4.Gelsey I: Comienzan los preparativos
"Ese maldito Kra Dereth es un insolente y un enemigo para el Equilibrio. Desde hoy, los Feéricos de Oscuridad lo declaramos nuestro enemigo. Así lo declaro yo, la Reina Niam, El Lado Carmesí de la Luna, que Kra Dereth no recibirá apoyo ni siquiera por parte de la oscuridad de la que procede."
Fragmento del Gran Libro Recopilatorio de Frases Célebres.
GUARIDA DE LOS REBELDES. ESE MISMO DIA. 23:00
Os estaréis preguntando qué pasó con Madelaine y los demás que huyeron despavoridamente al ver llegar a Gelsey. ¿Pudieron escapar de la Zona Maldita? ¿Les atrapó el malvado Amo del Bosque? Todo buen superhéroe tiene sus trucos y el Joker tenía más trucos que nadie, por algo también era llamado «Truquero loco».
Todo el mundo era invitado a entrar en la Zona Maldita, pero después no se permitía salir. ¿Cómo lo lograron ellos?
El Joker llevaba siempre consigo una magnífica capa difícil de describir. Normalmente le gustaba lucirla, pero no quería que se le enganchara a las ramas ni a los arbustos, y menos tras estar recién remendada por culpa de que Dini había estado «jugando» con ella. Se lo habían ocultado hasta que la pudieron arreglar y el Joker les exigió verla, haber viajado en el carro de pepinos se le había hecho sumamente sospechoso. Cada vez que veía los dos remiendos que le habían quedado, se le saltaba el corazón y deseaba vengarse de esos dos idiotas que no sabían cuidar de las cosas ajenas. Llevar capa quedaba muy resultón estéticamente, mas poseía muchos inconvenientes prácticos.
El Joker extrajo su capa muy a su pesar, pues en realidad tenía curiosidad por ver qué sucedería cuando Gelsey llegara junto a ellos, pero Madelaine no se lo permitió, aún no estaba preparada para enfrentarse al silfo. Primero quería amedrentarlo dejándole los jazmines ensangrentados cada jueves antes de revelarle la sorpresa de que se trataba de ella.
La capa era amplia y daba para cubrir a dos personas, pero se las ingeniaron para caber los tres. Así sin más, desaparecieron de allí para reaparecer a salvo en su guarida secreta. Tuvieron que soltar una bomba fétida —creación de la humana— para espantar a los demás rebeldes y poder hablar con el Joker. Era viernes y Adrián se rehusaba a gastar su oportunidad de realizar el ritual para encerrarlo en su carta. Tanto Maddie como el excéntrico bufón estaban bastante agitados.
—De acuerdo, quizás me pasé tres pueblos al hacer desaparecer a Elijah —admitió finalmente la humana, cabizbaja.
—Sí, te pasaste un poco, pero al fin y al cabo trabaja para la monarquía, íbamos a tener que deshacernos igualmente de él —trató de reconfortarla Adrián.
—Por poco nos descubren, ¿creéis que serán tan idiotas como para contarles algo? Rosalie es medio alelada e Idril... ya sabéis lo que opino de él.
—Yo pensaba que el dormir con él te haría cambiar de opinión —importunó el íncubo.
—¿Cuánto tiempo vas a estar burlándote de eso, maldito? Estaba tan cansada que ni recaí en su presencia. Yo soy una humana, no tengo súper resistencia como vosotros.
—Cuando quieres no eres más que una simple humana, pero lo de putita sí que no lo puedes negar, ¿eh?
—¿Pero entonces creéis que nos van a descubrir? ¡Gelsey tenía que ser tan inoportuno!
—¿Y qué le van a contar? ¿Que estuvieron pasando la noche en la Zona Maldita con una humana, un íncubo y un friki disfrazado de sombrerero? —trató de tranquilizarla Adrián.
—Adri, podrías ser un poco más delicado conmigo, necesito tu afecto en estas horas de necesidad... —habló al fin el Joker, quien había permanecido demasiado afectado hasta ese momento como para hablar. Gelsey era uno de los temas que más aborrecía.
—Anda ridículo, ¿desde cuando eres tan sensible? —le preguntó Adrián.
—Estabas delante cuando a Su Alteza se le ocurrió... ¿cómo le llamó?
—Kro Pérez —respondió Maddie con una sonrisa maliciosa revoloteando en sus labios.
Adrián no pudo evitar romper a reír.
—Kro Pérez... —sollozó el Joker.
—Vamos, si hasta suena muy... especialmente artístico.
—...Kro Pérez...
—Ya, pesado, si a mí me llamó Madalena, Maddison y no sé cuántas cosas más.
—Pero tú eres una simple humana vulgar. Kra Dereth fue...
—¿No decías que su ingenuidad formaba parte de su encanto? —le interrumpió Adrián.
—Pues sí, es encantador, pero también me frustra, exaspera, exacerba, me solivianta...
—Tres meses, en tres meses tendremos nuestra venganza —sentenció Madelaine con sus grandes pupilas arrojando determinación.
Tres meses después
PALACIO DE LOS ESPEJOS. 9:45 AM.
GELSEY
Voy a ser sincero desde el principio, no me considero a mí mismo malvado, sólo alguien con mucho poder y el poder está para utilizarlo. Existen muchas maneras de usarlo y yo decidí que seguiría el camino de la venganza. Era algo muy egoísta por mi parte, pero yo nunca he pretendido ser caritativo.
Me gusta que las cosas salgan como las he planeado y cuando eso no sucede así, me enfado. Poner a prueba mi paciencia es el juego más peligroso al que alguien puede jugar. Soy capaz de todo por tal de obtener mis fines, es la única manera de salir de la mediocridad. Los principios y la compasión sobran si no quieres ver rodar tu cabeza por la alfombra.
A pesar de pensar así, cometí un error garrafal. No puedo decir que la fiesta del decimoctavo cumpleaños de la inocente Rosalie fuese la noche en que empezó todo, porque esto era mucho anterior incluso de que conociera a Madelaine, anterior a mí.
