14.Adrián II: Caos
Chan chan ¡¡sorpresa!! Sigo de vacaciones en la playa pero he podido escribir asi que traigo un nuevo capi y voy a intentar responder los comentarios que me dé tiempo, si me dejo uno sin contestar es o por el tiempo o por que se me ha pasado sin querer.
Sobre la encuesta de la portada está reñida la cosa, en total... ¡2 votos!XD 1 a favor de la de Maddie y otro a la del palacio asi que sigo sin saber cual es mejor xD
Muchisimas gracias a todos por leer y a mis fans y gente que me ha dejado comentarios qué decir, que de verdad lo agradezco muchisimo!!
Ojalá os guste que el capi aunque volvemos a Adri, Maddie, etc :P
Este capi va dedicado a
l0l0l0lpewpewl0l0l0l por atreverse a teorizar sobre la historia xD (vaya nick, ¿no podrías hacer como el Joker y haber elegido uno más sencillo como Pet?XDD)
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"Me siento abrumada. Otro día que debería haber sido muy feliz para mí, ha acabado oprimiéndome mis últimas esperanzas.
Al bautizo de Idril asistieron las familias más nobles de la realeza de muchas razas, entre ellas la actual Reina de los feéricos oscuros, Raissa. Sentía curiosidad por conocer a la infame reina, la cual había sido rechazada por Dereth.
Al comprobar que realmente era hermosa con su cabello rosado y sus enormes ojos verdes resaltando sobre su oscura tez, me sentí bien por dentro, ¿sabes? Aunque me avergüenza pensar así, pero el saber que me prefirió a mí aunque no debería alegrarme... En fin, no quiero hablar hoy de él, no tengo ánimos ni energías para ello.
Quiero que mi hijo salve el Mundo, lo anhelo con todas mis fuerzas, esa idea es la que me ha dado fuerzas hasta ahora, pero Raissa tras acercarse a su cuna y contemplarlo, me llevó con aspereza hasta un lugar a solas para hablar. Ella conoce la profecía, pero está convencida de que Idril destruirá el Mundo. Según hablaba temí por la vida de mi hijo, quería matarlo y al final conseguí persuadirla, pero me dejó muy claro que si yo no ponía fin a su existencia, el Mundo lo iba a pagar muy caro. ¿Y qué hago yo ahora? ¿Cómo voy a hacer algo así?"
Diario de Ellette
PALACIO DE LOS ESPEJOS. GRAN SALÓN. 22:50.
ADRIÁN
Cuando llevas mucho tiempo conviviendo con alguien, de cierta forma se te forma la idea de que debes protegerla, sobretodo si esa persona te salvó la vida una vez. Dejar a la loca de Maddie con Gelsey no me resultó fácil, todavía sentía impulsos de dar media vuelta y regresar al balcón. Decidí contra mis propios sentimientos que confiaría en ella, era su momento, el que llevaba aguardando por tanto tiempo y, aunque yo me consideraba un ser egoísta que hacía lo que se le antojaba, intenté concentrarme en la fiesta.
No me sorprendió encontrarme rodeado de putitas, cada cual se me hacía más patética enfundadas en sus trajes aparatosos y fingiendo indiferencia, cuando estaban atentísimas a cualquier hombre que reposara su mirada en ellas. Eran miradas codiciosas, de superioridad y envidiando a todo aquel que ostentara un título superior o que poseyera una joya de mayor valor. Lo que más curioso se me hacía era la cantidad de doncellas que se apoyaban sobre una columna con gesto aburrido y sujetando una copa de vino de la que ni siquiera estaban interesadas en beber por hacerse más interesantes. ¿Cuántas de ellas se sentían en el fondo cautivas, atrapadas en la red de la sociedad y deseaban desesperadamente que se les acercara alguien para salvarlas? Ésas eran las mejores presas, nada tenían que perder, por lo que se entregaban de brazos abiertos a su propia perdición. Podía haberme alimentado de ellas perfectamente, en aquel lugar tan enviciado podía pegarme un festín en condiciones sin haber tenido que abusar de Maddie una vez más, pero albergaba esperanzas de que nuestro reciente polvo la ayudara a resistirse mejor a Campanillo... Esperanzas muy vagas todo fuese dicho, pero poco más podía hacer al respecto.
No había ni rastro de Grisel por ninguna parte y los rebeldes ocupaban sus puestos según lo planeado. Aunque había desobedecido a la líder de la rebelión, seguía interesado en ella. Mi objetivo se encontraba en una de las cámaras del tesoro, pero hasta que no se desatara el caos poco más podía hacer que disfrutar de la fiesta.
Tras deshacerme de un par de acosadoras e intercambiar algunas palabras con una que me pareció bastante atractiva, decidí que jamás volvería a la vida aristocrática. Ya lo había decidido hacía mucho, pero allí lo confirmé. Lo único interesante eran las caras de indignación que me dirigían los feéricos al reparar en mi disfraz.
—¿Y de dónde decís que sois, caballero? —me preguntaba mi interlocutora.
Yo había dejado de prestarla atención porque Maddie y Campanillo se habían reincorporado a la fiesta, armando todo un numerito. Helena echaba chispas y si no intervenía, haría consomé de humana a la Reina, mientras que Rosalie iba a tener que aceptar casarse con Idril, pues ese bailecito indicaba que pronto el Príncipe se lo propondría.
—Tontas... —mascullé ofendiendo a la baronesa de no-sé-dónde.
Si no quería casarse con Idril, que le mandara a la mierda y fin del asunto, pero ahí estaban ambas, titubeando porque su mente les decía una cosa, pero sus instintos de putitas querían otra y al final, estos últimos eran más fuertes.
