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6.Grisel I: La reunión


"Era un ser tan cruel que no podía ser de este mundo, por eso decidí seguirle sin que él lo supiera. Le seguí por caminos intransitables, le vi hacer tal terribles actos que no soy capaz de describirlos aquí, pero resistí las náuseas y finalmente llegamos a un desangelado claro del bosque. Kra Dereth comenzó a hablar y al principio me asusté porque pensé que me había descubierto, mas después comprendí que hablaba con un demonio, aunque yo no pudiera verlo. Alzó los brazos hacia el cielo y una intensa luz le abdujo." 

Artículo del nº 86 de la revista Expediente X

BOSQUE DE NÁCAR. 19:15.

GRISEL

El sol en el horizonte comenzaba a declinar y ninguno de esos ineptos buenos para nada se había dignado a hacer acto de presencia. ¿Tan difícil era seguir mis órdenes al pie de la letra? Si me hicieran caso más a menudo, yo ya sería la gobernante absoluta y no me encontraría aquí sentada en un tronco, mientras los pájaros y demás fauna del bosque me miraban como si me hubiesen dado plantón. Les lancé una mirada iracunda y me dejaron en paz.

Maldito principito metrosexual, por si no tenía suficiente con tener que bañarlo y llenarle de masajes, me había obligado a besarlo. ¡Besarlo! Aún podía sentir el roce de su aliento, su calor corporal... ¿Cómo había podido caer tan bajo? Yo ya no era una niña tonta e inocente, no debería haber caído en sus trampas de seductor innato. Afortunadamente, esto se iba a acabar muy pronto. El que ríe el último, ríe dos veces y sin la cabeza sobre su cuello, no iba a poder robar más besos. Si al menos el amor que tanto decía que me profesaba fuera cierto, me causaría bastante placer saber que le tenía loco por mí. No era de extrañar, pues yo estaba muy buena y no era una retrasada desequilibrada como las demás, pero estábamos hablando del príncipe Idril, rompedor de corazones profesional. Todos los hombres eran iguales.

Decidí que seguir pensando en él era una pérdida de tiempo, por lo que traté de buscar una forma de darles a los demás la mala noticia cuando llegaran.

Cuando me enteré de que alguien había osado adelantarse a mí y asesinar a Idril antes que yo, me dominó una furia incontrolable. La reina Helena se estaba dando su baño especial y yo debía de encargarme de verter las sales mágicas  adecuadas. Tuve que resistirme a la tentación de echar en su lugar uñas de troll en polvo y provocarla así unos verdugones horribles que habrían quedado perfectos con el vestido que planeaba llevar a la fiesta. Cuando al fin había llegado tan lejos no lo iba a tirar todo por la borda, quedaba muy poco, tenía que aguantar un poco más. Sin embargo, el que alguien me arrebatase mi venganza cuando precisamente quedaba tan poco, me sacó de mis casillas. Arrojé el frasco de cristal contra el suelo. Estalló en mil pedazos y las sales se esparcieron por el suelo. La reina y las demás criadas me miraban horrorizadas por lo que había hecho.

"Lo siento... se me resbaló. Ahora mismo lo recojo", traté de arreglar mi descuido cuando fui consciente de lo que había hecho.

Helena me miraba desde su bañera, con el cuerpo recubierto de una nube de esponjosa espuma violeta, su melena platinada recogida en un moño y el rostro cubierto por una mascarilla verdosa que le daba un aspecto ridículo, mientras Dorothy y una bruja bastante mayor de pelo grisáceo llamada Merrywether trataban las uñas de sus manos. A pesar de esto, su gélida mirada lanzaba flechas de hielo contra mí.

"¿Qué está haciendo una cría tan inútil como tú trabajando para mí? Amiga de Rosalie tenías que ser, no me extraña que tenga la cabeza llena de tantos pájaros."

A pesar de que debía de haberme mostrado sumisa y tremendamente arrepentida, no pude evitar mirarla desafiantemente. Tenía a la mujer que más odiaba del mundo delante de mí. Si era rápida quizás podría matarla, indefensa como parecía rodeada de sus ridículos cosméticos.

"He dicho que lo sentía y que ahora mismo lo iba a recoger", me osé a hablarla de aquel modo.

Los ojos de la reina se estrecharon más. Unas arrugas surgieron en su frente y en las comisuras de sus labios, estropeando la mascarilla.

"Claro que lo sientes. Para que veas lo buena y compasiva que soy, te daré la oportunidad de que esta noche durante la fiesta me demuestres que no eres una inútil patosa con manos de gelatina. Trabajarás en la cocina haciendo todo lo que los cocineros te ordenen."

«Maldita zorra.»

Por culpa de aquella mujer mi vida era mediocre y miserable cuando tenía más talento que todas las que estaban aquí reunidas juntas, y encima me humillaba sentenciándome a fregar cacharros grasientos con sus sobras, mientras afuera la gente normal se moría de hambre.

"A Grisel sólo le ha afectado la noticia de que alguien ha puesto en peligro la vida del príncipe Idril. Es normal, sería una catástrofe que algo le pasara a un hombre tan guapo... Ejem, a su futuro hijo político, Majestad", intentó interceder Dorothy a mi favor, aunque por la forma en que Helena frunció el ceño debió de empeorarlo más.

