3.Rosalie I *última parte*
El de la foto es Elijah ;)
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—Primero, un poco de ambiente —nos anunció.
El Joker rebuscó entre los bolsillos de su pijama y extrajo una pizca de unos polvos con los que salpicó el fuego. Éste emitió un gutural quejido y las flamas adquirieron una siniestra tonalidad verdosa. Bajo esa iluminación, la cara del Joker parecía tallada en cera blanca, espectral, como una siniestra calavera. Las sombras se alargaron y se movían como una marcha macabra que danzaba a nuestro alrededor. Un sudor frío me recorría la espalda.
—En las ruinas de un reino desolado por la guerra, vivía un pobre diablo muy feo y muy detestado. Él trataba de no deprimirse y soñaba con encontrar el amor de su vida, pero como las mujeres le rehuían, a él no le quedaba más remedio que… ya sabéis, acosarlas.
—¿Dónde está el terror exactamente? ¿En el hombre feo teniendo sexo?
—Oh, cállate Maddie. Estoy contando una historia de terror clásico, no de vulgar gore moderno.
Y lo decía el que había organizado antes una carnicería.
—Lo siento…
—Tal era la desesperación del hombre feo por conseguir el amor que tanto anhelaba, que vendió su alma a un demonio —siguió relatando poniendo voz interesante. Cuando dijo «demonio», sus ojos se abrieron al máximo y mostró una hilera de dientes en su sonrisa macabra—. El demonio transformó su aspecto y le convirtió en un hombre tan atractivo como Adri y casi tanto como yo, pero le advirtió que todo tenía un precio. El tipo feo, que ya no lo era, le daba igual ese pequeño detalle, al fin iba a poder tener a tantas mujeres como quisiera, sin embargo, la noticia se corrió y todos se enteraron que ese atractivo hombre era en realidad el tipo feo que había vendido su alma a un demonio. Nadie quería tener tratos con un ser tan repulsivo, así que le expulsaron, obligándolo a vivir en el bosque.
—Pobres plantas —musitó Maddie.
—Sí que era feo para que ni las putitas le quisieran.
Los comentarios desenfadados de ellos dos me hicieron sentir mejor, hasta se me hizo gracioso.
—Era un tipo horrible —corroboró el Joker—, no sólo por fuera, sino también por dentro ya que había acumulado mucho rencor durante toda su vida y vivir exiliado un año en el bosque no le ayudó a mejorar. Se volvió un ermitaño: le crecieron los cabellos hasta volverse una masa greñosa, la barba le invadió el rostro y vestía siempre la misma camisa deshilachada y los mismos pantalones cada vez más raídos. Así de impresentable se encontraba, cuando un buen día llegó al bosque una hermosa mujer extraviada.
—¿Cómo de hermosa era? —preguntó Idril desde su lecho, de pronto enormemente interesado.
—Muy hermosa, tanto como tu mente pueda imaginar.
—Entonces tan hermosa como yo, si es que eso es posible.
—Creído —masculló Maddie, poniendo los ojos en blanco.
—Tan hermosa como tú, seguro —le aceptó el Joker—. Algunas versiones dicen que se trataba de un hada, otras que de una poderosa hechicera, ya sabéis cómo son estas cosas, que cambian según quien lo cuente. Mis fuentes más fiables me informan de que era un hada. Así que entonces llegó la bella hada y el ermitaño se obsesionó con ella. Se peinó sus cabellos hacia atrás, se adecentó la barba y se puso las ropas de un hombre que mató en el pueblo, y así invitó al hada a comer en el bosque con él. —Mientras hablaba, acompañaba sus palabras con gestos, mesándose por ejemplo la barbilla cuando mencionó que se afeitó—. El hada no era confiada en absoluto, por lo que le leyó el corazón y descubrió lo malvado que era en realidad, así que le rechazó y no quiso volver a saber nada de él, huyendo a buscar refugio en el pueblo.
—¿Necesitaremos pañuelos? ¿Es muy trágica la historia? —inquirió Maddie.
—Al próximo que me vuelva a interrumpir le maldeciré con los pepinos malignos —siseó con voz amenazante—. El príncipe Idril se tiene que dormir temprano y no le dejamos descansar.
—Que se aguante el príncipe de las narices. Yo pensaba que tenía fama de fiestero, pero hasta en eso ha resultado un fraude, ahí acostado el primero de todos como un niño pequeño —dijo, como habréis adivinado, Maddie.
—Yo sólo asisto a fiestas guays, ni sabía que esto era una. ¿Dónde está el alcohol al menos?
—Tú no necesitas alcohol, ya eres muy idiota de fábrica.
—Pero al menos te encontraría menos fea, quizás con un poco de suerte…
—Nadie me hace caso —sollozó el Joker, con un ademán dramático.
—Yo sí le estaba escuchando —le dije amablemente para que dejara de odiarme tanto.
—Gracias Princesa, si es así proseguiré con mi relato, ya queda menos para llegar a mi parte favorita.
—A saber cuál es tu parte favorita… —masculló Adri encendiéndose un segundo cigarrillo.
El Joker le guiñó un ojo.
—Me había quedado por donde el hada descubría lo malvado que era y trataba de huir del bosque, pero el hombre feo había seguido haciendo magia negra y las criaturas del bosque le obedecían, así que la secuestraron y la trajeron ante su amo.
—¡La va a violar!
—Tuvo tentaciones, pero era un hombre muy orgulloso y antes de llegar a tales extremos quería intentar convencerla, así que simplemente la ató desnuda en su cueva. Como hay menores de edad omitiré detalles morbosos de lo que hacía mientras la contemplaba.
—Mejor —aprobó Maddie.
—Pobre hada… —musité para mí misma.
—¿Y en esta historia no hay un héroe que la rescate? —preguntó Idril.
—Se trata de una historia de terror, no suele haber héroes, Alteza, pero en este caso sí que hay uno, lo que pasa que no es el héroe que cabría esperar… —En este punto de la narración, Idril parecía muy intrigado, por lo que el Joker prosiguió—. El hada intentó huir de todas las formas posibles, pero las cadenas eran de hierro y anulaban toda su energía, debilitándola y quemándola cada vez más. El demonio había estado observando todo esto en silencio y decidió que el hada era demasiado hermosa para ser estropeada por ese pazguato, así que decidió entrar en acción y engañó al tipo feo, que habrá que ponerle nombre de una vez, me apetece llamarlo Edward. El demonio le contó a Edward que si quería ganarse el amor del hada, debía de realizar un ritual y para ese ritual necesitaba: patas de gallo, alas de murciélago, tierra de un cementerio, polvo de huesos, sacrificar tres vírgenes y cortarse su propia mano. Edward no tenía problemas en conseguir los ingredientes, incluso no le importaba sacrificar tres vírgenes, pero cortarse su propia mano ya era demasiado, así que se hartó y decidió que la poseería de una vez.
»Desesperado, furioso y rezumando lujuria, corrió a buscarla, llevándose la desagradable sorpresa de que el demonio la había liberado. El hada y el demonio fueron perseguidos por viscosas arañas, milpiés gigantes, escarabajos rodantes también enormes, plantas y raíces furiosas… ya sabéis qué clase de criaturas. —Un tenue estertor volvió a asaltarme al recordar el terror vivido en lo más profundo del bosque—. Pero consiguieron llegar exhaustos al pueblo.
»Allí el demonio adoptó la forma de un elfo ya que estos seres son bellos y nadie desconfía de ellos, y alquiló una posada ya que el hada estaba muy débil y necesitaba recuperarse. Gracias a él, el hada no tardó en mejorar y bueno… Esperad que ajusto el ambiente. —Con sus manos indicó al fuego que se suavizara y las llamas obedecieron, atenuándose instantáneamente—. Nunca había contado esta historia así, pero me apetece que haya un poco de sexo ya que Adri me está provocando mucho. —El susodicho sacudió la cabeza, no sé si aguantándose la risa o refrenando las ganas de golpearle—. Digamos que el hada y el demonio pasaron toda la noche jugando al Gran Juego de intrigas, diversiones, no intrigas, tristeza, pasión, inopia, sentimiento, alegría del magnubuloso Kra Dereth, comúnmente llamado para abreviar «El Juego».
—Oye, eso suena genial, ¡nosotros también podríamos jugar a ese juego! —propuso alegremente Idril.
—Los niños pequeños se tienen que dormir temprano —le molestó Maddie.
Lo último que quería en el mundo era hacer eso que empieza por –o con todos los que estábamos aquí, el oso incluido. Tenía que desviar la conversación.
—Pero entonces, ¿esto es una historia más sobre el archiconocido Kra Dereth? —pregunté.
Había tantas historias sobre él y tan diferentes…
—¿Cómo es que tú sabes de demonios? —me preguntó Idril, muy extrañado—. ¡No me digas que la brujas en el fondo sois satánicas y organizáis aquelarres! Eso explica por qué he estado a punto de besarte antes, seguro que la anterior luna llena hiciste algún conjuro con mi sangre y cabellos para que me volviera loco por ti.
