
1.Idril I: Cómo ser invencible
IDRIL I: CÓMO SER INVENCIBLE
"Y el cielo se oscureció, los insectos callaron y el bosque entero se echó a temblar porque Kra Dereth había aparecido allí. Sus ojos eran rojos como consecuencia de haber visto tanta sangre y su mirada, más cruel que un invierno interminable. Entonces se bajó de su negro y demoníaco corcel, se inclinó sobre la orilla del río y el miedo me impidió ver qué ocurrió a continuación, pero desde entonces ese río nunca más volvió a cantar."
Pedro Picaflor. Extracto de "Las crónicas de un héroe que sobrevivió a Kra Dereth", capítulo tres.
BOSQUE DE NÁCAR. 13:00
IDRIL
Me encantan las historias. Bajo el calor de una manta con una capa de humeante vino azul, reunidos en la mesa de una taberna a mitad del viaje o bajo el cielo estrellado de una noche de verano, una historia siempre es bien recibida. El narrador ejerce cierto poder sobre sus oyentes. Entreteje una red de palabras con su voz, engancha el corazón de todos y los une de tal forma que pasas a ser protagonista de la historia. Las emociones que sienten los personajes se convierten en las tuyas propias, y en las del de tu derecha, y el de la derecha de éste y al final, somos un único corazón.
El narrador tiene el poder jugar con tus sentimientos, de hacerte estremecer, llorar o morir de la risa. De crearte cierta angustia, melancolía o decepción. Por un rato, te olvidas del mundo que te rodea y te transporta a ese mundo maravilloso que recrea en su mente y que nos transmite a través de su voz y gestos.
Si el narrador es bueno, no cuesta ningún esfuerzo imaginarse ese gran palacio de torres invertidas o aquel paisaje tenebroso e inquietante. En las buenas historias, los personajes salen de su aburrida monotonía y se embarcan en una gran aventura. Por el camino encuentran al amor de su vida, realizan grandes proezas, descubren terribles verdades y al final, superan sus miedos y se enfrentan a su destino.
Algunos personajes se ganan la admiración de la mayoría; otros, el odio. También están los incomprendidos con sus propios defensores aunque sean minoría. El plantel de personajes no suele ser demasiado original: el protagonista, un chico normal y corriente que se mete en un embrollo más grande de lo que imaginaba o bien, un gran héroe, la princesa que se enamora del protagonista a pesar de las diferencias sociales o una amiga de la infancia del protagonista que aunque siempre le gustó él, no lo reconoce hasta bien avanzada la trama; el secundario gracioso de turno, el inteligente y antisocial, el malo redimido, el traidor que suele estar relacionado con el protagonista, la mujer valiente y guerrera de carácter fuerte que suele morir, la fresca de turno que intenta ligarse al protagonista... Nada que no hayáis visto ya, ¿verdad?
Mi historia es algo diferente. Conmigo de héroe no podría ser de otra forma aunque la culpa no recaía sobre mí, sino en las situaciones en que me veía inmerso. Estaba acostumbrado a vivir rodeado de gente sin personalidad, sin mente propia, simplemente adulaban todo lo que yo dijese. Ya lo tenía más que comprobado, solía hacer la prueba defendiendo a capa y espada alguna idea, para instantes después pasar a detestarla y crucificarla. Nadie me decía nada, sino que agachaban la cabeza o fingían estar de acuerdo y me daban la razón a pesar de haber defendido previamente lo contrario. ¿Qué haríais vosotros en una situación así? Me decían loco y yo era el más cuerdo. Tenía fama de mujeriego, pero yo sólo amaba a una única mujer: mi madre. Pensaban que yo no tenía sentimientos y en realidad no tenía más remedio que ocultarlos. Sin embargo, yo no quería marchitarme. Quería vivir, hacer algo de utilidad. Me gustaría que llegase alguien y me dijera que me comprendía y que no estaba solo, claro que por aquel entonces no era consciente de que vivía encadenado, y romper las ataduras no resultaba fácil. Cometí muchos errores y desperezarse siempre lleva un tiempo. Más tarde descubriría que siempre que una humana loca llamada Madelaine se hallaba cerca, los astros decidían alinearse en mi contra y las cosas más extrañas podían suceder.
