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17. Nissa II: El Hada Maravilla

NISSA II: El Hada Maravilla

"Hoy Kra Dereth me ha llevado a conocer la Ciudad del Caos. No sabía que existía un lugar así. La gente allí estaba loca, parecían gólems sin voluntad propia y por algún extraño motivo nos perseguían, ataviados con sus trajes ridículos. Nunca pensé que iba a desear aferrarme a ese elfo maldito para sentirme protegida, pero no tuve más remedio. Allí me enfrente a Baghrá. Es difícil de explicar con palabras lo que sentí dejándome llevar por el arte, por la necesidad de salvarlos a todos. Mejor haré un dibujo para ello.

Dereth ha conseguido que me olvidara de nuestras diferencias por un momento y fue una sensación extraña, pero me sentí bien, mejor que nunca. ¿Estaré aprendiendo a amar de verdad? Me siento tan confusa... Sé que debe de estar jugando conmigo solamente. Es la única explicación a su revelación final: Baghrá es la diosa del amor y del caos. Absurdo, ¿verdad?"

Diario de Ellette


PALACIO DE LOS ESPEJOS. JARDINES. 23:15       

El tapiz silvestre en el que se había convertido el Jardín Real crujía en silencio. Toda esa falsa tranquilidad molestaba a Gelsey, pues sabía que algo peor se cernía sobre ellos, pero no se le ocurría de qué podía tratarse y cómo podría evitarlo.

La misteriosa mujer susurraba palabras incomprensibles al Capitán Elijah que se fundían con el viento, y vertía sobre sus labios las gotas de sangre del corte de muñeca que se había hecho. Elijah pareció volver en sí, aunque muy aturdido. La mujer intercambió una mirada de triunfo con el silfo.

—No sé de dónde has salido, pero supongo que me alegro de tenerte cerca en estos momentos —le dijo Gelsey.

—¿Qué quieres que haga con él?

—Supongo que todo esto tiene un precio, ¿verdad?

—Sólo quiero saber la verdad, quién soy.

—Hoy en día la verdad sale demasiado cara. ¿Y si no puedo pagarlo?

Elijah gimió entre los brazos inquebrantables de la híbrida.

—No me mates la esperanza, Gelsey. He venido desde muy lejos, dejando atrás todo, para ahora llevarme esta decepción. No, no puedo aceptarlo, no lo soportaría.          

Elijah permanecía en el suelo, con las fuerzas extintas y un lacerante dolor recorriéndole todo el cuerpo, como un hielo negro expandiéndose dentro de sus venas. Los fríos dedos de la mujer vampira, de orejas afiladas y ojos como estrellas púrpura, palpaban su piel. La expresión ceñuda de su rostro de luna blanca no le reconfortaba en absoluto. Debía de estar pensando en el mal aspecto que tenía. Gelsey esperaba, algo más alejado, a que la mujer diese su veredicto y mientras tanto, quién sabía lo que podía haber sido de Rosalie. Tenía que informar lo que sabía acerca de los rebeldes, aunque fuese a Gelsey, daría su vida si con ello podía ponerla a salvo.

Trató de incorporarse, forzó los músculos de la espalda y los brazos, hundió las uñas en la tierra con la desesperación de poder darse impulso.

—Estate quieto, más vale que no te muevas —le advirtió la mujer, manteniéndolo presionado contra el suelo.

—¿Ya está lúcido? —preguntó el rey silfo, aproximándose a ellos.

—Eso parece..., pero no tiene buen aspecto en absoluto. Gelsey, nunca había visto nada semejante...

—La Familia Real está en peligro... —consiguió decir sin que su voz sonase a un gruñido salvaje.

—Bueno, es más que obvio que la vida del Príncipe ha estado en peligro por vuestra culpa, capitán. Esperaba que me contase algo menos obvio —se burló Gelsey.

—Unos terroristas... —La tos le asaltó y no pudo proseguir hasta que escupió algo negro y viscoso.

—Ya sé lo de los rebeldes.

—La mujer es la más peligrosa de todas. Tiene un rayo rojo que te transporta a otra parte...

—¿Qué mujer? ¿Humana y de cabellos claros?

Elijah asintió entre otro arrebato de tos. Gelsey se esforzó por mantenerse imperturbable.

—Pero también está el payaso... Sabe algo de Kra Dereth...

—De nuevo ese elfo oscuro. ¿Qué narices está pasando aquí? —bramó Gelsey a la noche, como si alguien supiera la respuesta. De pronto recayó en la híbrida, como si no hubiera caído antes en lo más obvio y la redescubriera en ese momento—. Justo esta noche que resuena el eco del nombre de Kra Dereth, aparece una medio elfa oscura.

—¿Kra Dereth? —inquirió ella con incredulidad—. Yo no tengo nada que ver con él, ni siquiera lo he visto en la vida, pero entiendo. Aguardaré y haré lo posible para que confíes en mí, no pienso rendirme  —proclamó clavando sus ojos, que en ese momento estaban de un rojo oscuro como un vino muy antiguo o una herida que llevaba demasiado tiempo sangrando, en los de Gelsey.

En lo poco que había podido conocer al silfo se había hecho una idea de la clase de hombre que era. No le importaba, ella sólo quería su información. Él se iba a aprovechar de esa posición de poder, pero lo soportaría, siempre dejándole claro que ella no era un maniquí como los demás idiotas.

—Y también está ese hada oscura de intensa melena roja... —prosiguió Elijah.

Al evocar la figura del hada, el licántropo recordó sus palabras, así como la peculiar flor que le había entregado y que yacía en el suelo cerca de él. Sus pétalos brillaban como impregnados en rocío. Comenzó a estirar la mano. 

—¿Hada  oscura? De nuevo Nissa... ¿Y qué está haciendo ella aquí? Nunca sale de su bosque.

—Busca su reliquia mágica... Algo de una flor capaz de curar cualquier cosa...

Un poco más y sus dedos rozarían los  suaves pétalos...

Gelsey tanteó disimuladamente el Corazón del Bosque que, tras quitárselo a Maddie, finalmente se hallaba en su poder de nuevo.

—¿Por qué busca esa chiflada de Nissa algo así? ¿Y cómo sabe que lo tengo?

Si lo acababa de recuperar unos minutos atrás después de cincuenta años.

—¿Es cierto que puede curarlo todo? —insistió Elijah con desesperación.

La híbrida volvió su cabeza hacia el silfo, curiosa de su respuesta.

—Puede..., pero la magia siempre tiene un precio.

—Ella está enferma, como yo...

Aquella información sí le sorprendió al silfo.

—¿Y por qué atacasteis al Príncipe?

—Él ofendió a la princesa Rosalie... Es mi deber protegerla de quien sea.

—El príncipe Idril, aunque pueda parecer irreflexivo e impulsivo, en realidad no lo es. Jamás haría algo que pudiese perjudicar al Reino. Me da la impresión que la Princesa es un poco sensible.

—Ella intentó detenernos...

—Y entonces el poder mágico de ambos se desató, ¿verdad?

Elijah no respondió, se encontraba demasiado mareado, pero ese silencio fue más que significativo.

—Tengo que contárselo a Helena. Sabía que estaba en lo cierto —masculló Gelsey para sí mismo.

—¿Qué quieres que haga con él?

—Llevarlo a los calabozos. Ha herido a mi hijastro, no puede quedar impune.

—¿Tengo que llevarle yo?

Gelsey analizó calculadoramente a la mujer.

—Los guardias deben de estar muy ocupados sofocando la rebelión  y yo debo buscar a Helena...

—Claro, no sea que se piense que te estoy sodomizando —ironizó. Gelsey sacaba esa parte de ella.

—A veces es un poco... alocada, forma parte de su encanto.

—Eso no lo dudo. Volveré a verte. Aún no me has dicho lo que necesito.

—Eres persistente, ¿eh? Te contaré lo que sepa cuando la situación se haya normalizado. Has llegado en un momento un poco complicado.

—Rebeliones, maniáticos resucitados... y un silfo que sabe mucho planeando cosas con una bruja alocada. Podía ser peor.

Casi sin darse cuenta, sus labios dibujaron la mitad de una sonrisa. Gelsey se la correspondió, sonriendo también.

— Al final resulta que eres una optimista. ¿Cómo te llamas? Aún no me has dicho tu nombre.

Los ojos de la mujer misteriosa se tornaron plateados.  La desconfianza la había acompañado allá donde iba, ¿de qué otra forma sería si el único recuerdo que poseía se limitaba a su nombre? Y ahora aquel hombre le pedía que compartiera con él ese único recuerdo, el único pedazo de identidad que poseía, al que se había tenido que aferrar como un clavo ardiente. A pesar de todo, comprendía que si quería que Gelsey confiara en ella, tendría que comenzar por los principios básicos de una relación.

—Enora. —Y sonó como un chiste en sus propios labios.

—Enora. Claridad. Es un buen nombre, mejor que el mío.

En esos momentos aparecieron un par de diminutas e iridiscentes hadas flotantes, agitando las alas nerviosamente. Gelsey centró su atención en ellas, dejando a Enora con la duda de qué había querido decir.

—Majestad... —habló haciendo una reverencia una de ellas, cuyas alas amarillas contrastaban con la oscuridad de la noche

—¿Y bien? —exigió su informe.

—El Príncipe y la Princesa se encuentran perfectamente en su alcoba real. De hecho se escuchan sonidos de placer y risas provenientes del interior...

Gelsey tuvo que contener una carcajada. La híbrida misteriosa apretó a Elijah contra el suelo, quien se había retorcido al escuchar las nuevas que traían las informantes.

—Bien, podéis retiraros y buscad a Tham. Decidle que...

—Nadie sabe dónde está Tham, Majestad —habló el otro hada, que flotaba envuelta en un resplandor azul.

Aquello desconcertó a Gelsey, pues Tham y Helena habían conducido a los mocosos hasta la alcoba...

—¿Y qué hay de Helena?

Sacudieron las cabecitas en señal denegación, mostrando su pesar. Muy malos pensamientos asaltaron la mente del silfo. Su propio heraldo no podía estar pegándosela con su compañera sentimental.

—¡Pues buscadles hasta encontrarlos! —ordenó enérgicamente.

Las hadas obedecieron y desaparecieron de allí, dejando un rastro de polvo fosforescente que titiló en el aire hasta desvanecerse. Enora sabía que había llegado el momento de separarse.