—Kra Dereth no era un demonio… —traté de explicarle, tremendamente irritada.
—Pero el de la historia sí lo es —insistió.
—En realidad nadie sabe a ciencia cierta qué era realmente —participó Adrián.
—No sé por qué estáis dando por hecho que el demonio de mi historia se llamaba Kra Dereth, sólo he dicho que jugaron al Juego, porque es mi juego preferido.
No pude evitar mirarle extrañada, aunque en realidad no debería, teniendo en cuenta que el estrafalario superhéroe disfrutaba diciendo tonterías y perturbándonos.
—¿Pero entonces el hada se enamoró del demonio? —incidió Idril bastante desconcertado.
El Joker le lanzó una larga mirada evaluadora antes de responder.
—Sólo pasaron una noche muy intensa en mi versión propia, pero ¿y qué habría de malo si fuera así?
—¡Él era un demonio! —exclamó indignado por preguntarle semejante obviedad—. Sólo la estaría utilizando y seguro que en un momento dado la haría algo horrible.
—¿Has conocido personalmente a algún demonio, Alteza?
—Vamos, si se les llama demonios es por algo, ésos seres no pueden amar ni tener sentimientos buenos. Son la representación del mal y el amor es algo demasiado puro.
—El amor es uno de los licores más fuertes y embriagadores, pequeño. Todos los licores a la larga son veneno.
—Los demonios no pueden emborracharse, ¿o sí? —preguntó, dubitativo.
El Joker puso de nuevo los ojos en blanco, una imagen terrible alimentada por las trepadoras llamas verdes.
—Nos estamos poniendo filosóficos y yo sólo quería contar una historia de terror.
—¡Pues termina de una vez! —le instó Maddie, quien había permanecido callada hasta ese momento.
—Pues ahora viene la verdadera parte de terror, niños.
De pronto, como si el Joker pudiera controlar el ambiente, un silencio sepulcral se apoderó de nosotros. Era un silencio espeso, asfixiante, que se filtraba por los orificios de nuestra nariz y nos llegaba hasta el cerebro, embotándolo. No se percibía ni el crujido de los árboles ni la sibilante respiración del viento. Al fin había parado de llover. Ni siquiera el fuego emitía ruido alguno. Solamente silencio y el rostro desencajado y acerado del Joker, iluminado por las llamas que trazaban en él ondulantes sombras. Sus pupilas absorbían el fuego, adquiriendo un profundo y abisal tono púrpura. La pequeña fogata daba la suficiente luz para enseñarnos la verdadera oscuridad que reinaba entre nosotros. Una oscuridad danzante, burlona y obscena.
—Ya sabéis que después de la calma, llega una tempestad, y que cuanto mayor haya sido esa calma, con más saña caerá la tormenta. Cuanto más felices eran el hada y el demonio, más miserable se sentía Edward. La felicidad de la pareja proyectaba un rencor supurante en ese condenado.
»La fuerza de la naturaleza podía percibirlo, sentía todo el odio y amarga desesperación que emanaba de cada poro de Edward. Era un torbellino oscuro de negatividad que contaminaba todo a su paso. Y las plantas se contaminaron y el bosque se volvió adicto a esa extraña fuerza oscura. Aquel miserable ser se convirtió en el Amo del Bosque y dio rienda suelta a su odio y las raíces de los árboles se extendieron, las malas hierbas asfixiaron a las flores, las criaturas extendieron el odio como una epidemia.
»Al día siguiente, el pequeño pueblo había quedado sepultado por el bosque descontrolado. El hada contempló trastocada el pecho atravesado por retorcidas raíces de los niños que aún soñaban en sus camas, los huesos mal rebañados de los cadáveres que habían devorado los insectos. Amasijos de carne, sangre y cristales rotos conformaban una gran alfombra. Los rayos de luz no podían llegar allí abajo, todo era oscuridad y la naturaleza en su estado más salvaje y cruel. Caos y oscuridad. Estaba atrapada, ella lo sabía muy bien.
»Las raíces, negras como tentáculos de un pulpo gigante, se enroscaron a sus piernas, treparon por su vientre, estrangularon su blanco cuello y la arrastraron ante el Amo del Bosque.
»El hada apenas pudo reconocer el rostro artificialmente bello del ermitaño. Ahora su piel estaba recubierta de un musgo amarillento, sus ojos eran dos bolas de fuego y el resto de su cuerpo quedaba envuelto en cientos de raíces rojas que lo rodeaban de arriba a abajo. Las raíces se extendieron hasta el hada, viscosas y libidinosas, y la rodearon, atravesando su tierna piel, inyectándola su savia venenosa. El hada gritó, se retorció, luchó con todas sus fuerzas para arrancarse las raíces, pero sólo conseguía clavárselas más. Pus y sangre comenzaron a brotar de sus poros, de sus ojos como lágrimas carmesí, incluso de sus pezones…
—De acuerdo, eso sí es perturbador —proclamó Maddie.
—¿Pero y el demonio? —inquirió Idril— ¿No hizo nada por salvarla?
—Era un demonio, un ser horrible y despreciable como tú mismo has dicho. Ya había conseguido corromper ese lugar, así que se marchó de allí. —Esto lo dijo en un tono diferente, como tenso, con una punzada de hiel que Idril no dio muestras de captar—. Además, me apetecía ser cruel con un hada.
—Ya lo sabía yo, maldito demonio —maldijo Idril.
—¿Y a dónde pretendías llegar contándonos esta historia? —preguntó Adrián.
—Qué perspicaz eres, amorcín. Resulta que el Amo del bosque chupó de la esencia del hada hasta dejarla seca, como una crisálida muerta. Y también resulta que se volvió adicto a esa sensación. Ésa se convirtió en su forma de alimentarse, así que se dedicó a raptar a todo aquel que osara adentrarse en sus dominios y a chuparle toda esa energía. El problema era que no son muchos los insensatos que se aventuran a hacer algo parecido, por lo que la energía se le acababa muy rápido. Tuvo que idear otro método…Uno para absorber la energía de sus víctimas poco a poco…
—¿El Amo del Bosque existe realmente? —pregunté, de pronto terriblemente horrorizada.
—Eso dicen mis fuentes más fiables.
—¿Por casualidad ese pueblo que sucumbió bajo la furia del bosque no será la Zona Maldita, verdad? —seguí indagando, aunque esta vez mi voz sonó demasiado trémula por el espanto que se estaba abriendo paso en mí.
—¡Pero qué inteligente sois, Alteza! Me abruma vuestra rapidez mental. —No sabía si interpretarlo como un halago o una burla más—. En efecto, os acabo de contar el origen de la Zona Maldita, ¿cómo os sentís?
Las llamas seguían danzando macabramente. Los ojos del Joker centelleaban con un deje de locura, el calor había derretido su maquillaje que le caía por las mejillas en forma de lágrimas negras. Aún su escalofriante voz relatando cosas desagradables me inquietaba, lo único que lo hacía un poco menos aterrador todo era que llevaba un pijama de Hellow Puffy.
—Y nosotros hemos sido uno de esos pocos insensatos que se han adentrado en los territorios del Amo —concluyó Adrián.
—Sin embargo, si os fijáis bien aún no ha hecho nada por intentar comernos, ni siquiera ha mandado a su mano derecha a por nosotros. Si nos han intentado atacar ha sido porque nuestra inteligentísima princesa Rosalie se le ocurrió lanzar un poderoso hechizo ígneo.
Me ruboricé profusamente. ¿Cómo iba a saberlo? Yo sólo hice lo que ponía en esa nota y además, Idril me había instado a que lo hiciera.
—¿Entonces es que el Amo ya tiene alguien de quién alimentarse? —intervino Maddie.
Me quedé congelada. Sólo una persona se había adentrado en la Zona Maldita antes que nosotros.
—Oh, no. ¡Elijah!
Eché a correr hacia fuera de la cueva. No podía quedarme tranquila sabiendo que Elijah estaba en peligro. ¿Qué había estado haciendo aquí parada cómo una idiota escuchando historias?
—¡Espera! —me llamó Adrián, mas le ignoré.
«¡Lo siento tanto, Elijah!»
Yo le había querido, había estado enamorada de él quizás toda la vida, aunque no lo quise aceptar hasta que cumplí los dieciséis. Él siempre había estado cuidando de mí, protegiéndome. Cuando él estaba cerca era el único momento en que me sentía bien en realidad y era tan guapo… Sus ojos oscuros y cálidos, sus robustos brazos, sus pectorales tan bien formados… Era una tontería enamorarme del capitán de mi propia Guardia, pero no podía evitarlo. Sin embargo, él nunca dio muestras de sentir lo mismo por mí y acabé abandonando toda esperanza, pero no me había desecho de esos sentimientos tan dulces tirándolos sin más, había decidido guardarlos en el diván secreto de mi corazón. Estar enamorada de él era lo único que me hacía sentirme viva de verdad, atrapada como estaba en este Sistema que nos hacía a todos esclavos de uno mismo, obligándonos a abandonar nuestros sentimientos verdaderos y a auto-imponernos obligaciones «que eran lo correcto».