Aunque yo no creyese realmente en fuerzas superiores, debo admitir que he llegado a creer en el destino. Todos somos piezas de ajedrez en este tablero y los poderosos juegan con nosotros como quieren. Cuando fui consciente de esto, yo también quise entrar en el juego. Quería ir a contracorriente, demostrarles que nadie tenía permiso para joder mi vida. Hoy miro hacia atrás y estoy tranquilo de admitir que no cambiaría nada de lo que hice. No tengo remordimientos. A veces mis convicciones llegaron a tambalearse, me pregunté si de haber podido escoger otro camino diferente a la venganza, lo hubiese hecho.
He comprendido que al final, el curso de nuestras acciones nos coloca en donde deberíamos estar, y yo estoy exactamente en el lugar correcto. Todo gracias a una humana ingenua de cabellos enmarañados y andar despreocupado. Mi chica de los jazmines.
Madelaine era el comienzo del fin y el final de mi ceguera. Su locura me ayudó a librarme de la venda que cubría mis ojos. Si no hubiese sido por ella, yo no habría tenido la certeza de que merecía la pena luchar en contra del destino. Ella representaba todos los obstáculos que me impedían ser feliz, pues a pesar de que aquella noche entrara en la cámara de la Reliquia completamente desprotegida, a pesar de lo cerca que la tuve, era la única a la que realmente no podía tener y todos anhelamos poseer lo inalcanzable. Madelaine se convirtió en mi quimera.
Antes de conocerla yo era un silfo más. El poder siempre me había interesado. Cuando tienes ante ti la oportunidad de tener el Mundo a tu alcance, de poder realizar cuanto se te antoja, quedas irremediablemente seducido por él. Al principio piensas que atravesar el corazón de alguien con una raíz que tú mismo has hecho brotar es ser invencible. Después descubres que existe gente que puede invocar una serpiente gigante que acata todas tus órdenes y ansías aprender más. Te tiras de lleno a beber a la fuente pero la sed, las ansias de poder, nunca queda saciada.
Por aquel entonces yo era un joven despreocupado cuya única motivación era obtener poder para resaltar sobre los demás, pero no tenía un objetivo claro de qué haría con ese poder. Tenía casi mil años por delante para que se me ocurriera una forma de darle uso, por lo que no me preocupaba. Y llegó ella. Mi encanto que era el más fuerte de todo el clan, no le afectaba. Una mujer, y humana además, no enloquecía ante mi presencia porque ella ya estaba loca. En su lugar fui yo el que quedó afectado, el que quedó impregnado por su locura que se abrió paso dentro de mí como un letal veneno.
Estaba enfadado con todos por dejarme vigilando al Corazón del Bosque y no poder unirme a la fiesta. Madelaine lo necesitaba para curar a su hermano. ¿Por qué no dárselo a ella? Descubrí que deseaba volverme en contra de las normas por primera vez, y eso hice. La humana por su propia cuenta no lograría salir viva del bosque, así que huimos juntos. El tiempo que pasé con ella amándola bajo la luz de las dos lunas fue el más feliz de mi vida, pero todo lo bueno se acaba en algún momento.
Cuando llegué a mi poblado, aquello se había convertido en el Infierno. No más flores de vivos colores, no más esculturas y viviendas rebosantes de vida. Sólo cenizas y fuego por todas partes. Me costaba creer que realmente estuviese pasando de verdad. Tenía que encontrar a algún superviviente, pero era imposible meterse en ese laberinto de fuego, así que me dirigí tan deprisa como me lo pude permitir hacia la caverna en la que practicaba magia con Fionell, mi enigmática maestra que me había acogido desde que se percató de mi gran potencial. Las flamas habían llegado hasta aquí también. Por el camino, entre los escombros, la encontré. ¿Por qué ella no estaba en la caverna? Si estuviese allí podía haberse resguardado en el río subterráneo en el que solíamos bañarnos.
Fionell agonizaba. Ella no era un feérico, sino una híbrida de elfo oscuro y vampiro, el único espécimen con una mezcla tan extraña. Llegó huyendo de algo un día hacía mucho tiempo y fue acogida por mi clan debido a su gran conocimiento sobre magia. Que me hubiese escogido a mí como su aprendiz fue todo un honor.
Su piel pálida estaba recubierta de quemaduras, su larga melena azabache se había reducido a unos mechones que ocultaban el poco brillo que les quedaba a sus ojos escarlata. La tomé entre mis brazos intentando incorporarla. Ella tosió con una voz ronca y seca que no me gustó nada, escupiendo cenizas. Retiré el cabello lacio de su rostro y me acerqué a sus labios resecos para poder escuchar mejor sus últimas palabras. No era momento para dramas, había que ser práctico y por los esfuerzos que ella estaba haciendo para hablar, sabía que tenía algo importante que comunicarme.
El calor ondulante distorsionaba la realidad, curvándola, derritiéndola, y me hacía sudar descontroladamente a pesar de que estaba casi congelado por el pánico. Los pulmones me ardían, incandescentes por las brasas, y el humo negro me nublaba la visión. No me quedaba mucho tiempo tampoco a mí, pero tenía que sobrevivir, le había prometido a Madelaine que nos reuniríamos tres días después...
"No tenías que haberle dado el Corazón del Bosque a la humana. No vas a salir de ésta y lo sabes, pagarás por tus actos."
El aliento de Fionell sobre mi oído quemaba. Me volví sorprendido por estas palabras que se repetían en mi cabeza como un martillo golpeando. Una pequeña luz se encendió en sus pupilas, que acabaron convirtiéndose en llamas de fuego que salían de sus ojos y boca...
Me desperté, sobresaltado.
«Otra maldita pesadilla», comprendí cuando la familiaridad de las sábanas de raso sobre mi cuerpo desnudo me hizo ser consciente de lo sucedido.