Me vi con la obligación de intervenir, alterando el estado de humor de los invitados. Lo que me disponía a hacer desataría el caos si lograba mis propósitos. Nunca había usado mis poderes en tanta gente a la vez, pero era un sentimiento muy fácil de instaurar, en el fondo todos deseaban algo de jaleo.
Las primeras elevaciones de voz no se tardaron en oír. El aire se había vuelto tenso y a mí se me había acabado el cigarrillo. Me encendí otro tranquilamente al mismo tiempo que un canapé pasó trazando un arco por encima de mi cabeza. Los invitados habían empezado a pelearse entre sí y un pastel de crema estuvo a punto de estrellarse en la cabeza de la mismísima Helena, con suerte la próxima vez no fallarían y daría de lleno.
Maddie se disponía a contar una absurda historia para poder ultrajar a Gelsey delante de todo el mundo, cuando el Joker se abalanzó sobre mí. Nada de lo que hubiese podido pasarle justificaba que el muy ridículo se alegrara tanto de verme como para morderme la oreja.
—Más vale que te comportes en público o tendré que volver a encerrarte en la carta —le amenacé.
Joshua no se encontraba con él y no se me hacía descabellado que hubiese arrojado su cadáver por el conducto de ventilación. Justo en esos momentos se dirigía hacia nosotros una manzana surcando el aire cual proyectil. El Joker la atrapó con una sola mana y le dio un bocado.
—Es roja, como el cabello de la chica con la que he bailado, ¿sabes Adri? ¿Te recuerda a alguien?
—Sabes de sobra lo que opino de las pelirrojas —musité. No estaba de humor para sus tonterías, pero de todas formas ya estaba acostumbrado, así que no le di demasiada importancia a su comentario—. ¿Qué hacías bailando si se puede saber?
—Ella me obligó, parecía muy desesperada... Era un hada oscura, ¿sabes?
—Ya, claro... No hay hadas oscuras en esta fiesta.
El poder de la mente es realmente poderoso, nos ciega, y cuando ponemos empeño en no aceptar las cosas, éstas desaparecen de nuestra lista de posibilidades.
—Pues ha sido la alucinación más real que he tenido entonces porque gritó mucho cuando la pisé...
Había algo en todo esto que no me gustaba, ya sabéis, esa sensación molesta que nace del interior del pecho y se expande como un sutil escalofrío a lo largo de todas las terminaciones nerviosas. Que insistiera tanto me mosqueaba demasiado.
Cerré los ojos, tratando de serenarme, y una embriagadora fragancia me envolvió, trasportándome a un lugar muy lejano. Sabía que sólo podía corresponderse a su inigualable aroma, pero aún así, no pude evitar mirar hacia atrás para asegurarme que sólo se trataba de una tomadura de pelo más, sin embargo el corazón me pegó un vuelco cuando advertí la inconfundible melena de la mujer más quimérica de todas, aquella que me obligaba a añadir una categoría más a mi clasificación sobre las mujeres y su nivel de peligrosidad... la Reina de las putitas.
La bella hada oscura destacaba entre todos los demás gracias a su llamativa cabellera y sus hechizantes ojos verdes. El resto del cuerpo lo llevaba iba a decir cubierto, pero muy tapada no iba con ese vestido de seda negra transparente que dejaba traslucir su piel dorada debido a la cercanía del otoño. Ella parecía paralizada, con la mirada perdida hacia donde nos encontrábamos el Joker y yo.
No quería cruzar mi mirada con la suya, pero una fuerza magnética me impedía sacar mis ojos de ella. Cuando nuestras miradas finalmente se cruzaron, me sentí transportado muchos años atrás, a ese mismo bosque donde quedé impresionado por ella una vez.
De pronto me sentí adolescente de nuevo, con los mismos pensamientos idiotas e inmaduros que tenía en aquella época. No es que ahora no fuese inmaduro, pero antes lo era mucho más. Resultaba frustrante sentir la imperiosa necesidad de arrodillarme ante ella y comenzar a besar sus delicados tobillos y a lamer sus suaves muslos... A pesar de que la atmósfera estaba cargada de hormonas y aunque muchas de las invitadas nos estaban lanzando al Joker y a mí miradas libidinosas, podía sentir la concupiscente aura de la Reina de los Feéricos de Oscuridad por encima de todo lo demás, todavía lograba hacerme estremecer.
Eso era malo, muy inesperado... Ella no estaba invitada, ¿qué hacía en esa fiesta? Conociendo lo putita que era, seguro que se había aburrido de su harem de concubinos artificialmente bronceados y había ido hasta allí en busca de carne fresca. Eso me forcé a pensar, aunque la realidad fuera que estaba preocupado de que ella hubiera abandonado su bosque, exponiéndose tan abiertamente al peligro. Si un íncubo la descubría, todos los esfuerzos que hice una vez por protegerla habrían resultado en vano.
—Tierra llamando a Adri... —Me sacó de mis cavilaciones el Joker.
—¿Cómo se te ocurre bailar con ella? —le espeté, agarrándole del cuello de la camisa—. ¿Tú estás loco o qué?
—Qué apasionado eres —se burló, y yo tuve que recurrir a las más complejas técnicas de relajación tántricas para no descuartizarle allí mismo—. Pensaba que tú eras el más guay de los íncubos y estas cosas no te afectaban —me atacó, dando de lleno donde más dolía. Con todo, no lo dejaría relucir.
—Pero de todas las mujeres que hay en esta fiesta de mierda tenías que ponerte a bailar justo con ella —insistí, contraatacando.
—Ella me obligó, me pilló desprevenido, con la guardia baja... y tú nunca me has sacado a baila r—dijo con cierto reproche.
—¿Te obligó? Lo sabía, es una putita, qué bajo ha caído...