"Pero no ha sucedido nada porque mi fabuloso Gelsey estaba allí para hacerse cargo de la situación. Deberíamos despediros a todos por inútiles... En fin, no quiero que Grisel pise el salón de baile esta noche,  con su torpeza podría dejar a nuestra raza muy mal parada delante de alguien importante."

El tono que empleaba cuando hablaba de su maldito Gelsey me enfermaba. Dorothy me lanzaba una mirada silenciosa de compasión y yo le devolví otra, haciéndola saber que no necesitaba su lástima.

Helena ya se había olvidado de mí y había vuelto a cerrar los ojos para proseguir con su baño relajante mientras Merrywether le recomponía la mascarilla. Yo no tuve más remedio que recoger las sales derramadas lo más deprisa posible para largarme de allí en cuanto antes. Todo para nada, porque Idril se encontraba perfectamente y tuve que soportarlo en su baño una vez más hablándome de sus tonterías.

Si había alguien con más serrín en el cerebro que Rosalie, ése era el principito. Al menos le había conseguido sacar algo de información bastante sorprendente, vaya que si lo era, cuando se lo contase a Rosalie... pero ahora tenía que idear una forma de infiltrarme en el castillo.

Quizás el tener tanta presión sobre mí y el estar enfurecida me activaban los engranajes del cerebro, o tal vez mis inútiles aliados tardaron demasiado en venir, pero encontré una solución. Adrián era un príncipe y sorprendentemente había recibido una invitación para asistir a la fiesta. Su familia debía de haber pensado en la posibilidad de encontrarle ahí, algo bastante improbable porque llevaba todos estos años ocultando al mundo su verdadera identidad, viviendo como el renegado que era, sin embargo, la imbecilidad de su familia nos resultaba muy útil. Entraría en la fiesta como pareja del íncubo y si éste se negaba, siempre podía amenazarlo con revelar su verdadero nombre que Maddie y yo habíamos leído en la invitación.

Cuando la impaciencia ya estaba sacándome fuera de lugar, por fin comenzaron a llegar los demás rebeldes. Las fachas de pasotismo de Joshua eran inconfundibles y enseguida le distinguí acercándose hasta el tronco del que había hecho mi trono provisional.  Los destellos del nácar trazaban suaves sombra en su piel.

—¡Ya era hora! Maldito seas, Joshua. ¿Cómo te atreves a llegar tarde?

—Me perdí o mejor dicho, por tu culpa me llevó el doble de tiempo encontrar el maldito pasadizo.

Me llevé la mano a la frente en un gesto de exasperación. ¿Acaso se creía que por tener el sentido de la orientación de una gamba en el taller de Maddie tenía derecho a hacerme esperar? Y encima me echaba la culpa a mí.

—Vamos a ver, maldito emo con cabeza de orangután: ¿para qué me molesté en hacerte un mapa? —pregunté con voz peligrosa.

—¿Te refieres a este "mapa"?

El hechicero rebuscó entre los pliegues de su chaqueta de cuero y sacó un pedazo de pergamino cuidadosamente doblado. Lo abrió  y me enseñó el montón de garabatos inteligibles que lo poblaban.

—¡Pero si está todo muy claro! Solamente tenías que seguir la línea roja hasta que se cruza con la negra y entonces continuar por la morada...

—Si era tan fácil haberlo hecho tú.

—¡Es demasiado trabajo para mí sola! ¿O acaso crees que me gusta rodearme de frikazos por mera cuestión social?

La verdad era que no entendía cómo alguien tan inteligente y poderosa como yo tenía que depender de esta panda de chimpancés, pero entre tanta hadita y arco-iris no resultaba fácil encontrar a gente sedienta de sangre dispuesta a obedecer a alguien con un carácter tan fuerte como el mío y que no hubiesen sido subyugados por la propaganda absorbe-cerebros de la monarquía.

—Se nos va a hacer de noche a este paso, en la ciudad ya deben de haber dado el toque de queda —insistí para contagiarle mi nerviosismo, aunque Joshua en vez de tener sangre en las venas parecía que tenía láudano.

—Tengo la falsificación de las invitaciones —anunció, mostrándome un fajo de sobres lacrados.

Eso mejoró un poco mi estado de ánimo. Al fin mi sueño comenzaba a materializarse frente a mis ojos. Una de las estúpidas normas que Helena había decretado nada más morir el antiguo rey era implantar un toque de queda a las ocho de la tarde. Pensaba que al estar de vacaciones sería diferente, pero por culpa del gas de la risa que había soltado Maddie decidieron imponer exageradísimas medidas de seguridad en Puerto Nácar también. Como en el palacio festejaban todo tipo de celebraciones hasta que el alba salía les daba igual, pero las calles de la ciudad y todos los caminos y salidas estaban infestados de guardias. Normalmente las reuniones de la rebelión las hacíamos en bares clandestinos e ilegales cuyos dueños eran conocidos nuestros que nos apoyaban, pero Puerto Nácar era una ciudad aburridamente tranquila y limpia y no había tales tabernas, por lo que preferíamos reunirnos en un claro oculto del bosque.

El resto no tardó en llegar. Todos se excusaban culpando a mi mapa, como si fuese culpa mía que no supieran leer ni interpretar un plano. Faltaba la boba de Rosalie.