Al igual que hacía cincuenta años había despertado en la enfermería del palacio de las hadas de luz, ahora lo hacía en la Cámara Real del palacio que había mandado reconstruir para que Helena y yo pasáramos el verano juntos, y en el que llevábamos instalados desde el comienzo de éste con toda nuestra Corte.
Estaba empapado de sudor y jadeando. Me giré hacia mi izquierda para contemplar cómo los rayos que se filtraban a través de las cortinas, dibujaban arabescos en el voluptuoso cuerpo de la rubia que dormía apegada a mí. Helena no se separaría de mi cuerpo ni aunque la pudiese contagiar con un virus mortal. A veces temía que mi encanto la estuviese empezando a afectar, ahora que habíamos llegado tan lejos los dos juntos no me apetecía matar a la Reina de las Brujas... por el momento.
En realidad aquella mujer despertaba sentimientos contradictorios en mí. Era muy diferente a Madelaine lo cual me gustaba, no quería seguir recordándola, y realmente disfrutaba del tiempo que pasábamos juntos, pero sus imprevisibles cambios de humor me desconcertaban y yo odiaba no tener todo bajo control. A veces parecía obsesionada conmigo y me hablaba de planes de boda, otras se volvía altanera y orgullosa y llegaban a mis oídos esas historias sobre el guardia de pies gigantescos... Yo por mi parte no quería ni pensar en un enlace matrimonial, con Ellette ya había tenido suficiente, pero tampoco quería sentirme utilizado por la bruja para que la ayudase a dominar el Mundo.
Había mucho trabajo que hacer, por lo que me desperecé rápidamente y me deshice del abrazo de Helena. Ella farfulló algo aún medio dormida, pero la ignoré. No me apetecía escuchar su voz en esos instantes, por lo que me vestí rápidamente y salí de la habitación. En el largo corredor que conformaba el ala oeste del palacio los guardias me saludaron, pero a mí se me olvidó devolverles el saludo, además no podía evitar mirarlos con desconfianza. ¿Sabían ellos lo de ese Flopi? ¿Ellos también se la estarían tirando?
Más allá de mis dudas sentimentales las cuales detestaba, lo que más me preocupaba eran las amenazas que llevaba recibiendo todo el verano. ¿Por qué de entre todas las flores tenían que enviarme precisamente un jazmín? Eso me hacía pensar irremediablemente en Madelaine, aunque no tenía sentido. Ella era una humana más que desapareció hacía cincuenta años. La sola idea de que se estuviera infiltrando en mi palacio a pesar de las numerosas protecciones mágicas que había mandado implementar para dejarme un jazmín ensangrentado en la almohada cada jueves, se me hacía demasiado surrealista. No se me había pasado tampoco la fecha, un jueves la conocí y también fue un jueves la última vez que la vi. Todo parecía conectar con Madelaine, ¿pero y qué le decía a Helena? ¿Que hacía cincuenta años conocí a una humana de la cual me enamoré en tan sólo siete días y que aún no la había olvidado ni ella parecía haberme olvidado a mí porque me enviaba flores ensangrentadas todas las semanas?
Por supuesto que a Helena ni la había mencionado el asunto de las amenazas en forma de jazmín ensangrentado, sólo había insistido en que había que aumentar la seguridad. Insistí tanto en eso que hasta la bruja se rió de mí. Me llamaba paranoico y decía que ambos éramos lo suficientemente fuertes para acabar con cualquier amenaza, pero quien fuese que hubiese logrado penetrar nuestra magia, tenía que ser realmente poderoso.
Mandé revisar a toda la Guardia y sirvientes, me deshice de aquellos que no eran de mi completa confianza pero con todo, cada jueves me encontraba con un jazmín. Había llegado a esconderme en un pasadizo de mi propia habitación para pillar al culpable en pleno acto, pero no apareció nadie y en mi bañera encontré al anochecer el maldito jazmín.
Tenía una teoría. Aquel jueves, el último en el que vi a la humana, un misterioso hombre encapuchado nos había advertido del incendio. En ese momento no tenía tiempo de pararme a pensar en ello, ¿pero qué hacía ese hombre allí? No recordaba su rostro porque la capucha se lo llenaba de tinieblas y ya ni siquiera recordaba su voz. Ese hombre debía de ser el culpable, él nos debió espiar y por eso sabía lo de los jazmines y ahora lo estaba usando en mi contra. No quería que supiera que estaba logrando sacarme de mis casillas.
Sabía que tenía que ser alguien de la Corte infiltrado, incluso no descartaba que tuviese cómplices, por lo que llevé todo esto en el mayor secreto absoluto. Sólo Tham y muy pocos más estaban al tanto de lo que sucedía. No me fiaba ni de las hadas ni de los guardias de Helena y sus damas de compañía me parecían bastante inofensivas, todas pertenecían en secreto a ese club de fans que existía sobre mí... Había que ser realmente idiota y no lo habría permitido en otros tiempos, pero mi comportamiento ya estaba levantando demasiadas sospechas. Tenía que ser discreto, faltaba tan poco...
Las palabras de Fionell todavía se repetían en mi mente como un eco bastante molesto. Ni siquiera ésas habían sido sus últimas palabras de verdad. Ella me había hablado de una profecía que cambiaría el transcurso del Mundo. Si esa información caía en manos equivocadas, corríamos el riesgo de que esto se transformara en una historia cutre, pero yo tenía planes mucho mejores. Helena y yo llevábamos planeándolos desde hacía seis años, y aquella misma noche sería el momento en que se harían una realidad y no meras ideas dichas a la luz de la vela con una copa de vino y un mapa extendido sobre la mesa.
Me detuve en seco a mitad de la escalera principal. Todo el Gran Salón estaba en llamas y los criados corrían despavoridos de un lado a otro. Sacudí la cabeza y cuando volví a mirar, el fuego había desaparecido. Los criados revoloteaban en un pulular histérico debido a todo el trabajo que tenían aquel día. Aún seguía un poco alterado por la mala noche que había pasado. Ni el calor de Helena había bastado para librarme de las pesadillas.