—¿Eso es un insulto? —Puso carita de cachorro herido—. ¿Estás insinuando que es muy bajo ponerse a bailar conmigo?
¿Por qué cuánto más empeño ponía yo en frivolizar el asunto, más insistía ese idiota en molestarme? Le zarandeé una vez más, provocando que nuestros rostros quedaran demasiado próximos, por lo que me arrepentí y le solté.
—Fue muy divertido —prosiguió cuando ya le había soltado, aunque aún no se me había refrenado del todo el impulso de golpearle—. Le pregunté si le apetecía hacer un trío. Es que quiero probar algo nuevo y dijo una gran verdad sobre Ellette...
Me llevé la mano a la frente en un gesto del súmmun de la exasperación. Seguramente no le había dicho nada de aquello y sólo me estaba fastidiando, pero es que conociéndole era perfectamente capaz.
—Y seguro que ella aceptó sin pensárselo...
—En realidad, cuando te vi en medio de la sala de baile con tu espléndido y ardiente disfraz de llama, tan exultante de energía debido a que te acabas de alimentar... —Arqueó las cejas de forma pícara—. Decidí que mejor no te compartiría con nadie —terminó con una sonrisa.
Ignoré sus insinuaciones, ya me había acostumbrado demasiado a ellas y ya he explicado mis motivos, no me sentía mal por ello... No demasiado.
Ya más calmado y una vez asimilado que aquella noche iba a ser muy larga, volvía a ser dueño de mis emociones y podía mostrarme más calmado e indiferente, aunque me estaba costando. A pesar de todo no la había olvidado; jamás lo haría y lo peor era que no quería hacerlo. Olvidar todo lo que me hizo sentir Nissa sería regresar a mis bajas pasiones, a creerme libre por estar vacío. De esa forma, aunque me dolía, no era un íncubo más. Era Adrián, Adri para los amigos... No el príncipe íncubo que la naturaleza daba por hecho que sería. Nissa era al mismo tiempo mi Cielo y mi Infierno. Sin sus huellas sobre mi corazón, jamás habría abierto los ojos a la realidad, ella me había liberado haciéndome al mismo tiempo su esclavo. Suena masoquista, muchas veces no se es consciente del vacío que se siente hasta que logras llenarlo. Nissa era la única que había conseguido en mí tal cosa y, aunque en aquel momento me encontraba tristemente vacío, sabía que con lujuria desenfrenada no conseguiría llenarlo. Ese hecho tan simple y a la vez tan extraño, me hacía diferente a todos los demás íncubos y eso me gustaba.
—Pues peor para ella por haber venido, porque se va a liar una descomunal, pero no es asunto mío, nosotros tenemos que enfocarnos en nuestra misión —fue lo que dije, a pesar de todas estas reflexiones que me carcomían por dentro.
Procuraba fingir que su presencia se me hacía indiferente, mas lo cierto es que me preocupaba mucho, ya no tan sólo por ella en sí sino porque tendría que tener algún motivo de suma importancia para ello. Las coincidencias no existían, encontrármela allí implicaba que todo el asunto era mucho más grande de lo que parecía a simple vista y me cuestionaba también si el Joker lo sabía o si lo intuía de alguna manera. Jamás le había hablado a nadie sobre Sathair.
—Ya entiendo lo que pretendes —me sacó de mis ensimismamientos.
—¿El qué? —espeté.
—Quieres hacer lo mismo que ella te hizo a ti: ignorarla.
—Pues no voy a acercarme a ella y abrazarla —gruñí—. Concentrémonos en la misión —repetí.
Mientras nosotros nos distraíamos con el que me gustaría creer que era el menos importante de todos los problemas (sí, el hada pelirroja), la pista de baile se había convertido en un campo de batalla.
—¡Ésta es la peor fiesta de cumpleaños de mi vida! —sollozó de repente la princesa Rosalie que salió corriendo de allí, directa a la puerta que conducía a los Jardines Reales.
—¡Espera, Rose! —trató de detenerla el putito de Idril, pero no logró alcanzarla a tiempo porque tres ninfómanas se arrojaron sobre él, impidiéndole el paso.
—¿A qué esperas? ¡Ve a por ella! —le urgió Gelsey.
Idril de pronto desapareció de la vista de todo el mundo, aunque Gelsey no parecía sorprendido.
—¡Se ha hecho invisible! —exclamó alguien.
—Esto, Adri... —Tiró de la manga de mi camisa el ridículo de siempre.
—Lo sé, lo sé... Yo me encargo de rescatar a la putita de Maddie, tú ve tras el chico.
No me hacía demasiada gracia perderle de vista de nuevo, pero mientras estuviese atado a la carta mágica que seguía bajo mi poder, tampoco podría irse muy lejos, además, mientras se hallara ocupado con Idril, dejaría de bailar con hadas oscuras.
—Por cierto, tienes que saber que le dije a tu hadita menos preferida que para matar a Gelsey tenía que bailarle la danza del Hada Maravilla.
—¿El Hada Maravilla? —no pude retener una carcajada. Nissa odiaba esa canción himno de su patria con todas sus fuerzas—. Eso será digno de ver...
Mi mente no tardó en recrear la escena y por esas cosas inexplicables del funcionamiento de las neuronas y conexión de ideas, acabé transportándome de nuevo al pasado, esta vez a una vieja cabaña abandonada envuelta en penumbras, con la música del festival filtrándose por las rendijas de la ventana.