La princesita había acudido a todas nuestras reuniones, era prácticamente una más de nosotros, aunque según se iba acercando el gran día me daba la impresión de que se estaba empezando a acobardar. Esperaba encontrarme equivocada respecto a esto, pero que no se presentara a la reunión más importante de todas me hacía pensar muy mal de esa traidora. La necesitábamos para que nos ayudara a infiltrarnos en su condenada fiesta y me había prometido que vendría. No era típico de ella mentirme a mí...

Desde lo que sucedió en la Zona Maldita no había vuelto a ser la misma. Cuando me lo contaron no me lo podía creer. Me sentí un poco dejada de lado por haberme excluido, se suponía que éramos un equipo y yo les contaba todo lo que sabía. Yo había sido quien había conocido a la princesa y la que se había ganado su amistad y la había manipulado para que se uniera a nuestra causa, no Maddie. Desde la desaparición de Elijah, Rosalie no paraba de lloriquear y eso me molestaba sumamente. Ella era lo más parecido a una mejor amiga, la única a la que le había llegado a confiar intimidades mías muy vergonzosas, y el verla casi tan emo como Joshua me irritaba demasiado. Resolví que era mejor dejar eso de lado también, ya se había perdido demasiado tiempo y la reunión tenía que comenzar de una buena vez.

—Esta noche, la luna se teñirá de carmesí y la estúpida Orquesta Real dejará de hacer sonar sus malditos violines. La música feliz y rosa será restituida por gritos agónicos de dolor y desesperación: La sinfonía de las cabezas cortadas —proclamé con el puño alzado. ¿Quién había escrito semejante discurso? Así recitado en voz alta sonaba bastante cutre.

—¡Abajo la monarquía! —gritó la lunática de Madelaine.

—¡¡¡Abajo!!! —respondimos todos con efusividad.

—¡Les cortaremos la cabeza! —exclamé.

—¡Les sacaremos las entrañas! —añadió alguien más.

—Nos suplicarán misericordia —continuó Maddie.

—Derramaremos hasta la última gota de sangre de sus venas azules —aportó el sádico de Joshua, esbozando una sonrisa macabra.

Al fin la adrenalina comenzaba a bullir dentro de mí. Se acababa el tiempo en que unos cenutrios sin pizca de sentido común nos gobernaban a los demás. Finalmente el mundo tendría a una líder digna e inteligente: yo.

Extraje de mi cinturón  mi daga preferida. Acaricié su hoja brillante y bien afilada y la lancé contra el tronco de un árbol en el que habíamos puesto una fotografía del Príncipe. Se clavó justo en medio de su frente. Debajo de la foto se había colocado un tomate y al hundirse en él mi daga, su jugo escarlata resbaló por la herida que le había infligido.

—¿Tenéis ya vuestros disfraces?—pregunté.

 Al principio la idea de que la fiesta fuese de disfraces para darle una sorpresa a la cumpleañera me había parecido ridícula y vergonzosa, pero reflexionando más fríamente, constituía una ventaja para nosotros ya que podríamos pasar desapercibidos cubiertos por máscaras.

—¡Yo ya tengo mi disfraz de jazmín! —anunció Madelaine llena de emoción.

—¿Es realmente necesario que tengamos que disfrazarnos todos? —tuvo que preguntar el aguafiestas de Joshua.

—¿Tú que crees? —inquirí con voz amenazante.

Joshua puso cara de resignación, pero lo había captado.

—¿Y tú de qué te disfrazarás? Porque para ir de putitas no necesitáis ningún disfraz —preguntó el íncubo que había permanecido muy callado hasta el momento, disfrutándolo.

—De la gran hechicera Farore. Era poderosa, mala y los hombres se arrodillaban ante ella. Es una gran fuente de inspiración. —Hasta entonces, esa famosa Bruja era la mujer más genial del mundo y yo estaba dispuesta a superarla—. Ahora tenemos que sortear la posición que tomaréis cada uno. No podemos pasar todos a la vez por el paso secreto ni presentarnos de golpe ante las puertas de Palacio como si estuviéramos de excursión escolar.

—¿Dónde está Rosalie?

¡Mierda! Ya estaba la listilla de turno haciendo preguntas impertinentes.

—Eso me gustaría saber a mí, Dandelion.

—¿Entonces nos ha traicionado?

—No seáis paranoicos. Ya le daré yo su merecido cuando la vea, vosotros concentraros en la misión.

—¿Pero entonces cómo haremos para infiltrarnos en la fiesta? No todos estamos apuntados en la lista de invitados.

—Sé que ése era el trabajo de la princesita, por eso yo me haré cargo de añadir los nombres de cada uno que para algo soy la líder.  Haré de pareja de Adrián, que él al ser un príncipe sí que tiene invitación, entonces les arrebataré la lista y la cambiaré por otra en la que sí estaréis apuntados. Es muy simple, hasta unos cabeza huecas como vosotros deberíais entenderlo a la primera.

No os confundáis, no es que yo fuese una persona muy trabajadora que le gustaba ganarse las castañas a base de mi sudor, normalmente era muy  vaga y sólo me movía si era necesario, la gran ventaja de poder hacer magia sin duda, pero me he tragado suficientes películas de clase B para saber que el típico error de todos los villanos es el enviar a sus secuaces a por los buenos, con lo que éstos se hacen más fuertes al derrotarlos, hasta que al final de todas maneras se tienen que enfrentar al malo. Si quieres que algo salga bien tienes que hacerlo tú mismo y eso era lo que pensaba hacer. Había demasiadas cosas en juego para dejar que estos alcornoques metiesen sus manazas de lleno.

