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Prólogo

N. d. A:

Léiriú es una novela escrita por mí misma, es decir, por Lux. En un principio surgió como actividad literaria entre varias personas con el objetivo de divertirnos escribiendo, pero la historia fue creciendo, los personajes se volvieron entrañables y al final decidí novelizarla (con el permiso de todas las chicas), haciendo los arreglos convenientes pero respetando la personalidad propia de los personajes. Casitodo es nuevo, así que si me considero la autora, pero no la creadora original de todos los personajes y por mi cuenta jamás habría podido crear a semejante grupo de frikis.

-Género: Fantasía, Acción/Aventuras, Romance, Humor/Parodia, Young Adult, Drama

El prólogo es demasiado triste comparado con el resto de la historia que de hecho es muy loca. Espero que esto no os eche para atrás porque sería una pena. Los personajes al principio son bastante inmaduros, pero más allá de todas las locuras y frikadas que les suceden, se trata de una historia muy tierna (con sus toques oscuros) sobre la importancia de escoger nuestro propio camino.

Sólo los verdaderos elegidos están preparados para superar la prueba de los pepinos malignos xD (leyendo lo comprenderéis)

-Advertencias de contenido: Lenguaje malsonante(sólo la forma de hablar de algunos personajes), violencia, temas sexuales, riesgo a morir de la risa... En fin, yo la catalogaría al menos  como +16

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 Los cálidos días del verano llegaban a su fin, como lo hacen las notas declinantes del violín. El sol revestía de dorado los amplios campos de prímulas y brezos. Los árboles lloraban su nieve áurea sobre un grillo despistado a quien la primera helada había pillado desprevenido, y las cigarras se habían quedado afónicas de tanto cantar.

Érase una vez, en un reino muy lejano, más allá de los límites del sentido común y allí donde los sueños se materializaban en flores de aromas sin igual y seres de ensueño, un palacio de cristal que se alzaba sobre las nubes algodonadas. Aquel día aún la nostalgia de los brillantes días estivales permanecía flotando en el ambiente y el sol se rehusaba a apagar su luminosidad. Todo el mundo se hallaba muy ajetreado cumpliendo su labor: las hadas más jóvenes recogían el rocío con el que harían collares a su Reina, las más mayores se encargaban de recolectar la cosecha, las ondinas guiaban el curso del río y las arienes, el de los vientos. Incluso los duendes jóvenes se hallaban muy ocupados haciendo lo que mejor se les daba: molestar a los humanos que no podían verlos.

En la torre más alta de ese palacio de cristal se encontraba la Sala del Trono. La ocupaba el Príncipe de los Feéricos de Luz recostado sobre su respaldo, duro y frágil para el ojo espectador, cómodo y mullido para su dueño. El joven Idril tenía la mirada perdida más allá de las grandes cristaleras, por encima de las nubes, muy lejos de la luz del sol. Tocaba el Arpa de Cristal con gracia y destreza. Su Canción de la Vida aligeraba los corazones y volvía más sencillas las arduas tareas de sus súbditos. Su melancólica melodía indicaba a las rosas cuánto tenían que dejar crecer sus espinas, a la madreselva la intensidad de su aroma y a los árboles, cuánto luchar por mantener sus hojas pegadas a las ramas. Sin ella, el reino se marchitaría y no volvería a florecer, y él era el único que sabía tocarla. Sus largos y delgados dedos se deslizaban entre las cuerdas de plata, haciéndolas vibrar mágicamente.

Al príncipe le invadía una honda tristeza que se veía reflejada en sus ojos tan claros como el cuarzo. Intentaba concentrarse en su tarea para evadirse de la aflicción que le atosigaba. Allí encerrado al menos le dejaban en paz, haciendo lo único que sabía hacer. Todos disfrutaban del tañido de su música pues sin ella, todo se iría abajo. Él lo sabía, pero no era éste el motivo por el que pasaba tanto tiempo junto a su arpa. Él no tocaba por la belleza de las ninfas ni por la risa de los gnomos. Había encomendado su corazón a una única mujer y por ella impregnaba las notas con tanto sentimiento: su madre.

