10.Rosalie II: El primer beso
"Hay algo oscuro y extraño contaminando el corazón de Gelsey que no estaba la primera vez que le conocí. Algo terrible le ha pasado desde entonces, pero no le he dicho nada, prefiero hacerme la tonta al respecto y tener esperanza, la poca que me queda. Llegará un día en que Idril y él se necesitarían. Se van a necesitar, pues yo ya estoy demasiado débil, pero confío en que la luz de Idril le curará, así como Gelsey impedirá que Idril caiga al camino oscuro de esa terrible profecía."
Diario de Ellette.
PALACIO DE LOS ESPEJOS. ENTRADA PRINCIPAL. 22:30
La lluvia de flechas se abalanzó sobre Grisel y Joshua. La Líder de los Rebeldes fue muy rápida y consiguió completar el hechizo a tiempo. Siseos en la oscuridad y un aumento repentino de la temperatura. Una esfera de fuego les rodeó, quemando las saetas que volaban directas hacia ellos. Eso la dejó fatigada de golpe, mientras contemplaba los restos chamuscados.
—Más magia... —masculló.
«Magia que Helena detectará».
Joshua seguía pendiente de los guardias, que tras ver que su fracaso, se habían decidido a intervenir cuerpo a cuerpo. El hechicero desenfundó los restos de su espada y los encaró.
—¿Qué le ha pasado? —le preguntó Grisel al recaer en la quebrada hoja.
—No me lo recuerdes. Ese payaso me está hartando.
Fueron ellos dos solos contra tres guardias. Sus armaduras reflejaban los hechizos mágicos, por lo que Grisel creó un charco de arenas movedizas a sus pies que provocó que se hundieran, desesperados, mientras Joshua los remataba. Al acabar, los dos estaban cubiertos de sudor y el aire nocturno olía acerado.
—Hazlos desaparecer —ordenó la líder.
—¿¿¿Qué??? ¿No puedes convertirlos en cenizas tú sola?
—He gastado dos hechizos muy poderosos seguidos, no quiero desperdiciar más magia, pero antes...
Cinco minutos más tarde Grisel se había ataviado con la armadura de uno de los guardias, Joshua se había rehusado.
—Al final sí que te gusta vestir como ellos, ¿eh?
Joshua había empleado un conjuro para cambiar sus desastrosas pintas por un elegante traje de gala azul oscuro.
—Dime que el pelo me ha vuelto a su color habitual...
—Sigue tan azul como el de uno de esos frikis inadaptados..., pero bueno, vas a infiltrarte en una fiesta de hadas, no destacarás tanto.
Joshua frunció el ceño.
—¿Y ahora qué? ¿Entramos de una vez? Antes de que se den cuenta de que nos hemos cargado a los guardias de la entrada principal —inquirió bruscamente ante la decepción de su pelo.
Iban a dar un paso hacia delante, cuando Grisel escuchó una inconfundible voz:
—Por aquí, Princesa. Conozco un pasadizo secreto, no nos detectarán...
—Es el principito —adivinó Joshua.
—¿¿Qué está haciendo aquí fuera si la fiesta ya ha empezado??
Ambos se volvieron a esconder tras su arbusto. Idril caminaba junto a una joven de piel marmórea y ojos dorados que refulgían como antorchas. El negro de su vestido se fundía con la oscuridad.
—¿Qué diantre lleva puesto y qué se ha hecho en el pelo? —rebufó Grisel, irritada sin saber por qué.
—No puedo esperar más, acérquese ya, por favor —habló la joven.
Grisel pudo ver cómo Idril sonreía en la oscuridad y se retiraba el cabello del cuello, dejándolo expuesto.
—Entonces, para vosotras las vampiras, esto es como el sexo, ¿verdad? —preguntó.
La joven vampira emitió una educada carcajada, algo sorprendida por la personalidad del Príncipe. En los diez minutos que se conocían, le había hecho las preguntas más surrealistas de su vida.
—Oh, no. Temo decepcionarle, pero son cosas muy diferentes. ¿De dónde ha sacado toda esa falsa información sobre mi raza?
—En los libros, están muy de moda últimamente, pero he leído tantas versiones que siempre he tenido curiosidad por saber qué era cierto.
—Ya, esos libros son terribles...
—Esto es repugnante —protestó Grisel, asqueada por lo que estaba presenciando.
—...La verdad es que mi saliva está repleta de endorfinas —continuó hablando la vampira—. Será usted el que experimente un placer único.
—Eso suena bien.
Los ojos de la vampira viraron del dorado al rojo más brillante.
—Se siente aún mejor —susurró al mismo tiempo que sus caninos crecían, transformándose en dos afiladísimos colmillos—. Seré cuidadosa, no le dolerá apenas.
Grisel deseaba con todas sus fuerzas incinerarlos a los dos, pero aún su magia no se había recuperado como para lanzar otro hechizo ígneo, el elemento más eficaz contra los feéricos y al mismo tiempo el que más recursos mágicos consumía. El fuego era pura energía.
La vampira acercó sus colmillos al cuello de Idril al tiempo que hundía sus manos en la nuca del joven. El Príncipe parecía en ese momento sumamente frágil, los colmillos lo desgarrarían con suma facilidad.
Grisel sentía que tenía que hacer algo para interrumpirlos o se comerían a su presa.
Los colmillos se clavaron atravesando la piel sin dificultad. Idril dejó escapar un suave gemido antes de que el placer lo embargara, nublando toda capacidad de pensar. La vampira disfrutó del único sabor de su sangre lo justo, como le había prometido, y en seguida todo acabó. Se relamió parcialmente los colmillos, aunque su boca aún seguía manchada de sangre. Cerró los ojos y se inclinó sobre los labios del príncipe, esperando que la besara. Idril estaba demasiado aturdido, pero cuando consiguió reaccionar, la apartó de él.
—Lo siento, le hice una promesa a alguien y esta noche no puedo besar a nadie más.