—¿Pero al trabajar como criada necesitas la invitación de Adri? —preguntó Madelaine.

Si tuviera que dar un premio a la marisabidilla más repelente del año, dudaría seriamente entre Dandelion o la humana.

—Tuve un altercado con la Reina esta mañana, se me ha prohibido asistir a la fiesta —tuve que confesar—. ¡Pero no os desaniméis! —me apresuré en añadir al ver sus caras de desmoralización—. Como si con eso fueran a arruinarnos el sueño.

—La putita de Maddie quería ser mi pareja.

—Pues serás la mía, necesito entrar yo primero para dar el cambiazo de la lista de invitados.

Por un rato que estuvieran separados no iba a ser el fin del mundo.

—¿Acaso dudas de que eso pudiera hacerlo yo por ser una simple humana?

—Ya sé que no eres una simple humana, tus armas y pociones nos resultan increíblemente útiles, pero ya tengo otro plan para ti —dejé caer enigmáticamente.

Maddie emitió una mueca de interés por saber lo que había planeado. Esbocé una sonrisa sardónica, si ella supiera...

—¿Vamos a hacer un ensayo de la orquesta? —preguntó alguien.

—¡¡¡Sí!!! —exclamó Maddie llena de entusiasmo— Eso iba a proponer justo ahora, los músicos deberían ensayar y nosotros mientras cantaremos el himno de los rebeldes —propuso alegremente.

—¡¡¡Sí!!! —exclamaron todos.

Cabeceé negativamente, se aproximaba una escena muy ridícula. A esa chica le gustaban demasiado los musicales, me preguntaba si habría intentado participar en uno y la habrían rechazado cruelmente y por eso había acabado formando un grupo de fracasados despechados, porque eso era lo que éramos todos.

Se nos había ocurrido la idea de sustituir a la orquesta que tocaría en la fiesta por rebeldes, el golpe de impacto cuando los violines se transformaran en ballestas iba a ser genial. Para ello, primero organizamos un casting y sorprendentemente descubrimos que había gente talentosa entre los nuestros que podrían tocar los instrumentos sin destrozarnos los tímpanos. Así surgió el famoso grupo musical Corazón rebelde, que rápidamente comenzó a hacerse famoso entre los campesinos y los guardias de palacio que bajaban a las tabernas tras su jornada de trabajo, y de ahí la fama llegó incluso a los organizadores de la fiesta; aquí Rosalie también jugó un papel importante. Conseguimos que Corazón rebelde fuera contratado para tocar en la fiesta, ni siquiera íbamos a tener que asesinar al otro grupo que tocaría también.

La idea de la orquesta resultó mejor de lo que había pensado en un principio, cuando no había guardias ni espías de la Corona podíamos añadir mensajes subliminales a las letras de las canciones y así extender nuestra ideología.

Los cinco músicos extrajeron sus instrumentos y comenzaron a dejar fluir su animada melodía. Los portamentos del violín se fundían con los glissandos de la lira, mientras que el viento derretía las notas de la ocarina.

Maddie agarró de las manos a Joshua y a Adrián y tiró de ellos para sacarlos al centro del espectáculo. El primero protestaba mientras que el segundo se resignaba, apagando su cigarrillo. Maddie extrajo de su bolsillo uno de sus inventos: el micrófono, que servía para amplificar la voz, e ignorando los comentarios de Adrián sobre su inspiración para darle la  forma a su invento, comenzó a cantar. Los demás se unieron a su canto bailando, saltando y haciendo todo tipo de malabarismos que me produjeron vergüenza ajena. ¡Incluso Victorcín se puso a cantar! Se aferró a Maddie fuertemente mientras nos torturaba con su horrible voz. Los músicos dejaron de tocar, los rebeldes cesaron de dar palmas y unas densas nubes cubrieron el sol. Maddie luchaba por soltarse de él y eso me hizo hasta gracia. Para rematar el numerito, el íncubo golpeó al acosador de Victorcín, golpeándolo en la cabeza con una sartén, y prosiguieron con su numerito musical hasta el final.

—¿Habéis terminado ya de hacer el payaso? Maddie, ¿has traído las armas mágicas? —pregunté deseando olvidar lo acontecido.

—Por supuesto —afirmó secándose las gotas de sudor de la frente, recomponiéndose del musical.

—Comienza a repartirlas, voy a empezar el sorteo.

—Recuerda que Gelsey es para mí.

La humana se dirigió a unas cajas de madera que había dejado tras unos arbustos. Joshua corrió tras ella a ayudarla a empujarlas, sí que estaba necesitado para ir tras esa chiflada con complejo de princesa de las películas infantiles.