Hacía mucho que no soñaba con Madelaine. Ni siquiera me permitía mencionar su nombre, pero no podía controlar a mi subconsciente y esto me irritaba ligeramente. Habían pasado cincuenta años y ella tenía veintiuno cuando la conocí. En el caso de que siguiese con vida, estaría tan arrugada como una fruta pasada. Venganza, ésa era mi realidad, mi presente y mi futuro. Madelaine era mi pasado; adiós pasado, hola futuro.
Tenía que localizar a Idril y esperaba que estuviera levantado ya. Le advertí el día anterior que no trasnochara porque le quería radiante y perfecto para la fiesta del cumpleaños de Rosalie. Pregunté a unos sirvientes si le habían visto y en cuanto pronuncié el nombre de mi hijastro, unas jóvenes cortesanas se ruborizaron e intercambiaron comentarios entre ellas. Idril tenía una gran reputación entre las mujeres. No me importaba que se divirtiera todo lo que quisiera, pero su corazón era para Rosalie.
—Cuando entré a hacerle la cama hace veinte minutos, Su Alteza ya no estaba allí y había dejado el desayuno intacto —me informó una humana de pechos respingones y que llevaba los cabellos pajizos recogidos en un moño.
Esto la dejaba el cuello al aire y un gran muerdo lucía al descubierto. Las cortesanas también lo habían visto y realizaban comentarios entre ellas. Las hadas eran los seres más chismosos que conocía, me solían irritar bastante. La sirvienta se debió percatar de ello y se lo tapó con la mano, al tiempo que sus mejillas se azoraban, y regresó a sus tareas. Menos mal que en la corte no había vampiros, con el alborotador de Idril era suficiente.
—¡Tham! —llamé al Heraldo con un enérgico grito.
Tres hadas diminutas que reposaban sobre el alféizar de la ventana emprendieron el vuelo en busca del silfo y me lo trajeron unos minutos después.
—¿Me solicitabais, Majestad? —pronunció con voz somnolienta a la vez que se forzaba a realizar una torpe reverencia.
El silfo tenía el desastroso aspecto de alguien que acababa de ser arrancado de entre las sábanas tras una noche de jolgorio y libertinaje. Los legañosos ojos estaban cavados en profundas ojeras y el aliento le apestaba a anís.
—¿Y el Príncipe? —demandé con artificiosa voz neutra.
Las diminutas hadas captaron mi enfado y decidieron retirarse del escenario a tiempo. Tham pegó un brinco y se despojó de las telarañas del sueño, mientras su adormilada mente trataba de contestar algo convincente.
—Es demasiado temprano aún, seguirá durmiendo tras lo acontecido anoche...
—No, no está en su habitación. ¿Acaso crees que te estaría amonestando si no me hubiera asegurado antes?
—No, claro que no, ¡quéidiotasoy! Ustedjamáscometeríaunerrortanimprudente —me halagaba atropelladamente a la vez que agachaba la cabeza a modo de disculpa.
—¿Qué te dije sobre separarte de él?
—¡Estuve toda la noche con él! Llevo todo el verano asistiendo a todas sus juergas para no perderle de vista. Yo antes no me emborrachaba tan a menudo, Majestad. Me ofende que no valoréis mi trabajo como yo valoro el vuestro.
—Has fracasado en tu misión, yo no.
—¿Y qué pretende? ¿Qué duerma con él?
—¿¿¿Qué diantres haces discutiendo conmigo en vez de haberlo encontrado ya???
—A la orden, Majestad —se despidió dándose la vuelta para hacer de una vez lo que le había demandado.
—Espera, Tham —le llamé.
El heraldo se detuvo y se volvió ante mi llamada, sin poder ocultar el nerviosismo que le atenazaba.
—¿Sí, Su Majestad?
Examiné a nuestro alrededor para asegurarme de que nadie nos estaba observando y me acerqué al silfo para susurrarle al oído:
—¿No crees que nuestro Príncipe no es el más adecuado para gobernar?
Tham me miró con las pupilas desencajadas.
—Pero Majestad, si usted ha estado preparándole todo este tiempo...
—¿No te parece que lo que el reino necesita en estos tiempos tan turbulentos es un líder fuerte como yo? —insistí.
—Idril es el hijo de nuestra querida reina Ellette, no hay que dudar de su valía —proclamó el silfo lo más firmemente que pudo.
Mis labios esgrimieron una misteriosa sonrisa.
—Tranquilo, sólo te estaba poniendo a prueba. Márchate a hacer tu trabajo de una vez.
Tham me lanzaba una mirada extraña, bastante confundido, para echar a volar finalmente.
A veces resultaba muy estresante todo esto, pero nadie había dicho que gobernar fuera fácil, no si quería tenerlo todo bajo mi absoluto control.
Mi nariz comenzó a captar el inconfundible olor a que algo se estaba quemando. Mis sentidos se pusieron en alerta. ¿Un incendio aquí en el palacio? Tenía que tratarse de otra alucinación, sin embargo, el humo que provenía del patio y se elevaba hacia el cielo azulón era real. Nos habían llegado también rumores de una presunta organización rebelde que planeaba atentar contra la monarquía que debían de estar relacionados con las malditas amenazas, ¿y si ellos habían provocado este incendio?
—¡Fuego! —anuncié. Me acerqué al guardia más cercano que resultó ser el infame Floripondio y le ordené que actuara—. Rápido, ¡apáguelo!
Floripondio, en vez de reaccionar rápidamente, clavó sus ojos en mí y esbozó una sonrisa estúpida. ¿Qué veía Helena en este imbécil sujeta-paredes?
—Tranquilo gatito, lo tengo todo bajo control.
Antes de que me diese a tiempo a reprenderle, él ya se había despegado de su trozo de pared y se dirigía hacia el lugar del que provenía el humo. Le seguí con el ceño fruncido. ¿¿Gatito?? Debo de admitir que pese a los enormes pies que tenía, se movía bastante rápido y ágil.