—Tranquilo, lo entiendo perfectamente... Yo también tengo más presas que acechar y me temo que no se me ofrecerán tan fácilmente —bromeó—. Normalmente no me piden ellos que les muerda.
Grisel se había quedado quieta como una estatua. El muy idiota había respetado la promesa que le hizo. Ni siquiera ella habría hecho algo así de ser al revés.
—Pues deberían, ha sido genial esto... ¿Eloísa? ¿Hinata?
—Faith, del clan Sorceress.
—Grisel...ésta es una oportunidad única para asesinarlo —le sacó Joshua de su ensimismamiento.
La verdad era que ni ella se había esperado que resultara tan fácil acabar con él. Había que ser realmente estúpido para salir solo y desprotegido afuera.
«Principito ególatra y confiado».
Tan sólo tenía que repetir el hechizo de convertir la tierra en arenas movedizas y adiós príncipe Idril "tan bello como la luna" o como fuera que se llamara. Grisel sujetaba un puñado de tierra en la mano fuertemente cerrada mientras recitaba las palabras mágicas de nuevo, sin embargo, los hermosos ojos de Idril se clavaron en ella como dos dagas de hielo.
—Quien sea que se halle allí espero que haya disfrutado del espectáculo.
Grisel y Joshua intentaron reaccionar con rapidez, pero las ramas del arbusto habían cobrado vida propia y se aferraban a ellos inmovilizándolos. Tham, el Heraldo Real, apareció por detrás.
—Alteza, será mejor que regreséis los dos a la fiesta, ya te has divertido demasiado.
Faith miraba muy confusa el espectáculo. El arbusto seguía apresando a los dos rebeldes, Joshua fue incapaz de formular ningún hechizo ya que una raíz le tapaba la boca.
—La diversión no ha hecho más que empezar, Tham. ¿Quiénes son los espías? —preguntó Idril con curiosidad, acercándose al arbusto.
—Sólo se trata de un hechicero y de... uno de los guardias —respondió el silfo, tras examinarlos.
Grisel se sintió a salvo al recordar que llevaba la armadura de uno de los guardias. Aprovechó para bajarse el yelmo. Al idiota de Idril podría engañarlo sin disfraz, pero a Tham no.
El Heraldo chasqueó los dedos, cuyas yemas resplandecieron con chispas doradas, y tocó las ramas que se retorcían alrededor de Joshua. Éstas se transformaron en oro y Joshua tuvo un déjà vu acerca de la huida que habían hecho.
—Durará sólo media hora —aclaró el silfo—. Y tú, guardia, identifícate.
Grisel carraspeó intentando agravar la voz mientras internamente maldecía al silfo pesado por saberse el nombre de los guardias de Helena. Antes de que respondiera, repararon en los otros dos guardias de los que aún no se habían desecho.
—Lo siento... Rast. ¿Él solo le ha hecho esto a Ariano y a Bartolo?
—Sí... eso, fue él. Ya lo tenía dominado cuando apareciste tú —gargajeó Grisel con la voz más falsa y masculina que le pudo salir.
Al reconocer a los otros dos guardias, Tham había dado por hecho que ella se trataba del tal Rast.
—¿¿Qué?? —protestó Joshua indignado.
—¿¿¿Están muertos??? —preguntó un horrorizado Idril.
—Alteza, de verdad, regrese al palacio junto con ella. Si Gelsey se entera de todo esto me mat...
—¿Si Gelsey se entera de qué? ¿Qué está pasando aquí, silfo revoltoso? —intervino la gélida voz de Helena.
Todos pegaron un respingo al verse sorprendidos.
—Está todo bajo control... —trató de manejar la situación el Heraldo.
—¿Sí? ¿A esto le llamas tener la situación bajo control? ¿A expensas de mi palacio durante la fiesta de cumpleaños de mi hija?
—Tham y yo nos estábamos encargando de la situación —le encaró Idril.
Helena descargó todo el peso de su mirada en él. Detestaba a ese liante malcriado y no tenía por qué soportar ella las insolencias de un crío como él.
—Para empezar, no sé qué haces aquí cuando deberías estar esperando la aparición de mi hija, la estrella de esta noche. —Su mirada se endureció aún más cuando recayó en Faith.
—Sólo estaba tomando un poco el aire fresco, enseñándole a nuestra invitada el magnífico palacio que Gelsey mandó construir como señal de su amor por ti —respondió Idril tranquilamente insolente.
—Cuando Gelsey se entere de lo que estabas haciendo... Y aún así te perdonará el castigo y todo —resopló—. Anda, regresa con nuestra querida invitada a la fiesta, aquí afuera ya no hay nada más que ver —se forzó a decir, esbozando a la vampira una amplia sonrisa que sólo sirvió para aterrorizarla más.
Tham aguantó desafiante unos largos instantes, pero después decidió que no merecía la pena soportar a esa bruja.
—La reina Helena tiene razón, regresemos. Yo le informaré a Gelsey de todo lo que ha sucedido.
—Oh, no te molestes, querido —le detuvo Helena—. ¿Para qué causarle tanto estrés si ya puedo encargarme yo de la situación? El pobre últimamente no ha tenido buenas noches, pesadillas molestas y mucha presión, así que hagámosle este favor.
Tham asintió silenciosamente con la cabeza y empujó a los dos jóvenes herederos hacia el interior del palacio.
—Maldita zorra... —masculló Idril.
Faith le miró sorprendida por sus malos modales, muy diferentes a la actitud galante que había mostrado con ella.
—Voy a buscar a Gelsey, tiene que saber esto —anunció Tham. ¿Desde cuando él obedecía a las brujas?
—Después de esto no va a dejar que me pierdas de vista ni un segundo —suspiró Idril, algo más relajado—. No me puedo creer que haya habido sangre... Cuánta gente loca hay por el mundo.
—Oh, si asistiera a una fiesta de vampiros no se sorprendería tanto —dijo Faith.
—¿¿En vuestras fiestas muere gente habitualmente?? —preguntó Idril, horrorizado.
—Bueno... depende. En mi familia no apoyamos el sacrificar humanos...