Aquel día no fue para menos. Primero me había mareado al montar por primera vez en barco, después nos habían atacado con gas de la risa y para rematar, me derribaron de mi caballo. Perdí la consciencia, no durante mucho tiempo, pero en la mente los segundos no transcurren a la misma velocidad. Me desperté, sobresaltado.
Me costó acostumbrarme a la luz vespertina de la vida real y dejar atrás la claridad brillante de los sueños. Los latidos de mi corazón no se normalizaron hasta que pude comprobar que estaba entero y vestido, aunque la situación no estaba para batir palmas precisamente. Los recuerdos de la carrera a caballo volvieron a mí súbitamente. Sentí algo frío resbalar por mi frente, me debía de haber hecho una brecha. Intenté hacer un hechizo curativo, pero no conseguí que la magia chispeara en mis dedos. Miré a mi alrededor por si había hierro cerca y entonces recaí en Galán, mi caballo. Se había caído al suelo y parecía bastante malherido.
Me incorporé rápidamente, sacudiéndome la tierra y las hojas que estropeaban mi traje, y corrí hacia él, entre preocupado y asustado. En realidad su verdadero nombre era Láidir Agus Misniúil, pero todos le llamábamos Galán. Una de sus patas delanteras sangraba y se había torcido la de atrás. El pobre animal no dejaba de sufrir y yo no podía hacer nada por él. Pegué un puñetazo al aire furioso, encontraría al culpable.
No pude localizar ningún alambre de espinos ni ningún otro obstáculo que alguien hubiese podido colocar, además que con mi desarrollada vista élfica debería haberlo visto, no era tan ingenuo como aparentaba. ¿Entonces qué había pasado? Tuve que dejar la incógnita para más tarde porque el cuerpo inconsciente de Rosalie se hallaba tirado en medio del camino. Con el golpe que me había llevado, me había olvidado de la princesita por completo.
Me arrodillé junto a ella y la zarandeé, pero mis esfuerzos resultaron en vano. ¿Qué se suponía que tenía que hacer en una situación así? ¿Besar a la princesa? Se me ocurrió algo mejor.
Tomé a Rosalie en brazos y me encaminé hacia un río que muy oportunamente pasaba por allí, podía oír el dulce fluir de sus aguas gracias a mi oído. Todavía me tambaleaba, pues el accidente seguía reciente, pero me tranquilizaba el pensar que nadie me estaba viendo.
Una vez en la orilla, dejé caer el peso que sostenía entre mis brazos al agua. La princesa Rosalie comenzó a gritar y a chapotear en el mismo instante en que la superficie del río hizo contacto con su piel. Por culpa del susto tragó agua, pero en cuanto descubrió que hacía pie empezó a tranquilizarse. Yo no pude evitar reírme por su reacción. Completamente empapada y con el cabello pegado a la cara no se parecía tanto a una muñeca de porcelana. La verdad era que casi me gustaba más así, lucía más salvaje y el vestido se adhería a su cuerpo insinuando mucho más de lo que a ella le hubiese gustado. Debió de percatarse de mis pensamientos porque se cubrió el pecho con los brazos. Era tan fácil molestarla...
—¿Por qué has hecho eso? Eres cruel. Y menos mal que lo tenías todo controlado —empezó a lloriquear mientras nadaba con dificultad hacia la orilla.
Le tendí la mano para ayudarla a salir pero la rechazó. Al menos estaba aprendiendo.
—¡Y lo tenía! Pero no sé qué diantres pasó. Además te he salvado la vida —dramaticé un poco—. ¿O acaso hubieses preferido que te besara? ¿Es eso, verdad? —la provoqué, volviendo aterciopelada mi voz.
—¡Claro que no! —exclamó, roja como un tomate.
—Además hace calor, seguro que te secas rápidamente. Yo por el contrario estoy sudando, deberías estarme agradecida.
Rosalie decidió que no gastaría fuerzas en contestarme, aunque por la tensión con que sus manos retorcían su melena para escurrirla, sabía que lo hacía por la refinada educación que la habían inculcado desde el principio. Pobre Rosalie, no era más que una rosa blanca entre plantas venenosas; si no quería acabar mal, no le quedaba más remedio que comportarse como si la hubiesen envenenando. Tenía unas manos bonitas, seguro que resultaban muy suaves al tacto aunque se las notaba inexpertas e inseguras.