Llegamos casi sin aliento al patio donde se estaba dando el incendio y nos encontramos con tres brujas que debían de ser amigas de Rosalie, practicando con hechizos pirotécnicos. Reían despreocupadamente anotando los efectos de sus conjuros en un pergamino. Floripondio se dirigió a la fuente más cercana, se sacó un zapato y lo llenó de agua. El guardia era famoso por calzar un 57 de pie, pero jamás se me había ocurrido que pudiese servir para eso.
—¿Se puede saber quién os ha dado permiso para practicar algo tan peligroso en el palacio? ¡Apagadlo de inmediato! —bramé.
Las brujas, muy asustadas, lanzaron un hechizo de agua que hizo efecto a la vez que Floripondio volcaba sobre las cabezas de ellas sus zapatos. Aún sin poder dar crédito a lo sucedido, los cinco quedamos empapados. El agua me chorreaba por toda la cabeza y me pegaba el pelo a la espalda y a la frente. Nuestras ropas se nos adherían al cuerpo, dejando relucir en el caso del guardia su musculatura.
—Con mi calor nos secaremos rápidamente, grau♥ —declaró Floripondio en un extraño tono sin dejar de devorar a las brujas con la mirada.
Una de ellas tuvo que salir corriendo en busca de la fuente para sumergirse en ella. Las otras dos hacían aspavientos con las manos como si de verdad hubiera aumentado repentinamente la temperatura, aunque yo no notaba nada.
—¿Qué eres? ¿Un íncubo?
A parte de sus gigantescos pies no notaba nada raro en él, salvo que las gotas de agua zigzagueando por su piel emitían un brillo especial que hacía que me concentrara demasiado en observar el recorrido que trazaban por el cuerpo del guardia, lo cual resultaba tremendamente perturbador e irritante.
—Seas lo que seas me aseguraré de no volverte a ver nunca más —le amenacé.
—Majestad, ya sabemos que estas tres gatitas mojadas están muy irresistibles, es normal y no debe de sentirse mal por ello. Beba un poco que está muy tenso♥—ronroneó.
Y de no sé dónde sacó una botella de absenta y una copa de cristal y me la sirvió. Miré con desconfianza la copa y sin saber muy por qué, me la llevé a los labios para pegar un trago largo. A estas alturas si había algún hada presenciándolo todo ya habría corrido la historia por todo el palacio. ¿Sería un mal sueño? Ni siquiera mi comportamiento era normal. ¿Tanto me afectaba el recuerdo de esa humana?
—Lo sentimos mucho, Majestad... —intentó disculparse una de las pirómanas, interrumpiendo la bochornosa escena entre el guardia depravado y yo.
—Conmigo no sirve de nada arrepentirse, ¡podríais haber ocasionado un gran desastre!
—Lo teníamos todo bajo control —intentó defenderse la que parecía la más mayor.
—Estáis en un palacio lleno de feéricos. Los feéricos respetamos de forma especial al fuego. Fuera de mi vista, haré a vuestros padres saber a lo que se dedican sus hijas a las que tanto ha costado inculcarles una buena educación mágica.
Ninguna se atrevió a añadir nada más y se limitaron a marcharse de allí con la cabeza agachada tal y como había demandado.
Se decía que los feéricos temíamos al fuego más que a cualquier otra cosa. No lo voy a negar, pero al mismo tiempo nos fascinaba. El fuego era símbolo de vida, de calor, y al mismo tiempo su increíble energía lo consumía todo salvo la inerte piedra. El fuego formaba parte del ciclo de la vida y como tal, nos gustaba adorarlo y emplearlo en nuestros rituales con el sumo respeto y cuidado, es sólo que yo tenía el trauma del incendio que arrasó con mi poblado. El recuerdo todavía me sobrecogía y acrecentaba mis deseos de venganza. Malditos humanos, siempre destruyendo todo a su paso, modificando y estropeando cuanto la Madre Naturaleza había creado. Madelaine no era así... pero ella ya no importaba.
—El gatito Príncipe se encuentra en el Puente de Nácar, por cierto —dijo Flopi con esa parsimonia característica suya, hasta sus palabras parecían pesadas.
Si al final Idril se encontraba allí iba a resultar que el muy maldito imbécil era útil y bueno en su trabajo, hecho que detestaba aceptar. Si no era así... lo aprovecharía en su contra para aniquilarlo. Pegué un último trago a la copa para apurarla y se la tendí al guardia, completamente vacía. El calor recorriéndome la garganta me hizo sentir algo mejor. No solía beber salvo en ocasiones especiales porque no me gustaba perder el control de la situación, pero esa mañana lo necesitaba.
Jamás se me hubiese ocurrido que Idril pudiese estar ahí. El Puente de Nácar unía las dos orillas del río Tá Súil. En la orilla este, tras un espeso bosque, existían las ruinas de lo que un día fue un grandioso palacio. Yo había ordenado restaurarlo y convertirlo en nuestro palacio veraniego. En la otra orilla no había nada más que una extensa arboleda, montañas y los restos de un antiguo templo.
Contaba la leyenda que antes, las dos orillas estaban unidas en una sola porción de tierra, pero una sacerdotisa del templo se enamoró de un príncipe hechicero que habitaba en un palacio. Los dioses, para no permitir esta unión, dividieron la tierra en dos, separando a los amantes por un gran abismo. La sacerdotisa comenzó a llorar, pero en vez de desperdiciar sus lágrimas, las vertía en la franja que la separaba de su amado. Al otro lado, los feéricos que habitaban en el bosque se solidificaron y como nunca se han llevado bien con ningún dios, apoyaron a la pareja vertiendo sus lágrimas, así se creó el Río Tá Súil, un nombre ñoño para una historia ñoña, y los enamorados pudieron abrazarse de nuevo al cruzar el río en una barca.