—Llévalo al calabozo. Se accede por las escaleras que van hacia abajo, antes de las cocinas.

Gelsey echó a correr hacia el palacio, las hadas le siguieron. Los dedos de Elijah se cernían alrededor de la flor. ¿Para qué serviría y con qué propósito se lo habría dado Nissa?

—Eso es una haelinda. ¡Suéltala! —le ordenó Enora al reconocer la exótica flor.

¿Haelinda? —masculló.

—Esencia de Baghrá. Puro caos...

Pero ya era demasiado tarde. Elijah estaba desesperado. Exprimió la flor entre sus dedos. Sintió el néctar escurrirse como sangre, estaba cálido y desprendía una fuerte fragancia. La haelinda lloró semillas de cristal rojo que parecían rubíes con forma de diminutas lágrimas. En cuanto tocaron el suelo, una nube violeta estalló, engullendo al palacio entero.


PALACIO DE LOS ESPEJOS. COCINAS. 23:20

Joshua ya se sentía mucho mejor gracias a la pócima que le acababa de dar Dandelion, aunque en comparación, las de Maddie sabían a ambrosía. La bruja también le pasaba un paño húmedo por las heridas del pecho. En realidad hacía muchísimo calor allí dentro, con todos los fuegos y los hornos trabajando al mismo tiempo.

—¿Sabes? Puedo intentar un hechizo para quitarte ese tinte azul del pelo, aunque no te queda tan mal...

—¿Podrías? —preguntó esperanzado.

Dandelion le colocó en los brazos una bandeja repleta de pastelitos como toda respuesta.

—Pero primero lleva esto y ofréceselo a las anjanas. Por culpa de su voz todo continúa exasperadamente aburrido.

Gelsey había dado la orden a los guardias de arrestar a todo aquel que fuera disfrazado, mas la relajante voz de aquellas mujeres sobrenaturales les había afectado también a ellos.

Joshua contempló los pastelitos con mala cara.

—¿De qué mierda son? —preguntó analizando uno con reticencia.

—De alpiste. Ya sabes, las anjanas tienen alas en vez de brazos, son medio aves, así que no podrán resistirse.

Joshua accedió, aunque se sentía ridículo haciendo de camarero, pero aún así llevó con cuidado la bandeja hasta el escenario en el que el trío de anjanas cantaba aunando sus voces en una sola. Se sintió un poco turbado ante la belleza de las tres mujeres, pero eso no fue impedimento para que vacilase a la hora de envenenarlas.

—¿Pasteles? —fue todo lo que se le ocurrió decir, aunque los ofreció muy educadamente. La elocuencia nunca había sido uno de sus dones.

La más bajita de todas ellas fue la primera que cayó en la tentación y degustó uno de ellos. Le gustó tanto, que en seguida fue a por el segundo, y sus otras dos hermanas no tardaron en imitarla. Mientras zambullían los pastelitos, Joshua no podía dejar de pensar que qué pestañas más largas tenían y qué ojos más profundos...

«Magia. Es cosa del glamour feérico»

Con un gesto indicó a los músicos rebeldes que acapararan todo el protagonismo y en seguida las tres mujeres se hallaban de rodillas, retorciéndose de dolor y con aquellos ojos desbordándose de lágrimas. Su sufrimiento no duró mucho. Joshua arrastró sus cuerpos inertes hasta detrás de una gran cortina.

Sin la voz tranquilizante de las anjanas, el miedo y la inquietud volvieron a hacer mella en los corazones de los invitados y los rebeldes recuperaron sus ganas de derramar sangre.

Joshua intercambió una mirada significativa con los músicos. Habían captado sus intenciones. ¡Por fin! Ya se estaba haciendo de rogar la señal de ataque. Corazón rebelde interrumpió la canción que estaba tocando. El líder empezó a tararear La sinfonía de las cabezas cortadas, aumentando la incertidumbre del ambiente. Joshua invocó de nuevo su malhayada espada, la cuál vibraba de impaciencia. Los instrumentos musicales se transformaron en ballestas.

—¡¡¡Al ataque!!! —gritó Joshua, alzando su espada enérgicamente.

Los demás rebeldes ya tenían las manos blandiendo sus armas. La pequeña April empujó a su madre a un lado y se lanzó contra un hada que llevaba alardeando toda la fiesta de su belleza. En un rincón, un hechicero de cabellos punk le cortaba la garganta a una mitad bruja, mitad humana. Dos ninfas lloraban acorraladas por un grupo de rebeldes corpulentos. El duque de Arbolalto protestaba enfurruñado porque no le devolvían su peluca, dos tiros en el pecho fue lo que consiguió por parte de Sally la pistolera. A su lado, su hija Blackrose lo contemplaba todo boquiabierta. Sally se dirigió a ella con mirada sádica. La joven hada quería reaccionar, pero el shock se lo impedía. Faith, que lo estaba contemplando todo, dejó al hombre con el que estaba coqueteando y se interpuso entre la rebelde y el hada. Sus ojos dorados se encendieron. Sally vaciló, pero confiaba en el poder de las armas que Madelaine confeccionaba. La vampira le mostró sus colmillos, sonriendo sádicamente. Blackrose sabía lo que iba a pasar a continuación, sin embargo, no cerró los ojos, no parpadeó. Quería grabarse en las retinas cómo la mujer que había asesinado a su padre se deshacía en jirones sanguinolentos, aunque más tarde todas aquellas imágenes la asediarían por las noches con terribles pesadillas.


La espada quebrada de Joshua saciaba su sed bebiendo y bebiendo. Toda aquella gente que se había reído a costa del pueblo, ahora sufría y chillaba como gallinas. Aquello sólo le incitaba a desplumar unas cuantas más. De pronto, recayó en la figura de su maestro, escabulléndose entre la gente. Joshua le siguió.

—¿Pretendes huir? —inquirió, interponiéndose entre la ventana y él.

El maestro Ali Kazam se ruborizó levemente. Para ser tan mayor, no había tenido problemas en atravesar la marea de caos.

—No pienso quedarme para que me saquen los ojos y me desoyen dedo a dedo. ¡Yo me largo de aquí!

—Pero tu magia es de las más poderosas. Podrías proteger a muchos.

—Bah, que se las apañen sin mí. Yo ya estoy mayor para estas cosas. —Y, para hacer más creíble su declaración, fingió ser asaltado por la tos.

Joshua le miraba con repugnancia.

—Bien, yo te ayudaré a salir por la ventana —proclamó en un tono que daba miedo.

—¿Qué estás haciendo, Joshua? Déjame, no te acerques a mí... No... ¡Nooo!

De repente, una fuerte energía atravesó el pecho de Joshua, como tenazas mágicas que se cernían en torno a su corazón. Ali Kazam cerró el puño, como si estuviera sosteniendo hilos de energía mágica, y tiró de ellos. Joshua se vino hacia delante, escupiendo una flor de sangre. Sentía que estaban tirando de su corazón y que se lo iban a arrancar. Su maestro tiró una vez más. Joshua luchaba con todas sus fuerzas por cortar aquellos hilos mágicos, cuando un remolino de pétalos oscuros los envolvió y una mujer se abalanzó contra Ali Kazam.

—¿Se encuentra bien? ¡Vamos, levante! —le tendió la mano un hada de cabellos rubios con reflejos azulados y que cubría su grácil cuerpo con un vestido rojo muy corto.

La reconoció como la hija del duque de Arbolalto. Pertenecía a la nobleza, por lo que debía matarla. La mujer que luchaba contra su maestro la reconoció como la vampira que vio afuera con Idril. ¿Por qué le ayudaban? El corazón todavía le palpitaba fuertemente y Blackrose no retiraba su mano.

No. No iba a matarla. A pesar de todo tenía su propio código de honor. Aceptó la mano, aunque a regañadientes. Ser salvado por una chica siempre hería un poco el orgullo. De hecho, él había sido salvado por dos.

Los ojos de Faith brillaban como faroles y estaba sosteniendo en el aire al maestro, inmovilizándole, aunque éste se resistía con su poder y eso la estaba agotando. Hilillos de sangre le escurrían por la barbilla debido al sobreesfuerzo. Aún así, a Joshua le sorprendía que la magia de alguien pudiese rivalizar con la de su maestro. Tenía que ayudarla o no resistiría mucho más. Se colocó junto a ella y empezó a empujar con su magia, para sacarlo por la ventana.

—¡Hacia la ventana, que vuele! —indicó.

Cuando la magia de dos hechiceros se fusiona, se siente algo muy agradable y difícil de explicar. Ninguno de los dos lo había hecho antes y se sorprendieron de lo diferentes que eran y al mismo tiempo, de lo que podían lograr juntos. Un último empujón más y Ali Kazam logró salir por la ventana... para estrellarse junto a unos monstruos viscosos que comenzaban a sentirse hambrientos.

—Un rebelde menos —proclamó Faith, exultante.

El corazón de Joshua pegó un vuelco. Habían visto a su maestro atacándolo y se habían pensado que se trataba de un rebelde más.

—Quién iba a imaginar que alguien del Consejo iba a ser un traidor —comentó Blackrose, uniéndoseles de nuevo.

La guardia real había empezado a actuar. Habían logrado crear una barrera mágica y estaban haciendo que toda la nobleza se refugiara tras ella. Los rebeldes se estaban replegando y esperaban más órdenes. Joshua no podía  ponerse a gritar delante de esas  dos chicas que tenían que romper la barrera mágica.

—Tenéis que ir vosotras también —les dijo.

No quería matarlas, pero tampoco iba a hacer de su niñera. Detrás de la barrera se mantendrían a salvo... por un tiempo.

—¿Y qué hay de ti? —preguntó Faith, relamiéndose la sangre de la barbilla.

Joshua rebuscó un pañuelo blanco y se lo dio. Faith se quedó muy sorprendida por el gesto y lo aceptó, ruborizándose.

—Disculpa mis modales. Normalmente controlo mis hábitos vampíricos, pero con tanta adrenalina...

Al menos había logrado evadir la pregunta. Algo en esa joven le indicaba que no era como los demás aristócratas, pero tenía que deshacerse de esos pensamientos. Sólo era amable porque se pensaba que él pertenecía a la alta cuna también. Si supiera que en realidad había sido adoptado por una familia plebeya, le despreciaría.

—No hay nada que disculpar. Gracias a vosotras por salvarme la vida.

—¿Qué hacemos? ¿Vamos tras la barrera? —preguntó Blackrose, sacándole de sus reflexiones.