Ya casi habían llegado al Salón Principal. Tham pudo reconocer a Viviana, una de las damas de compañía de Rosalie, hablando con otra bruja. El silfo le dedicó una mirada de soslayo que a Idril no le pasó desapercibida.
—Tranquilo, Tham. Gelsey quiere que pase toda la noche junto a Rosalie y ella es su dama de compañía... —Dejó inconclusa la frase a propósito.
—Gracias, Alteza. Es una pena que ella le odie por romperla el corazón por hacerme ese favor...
—No pasa nada, me habría acabado aburriendo de ella igualmente, así que mejor para los tres que haya sido así.
—No le va a suceder nada malo. Aún recuerdo la belleza de su madre. Le protegeré, aunque sea lo último que haga, como juré que haría.
—No seas exagerado. Eso de los rebeldes sólo son rumores de mal gusto, mi vida no corre peligro —trató de restarle hierro al asunto, en primer lugar porque él de verdad pensaba que no existía el peligro; y en segundo, porque Faith estaba delante y no quería que alguien de otro reino se asustara.
Se detuvo un momento bajo el arco de la puerta, no tenía ganas realmente de introducirse a esa celebración, pero sabía que no le quedaba más remedio.
—Ahora regresemos con los demás invitados, nuestra Faith está sedienta de más víctimas —bromeó— y yo tengo una princesa con la que reencontrarme...
La mirada del Príncipe se dirigió inconscientemente a las grandes escaleras de mármol recubiertas con una alfombra roja. Por allí bajaría la llorona de Rosalie haciendo su entrada triunfal. Idril no dejaba de recordar la conversación de aquella mañana con su padrastro y se sentía cada vez más confuso sobre lo que debía hacer. En su interior rogaba por que Rosalie no apareciese nunca.
Helena se había quedado a solas con el hechicero, atrapado, y el guardia sobreviviente. Los escrutaba sin piedad, atemorizándolos sin tener que mover ni un solo dedo. Estaba harta de la inutilidad que la rodeaba, pero pronto se acabarían todas estas cosas. Pronto ella sería la dueña del Mundo junto al hombre más sexy-sensual de todos. Helena se sentía exultante con su espectacular y sofisticado traje carmesí y los rubíes mágicos que el propio Gelsey le había regalado.
Grisel y Joshua se estaban replanteando el encargarse de la reina allí mismo, pero el segundo se encontraba amordazado por las cadenas doradas de Tham.
Helena abrió de par en par su mano derecha, estirando al máximo cada falange, y una onda expansiva de magia los atravesó. Las raíces doradas volvieron a la normalidad, liberando al hechicero rebelde. La especialidad de Helena eran los hechizos disipadores de cualquier otro tipo de magia.
—Guardia, regrese a su puesto. Le informaré a Flopi de que cambie su posición contigo.
Grisel todavía no daba cabida a su increíble suerte. Lo único que tenía que hacer era esperar a que precisamente Floripondio, ironías de la vida, le cambiase el puesto, y ya se encontraría dentro del palacio. Dudó unos instantes a pesar de todo sobre si abandonar al desgraciado de Joshua a su suerte, instantes en los que un zapato apareció de la nada golpeando a Helena en la cabeza.
—¡¿Pero qué...?! —Helena miró furiosa hacia arriba del balcón, que era por donde debía de haber caído el zapato. Grisel y Joshua lucharon por contener la risa—. ¡LÁRGUESE A SU PUESTO! —le gritó a Grisel quien se sintió incapaz de rechazar tal orden y se marchó antes de arruinarlo todo con un ataque de risa.
Helena seguía escudriñando los balcones sin poder ver a la estúpida que se le había ocurrido lanzarle un zapato. Volvió a concentrarse en Joshua.
—A mí no me engañáis —le advirtió—. He detectado perfectamente la ondulación de magia antes de los demás hechizos que lanzasteis, sé que hay otro hechicero a parte de ti, así que vas a meterte en la fiesta y vas a engañar a tu compañero conduciéndomelo directamente hacia mí. ¿Me has entendido? Si lo haces bien, te habrás ganado un puesto de honor en mi Corte, al fin y al cabo no debo subestimar a un hechicero que ha sido capaz de derrotar a dos de mis guardias, pero si fracasas te echaré de comer a las plantas carnívoras.
Joshua parpadeó, incrédulo. No había cosa que aborreciese más que cumplir las órdenes de esa arpía, pero necesitaba colarse en el palacio. Por supuesto que si veía al payaso de nuevo le descuartizaría en pedazos, no iba a hacer falta que se lo entregase a la Reina.
—Entiendo —fue toda respuesta.
A Helena le valió, por lo que permitió que Joshua se retirara. Ese hechicero no era más que un mocoso, pero podría serle de utilidad. Sabía que no tenía que haber comprado ese pack de oferta de tres guardias al precio de uno, al final habían resultado unos completos inútiles, pero Gelsey no tenía por qué enterarse de estas cosas. No quería cargarlo con más estrés del necesario y que eso afectara a sus... capacidades amatorias. Porque últimamente desde luego no la estaba atendiendo como se merecía una mujer como ella, pero tenía fe en su silfo y sabía que todo se solucionaría entre ambos y al fin esta noche le pediría matrimonio. ¿Por qué sino le había regalado esos rubíes mágicos?
Volvió a contemplar con odio viperino al maldito zapato, prueba de la agresión, y reprimió los impulsos de reducirlo a cenizas con un rayo en un ataque de furia intempestiva. Sabía que era más sabio guardarlo para descubrir más adelante a la osada dueña.