Éramos muy jóvenes y no necesitábamos ropa, nuestro calor corporal era todo lo que anhelábamos. Los restos del alcohol que habíamos ingerido seguían flotando por mi mente, pero por lo que me moría en realidad era por beber su piel. Quizás era su encanto feérico, o la diosa que llevaba en su interior o que simplemente era muy joven y me creía que ya había encontrado la felicidad absoluta para el resto de mi vida, pero yo adoraba a esa mujer y nos encontrábamos en el Momento Mágico, ése en que el aire tiene el dulce olor de nuestro amor y la luna alcanza un brillo tornasolado y nuestras respiraciones se aúnan. (Lo sé, sueno rematadamente imbécil soltando estas cursilerías, pero así comprendéis mejor el grado de idiotez que alcancé por esa hada).
Era siempre durante el Momento Mágico que ella se encaramaba a mí, se refugiaba en mis brazos y me ronroneaba al oído que me amaba, que estaba loca por mí y que nada en el mundo podría separarnos. Yo era suyo y ella mía... Y yo la creí y la creí también cuando me dijo que odiaba ser una princesa, que odiaba las normas, la sociedad, que ella nunca gobernaría a nadie porque el Mundo estaba hecho solamente para amarnos.
Entonces nos llegó muy diluida la melodía del Hada Maravilla, entremezclada con aplausos y risas de aquellos infelices que se creían felices, pero que en realidad no conocían la verdadera felicidad que gracias a Nissa yo me creía conocedor. Recuerdo haberla mirado a sus ojos acuosos y enrojecidos con la cara de idiota embobado que tenía siempre por aquella época y le acaricié su hermosa melena.
Ella protestó por la melodía, se puso a hablar mal de nuevo sobre su reino y entonces, como si de un acto de rebeldía se tratara, empezó a bailar sobre mí esa canción, con sus muslos apretados fuertemente contra mis caderas. Su cuerpo se ondulaba como el de una serpiente y sus brazos trazaban un ritmo hipnotizador al mismo tiempo que sacudía la cabeza hacia atrás. Cuanto más se dejaba llevar por la música, más enérgicos se volvían sus movimientos y el sudor barnizaba su rosada piel primaveral. Parecía una sacerdotisa ejecutando el más sagrado y lascivo ritual.
De pronto, la idea de que el hada le bailara esa canción que tan bien representaba al puto de Gelsey no me parecía tan gracioso.
—¿Cómo se te ocurre? —le regañé, cambiando repentinamente de humor. Aquella noche parecía bipolar.
—Pues recordé que una vez me contaste lo bien que la bailaba y lo mucho que la detestaba... Aunque no lo parezca te escucho cuando hablas, siempre y cuando no me halle perdido en las perfectas líneas de tu cuerpo... —Dicho esto, se despidió lanzándome un beso al aire y le vi desaparecer por la misma puerta por la que antes lo había hecho Rosalie y seguramente Idril también, más allá de las cortinas que daban con el balcón.
El Joker dejó de preocuparme, pues Maddie había pasado de encontrarse acorralada por la loca de Helena a pasar a protagonizar el numerito de baile más... más... Aún no hallo palabras para expresar de un modo suave que no desentone con el tono de la historia todo lo que pasó por mi mente. Al otro lado del salón, Joshua contemplaba también el espectáculo. Ni él ni yo sabíamos muy bien qué cara poner.
—¿Crees que deberíamos rescatarla? —preguntó acercándose a mí.
—Ya he hecho mucho de héroe por hoy —suspiré.
—La va a violar...
—Para eso ella debería oponer resistencia. —El hechicero se encogió de hombros—. Por cierto, veo que sigues vivo —comenté al recaer en que le había dejado solo con el impredecible Joker.
Examinando mejor al chico, su cuerpo parecía un tapiz de heridas que estaban terminando de sanar bajo un hechizo que acababa de hacerse, porque aún percibía una cálida energía azul actuando sobre ellas.
—Esto ha sido cosa de ese silfo —aclaró, adivinando mis pensamientos.
—¿Cuál de todos ellos? —Desafortunadamente estábamos rodeados por demasiados.
—El heraldo, el que habla tan deprisa que exaspera.
Tham había salido corriendo tras Idril, supuse que a Joshua se le había escapado.
—Si te ha herido un silfo deberías buscar a Dandelion, recuerda lo que le sucedió a Arnold.
Un escalofrío recorrió el cuerpo del hechicero al recordar lo que le pasó a ese desaventurado que trató de seducir a un hada que resultó ser la novia de un conde y a modo de represalia, éste plantó semillas en su interior. Pasados tres días, las semillas germinaron y...
—Estoy bien, sé apañármelas —se rehusó.
—Ve a ver a Dandelion, creo que se encuentra en las cocinas —insistí.
A esas alturas había conseguido olvidarme de que Nissa andaba ululando por allí y Gelsey pronto se arqueó de dolor. La pelea paró de repente y se formó una gran expectación compartida por todos los presentes. Pensé que había sido obra de Maddie, pero ella parecía tan sorprendida como los demás y tras examinar toda la zona, no encontré a nadie con aires sospechosos.
Algunos rebeldes me miraron buscando mi aprobación para atacar ahora que estaba débil uno de los peces gordos y a falta de su líder, necesitaban alguien que hiciera su misma función. Negué con la cabeza. Justo en ese momento todos los guardias se estaban acercando a ver qué ocurría, estaban demasiado atentos y el factor sorpresa no serviría de nada. Por eso mismo tenía que sacar a la humana de allí, así que aprovechando que toda la atención se centraba en Gelsey, tiré del brazo de Maddie, alejándola rápidamente de allí.
—¿Le has atacado tú? —me preguntó la humana todavía aturdida por el giro de los acontecimientos.
—Claro que no.
—¡Alguien le ha envenenado sin MI permiso! —protestó.
Como había previsto, la zona se estaba atestando de guardias. Busqué una salida, la que menos problemas presentase a primera vista, y por las escaleras principales que subían a la zona superior del palacio advertí un guardia con la armadura fatal puesta y con andares femeninos corriendo por ellas aprovechando la distracción improvista.