—Cuida de ella, yo tengo algo que hacer —le dijo a la vampira, mirándola a los ojos muy seriamente.

Faith le aguantó la mirada, pero finalmente decidió confiar en él. Era el primer hombre que realmente se preocupaba por ella y eso le daba confianza.

—Está bien, cuídate. Me llamo Faith, por cierto. Faith Sorceress. Y te devolveré el pañuelo.

Dicho esto, tomó al hada en brazos y usó su velocidad vampírica para desplazarse rápidamente hacia la trinchera mágica.

Un nuevo estruendo hizo retumbar la sala. Había llegado una nueva horda de rebeldes que entre todos, cargaban un cañón mágico de gran tamaño que habían logrado subirlo apoderándose del balcón, con poleas, mucho esfuerzo y algo de magia. Joshua sabía muy bien lo que hacía ese arma. Cargaba muy lentamente, pero absorbía la magia de alrededor y la concentraba en un rayo peligrosísimo. ¿El problema? Que también absorbía su propia magia. Con ese cañón podrían derribar la barrera mágica y ninguno estaría a salvo. Faith y el hada iban hacia allí. Joshua negó sacudiendo la cabeza antes de lanzarse a la locura.

Faith llegó sin mayores heridas que un rasguño en el vestido hasta la barrera mágica, donde depositó al hada. Aunque muchos rebeldes habían sido detenidos, todavía los había que hacían de las suyas. Un grupo de ellos en particular la enfermaron profundamente, los que estaban acosando a las ninfas. Faith odiaba a ese tipo de hombres. Por culpa de gentuza así, no le importaba usarlos como simple diversión para después convertirlos en sus víctimas. Decidió que ella haría algo más que quedarse quieta en un lugar a salvo. Se despidió de Blackrose y se giró, decidida a acabar con aquellos hombres malnacidos.

Joshua pasó de largo sin detenerse, ignorando incluso la sangrienta escena en que sus compañeros músicos despellejaban a un silfo usando las cuerdas de un banjo. El cañón vibraba fuertemente y en cualquier momento dispararía. Sentía su magia siendo drenada por una fuerza desconocida. Estúpidos inventos de Maddie que siempre afectaban a todos por igual.

Los cristales de cada una de las ventanas saltaron, provocando un estruendo estremecedor. Los fragmentos de cristal rasgaron la piel de todos los invitados. La luz se fue. Por un momento sucedió lo impensable: se hizo el silencio. La confusión los embargaba a todos; los rebeldes pensaban que aquello era obra de la realeza que se guardaba un as bajo la manga y los nobles estaban aterrorizados de lo que podía suceder a continuación. Algunos hechiceros intentaron crear luces con magia, pero todos sus intentos se apagaban al instante. Entonces, llegó la niebla violeta y los envolvió. Era una niebla cálida, muy diferente a la Neblina de la Zona Maldita, pensó Joshua. La niebla se disipó, pero la luz seguía sin volver.

Cientos de personas desangrándose atrapados en una habitación completamente a oscuras. Joshua se hallaba empapado de sudor frío. Odiaba la oscuridad con todas sus fuerzas. Aunque el salón resultaba mucho menos claustrofóbico que la pequeña habitación donde le dejaba su padre adoptivo encerrado, no podía soportarlo. Los recuerdos se avivaban y sentía que se iba a volver loco. Enterró su rostro entre las manos y ahogó un grito de rabia. Lo único que pudo sacarle de aquel estado fue el grito de una voz que reconoció al instante. Se trataba de Faith, se encontraba en peligro. Ella le había salvado una vez, era su turno de devolverle el favor, odiaba deberle favores a la gente.


Faith había llegado junto a los violadores de ninfas. Se sorprendió de descubrir a un licántropo y  un vampiro juntos. ¿Qué hacía alguien de su propia raza entre los rebeldes?

—¿Realmente te preguntas por qué, Princesa? —habló el vampiro, volviéndose lentamente hacia ella.

Aquel hombre de ojos amarillos y piel blanca como la caliza, podía leerla la mente. No era el único vampiro que podía hacer eso, ella también sabía.

—Tengo curiosidad —le desafió, tratando de verse fuerte y valiente. Nadie podía resistirse a sus ojos sobrenaturalmente hipnotizadores.

«Este salido se cree que puede intimidarme. No sabe con quién está tratando»

—Así que a ti te parece bien que tengamos que contenernos y beber sólo de animales —inquirió el vampiro con voz ronca.

—La gente inocente no merece morir por nuestro egoísmo.

—Son nuestra comida. Los leones no vacilan a la hora de cazar carne fresca —siseó mostrando los colmillos. Uno de ellos se hallaba algo torcido.

Fue en ese momento cuando la nube violeta les envolvió. El vendaval cálido les hizo sentirse confusos por un instante. Cuando pasó, los dos hombres tenían la mirada clavada en ella. Una mirada sucia, libidinosa e insultante. Fuera lo que fuera que hubiese pasado, esos hombres parecían que se iban a abalanzar sobre ella y que le arrancarían el vestido de un tirón. El miedo nubló su valor. De pronto sentía ganas de llorar. Ella quería resistirse con todas sus fuerzas a la extraña sensación que por culpa de esa nube violeta sentía.

—¡Esencia de Baghrá! ¿Quién ha lanzado algo así? —logró identificar alguien.

Faith no quería entregarse a esos hombres pese a que una magia en su mente decía lo contrario, por eso cuando sintió las garras del vampiro clavándose como tenazas sobre ella, se retorció con todas sus fuerzas. El aliento repugnante de chucho del licántropo la arrancó náuseas.

Muchas leyendas urbanas existían acerca de cómo matar a un vampiro. Joshua esperaba que la más tradicional funcionase, sería perturbador que la cabeza sesgada del vampiro siguiera hablando y poniendo miradas lascivas después de haber sido cercenada.

Un corte de media luna y la cabeza cayó, rodando. De ese momento en adelante, Joshua pasó a ser conocido como "La Pesadilla Vampírica". Lo que la gente no contó en sus crónicas de los hechos de aquella noche es que en el momento en que Joshua alzó los restos de su espada mágica para asestar el tajo mortal,  tropezó con la alfombra que estaba arrugada, trastabilló y el veneno de la saliva de las ninfas hizo efecto, paralizando al vampiro y marchitando su piel de alabastro. Entonces, la espada finalmente halló su camino y pudo saciarse de la sangre vampírica que se desmoronó como mantequilla. El licántropo al ver esto, quiso huir, pues nadie capaz de asesinar de aquella forma a su inseparable colega podía ser alguien normal. Sin embargo, Joshua  no estaba dispuesto a dejarlo impune. Le lanzó una tenebrosa mirada que lo paralizó de miedo y Faith pudo liberarse. De ese momento en adelante Joshua también fue conocido como "El Basilisco", por sus miradas paralizantes. Nadie supo nunca que en realidad el veneno de la saliva de ninfa hizo efecto en el licántropo y por eso no se pudo mover para defenderse. Joshua hundió su vibrante espada en el pecho peludo y musculoso de aquel cretino, mejorando el apodo de "Pesadilla Vampírica" por "La Pesadilla Sobrenatural".

Faith contemplaba a su héroe muy fascinada. El olor a sangre le estaba traspasando los sentidos, perforando sus fosas nasales. Pero había sido entrenada duramente por orden de su padre para resistir la tentación. A su alrededor todo se había vuelto una locura. Los cuerpos de los rebeldes se enlazaban a los de los nobles olvidándose de que se  hallaban en guerra. Las ninfas demostraron no tener ningún pudor entre ellas ni siquiera para agradecerles el haberlas salvado.

—¡Santo Dios! ¿Qué está pasando aquí? —exclamó Faith, atónita.

¿Acaso ella era la única que sabía contenerse?

A Joshua le sorprendió que un vampiro usara el nombre de Dios de aquella forma, pero no comentó nada al respecto.

—Vámonos de aquí, a las cocinas —propuso, recordando que Dandelion le debía un cambio de apariencia.

Faith ya había comprendido que en aquel joven sí se podía confiar, por lo que aceptó. Lo que fuera con tal de salir de allí.


PALACIO DE LOS ESPEJOS. ALCOBA REAL DEL ALA OESTE. 23:15

NISSA

Tras despertar en los brazos de aquella estatua, me sentía sumamente confusa. Lo último que recordaba era haber intentado seguir a Gelsey hasta el patio, pero entonces... No, algo me decía que no había sido así. ¡Adrián! Le había visto, le había hablado y me había atrevido a mirarle directamente a los ojos, y también algo había sucedido con el guardia extraño que me perseguía. Aún una inquietante agitación me asediaba por dentro, como embriagada por algún licor dulce y ardiente. No me esperaba que Gelsey contara con un ser así en su Guardia Real. ¿Pero qué se suponía que era? A mí ni siquiera me afectaba el poder de los íncubos... ¿o sí? Lamentablemente no era la primera vez que perdía la consciencia repentinamente, y siempre que Adrián estaba cerca me sucedía más a menudo.

Me recompuse, disponiéndome las rojas hebras de mi pelo adecuadamente sobre mis hombros, y comprobé que no me había pasado nada más. La fiebre todavía no había remitido y sabía que no lo haría hasta que consiguiese curarme de una vez.

Al asomarme a la balaustrada de las escaleras, descubrí que me encontraba en la quinta planta, la de las alcobas, y tras encargarme de un guardia al que fue demasiado fácil seducir, supe que al final del pasillo se encontraba la alcoba de Gelsey y Helena. Ya que estaba allí arriba no iba a retroceder, así que aproveché y recorrí el largo corredor. A medida que avanzaba, iba encontrándome más guardias malheridos o derribados y me alegré de haberme encontrado antes con el Capitán Elijah, pues gracias a eso deduje que se trataba de los rebeldes que estaban allí para asesinar a Gelsey antes que yo.

Me detuve al llegar frente a una magnífica puerta de madera maciza y barnizada, con incrustaciones de un dorado verdoso que la decoraban con motivos vegetales. Si así era la puerta, la decoración del interior resultaría aún más ostentosa. Y no me equivoqué. Con mi poder corroí parte de la cerradura y así pude entrar al interior.