En el balcón del segundo piso podía distinguir a Gelsey, su silueta imponente resultaba inconfundible. Convocó entre sus manos un pequeño espejo ovalado de plata y aprovechó para retocarse el complicado recogido del pelo. Después, susurró con voz sobrenatural el nombre del silfo que le pertenecía y la bruñida superficie osciló, transformándose el hermoso reflejo de ella por el de Gelsey. Gracias a ese espejo podía espiarle en cualquier momento y saber exactamente todo lo que hacía el silfo: con qué mujeres hablaba, qué cosas le gustaban... Su rostro se congeló en una mueca del más frío desdén al contemplarlo besar a una insignificante humana. Nunca la había visto antes y sin duda no estaba a la altura de su belleza, ni mucho menos de su poder. ¿¿¿Cómo se atrevía??? Las ansias oscuras de venganza se intensificaron al tiempo que sus dedos retorcían y retorcían el pequeño zapato blanco con un pequeño jazmín en la punta.
PALACIO DE LOS ESPEJOS. SALÓN PRINCIPAL. 22:40
ROSALIE
Intenté con todas mis fuerzas ilusionarme ante la llegada de aquel día, mi decimoctavo cumpleaños, o al menos aparentarlo. Me miré en el espejo incontables veces buscando ansiosa algún cambio especial en mi fisiología, pero sólo continuaba siendo yo, bonita y con el mismo aspecto frágil de siempre, ideal para ser el blanco de las bromas de Idril. Escruté el cielo por si el sol brillaba más o los pájaros cantaban una canción diferente. Inspiré hondamente el aire, pero ni siquiera el sabroso olor de la comida que llegaba desde las cocinas me reconfortaba.
Aquel era el día que había esperado y temido por partes iguales durante mucho tiempo. Si salía bien, huiría de mis tediosas obligaciones por siempre y nunca más volvería a ver a Idril, pero si salía mal... al final acabarían coronándome reina. Yo era la heredera legítima, hija de mi padre; mi madre sólo se trataba de una sacerdotisa con suerte. ¿A ella le importaría que me fugara? Si yo desaparecía, ella podría seguir siendo Reina... o en su lugar lo sería Grisel, la Líder de los Rebeldes, mi mejor amiga. Me había prometido que no la haría daño, por lo que en ese sentido me sentía tranquila. Trataba de repetirme a mí misma que todo iba a salir bien, ni siquiera Elijah estaba allí para descubrir que era una traidora, aunque si se lo explicaba a él estaba convencida de que me comprendería; él siempre era muy comprensivo y bueno conmigo.
El vestido que me habían confeccionado para la fiesta era muy bonito, pero muy aparatoso, y me daba pánico tropezar delante de todo el mundo. Podía imaginarme el rostro de Idril torcido en una mueca de desdén riéndose escandalosamente de mí... Pero no me tropecé. Había practicado este descenso por las lujosas escaleras todas las mañanas durante el último mes. Cascadas de encaje blanco ribeteadas con fino hilo verde cubrían mis pálidas piernas. El corpiño se ajustaba a mi torso más de lo que a mí me gustaba, realzando mis curvas y haciéndome parecer más mayor; sin embargo, me dificultaba un poco la respiración y resultaba bastante incómodo. En mis orejas oscilaban unos pendientes de jade y oro blanco. Me habían dicho que no me pusiera ningún collar ni gargantilla, por lo que mi escote iba desnudo e inmaculado. Sin embargo, sí llevaba puesto el broche que me había regalado Grisel, sujetando los artificiales tirabuzones que caían enmarcando artísticamente el óvalo de mi cara. El broche refulgía con un brillo propio entre el dorado de mi cabello. También me había puesto el cinturón de castidad que me había regalado Adri. Me sentía un poco extraña con él, pero era un regalo de un amigo y una nunca sabía. Oculta bajo la falda llevaba la pistola con súper estilo de Maddie, aunque me daba miedo utilizarla, si podía evitarlo haría como que no la llevaba...
Al llegar al Gran Salón me detuve sorprendida un momento al ver el maravilloso trabajo que habían hecho las hadas decorando el lugar. Admito que no me gustaban en absoluto, pero aquel día consiguieron dejarme sin respiración, maravillada por las brillantes flores que colgaban de todas partes, las figuras de cristal tornasolado que flanqueaban las mesas de comida y las luciérnagas de colores y polvo cristalino que flotaban en la atmósfera.
El salón estaba abarrotado de gente de todas las razas con sus diferentes estilismos. Había mujeres con la piel sobrenaturalmente blanca sosteniendo copas de vino. Los faunos y sátiros observaban con notable interés a las mujeres. Pude distinguir a los amigos de Idril en una esquina, seguro que preparando alguna de las suyas. A los silfos les encanta gastar bromas y, aunque Gelsey había sido estricto dando órdenes acerca de la seguridad, ni siquiera él podía cambiar la naturaleza. Los ojos se me humedecieron un poco cuando advertí la esquina habitual de Elijah ocupada por Flopi. Seguí adelante igualmente, mis puños sujetando la tela del vestido se crisparon, pero mi rostro permaneció como una máscara de porcelana insondable, y seguí bajando peldaño a peldaño, con la barbilla bien erguida y la vista clavada en frente sin visualizar nada en particular. La orquesta se había detenido, los ojos de todo el mundo estaban fijos en mí, en su futura reina.
Al terminar de bajar todos los escalones, Idril me estaba esperando con cara de hastío. Idril, el mismo que según Grisel se había estado jactando de pedirme matrimonio. ¿Sería eso cierto? Para mi sorpresa, se había cortado el pelo e iba vestido con el traje del Joker. La máscara de inmutabilidad se me rompió, el Príncipe siempre se las apañaba para lograr esto.
—¿Qué le ha pasado a tu bonita melena? —me atreví a preguntarle.
Él se limitó a encogerse de hombros sin cambiar su poco disimulado desagrado.
—Princesa Rosalie, estáis encantadora esta noche —recitó con una voz monocorde y tan fría como la plata—. Mi padrastro insiste en que os saque a bailar, ¿me concederíais ese honor? —acompañó su proposición con una cortés reverencia.
Desvié la mirada un momento hacia Gelsey que se encontraba detrás de su hijastro mirándonos muy serio. El amante de mi madre iba más imponente que nunca. En realidad todo el mundo nos estaba observando. Pude reconocer a algunos rebeldes integrados en la fiesta perfectamente, pero ni rastro de Grisel ni de mi madre. Grisel podía estar aguardando oculta en algún lugar, pero la ausencia de la Reina era más extraña, con las ganas que tenía ella de presumir de su traje. Prefería pensar que se encontraría todavía viendo a algún hombre en vez de que había descubierto a mi amiga.