—Es Grisel al fin —explicó Joshua—. Lleva puesta la armadura de uno de los guardias.
Decidí seguirla, así que tirando nuevamente del brazo de la humana e ignorando sus protestas, logré atravesar a contracorriente la marea de gente exaltada que yo mismo había creado y llegamos hasta las escaleras.
—¿Por qué has hecho eso?—protestó esta vez Joshua.
—Era nuestra oportunidad de acabar con ellos —concordó Maddie con él, frotándose el brazo que al fin había soltado.
—De violarlo, querrás decir. Ni se te ocurra tocarme con esas manos ahora... —bromeé a pesar de mi serio semblante y de que la ocasión no se prestaba a ello.
Maddie se observó las susodichas manos con expresión horrorizada.
—No me puedo creer que yo haya hecho eso de verdad. Estaba tan metida en el papel...
—Pues por qué será que a mí no me sorprende...
—Oye Joshua, estás muy lívido, ¿te encuentras bien? —entrevió Maddie, aliviada de poder cambiar de tema sin llamar la atención.
—Le dije que buscara a Dandelion, seguro que tiene algún veneno de silfo.
—¿Tú no tienes ningún antídoto? —le preguntó Joshua, resignado a admitir que necesitaba alguna pócima.
—¡Mierda! ¡Ya decía yo que se me olvidaba algo!
—En fin, ya voy a buscar a esa bruja, pero dejadme matar a alguien...
En ese momento una bandada de diminutas y brillantes hadas pasaron volando a toda velocidad. Por poco nos llevaron por delante y aun así ni se inmutaron. Me pareció escuchar algo de que el príncipe estaba malherido. Un mal presentimiento de lo que le había podido ocurrir al Joker cruzó mi mente. ¿Estaría bien? No podía andar preocupándome de todos, parecían niños.
—Seguro que le llevarán a su alcoba —supuso Maddie.
—Allí es a donde se dirigía Grisel, ¿no? —apuntó Joshua.
—Cierto, estamos cerca de las alcobas reales —se emocionó la humana, al fin había dejado de pensar en el silfo.
—Y de la Cámara del Tesoro —añadí.
—¿En serio? —se le encendieron los ojos a Maddie ante la posibilidad de ser inmensamente ricos.
—Claro, uno de nuestros objetivos era robar la Reliquia que se haya en la Cámara del Tesoro —le recordé.
—Cierto, la necesitamos para el plan. Si ya me acordaba, sólo estaba viendo si tú lo hacías...
No me importaba hablar de estas cosas delante de Joshua, ya no, pues hasta entonces demostraba completo desinterés ante nuestros planes extra. Saqué de un bolsillo interior de mi chaqueta un mapa doblado en cuatro dobleces y lo desplegué. Afortunadamente no se había deteriorado tras la huida de la Zona Maldita.
—Nosotros estamos aquí. —Señalé las escaleras, ya en el quinto piso al que acabábamos de llegar. Hay dos alas, la Cámara debe encontrarse en uno de los pasillos de una de las dos.
—Eso ya lo habías dicho, Adri.
—El problema es que no sé en cuál de las dos alas.
—La habitación de los críos se encuentra en el este y la de Gelsey en el oeste, ¿verdad?
—Dividámonos —propuse, aunque me gustara poco la idea, pero así iríamos más rápido.
—Nos reencontraremos los tres en estas escaleras, ¿de acuerdo? —propuso la humana.
—Está bien. Yo no tardaré, no tardéis vosotros tampoco —nos advirtió el hechicero, desapareciendo de nuevo descendiendo los peldaños.
Habían aparecido dos guardias más, pero Joshua supo deshacerse de ellos sin necesidad de gastar más magia que Helena detectaría, valiéndose simplemente de su malhallada espada-pulsera. Me guardaré mis comentarios acerca de la moda de las joyas transformables.
—Yo me encargaré de Grisel en el ala este —se pidió Maddie.
Iba a aceptar, cuando una inesperada voz se entrometió en la conversación.
—¿Adri? ¿Eres realmente tú? —me sorprendió de pronto la inconfundible voz de Nissa a mis espaldas.
El hada se sacudía el pelo, disponiéndolo sobre sus hombros y recuperándose del esfuerzo de haber subido las escaleras. Maddie me miraba interrogante tratando de descifrar lo que estaba sucediendo y esperando algún gesto cómplice, una aclaración silenciosa por mi parte. Decidí que lo mejor sería ignorar al hada así que eso hice, ya tenía demasiados problemas por una noche.
—Maddie, será mejor que nos quedemos juntos, no me apetece separarme de ti.
Los ojos de la humana se abrieron de la sorpresa de ese cambio.
—Ya sabía que no podías ser él... Mi subconsciente me ha jugado una mala pasada sin duda, porque el verdadero Adrián ya no está interesado en las mujeres según me han dicho —continuó hablando el hada, confirmando que el ridículo del Joker le había contado historias bochornosas.
—Yo me pregunto qué hace por aquí arriba un hada oscura. Tendré que avisar a los guardias —dije con mordacidad, sin siquiera mirarla a la cara. No iba a dar muestras de que la reconocía.
—Vamos, que he visto cómo vuestro amigo se deshacía de dos. No voy a delataros, sólo busco la alcoba de Gelsey. Tengo entendido que es por aquí...
Su respuesta me sentó como un jarrazo de agua fría.
—Qué raro, una putita buscando la habitación de Campanillo para bailarle el Hada Maravilla —espeté con amargura.
—¿Qué me has llamado? —saltó sumamente ofendida—. ¿Y cómo sabes lo del Hada Maravilla? Por lo que veo ese Pet sí que te lo ha contado todo.
—¿Pet? —inquirió Maddie cada vez más perdida.