Sentí una pequeña presión en mi tobillo, un tirón, y me caí de bruces contra el suelo. Mis codos y rodillas quedaron magulladas.
—Si sales a fuera en medio de esta oscuridad, estarás perdida —exclamó Idril, quien había hecho crecer mágicamente una raíz para que se enganchara a mi tobillo y me retuviera.
Mis ojos se empañaron con las lágrimas de nuevo. Me dolían las raspaduras, la herida del oso y el corazón.
—Tengo que encontrarle —sollocé. Mi voz estaba más agitada que la superficie de un estanque cuando se le arrojaba una piedra.
Odiaba a Idril en esos momentos por haberme detenido.
—Si te atrapan, no podrás encontrarle —aventuró Adrián.
Maddie había llegado junto a mí y me tendió una mano para que me levantara. Yo vacilé.
—Pero… —seguía balbuceando.
—Por la mañana, este lugar será mucho menos peligroso. La mayoría de las criaturas duermen por el día y ya se les habrá pasado el enojo por lo del fuego —aportó Madelaine.
¿Por qué todos parecían estar en mi contra? Ellos no conocían a Elijah, no les importaba lo más mínimo lo que pudiera sucederle…
—Si sales ahora ahí fuera estarás poniendo en peligro tu vida y el futuro de tu reino —prosiguió Idril—. No seas tonta, estás aquí, en medio de la Zona Maldita, y todo por salvarle.
—Técnicamente seguimos en los límites, no nos hemos adentrado demasiado —señaló el Joker.
¿Cómo era eso posible con todo lo que nos había hecho andar? ¿Acaso nos había conducido en círculos? Idril prosiguió como si no le hubiese escuchado.
—Deja de sentirte mal por no estar haciendo nada, eso no es verdad, ya estás arriesgando tu vida cosa que él seguro que no querría que hicieras, pero lo has hecho porque el Capitán es importante para ti. Sin embargo, lanzarte a lo loco a por tu propia muerte no sería admirable, sino estúpido.
De nuevo las palabras de Idril estaban consiguiendo convencerme. Acepté la mano de Maddie para poder incorporarme.
—¿Pero y qué pasa con la Neblina? ¿Acaso no habéis escuchado las historias? Quedarse aquí a pasar la noche tampoco es seguro, nada nos garantiza que sobrevivamos a mañana —insistí.
—El fuego espanta la Neblina si es eso lo que os inquieta —reveló el Joker, señalando hacia la pequeña fogata que ya había recuperado su flagrante gama de tonos naranjas y amarillos.
—Anda, recuperemos fuerzas para mañana atravesar este bosque, encontrar a Elijah y darle su merecido a ese secuestrador —dijo Maddie.
—Toma, esto te reconfortará un poco. —Adri me tendió un vaso de té caliente que acepté de buen grado—. Vosotros tres descansad, el Joker y yo haremos guardia.
Me bebí rápido el contenido del vaso, que ayudó a reconfortarme un poco, aunque el estómago protestó. Me encontraba hambrienta, exhausta y los ojos me quemaban. El sueño no parecía ser capaz de reparar todo esto, pero aún así ayudé a Maddie a hacer nuestra cama juntando un montón de pieles y cojines. La humana se despidió de Idril con un comentario mordaz de los suyos y se hizo un ovillo, dándome la espalda. Yo intenté imitarla y sorprendentemente, no me resultó tan difícil conciliar el sueño, mis párpados estaban cansados y mi subconsciente cayó irremediablemente en la red onírica. Quizás el té tenía algo, pero en esos momentos no me importó.
Desperté un par de horas después, cuando un arrullo incesante me hizo salir de mi sueño con un montón de deliciosos pasteles. Mi espalda estaba recubierta por una capa de sudor frío y me costaba entender qué estaba sucediendo. Me sobresalté al percatarme que no me encontraba entre las sábanas rosas de mi comodísima cama, sino recostada sobre el frío suelo pedregoso recubierto de unas pieles extrañas. Una voz me susurraba cosas al oído que no alcanzaba a entender.
—¿Maddie? —llamé a mi compañera con voz trémula.
La humana se había estirado lo máximo posible, haciéndose un lío inexplicable entre las mantas que se habían enroscado retorcidamente alrededor de sus piernas, y mascullaba cosas en sueños.
—Puto silfo… Gelsey era el príncipe del cuento no tú…
Esto resultaba un poco perturbador. Volví a sentir un suave aliento junto a mi oído y la piel se me erizó.
—Maddie… —insistí sacudiéndola un poco el hombro, pero sólo recibí un guantazo por su parte para que la dejara seguir durmiendo.
—Muchaaachaaa —se hizo más entendible el susurro inquietante.
—¡¡¡Maddie!!! —grité ya harta. Me estaba entrando mucho miedo.
—¿Qué...? —farfulló la humana, sobresaltada—. ¿Ya se ha hecho de día? ¡Diablos! Cada vez amanece antes… —seguía mascullando con voz adormecida.
—Creo que hay un fantasma —le dije, llena de preocupación
—¿Pero qué dices? Anda duérmete de nuevo y no me despiertes para nada —me reprochó.
Hizo el amago de volver a acurrucarse, recomponiéndose las mantas, pero algo invisible le sacudió el pelo, levantándoselo, y después se lo removió.
—¡Diablos! —exclamó muy sobresaltada, tratando de cazar lo que fuese que la estaba toqueteando el pelo.
—¿Lo ves?
—Sois unas mozas muy guapaaas.
Aquella vez, las dos pudimos escuchar perfectamente la escalofriante voz. Uno de mis tirantes se bajó inexplicablemente dejando mi hombro al aire.
—Daros un besito y os dejaré en paaaaaz.
—¿¿¿Qué??? —exclamamos las dos.
—¡Maldito espíritu depravado! —bramó Maddie, llena de furia y miedo.
—Soy un pepino maligno y me excita ver a dos mozas como vosotr… —la inquietante voz se quebró en una carcajada.
De pronto la voz del fantasma ya no sonaba tan gutural, de hecho se nos hacía increíblemente familiar. Idril apareció súbitamente a los pies de nuestra cama, retorciéndose de risa.
—¡Serás…! —exclamé, llena de indignación.
—¡Maldito imbécil! —rugió Maddie a la misma vez que yo.
—Tendríais que haberos visto las caras —continuaba riéndose sin cesar—. Quien ríe el último, ríe mejor.
—¿Cómo lo has hecho? —pregunté aún llena de asombro.
Idril esbozó una sonrisa sardónica, lo cual me preparó para algo que no me iba a gustar.
—Puedo hacerme invisible —reveló.
Y como muestra de que decía la verdad, volvió a desaparecer ante nuestros ojos.
Sentí sus labios de pronto dándole calor a mis mejillas y me levanté de la cama, muy azorada. Idril volvió a hacerse visible ante nuestros incrédulos ojos. Yo me limpié la mejilla ahí donde el muy maldito había osado besarme. La idea de que Idril pudiese hacerse invisible me producía más miedo que la historia del Joker.
—No puede ser…
—Oh sí, Rose —confirmó mis peores temores, se notaba que le satisfacía perturbarme—. Imagina lo bien que me lo he pasado todos estos años sin que tú lo supieras.
—Eres un… —masculló Maddie—. ¿Por qué no te vas a dormir con tu oso y nos dejas en paz?
—Sus ronquidos son insoportables, mi oído es tremendamente sensible y el hambre me está matando, así que me dio curiosidad ver qué hacían dos mujeres juntas en la cama.
—Estás salidísimo —seguía increpando Maddie, sin borrar la mueca de asco de su cara.
—Anda que tú… ¿Acaso crees que no me he dado cuenta de que estabas soñando conmigo? Conmigo y con Gelsey, lo cuál es una fantasía bastante más perturbadora que las mías, ¿sabes?
—¡No estaba soñando contigo! —trataba de defenderse ella, pero Idril no dejaba de observarla con esa satisfacción del que se salía con la suya.
«Venganza», parecían proclamar sus ojos.
—Necesitamos descansar lo máximo posible para mañana ir en busca de Elijah —le recordé a Idril el motivo por el que nos hallábamos pasando la noche en esa cueva.
Adrián y el Joker parecían muy inmersos en su propia conversación. Ambos movían enérgicamente las manos al hablar y no parecían haberse percatado de nuestro pequeño escándalo.
—¿No os da curiosidad saber de qué están hablando? —inquirió de pronto Idril, rompiendo el silencio que se había formado entre los tres.
Maddie intentó detenerle, pero ya era tarde, Idril se había aproximado lo máximo posible a los dos hombres y se limitaba a escuchar oculto entre las tinieblas.