Mientras ella terminaba de recomponerse, aproveché para mirar mi reflejo en la agitada superficie. Mi aspecto estaba hecho un desastre con el cabello despeinado, el traje de seda echado a perder y raspaduras por los brazos y las rodillas. Me impresioné cuando vi la sangre reseca en mi sien, pero la herida en sí no parecía muy profunda. Aún así me veía increíblemente guapo.
—¿Estás bien tú? —me preguntó con esa vocecita de ruiseñor—. Esa herida no tiene buen aspecto. Debería atenderte un médico. ¿Te mareas? ¿Te estás mu...? —Ni siquiera se atrevía a completar aquella nefasta palabra.
—Estoy bien, no es nada. —Me hice el valiente, quizás soné más brusco de lo que pretendía.
—¿Por qué no te la curas con un hechizo curativo?
—Porque hay algo que está bloqueando mi magia. ¿Y tú? ¿Tú tampoco puedes usarla?
Como si acabase de recordar que ella era una bruja y que sabía hacer hechizos, intentó realizar un conjuro de sanación, algo agitada por no haber recaído en ello, pero tampoco resultó.
—Yo tampoco puedo —declaró, asustada—. ¿Qué vamos a hacer ahora? Quiero llegar al palacio. ¡Dijiste que cuidarías de mí! Llévame a casa, Idril.
—Mira idiota, estamos muy lejos del Camino Real. Algo o alguien nos ha atacado, mi caballo se está desangrando, estoy hecho un desastre y me duele todo el cuerpo y encima no puedo hacer magia ni tengo mi arco conmigo, ¡y tú no paras de lloriquearme! Me estás poniendo de los nervios.
—Siento que tu perfecta apariencia se haya estropeado...Yo también me he roto dos uñas, ¿sabes?
Si estaba sacando su carácter, debería agradecerme también por esto.
—¡Mi traje era nuevo y he perdido mi diadema! —exclamé, histérico.
—Lo siento Alteza... ¡pero tú eres el príncipe! Además eres un silfo y estamos en un bosque.
—¿Y? Yo soy alguien como tú, sólo que no me la paso derramando lágrimas inútiles esperando a que nos rescaten. Y pensar que tú liderarás a tu raza... Con sólo escucharte me pongo enfermo.
Rosalie era realmente estúpida. ¿Cómo pensaba hacerse respetar entre sus súbditos con esa actitud? Claro que ella era la niña bonita, todos la adoraban y cuando la niña abría la boca para pedir, allí estaban todos a sus órdenes para concederle sus caprichos, el licántropo ése pederasta el primero de todos.
La calma del bosque fue interrumpida por una bandada de pájaros que echaron a volar batiendo con furia sus alas negras. Un par de plumas cayeron sobre nosotros, flotando suavemente en el aire como si quisieran alargar lo máximo posible el momento en que tocarían tierra firme. Atrapé una con mi mano.
—En fin, paso de ponerme aquí a discutir contigo mientras nuestro atacante espera el momento oportuno para acecharnos —concluí, acariciando el cuello de la princesita con la pluma.
—¿Y qué vas a hacer?
—¡No lo sé! Ni siquiera recuerdo habernos desviado tanto al oeste, pero encontraré la forma de llegar antes de que Gelsey tenga que enviar a alguien para rescatarme.
Mi padrastro no podía enterarse de esto. No sabía cómo iba a explicarle lo del caballo, pero no quería que me diese otro discurso como el que acababa de dar yo a Rosalie, ya había recibido bastantes.
—Elijah me estará buscando, será mejor que nos quedemos aquí. Nos encontrará antes de que nuestros padres lo noten.
Rosalie tenía razón en una cosa: Gelsey estaría distraído con la zorra de Helena, así que quién sabría cuándo se percatarían de nuestra ausencia, aunque por nada en el mundo me iba a dejar rescatar por el Capitán. Tenía su amenaza presente y aquí perdidos entre la densa vegetación podía asesinarme y nadie sabría nunca la verdad. Una muerte demasiado patética para alguien de mi calibre, prefería morir heroicamente aunque fuese protegiendo a la cursi, eso era algo mucho más digno de alguien tan increíble como yo.
—¿Vienes o qué? No voy a dejarte aquí sola. Suelo ser un hombre de palabra a pesar de todo.