Las cortinas estaban echadas y una suave luz de luna bañaba toda la habitación, dándole volumen.  Me sentía agobiada en aquel lugar, mas no me dejé impresionar por el lujo con el que vivía Gelsey. Además, todo rezumaba a los gustos de Helena y no a los de un silfo. No había viajado tan largo camino para quedarme a admirar la gran cama del Rey Regente de la Corte de Luz, por lo que tomé la resolución de esperarle y prepararle una emboscada. Atravesé los cortinajes de seda borgoña y me introduje entre las sábanas de raso, cubriendo hasta mi cabeza. Sólo quedaba esperar que no tardara mucho.

Allí recostada me sentía extraña. El olor de los pétalos de rosa que había esparcidos a lo largo de la almohada me empalagaba. Me pareció percibir jaleo y gritos procedentes de la planta baja, pero no estaba segura, quizás sólo eran imaginaciones. El mundo era un lugar extraño. Quería pensar que todas las cosas que sucedían tenían un sentido. Mi deber era traer caos al mundo, una lección que había aprendido a lo largo de los años. Siempre habría alguien que insistiría en poner orden de nuevo, pero el orden natural era tender hacia lo caótico. ¿Cómo sería un mundo así, sin orden, ni obligaciones ni moral? Los seres vivos actuaríamos movidos por nuestros deseos irracionales, sin importar la sociedad, lo que es bien visto y lo que no. No habría obligaciones para nadie y yo sería libre de amar a quien quisiera, de perder el tiempo siendo irresponsable. Seguramente ese mundo no duraría mucho.

Entre mis divagaciones y la sensación de flotar en un mar de bruma producto de la dichosa fiebre, comencé a quedarme adormilada. Mis párpados se cerraron y mi respiración se volvió entrecortada. De pronto, alguien tiró de las sábanas, dejándome al descubierto. Decepcionada conmigo misma por haber bajado la guardia de esa forma, traté de recomponerme rápidamente y estar preparada para atacar.

La vida está plagada de sorpresas. Los feéricos de luz disfrutaban contando historias ridículas acerca del amor y la ilusión. Les gustaba decir que si deseabas con mucha intensidad algo  y tu corazón sabía absorber magia, ésta acabaría dando forma a los deseos que allí reposaban. Pamplinas, cuentos de hada más típicos de humanos ingenuos empeñados en ridiculizar al mundo feérico. Sin embargo, al ver a Adrián frente a mí, sonriéndome de medio lado y con sus oscuros ojos transmitiendo un brillo especial, no pude evitar recordar aquellas historias. Tenía que tratarse de un sueño. Me había quedado dormida sobre este maldito, pero comodísimo colchón, porque Gelsey era un tardón y entre mis cuarenta grados de fiebre y que había visto al íncubo abajo en la fiesta, me estaba haciendo delirar.

—¿Me esperabas, putita? —me preguntó, sin borrar esa sonrisa de su atractiva cara.

La respiración se me entrecortó. Ya sólo me faltaba que mi propio subconsciente me insultara. La ira que bullía dentro de mis venas me hizo reaccionar.

—Esfúmate de mi mente, imbécil. Estoy esperando a Gelsey.

Le arrebaté las sábanas y volví a arroparme con ellas. El pesado de Adrián no tardó en destaparme de nuevo. Su sonrisa se había ensanchado y fue lo último que contemplé antes de que se reclinara sobre mí y besara mis labios con los suyos, desatando un huracán de emociones que me transportaba muy lejos, a una época  pasada en la que yo aún era una joven inmadura.

¿Cómo un hombre sabía besar tan bien? Bueno, él era un íncubo, era experto en prender cada centímetro de mi cuerpo. Apenas estaba presionando sus labios con los míos, pero el calor que desprendía, el picor de su barba pinchándome la barbilla y los recuerdos muy vívidos aún pese al transcurso de las estaciones, fue suficiente para volverme anhelante de más. Me dejé llevar e intensifiqué aquel inesperado beso. Tras tanto tiempo separados fue como beber agua en medio del más caluroso de los desiertos. Adrián me apartó de él a tiempo de caer en mis redes. Se frotaba la boca con el dorso de su mano expresando asco y dijo con voz cargada de rencor:

—Sé que parezco un sueño, pero créeme Nissa, esta vez seré tu peor pesadilla.

Sus ojos, sin embargo, seguían mostrando aquel brillo especial que había visto muchas veces. Me sentía confusa, no había esperado nada de aquello, ni siquiera me había atrevido a imaginar qué diría en el improbable caso de que nos volviéramos a encontrar. A pesar de todo, Adrián seguía siendo el mismo de siempre, los años le habían sentado bien. Me sentía feliz de volverlo a ver una vez más a pesar de la aversión que me había cogido por lo que le hice, así que no pude enfadarme, estaba además demasiado cansada para ello.

—Jamás podría tener miedo de ti, Adri —hablé lentamente, sin poder disimular una sonrisa lánguida.

—Deberías tenerlo... Ha pasado demasiado tiempo y todo ha cambiado.

Su actitud me desconcertaba. ¿A qué se refería con «todo»? Claro que muchas cosas habían cambiado, la vida estaba en continuo movimiento, era su transcurso natural. Yo misma  había cambiado muchísimo.

—¿Vas a matarme? —me burlé—. Eso sería incluso piadoso por tu parte. Te vi con Pet... —No sabía muy bien por qué le daba tema de conversación, Gelsey podía aparecer en cualquier momento.

En realidad, deseaba confesarle a Adri todo lo que sucedía, mi estado verdadero. Con él me sentía segura y era muy difícil encontrar a alguien así, con el que podías mostrarte sin enfundarte en tu armadura, sobretodo en una posición como la mía en la que jamás podía aparentar debilidad. Pero no me atrevía.

—¿Pet, eh? —inquirió con sorna—. Bueno, ¿acaso ahora tienes tendencias suicidas o qué?

¿De dónde sacaba ese hombre aquellas ideas? Se había tenido que juntar con gente muy idiota en los últimos tiempos.

—Idiota, soy un hada, ¿cómo voy a tener tendencias suicidas? Muchas cosas dependen de mí.

—Ah, ahora te importa tu reino después de todo lo que lo criticaste.

—Cómo tú has dicho, todo ha cambiado. Acepté responsabilidades que por lo que veo tú no, sigues siendo un príncipe renegado que  detesta a la monarquía y al Sistema.

—No soy un hipócrita como otras.

Rebufé, conteniéndome. Estaba demasiado cansada como para malgastar fuerzas perdiendo la compostura. Albergaba una gran curiosidad que me había carcomido desde que le vi la última vez, así que me decidí a preguntarle:

—Bueno, por lo que veo sigues soltero. ¿Qué hay de esa... Sathair? —Esperaba haberlo dicho bien—. ¿Llegó a aparecer algún día?

Cuando nos conocimos, ambos estábamos comprometidos. Bueno, para ser más exactos a mí me comprometieron unos días después de haberle conocido. Según él, su prometida era alguien demasiado celosa y más poderosa que nadie, pero lo cierto era que en el tiempo en que habíamos estado juntos, ella nunca había llegado a aparecer. Era más que obvio que se trataba de una mentira más. Adri nunca había sido del todo sincero en sus intenciones para conmigo. Probablemente nunca había sido sincero.

Su rostro expresaba asombro ante mis palabras, supongo que le sorprendió que recordara el nombre de su prometida. En seguida se recompuso.

—¿Y qué hay de tu faé? ¿Te ha traído a la fiesta en su magnífico platillo volante?

—No, no ha llegado a aparecer nunca. —Yo solía ser la primera que se burlaba de lo chiflada que estaba mi madre al comprometerme con un ser imaginario, pero al llegar al Trono se me habían revelado muchas cosas y ya no me parecía tan absurdo. De hecho me molestaba que él se burlara de mí acerca de aquello, estaba harta de que nadie se tomara en serio un hecho tan real como cualquier otro—. Además, ¿quién iba a quererme en mi estado?

—¿En tu estado de putita quieres decir?

Le fulminé con la mirada. Le estaba permitiendo demasiados comentarios osados.

—¡Deja de llamarme eso! Te hace ver inmaduro y te quita atractivo.

Pensé que si le mostraba la verdad, dejaría al fin de comportarse como un cretino, por lo que derribé el glamour que disimulaba mi verdadera apariencia. Dejé que mi piel dorada luciese las oscuras manchas que la contaminaban. El brillo del pelo desapareció y el  verde de mis ojos se empañó. Incluso le mostré mis resecas alas que una vez habían sido suaves e iridiscentes. Me mostré tal cual era durante unos rápidos instantes, después volví a recuperar mi disfraz. Para mi decepción, Adrián permanecía inmutable. Algo se tronchó dentro de mí. Había esperado ver sorpresa, horror, incluso rechazo... pero no esa fría indiferencia. ¿Acaso yo le daba igual? ¿No había sido nunca importante en su vida? Adrián había sido muchas cosas para mí, con él había descubierto cosas maravillosas y yo siempre había creído que había sido mutuo, que ambos hallábamos en el abrazo del otro la pieza del puzzle que buscábamos para completarnos. Sabía que él estaba resentido conmigo por haberle dejado, pero eso no borraba nada de lo que hubiera pasado entre nosotros con anterioridad. ¿Acaso por que la nieve cubriese las flores nunca había sido verano?

—Como ves no me queda mucho tiempo —dije esforzándome por mantener la voz firme—. Seguramente no sobreviva a esta noche sino consigo arrebatarle su reliquia mágica a Gelsey. Al menos me alegra haberte visto una vez más...

Me sentía a punto de desfallecerme. Me temblaban las piernas y las fuerzas restantes se habían esfumado, así que me senté sobre el borde de la cama.

—¿Reliquia mágica? ¿Te refieres a este jazmín? —preguntó enseñándome una delicada piedra de cristal con forma de flor, de una flor muy peculiar.

—¡El Corazón del Bosque! ¡¡¡Lo tienes tú!!! —exclamé, perpleja.

Los irisados destellos que desprendía se reflejaban en mis iris, arrancándoles un brillo sobrenatural y fascinado. Adrián adoptó expresión desafiante al comprobar que realmente lo necesitaba.

—¿Qué estás dispuesta a darme por él? —cuestionó con perspicacia.

Le aguanté la mirada, aceptando el reto, aunque no tardé en desviarla. No estaba de ánimos para juegos infantiles.

—¿Vas a hacer que me rebaje ante ti? Lo necesito, Adrián. Mi vida y la de miles de seres vivos dependen de él, así que dame el jodido jazmín.