—Será cotilla —protestó Maddie, quien parecía realmente preocupada por lo que pudiese escuchar Idril—. Al final se ha ganado a pulso probar mi maldición anti-silfos.
Las dos seguimos a Idril. Pude escuchar parte de la conversación, aunque no comprendí mucho:
—No me vengas con sermones, Adrián. ¿Sabes lo que me ha costado contenerme con todo lo que se ha dicho?
—Sé que esto no es fácil para ti, ni para nadie. El sentido común me dice que debería matarlo ahora mismo, pero sé lo importante que es para ti y por eso te estamos dando una oportunidad.
¡Hablaban de matar a alguien! Maddie había alcanzado a Idril, pero se le unió a la innoble tarea de espiar.
«Si son tal para cual»
—Empiezo a estar harto de todo esto. He estado a punto de contar quién soy, pero con este atuendo no me pareció lo más apropiado —seguía hablando el Joker, señalando su estrambótico camisón.
—¿Quieres que les borre la memoria? —ofreció Adrián.
A mí cada vez me estaba mosqueando más todo esto.
—No, déjalo, no soportaría tener que presentarme por tercera vez. Me siento como en aquella película que vimos juntos en que el tipo tenía que citarse cincuenta veces porque ella perdía la memoria siempre…
—¿Borrarle la memoria a quién? —intervino súbitamente Idril, saliendo de su escondite.
Maddie y yo no tuvimos más remedio que descubrirnos también. Adrián lanzó una mirada de reproche a la humana, quien se disculpaba con un gesto modesto por no haberlo podido detener.
—¡Oh, pequeño Idril! Así que nos estabas escuchando, ¿eh? —exclamó el Joker forzándose a parecer despreocupado, mas lo cierto era que se atisbaba cierta agitación en sus pupilas.
—¿Creéis que soy tan ingenuo como aparento? Estamos en un bosque y ni un solo feérico ha venido a ayudarnos.
—La Neblina les hace enloquecer, pensaba que eso ya lo sabías —expuso tranquilamente.
—No es sólo la Neblina. Elijah desaparece misteriosamente, Rosalie y yo perdemos la memoria y de pronto, un día ella recibe una nota misteriosa en la que le dicen que el licántropo se encuentra en la Zona Maldita.
—Ahora que lo dices… —El Joker adoptó un gesto pensativo—. Así expuestos, metódicamente enumerados todos los datos… Todo parece indicar que ese Elijah es un psicópata.
—¿Elijah? —se sorprendió Idril.
—¿Acaso no lo veis? Él es el que ha organizado todo esto para atraer a nuestra inteligente princesa.
—¿Y por qué iba a hacer ése algo así?
—¿Quién comprende la mente de un psicópata? Para raptarla y violarla, por ejemplo.
—¡Él no haría nunca algo así! —intervine. Sentía una furia corrosiva bulléndome por dentro—. Eres tú el que apareció misteriosamente a salvarnos, el que nos guió durante una hora por toda la zona y el que ha estado contando la historia del Amo del Bosque —le acusé.
Es difícil expresar lo que se siente cuando ya no puedes contenerte más y sueltas todo lo que llevabas reteniendo, pero lo que sea que sentí, me gustó; me gustó sentir las palabras que quemaban dentro de mí por mi pecho y tomando forma en mi garganta, era como beber un vino muy fuerte, pero en vez de sentirlo descender hasta el estómago, al revés.
—¿Me estás acusando de trabajar para el Amo del Bosque? Oh no, querida. Yo tengo mucho más caché que eso, te lo puedo asegurar.
—Yo hablo, tú interpretas —le contesté, imitándole.
Idril me miraba boquiabierto por mi repentina gallardía. La verdad es que yo también estaba sorprendida, pero una vez que había explotado no me conformaba solamente con hacer un poco de ruido y humo. Adrián comenzó a concentrarse, pero Maddie le detuvo.
—Déjalo, la verdad es que él se lo ha buscado.
—Al final la princesa inteligente va a resultar estúpida —espetó el bufón con cierto deje burlesco.
—¿Es eso verdad? —se aventuró Idril—. ¿Todo esto lo has preparado tú?
Todos esperábamos expectantes la respuesta del Joker, quien entrelazaba sus dedos a modo de contenerse. Se volvió hacia los restos de té y se sirvió una copa. Sí, él tomaba el té en una hermosa copa de cristal tallado con filigranas de oro.
—¿Qué queréis que os cuente exactamente? Nada de lo que diga tenéis pruebas de que sea real o se trate de otra historia más.
—¿Nos querías vender al Amo del Bosque? —insistió Idril muy serio.
—Nunca —respondió igual de serio—. Jamás de los jamases, si fuera así no estaríamos aquí teniendo esta conversación.
—¿Entonces a quién queríais matar?
—A Chocolate, tiene una piel muy mullida, pero Adri sabe que le he cogido muy cariño y no voy a permitir que se haga un tanga con él.
—Oh claro, cómo no se me había ocurrido antes —replicó Idril, sarcástico—. Vamos, Rose. Hagamos como que somos idiotas hasta que la bruja malvada decida comernos, aunque me estoy muriendo de hambre, a este paso nos vamos a quedar en los huesos.
—Nos queríais borrar la memoria —dije.
Eso era lo que más me había preocupado de todo, teniendo en cuenta que la otra vez que estuvimos con el Joker también acabamos sin recordar nada. Lo había adjudicado al hecho de que nuestro poder se descontroló, pero ya no estaba tan segura.
—Vamos, estáis siendo un poco paranoicos —se aventuró Maddie, poniéndose al lado del Joker—. Le conocemos desde hace muchos años, es sólo un tipo muy solitario que le hace ilusión tener algo de compañía.
—¿Raptándonos como hace el Amo del Bosque? —agregué.
—Oh, nunca me habían comparado con ése, creo que he tocado fondo.
—Ése es el problema —dijo Idril—. Que no me fío de ninguno de vosotros. ¿Una humana y un íncubo? Y todas esas historias sobre un demonio y el Kro Pérez ése. A Rosalie podéis engañarla porque es muy ingenua, pero no a mí.
—Pero a ellos les conozco desde hace dos años, son de fiar —le aseguré.
—¿Dos años? ¿Has estado viéndote con esta gente en secreto tanto tiempo? Porque sabes que Helena nunca aprobaría que te juntes con gente de tan bajo estatus.
—¡Son mis amigos! Ellos no me maltratan como haces tú.
—¿Qué yo te maltrato? ¡Lo hago por tu bien! Deberías estarme agradecida, ¿o acaso prefieres que los silfos te acosen?
El Joker aprovechó para retirarse de allí sin hacer ruido.
—Creo que la Neblina sí que nos está afectando un poco —intervino Adrián—. Vamos, putitos, será mejor que descanséis el tiempo que queda. Maddie, mañana por la mañana te irás con el ridículo del Joker a buscar ingredientes para tu súper poción energética, ya veréis como os sentís mucho mejor.
—Al final mis pociones siempre resuelven todo, no sé qué haríais sin mí.
Idril y yo seguíamos enojados el uno con el otro. En realidad no debería culparle, él no tenía por qué saber que todos nosotros, bueno menos el Joker, pertenecíamos a un grupo rebelde que planeaba atentar contra la monarquía. Por un breve momento de locura estuve a punto de contárselo, pero Maddie me dijo que no con la cabeza, adivinando mis pensamientos. ¿Era de eso de lo que estaban hablando? Al fin y al cabo si alguien tenía ganas de matar a Idril era nuestra líder. ¿Cómo me había metido en esta situación?
—Que sepáis que sigo sin fiarme de ninguno de vosotros. Y yo que pensaba recompensaros ofreciéndoos incluso un puesto en la Corte —alegó Idril muy desairado mientras se recomponía el pelo.
—Puf, ya ves tú que gran recompensa. —Maddie tenía que aprender a no decir todo lo que pensaba.
—La putita de Maddie quiere decir que no estamos interesados con la vida de la Corte, no envidiamos para nada vuestra situación.
—¿Qué le pasa a nuestra situación?
—Idril, ¿tú te sientes realmente libre? —le preguntó Adri muy serio, mirándole fijamente a los ojos.
El príncipe apartó la mirada, sin saber muy bien qué responder.
—En teoría puedo tener todo lo que se me antoje, algún día yo seré el que dicte las leyes.
—¿Y te crees que puedes ordenar lo que se te antoje sin que el resto del pueblo muestre su descontento? No puedes dictar las leyes absurdas que se te vengan en mente.
—De hecho debo inventar leyes absurdas, a los feéricos les encanta y si no lo hago entonces sí que pedirían mi cabeza, pero si te refieres a saber la diferencia entre ser un rey sensato y un cabrón megalómano, tranquilo que sé la diferencia.