Como el río surgió de lágrimas de hadas, existen muchas historias sobre que la mayoría de las armas legendarias fueron sumergidas en este río, pero yo había mandado estudiar sus aguas y no tenían nada de especial. A Helena no sé por qué le encantaba esta historia y me había hecho cruzar con ella el maldito río en una barca varias veces, algo que era bastante peligroso porque el río acababa en una gran cascada de quince metros de caída libre, y en esta altura de su curso, la corriente es demasiado fuerte. De hecho, así surgió después la versión de la leyenda del Puente de Nácar como consecuencia de que muchos idiotas por repetir la hazaña intentaban cruzar el Tá Súil a nado y eran arrastrados.
Como cruzar el amplio río era peligroso, se dijo que después las demás razas habían colaborado en la construcción del puente para que finalmente los enamorados pudiesen juntarse, pero lo cierto era que el puente se construyó trescientos años atrás, cuando había una guerra y los de un bando necesitaban pasar con sus ejércitos al otro lado. A pesar de este hecho, el Puente era escenario de múltiples historias más, como la princesa que por tal de no casarse con su tío, saltó desde el puente, se dejó arrastrar por las mágicas aguas y al caer por la cascada en vez de despeñarse se transformó en una hermosa águila imperial que huyó volando. A parte de historias empalagosas, surgieron los mitos de fantasmas y espíritus, ya que hay quien dice que a veces el espíritu de la princesa suicida pasea por el puente entonando una triste melodía.
La verdad era que el día en que Helena me hizo cruzar el río por primera vez, montados en una barca adornada con lazos blancos, con una orquesta tocando de fondo y tirando pétalos rosados pensando en que la propondría matrimonio, yo también consideré el saltar al agua.
Floripondio, muy a mi pesar, estaba en lo correcto. Allí se encontraba Idril, sentado en el medio, con los pies colgando al vacío, la mirada fija en el horizonte y los dedos enredados entre las cuerdas de su arpa. El nácar blanco con el que estaba construido el puente emitía destellos tornasolados que le eran arrancados por los rayos dorados, como lanzas de luz que al entrechocar contra la ornamentación de la construcción y desconcharla, saltaban chispas de colores. El puente resplandecía como un hilo de oro blanco. Las enredaderas trepaban por los extremos del semi-arco.
Me detuve detrás del muchacho, sin interrumpir su melancólica melodía. Él había notado mi presencia, pero no hizo nada por dármelo a saber. El viento removía nuestros cabellos y nos susurraba las respuestas a los misterios del mundo en un idioma que sólo un corazón completamente libre podría comprender.
La vista desde aquí era espectacular. El Tá Súil era lo suficientemente ancho y profundo para poder navegar por él y las embarcaciones que traían a los invitados de la fiesta ya estaban comenzando a llegar, agrupándose en el puerto. El horizonte, allí donde el cielo y el agua se fusionaban, se llenó de puntos que lentamente se iban haciendo más grandes. Era más temprano de lo que había pensado y el sol todavía no había alcanzado gran altura, por lo que los rayos incidían entre las rocas del paso de montaña. Allí donde su reflejo era más intenso, acudían las aves y mariposas blancas, aleteando a escasos centímetros de la brillante superficie como colocados en un cuadro fantasioso por un hábil pincel.
—Cada vez tocas mejor el arpa —decidí romper de una vez el silencio.
Sus dedos se detuvieron lentamente, mas su mirada permaneció fija en el brillante horizonte. El chico seguía resentido conmigo por haberlo castigado, como si fuese a permitir que volviera a arriesgar su valiosa existencia de nuevo. Alguien pretendía arrebatármelo cuando yo lo había descubierto antes que nadie, su gran poder me pertenecía.
—¿Puedes distinguir las velas y banderas de los diferentes barcos desde aquí? —insistí—. A la fiesta asistirán incluso vampiros. ¿No te emociona eso?
Parecía que había conseguido llamar su atención por fin, ya que pude adivinar a pesar de que no le veía la cara, que estaba examinando los diversos navíos e incluso abrió la boca para responder, sin embargo, se detuvo antes de emitir sonido alguno y se giró hacia mí dedicándome una mirada sagaz. Nunca antes había denotado tanto odio concentrado en unos ojos tan jóvenes. El recordarle que poseía una vista más audaz que el resto por su padre elfo no resultó buena idea; sí que estaba susceptible ese día.
—No me gusta este lugar, mamá no está aquí —prosiguió intentando dejar de lado la tensión.
—Ellette se encuentra siempre entre nosotros. Su esencia está en la tierra que pisamos, en el aire que respiramos, en cada flor que florece... ya sabes.
El hielo se endureció en su mirada. Volvió a dirigir su atención al paisaje y apoyó el codo en su pierna para sujetar su cabeza ladeada, apoyando su mejilla en su mano sin dejar de sostener contra su pecho el arpa en la otra mano.
—El verano se está acabando. A ella no le gustaba el otoño. En el palacio tenía que ser siempre verano, primavera o invierno, pero nunca otoño. Creo que fue en esta época cuando conoció a mi padre.
Siempre pensando en su madre. Ya habían pasado veinte años y aún no se liberaba de las cadenas impuestas por Ellette.
—¿Qué tal te lo pasaste anoche? —decidí cambiar de tema.
—Estuve viendo en mi habitación una película con Floripondio, Tham y unas amigas, pero los despaché temprano —respondió con voz de autómata.
—Pensaba que no te atraían las humanas.
Mis palabras provocaron que finalmente centrase su interés en mí. Me estudió con detenimiento, comprendiendo que yo ya estaba al tanto de todo e intentando averiguar a dónde pretendía llegar con esta conversación.
—Y no me interesan realmente, pero estaba aburrido, no me podía dormir tan temprano y Flopi llamó a la puerta acompañado de algunas criadas.
Para restarle importancia al asunto se encogió de hombros. Menos mal que le había advertido que le quería completamente despejado para la noche.
—¿Has matado a alguna por placer ya? —indagué.
Puede sonar demasiado fuerte y cruel, pero para nosotros los silfos era algo que todos acabábamos probando tarde o temprano, generalmente más pronto que tarde. Era cuando alcanzábamos la madurez, por así decirlo.
Vaciló unos instantes antes de contestar:
—Claro, muchas veces.