—¡Viene alguien! —advirtió el hada, agudizando sus orejas puntiagudas y volviéndose súbitamente hacia las escaleras.
Me esforcé por escuchar y efectivamente, se oían pasos y un silbido despreocupado.
—Viene del ala oeste —proclamé.
Nissa arrugó la nariz, disgustada por una ráfaga de humo que la irritó los ojos.
—Y viene fumando.
—Uff Adri, no hace falta que uses tu poder de íncubo para calentar el ambiente —me susurró Maddie al oído.
—No estoy usando mi poder.
—Pues de pronto el aire se ha vuelto demasiado pesado...
Y así debía ser porque las dos mujeres habían comenzado a sudar y luchaban contra la tentación de desvestirse ahí en medio, como íncubo sentía el deseo que rezumaban con más intensidad. ¿Qué estaba sucediendo?
—¡Es ese maldito guardia! —exclamó Nissa que de pronto, su actitud había cambiado por completo. Ahora lucía aterrada y eso me desconcertaba. Parecía incluso desesperada, más vulnerable de lo que nunca la había visto.
Nada de aquello tenía sentido, pero su expresión no podía ser fingida; sus grandes y almendrados ojos pestañeaban de una forma que resaltaban sus extremadamente largas pestañas, haciéndola parecer inocente y desvalida y recordándome a la joven que había amado y no a la zorra en que se había convertido. Estaba tan encantadora... y me odié a mí mismo una vez más por pensar de esa forma. Yo no podía ser tan idiota como el resto del mundo, había cometido el error una vez, pero no volvería a tropezar con la misma piedra, porque sabía que ninguna otra mujer despertaría en mí los mismos sentimientos que ella.
—¡Ya entiendo lo que pasa! —exclamó Maddie, ajena a mi lucha interior—. ¡Se trata del famoso Flopi!
—Me da igual cómo se llame ese guardia, es un depravado, me mira de una forma que da miedo ¡y su miembro es más grande que su espada!
La verdad es que ese Floripondio resultaba demasiado perturbador, y esto lo dice un príncipe íncubo que aunque fuera renegado, mi sex appeal seguía siendo el mismo, incluso mayor por el toque morboso de ser rebelde... Estoy divagando, lo que refleja lo confuso que me hallaba.
—Si al menos fueses vestida como una mujer decente, seguro que esto no pasaría —musité inaudiblemente.
No os confundáis, en otra época que vistiera así me gustaba, resultaba mucho más cómodo quitarla esos vestidos tan etéreos, pero por eso mismo me irritaba.
Si de verdad era la presencia de ese Flopi el que estaba causando esa oleada de calor que a mí no me afectaba lo más mínimo (de hecho me afectaba mucho más la del hada), no tenía sentido que persiguiese solamente a Nissa y menos que ella huyese de él, si seguro que le tenía unas ganas tremendas...
Por algún motivo que aún no alcanzo a explicarme, quizá el instinto de proteger lo que una vez pensé que había sido mío o tal vez porque no quería verme en la comprometedora situación de que de pronto las dos se desnudaran, accedí a protegerla del susodicho Flopi.
Saqué a las dos mujeres de allí y conseguimos escabullirnos hasta el Ala Este, donde nos topamos con otros dos guardias que custodiaban la zona. Dos tipos enormes que parecían armarios, los cuales impedían el paso, pero que no me costó nada hundirles con sólo una mirada. Mientras se lamentaban por pertenecer al eslabón más alto de la cadena alimenticia cuando no merecían ni poder despegar la barbilla del suelo, nosotros tres nos colamos, llegando al pasillo donde se encontraban las habitaciones.
Nos hallábamos solos en medio del corredor. Los guardias que vigilaban esa zona se hallaban inconscientes, alguno de los rebeldes se nos había adelantado de alguna forma, seguramente Grisel.
—Gracias —susurró en voz queda el hada de oscuridad cuando notamos que la temperatura ya había descendido hasta normalizarse.
—... —No sabía muy bien qué contestar.
Estaba tan enojado que quería responderle algo sumamente ofensivo, que le doliera tanto como todo el daño que me había infligido ella a mí, pero la verdad es que el hada no tenía muy buen aspecto. Su frente se perlaba de gotas de sudor y el verde de su mirada, ahora que lo observaba más detenidamente, no era tan intenso como recordaba. Ya sé que eso no significaba nada, que podía ser un fallo de mi memoria... pero cuando le toqué la frente, confirmé mis sospechas.
—Estás ardiendo.
—No es nada, sólo un pequeño resfriado...
El hada no llegó a terminar la frase porque se desmayó. En un acto reflejo, la atrapé a tiempo, impidiendo que se golpeara contra el suelo. Por lo visto, Nissa no había cambiado en absoluto, negándose a admitir debilidad incluso aunque le fuese la vida en ello. Siempre me pareció absurdo pero adorable en ella. Yo sabía que era fuerte, el enfermar era algo natural y en vez de forzarse, debía aceptarlo si no quería acabar desmayándose como en aquel momento, que ahí sí que quedaba completamente a mi merced. De todas formas realmente estaba ardiendo, no podía tratarse de un simple resfriado.
—¿De verdad ella es Nissa, la Reina de los Feéricos de Oscuridad, tu ex, la misma que se desprendió de ti como si fueras un pañuelo sucio y usado? Será un rehén estupendo —propuso Maddie.
—...
Cómo disfrutaba esta chica riéndose de las desgracias de los demás, sobretodo después de su escenita con Campanillo.
—Vamos Adri, esto tiene que ser una señal del Cielo. ¿Qué probabilidades haíay de que tu ex, que resulta ser la Reina de los Feéricos de Oscuridad, necesitara tu ayuda para huir de un guardia depravado y que encima tenga fiebre y se desmaye en tus brazos?