—Eso dices ahora que eres joven y con la cabeza llena de pájaros, no creo que Gelsey piense como tú. Además, ya sabes lo que dicen: el camino al Infierno se hace lleno de buenas intenciones.
—No creo en ese Infierno, de hecho me parece algo demasiado fantasioso por parte de los humanos —respondió Idril, lacónico—. Además, yo ya estuve en mi propio infierno, todos tenemos uno, y logré salir de ahí, eres tú el que no parece haber superado aún el tuyo, no renuncies a las mujeres sólo porque una te rompió el corazón.
Adri le dirigió una mirada muy extraña, creo que nadie le había hablado así nunca y las tonterías que soltaba el muy ridículo de Idril nunca dejaban indiferentes a nadie. El príncipe ni siquiera pareció percatarse, tan seguro como estaba de que había dicho una verdad repleta de sabiduría y filosofía; muchas veces me preguntaba qué pasaba por su mente.
—Hablaba metafóricamente...
—¿Qué es eso de las leyes absurdas? —le preguntó Maddie, ya metida en su cama de nuevo.
—Es una de mis asignaturas preferidas —empezó a contarle Idril, acercándose a ella y subiéndose a lo que era mi cama—. Por ejemplo, cuando sea rey, un día puedo declarar que esa semana sea la Semana Honorífica del Arco-iris y por tanto, todas las mujeres deben de vestir como hombres y los hombres como mujeres y quien no lo cumpla, deberá vestir de rosa para el resto de su vida, a Rosalie le encantaría algo así.
—¿De veras puedes ordenar ese tipo de cosas? Suena divertido —admitió la humana—. Lo peor es que en tu caso sería difícil distinguir si vas de hombre o mujer.
Idril frunció el ceño ante su comentario malintencionado.
—¿No decías que no te interesaba la vida en mi Corte?
—Y no me interesa, pero hay cosas que son muy ridículas y me hace gracia imaginarlas.
—Tú te lo pierdes.
—¡Por nada del mundo me iría a vivir a tu Corte! —insistió, convencida de ello.
Ambos dieron por finalizada la conversación y Maddie se volvió de espaldas mirando hacia la pared, volviendo a adoptar una posición cómoda para dormir, e Idril cerró los ojos también para poder conciliar el sueño. Yo me había quedado esperando de pie a que Idril se marchara a su propia cama o a que Maddie lo echase, pero cuando vi que los dos se disponían a dormirse así me quedé desconcertada. No me atrevía a molestarles no se fueran a enfadar conmigo por lo que resignada, me conformé con ocupar la cama que debía de ser Idril.
El principito no tenía ni idea de hacerse la cama, aunque yo tampoco la había hecho en mi vida así que no podía quejarme. Me arrebujé entre las mantas que, para mayor fastidio mío, olían a él. Eso me hizo recordar súbitamente que ahí había estado durmiendo Idril desnudo, fantaseando con Maddie y conmigo. Más incómoda no podía sentirme, no me atrevía a moverme mucho y prefería no pensar en ello o no conseguiría dormir ni un poco. En realidad me gustaba su aroma, era fresco y no había olido ninguna flor que oliera de semejante manera. Tenía entendido que las idriles eran unas flores especiales, por lo que seguramente de ahí venía su nombre. Pero yo no quería pensar en Idril, sino en Elijah.
Más lágrimas silenciosas mojaron mi almohada al evocar su cálido y reconfortante abrazo. Cuando a la mañana siguiente le encontrara, esa fantasía sería real y no tendría que volver a dormir junto a un oso que roncaba escandalosamente.
La cueva seguía envuelta en penumbras cuando volví a abrir los ojos, por lo que no sabía qué hora debían de ser, sin embargo, desde la entrada podía entrever un resplandeciente fulgor que obligó a mis pesados párpados a levantarse. Me dolía todo el cuerpo y seguía teniendo sueño y hambre, aunque ya hasta me había acostumbrado a las protestas de mi estómago. Idril se estaba desperezando también. No había rastro de Maddie, recordé entonces que habían dicho algo la noche anterior de que saldrían a buscar unos ingredientes. Adrián fumaba tranquilamente apoyado contra la pared. Al ver que Idril seguía desnudo reaccioné.
—¿No te puedes vestir de una vez?
—Si quieres me pongo tu vestido.
—Lo cierto es que no tengo palabras… —dijo Adrián.
—¿Por qué?
—No, por nada, de unos putitos como vosotros ya no me sorprende nada… Ni siquiera que os hayáis cambiado las camas.
—Es que la mía estaba justo encima de un hormiguero y me daba un poco de asco —explicó Idril.
Horrorizada, comprobé que decía la verdad. De pronto todo el cuerpo me picaba mucho y me abordó un gran nerviosismo.
—Ahí tenéis unos barreños con agua del río… Yo no me la bebería, pero a los demás no nos ha pasado nada por lavarnos con ella —nos dijo señalando al centro donde efectivamente estaban dos barreños—. Y en cuanto a lo de tu desnudez, el Joker ha dicho que te puedes probar uno de sus trajes a ver qué tal te queda.
—¿De verdad? —preguntó muy emocionado—. ¡Voy a poderme poner uno de sus trajes de superhéroe!
Me asombraba la capacidad de Idril para olvidar que estaba enfadado con todos, ¿se podía ser más bipolar?
—Que sepas que él con su ropa es demasiado quisquilloso, no se la deja a nadie nunca, siéntete afortunado de que haya hecho una gran excepción contigo.
Idril se dirigió corriendo apenas Adrián terminaba de hablar hacia una percha sobre la que reposaba una larga chaqueta de un vivo color rojo. Por el interior estaba forrada de seda morada. En las mangas relucían unos gemelos dorados. Los botones eran arañas negras con pequeños rubíes incrustados a modo de ojos. Toda la tela estaba hilada por un hilo dorado que trazaba intrínsecos dibujos. Los pantalones eran de un llamativo granate oscuro.
Se vistió lo más deprisa posible. Todo le quedaba enorme: los pantalones apenas se le sostenían en la cintura, aunque afortunadamente no se notaba mucho ya que la chaqueta le llegaba por debajo de las rodillas, y le sobraba tela por todos lados, sobretodo en los hombros y las mangas, que le colgaban ridículamente, pues el Joker era muy alto y tenía mucha más espalda que el joven principito. Por no mencionar las botas, de un resistente cuero negro, pero que le quedaban enormes y apenas podía moverse torpemente con ellas puestas.
—¿Qué número de pie usa? —preguntó Idril bastante sorprendido.
—Eso es información demasiado valiosa, no la puedo decir así como si nada —bromeó Adrián, aunque yo no entendía por qué resultaba tan valioso saber su número de calzado.
Con todo, sentía que a Idril le quedaría bien ese traje si le valiese, por lo que me ofrecí a ayudarle.
—Si me dejas, con mi magia puedo ajustártelo.
—Estás deseando toquetear mi cuerpo, ¿eh?
—Vete a…
—Tranquila, estás muy susceptible hoy.
—Es por la situación… es inevitable estresarme —musité.
—Anda, ¿serías tan amable, por favor, de ajustarme la ropa? Con esto los siervos del Amo del Bosque me atraparán muy fácilmente.
Me lo había pedido muy educadamente por lo que accedí, acercándome a él.
—No te muevas, que no quiero causar ningún desastre. Es un hechizo reductor muy simple, pero nunca lo había usado así —le advertí maliciosamente mientras le arremangaba las mangas.
—Espero que lo único que reduzcas sea mi ropa…
—Si pudiera te reduciría el ego.
—No sabía que tuvieras ese carácter.
—En realidad yo tampoco —traté de disculparme, muy azorada por mis malos modales—. Es que de verdad que esta situación me estresa…
—Me gustas mucho más así —soltó de improviso.
Idril tenía la molesta costumbre de dejar caer estas cosas de repente, sin avisar. Había franqueza en su mirada, por lo que lo decía en serio. Mi cara adoptó el color de su chaqueta. Las manos empezaron a temblarme y me sentí idiotamente torpe, así que le obligué a girarse y me concentré, muy azorada, en arreglarle la espalda.
Mientras mis manos recorrían repletas de magia su cuerpo, pude distinguir al fin el dibujo que conformaba el hilo dorado: la sonriente cara del Joker ocupaba toda la espalda.
—Rose… —volvió a hablar sin volver la cabeza hacia atrás—. Le encontraremos, ya lo verás.
Mis manos se detuvieron. Idril permanecía muy quieto y, aunque no le viese la cara, podía imaginar muy bien sus cristalinos ojos que seguro, que habían adoptado un sólido brillo grisáceo de determinación, sus finos labios invitándome a acercarme a ellos… y a Elijah secándome las pestañas y prometiéndome que cuidaría por siempre de mí. No lo pude evitar, las lágrimas volvieron a asaltarme y sentí su salado rastro quemándome las mejillas.
—¿Ya estás llorando de nuevo?