—¿Seguro?
Idril podría ser muchas cosas, pero no era del tipo que disfrutaba matando gente. Nada más regresar al palacio tras lo ocurrido hacía tres meses me insistió mucho con hacer algo al respecto sobre la Zona Maldita. El saber que tanta gente perdía sus vidas siendo devorados por el supuesto Amo de Bosque del que yo ni había oído hablar nunca, le había afectado bastante. Estaba muy bien que se preocupase por su gente, pero no iba a dejar que desperdiciara su poder en un caso perdido. Me traía sin cuidado el tal Amo del Bosque, todo debía de ser culpa de la Neblina y ésta estaba convencido de que era cosa de los humanos.
—¿Me has seguido hasta aquí para hablar de mi vida sexual? —alegó incorporándose para quedar a mi altura. Aunque el chico era alto y esbelto aún le quedaba bastante para alcanzarme.
—Claro que no. —Abandoné mis cavilaciones—, es sólo que estás en la edad y como tu tutor e incluso como padre, me gusta estar al día de tu vida. A tu edad la verdad es que no recuerdo qué era de la mía, porque sólo tengo recuerdos a partir de que aparecí en el bosque de Albión, pero tampoco era mucho más mayor que tú cuando me entretenía secuestrando a las humanas que se perdían en el bosque. «Secuestrar» no es la palabra exacta porque ellas tampoco es que opusieran resistencia, pero tú me entiendes...
—¿Estás borracho?
—¡No!
—Se nota que Helena queda exhausta con Flopi y luego no puede satisfacerte completamente... —pronunció con insolencia.
—¿Cómo has dicho?
—Bueno... ayer Flopi nos contó cosas...
—¡Retira ahora mismo esas palabras! No permito que hables así de Helena.
—¡Y yo no te he dado permiso para que menciones a mi padre!
—Helena es una mujer muy simpática y amable. Si le concedieses una oportunidad te darías cuenta. ¡Y no lo he mencionado!
—Eso no es verdad. Esa bruja está loca, es bipolar y es una arpía. Además, ella es la primera que me odia, tiene celos de que pases tiempo conmigo enseñándome magia. En serio que me da miedo y tú estás insultando la memoria de mi madre.
—Es una mujer apasionada, nada más. Tu madre murió y lo lamenté mucho, pero la vida sigue, tenemos que seguir adelante por ella.
—Uy sí, lo lamentaste tanto... ¡Ni siquiera vacilaste en empezar a salir con Helena!
—El amor es imprevisible.
—Tú no amas a Helena al igual que tampoco amaste a mi madre. Durante un tiempo pensé que sí, pero a mí no me engañas. ¿Para qué te ibas a quedar cuidando de una mujer enferma y de su problemático hijo? Querías la Corona, pero tan sólo falta una semana para que yo sea mayor de edad y entonces se te acabará lo bueno.
Su mirada era desafiante. Le acepté el desafío sólo para darle una lección. No tardó en rendirse desviando la dirección de sus ojos, algo intimidado.
—De eso quería hablarte, pronto cumplirás ciento ochenta años y aún sigues soltero —aproveché para encauzar la conversación al tema que me interesaba. Mis palabras parecieron sorprenderle—. Eres bastante popular entre las mujeres, te basta con chasquear los dedos para tenerlas a tus pies, pero a la hora de la verdad ninguna familia importante quiere casar a su hija con un híbrido, ya sabes por qué.
—La verdad es que no me importa —contestó él—. Gracias a mi sangre élfica soy algo así como inmortal, por lo que no tengo necesidad de un heredero, mientras que las mujeres del Mundo sí que me necesitan a mí. ¿Te imaginas la que se armaría cuando se anunciase que pasaría a convertirme un hombre de una sola mujer? Habría suicidios masivos, harían todo lo posible por sabotear la boda...
Su inocente voz cada vez sonaba más distante en mi cabeza y había dejado de prestarle atención. La barrera que el alcohol había entretejido entre mi mente y la realidad se estaba debilitando y estaba recobrando nitidez. Los rayos solares que atravesaban las velas de los navíos adoptaban un tono rojizo que daba la impresión de que todo el puerto ardía.
—...¿Seguro que te encuentras bien? —preguntó cuando advirtió que no le estaba escuchando.
—Eh... sí, no es nada —respondí, sacudiendo la cabeza para deshacerme de esas visiones—. Como te decía, la mayoría no quieren comprometer a su hija con un híbrido que no puede tener descendencia, sin embargo, al contrario de lo que te piensas, Helena sí que te aprecia. Si Rosalie y tú os quisierais, ella no pondría objeción alguna, es más, seguro que le haría mucha ilusión.
—¿Rosalie y yo? —pronunció en voz alta. Me quedé mirándole, expectante por su reacción. Él se limitó a reírse descontroladamente—. No te preocupes que eso es imposible —consiguió decir casi sin aliento.
—Lleváis todo el verano conviviendo juntos.
—Más bien llevo todo el verano evitándola. No es más que una cursi y una llorona con la cabeza llena de idioteces y seguramente ella me odia y yo la detesto a ella, así que ya ves que no hay nada entre nosotros más que una tortuosa relación de odio y exasperación.
No había imaginado que la guardaría tanto rencor por haberse librado ella del castigo.
—Es una chica muy bonita, y no niegues que te adentraste en la Zona Maldita por ella.
—No lo hice exactamente por ella... Sé muy bien lo que es la impotencia por no poder salvar a alguien que es muy importante para ti. Simplemente... quería evitar que ella después sintiera los mismos remordimientos que yo porque me vería reflejado en esta tonta —admitió, algo ruborizado.
Detestaba cuando el muy idiota se ponía así. En esos casos siempre conseguía que sintiera una leve punzada de remordimiento, muy leve, claro. La venganza iba por delante de todo.
—¡Vamos! Eso es claramente amor, si hasta dices cursilerías y te ruborizas. Confía en mí que soy mayor que tú y por tanto, más experto.