La Reina de los Feéricos de Luz llevaba enferma desde que dio a luz a su único hijo y desde entonces, no había cesado de marchitarse. Se había hecho todo lo posible por aliviar la depresión que la había sumido en aquel estado, todo en vano. Ya ni siquiera quería ver a su hijo; Idril lo sabía muy bien, aunque los demás intentaban esconder este hecho. El príncipe no podía rendirse sin más, por eso, con la esperanza de que su música lograse liberarla de las ataduras de la pena, se encomendaba a tal acción. No le importaba que sus yemas le ardiesen ni que su Corte ya no se acordase de cómo era su rostro. Un día, su madre se levantaría de su lecho floral y correría a abrazar a su preciado hijo. Entonces ya no habría más sufrimiento, pues su felicidad sería tan grande que ya no necesitaría siquiera tocar el Arpa de Cristal nunca más.

Sus dedos comenzaron a disminuir el ritmo casi imperceptiblemente. Un mal presentimiento estaba surgiendo en algún remoto lugar de su ser, convirtiéndose en hiedra que envolvía su afligido corazón. Podía sentir a la granada que estaba siendo picoteada, a las pequeñas margaritas siendo mecidas por el viento e incluso, al cosquilleo que producían las hormigas con sus patas sobre la tierra; mas no captaba ni el trino de la alondra, ni el canto del ruiseñor; ni siquiera el zumbido algo molesto de un abejorro. Reinaba una calma que le producía cierta inquietud. Unas densas nubes se habían sobrepuesto al sol, filtrando su fulgor. Los dedos se le enredaron con inseguridad entre las cuerdas. Intentó obviar estos detalles, sumergiéndose de nuevo en su propia melodía. Ordenó a sus súbditos que aumentasen el ritmo, tensando la música. El viento había dejado de soplar inexplicablemente y el río que antes reía con fluidez, ahora lloraba. Dos lágrimas resbalaron por las mejillas del Príncipe. Cuando las puertas de la Sala del Trono se abrieron repentinamente para dar paso a un sirviente, Idril ya lo sabía: su madre había muerto.


El cuerpo apagado de la reina Ellette yacía sobre un lecho de lirios blancos y lobelias, casi tan transparente que parecía de cristal. Sus cabellos plateados estaban desparramados etéreamente sobre los suaves pétalos. Los párpados cerrados ocultaban sus ojos despojados de todo brillo, ya no quedaba ni una brizna de fuerza vital en ella. A su lado se encontraba su marido, Gelsey, de brazos cruzados y sin rastro alguno de ojeras bajo sus impasibles ojos. Lucía solemne, más imponente que nunca. Alrededor, unas hadas derramaban sus lágrimas anisadas.

El joven príncipe sostenía las manos de su madre, arrodillado ante lo que quedaba de ella, aprovechando sus últimas gotas de calidez. Temblaba tanto, que por un momento parecía que Ellette había recuperado la vida. Mantenía la ingenua esperanza de que abriese los ojos de un momento a otro. Quería volver a verla sonreír, disponer aunque fuese de cinco minutos para contarle las cosas que nunca se atrevió a decirle. Ella era todo lo que él tenía, todo por lo que había luchado durante ciento sesenta años, y se había ido. Al igual que todas las flores cuando llegaba el otoño, ella había comenzado a marchitarse y su invierno había llegado al fin, con la diferencia que no habría más primaveras para ella. Su otoño había comenzado el día en que nació él y ni siquiera había estado junto a ella durante sus últimos momentos. El cuerpo de Ellette comenzó a emitir un resplandor blanco para después deshacerse en polvo de estrellas.


Finalmente la gente empezó a abandonar el lugar, dejando a solas al heredero con su padrastro. Según la tradición de su raza, una mujer, es decir: un hada, era quien debía ocupar el trono. Sin embargo, Idril era hijo único y no había nadie más capacitado para seguir tocando la Canción de la Vida, por lo que no tendrían más remedio que aceptarlo a él. Al chico todavía le quedaban veinte años para cumplir la mayoría de edad, mientras tanto sería su padrastro quien empeñaría el papel de su tutor y de Rey Regente.

Gelsey se dirigió hacia el afligido Idril, ignorando su llanto:

—Albergas un gran poder en tu interior, pero tus inseguridades lo bloquean. A partir de ahora eres libre, Idril. Ya no tienes que preocuparte por ella nunca más.

El estado emocional del joven le impedía analizar con claridad las palabras de su tutor, pero le enfurecieron como ninguna otra blasfemia le había afectado antes. Seguía temblando, pero de la ira que aquellas crudas palabras le producían.