Uno de los rebeldes disfrazados me hizo un gesto de ánimo disimuladamente y eso me ayudó a sonreír un poco.
«Aguanta una vez más, ya no queda mucho», me dije a mí misma, aceptando la mano que me tendía Idril.
—El honor es mío, príncipe Idril —recité igual de impersonalmente.
Muchas chicas resoplaron algo indignadas, otras seguían cuchicheando sobre lo guapo y trasgresor que se veía con ese traje, el mismo que yo le había ajustado...
—No finjas que no me conoces —me susurró mientras me arrastraba al centro de la pista de baile.
Se le daba muy bien ignorar a sus admiradoras, aunque a un grupo de tres ninfas les lanzó un beso al aire con la mano que por poco las hace desmayarse de la emoción. Los rayos lunares atravesaban un gran ventanal e incidían sobre nosotros, como en aquellas ilustraciones tan bonitas de los libros de cuentos.
—Sé que tus labios me recuerdan también.
Ya estaba con las tonterías de siempre, incomodándome, pero no dejaría que me hiciera quedar mal en público, así que le ignoré y me dejé llevar por sus movimientos lentos y el ritmo de la música que comenzó a tocar la orquesta, un vals bastante conocido. Las luces se atenuaron y las notas musicales se fundieron con los rayos de la luna que ahora brillaban con más intensidad. Gelsey desde un rincón asentía satisfecho. Estaba tan sumida en mis pensamientos de todas formas, que todo esto dejó de importarme, simplemente mis pies se movían automáticamente, demostrándole que por mucho elfo que fuera él, yo estaba perfectamente a su altura como pareja de baile. De pronto, me obligué a mí misma a volver a la realidad, pues la música no parecía acabarse nunca. Me llamó la atención un pañuelo de seda cruda que cubría su cuello.
—¿Qué es lo que ocultas bajo el pañuelo? —le pregunté en voz baja.
—Sangre —respondió esbozando una sonrisa maliciosa de media luna—. Me ha mordido una princesa vampira. Deberías probar las endorfinas, son lo mejor que he sentido nunca. Después puedo pedirla que te muerda a ti también, parecía sedienta.
No pude evitar horrorizarme por un fugaz instante, aunque lo disimulé lo mejor posible, no tenía muchas expectativas puestas en él y, sin embargo, tampoco las tenía tan bajas. Su comportamiento era el de siempre por lo que Grisel debía de haberse confundido, Idril nunca querría casarse conmigo.
—No me interesa saber cómo has conseguido que una vampira te muerda sin que Gelsey te descubriera.
—Precisamente quería que me descubriera, llevo toda la fiesta demostrándole que no pienso actuar cómo él pretende que lo haga.
—¿Por eso vas así vestido? —aventuré.
Él se quedó quieto un instante y no pude evitar pisarle sin querer. Contra todo pronóstico, él no protestó, sino que continuó bailando como si nada.
—Entre otros motivos —respondió al fin.
—¿Y cómo quiere Gelsey que actúes? —pregunté inocentemente.
—Tonterías suyas... Que baile contigo y te trate bien y esas cosas —añadió para terminar de convencerme.
—Ah —musité. Preferí no incidir sobre el hecho de que le supusiera un tremendo esfuerzo ser amable conmigo.
Estaba a punto de volver a elevarme a mi nube personal, cuando Idril comenzó a hablarme, esta vez sin desdén ni frialdad alguna, sino más bien parecía ¿preocupado? A estas alturas Gelsey ya se había aburrido de observarnos y se había marchado a atender a los invitados satisfecho o buscar a mi madre, que la vi entrar en el salón de repente con paso firme. Algo había sucedido, pero Idril me obligó a prestarle atención.
—Rose... ¿Te has dado cuenta de que en el mundo hay muchos problemas?
Su pregunta me pilló bastante desprevenida.
—Pues... supongo, sí... Siempre hay problemas en el mundo, hasta nosotros tenemos problemas.
—Me refiero a que las cosas parecen ir realmente mal...
—Que yo sepa estamos en un periodo de paz...
—El viento ya no me cuenta cosas, ¿no te parece inquietante? —insistió.
—Pues... supongo. —No tenía ni idea de qué me estaba hablando.
—La Neblina se extiende cada vez más y más...
—Es culpa de los humanos, ¿no? Al menos eso dice mi madre que Gelsey dice.
—¿Y tú crees que Gelsey siempre está en lo cierto?
—No lo sé, es tú padrastro por lo que tú sabrás. ¿Te sucede algo?
Idril lucía inquieto, sus azules iris se movían nerviosamente de un lado a otro, tratando de encontrar las palabras adecuadas.
—Bueno, hoy cumples dieciocho años y yo los cumpliré la semana que viene. Ambos tenemos responsabilidades que asumir. ¿Tú quieres realmente ser reina?
Ésa era la pregunta que más me incomodaba de todas las que podía haber formulado justo en ese momento. No era posible contarle la verdad.
—Es nuestro deber, Idril... No tenemos elección —me forcé a decir.
—¿Entonces piensas que tenemos que cumplir con el papel que se nos ha asignado desde antes de nacer?
—Qué remedio. —Traté de sonreír nerviosamente—. La gente tiene expectativas puestas en nosotros, nos necesitan... —Me habían repetido tantas veces estas mismas palabras que en realidad no me resultó tan difícil soltarlas.
Idril tenía sus escudriñantes ojos fijos en mí, quién sabía lo que pasaba por su cabeza en esos momentos.
—Te admiro —soltó de improvisto.
Dos copas entrechocaron. Una crisálida se abrió. La estrella más tímida dejó atrás su pudor y se decidió a deslumbrar al mundo con su luz.
—Quién iba a imaginar que al final fueras más valiente que yo. He estado comportándome como un idiota.