El Corazón del Bosque seguía resplandeciendo entre los dedos del íncubo, que había comenzando a juguetear con él.

—¿Qué estás dispuesta a darme por él, Nissa? —repitió sin rebajar su actitud desafiante—. Si de verdad te importa tanto tu reino, no serás tan egoísta de anteponer tu orgullo.

Encima se atrevía a vacilarme.

—Es mucho más que mi reino, todo el Equilibrio depende de esto, pues soy la última de mi estirpe y no tengo ninguna heredera aún... —Comprendí que mis palabras le estaban entrando por un oído y saliendo por otro. Lancé un bufido, resignada—. ¿Qué quieres de mí? Estoy dispuesta a lo que sea —traté de decir con orgullo.

Al menos me daba curiosidad saber qué quería ese hombre de mí.

—¿Dispuesta a todo, dices? —Algo había cambiado en él. Sin duda estaba disfrutando de la adictiva sensación de poder en sus manos—. Si eso es cierto, entonces me bailarás el Hada Maravilla —concluyó, triunfante.

Si las miradas pudiesen matar, Adri habría sufrido una lenta y agónica muerte.

—Eres un cabrón, Adrián. Te odiaría sino fuese porque yo en tu lugar habría sido incluso peor.

¿Cómo se atrevía  a hacerme semejante propuesta? Él sabía muy bien lo mucho que odiaba aquella condenada canción. Una cosa era tener que bailarla para acabar con Gelsey porque no había más remedio, y otra muy diferente, bailársela a él cuando había mil cosas diferentes que podía pedirme.

Me había quedado petrificada al escucharle, pero tras  meditarlo, recuperé mi expresión habitual y cuando mis ojos se posaron nuevamente en el iridiscente jazmín, mostraban determinación.

—De acuerdo —cedí—. Te haré el estúpido baile y ya puedes disfrutarlo que en cuanto tenga en mi poder el Corazón, me vengaré de ésta —le advertí.

Le atraje contra mí y le empujé sobre la cama, haciendo que aquella vez fuera él el que quedara recostado, y yo me coloqué encima. Su cuerpo robusto y firme prometía estabilidad. Traté de olvidar todas las imágenes que estaban surcando mi imaginación. Comencé a recrear en mi mente la odiosa melodía y cerré los ojos para concentrarme mejor. Mi cuerpo comenzó a ondularse lentamente al principio. Sentía el rostro congestionado por la humillación y no lograba desprenderme de la rigidez que me asediaba. Adrián rodeó mi cintura con sus manos, indicándome el ritmo que tenía que llevar si quería la maldita reliquia mágica y comencé a reaccionar, dejando fluir más mis movimientos. Elevé los brazos entrelazando los dedos sobre mi cabeza. Podía sentir su dureza contra mi pubis a la vez que su colonia masculina inundaba mis sentidos. La atmósfera se había vuelto muy pesada y ambos respirábamos con dificultad. Proseguí danzando. A medida que me iba dejando llevar, mi cuerpo trazaba curvas más marcadas e iba ganando intensidad en mis movimientos. Un tirante resbaló ingrávido por mi hombro. Me arqueé hacia atrás para apartar el pelo que se me venía al frente de los hombros y poder tener más control de mis caderas. Conseguí encontrar un ritmo adecuado, frenético y ascendente, pero en el que ambos conseguimos aunar nuestras inspiraciones. Entonces abrí los ojos, vidriosos por la adrenalina. La imagen que tenía de Adrián sometido ante mi rítmica danza era gloriosa y no pude contener mis manos que resbalaron entre su camisa de tonos llameantes. El verlo así disfrazado de fuego, tan transgresor, me excitaba muchísimo, pero al recordar el porqué estaba haciendo esto, le arañé el pecho, furiosa. Él soltó un gruñido que fue ahogado por el ruido que hizo la puerta al abrirse. Miré hacia atrás, sobresaltada, para toparme contra un incrédulo e indignado Gelsey. Ahora que le había pillado el tranquillo, me costó hacer que mi cuerpo se detuviera, y rodé hacia un lado de la cama, apartándome azorada del cuerpo de Adrián que se incorporó súbitamente.

—¿¿¿Pero qué...??? ¿¡Nissa!? ¡Y el íncubo! ¿¿¿Se puede saber qué estáis haciendo en mi cama??? —bramó Gelsey tras recuperarse del estupor inicial.

—Te estaba esperando —le dije, alisándome los pliegues que se habían formado en mi etéreo vestido y recuperando la compostura.

—¿En serio? ¿Para que me uniese a vosotros? —espetó sin ocultar su desagrado, tan sardónico como le recordaba.

—Siento decepcionarte, pero no tengo esas inclinaciones —le aclaró Adrián que le miraba con el mismo desdén que nos profesaba él.

Le miré, sorprendida.

—¿No? ¿Y qué pasa con Pet? Yo pensaba que...

—¿Pet? —Gelsey parecía cada vez más perplejo y sus cejas se inclinaron aún más en cuanto reparó en que Adrián sostenía su valioso jazmín—. ¿Pensabais darme uno falso? ¿Ése era vuestro plan maestro? Pues llegáis tarde, ya le arrebaté a Madelaine el verdadero —anunció, muy orgulloso de su perspicacia, mostrándonos otro Corazón del Bosque idéntico.

Ahora la que no comprendía qué estaba sucediendo allí era yo. Había viajado hasta aquel maldito lugar remoto en busca de la reliquia única del clan de Gelsey. y me encontraba con que había dos. ¿Acaso Adrián me había estado engañando todo ese tiempo?

Como si Adrián estuviera leyendo mis pensamientos, encaró con valentía al silfo de luz.

—¿Y qué te hace pensar que el que tú tienes es el verdadero? Para tu información, la misma Maddie fue quien me lo dio y ya lo he usado. Has caído en la trampa que ambos te preparamos.

—Ahora veremos cuál es el verdadero.

Gelsey extendió la mano que sostenía la flor de cristal y murmuró unas palabras. Destellos rojos comenzaron a salir de la reliquia y ni siquiera él tuvo tiempo de retirar la mano a tiempo. El falso Corazón del Bosque estalló en cientos de cortantes fragmentos que, como una onda expansiva, se esparcieron por toda la habitación. Me cubrí con los brazos esperando sentir los cortes, mas lo único que sentí fue el cuerpo de Adrián envolviéndome. Cuando me atreví a abrir los ojos, Gelsey se quitaba los fragmentos de cristal incrustados en la mano ensangrentada, Adrián y yo habíamos ido a parar detrás de la cama, el dosel nos había cubierto. Mi nariz se arrugó al percibir un extraño olor que se había liberado con la explosión.

—¿Veneno?

El veneno no me preocupaba, soy inmune a esas cosas y mi cuerpo ya estaba emponzoñado por algo más letal. Adrián se puso a rebuscar en sus bolsillos como si supiera lo que estaba sucediendo. Extrajo una pinza y se la colocó en la nariz.

—Mira que eres ridículo...

No pude terminar la frase, tuve que parpadear varias veces en un intento vano de deshacer la ilusión. Mi pecho se infló y me mordí el labio inferior para reprimir una carcajada. Adrián y Gelsey llevaban unos trajes de abejas golosas, con las franjas negras y los punzantes aguijones, por no mencionar que estaban cantando y bailando la canción de la abeja María Dolores. Mis hombros temblaban.

Lola miel quiere recolectar, pero ay, ay, ay, ¡cómo le duele!

Al baile se habían unido Pet, el capitán Elijah y Jacinto. No me pude contener más y rompí en carcajadas que me sacudían de arriba a bajo y hacían que mis rodillas flaquearan. El verdadero Gelsey yacía en el suelo muriéndose de risa también, sus carcajadas eran fuertes y profundas a comparación de las mías que perdían fuerza por falta de aire. De pronto, se abrió la puerta.

—¡Adri, el Joker necesita ayuda!

Una humana normalucha y corriente acababa de irrumpir en la habitación. Gelsey rio con más fuerza. Me sonaba haberla visto en la fiesta. Por si éramos pocos en la colmena...

—¡No respires! —le advirtió Adrián, pero la humana se había quedado demasiado impactada como para lograr reaccionar con rapidez.

No tardó en unírsenos con sus descontroladas carcajadas.

—¡Mi gas de la risa! —consiguió decir como si fueran las palabras más graciosas del mundo y a mí me lo parecieron.

Todo me daba demasiada risa, desde las normales y corrientes orejas de Adrián hasta nuestros reflejos en uno de los espejos del techo. El íncubo me contemplaba con demasiada atención, como si le diera morbo verme en ese estado. Concentré todas mis fuerzas en lanzarle una mirada asesina, ¡cualquier caballero me habría dado su pinza! Pero él, sin embargo, me había dejado en aquel estado.

Ay, ay, ay, ¡cómo le duele el aguijón!♪

Un hilillo de sangre resbaló entre mis labios y bajó por mi mentón. Los pulmones se me estaban cayendo a cachos, con lo débil que se encontraba mi cuerpo no sobreviviría.

—Hay que conseguir pensar en algo triste —me susurró Adrián con la voz gangosa por la pinza, al fin parecía preocupado por mi estado.

Era muy fácil decirlo, pero yo no había llorado en mi vida y no se me ocurría nada que pudiera ocasionarme tal sentimiento. Ni la muerte de mi familia, ni mi ruptura con Adrián... ni siquiera cuando una vez unos bandidos semi-vampiros por poco lograron atraparme.

—No puedo —sollocé desesperada, retorciéndome en el suelo. Iba a volverme loca.

Las carcajadas de Gelsey cesaron y el silfo se incorporó a duras penas, sosteniéndose sobre sus brazos.

—Te has acordado de Piti —gimoteó la humana, secándose las lágrimas que anegaban sus ojos con el dobladillo de su vestido.

—¿Cómo has sabido que pensé en él? —le preguntó Gelsey.

—¡Era nuestra mascota! Pobre pajarillo, ¡maldita mantícora!

Adrián se quitó la pinza, pero permaneció junto a mí. No podía parar de reír, no tenía fuerzas, a cada sacudida me retorcía de dolor y, aún así, las carcajadas no remitían.

—Nissa...

¡Pobre Lola! Le duele hasta el corazón, ¡hasta el corazón le duele...!♪

Inesperadamente, un sedimento pesado comenzó a formarse dentro de mi pecho. No sabía de dónde procedía tal sentimiento, pero pesaba, como una piedra oprimiéndome el corazón. Algo salado y tibio empapaba mis mejillas. Las ganas de reír desaparecieron junto con las bizarras alucinaciones; no más bailecitos ridículos, no más meneos de aguijones.