—No sé qué quieres insinuar con eso —gruñí.
—¡Pues que ella debe saber mucha información!
—La Corte de Luz se lleva mal con la de Oscuridad.
—¡Entonces la obligaremos a que trabaje para nosotros!
—No, la vamos a dejar aquí —dije depositándola sobre los brazos de una estatua de mármol.
Que Maddie insistiera tanto me hizo decidirme a olvidarme de ella. Cuanto más lejos me mantuviera de la problemática hada, mejor para todos.
—¿Ahí en medio la piensas dejar?
—¿Por qué no? Ella también me dejó "ahí en medio".
Vale, estaba resentido, pero como para no estarlo.
—En fin... A mí me da igual en realidad lo que hagas con ella.
—Pues a mí también me da igual lo que le pase... —Me forcé a autoconvencerme de ello.
—Uff pues Adri... ¡Yo he besado a Gelsey! —me confesó avergonzada— Bueno, el me besó a mí en realidad. Ya sabes lo corpulento que es que no pude hacer nada para evitarlo... ¡Le odio más que nunca! Seguro que por dentro temblaba de miedo y por eso lo hizo, en un intento desesperado de seducirme.
—Aún no le has olvidado a pesar de todo.
Y tampoco podía culparla.
—¿Tú a Nissa sí?
—Pues me ha hecho mucho daño, no tengo intención alguna de perdonarla —me hice el duro de todas formas. No era momento para hablarle sobre filosofía de íncubos.
—¡Ey, que yo no he perdonado al silfo! Estoy segura que le gustó que le toquetease porque mucho no se defendió. Es un aprovechado de la situación. ¿Sabes la excusa tan patética que me dio? ¡Dice que me estuvo buscando durante mucho tiempo, pero que Ellette y su hijo le necesitaban! En realidad lo que es tiene un nombre muy feo, va de reina en reina el muy oportunista... —Bla, bla, bla siguió la putita de Maddie despotricando contra el silfo gigoló, si eran tal para cual.
Mientras, aproveché para borrarle los últimos recuerdos a Nissa, prefería que no recordara haberse topado conmigo. Se veía tan vulnerable y delicada que me recordaba a una flor, a una especialmente traicionera de vistosos pétalos e intenso aroma, pero con espinas venenosas ocultas. Sus finos labios temblaron y musitaron un trémulo gemido como resistencia a mi poder. Temía que no funcionara, no era la primera vez que intentaba algo así... Afortunadamente no habían sido recuerdos muy poderosos, por lo que logré distorsionarlos al menos para que los confundiese con un sueño.
Maddie proseguía hablando:
—Le voy a hacer sufrir, Adri, ya lo verás. Le voy a devolver toda la humillación que me ha causado con intereses del quinientos por ciento y me importa un bledo si Ellette tenía un hijo problemático que ella sola no era capaz de cuidar.
—Seguro que consigues sacarle de quicio, si es tu especialidad —me burlé maliciosamente.
Me negaba a seguir actuando como un idiota por culpa de la pelirroja a la cual ya había dejado suspendida sobre los brazos de la estatua.
—En fin, no sé que hacemos hablando de esos dos rompecorazones, ¡busquemos la Cámara del Tesoro!
Me parecía bien, por lo que me acerqué a una de las paredes y comencé a explorar cada palmo en busca de cualquier saliente o grieta sospechosa.
—Seguramente, la entrada está protegida con glamour feérico y por eso no podemos verla —comenté sin cesar mi búsqueda.
—Ahora el que se olvida de que a mí todo eso de glamour de los silfos no me afecta eres tú.
Las sorprendentes habilidades a prueba de feéricos de Maddie no dejaban de resultarme demasiado misteriosas.
—Eres tan extraña... Todo esto resulta muy raro. Es como si alguien que odiara con todas sus fuerzas a los silfos hubiera creado un arma especial contra ellos.
—Soy épica Adri, no hay que darle muchas más vueltas.
—Si tú lo dices...
Maddie ya se había puesto manos a la obra también y revisaba las paredes en busca de la entrada a la Cámara.
—¡Ya la vi! Ha sido realmente fácil —se vanaglorió, triunfal, señalando a un trozo de pared del que colgaba un viejo tapiz bastante normal cuyos grabados dorados habían perdido el brillo hacía mucho tiempo.
—¿Estás segura? —pregunté entornando los ojos, tratando de ver más allá de lo que captaba a simple vista.
—Pues claro, si hasta pone en un cartel con letras que brillan mágicamente «Cámara del Tesoro».
Ya nada podía sorprenderme... Eché en falta la compañía de Darky. Seguramente la Cámara del tesoro se hallaba protegida por numerosos hechizos y necesitábamos a alguien que fuese el primero.
Como si un genio mágico hubiese atendido a mis pensamientos, de un pasadizo apareció nada más y nada menos que Victorcín, jadeando y chorreando sudor y con un aspecto muy deteriorado. El cómo semejante inútil había conseguido llegar hasta allí, me hacía opinar muy mal de las medidas de seguridad.
—¡Madelaine! Sabía que el destino nos volvería a juntar.
—¿Qué estás haciendo aquí? Te hacía inconsciente... —La mueca de Maddie no podía pasar por emoción ni aunque Victorcín fuese miope, que lo era de hecho.
—Hoy es el día del gran golpe, no quería defraudaros a ninguna.
—¿Qué es esa herida que tienes en el cuello? —pregunté.
—Oh esto... ¡Lo siento, Maddie! No te me pongas celosa. Me encontré con una princesa vampira que parecía sedienta y ya sabes que yo provoco un efecto en las mujeres que las vuelve locas...