—De aquí no me muevo. Esperaré a Elijah.
—Allá tú —espeté, dándole la espalda.
Quizás, reflexionando ahora, podía ser que estuviese celoso. En realidad no entendía por qué prefería ser salvada por ese imbécil con el cuerpo lleno de cicatrices que por mí.
Encontré en el suelo, tirada y pisoteada, mi capa. Casi no la había visto por el lodo que la recubría. No iba a ponerme algo así de sucio, por lo que me despedí de ella con pesar, es que era un regalo de una mujer muy hermosa que había venido a visitarme de alguna de esas tierras lejanas que aparecen dibujadas en los dibujos de mi madre. También le dije adiós a Galán, prometiéndole que saldría de ésta, confiaba en que encontraría por el camino algún feérico que pudiese ayudarme. Me volví una vez más hacia la Princesa, pero ésta se había sentado junto al tronco de un sauce y no parecía que se fuese a mover de allí. Debería quedarme con ella, si algo malo le sucediese sabía que con lo idiota que era me echaría la culpa a mí mismo, pero ella se lo había buscado, por preferir al peor de los dos.
Cuando llevaba cinco minutos caminando, comencé a sentir cierto nerviosismo. Me sentía atrapado dentro de un laberinto, siendo acechado desde las sombras por cientos de ojos rojos. A esas alturas tendría que haberme topado con algún feérico, todo aquello resultaba demasiado inquietante, como si algo les hubiese espantado. Además, me sentía completamente perdido, cosa que nunca antes me había pasado al menos en un bosque. Una cosa era que anulasen mi magia y otra, mis sentidos. ¿Me habrían drogado? ¿Seguiría en realidad inconsciente, desangrándome, y esto era un sueño? Todas las posibilidades que se me ocurrían resultaban cada cuál más desalentadoras y estaba empezando a angustiarme.
—¡Está bien! —exclamé, deteniéndome—. Ya estoy harto. Seas quien seas da la cara. Si sois Owen y Archie, esto no tiene ninguna gracia. Si eres un secuestrador no hace falta que reclames mi secuestro, yo mismo puedo darte joyas, pero deja de jugar conmigo —proclamé con la voz más firme que podía salirme en una situación así.
¿Cómo no se me había ocurrido? Alguien debía de haberse enamorado de mí y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por conseguirme.
Unos arbustos se agitaron, sobresaltándome. Clavé mis ojos en ellos, esperando cualquier cosa, pero la voz me habló por detrás:
—Los secuestradores profesionales como yo, secuestramos a la gente sólo por el gusto de secuestrar. No me interesan tus joyas.
Giré sobre mis talones para toparme de frente con el tipo más extraño que había visto en mi vida. Extraño no sé si era la palabra adecuada, pero no es muy usual encontrarte a alguien disfrazado entre una mezcla del Sombrerero Loco y payaso. La camisa de seda negra parecía muy cara, pero también estaba muy desgastada, y sobre ella lucía un chaleco rojo con brocado en forma de negras telarañas. Las manos las llevaba enfundadas en guantes de un blanco impecable. Su extravagancia me cautivó y me hizo interesarme más por él. A pesar de su estrambótico atuendo, había algo en él que imponía respeto; quizás sus ojos purpurinos, quizás la elegancia con la que lucía aquel disfraz. Me miraba de forma indescifrable y no se me ocurría la manera de reaccionar.
¿Cómo había conseguido acercarse a mí sin que le descubriese? Al final había resultado ser la peor de las opciones posibles y esto no descartaba todavía que me hubiese drogado o la posibilidad de que me hubiera golpeado la cabeza fuertemente y aquello fuese una pesadilla.
—De acuerdo, encima eres un chiflado, qué mala suerte la mía. —Decidí adoptar esa actitud insolente mía que desesperaba a los demás—. Pues secuestrarme a mí no es divertido, suelo exasperar a la gente con mucha facilidad, así que será mejor para los dos si tú coges un barco en el puerto y te vas a un circo a buscar empleo y así yo puedo volver a mi aburrido y seguro palacio antes de que mi padrastro se ponga hecho un basilisco.
—Secuestrar es siempre divertido y tú, joven príncipe, no tienes porqué ser la excepción. Además, con los exasperantes es con quienes más me divierto, me gusta superarlos...