—No, qué va —me apresuré por secarme rápidamente los ojos, no lo suficientemente deprisa porque Idril se giró antes, pero no dijo nada sino que se quedó contemplándome en silencio.
En ese momento llegaron el Joker y Maddie, hablando animadamente y armando el escándalo habitual que siempre traía con ella la humana.
—¿A que me habéis echado mucho de menos? —preguntó alegremente—. A mí, al ridículo éste ya sé que no. ¡No sabéis lo estresante que resulta tener que aguantarlo!
—¡Si te has puesto mi traje exclusivo! Lo uso sólo cuando voy a una orgía, ¿lo sabías? —exclamó el Joker, quien lo primero que debió hacer fue buscar con la mirada al silfo.
—Yo pensaba que para asistir a esos actos te ponías algo mucho más provocador —le respondió Idril.
—Me has descubierto.
—¿A que me queda bien? —preguntó con orgullo, comenzando a pavonearse por toda la estancia, parecía un pavo real en un desfile de modelos.
Maddie comenzó a burlarse de él. En ocasiones, Idril se comportaba de una forma tan…femenina.
—No tan bien como a mí por supuesto, pero tampoco haces el ridículo con él puesto.
—Te recuerdo que por mucho que la mona se vista de seda, mona se queda —continuaba Maddie metiendo cizaña.
—No llores, humana, por perder de vista mi rampante virilidad. Siempre te quedará el hermoso recuerdo de haber dormido abrazada a mí.
—No me lo recuerdes, ¡vaya susto que me he llevado cuando me he despertado! Y no mientas imbécil, no te he abrazado.
—Claro que sí, en sueños, mientras me llamabas «puto silfo de mierda».
—Si te hubiese abrazado, te habrías desmayado, embustero.
—Pues yo he notado algo caliente rozándome la entrepierna.
—Habrá sido Chocolate o la patada que te he dado, es que me he puesto muy furiosa.
—Bueno putita, ¿cuándo va a estar listo el desayuno? —intervino de nuevo Adrián.
—Mira puto, ni que fuese tu criada. Los ingredientes llevan un rato calentándose, ya no debe faltar mucho.
El Joker, quien se había vestido de nuevo con el traje del día anterior, extrajo un reloj de bolsillo plateado y lo consultó.
—Ya debe de estar lista la pócima —proclamó.
Maddie se dirigió a la fogata a servir el brebaje mágico que nos curaría el cansancio y el hambre.
—¿Qué hora es? —le pregunté.
—La hora en que el sol alcanza un calor corporal de seis mil coma cero dos grados centígrados, la hora en que Tesibea le declaró su amor a Perineo, la hora en que abre la tienda de Madame Pudevoir… ¿No sabes qué hora es ésa?
—Van a ser las diez —aclaró Adrián—. Os hemos dejado dormir de más.
—Adiós a mi audiencia con la princesa exótica —se lamentó Idril—, aunque siempre puedo insistir en que la fecha de la cita era mañana y no hoy, al final me acabarían dando la razón, como siempre.
La pócima de Maddie tenía el color del arco-iris y rezumaba un humo dulzón. Idril vaciló a la hora de probarlo, por lo que me hice la valiente y pegué un pequeño sorbo. Estaba muy caliente, pero se trataba de un calor que me reconfortó de arriba abajo.
—¡Sabe a tarta de frambuesa y chocolate blanco! —exclamé emocionada, y apuré el resto del vaso.
—¿En serio?
Idril, más animado, se llevó su vaso a la boca y saboreó la bebida.
—Qué va, ¡sabe a fruta de la pasión! Besé a una actriz que usaba brillo labial con este sabor.
—Pues el mío sabe a miembros de íncubo triturados con sirope de chocolate —clamó el Joker. Idril y yo nos atragantamos a la vez—. ¿El tuyo a que sabe, querido Adri?
—A ron con whisky y limonada rosa.
—¿A que soy genial? —se vanagloriaba la humana.
—Los ingredientes los has encontrado gracias a mí, ¿eh? —le recordó el Joker.
Fuese lo que fuese que llevaba el brebaje, funcionó. Nunca me había sentido tan bien, era lo más parecido a flotar en una nube sin estar ebria.
Cuando estuvimos listos para partir, nos despedimos de Chocolate, quien parecía triste por dejarle ahí. Le hubiese adoptado como mascota si no intentara atacarme cada vez que me acercaba a él. No podía dejar de preguntarme cómo había hecho el Joker para guardar las sillas, las camas, los vasos, el espejo de la pared y los cuadros, la alfombra, la percha, los barreños y su pijama; quizás su sombrero era mágico de verdad. Borramos nuestro rastro y pusimos en marcha la expedición hacia el corazón de la Zona Maldita.
El Joker iba el primero haciendo de guía y abriéndonos el camino. Le seguía Idril y detrás íbamos Maddie y yo. Adri iba el último, protegiéndonos las espaldas. De día el lugar parecía bastante diferente. Llegaban más rayos de sol de lo que había imaginado y las flores eran diferentes, de colores vivos y alegres, aunque muchas de ellas tenían unas inquietantes manchas negras en sus fragantes pétalos. La hierba estaba húmeda y la tierra, blanda y fangosa por la tormenta de la noche anterior. Varias serpientes se encaramaban a las musgosas ramas de los árboles, descansando enroscadas, pero en cuanto veían al Joker se marchaban de allí. Me preguntaba qué pensaría ella, la líder de los rebeldes, cuando supiera lo que estaba haciendo.
—Al final no me vas a decir quién eres —le reprochó Idril a nuestro guía.
—No estás preparado. Aún no eres más que un chiquillo más preocupado por regresar a su confortable palacio que de saborear la aventura.
Idril pareció decepcionado por su negativa.
—¿Y qué tengo que hacer para demostrarte que estoy preparado?
—Demostrarme que eres un aventurero de verdad.
—¡Pero ya lo soy! Estoy aquí, de expedición en la Zona Maldita, con unos desconocidos que andan mal de la cabeza.
—No, no lo estás. Sigues quejándote por no poder ver a esa princesa idiota y tonteando con más mujeres idiotas.
—¡Ey! —protestó Maddie ante el insulto que nos hizo.
—Solo fue un comentario tonto más, tú también haces comentarios tontos.
—Mis comentarios no son idiotas.
—¿Y qué diferencia hay?
—Toda, Idril, ¡toda!
—¿Y qué debo hacer entonces para ser un aventurero? ¿Encontrar Léiriú?
Los ojos del Joker se abrieron como las fauces de una araña en el momento de atrapar a su presa.
—¿Lo has recordado ya?
—¿El qué? —preguntó Idril, muy extrañado—. Me lo acabo de inventar.
El interés se esfumó de golpe del rostro del Joker, quien volvió a concentrarse en lo que había por delante.
—He dicho que no estás preparado. El veredicto es inamovible.
El siguiente tramo del camino lo hicimos en silencio. Cuanto más nos adentrábamos en las profundidades, más restos de la ciudad de antaño nos encontrábamos. Edificios en ruinas, una boca de alcantarillado, restos de un canal en muy mal estado; todo ello recubierto por el espeso manto del bosque. Lo más terrible de todo era cuando nos encontrábamos con objetos desperdigados por el suelo: un espejo roto, un trozo de cerámica de algún plato. Todo había ocurrido en la noche repentinamente, era una sensación apabullante.
Cada vez nos volvíamos más atentos a cada ruido que percibíamos, hasta el punto de que no nos fiábamos de nuestras propias pisadas. La Neblina era más espesa, pero la podíamos esquivar con facilidad ya que absorbía la luz solar y emitía líquidos destellos brillantes. Descendimos por cuestas empinadas y saltamos por encima de muros derruidos. Tuvimos que sortear edificios que amenazaban con derrumbarse cual castillo de naipes con el mínimo frufrú de nuestras vestimentas.
Llegamos a lo que en otro tiempo debió de ser la plaza central. Una fuente que en vez de agua expulsaba un espeso líquido negro, ocupaba todo el centro. A su alrededor habían crecido altos árboles con el tronco muy grueso. Las raíces crecían por fuera de la tierra y habían crecido hasta alcanzar la fuente. La Neblina se concentraba en las ramas de los árboles como enjambres de brillantes abejas rezumbando alrededor de su colmena. De esas ramas colgaban unas vainas gigantes, me recordaban al capullo de alguna polilla gigante, y el miedo me atenazó. Muchas de esas vainas habían caído al suelo. Adrián se acercó a una y la rozó con el pie para examinarla. Se deshizo en polvo, revelando lo que contenía en su interior: el cuerpo sin vida de un sátiro que ahora reposaba recubierto del polvo blancuzo y de una pegajosa sustancia.
—Con que así es cómo se alimentan —incidió Maddie—. Los envuelven en estas vainas y les absorben la energía poco a poco.
En las demás vainas del suelo también encontramos más víctimas, para todas ya era demasiado tarde. Idril parecía enormemente afectado, yo ya no podía más.