—¡Has manipulado mis emociones! —le reproché a Adrián, exhausta.

—¡Te he salvado la vida! Putita desagradecida.

—¡Deja de ligar! El Joker está moribundo. —La humana feúcha se interpuso entre nosotros.

—¡¿El Joker?! —se sorprendió Gelsey, todavía débil—. Tienes que alejarte de él, Madelaine. Creo que se trata de... ¡Me diste un jazmín falso, humana traicionera! 

—¡Ja! Yo ni te di nada. Tú me metiste mano y me lo robaste, ¡deberías llamarte "el silfo Manoslargas"! Y ahora encima estás con un hada oscura...

¿De qué conocían Adri y Gelsey a semejante muchacha? Esa chica tenía los ojos demasiado grandes, la nariz demasiado afilada, las uñas echas un desastre, su busto parecía el tronco de un árbol joven. No era digna de dos hombres como ellos. Por lo visto la muy tonta se creía que entre Gelsey y yo había algo, así que me apresuré en responder.

—Una ya no puede echar un polvo tranquila ni siquiera con el Rey de los Feéricos de Luz. Todos quieren unírsenos.

Adri me miró muy mal, mas le ignoré. El semblante de la humana se ensombreció.

—Acostarte con hadas oscuras es muy sucio, ¿sabes? —le reprochó.

—Lo cierto es que era el íncubo el que me interesaba realmente. Estábamos discutiendo sobre quién lo tenía más grande, me refiero al jazmín por supuesto.

—Ya te he dicho que no tengo esas inclinaciones —le rechazó Adrián con desprecio—. Supéralo.

Aquella conversación no tenía sentido. La vida se me escurría a cada respiración y cualquier criatura mínimamente informada sabría que un ser de luz jamás se acostaría con uno de oscuridad. Gelsey no me interesaba lo más mínimo, jamás había entendido cómo era posible que existieran clubs de fans que le amaban en secreto. Yo sólo quería su reliquia mágica que ahora estaba en posesión de Adrián.

—Si se trata de tamaños... yo puedo hacer de jueza —se ofreció la humana—. Veamos que recuerde... Mmmm... —Se sujetó el mentón, adoptando expresión reflexiva—. Mmmm...

—¿Realmente nos estás comparando? —le reprochó Adrián—. No es que tema al veredicto, pero...

—Demasiado te lo estás pensando —bufó Gelsey.

—Ya es suficiente, dejad el teatro —intervine, irritada. No iba a tolerar un concurso de egos varoniles en mi presencia—. Como si no resultara obvio que tú mismo has contratado a estos asesinos, Gelsey. Eliminan al príncipe heredero y así puedes seguir gobernando, ¿verdad? Y ya de paso te deshaces también en una sola noche de esa bruja que usas ahora como concubina.

—No sé de dónde sacas semejantes ideas, además Helena no es mi concubina, pero para qué molestarme en intentar explicárselo a un ser como tú.

—¡Vamos! No serás capaz de negar que ya asesinaste a Ellette, ¿qué te impide volver a hacer lo mismo?

—Tus acusaciones son cada vez más absurdas y graves. Reinos han sido arrasados por menos, ¿lo sabías?

—Y ahora me amenazas con atacar mi reino. No Gelsey, no permitiré que te salgas con la tuya.

Con decisión, me acerqué al silfo que me observaba con las cejas enarcadas. Traté de olvidar el público que nos rodeaba y comencé a tatarear el Hada Maravilla al mismo tiempo que mi cuerpo se ondulaba sensualmente una vez más. La ceja derecha de Gelsey se alzó aún más.

—¿Qué coño estás haciendo ahora? Ya te dije que prefería incluso al íncubo antes que un hada oscura chiflada y para que yo diga eso...

—Estás hecha toda una putita, podríais cortaros más, que Maddie tiene un corazón delicado.

—¡Eso! No lo hagáis delante nuestro, que Adri es más sensible de lo que aparenta. ¡Exhibicionistas!

Ignoré sus protestas idiotas y proseguí, concentrada sin que sucediese nada. ¿Por qué Gelsey no aullaba de dolor ni revelaba su verdadera forma?

—¡Maldito faé! ¿Por qué no funciona? —Había seguido el consejo de Pet a la perfección, a menos que...— ¡¡¡Me ha engañado!!! ¡¡¡Ese payaso ridículo se atrevió a tomarme el pelo!!!!

Aquel arlequín maquillado había osado a burlarse de mí, de Nissa Hippestreaum.

—¿Faé? —pronunció Gelsey, incrédulo—. No sólo soy según tú un cabrón asesino y conspirador, sino que también soy un ser mitológico salido de las fábulas de niños.

—«Ser mitológico» no, «alienígena» —le corregí, todavía muy abochornada por el ridículo que había hecho.

La seca  y rotunda carcajada de Gelsey fue como una bofetada.

—Puto silfo promiscuo... El momento de mi venganza ha llegado Adri, voy a vengarme... —mascullaba la humana mientras rebuscaba en un pequeño bolso que llevaba consigo repleto de frasquitos—. Gas de la tristeza máxima, polvos para estornudar... ¡Diablos! Sólo tengo armas que me afectan a mí misma también si las lanzo.

—¿Qué hay de tu pistola?

—Se le acabó la magia.

—Te advertí que no malgastaras el rayo rojo en aquellos guardias.

—¡Así no me ayudas!

Gelsey entornó los ojos.

—Deberías dejar de fumar flores fluorescentes —espetó secamente el silfo de luz, apartándome de él con un empujón que me arrojó contra una mesa de madera.

El borde se clavó en mi espalda y grité de dolor.

—Mu... muebles de madera... ¿¿En qué te has convertido??

Gelsey me ignoró, centrando su atención en los rebeldes. Adrián desenfundó rápidamente sus dos pistolas. Eran normales y corrientes, o sea que funcionaban con pólvora y balas de hierro, aunque era la primera vez que yo veía unas. Disparó rápidamente, el estruendo de los disparos me sobresaltó. Las balas surcaron el aire como aves de fuego, pero al llegar a Gelsey, perdieron su energía y cayeron pesadamente al suelo.

—Tengo más de trescientos años, ¿de verdad pensabais que no me había preparado contra las armas de los humanos? Pensasteis mal.

El sonido más estridente que jamás había escuchado empezó a taladrarme los oídos. La humana y Adrián se cubrían las orejas sin poder ocultar el dolor de sus rostros. Gelsey se apoyó desenfadadamente, pero sin perder su porte aristocrática, contra la pared, cruzando los brazos y observándonos impasible.

—Está lanzando sonidos ultrasónicos —logré decir con un hilo de voz.

—¡¡¡Muérete, maldito!!! —lloriqueó la humana, transida de dolor.

—Ahora que os tengo donde quiero vais a hablar y a decírmelo todo. ¿Qué tenéis que ver con Kra Dereth?

Tanta tortura seguida debía de haber acabado con mi sentido común, no podían sacar ahora al archiconocido Kra Dereth a coalición, demasiados asuntos se estaban discutiendo a la vez.

—¿Kra Dereth? ¿Qué te hace pensar que tenemos algo que ver con ese tirano? —masculló Adrián.

—No os hagáis los idiotas, ese payaso amigo vuestro lo mencionó y conocía a Ellette. Todos sabemos que Ellette fue la heroína que lo derrotó una vez. Quiere vengarse en Idril, ¿no es cierto?

—Nos descubriste... Pertenecemos a una secta de antiguos seguidores de Kra Dereth. Cuando nuestro Señor Oscuro se entere de lo que nos has hecho, te lo hará pagar. ¿No conoces las historias? ¿No sabes de lo que es capaz ese demonio? —se burló Adrián. La sangre salía de sus oídos como la savia de una rosa al ser cortada.

El sonido se volvió más insoportable y los tímpanos debieron reventárseme.

—No me queda paciencia para más estupideces, os lo advierto.

—Adri ya te ha contado la verdad, sino quieres creernos es tu problema —sollozó a duras penas la humana, tratando de taparse los oídos con desesperación, sin éxito.

—El Corazón del Bosque, íncubo —Gelsey había ignorado a la humana y extendía su mano hacia Adrián—. Prefiero que me den las cosas voluntariamente.

—A ver si me ha quedado claro... Este diamante que todo el mundo parece querer es una reliquia tuya que le regalaste a Maddie.

—No se la regalé a "Maddie", le pedí que cuidara de ella hasta mi regreso, como garantía de que no pretendía abandonarla.

—Pero no volviste, así que me pertenece, como compensación... —aventuró la humana.

—Eso ya es lo de menos. Soy su guardián, tenéis que devolvérmela.

—¡Yo necesito esa reliquia más que todos vosotros! —conseguí decir.

El rostro de Adri estaba atravesado por una sonrisa torcida que podía significar cualquier cosa. Cualquiera. El ruido molesto había dejado de perforarme los tímpanos, signo de que Gelsey pensó que había logrado salirse con la suya, pero seguía aturdida. Finalmente, Adrián tomó una decisión.

—Me pregunto qué pasaría si...

De un movimiento seco golpeó el Corazón del Bosque contra la pared. Gelsey cayó al suelo súbitamente, doblándose de dolor y llevándose las manos a las sienes como si estuviera padeciendo un fuertísimo dolor de cabeza.

—¡Imbécil! —exclamé con la voz apagada.

—¡Nooooo! —gritó a la vez la humana, corriendo hacia el silfo.

—Como imaginaba, las reliquias tienen un vínculo con su guardián, por lo que si algo la sucede... ¿Qué te parece, Maddie? Todo este tiempo planeando cómo torturarle y podrías haberlo hecho de manera muy sencilla.

—Adri, espera, no seas impulsivo. Si Gelsey muere, los árboles seguramente también, y entonces los recolectores de manzanas harán protestas. No quiero protestas, son problemáticas.

La humana se encontraba junto al silfo, atendiéndolo sin importarla que instantes atrás sus oídos habían estado a punto de reventar. Adrián permanecía impasible.

—¿Y a mi qué mierda me importan los recolectores de manzanas? Que recolecten otras cosas.

—Adrián... —le rogué. Esa jodida reliquia era mi última esperanza. Si la destruía, nada podría curarme.