Madelaine no terminaba de caerme bien. La había conocido un par de años atrás, cuando la bruja que me proveía ingredientes se puso tan enferma que tenía que ser Maddie la que me llevara las hierbas que había solicitado. Una vez la reina Helena me había encargado sus sales mágicas para mantenerse joven y hermosa, y como tenía que fingir si quería seguir espiando en la Corte para algún día cumplir mi sueño de gobernar, no me quedaba más remedio que hacer estos trabajos. Resulta que las "sales" que se echa la Reina son en realidad cenizas de hadas, me gustaría ver la cara de Gelsey si se enterara de esto. Yo no tenía por qué contar para qué las quería, pero Madelaine es tan pesada que no sé cómo acabé haciéndolo, y así empezamos a entablar una conversación sobre lo mucho que odiábamos a la monarquía. Ella y yo éramos las cabecillas de esta operación, las dos juntas lo habíamos planeado todo porque admito que era útil y divertida, pero eso no quitaba que seguía siendo una humana jugando a tener poder entre unas criaturas más poderosas que ella. Si había sobrevivido hasta ahora se debía a que la muy zorra sabía muy bien a quién tenía que hacerle una limpieza de bajos. Podía dárselas de inocente, pero a mí no me engañaba. ¿Qué iba a hacer sino un íncubo con ella? Y luego estaban sus extraños aliados, como el gnomo aquél que decía ser su marido simbólico y ahora incluso el idiota de Joshua estaba cayendo. Resultaba útil tener una Relaciones Públicas entre nosotros porque yo era pésima en ese sentido, pero no me inspiraba ni una pizca de confianza. Su obsesión malsana con el rey gigoló me parecía asazmente sospechosa. ¿Qué me aseguraba que en cuanto tuviese ocasión no se cambiaría de bando? Ella y Gelsey no podían entablar contacto privado.

—April, reparte lo que hay en este canasto, uno para cada uno —ordené, tendiéndole un pequeño cesto de mimbre a la más joven de nuestros miembros.

April era una niña de familia rica que detestaba estar asquerosamente forrada de dinero, por eso le gustaba dar un toque de rebeldía a su aspecto tiñendo las puntas de su oscuro cabello del color de la sangre. No dejaba de resultar la mar de curioso que varios miembros de nuestra organización fuesen de la alta sociedad que aborrecían el Sistema. La gente nunca es feliz con lo que tiene, siempre protestarán y siempre encontrarán alguna actividad en la que liberar el vigor de su energía disfrazándolo de valores, valores que a mí me eran muy útiles.

Mientras April repartía su suerte a cada uno, Maddie hacía lo propio con las armas. Un par de minutos después ya todos disponían de una pequeña placa de acero pulido con forma de dinosaurio y de una pistola imbuida en magia, tecnología punta de la loca de Madelaine. No tenía ni idea de cómo las hacía, pero servían para el combate y eso era lo que importaba. Las placas de acero las había hecho uno de los nuestros y yo había grabado en una de sus caras cuidadosamente con un hechizo el nombre del noble a vigilar, la posición que ocuparían y la hora a que debían de cruzar las puertas de Palacio.

Todos sostenían su dinosaurio en miniatura como si poseyeran entre sus sucias manos un tesoro de valor incalculable. Examinaban rigurosamente la superficie, rociándola con vaho y leyendo con expectación las letras que mágicamente se iluminaban entre el reflejo distorsionado de su propia nariz. Entretanto, yo me entretenía jugueteando con dos pistolas mágicas. Maddie me miraba de reojo. Ella no había tomado para sí ningún dinosaurio porque estaba creída que se encargaría de Gelsey. No pude evitar sonreír maliciosamente para mis adentros, destruir ilusiones era una de mis especialidades.

Apunté hacia el centro de la gran barriga peluda de Victorcín, qué mal me caía ese hombre. Él proclamaba que se trataba de un aventurero y estaba viviendo con nosotros la aventura de su vida, pero lo cierto era que no tenía quien lo aguantase en el mundo sin ningún talento en especial aparte de exasperar a las mujeres. Sus intentos baratos de seducción me producían vergüenza ajena y sus chistes malos no, lo siguiente, me llenaban la boca de hiel. La única utilidad que había encontrado en él era como amenaza para los demás. Cuando alguien no hacía bien una misión, para la próxima le emparejaba con él y así se esforzaban más.

—¿Qué es negro por fuera y amarillo por dentro?

Allí estaba otra vez contando uno de sus chistes sobre sus animales mutantes. Apreté el gatillo con toda la tranquilidad del mundo. Tras un ligero chasquido, un rayo láser salió disparado, envolviendo a su víctima con su electricidad. El grito agónico de Victorcín espantó a una bandada de pájaros que echaron a volar presurosos por si nos entraban ganas de comer pollo frito. El cuerpo chamuscado de Victorcín cayó sobre la hierba, un golpe seco que sonó doloroso.

—¡Tú! —respondió Dandelion al chiste que había comenzado a contar. Los de alrededor reímos con ganas.

—Buen trabajo, Maddie —felicité a la humana por la efectividad de sus armas.

—Como siempre —sacó pecho muy orgullosa.

Iba a sonreír de forma ácida, pero entonces la vi. Rosalie se encontraba junto a la entrada de la cueva secreta que llevaba desde los jardines de palacio hasta este pequeño claro del bosque. Vestía la capa oscura y sobria que siempre utilizaba para camuflarse. Cuando estaba entre nosotros no la gustaba destacar porque sabía que sus caros ropajes no eran bien vistos entre los rebeldes, así que prefería lucir como alguien normal. A pesar de sus esfuerzos, ni el mejor disfraz podría camuflar el aire de elegancia delicada con el que se movía, o su refinado lenguaje, ni sus cabellos perfumados con rosas de pitiminí. Sus ojos estaban algo enrojecidos, no me suponía raro imaginar que habría estado llorando por que su amado Elijah no estaba presente el día del cumpleaños más importante de su vida. Se la veía indecisa, ¿a qué estaba esperando para integrarse en el grupo?

—¡Al fin! Ya pensaba que nos habías traicionado —le reproché—. Con los traidores no mostramos ni un ápice de piedad.

