todas las formas posibles.

- ¿Sabes que pasa, David? – pregunté, llamando su atención – que yo no soy un puto asesino de mierda como tú – le dije, guardando la pila. Este rompió a reír, justo cuando su hombre bajaba el arma, al igual que Poli.

- Tú eres más el que está detrás, el que da la orden – lanzó. Sonreí, divertido.

- Volvamos, Charlie – insistía Poli, para que dejase toda aquella mierda atrás – tenemos trabajo que hacer.

- No vuelvas a molestarme para mierdas como esta – me di la vuelta, pero antes de haber dado sólo un paso volví a colocarme frente a él, mientras Poli me miraba sin comprender, y le di un puñetazo en toda la cara. Su hombre me agarró del brazo, para separarme de su jefe, y yo sólo sonreí al ver como la sangre inundaba su boca – no es ni la mitad de lo que quiero hacerte ahora, tío.

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