Idril cada vez me confundía más. Siempre había sido un chico muy raro, pero esa noche se estaba superando. Me soltó las manos y ordenó algo a la orquesta. Vi cómo los actuales músicos cambiaron por la banda conformada por mis compañeros rebeldes disfrazados. Idril les ordenó que tocaran una canción llamada Léiriú. El título de por sí ya era extraño.
—Yo mismo pedí que la compusieran —explicó a la vez que rodeaba mi cintura y me atraía contra su cuerpo, entrelazando sus dedos a los de mi mano.
—Nunca he bailado algo así... —traté de protestar al escuchar el estremecimiento de los instrumentos.
—Siempre hay una primera vez para todo. —Aquellas palabras, dichas por sus labios, sonaban demasiado sugerentes—. Vamos, simplemente déjate llevar.
Dejarse llevar con Idril resultaba tan fácil y peligroso como dejarse arrastrar por el vaivén de un día grisáceo de mar; si te descuidabas la resaca te llevaba hacia adentro, alejándote demasiado de la orilla.
Una especie de gaita comenzó a marcar el compás de una melodía folclórica, y cuando se le sumaron los extraños y modernos instrumentos que había fabricado Madelaine, mi cuerpo se vio invadido por la repentina necesidad de bailar. Quería saltar, sacudirme como un sauce al viento, sentirme libre y viva de verdad. Y lo conseguí, Idril y yo nos habíamos envuelto en una entrelazada danza que nos aceleraba el corazón con cada movimiento. Ambos sonreíamos abiertamente sin importarnos que se nos desordenara el pelo o que una vez nuestra magia había reaccionado brutalmente. Me lo estaba pasando tan bien, que olvidé lo mucho que aborrecía al príncipe caprichoso y vacilón.
La música aumentaba la intensidad cada vez más y más, así como nuestros movimientos se volvían más enérgicos y apasionados. Los invitados nos animaban batiendo palmas, siguiendo animadamente la canción, ayudándome a sentir que podía volar. Una vuelta, dos y tres.
Léiriú cesó de sonar y nuestros cuerpos quedaron tan próximos como dos espigas, en tensión. Nuestros pechos ascendían y se deshinchaban frenéticamente. Estábamos cansados y con la piel perlada en sudor, pero muy exultantes. Los preciosos iris de Idril brillaban de forma especial por el júbilo que le embargaba, yo debía de verme igual de risueña. Nunca había sido tan consciente de la cercanía de su cuerpo como entonces. El Príncipe me retiró un mechón que se me había pegado en la cara, y el público estallaba en aplausos. Él seguía sin quitar su vista de mí.
—Princesa Rosalie —proclamó con voz clara y alta pese a seguir recuperándose de la falta de aliento para que todo el mundo se silenciara, expectantes de lo que iba a decir a continuación. Una parte dentro de mí se agitó—. Con la luna más hermosa que he visto nunca y la presencia de nuestros estimados invitados como testigos, quiero deciros que sois la mujer más maravillosa que he conocido nunca. Siempre lo he sabido, pero mientras nuestros cuerpos se entrelazaban al ritmo de esta canción tan especial, mis dudas y estúpidos temores se han despejado. Quiero que seáis mi esposa. —Y sus suaves labios posaron un amable beso en el dorso de mi mano.
La muchedumbre reaccionó bastante sorprendida, mas sus voces me llegaban demasiado lejanas. Desde el momento en que Idril había recitado esas terribles palabras había dejado de estar allí. El baile, todas las emociones chispeantes que había sentido, formaban ahora parte de un sueño. La chica que estaba ahí de pie no era yo, sino un cascarón vacío con mi apariencia. Esto no podía estar pasándome a mí, pero era real. Busqué desesperadamente a Grisel entre la gente, mas no la localicé aún por ninguna parte.
Idril esperaba mi reacción, ansioso y sorprendido por que no me hubiera lanzado emocionada a sus brazos como debía de esperarse que hiciera, como si convertirme en su esposa fuera el mayor privilegio del mundo. Pero a mí no me engañaba. Había estado presumiendo toda la mañana frente a Grisel de que lo iba a hacer esta noche. Lo tenía ya todo preparado de antemano y aquello no era más que un número de teatro para engañarme y cortejarme como a una de sus cortesanas más; sus palabras eran tan falsas como la peluca que llevaba el Conde Maximiliano.
—Yo... yo... —balbuceé, incapaz de decir nada.
Las palabras se atoraban en mi garganta y no lograba formular nada con sentido. Me sentía atrapada en una jaula, como un pájaro sin alas.
«Como un colibrí enjaulado».
A mi alrededor la situación no ayudaba. Los invitados habían comenzado a pelearse entre ellos, arrojándose comida. Un pastel de crema azul se estrelló contra mi precioso vestido. Todo era caos. La voz encolerizada de mi madre llegó desde algún lado y pude ver a Madelaine con su disfraz extraño toqueteando el cuerpo de Gelsey. Ya no lo podía soportar más. ¿No se suponía que lo odiaba? Los rebeldes estaban aquí para ayudarme, para acabar con esta vida que se me había impuesto, no para flirtear con los silfos. O eso me habían hecho creer. Me sentí estafada y traicionada.
—¡Ésta es la peor fiesta de cumpleaños de mi vida! —exclamé con los ojos arrasados en lágrimas, y me marché corriendo de allí.
Solo quería huir por lo que ni me fijé a dónde me dirigía.
Llegué por instinto hasta la puerta que comunicaba el balcón con los jardines, y escapé al refrescante aire lunar, continuando sin detenerme, adentrándome más y más en aquellos parajes de misteriosa belleza salvaje. Escuché a Dorothy y a Viviana gritar mi nombre, me habían seguido. Ya no oía la música de palacio, por lo que me detuve a retomar el aliento permitiendo así que mis dos damas de compañía me dieran alcance. La primera llevaba un vestido azul noche mientras que Viviana se había teñido unos mechones de su pelo de morado a juego con su vestido.