—Lo siento, hoy la seguridad se ha incrementado más aún y no me ha resultado nada fácil pasar desapercibida por los guardias...

—Supongo que el hecho de haber estado llorando en tu habitación en vez de estar abriendo las docenas de regalos que te habrán hecho no ha tenido nada que ver. Ya pensaba que te habías olvidado de nosotros, tus verdaderos amigos, por culpa de un hombre, aunque se trate del sexy capitán que cuidaba de ti —inquirí cruzando los brazos y lanzándola una mirada sagaz.

La princesa se sonrojó hasta la coronilla.

—Sabes que no es eso, no me molestes más con lo de Elijah... Yo nunca os traicionaría.

—Más te vale, porque a los traidores los despellejamos dedo por dedo, vertemos alcohol sobre la carne viva y los quemamos. Las cenizas de los desleales son muy útiles para preparar hechizos potentísimos.

—¡Hey, si es Rosalie! —exclamó un rebelde al percatarse de su presencia.

—¡Ven con nosotros!

—Hola chicos, quiero decir... ¡Ey, troncos! ¿Qué tal os va? Mucha movida, ¿eh?

Sus intentos por sonar barriobajera daban casi tanta pena como los de Joshua por conseguir algo con Maddie.

—Te has perdido el Baile de los corazones rebeldes —seguían poniéndola al día.

—¡Podemos volver a cantarla! —sugirió Maddie muy emocionada. Os dije que esta chica estaba obsesionada con los musicales—. ♪Los reyes del mundo viven en sus palacios♪

—O mejor, ¿por qué no brindamos con limonada rosa por nuestra inminente victoria? —propuso muy oportunamente Adrián, agitando una botella con un líquido rosado en su interior.

—¡Felicidades, Rose! —exclamaban todos mientras llenábamos nuestros odres de madera con la efervescente bebida y formábamos un semicírculo. Cada rebelde le había preparado un regalo de cumpleaños y todos se peleaban por dárselo. Esto pareció animarla ya que una tenue luz iluminó su rostro y hasta se dispuso a abrir emocionada los rústicos paquetes.

—¡Oh! —exclamó mientras daba vueltas entre sus manos a una pequeña placa de latón—. Es... es... muy bonito, pero ¿para qué sirve?

—Es un amuleto de la buena suerte —le explicó Dandelion muy orgullosa.

—¡Muchísimas gracias! Quiero decir... Juer tronca, ¡es la caña!

Todos los demás comenzaron a pelearse entre ellos por darles sus patéticos regalos de gente pobre que consistían en pulseras de cuero hechas artesanalmente, una colección de chapas de botellas, una campana de bronce, una bata hecha con remiendos de telas, una diadema de flores, unos zuecos desgastados... Para la princesa heredera debían de ser los regalos más cutres que le habían hecho nunca, pero ella los aceptaba todos con la misma ilusión.

—Éste es el mío —dijo Maddie tendiéndole un paquete cuadrado cuidadosamente envuelto a comparación de los otros—. Lo siento mucho, de verdad Rosalie...

—¿Por qué lo dices? ¿Por lo de la Zona Maldita? —inquirió, rebosando ingenuidad—. No tienes que disculparte por eso, Maddie. Vosotros hicisteis lo que pudisteis para encontrar a Elijah.

—Claro... —aprobó Maddie no muy convencida.

—¡Ala! ¡Qué chulo! —exclamó mientras examinaba el objeto que tenía forma de pistola.

Se trataba sin duda de uno de los inventos de la humana. Estaba bañado en pintura rosa y espolvoreado con partículas doradas, además que en el mango había tallado con suma delicadeza y paciencia varios grabados florales también en dorado. Sin duda Maddie se había esforzado mucho.

—Se llama «el kit multifuncional de Maddie v2.0», en color rosa glamuroso —anunció con voz de chica de los anuncios—. Contiene una llave que abre todas las cerraduras, cinturón de escalar, tenacillas para el pelo, taladro portátil, GPS, walki-talkie integrado, linterna, reproductor de música y unas cuantas sorpresitas más.

Maddie se henchía de orgullo cada vez que hablaba de las proezas de sus inventos.

—¿Qué pasa si le doy a este botón?

Rosalie lo accionó y de la punta de la pistola emergió una broca dorada que empezó a rotar estrepitosamente y con tanta fuerza que por poco se le sale disparado de las manos. Tuvo que intervenir su creadora para apagarlo.

—También te he preparado un manual de instrucciones, será mejor que te lo leas antes de que te lastimes a ti misma.

Rosalie aceptó de buen grado, bastante ruborizada, un rollo de pergamino sellado con una cinta fucsia en la que ponía con letras doradas todo ese royo del «kit multifuncional bla, bla».

—Anda, abre ahora el mío —dijo Adrián, tendiéndole el paquete más pesado de todos.

La verdad es que levantó mi curiosidad saber qué le había regalado el idiota de Adrián.

—¿Qué es? —preguntó Rosalie, sosteniendo el extraño artefacto, lo que todos nos estábamos preguntando.

—Un cinturón de castidad.

Rosalie emitió una suave risa.

—Pero Adri, yo no lo necesito, te aseguro que no soy como las demás cortesanas descerebradas...

—Tú llévalo esta noche por si acaso, nunca se sabe cuándo despertarán tus instintos de putita.