El hecho de que me siguiera la corriente me desconcertó, de todas formas no estaba dispuesto a rendirme.
—Que te quede clara una cosa: yo siempre soy la excepción, no cometas el error de confundirme con el resto de idiotas, y tú pareces alguien interesante también. Si te hubieses acercado de forma más normal, habría conversado contigo tranquilamente, pero tirarme de mi caballo me parece un poco psicótico, ni mis admiradoras han llegado tan lejos... —La verdad era que no tenía muy claro por qué le daba conversación a ese demente, quizás el aura enigmática que le envolvía hacía que sintiera cierta curiosidad por él, o también podía ser que no estaba muy acostumbrado a encontrar gente que tuviese su propio cerebro, pero tenía que tener presente que no podía fiarme de él—. Si solamente quisieras secuestrarme ya lo habrías hecho hace un buen rato. ¿Qué es lo que quieres realmente? A parte de perturbarme.
El misterioso ser esbozó una sonrisa de satisfacción que me desconcertó de nuevo y respondió:
—No soy de esa clase de idiotas que van contando sus planes.
—Entonces admites que tienes un plan.
—No, no tengo un plan. Tengo muchos: el plan A, el B, C, D, E, µ, el B1 por si decido usar el A2, el C3 en caso de que use primero el A a secas, pero luego el B1 y B2 fracasen...
—Mira —le interrumpí antes de que me diese una neura—, mi caballo está sufriendo. ¿Podrías devolverme mi magia al menos temporalmente para que pueda curarlo?
—Es sólo un caballo, tú podrías pedir una manada de unicornios y te los traerían.
Por su culpa tuve una visión en la que Helena me regalaba un unicornio rosa y me obligaba a montar en él para luego tirarme por un despeñadero. Regresé a la realidad que era igual de surrealista o más, y tuve una corazonada.
—Si fuese tu pintoresca camisa la que estuviese en juego, ¿la sacrificarías? Es sólo una camisa, puedes comprarte otra.
—Buen argumento. Ve a por tu mascota —declaró tras meditarlo. Me pareció entrever que sonreía, pero quizás sólo me lo había imaginado.
Me encaminé, satisfecho, hacia el camino por el que había venido, pero el tipo raro me detuvo, señalando con el brazo hacia otro sendero que no me sonaba de nada.
—Es por ahí.
—No he estado en esa dirección —reclamé.
—Estos bosques de hoy en día cada vez los hacen más laberínticos —dejó caer con sorna.
Resoplé, resignado, y me aventuré en la dirección que me indicaba. Él me siguió por detrás manteniendo cierta distancia, lo cual lo prefería. Estábamos en los Bosques de Nácar. Se llamaban así ya que en los troncos de los árboles se formaban de forma natural incrustaciones de nácar. El sol les arrancaba destellos irisados, convirtiendo aquel lugar en un paisaje muy hermoso. A mi madre le habría encantado dibujarlo.
Encontré a Galán en el mismo lugar en que lo había dejado. Sentí un enorme alivio cuando vi que seguía vivo.
—Aguanta, te vas a poner bien —le susurré.
El animal intentó mover el hocico para acariciarme el brazo, pero el dolor se lo impidió. Comprobé que de nuevo podía usar la magia, por lo que hice crecer entre mis manos una flor curativa de grandes y fragantes pétalos violetas. Examiné la herida de su pata delantera y gimió de dolor, sacudiéndose. Intenté calmarlo para que se estuviese quieto, no quería derramar ni una gota del néctar mágico.
—Sooo..., tranquilo, tranquilo.
Cuando conseguí inmovilizarlo lo mejor posible, acerqué la flor a la herida y la exprimí con todas mis fuerzas para extraer todo el néctar y verterlo sobre la zona dañada. El efecto de alivio fue instantáneo y la herida comenzó a regenerarse a una velocidad asombrosamente rápida.
—Qué forma más original de curar, pensaba que le transmitirías una cálida energía verdosa que aliviaría sus males —me dijo al oído apareciendo repentinamente detrás de mí. Su aliento sobre mi nuca me hizo sobresaltarme. El bufón estaba sobrepasando los límites de perturbación que podía soportar. Ignoré su burla y proseguí concentrado en mi tarea—. ¿De verdad piensas que soy pintoresco? —preguntó con una notoria emoción.