Sentí la sal de mis lágrimas en mis mejillas, congelándose repentinamente. Hacía demasiado frío para estar a finales de verano. La atmósfera se respiraba densa y pesada y perdí de vista el cielo cuajado de estrellas. Una niebla muy espesa nos envolvía, se pegaba a nuestros cuerpos como una telaraña pegajosa. La conversación de antes con Idril acudió a mi mente.
—La Neblina —musité más para mis adentros, pero mis damas de compañía se aterrorizaron al escucharlo.
La Neblina había llegado hasta el mismísimo palacio. Mi angustia se tornó también en horror. De pronto me sentía desorientada, no tenía ni idea de dónde estaba ni de cómo podíamos regresar con los demás. Un fuerte hedor me hizo retorcerme en náuseas. Cuando me giré, me topé con dos brillantes y espantosos ojos amarillos. Tan espantosos como una pesadilla la noche antes de Navidad, tan amarillos que me cegaban: los ojos de un demonio, recubiertos de una bruma rojiza. Su cuerpo era una masa informe espesa y grasienta de alquitrán negro a la que se adherían algas y hojas mezcladas con botas y chatarra, quizás prendas que pertenecieron a sus anteriores presas.
El monstruo avanzaba hacia mí, gruñendo y escupiendo una masa viscosa negro-azulada. Retrocedí instintivamente hacia atrás, preparada para volver a salir corriendo, sin embargo, mi tacón se partió y caí al suelo de forma dolorosa sobre mi cuartos traseros. Dorothy se colocó delante de mí intentando formular algún conjuro mientras Viviana me tendía la mano para ayudar a levantarme.
El monstruo se acercaba más y más y tirada en el suelo parecía aún más grande y temible. Una maraña de raíces verdosas brotaron de repente del suelo y rodearon a la criatura. Por un momento pareció funcionar y lo retuvieron, pero después se hundieron en el alquitrán de su espantoso cuerpo. Con todo, no cedieron y tras sentir un estallido de magia, el monstruo comenzó a emitir rayos de luz azulada, después de eso fue como si su malévolo espíritu se desvaneciera y la masa amorfa de alquitrán se deshizo, como un pastel fundido por el calor. De la nada apareció Idril, quien me tomó entre sus brazos sin decir ni una sola palabra. La magia acumulada en las manos de Dorothy se disipó.
—¡Tham! —exclamó Viviana al ver al silfo que acompañaba al Príncipe.
—¿Estáis bien? —nos preguntó.
Las tres asentimos con la cabeza. Idril no parecía tener intención alguna de soltarme.
—Tham, regresa con ellas a la fiesta —ordenó al heraldo.
—Pero Alteza, no puedo dejarle aquí con estos monstruos rondando la zona. Ya van dos veces que su vida ha estado en peligro hoy. Gelsey me...
—¿Es a Gelsey a quien temes? Quiero estar con la Princesa a solas, es importante.
¿Acaso Idril estaba loco? Por nada del mundo quería quedarme allí afuera, además hacía frío...
—Entonces me quedaré aquí vigilando —fue su oferta final.
—Si es así nosotras también nos quedaremos esperando —agregó Viviana.
Idril asintió, echando a andar hacia el interior del laberíntico jardín. A donde íbamos parecía no haber niebla ni monstruos encolerizados, pero seguían sin ser los seguros muros del palacio.
Llegamos a un despejado lago donde el aire estaba límpido y perfumado por el intenso olor de la madreselva y de los lirios acuáticos. La luna y las estrellas se reflejaban sobre la pulida superficie de agua de noche.
—¿Estás bien? —me preguntó al fin, creo que aliviado de no encontrar ninguna mancha viscosa en mí.
—Pues se me ha roto un tacón y mi fiesta de cumpleaños está siendo un desastre... Quiero volver adentro, Idril.
—Necesito hablar contigo a solas.
—Y yo necesito una taza de chocolate caliente. En serio, nos acaba de atacar un... una cosa horrible, ¡tenemos que avisar a los demás!
¿Por qué no se mostraba asustado con la gravedad de la situación?
—¿Ves cómo las cosas están mal? A esto me refería antes... —insistió.
—¿Sabías que la Neblina había llegado hasta aquí?
—No, claro que no. Hasta esta mañana sólo pensaba en maneras de molestarte y encontrarme con el Joker de nuevo para fugarnos..., pero tú me has hecho reflexionar.
—¿Yo? —inquirí, incrédula.
Él asintió, completamente serio, y pasó una mano perfecta por mis cabellos, recomponiéndolos.
—Pesas más de lo que aparentas, ¿lo sabías? —Me depositó con cuidado en el suelo. Decidí no moverme, no quería volver a tropezar—. Tú estabas en la fiesta, asumiendo tu responsabilidad como Reina, mientras yo sólo trataba de hallar la manera de huir.
—¿De verdad hice eso? —pregunté muy confundida.
—Estaba aterrado —prosiguió—. No quería creer en la realidad, para no sentirme confuso cerré los ojos, pero no por mirar hacia otro lado el problema va a solucionarse solo...
—Todo esto es un truco para que acepte casarme contigo, ¿verdad? La Neblina, ese extraño monstruo...
—A mí jamás se me habría ocurrido un monstruo tan feo, ¿y si llegaba a mancharme yo?
Ahí tenía su punto, Idril jamás se habría expuesto a un peligro así.
—¿Entonces qué es lo que me quieres decir? —pregunté, al borde de la desesperación.
—Rose, tú y yo somos especiales. Sé que suena a locura, pero parece ser que formamos parte de una profecía.
—¿Cómo en las historias?
—Como en las historias. Sólo nuestro amor puede salvar al Mundo.
—Pero nosotros no nos...
—Lo sé, pero nuestro poder tiene que fusionarse. Es la única manera... y quizás tampoco es tan malo, sólo tenemos que darnos la oportunidad.
Me sentía navegando a la deriva en un mar de dudas. ¿No se suponía que hoy los rebeldes darían su golpe y se acabarían mis problemas por siempre? ¿Por qué todo tenía que complicarse tanto?
