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DOWNFALL

Estaba en mi habitación, revisando unas notas para el examen, cuando el ruido de unas voces discutiendo me sacó de mi concentración. Esa mañana, Ravi me había llamado para decirme que habían puesto nuestras canciones en la radio, así que estaba de muy buen humor, hasta ahora.

Me levanté con un nudo en el estómago y me acerqué a la puerta para escuchar mejor.

El tono de mi padre era algo que nunca había escuchado antes: cargado de una ira que iba más allá de su habitual firmeza. La discusión con mi madre estaba escalando, y no podía evitar sentir preocupación.

— No puedo seguir así, Brianna — decía mi padre, su voz quebrada por la frustración — Tienes que entender que las cosas deben cambiar. Este gasto excesivo no es normal.

— Pero no estamos gastando más de lo que podemos permitirnos — respondió mi madre, con un tono que intentaba mantenerse firme, pero que sonaba claramente tembloroso — Hicimos un esfuerzo para mantener las finanzas bajo control.

— ¿Cómo puedes decir eso? — explotó mi padre — Estamos al borde de una crisis. Y tú no quieres ver la realidad. Es como si estuvieras viviendo en una burbuja.

— ¿Y qué, exactamente, quieres que haga? — replicó mi madre, la voz rota.

El ambiente en la casa se volvió pesado, y el grito de mi padre resonó como un eco doloroso. Cuando la puerta se cerró con un portazo, me sobresalté. Salí de mi habitación y vi a mi madre sentada en el sofá, con la cabeza en las manos, sollozando en silencio.

Mi corazón se hundió al verla así. Me acerqué despacio, el nudo en mi estómago apretando cada vez más. No sabía qué decir, pero me senté a su lado y tomé su mano en un intento de consolarla. Su tristeza y el vacío que se sentía en el aire me envolvieron, y me di cuenta de que nada sería igual después de esa noche.

El silencio que llenaba la habitación estaba cargado de una realidad dura: la grieta en nuestra familia era profunda y dolorosa. Y mientras miraba a mi madre llorar, entendí que el conflicto entre mis padres había dejado una marca que sería difícil de borrar de mi mente.

Justo cuando el futuro de Lemonade Mouth parecía prometedor, todo empezó a derrumbarse. Ese jueves en la pizzería, cuando solo quedaban dos días para Rising Star, nuestra actuación estaba siendo pésima.

Yo estaba enferma, y a parte estaba distraída por lo de mis padres. Stacey no estaba cantando bien, y Mason, Alex y Ravi hacían lo que podían.

— ¿Estás bien? — me preguntó Mason notando como no paraba de toser mientras tocábamos "Somebody".

— Sí, creo que es la alergia — le resté importancia.

— No me refería a eso — aclaró con preocupación.

— Estoy bien, en serio  — insistí, aunque sabía que no era del todo cierto.

— Perdedores — gritó Alan desde una mesa, estaba con Piper, no había ni rastro de Thomas, parecía que era verdad eso de que iba a cambiar — Os vamos a machacar pasado mañana en Rising Star, ya veréis.

— No le hagas caso — le dijo Ravi a Stacey, viendo como el chico le estaba distrayendo.

Alan se levantó de su asiento y se subió al escenario, le arrebató el micrófono a Stacey y habló:

— Buenas noches a todos, quiero presentaros a "Perdedores Mouth"... — empezó a decir y Ravi se acercó a él, intentando quitarle el micrófono.

— Dame el micro — le ordenó, y en un forcejeo, lo empujó, haciendo que cayera sobre una mesa.

Todo pasó muy rápido, la gente empezó a tirarse comida, vasos, cajas de pizza. Yo estaba ahí en medio, sin saber muy bien qué hacer, con fiebre y preocupada por lo que me pudiera encontrar al volver a casa.

A la mañana siguiente, Alex nos llamó a todos diciendo que tenía una emergencia y que estaba al lado del instituto, así que fuimos todos allí.

— ¿Alguien sabe qué pasa? — preguntó Mason mientras llegábamos, él tenía el brazo roto, por la pelea de ayer. Decidí no preguntarle nada por ahora, y esperar a estar solos.

— ¿Y Alex? — cuestionó Stacey, abrí los ojos como platos al escuchar su voz, estaba prácticamente afónica.

— ¿Qué te ha pasado en la voz? — se extrañó Ravi.

— No lo sé, creo que Eve me ha pegado el resfriado — comentó.

Cuando iba a disculparme, vimos a Alex, sentada frente a una camioneta.

— ¿Qué os ha pasado? — nos preguntó la chica — ¿Os ha atropellado un autobús o algo así?

— Cállate mejor — le aconsejó Mason y ella le sacó el dedo corazón.

— ¿Qué pasa Alex? — pregunté, sorbiendo los mocos por la nariz, no paraba de toser.

— Sí, ¿que estás haciendo? — se interesó Stacey, casi sin poder hablar.

— Estoy protestando contra la retirada de nuestra máquina de limonada — explicó, con una sonrisa.

— ¿Estás de broma, no? ¿Con este tiempo? — cuestioné, señalando las nubes grises que había en el cielo.

— Venga chica, basta de juegos, tenemos más trabajo hoy — le dijo uno de los trabajadores.

— Va a llover, vámonos ya — dijo el otro.

— ¿Es que de verdad estáis dispuestos a defender la tiranía de los poderosos sobre los sin voz? — replicó la pelinegra.

Y justo en ese momento, empezó a llover, pero no era una lluvia normal, parecía incluso una tormenta, genial.

— Te mueves o te muevo, tú eliges — le dijo el trabajador.

— ¡Yo no pienso moverme hasta que vuelvan a colocar nuestra máquina de limonada en el sótano! — exclamó, y los dos trabajadores la tomaron de debajo de las piernas, levantándola.

Nosotros nos quejamos y nos tiramos sobre ellos, cogiéndoles del cuello, dándoles patadas, puñetazos... Hasta que escuchamos una sirena.

La policía.

Sobra decirlo, pero aquel no es que fuera un buen día para el grupo.

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