—Ya tengo a mis propias concubinas —se rehusó—. Mira Gelsey, se me hace tarde, tengo que probarme el traje de esta noche para que el sastre termine de hacer los últimos ajustes. Gracias por estropearme mi momento de soledad —espetó con voz fría.
Comenzamos a recorrer el camino de regreso, yo le daba vueltas a cómo se lo iba a decir mientras que él parecía inmerso en sus propias cavilaciones.
—La verdad es que no entiendo por qué tanto alboroto por una fiesta más —se decidió a romper el silencio.
—Rosalie cumple dieciocho años, pronto será nombrada Reina de las Brujas y de los Hechiceros.
—Me cuesta ver a esa vaga en el trono. Seguro que dejará recaer todas las responsabilidades en sus consejeros mientras ella se dedica a discutir de moda y a tomar té, no sea que se le estropee la manicura.
—No hables así de ella —le reprendí.
—Yo puedo hacerlo. Tú me has enseñado a no perder el tiempo llorando y me he esforzado mucho, sin embargo, Rosalie está sobreprotegida y mimada.
—Es curioso, porque Helena opina que el que está consentido eres tú.
—¡Porque está celosa! ¡Te lo dije!
A esas alturas de la conversación, ya se podían divisar los muros del palacio, y tuvimos que bajar el tono de voz para no causar un escándalo y alimentar a la prensa rosa.
—Rosalie ha sufrido mucho también por la pérdida de su padre.
—Lo de ella no se puede comparar a lo mío.
—Eso tú no lo puedes juzgar. Ambos habéis pasado por dificultades similares, deberíais apoyaros más el uno en el otro.
Los hombros de Idril se abatieron y volvió a sumirse en sus propios pensamientos. A veces me gustaría saber qué pasaba por su particular mente, pero eso era darle más importancia de la que debía. Siempre había tenido claro que no podía encariñarme con él, por lo que procuraba mantener una pared entre nosotros, aunque tampoco podía descuidarle. Se había tirado un verano de manera bastante extraña, buscando información sobre superhéroes y haciendo preguntas sobre un tal Pérez. No sabía que Idril fuese ese tipo de adolescente, supuse que solo estaría pasando por una etapa difícil. Como tampoco era mi hijo en realidad me traía sin cuidado que fuera un friki de los superhéroes y cómics y todas esas chorradas. ¡Hasta le había dado por mandar confeccionar un pijama de Hellow Puffy para él!
Veinte minutos después, nos hallábamos en la habitación de Idril, él lleno de alfileres e inmóvil como una estatua en una posición ridícula para que el sastre pudiese hacer bien su trabajo. Yo me encontraba apoyado sobre la pared del fondo de brazos cruzados, esperando y observándoles con recelo.
A nuestro anterior sastre le habíamos tenido que despedir porque descubrimos que comercializaba con nuestras medidas. La gente tenía que ser más imbécil aún de lo que ya pensaba para pagar por saber cuánto medía mi espalda de ancho o qué número de pie calzaba, pero el fanatismo siempre conseguía sorprenderme y luego me encontraba comparativas absurdas sobre el número de calzado, ya que Floripondio nos ganaba a todos con sus gigantescos pies. Como no teníamos tiempo para conseguir uno nuevo, Helena nos había prestado al suyo.
El nuevo sastre era un tipo grandullón y exageradamente fornido, además que vestía con una camiseta ajustada de tirantes que dejaban al descubierto unos brazos más grandes que su propia cabeza. No me gustaba nada de él, ni su pelo moreno engominado hacia arriba pretendiendo sentirse más genial así, ni el pequeño aro plateado que colgaba de su oreja izquierda, ni los pantalones ajustados que le debían de impedir que la sangre le llegara bien al cerebro, aunque para lo poco que tenía que utilizar este músculo no debería importarle.
Con sólo imaginármelo toqueteando el cuerpo de Helena me entraban unas ganas irrefrenables de descuartizarlo. Ya me imaginaba cómo tomaba éste las medidas, si seguro que no sabía ni manejar el metro. ¿Cómo podía alguien con esas manazas dedicarse a esta profesión? Seguramente ni los dedos le cabrían en las tijeras.
Tras quedarse observando a Idril durante un tiempo y fingiendo que pensaba, sacó una carpeta en la que guardaba varios lienzos plagados de bocetos, buscó el que correspondía con Idril y empezó a modificarlo.
—¿También dibujas?—inquirí en un tono hostil.
—Por supuesto, Majestad. Desafortunadamente no poseo memoria fotográfica ni utilizo tecnología humana, así que no me queda más remedio que hacer a mano mis diseños.
Así que aquel hombre con cuerpo de gorila y gusto estético hortera, se pasaba varias horas con Helena en su alcoba dibujándola...Tomaba nota.
Cuando terminó de garabatear, dejó el carboncillo y la pluma y sacó de su maletín unas tijeras metálicas. Si el acero tocaba la piel de Idril, le quemaría, pues los silfos somos débiles al hierro ya que no sólo nos quema, sino que también anula nuestro poder mágico. Si cometía un error y lastimaba al Príncipe, podríamos ordenar que le ejecutasen. Para nuestra sorpresa, extrajo con sumo cuidado los alfileres y comenzó a pegar tijeretazos por donde lo había marcado con una habilidad y precisión asombrosas. El hombre parecía sumamente concentrado en su trabajo y las tijeras no cesaban de cortar la tela. Parecían un apéndice más de su cuerpo. Decidí que no merecía la pena prestarle más atención a un tipo así y me preparé para comunicarle de una vez por todas a Idril la gran noticia:
—Idril, hijo mío, tengo que comunicarte algo. —Él arrugó el entrecejo cuando escuchó que le había llamado «hijo mío»; le ignoré—. Helena y yo hemos tomado una decisión que salvará al Mundo: Rosalie y tú vais a casaros.
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A estas alturas de la historia a deberíais tener varias teorías. La historia ya va arrancando^^ Nos vemos en el próximo que vuelve a ser un Pov de Idril!
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