Me sentía patética, tan débil y vulnerable suplicándole a un hombre con una humana delante. Tosí. Gotas negras salpicaron la alfombra. Había venido desde tan lejos... demasiado lejos. Adrián exhaló un suspiro, cansado.

—Cómo os ponéis por nada. En fin, a ver si con esta cosa consigo curar al otro ridículo...

Gelsey consiguió recuperarse, poniéndose en pie de nuevo.

—¡Fuera... de aquí! No quiero íncubos ni hadas oscuras en mi alcoba, Helena tiene que estar a punto de llegar. No quiero ni veros.

El silfo estaba furioso, sus ojos negros parecían expulsar fuego y yo que prácticamente había perdido la consciencia, no conseguía descifrar qué está ocurriendo. ¿Por qué nos echaba? ¿Y su reliquia mágica? ¿No temía que la rompieran?

Sentí a Adrián muy cerca de mí.

—Tú te vienes conmigo, putita, que estás dejando la alfombra perdida —me susurró.

Cerré los ojos o tal vez todo se volvió oscuro, y sentí cómo me alzaba.

—Escapa Adri, ¡yo me encargo! —exclamó la humana, esforzándose por empujar a Gelsey hacia atrás.

Gelsey, obviamente, no se movió ni un centímetro, pero Adrián debió de obedecer porque cuando abrí los ojos, nos encontrábamos los dos en el pasillo junto a un malherido Pet. Al reconocerle, volutas de furia roja atravesaron mis ojos.

—Mentiroso traidor...

Traté de incorporarme, pero un nuevo ataque de tos me lo impidió.

—Estate quieta, no adelantes tu muerte —me regañó el íncubo.

—¿A qué estás jugando, Adrián? Si disfrutas viéndome en este estado...

—Adri, ¿eres tú? Ya pensaba que te estabas alimentando de Maddie otra vez. ¿Por qué se le ha puesto el pelo rojo? ¿Se supone que es un jazmín ensangrentado?

—Cállate anda, Maddie me ha dicho que estabas mal.

—Exageró... Me he recuperado mientras tanto —dijo, incorporándose a duras penas.

—Eres peor que cierta hada oscura que oculta fatal cuando se encuentra mal.

—He dicho que estoy bien. Cúrala a ella si es que pretendes curarla, porque creo que no se lo merece.

Entorné los ojos.

—No soy un dios para decidir quién se lo merece o no —sentenció Adrián como derrotado por una fuerza superior.

—Por favor Adri, no me salgas con ésas. Todos matamos sin pensárnoslo porque tenemos derecho a la libertad. Déjala a un lado y larguémonos. ¿Tenemos ya el medallón, no? Idril me está esperando...

—Maddie no me ha dicho nada e Idril tendrá que seguir esperando porque tú te vas a tu carta.

—No.

—Sí.

—¿Malgastarás tu única oportunidad de encerrarme de esta forma? Pensaba que éramos camaradas.

—Llevas demasiado tiempo afuera, debes de estar al límite.

—¡He  dicho que estoy bien!

—Helena tiene que estar a punto de venir, no creo poder contra su magia...

—Esa bruja no vendrá porque ya me he encargado de ella.

¿De esa zorra también se habían encargado? Yo era reina, quizás no debería haberme alegrado tanto de toparme con un rebelde anarquista el día de su golpe de Estado. ¿Dónde me había metido?

—¡Fuegoooo! ¡Fuegoooo! —aparecieron gritando de repente un pequeño escuadrón de guardias.

Se detuvieron al vernos, tenían un aspecto lamentable.

—Esa bruja traidora causó un incendio, las llamas avanzan muy deprisa —nos advirtió uno de ellos, retomando la huida hacia abajo de las escaleras como si no nos hubieran visto jamás.

—Joder, Grisel...

Perfecto, iba a morir devorada por las llamas mientras la enfermedad me consumía, la muerte más horrible que podría ocurrírseme.

Pet aprovechó para empujar a Adrián, éste sin embargo se recuperó rápidamente y se dispuso a atraparlo. Pet extrajo una pistola rosa de lo más hortera que había visto jamás y apuntó directo al pecho de Adri. Sonrió maliciosamente ante su victoria, el maquillaje de sus párpados acentuó su terrorífica mirada. Entonces, con impasibilidad, movió su brazo y la boca del arma pasó a apuntarme a mí.

—Sabes que soy perfectamente capaz.

Adrián buscaba su mirada para empujarla, mas Pet se la rehuía, no quería dejar que le manipulara las emociones.

—¿A dónde pretendes ir tú solo? Estás atado a la carta.

Con la mano libre le mostró un naipe que sujetaba entre los dedos Corazón e Índice. Lo hizo durante un momento muy fugaz, lo suficiente para que Adrián pudiera verla, y se la volvió a guardar. Adrián se palpó los bolsillos, supongo que para asegurarse de que se la había robado. Por su semblante de desconcierto supe que el sombrerero había ganado.

—Cuidado con creer en las ilusiones, Adri. Sólo te debilitan —dijo antes de perderse corriendo escaleras a bajo.

El íncubo hizo el amago de seguirle, pero entonces apoyó sus ojos en mí. Yo me hallaba en el suelo tirada, donde me había dejado Adrián. Al advertir las hebras rojas que caían sueltas sobre mis hombros, comprendí su asombro. Ahora yo no era más que una rosa cuyos pétalos marchitos estaban empezando a caerse.

Me negaba a confesarle que una vez le había amado. Quizás aún lo hacía, pues ninguno había sido mejor que él, pero no se lo merecía después de cómo me estaba tratando.

Se asomó a la balaustrada, no pude evitar pensar que por detrás era tan perfecto como por delante. Abajo se había formado un gran revuelo, algo sucedía. Tenía que tratarse de la haelinda que le había dado al Capitán Elijah. Mi instinto me advirtió que efectivamente, el fuego se acercaba, una humareda gris nos envolvió. Adrián regresó a mi lado.

—Te prometí que te curaría si me bailabas el Hada Maravilla y a diferencia tuya, siempre cumplo mis promesas.

Volvió a cargarme como si fuera un saco de patatas sobre su hombro y sentí el aire del exterior golpeándome en la cara.

—La ventana... —protesté.

—Voy a saltar.

Y saltó.  El muy grillado había saltado. Se me escapó un grito muy ridículo. Y después nos quedamos pendiendo de una cuerda que salía de su cinturón a escasos pies del suelo.

Una  vez en tierra firme, me depositó con cuidado en el suelo. La hierba estaba fresca y húmeda y de cierta forma me alivió. Sin embargo, la esencia de Baghrá volvía más pesada la atmósfera. Desde la ventana un resplandor dorado refulgía, el fuego ya había llegado y la humana se había quedado atrás con Gelsey.

—¿Tú sabes cómo se usa el diamante éste? —me preguntó, examinando la flor mágica mientras la hacía girar entre sus dedos, no parecía muy preocupado por su amiga—. ¿Debo besarte?

¿Cómo en los cuentos? Definitivamente eso no ayudaría mucho, jamás había escuchado nada parecido.

—Quizás, así me traspasarías la energía más rápidamente...

—¿Sabes? Una vez conocí a alguien que sabía todo tipo de magia, cosas asombrosas...

Sus labios rozaron mi lóbulo. ¿Cuánta colonia se había echado? Me aturdía, aquella fragancia traspasaba mis sentidos o yo la sentía más intensamente.

—Si sobrevivo a ésta... bórrame la memoria. No quiero recordar que te he visto...

Así sería más fácil seguir hacia delante.

—Todos los niños le ruegan a sus padres que les ayuden a olvidar la pesadilla que acaban de tener. Nosotros no somos niños, putita.

Qué manía con llamarme así. Si me quedara un ápice de fuerzas...

—Estás disfrutando con esto, ¿verdad?

—¿Crees que me gusta estar aquí perdiendo el tiempo contigo? Odio esta situación incluso más que tú.

—Bórrame la memoria o mi venganza será terrible.

—Aunque quisiera no podría. Ya lo he intentado contigo en otras ocasiones... —Su respiración sonaba pesadamente—. Eres prácticamente inmune a mi poder, apenas podría alterar tus últimos recuerdos y estoy cansado.

No sé qué hizo Adrián, pero la reliquia comenzó a brillar. Era una luz muy blanca, con reflejos irisados. No me besó. Deslizó el Corazón del Bosque por toda mi piel, dejando que la energía me empapara, que su magia fluyera hasta mi corazón, renovándome la sangre y purificándola. Pensé que la luz me dañaría, o al menos resultaría dolorosa, sin embargo, me sentí bien. Aquella energía... no era ni luz ni oscuridad. Se trataba de una reliquia faé, estaba convencida de ello. Cuando abrí los ojos, el íncubo me observaba atentamente. Ni mi visión infrarroja me ayudó a distinguir qué clase de expresión mostraba.

—¿Ves? Soy un hombre de palabra.

—No lo eres, estás hecho un mentiroso de primera.

—Nunca entendí por qué me acusas de eso.

—¡Porque me ocultas cosas!

Me había sentado sobre la hierba. Mi piel lucía perfecta y había recuperado su suavidad sin tener el glamour activado. Los ojos se me humedecieron. Hacía tanto que no me sentía tan bien... Podría violar a Adrián en ese momento, pero no lo hice porque seguía molesta con él.

—Eso no es mentir, nunca te he mentido.

—Sabes que odio los tecnicismos, conmigo no sirve de nada valerte de ellos.

—Todo lo que hice fue por ti, pero tú eres una chiquilla inmadura que teme enamorarse.

—Ya no soy una chiquilla, tengo doscientos ochenta años.

—En el fondo, sigues siendo la misma hada de ciento sesenta.

—No Adrián, eres tú el que sigue siendo el mismo inmaduro. Ese tipo tan excéntrico y la humana... ¿Qué pretendéis realmente?

—Eso no es de tu incumbencia. Tú querías tu flor mágica para curarte, ya estás curada. Ahora regresarás con tus sirvientes que te estarán esperando antes de que todo empeore.

—Cierto, seguro que Jace se está impacientando.

—¿Jace?

—Jacinto.

—Qué nombre más adecuado para un silfo oscuro.

—No es su nombre lo que me interesa de él.

—Pues eso, putita. Corre junto a Jacinto y Margarito y Geranio y todos tus otros concubinos. Regresa a tu bosque del que no tendrías que haber salido nunca. Si algo malo te pasara, ¿qué sería de tus pobres súbditos?

