10. Perdiendo el objetivo.
No hay ningún cambio en el capítulo, solo la numeración de este.
Samuel.
Estaba haciendo deberes, en el salón, cuando sucedió. El timbre de la puerta sonó, me levanté a abrir, molesto, de seguro era el idiota de Carlos, que había vuelto a olvidarse las llaves...
Me quedé de piedra, al verla aparecer, con su falda y su camisa.
Ella era demasiado provocativa, y eso me volvía loco.
- Hola – saludó, masticando un chicle, con chulería – pasaba por aquí y he pensado que ...
- ¿Pasabas por aquí? – Era más que obvio que había venido a verme.
La besaba apasionadamente, en el cuarto de baño, dentro de la ducha, sin tan siquiera abrirla, a altas horas de la noche, mientras ambos nos desnudábamos, entre muerdo y muerdo.
La maldita puerta sonó, por lo que tuve que abrir el grifo para que mi hermano pensase que me estaba duchando, y luego volví a besarla, de forma desesperada, sintiendo su agarre alrededor de mi pene, aún por encima de los calzoncillos.
- Quiero que follemos – se atrevió a pedirme. La cogí en brazos, aferrándome a sus piernas. La puerta de la casa volvió a sonar, mi hermano se había largado.
La solté en el suelo y tiré de ella hacia mi habitación, sin tan siquiera habernos secado, dejando un rastro de agua por el suelo, para luego dejarla caer sobre mi cama.
Le quité la falda, mientras ella me miraba con lujuria, mordiéndose el labio inferior, y luego las bragas, abrió las piernas, enseñándome su depilado sexo, para luego tirar de mi mano hacia ella.
Caí sobre ella, apoyando las manos a ambos lados de su precioso cuerpecito, y comencé a devorar sus pechos, mientras ella gemía, a un ritmo fijo, y yo aprovechaba para subir la rodilla, hasta que mi muslo rozó su sexo, haciendo que volviese a gemir.
Mordisqueé sus pezones, logrando mi cometido, su boca se abrió, dejó de susurrar y comenzó a gemir más alto, como tanto me gustaba.
- ¡Joder! – apoyó la coronilla contra la cama, mientras me sujetaba la cabeza con ambas manos, comenzando a perder la conciencia. Mi boca fue dejando un rastro de saliva por ahí por donde mi lengua pasaba, mordisqueando de vez en cuando su piel, hasta haber llegado a su sexo. Lo lamí, despacio, haciendo que ella se elevase, y mirase hacia mí, mientras yo no le quitaba ojo – Samuel... - me llamó, cuando cacé su clítoris entre mis dientes, y comencé a saborearlo – Tus dedos... - pidió, echando la cabeza hacia atrás, tan pronto como la obedecí, y comencé a meter un par de dedos en su interior.
- ¡Joder! – me quejé, al darme cuenta de que ella estaba chorreando. Apoyé la nariz en su clítoris, dejándome embriagar por ese perfume, para luego meter la lengua en su trasero, logrando mi cometido. Echó la cabeza hacia atrás.
- Dentro – imploró, entre gemidos, con esa voz que había nacido para gemir. Me ponía realmente cachondo cuando la escuchaba gemir de esa forma.
Levanté mi boca, sonriendo con malicia, mientras ella levantaba las manos, comenzando a bajar mis calzoncillos, sacando mi pene a escena, comenzando a masajearlo.
- ¿Dónde la quieres, Leo? – le pregunté, porque me ponía a cien cuando ella me suplicaba que me la follase por detrás – Date la vuelta – pedí – enséñame tu trasero.
Se dio la vuelta, apoyando sus pechos en la cama, más que deseosa de sentir mi miembro en su interior.
Metí un par de dedos en su vagina, encantado con lo húmeda que estaba, humedeciendo su ano con esa humedad, acercando mi pene a su apertura, metiéndola despacio, mientras ella se quejaba al respecto.
- Más – pedía. La obedecí, se la metí entera, sin contemplaciones, comenzando a darle cada vez más fuerte, me ponía a cien cuando me pedía más, no podía evitarlo – no tan fuerte – pidió, dándose la vuelta, sin más.
Leo.
Me vestía frente a él, colocándome la falda, mientras él me devoraba con la mirada, aún desnudo.
- Quédate a dormir – pidió. Ni siquiera le miré, no podía, aquello se me estaba yendo de las manos. No podía seguir acostándome con aquel puto friki, tenía demasiadas cosas que perder si seguía jugando con él.
- Tengo que ir a una fiesta – le dije, y no era mentira. Le prometí a Lucas que me pasaría más tarde.
- Es cierto. ¿hoy no es el cumpleaños de ese amigo tuyo? – asentí, sin decir nada, colocándome bien la camisa de tachuelas, por dentro de la falda - ¿vas a ir en tu coche, o quieres que te acerque?
- ¿En tu motocicleta? – pregunté, divertida.
- ¿No te gustaba la velocidad y la adrenalina? – sonreí – Reconozco que la moto es un poco... pero ... ¿qué quieres? No tengo pasta para comprarme una mejor.
- ¿Ese es el problema? – le dije – Entonces quizás debería dejarte dinero para que te compres una.
- No necesito tu dinero.
- Sería como un préstamo – me quejé – puedes ir devolviéndomelo poco a poco.
- ¿Y por qué lo harías?
- Sería como una inversión, y bueno... somos amigos ¿no?
- ¿Amigos? ¿Tú y yo?
- ¿Qué somos entonces, Samuel?
- No lo sé, pero amigos, seguro que no.
- No me hubiese quedado a dormir en casa de un tío que no fuese mi amigo.
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