—¡Elijah! —vociferé—. ¡ELIJAH!
Alcé la vista hacia arriba y busqué entre las ramas de cada árbol la vaina que contenía a mi estimado Capitán.
—¡¡ELIJAH!! —insistí, lo más fuerte que me permitían los pulmones.
Una nube negra de mariposas echó a volar. Nadie respondía a mis gritos. Los rostros de mis compañeros no me hacían sentir mejor, así que los ignoré.
—¡Despierta, Elijah! ¡Es una orden!
Idril unió su voz a la mía.
—¡LOBO IDIOTA!
—Os dije que era una pérdida de tiempo —masculló el Joker—, pero teníais que verlo con vuestros propios ojos.
Maddie se aproximó a un árbol cuyo tronco era más blanco que el resto y comenzó a golpearlo, haciendo caer las vainas. Aún no estaban secas por lo que no se convertían en polvo al tocarlas. Con un cuchillo, ella y Adrián comenzaron a abrirlas. Había víctimas tanto feéricas, como jóvenes brujos inexpertos y humanos.
—Son demasiadas… —se lamentó Idril.
—¡Pues las derribaremos a todas! —declaró Maddie.
—Espera putita, esta última creo que está viva.
Idril y Maddie se acercaron corriendo junto a Adrián, mientras yo seguía llamando desesperadamente a Elijah. Un hada de pequeña estatura y enormes alas translúcidas que parecía llevar una castaña gigante por sombrero, se retorcía débilmente entre la pegajosa sustancia. Adrián cortó con el cuchillo para liberarla y la izó en brazos. Estaba muy débil, pero habíamos conseguido salvarla con vida.
—Mi príncipe… habéis venido a rescatarme —alcanzó a decir en cuanto vio a Idril junto a ella.
—¡Si él no ha hecho nada! —protestó Maddie.
Su comentario no valió para borrar la sonrisa de felicidad que había puesto el hada antes de quedarse inconsciente. Idril comenzó a curarla con su magia.
—¿Creéis que ella habrá visto a Elijah? —pregunté.
—Va a tardar unos días en despertarse —informó Idril, destrozando mi tenue esperanza.
Me aferré con más fuerza a la insignia del Capitán. ¿Dónde diantres estabas, Elijah?
—Putita, mira bajo tus pies —me indicó Adrián.
Entre la tierra había oculto algo que yo estaba pisando. Me aparté de allí, por si se trataba de Elijah, y comencé a excavar con mis manos desnudas. Maddie se unió y el corazón por poco se me sale del pecho cuando distinguí su uniforme negro. Mis manos se movían con desesperación sin importarme que se estropeara la manicura. Idril hizo brotar otra de sus raíces para ayudarnos a tirar. Mi desconcierto fue enorme cuando descubrí que sólo se trataba de su chaqueta.
—¿Y el resto? —preguntó Maddie igual de desconcertada.
—Pues una de dos: o Idril no es el único exhibicionista de por aquí o los gustos de Edward han cambiado con el tiempo —dijo el Joker con su tono impersonal de siempre.
Yo me puse a rebuscar por todo el suelo, ya no me importaba llenarme de barro. Sólo encontré lombrices y malas hierbas, y me corté con un fragmento afilado de cristal.
—Asúmelo de una vez, Princesa. Sé que sois inteligente.
Miré al Joker con odio. Él permanecía indiferente, pero mi dolor no podía ser más grande. ¡Elijah estaba aquí! Hasta que no viese su cuerpo sin vida no pensaba darlo por muerto.
—Ódiame injustamente si eso te hace sentir mejor, pero no he sido yo quien ha matado a tu capitán.
Apreté entre mis puños la tierra, que se mezcló con la sangre de mi corte. Las manos me temblaban de furia, pero no tenía ni fuerzas para arrojárselo.
—¡Alteza, por la Madre Naturaleza, al fin! —proclamó una aguda voz masculina.
—¡Tham! —exclamó Idril al reconocer al silfo.
Era menudo y nervioso, con translúcidas alas de insecto, y una densa capa le llegaba hasta los pies, con el escudo de la Familia Real, que servía para clarificar su rango de heraldo. Ése era él: Tham, el Heraldo de los Feéricos de Luz.
—¡Alfinalfinalfin! —exclamaba muy deprisa—. ¡Oshemosbuscadotanto!
Al escuchar aquellas palabras, el rostro de Idril se alegró.
—¿Habéis oído? ¡Sí que nos han estado buscando!
—Pasaron muchos sucesos inexplicables, unos trolls farsantes se hicieron pasar por vosotros dos…
—¿Unos trolls?
—¡¡¡Sí!!! Se pusieron una peluca rubia y una plateada mientras bailaban detrás de unos arbustos… ¡Fue Flopi quien se dio cuenta del engaño! Entonces nuestro rey regente…
Las palabras del silfo se vieron interrumpidas por un temblor que lo sacudió todo. El agua negra de la fuente comenzó a desbordarse, las gruesas raíces absorbían con gran ímpetu. Todo a nuestro alrededor comenzó a cobrar vida de repente.
—Al fin se han decidido a atacarnos —anunció el Joker—. Y yo que pensaba que a mí me respetarían…
La mayor nube de insectos que había visto nunca se abalanzó contra nosotros. Grité desesperada, me sacudí con fuerza mientras luchaba por cubrirme el rostro. Su zumbido era tan fuerte que creí que se habían metido dentro de mis orejas. Mordían con saña y sus alas cortaban como cuchillas. El terror duró un minuto. Después llegó la súbita calma. Yo no quería abrir los ojos. No quería ver el cadáver de Elijah, no quería ver lo que los insectos habían hecho con mi cuerpo, no quería ver el terrorífico rostro del Joker alumbrado por las llamas verdes. Pero sentí una voz lejana llamarme y una mano dar golpecitos en mi hombro. Abrí los ojos lentamente, con miedo. Maddie, Adrián, el Joker y el silfo heraldo tenían las ropas rasgadas y sangraban cortes poco profundos sin dejar de jadear. Idril, que había logrado hacerse invisible junto con el hada que sostenía entre sus brazos, era el único que había quedado intacto.
—¡Mi traje, menos mal! —exclamó aliviado el Joker al ver a Idril intacto.
—¿Qué diablos ha ocurrido? —preguntó Maddie tosiendo.
—¿No lo habéis oído? —preguntó Idril—. Un intenso ruido los espantó. Eso ha sido cosa de Gelsey, lo sé.
—¡¿Gelsey está aquí?! —preguntó Maddie horrorizada—. ¡Larguémonos!
—¡Esperad! ¿Y vuestra recompensa? —les preguntó Idril muy extrañado por su comportamiento.
—¡Quédate con tus joyas y tu asqueroso dinero! —le replicó Maddie ya a lo lejos.
—¡Yo sí la quiero! —exclamó el Joker, pero Adrián tiraba de él.
Yo sólo quería llorar, así que me daba igual todo cuanto pasara a mi alrededor.
—Tham, hazme un favor, cuida de Rosalie y no le digas a Gelsey que me has encontrado.
Le entregó el hada inconsciente.
—Pero Alteza… ¡Es muy importante que regrese de inmediato!
—Me largo de aquí, he decido que no quiero regresar al palacio. ¡Ey, esperadme! —les llamó a gritos.
—¿¿¿Qué???
Tham estaba de los nervios. Antes de que Idril echara a correr tras los otros, más gente me rodeó y se abalanzó sobre mí.
—¡Princesa! ¡Al fin!
Mis tres damas de compañía llegaron junto a mí, rodeándome con sus afectuosos abrazos. Bueno, todas no, Grisel permaneció al margen, ella era la más fría en apariencia, pero sabía que sólo era una fachada.
—¡Estábamos tan preocupadas! —exclamaba Dorothy, la más mayor de todas nosotras, sin cesar de revolverme el cabello.
—Mira que sois tonta, adentraros en la zona maldita con él precisamente… —me reprochaba Viviana, una bruja de mi edad con la que había crecido toda mi vida.
Idril ya la había roto el corazón mucho tiempo atrás, por lo que disfrutaba hablando mal de él delante mío ya que sabía que era la única que no le soportaba. Grisel sacudía su negra cabellera desaprobatoriamente en silencio.
—La reina Helena va a querer explicaciones —me dijo en un tono que supe captar lo que significaba.
—¡Griseida! —exclamó de pronto Idril, que contemplaba a la chica con cara de tonto—. Has venido hasta aquí a buscarme, ¿verdad?
—Claro Alteza, a usted y a la princesa Rosalie —contestó con un forzado tono neutro.
—Ya no hace falta que sufras más, querida. Estoy entero y mi belleza no ha sufrido desperfectos como puedes ver. ¡Al fin podrás bañarme de nuevo!
—Si la Princesa me da permiso…
No tenía ganas para las estupideces de Idril. Se había encaprichado desde el año pasado con mi propia sirvienta, pero ni siquiera recordaba correctamente su nombre. Las lágrimas amontonándose en mi garganta me impedían hablar.