—Por así decirlo...
—¿Sabes? Antes me ha dado la sensación de que no estimas demasiado a tu padrastro. ¿Por qué no le matas? Tengo entendido que es muy mal gobernante, el pueblo te lo agradecería.
Me volví hacia él para dedicarle una mueca de espanto.
—No se puede ir por la vida matando a la gente, además, él es el único que no me trata como si fuese un pelele. Gelsey no es el padre más cariñoso del mundo pero soy lo que soy ahora gracias a él. Le debo mucho.
Un estremecedor crujido hizo que se me helara la sangre. El payaso misterioso sostenía entre su puño un cuerpo pequeño y emplumado. Le había roto el cuello.
—¿Y qué hay de tu madre? —siguió interrogándome con toda normalidad.
Un escalofrío recorrió mi médula espinal. Procuré olvidar el cuerpo mutilado de aquel pobre gorrión, regresando de nuevo a la tarea de curar a mi caballo.
—Murió cuando yo tenía ciento sesenta años.
—¿Ella te trataba como un pelele?
—Mi madre estaba muy enferma, no era ella misma.
—¿Y tu verdadero padre? ¿Se comió una seta venenosa por accidente? ¿Lo mató Gelsey para quedarse con tu madre?
—Ni lo menciones. El muy bastardo nos abandonó a mi madre y a mí justo cuando iba a dar a luz. —Me sorprendí de la virulencia que desprendía mi propia voz, cuando se trataba de ese maldito no lo podía evitar—. ¿Puedes creerlo? Los partos de los híbridos son muy duros y él la abandonó cuando más le necesitaba. Gelsey llegó después, cuando yo tenía unos ciento treinta años. Nuestros guardias lo encontraron sin conocimiento en uno de los bosques de la zona. Nadie sabe mucho sobre él, aunque su origen es humilde. A pesar de esto, enseguida se adaptó a la vida de palacio.
Lo recordaba tan vívidamente que parecía que acaba de suceder el día anterior. Había tenido una mala mañana en la que mis maestros me habían reprendido por seguir sin poder hacer magia. Toda la comunidad mágica se llevaba las manos a la cabeza cuando pensaban en que sería yo quien ocuparía el trono en cuanto mi madre muriese de una vez. Estaban deseando deshacerse de los dos, pero éramos los únicos que sabíamos tocar la Canción de la Vida, así que se enmascaraban con esas sonrisas llenas de falsedad e intentaban conseguir sacar algo bueno de mí sin mucho resultado. No era que no entendiese sus explicaciones, si el poder bullendo dentro de mí era tan grande que había aprendido inconscientemente a encerrarlo herméticamente en lo más hondo de mi ser. Ellos me pedían que lo sacara, algo que me aterrorizaba, pero me obligué a mí mismo a hacerlo, por mi madre, porque quizás así conseguía salvarla, mas toda esa energía atravesándome el cuerpo dolía tanto que era incapaz de moldearla con mis dedos. Ellos no lo entendían, nadie lo hizo hasta que llegó Gelsey.
Me comunicaron que mi madre, la reina Ellette, estaba en la enfermería junto al desconocido que habíamos rescatado y que solicitaban mi presencia. Cuando llegué, la puerta estaba entreabierta. Me asomé tímidamente y allí estaba él. Desde que lo vi por primera vez supe que era especial. Se encontraba recostado sobre la cama elevada para mantenerse erguido, con su corpulento cuerpo recubierto por vendajes y ungüentos que cubrían varias quemaduras, y aún así se veía imponente, había algo en él que transmitía respeto y solemnidad, y lo más importante de todo: por primera vez en muchos años, mi madre estaba sonriendo. Desde ese momento sus abisales ojos clavados en mí como dos espejos de obsidiana pulida me seguían y me abrasaban cada vez que tenía ganas de llorar, así como su inconfundible voz con ese extraño acento para recordarme quién era yo y por qué no podía mostrar debilidad.
Mis alarmas interiores se activaron, sacándome de mi ensimismamiento.
—¿Qué ocurre?
—Viene alguien —anuncié, agudizando los oídos—. Una mujer joven con la voz muy irritante y... un tal Adrián. Están buscando a alguien.