Lo que esa mojigata necesitaba no era un cinturón de castidad, sino pagarle un buen gigoló que la desvirgara de una vez.

—Mi regalo es más guay que el tuyo, ¿eh Adri? —incidió Maddie.

Dejé de prestar atención a su insustancial conversación y me acerqué a la Princesa. El mejor regalo siempre se daba el último, por eso yo había esperado hasta el final.

—Anda toma, felicidades tontaina. Tres años que nos conocemos, ¿quién lo iba a decir, eh?

Sonreí satisfecha al ver que mi regalo era con el que más impaciencia lo desenvolvió. Rosalie se quedó contemplando la manzana roja de madera tallada que sostenía entre sus manos. Sus ojos se volvieron vidriosos, rememorando nuestro primer encuentro, cuando yo había intentado envenenarla robándola la cesta de manzanas que estaba recogiendo una mañana en la que la princesa se había escapado de sus clases.

—¿Se come? —preguntó alguien.

—No, merluzos. Se abre.

Rosalie presionó las dos mitades de la manzana, haciéndolas girar en sentido puesto, y se partió en dos mitades perfectas. En su interior que estaba hueco, se encontraba un broche con forma de rosa. El broche era de orichalcum, un material sumamente valioso y raro que había encontrado explorando la zona. Parecía de cristal y plata y arrojaba destellos verdosos y ambarinos.

—Porque ya va siendo hora de que te crezcan las espinas —proclamé colocándole el broche. Separé unos de sus dorados mechones y los aprisioné con la rosa de orichalcum por encima de su sien derecha, apartándola el cabello que le caía lacio sobre sus ojos para ocultar su tristeza—. Que todo el mundo vea la mujer en que te has convertido. No más lágrimas, Rosalie.

Ella asintió con firmeza. Ya había protagonizado el momento enternecedor del día, la noche iba a ser sumamente sangrienta por lo que necesitaba un viento gélido, no rosa, así que volví a subirme al tronco para destacar sobre los demás.

—Antes de brindar —me hice escuchar— repasaremos por última vez el plan que nos llevará a la cima. Rosalie, tú te encargarás de distraer a Helena, así como de ofrecer toda la información que te pida cualquiera de nosotros. Helena y Gelsey no pueden estar juntos, son demasiado poderosos. Después, en cuanto se vaya la luz, te llevarás a Idril a tu habitación del ala este y esperarás a que yo vaya para matarlo después de que me haya encargado de la Reina.

—Esto... —Rosalie parecía querer decir algo, pero no encontraba las palabras adecuadas o quizás, el valor. Jugueteaba nerviosamente con un mechón de pelo y a mí me estaba estresando.

—¿Se puede saber qué te ocurre?

—Me prometiste que no le harías daño a mi madre.

—Sí, claro. —Yo no tenía por qué cumplir siempre con mis promesas—. Por eso he dicho "después de que me haya encargado de". «Encargarse de alguien» no es lo mismo que «matarlo» —mentí airadamente.

—Y bueno... Creo que tampoco deberíamos hacerle daño a Idril —consiguió decir finalmente.

—¿Después de todo el sufrimiento que te ha causado durante todos estos años ahora dices que crees que no debemos hacerle daño?

Mi voz sonó algo así como tétrica.

—Lo sé, soy consciente de todo lo que ha hecho...

—Y yo que pensaba dejarte que lo torturaras un poco antes de descuartizarlo.

—...A pesar de todo, no creo que sea mala persona. Sólo es un poco complicado de tratar, pero en el fondo él no es como Gelsey y los del Consejo.

—¡Voy a matar a ese maldito príncipe con complejo de puta! —grité, perdiendo los papeles—. Ése es el único pensamiento que ha evitado que me cortase las venas cada vez que tenía que soportar sus patéticas canciones.

—Pero él ha sufrido mucho y...

—Oh, ahora lo entiendo. Estás defendiendo a tu futuro marido, ¿es eso, verdad? ¡Qué conmovedor!

—¿Cómo has dicho? Él no es mi futuro marido.

Su voz tembló, el nerviosismo había comenzado a brotar de su pecho.

—¿Ah, no? Esta noche va a proponerte matrimonio —revelé con desdén.

 Una exclamación general se escapó. Todos estaban pendientes de nuestra discusión. Adrián y Madelaine intercambiaron una mirada silenciosa que me mosqueó.

—¡Eso no es posible! —exclamó horrorizada.

—Oh, sí que lo es. Me lo ha contado esta misma tarde durante su baño muy presuntuosamente.

La cara de la princesa se había quedado tan lívida como una rosa blanca.

—Tiene que ser una pesadilla...

—Así que tú verás, bonita. Si no haces nada por evitarlo, acabarán nombrándote Reina y tendrás que permanecer encerrada para siempre en tu palacio rodeada de normas aburridas y envidias y corrupción, además de tener que compartir lecho con el hombre más insufrible de la faz de la tierra. Si no estás con nosotros, estás contra nosotros.

Rosalie debió de mantener una dura batalla en su interior durante unos instantes. Su sentido común peleaba con armamento de última tecnología, mientras que sus buenos sentimientos sólo disponían de armas que parecían de juguete.

—De acuerdo, no quiero casarme con él, así que colaboraré con vosotros en lo que haga falta —se resignó.

Mis labios se torcieron en una media sonrisa. Todos somos uno egoístas, decimos preocuparnos por los demás, pero a la hora de la verdad, sólo miramos por nosotros mismos.