—¿Crees que vas a deshacerte de mí tan fácilmente? Algo muy fuerte está sucediendo aquí y voy a averiguarlo porque es mi deber como Reina de los Feéricos de Oscuridad.

—Pensaba que tu deber consistía en cuidar de las plantas y violar viajeros desorientados —alegó, mordaz.

—Mi deber consiste en crear caos, en llevar a la Oscuridad tan lejos como me sea posible. Gelsey está débil ahora, es mi oportunidad para unificar las dos Cortes y someterles bajo mi yugo.

—Si haces eso, acabarás con el Equilibrio. Las fuerzas de la Oscuridad superarán a las de la Luz.

—Cierto, pero lo que suceda entonces ya no es asunto mío.

No iba a permanecer neutral en aquel conflicto. Mi madre y mi hermana lo intentaron en su día y su belleza se secó demasiado pronto como castigo. Ya se me ocurriría cómo sacar provecho de todo aquello  mientras los demás se peleaban entre ellos.

—¿Sabes qué sucedería? Los dioses intervendrían, elegirían un Caballero de la Luz para que restableciese el equilibrio. No permitiré que suceda algo así, Nissa.

—Los dioses no intervendrán porque nunca lo hacen, joder Adrián, ¡ni siquiera existen!

—Lo harán, porque conozco a uno y ya eligieron a un Caballero de la Oscuridad cuando la Luz se impuso.

—Tú eres un íncubo, se supone que sirves a la Oscuridad, pero te conozco muy bien, estás por encima de todo eso, a ti te la sudan todas esas cosas porque eres un egoísta que va a su bola.  Respóndeme de una vez, ¿qué pretendes realmente?

—Nada Nissa, solamente estoy aquí ayudando a unos amigos.

—¡Ja! ¡Qué caritativo te has vuelto! ¿Y también estabas en mi bosque hace ciento veinte años por ayudar a unos amigos?

Adrián no supo qué responder. Nos envolvió el silencio.

—¿Por qué estás con esos dos? —pregunté finalmente.

—Ya te lo he dicho, tienen asuntos pendientes.

—¿Qué es todo eso de una carta?

—Un hechizo mágico. Como los cuentos sobre genios mágicos, pero él no concede deseos, desafortunadamente.

—¿Y tú conoces el hechizo que lo liberará? —A cualquier otro podría engañarlo, pero no a mí. Reconocí el brillo de sus pupilas, la tenue inflexión de su ceño—. ¡No lo sabes! Les has estado engañando todo este tiempo y la humana ésa que dice odiar a Gelsey porque la abandonó... Estás manipulando sus sentimientos, ¿verdad?

—Nissa...

—Respóndeme Adrián, ¿qué pretendes con todo esto?

Me pilló desprevenida. Asaltó mis labios y me apresó. Noté mi espalda chocar contra el tronco de un árbol. Aunque ya me había recuperado de la Infección, continuaba débil, sino me hubiese aferrado a su cuerpo, me habría desvanecido. Sentí la risa de Baghrá riéndose junto a mi oído. A mí no me afectaban esas cosas. Si Baghrá existía, yo no necesitaba del amor para crear caos. Cuando logré sobreponerme, le abofeteé e hice brotar raíces negras y espinosas que lo atraparon por las muñecas y tobillos.

—¡No intentes manipularme a mí también! Respóndeme de una vez —exigí, jadeando por el sobresfuerzo.

—¿Ves cómo sigues siendo una chiquilla? —comentó observando las raíces con desdén.

Le aguanté la mirada. Él me siguió el juego, pero al rato se cansó, rompiendo la invisible cuerda en tensión que se había formado entre ambos.

—No puedo contártelo porque no confío en ti, Nissa. Traicionaste mi confianza, la hiciste añicos.

No había ninguna máscara de arrogancia ni ironía en él. Era solamente Adrián tal cual. Desvié la mirada, incómoda. Su franqueza me dolía más que su altanería.

—No se trata de que quieras confiarme un secreto porque confías en mí, sino que te lo estoy exigiendo. —Recuperé mi hostilidad, haciendo que las raíces le apretaran con más fuerza.

Las espinas se hundieron en su carne, haciendo brotar la sangre en finos regueros.

Uff, no veas cuánto estoy sufriendo —se burló— porque ¿sabes? Nunca me gustó que me tuvieras a tu merced. No, nunca.

—Te atizaría con mi látigo, pero no te lo mereces.

—Tú tampoco.

Clavó sus ojos en los míos. Recordé que quizás lo único que pretendía era intentar manipularme emocionalmente, por lo que le solté. De un gesto etéreo con la mano, las raíces se deshicieron en polvo.

—Si no quieres contarme lo que sucede, ya lo averiguaré por mí misma. Ya no te necesito más.

Ese hombre andaba mal de la cabeza. Me acusaba de traicionarle cuando lo único que había hecho era cortar con él.

—Deberías regresar, tu Jacinto debe estar muy preocupado —dijo sacudiéndose el polvo del traje.

Por el tono en que mencionaba a Jace me hizo cuestionarme si acaso estaría celoso.

—No lo voy a hacer, me ha entrado curiosidad.

—¿Y por tu curiosidad pones en peligro a tu reino?

—¿Desde cuándo te importa mi reino?

—¡Joder! ¡No es tu reino lo que me preocupa! —bramó disparándome una significativa mirada.

—¿Yo? —inquirí—. ¿Te preocupo yo? —Aquella vez la burla salió de mí—. No soy tan débil como parezco, me has visto en mis peores momentos, pero...

—Ya sé que no eres débil —me cortó—. ¿Crees que si lo fueras te habría amado alguna vez?

—... ¿Entonces?

Formábamos un cuadro extraño los dos allí parados, con un inesperado viento de otoño prematuro ondeando alrededor nuestro, y las verdaderas palabras que querían ser dichas ocultas tras un muro en nuestros orgullosos ojos.

—Sigues siendo una testaruda. No comprendes lo peligroso que resulta esto.

—No me lo cuentas, no puedo saberlo.

Me acerqué al íncubo.

—Resultas realmente problemática, si te portas mal no tendré más remedio que vigilarte. No quieres eso, ¿verdad? —inquirió insolentemente.

—Eso me insta más a que sea mala, ¿sabes?

Ya que había recuperado mi magnetismo habitual, volvía a sentirme segura de mí misma y poderosa.

—Créeme, no te gustaría que te raptase. Tendríamos que hacer un viaje especial. No es muy largo, pero está más lejos de lo que jamás podrías imaginar.

—¿Iríamos a otro planeta? —pregunté conteniendo la emoción.

—No, claro que no, loca. Pero se puede decir que es parecido.

—¿A dónde, entonces? —quise saber, molesta por que me tratara de loca él también.

—Depende de a quién le preguntes te responderá un nombre diferente.

—Te estoy preguntando a ti —insistí, acercándome aún más.

Adrián reflexionó un poco antes de responder.

—Léiriú, llamémoslo todos igual.

El nombre no podía parecerme más ridículo, de hecho me decepcionó. Adrián lo leyó en mis ojos y sus labios sonrieron suavemente.

—¿Qué hay allí? —pregunté.

—Gelsey es mejor que tú sacando conclusiones, ¿eh? —Su sonrisa se ensanchó ante mi nueva mirada fulminante—. No voy a contarte nada más, no insistas. Es desperdiciar saliva.

Cerré los párpados y exhalé un suspiro, tratando de encontrar un sentido a todo lo que estaba sucediendo.

—¿Es cierto entonces eso de que ayudas a Kra Dereth? ¿Por qué? Fue un peligro incluso para los de la Corte Oscura.

Se encogió de hombros.

—Una vez fue un peligro, ahora... te sorprendería su estado. Aunque no nos guste —prosiguió—, Idril es importante. Parece ser que tiene que salvar al Mundo.

—¿Y eso no favorecería demasiado a la Luz? —incidí, separándome unos centímetros de él.

—Idril es tanto de Luz como de Oscuridad, no desequilibraría nada. ¿Te das cuenta? —respondió, siguiéndome.

—De lo que me doy cuenta es de que esa Ellette fue una inútil. Tanto tiempo vanagloriándose de haber acabado con Kra Dereth y ni siquiera eso es cierto —bufé, cruzándome de brazos.

—Ya ves...

—¿Y qué hay que hacer ahora?

Por la forma en que los ojos de Adrián se oscurecieron, parecía que mi pregunta sugería una respuesta diferente de la que aparentaba esperar.

—¿Cómo que qué hay que hacer? Tú, estarte quietecita, o realmente te volveré a cargar como un saco. Yo, necesito ir a la Cámara Oeste del Tesoro o contactar con Maddie si es posible.

Adrián alzó la vista hacia la ventana desde la que habíamos saltado y yo le imité. Ese hombre estaba muy loco, podíamos habernos matado. Una densa nube de humo salía de ella y formaba hélices y ráfagas negras que buscaban su propio camino hacia el firmamento.

—Con el fuego no podrán salir, si es que Gelsey no la ha matado. Es sólo una humana... —Y yo ni loca me metía en ese infierno.

—No, Maddie es especial. Tiene que haber algún pasadizo por el que hayan podido escapar.

No me gustaba que se refiriera a esa humana corrientucha como si fuera alguien especial. Las espinas de las raíces le habían herido, nada demasiado grave, pero las heridas podrían infectársele, además, algunas se habían quedado incrustadas bajo la piel y los músculos, tenía que extraérselas. Al cabo de tanto tiempo por fin iba a poder usar mis poderes curativos de nuevo.

La energía fluyó, formándose chispas violetas en mis dedos, y la tan anhelada sensación de placer que la cálida magia me producía, recorrió mi cuerpo. Repasé sus heridas y la carne desgarrada se fue cerrando, expulsando las afiladas espinas. Se le escapó un gruñido que me hizo estremecer. Comenzaba a volverse angustioso tenerle tan cerca y al mismo tiempo, tan lejos.

—Adrián... —le llamé, un suspiro ronco que alteró la tranquilidad de las estrellas sobre nuestras testarudas cabezas.

Adrián no respondió. Entre sus manos sostenía ahora un objeto rectangular del que sobresalía una antena de alambre y producía unos ruidos molestos. El cacharro tenía botones y emitía unas lucecitas verdes parpadeantes e irritantes. El viento me removió los cabellos soplando una vez más.

«Sathair», parecía susurrarme al oído nuevamente.

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