—Vámonos de aquí —ordenó en un tono que no aceptaba ser contrariado.
—¿Es a ti a quién buscan?
—Éste no es momento para hacer preguntas tontas.
—Mi caballo...
—Déjale aquí, ya enviarás a alguien a buscarlo más tarde. Los pepinos malignos no le harán nada.
Miles de preguntas atravesaban mi mente. No entendía qué estaba pasando aquí y tampoco tenía tiempo para pensarlo. Le seguí porque no quería quedarme solo, no me gustaba la soledad. Cuando llegase al palacio tendría que escribir en mi diario: «Hoy conocí a un tipo que es más raro que yo. Vestía muy extraño pero guay y se creía que le estaban persiguiendo unos... ¿pepinos malignos había dicho?»
—¿«Los Pepinos Malignos» es el nombre de una asociación criminal? ¿Una secta? —inquirí.
—Oh, no. Los pepinos malignos son pepinos poseídos por espíritus malignos.
—¿¿¿Qué???
—Da igual, es una historia muy larga.
¿En qué lío me había metido? Yo no quería tener nada que ver con espíritus de ningún tipo, ni malignos ni benignos. Simplemente me gustaría entender qué estaba ocurriendo.
—¿A dónde me estás llevando? —exigí saber.
—Al puerto. Robaremos un barco y nos haremos piratas, ¿qué te parece?
Me detuve en seco.
—Ah, no. Yo no me voy contigo.
—¿Por qué no? ¿No quieres conocer una isla habitada exclusivamente por mujeres?
La idea sonaba realmente tentadora, pero sabía que algo así sólo era posible en mis más locos sueños, además que el estómago se me revolvía de sólo recordar lo horrible que había sido el trayecto en barco.
—Me vas a llevar a mi palacio ahora mismo.
—¿Es eso lo que quieres de verdad? —Su pregunta me sorprendió con la guardia baja—. ¿Es eso lo que tu corazón quiere realmente? —insistió.
No supe qué contestar. Habíamos dejado atrás los árboles de entrelazadas ramas. Ante nosotros se extendía una ladera verde que abarcaba cuanto la vista de un humano alcanzaba a ver. Lo que me había dejado sin palabras eran los cristales efervescentes que flotaban a nuestro alrededor.
—Esto es lo que quería enseñarle a la tonta de Rosalie —musité cuando el asombro inicial dio paso a una fascinación sobrecogedora.
Estábamos rodeados de dientes de león brillantes que el viento deshacía y después esparcía a su antojo por la gran extensión verdosa. Los pétalos revoloteaban libres durante un tiempo y después comenzaban a deshacerse, volviéndose irisados en su último suspiro. Estar aquí de noche sería como nadar entre estrellas.
—Siento que es aquí cuando los enamorados se declaran amor eterno y se dan su primer beso, pero no sé si estoy preparado todavía.
—Un sirviente me contó que esta zona es rica en orichalcum —procedí a explicarle, ignorando sus tonterías—. En las épocas más húmedas, el orichalcum se disuelve en agua, los dientes de león lo absorben y se forma un sedimento que es como una lágrima brillante. Aquí el viento sopla con más fuerza, diseminándolos, y se forma una reacción que los consume, pero con los rayos del sol o la luna, se vuelven como trozos de arco-iris. Por eso quería verlo ahora, porque más entrado el verano no puede darse este fenómeno.
—Fascinante —comentó sin un ápice de interés.
—¿No te parece increíble?
—Cuando uno ha visto las cosas que he visto yo, el concepto de «increíble» tiende a cambiar bastante.
Normalmente solía molestarme que el viento me despeinase, pero como mi aspecto ya estaba hecho un desastre, disfruté de la agradable sensación que producía el aire golpeando con suavidad mi cara.
—Ella solía describirme esta clase de paisajes. Le gustaba dibujarlos, pero llegó un momento que siempre pintaba los mismos cuadros. Me dijo que se debía a que estaba atrapada en la melancolía y por tanto su corazón sólo visualizaba los paisajes que ya había conocido. Decía que si visitaba lugares nuevos, quizás podría curarse, pero estaba tan débil que no parecía capaz de soportar un viaje tan largo. Si hubiese sido lo suficientemente valiente, yo mismo la habría llevado a donde ella quisiera, sin embargo fui un cobarde...