Nuestros compañeros se pusieron a vitorearla por su decisión, si encima había que darla una galleta como a los perros a modo de compensación.

—Brindemos por la sangre a derramar —propuso alguien.

—Más os vale que no me falléis, zoquetes —dije antes de pegar un largo trago. Los demás me imitaron.

La limonada rosa me hizo cosquillas en el paladar y al tragar, me sentí mucho más ligera y de mejor humor.

—Bueno, sigamos con el plan —anuncié. La mejor parte venía ahora—. Las anti-fans de Helena me han pedido colaborar con nosotros y he accedido. Ellas se encargarán de Gelsey. Adrián, tú te encargarás de... —Me detuve antes de pronunciar su nombre, me fue inevitable, a toda mujer le afectaba de igual manera. Definitivamente era mejor dejar que Adrián se encargara de él ya que no le afectaría su enigmática aura tórrida por ser íncubo; yo había venido hasta aquí para cumplir mi sueño no para ver a ese guardia que no merecía mi tempo y no iba a dejar que lo arruinara—. Tú te encargarás de Flopi y tú Joshua, del resto de guardias que protejan la entrada principal. Los demás ya sabéis de quién tenéis que encargaros.

Me encantó ver el rostro desencajado de Maddie. Eso por lo del gas de la risa el día del desembarco.

—Grisel... ¿Qué es eso de que las del club de anti-fans de Helena se encargarán de Gelsey? ¿Has tomado el relevo de Victorcín para contar chistes malos?

—No, humana —escogí las palabras lentamente—. De hecho, tú te vas a quedar reanimando a Victorcín  y vigilarás los alrededores desde fuera. Si surge algún inconveniente, nos informarás por el walkie-talkie que tanto te gusta.

—La única condición que puse a la hora de formar la rebelión fue que YO me encargaría de Gelsey. Pensé que había quedado lo suficientemente claro.

—Pero han surgido improvistos de última hora y he tenido que modificar los planes. Ser líder es muy difícil —traté de excusarme con un poco de dramatismo.

—¡Zorra amargada!

—Si tantas ganas de violar a alguien tienes, puedes violar a Victorcín.

—¿Y tú no vas violar a Idril?

¿Cómo se atrevía a sugerir que quería violar a ese histriónico?

—¿Así que admites que quieres violar al rey silfo?

—¿Y tú al príncipe hermafrodita?

—¡Claro que no!

—¡Yo tampoco! Odio a ese maldito.

—Eres muy inexperta para controlar un sentimiento tan peligroso como el odio. Será mejor que te quedes esperándonos fuera por el bien de la misión —resolví, triunfal.

La humana parecía a punto de llorar. Si hasta me daba un poco de lástima y todo.

—De acuerdo, tú lo has querido, Grisel. Te deseo mucha suerte con tu misión porque la vas a necesitar —me dijo llena de desdén, antes de darse media vuelta y desaparecer internándose por el bosque—. Corto y fin de la transmisión.

¿Que me deseaba mucha suerte? La suerte era para los mediocres, yo no la necesitaba y por una humana menos no se iba a echar a perder nada. Además, la muy tonta había tomado la dirección de la Zona Maldita. Allí anochecía antes que en cualquier otro lugar y cosas oscuras y peligrosas despertaban con hambre. Se veía que se había encaprichado de alguna araña gigante y se moría de ganas de volver a verla.

—Ya se le pasará —murmuré para mis adentros.

Algunos continuaban bebiendo felizmente ajenos a la discusión, pero la mayoría sí que se había quedado callada, formándose un silencio incómodo.

—Adrián, más vale que tu disfraz no sea demasiado ridículo. Como mi pareja tienes que verte digno.

El íncubo me mostró un sobre de papel cremoso en el que destellaba una caligrafía cargada de florituras y un gran sello rojo y azul lacrado. Se trataba de la invitación con la que ambos teníamos que pasar. Sin dejar de esbozar una amplia sonrisa, rompió la invitación en varios pedazos y dejó que el viento se los llevara. Tras este gesto de desfachatez, abandonó el lugar siguiendo el camino que había tomado la humana. Panda de suicidas.

—¡Eso! Largaros los dos. Aquí es donde se ve quiénes son de verdad fieles a la causa.

Joshua me miraba bastante mal.

—¿Y a ti qué te pasa? —le espeté.

—Quizás, la que se debía aplicar el cuento a sí misma eres tú.

Dicho esto, él también se marchó. Por mí como si hacían un trío entre las plantas carnívoras. Jamás me reconocería a mí misma que me dolía que me dejaran de lado. Nunca iba a perdonarles esta humillación de última hora, pero ya vendrían suplicándome y llorando  a mis pies que iban  a obtener lo que se merecían.

Elevé la vista hacia las grandes torres que desde aquí parecían no tener fin. Algunas luces se estaban empezando a encender, como luciérnagas apiñadas formando un racimo. Entre ellas pude distinguir la alcoba del príncipe Idril. Que todo hubiese acabado así de mal era su culpa, me hacía perder los estribos y luego pasaba lo que pasaba. Fuera como fuese, encontraría la manera de entrar allí dentro, lo haría como que me llamaba Grisel y odiaba a la monarquía.

*************

Sí, Grisel es la  líder de los rebeldes^^. Supogo que era bastate obvio, pero aún así quería crear algo de epectación :P

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