—Su silencio lo interpretaremos como un sí, está muy afectada y necesita soledad, no te echará en falta sin embargo yo… ¡Yo os anhelo, Griselda!
—Entonces Alteza, ¿ya no se quiere ir? —preguntó Tham, recuperado del susto.
—¡Pero qué tonterías dices! ¿Cómo iba yo a abandonar a mi querido reino por el infantil deseo de aventuras? —Dicho esto, se reclinó sobre el oído de Grisel para susurrarla—. En realidad es de ti de quien no me quiero separar.
—¿Puedo quemarlo? —me preguntó Viviana.
Su comentario casi me arranca una carcajada, pero mi tristeza era demasiado grande.
—¡Viviana! ¡Compórtate! —la reprendió Dorothy—. Ten cuidado con lo que dices en presencia de silfos.
—¿Y nuestros padres? —pregunté entre sollozos.
—Gelsey nos ordenó que nos adelantáramos —explicó Grisel, la más joven de las tres, aunque solo me llevaba de diferencia unos meses—, pero no deben de andar muy lejos.
—Tome, princesa.
Dorothy me tendió un pañuelo de bordados blancos que acepté para dejarlo inundado de lágrimas e inservible en unos segundos.
Tham lanzaba continuas miradas a Viviana mientras de vez en cuando oteaba el horizonte por si aparecía su rey, pero mi amiga ni se inmutaba, ya tenía bastante con mostrar su desprecio hacia Idril, que no se soltaba de la cintura de Grisel.
Los arbustos se retiraron súbitamente, dejando el camino libre, y Tham se arrodilló hincando una rodilla en la tierra sin que sus alas cesaran de revolotear. Mis tres damas de compañía lo imitaron, inclinando sus cabezas en señal de reverencia.
—Vamos querido, no hace falta que sigas disimulando, si ya nos han dejado solos como tú querías.
—Deja de decir estupideces, Helena. Les he dicho que se adelantaran porque creo que este lugar la tiene tomada contra mí y así ellos podrían encontrarlos antes, pero estoy seguro de que se encuentran aquí.
—¿Y eso te lo dice tu instinto feérico? Vamos, tú no tienes antenas porque eres más sexy que todos los demás…
—Majestad —anunció Tham, solemnemente.
—¡Les has encontrado! —exclamó Gelsey al percatarse de todos nosotros.
—Ya puedes ponerle un buen castigo a ese mocoso problemático de tu hijastro por arrastrar a mi hija a la mala vida. ¡Mírala, con los ojos rojos! Seguro que han estado fumando cosas alucinógenas de nuevo. —Cambió por completo la actitud de la reina Helena en cuanto nos vio.
—¡Madre! —exclamé lanzándome a sus brazos.
—Pero mira que eres tonta, hija. ¿Has visto qué uñas tienes? ¡Y el vestido que te regalé echado a perder! —me regañaba mientras me acicalaba el cabello.
—Hay que encontrar a Elijah —la supliqué sin ahogar mi llanto.
—¿A Elijah?
—Ya estáis explicándoos ahora mismo. —Gelsey clavó su penetrante mirada en su hijastro.
Idril soltó a Grisel para hacer frente a su padrastro.
—Todo ha sido por encontrar al Capitán. Queríamos demostrar que somos unos soberanos preocupados por nuestra gente.
—Claro, y yo soy un alienígena. Mira Idril, no me dejas más opción que castigarte para el resto del verano. ¿Sabes el susto que nos has dado?
Mi madre asentía con la cabeza todo lo que Gelsey decía, estaba disfrutando con el rapapolvo.
—Rosalie estaba empeñada en adentrarse en la Zona Maldita, para una vez que decide hacer algo por ella misma no iba a persuadirla, pero no podía dejarla sola…
—Así que se trataba de eso —aceptó Gelsey asintiendo en señal de comprensión—. ¿Entonces al final lo encontrasteis?
—¡Gelsey! —le reprochó Helena.
—Se quieren, Helena, ¿no te das cuenta?
No os podéis imaginar cuánto me molestaba que todavía ellos se creyeran esa patraña de que Idril estaba enamorado de mí, pero eso parecía complacer a Gelsey por lo que no rechisté.
—¿Es eso cierto? —me preguntó Viviana entre susurros con un pronunciado tono acusador.
—¡¡¡No!!! —traté de aclararle a mi amiga.
¿Cuándo iban a comprender que yo sólo amaba a Elijah?
—Pero Helena tiene razón. Necesito disciplinarte, Idril. Cuando seas rey no puedes desaparecer de pronto.
—Pero ése es el punto, cuando sea rey no podré hacer muchas cosas, por eso las hago ahora —trató de defenderse.
—No sois conscientes de cuán grave es la situación. Esta mañana alguien me ha dejado un jazmín ensangrentado en mi almohada. Nadie puede penetrar la magia de Helena así como así para dejarme una flor que supuestamente estaba extinta. Es una clara señal de amenaza y ya van dos desde que llegamos aquí.
—La amenaza te la han dejado a ti.
—¡No me contestes! No hay más que discutir, lo siento, pero no puedes salir del palacio en lo que queda de verano. Tham, encárgate de que el príncipe no desobedezca mis órdenes.
—Sí, Majestad.
—Quiero redoblar la seguridad, no vuelvas a quitarle el ojo de encima o pagarás con tu propia vida el haber puesto en peligro la de tu Príncipe.
—Entendido, Majestad.
—Volvamos a casa de una vez —proclamó la reina Helena—. Estoy deseando darme un baño como es debido.
Ahora que les examinaba con más detenimiento, todos tenían la ropa bastante rasgada, sobretodo Gelsey que era el que más aspecto de cansancio presentaba. Se notaba que no había pegado ojo en toda la noche mientras que mi madre, más allá de tener el pelo un poco revuelto, seguía luciendo radiante. Estaba empezando a pensar que Gelsey de verdad se preocupaba por su hijastro, aunque Idril no parecía percatarse de ello.
—¿Y Elijah? —insistí.
—¿Y a Rosalie no la castigáis? —inquirió el maldito de Idril muy indignado.
—Mi hija puede salir siempre y cuando esté acompañada por su Guardia Personal, o sea mi Guardia, hombres competentes de verdad, y acompañada de gente con decencia y sensatez, no como tú, muchacho revoltoso, y esa molesta Corte de silfos que lleváis por la mala vida a mi hija.
Tham le dirigió una mirada fulminante a Helena, mas ella ni le prestaba atención. Idril parecía muy frustrado, pero Gelsey intervino para dejar zanjado el tema.
—No discutamos más sobre esto, hay asuntos más importantes que atender. Lo siento Idril, es lo que hay. Mientras estés bajo a mi tutela no voy a permitir que te suceda nada.
—¿Y Elijah? —insistí.
—No te preocupes, hija. Ahora que sabemos que está aquí enviaremos patrullas a buscarlo, mientras tanto estoy pensando en ascender al Guardia Floripondio a su rango, está demostrando ser mucho más competente.
Gelsey puso una mueca desaprobatoria.
—No me gusta ese hombre como Capitán —dijo.
—Si no llega a ser por él, nunca les habríamos encontrado —le contradijo mi madre.
—Sólo estoy diciendo que ese hombre no me parece el adecuado.
—Es mi Guardia, Gelsey, y yo elijo a quién asciendo.
Gelsey le lanzó una larga mirada. Sus ojos negros eran realmente profundos y aún con el cabello caoba cayéndole desordenadamente por los hombros seguía imponiendo, pero no dijo nada.
—Es que hay rumores de que la reina Helena mantiene una aventura amorosa con ese Flopi —nos cuchicheó Tham. A los silfos les encantaba esparcir chismes.
Si creéis que esta información debería sorprenderme, no lo hizo. Era mi madre y estaba acostumbrada a sus numerosas aventuras amorosas.
—Entonces Helena, date prisa y realiza de una vez el conjuro de teletransportación.
No lo dijo a modo de orden, pero sonó igual. Gelsey estaba enfadado con ella y no lo ocultaba demasiado al hablar. Mi madre entornó los ojos y frunció el ceño.
—¿Dónde están los buenos modales, verdad? ¿Para qué pedírmelo por favor? Espero que algún día me sepas apreciar como es debido —dramatizó. A mi madre le gustaba mucho dramatizar y era orgullosa.
Mis damas de compañía parecían nerviosas por toda la escena, pero supieron aguantar en silencio. Idril, delante de su padrastro, no se atrevía a decir tantas tonterías y continuaba consternado por su castigo. Yo lancé una última mirada al uniforme de Elijah que había quedado olvidado en el suelo. Nunca le olvidaría, mi corazón había muerto con él pues, aunque mi madre había asegurado que enviaría a gente a buscarlo, si nosotros no habíamos podido encontrarle, sabía que los demás tampoco.
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