Muy sedienta debía de encontrarse... muy sedienta, pero las vampiras que había visto en la fiesta tenían aspecto de putitas. La verdad es que el ranking a la más putita de todas estaba difícil.
—¿Qué estabais haciendo aquí parados? —preguntó Victorcín, clavando sus pequeños ojos en ambos.
Maddie parecía azorada ante la posibilidad de que Victorcín estuviera pensando muy mal y, aunque en realidad el humano tenía buenas razonas para pensar así, por una vez decidí que no la molestaría, ya bastante teníamos que lidiar los dos con nuestros ex allí presentes.
—Nos preparábamos para entrar en la Cámara del Tesoro —respondí con voz misteriosa.
Maddie se encaró al tapiz y lo traspasó como si de un fantasma se tratara.
—¡¿Cómo es eso posible?! —Victorcín, poco habituado a la magia, estaba bastante atónito.
—La pared es falsa, una mera ilusión —le expliqué.
Maddie volvió a aparecer, atravesando el tapiz de forma completamente natural.
—Los silfos son realmente idiotas —seguía vanagloriándose—. No contaban con alguien tan genial como yo ¡ja, ja, ja! Por cierto, ¿sabes cómo está la situación allá abajo?
—Gelsey ya se ha recuperado y todo ha vuelto más o menos a la normalidad.
Si el silfo ya se había recuperado, quizás subiría a su dormitorio y entonces se encontraría con la putita de Nissa, si es que ella también se había levantado. Una sombra de preocupación atravesó mi semblante.
—Victorcín, acompaña a Maddie en busca del gran tesoro. Protégela con tu vida, como si fueras su paladín.
—¿¿¿Qué??? —protestó Maddie.
Pero Victorcín ya se había emocionado y comenzó a contar uno de sus terribles chistes.
—Yo voy a registrar la habitación de los Reyes antes de que suban, a ver qué encuentro —proseguí, ignorando las quejas de la humana.
—Me las pagarás —masculló entre dientes.
La ignoré una vez más y retrocedí a toda prisa el camino recorrido.
—¡Por cierto! —me llamó a gritos—. ¿Tienes el diamante mágico que te di antes?
Rebusqué entre los bolsillos y di con el pedrusco que me incordiaba bastante. Por algún motivo, la humana se había empeñado antes de entrar en el palacio en que debía de llevarlo yo. Desconocía la razón de por qué me confiaba a mí un objeto tan valioso para ella. Al mostrárselo para que viera que se hallaba en perfecto estado, sus labios dibujaron una sonrisa maliciosa que dotaron a su rostro un aspecto de duende malévolo. Lo volví a guardar y proseguí mi camino.
Al pasar por la estatua de antes mis temores se acrecentaron al descubrir que en efecto, el hada se había incorporado ya. Todo el pasillo se hallaba impregnado de su exuberante aroma, seguirlo no me supuso ningún problema. Su inconfundible rastro me guiaba por el Ala Oeste. Cada vez la fragancia se iba volviendo más intensa y embriagadora, lo que quería decir que me aproximaba a ella. Me apetecía encenderme otro cigarrillo, pero al final me contuve.
Al doblar la última esquina vi unos mechones rojos y un trozo de tela negra y vaporosa meterse dentro de una habitación. Nissa debía de haber encontrado la Alcoba Real. Los guardias que me encontré por el camino hasta allí yacían en el suelo con los ojos desencajados y envueltos en una expresión acuosa aterradora. No estaban dormidos sino que Nissa les había hecho algo mucho peor.
Parado frente a la gran puerta de madera maciza, me sentía muy idiota, pero tenía que descubrir qué hacía ella allí, si tenía que ver con Sathair como más temía yo o si sólo pretendía violar al silfo. Si iba a dar problemas para la rebelión, intervendría. Los obstáculos debían de ser eliminados y no iba a hacer la excepción con ella. Armándome de determinación, entré.
Encontré la habitación envuelta en penumbras. Las grandes cortinas estaban echadas, pero la oscuridad no suponía ningún problema para mi vista. Reconocí el lugar al instante, allí nos habíamos teletransportado todos los jueves con la capa del Joker para dejar los jazmines ensangrentados. La fragancia del hada oscura conducía directamente hacia la gran cama con dosel.
Retiré las pesadas cortinas de golpe esperando sorprenderla, pero la sorpresa me la llevé yo cuando me encontré con un bulto oculto por completo bajo las sábanas. Adivinar las curvas de su voluptuoso cuerpo bajo todas esas capas de raso me produjo una desagradable sensación de vértigo en el estómago. Me acerqué un poco más y de un tirón seco, retiré las sábanas.
—¿Me esperabas, putita? —pregunté torciendo mi boca en una sonrisa aviesa y asegurándome de impregnar con el más intenso desdén cada sílaba.
Los segundos que tardó en reaccionar se me hicieron los segundos más largos, insoportables y tediosos de mi vida, pero yo aproveché cada uno de ellos para grabarme en la memoria cada detalle. Los ojos de la bella hada, digo, de la horrorosa hada, viraron de la confusión y la sorpresa a una mirada indescifrable. Sus pupilas se agrandaron y sus finas mejillas se fruncieron, adoptando una expresión mezquina que conocía muy bien, una de las especialidades del hada consistía en poner malas caras.
—Esfúmate de mi mente, imbécil. Estoy esperando a Gelsey.
Su actitud debería de haberme desagradado y sin embargo, provocó el efecto contrario. A pesar de todo, realmente no había cambiado demasiado.
Me arrebató las sábanas y volvió a cubrirse con ellas hasta arriba. Se creía que yo era un sueño, le demostraría lo equivocada que estaba. Yo no era un sueño, sino su peor pesadilla. Me recliné sobre su rostro, noté la caricia de sus pestañas y besé sus labios para impregnarla con mi sabor.
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