—Darnos la oportunidad... —repetí. Seguía sonando irreal aunque lo pronunciara en voz alta.
—Tengo un regalo para ti —anunció, como si de pronto hablar de profecías y de salvar al Mundo fuese un asunto trivial.
Rebuscó entre los bolsillos ocultos de su chaqueta y extrajo una cinta de terciopelo verde de la que pendía un colibrí tallado en un cristal ambarino. El colgante irradiaba reflejos irisados.
—Feliz cumpleaños, Rose. —Su intensa mirada se sumergía en mis ojos.
Idril, con dedos hábiles y delicados, retiró mi cabello y se permitió acariciarme el cuello mientras me ponía el colgante. Un escalofrío agradable me recorrió de arriba a abajo.
—¿Te gusta? —preguntó al acabar, con una nota de emoción contenida.
Contemplé el colibrí sujetándolo con una mano para poder verlo mejor. No tenía ni idea de qué estaba hecho, pero irradiaba calor y una sensación agradable entre la palma de mi mano.
—Es... precioso —musité encantada, era un obsequio tan bonito que podía quedarme abstraída contemplando las diferentes tonalidades que emanaba aquel colibrí cristalizado—. Te lo agradezco mucho.
Me acerqué al borde del lago para contemplar cómo me quedaba. El colibrí bajo mi garganta resplandecía como una pequeña llama dorada y verde-azulada. Idril se puso junto a mí. Nuestros reflejos juntos se veían bien. No podía dejar de detallar su sonrisa ladeada y sus clarísimos iris. Me costaba creer que ahí estuviera yo, prestándole tanta atención por un simple obsequio. Grisel me había advertido que me mantuviera al margen de todo, mas no lo pude evitar y tuve un impulso un tanto idiota. Me acerqué a él y besé su mejilla.
El Idril del lago se sorprendió de mi actitud, pero no tardó en reaccionar. Volvió a atraparme entre sus brazos y esta vez no me dejó ir. Yo tampoco opuse demasiada resistencia. Cerré los ojos con fuerza y sentí su beso, sus labios cálidos y exigentes besándome con delicadeza al principio, para después continuar besándome de una forma casi salvaje.
El primer beso de mi vida, por muy patético que sonara, Grisel con su sutileza característica me lo había dicho muchas veces, pero yo era de la realeza y con mi madre vigilándome siempre..., además, lo había reservado siempre para alguien especial... Sentí sus manos resbalar entre mis ropas y mi piel se tensó.
—¿Pero qué...? ¿Una pistola? —preguntó muy sorprendido, estudiando el regalo de Madelaine que llevaba oculto bajo mi vestido.
Yo me ruboricé hasta límites insospechados. Me faltaba aire por el beso y no sabía cómo explicar por qué iba armada.
—¿Tenías una pistola y no la usaste contra aquel monstruo para defenderte? —prosiguió, jugueteando con el arma.
Qué extraño, él echándome en cara mi actitud. Detestaba la violencia. Si intentaba usar aquella pistola, estaba convencida que sólo conseguiría herirme a mí misma.
Algo ardía en mi pecho dolorosamente. Se trataba del colibrí, que me abrasaba como una piedra incandescente. La energía dentro de mí se estaba desbordando de nuevo.
Aterrorizada, traté de alejarme de él, pero no me lo permitió, volviendo a asaltar mis labios e incluso profundizando más aquel beso que me estaba robando todo el aliento. Llena de desesperación, le mordí el labio. Sucedió algo muy extraño: nuestras mentes conectaron, interponiéndose sus pensamientos con los míos. Vi suceder a toda velocidad una serie de imágenes confusas. Reconocí a una mujer muy hermosa casi idéntica a él, sonriendo; su baño con Grisel; a Maddie apuntándonos con su pistola en aquel claro del bosque mientras Elijah se enfrentaba al dinosaurio rosa...
«Ya la tengo, qué fácil ha sido», pude escuchar claramente sus pensamientos, que me hirieron profundamente. Al final sólo se estaba aprovechando de mí.
Llena de horror, conseguí empujarle tras recuperarme. Respiré profundamente al notar que las plantas crecían sin control a mi alrededor, acechando al Príncipe. Con mis emociones inestables cualquier hechizo era posible.
—Eres un cretino —le susurré al borde del llanto. Me sentía demasiado dolida por haber dejado que me robara aquel beso tan especial el mayor baboso del Universo.
Me agaché para recuperar la pistola que ahora yacía en el suelo, mientras Idril trataba de deshacerse de las plantas.
—¿Vas a dispararme? —me preguntó, atónito—. Rose, estás loca. Esto es por el bien del Mundo...
Resultaba muy tentador apretar el gatillo, pero Idril era la presa de otra persona.
—Podría encargarme de ti, pero no soy tan buena, dejaré que sea Grisel la afortunada.
—¿Grisel? ¿Ella está aquí? —preguntó el muy tonto incluso entusiasmado.
No me atrevía ni a mirarle a la cara después de lo que había sucedido entre ambos, por lo que eché a correr sin fijarme realmente por donde iba.
Idril se lanzó a perseguirme, siguiendo el rastro de naturaleza descontrolada que dejaba a mi paso.
No quería admitir que me había perdido, pero lo estaba. Con mi tacón roto no podía correr apenas y acabé tropezándome con el bajo del vestido, volviendo a caer de bruces por segunda vez en aquella noche. ¿Cómo tenía la mala suerte de caer en el único charco de todo del camino? Me había llenado de fango, me dolían las rodillas raspadas y se me habían partido dos uñas. ¡Dos! Nunca me había visto en una situación tan mala. Escuché la voz de Idril llamándome estúpida y pidiéndome que me detuviera. Bueno, así desde luego no podía correr.
Al mismo tiempo que el elfo llegaba junto a mí, elevé la vista para toparme con una inconfundible figura. El corazón se me saltó y las lágrimas se me desbordaron. Idril se había quedado tan sorprendido como yo.
—Eres tú...
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