—¿Cómo puedes decir eso? —gritó, enojado.

—Es la verdad y lo sabes. Ahora puedes vivir tu propia vida y será mejor que la aproveches, uno nunca sabe qué planes se reserva el destino y menos para un ser tan especial como tú —dejó caer Gelsey enigmáticamente.

Idril no podía comprender por qué su padrastro le estaba hablando de esa forma en una situación así. Sentía la energía fluyendo a través de él. Ésta era tan fuerte que se arremolinaba en forma de chispas azuladas alrededor de las puntas de sus dedos. A diferencia de otras veces en las que este torrente de energía le producía tal dolor que era incapaz de darle forma, esta vez le gustaba lo que sentía. Dolía, pero era un dolor agradable y quería que Gelsey lo sintiera también.

El suelo comenzó a temblar y de pronto, surgieron numerosas raíces verdosas que se enroscaron alrededor del cuerpo de su padrastro, inmovilizándolo, mientras que una más gruesa y afilada amenazaba con traspasarle el corazón. Los labios de Gelsey se curvaron en una afilada sonrisa. No sabía cómo lo había hecho, pero las raíces que le sostenían se rompieron y cayeron al suelo, como cáscaras vacías de serpiente.

—¿Lo ves? Ahora que ella no está, has podido hacer magia. Tienes mucho potencial, pero te queda lo más importante: saber controlarlo.

Idril se dejó caer sobre sus propias piernas, grabándose medialunas en su piel con la presión de las uñas.

—Llora, desahógate todo lo que quieras y cuando te hayas descargado de todo eso que tienes dentro, te sentirás mucho mejor. Tu poder cambiará el Mundo.

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 Si estáis leyendo esto ya es tarde, de alguna forma el argumento de esta historia os atrae de forma especial, quizás una cierta curiosidad que está comenzando a desperezarse o quizás que era el destino que acabárais aquí, adentrándose en este loco mundo y buscando Léiriú como los locos personajes de esta historia. Si sentís el corazón un poco pesado en estos momentos, no lo dudéis, si os dejáis atrapar por el encanto de la historia estoy segura que conseguiré sacaros alguna que otra sonrisa. ¡Algún día los psicólogos recomendarán Léiriú a todos aquellos que sufren depresión!

Actualización del 2018: No me puedo creer que hayan pasado tantos años ya desde que escribí este primer libro. Ahora lo releo y muero de vergüenza en muchas ocasiones. Mucha gente me pide que lo saque en físico, pero la verdad es que tal y como está ahora no creo que le fuese bien en ninguna editorial. Siendo la obra que más cariño tengo, me gustaría reescribirla porque hay cosas que sí que quiero hacer mejor, como por ejemplo, todo el tema de la rebelión, ahora que sé mucho más sobre estos temas.

Cuando empecé a escribir esta historia, era por puro divertimento, no pretendía hacer nada serio con ella. Era una historia entretenida para reírse durante un rato y contribuir a la evasión y noches de insomnio a escondidas de que no os pillen leyendo a altas horas de la madrugada. Pero con el tiempo, se ha convertido en algo muchisismo más complejo. Más allá de los chistes y de las situaciones absurdas, en el fondo, es una historia que hay que leer con mucha concentración porque en realidad no es ligera. 

También me ha hecho gracia ver que recomiendo esta historia para tratar la depresión. Ufff no me hagáis caso. Al final tendrá de las escenas más tristes que he conocido jamás. Es una historia que refleja todo mi crecimiento personal a fin de cuentas, y que utilizo para desarrollar y expresar muchos temas antropológicos que me interesan y que quiero que se conozcan.

También el 2º libro alcanza puntos bastante oscuros y escenas +18.  Aún no he publicado esos capítulos, pero aviso desde ya que estarán. 

Cuando la reescriba, supongo que algunas cosas demasiado locas tendré que quitarlas, aunque la locura seguirá siendo sello de identidad de esta saga, ¡en eso no pienso ceder! Quizás algún día escribo algún ensayo sobre cómo somos despreciadas las personas que escribimos fantasía, humor, y encima, si escribes todo esto y eres mujer. Porque el humor se considera inferior e infantil, es un hecho y estoy totalmente en contra de una mentalidad tan amargada. Pero bueno, ya he hablado demasiado. Prefiero que cada persona lectora saque sus propias conclusiones leyendo la historia :) 

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