La voz se me quebró, sin darme cuenta estaba temblando. Desde que me había puesto a rememorar el pasado, algo tumefacto comenzó a formarse en el pecho. Una sensación que se incrementó al sobrecogerme por el fascinante espectáculo y alimentado además por el antídoto contra el gas de la risa, desembocó en una explosión de sentimientos caóticos. Lloraba y al instante después reía, hasta que llegó un momento en que me resultaba imposible distinguir de qué estaban hechas mis lágrimas.
—Oh, ¿no me digas que tú eres de los de tipo sensible que gastan su tiempo lamentándose de lo cruel que es la vida?
—¡¡No!! —exclamé, frotándome los ojos con el antebrazo—. Me gusta la vida, siempre estoy buscando la forma de disfrutarla al máximo. Es sólo que hoy nos atacaron con gas de la risa y aún debe de estar afectándome el antídoto.
—Claro, Alteza. Si todos tenemos nuestros momentos de debilidad...
—¿Tú también? —inquirí.
—Escucha. Había una vez un hombre muy poderoso... —comenzó a relatar.
—¿Cuánto de poderoso?
—Es el ser más peculiar que he conocido nunca. Dime Idril, ¿tú has conocido a alguien peculiar?
Adopté expresión reflexiva y traté de pensar quién era el tipo más peculiar que había conocido.
—Gelsey es el hombre más poderoso que conozco.
El misterioso sombrerero pareció decepcionarse.
—¿Eso es todo?
—¡Gelsey es realmente fuerte! Tiene conocimientos de magia asombrosos... Aunque ahora que lo pienso... ni siquiera él fue capaz de curar a mamá —admití con un deje de amargura.
—¿No fue capaz o no quiso?
—¿Qué estás insinuando?
—Yo hablo, tú interpretas, joven príncipe.
—Él hizo todo lo posible por curarla, era su mujer.
Recordaba con total claridad todo el tiempo que Gelsey pasó junto a mi madre dibujándola runas incomprensibles en su cuerpo. Por un tiempo pareció funcionar, ella realmente mejoró y ya podía abandonar su lecho, aunque a mí no quería ni verme, pero eso ya era otro asunto.
—Idril, un chico tan potencialmente peculiar como tú debería ser más observador. Párate detenidamente a mirar a tu alrededor, tienes tiempo de sobra.
Con el tiempo comprendí que para él, ser peculiar era sinónimo de peligroso.
—Soy muy observador —le rebatí, un poco ofendido—. Conozco a todas las mujeres de la Corte y...
El hombre misterioso sacudió la cabeza negativamente.
—No te fijas en lo realmente importante, solamente curioseas un poco por aquí y por allá, pero no observas la verdadera esencia de las cosas.
—Hablas mucho, no cesas de parlotear, mas lo cierto es que no me estás diciendo nada.
—Te estaba contando una historia peculiar que muy pocos han podido escuchar.
—¿Es importante esa historia? Ya soy mayor, no necesito que me cuenten un cuento para dormir.
—¿Prefieres que te diga mejor cuál es el secreto que hace a un hombre invencible? —preguntó algo decepcionado por mi falta de interés en su historia.
—¡Eso suena mucho más interesante! ¿Realmente me lo vas a decir o solo me estás tomando el pelo?
—Me encanta tomarte el pelo, pero esta vez lo digo en serio.
—Bien, entonces soy todo oídos —proclamé, sentándome en la hierba e invitándole a que él me imitara.
—Pero para eso debo contarte primero la Historia del Hombre Invencible que fue vencido —insistió ya sentado frente a mí.
—Está bien, está bien, pero hazlo de una vez.
Suspiró, satisfecho de tener al fin mi atención.
—Ya te he dicho que él era el hombre más peculiar que he conocido.
—¿Cómo se llamaba?
Sus iris rojos destellaron con malicia.
—Kra Dereth —reveló en el mismo tono en que alguien revelaría el secreto para convertir la madera en oro.
La primera vez que escuché aquel nombre, no sentí nada en especial. Ni se me erizó la piel ni el corazón se saltó ningún latido.
—Suena muy ridículo, con ese nombre mucho respeto no debía imponer.
—Bueno, es que los elfos oscuros suelen tener nombres un poco impronunciables, la gente suele temer lo extraño y desconocido. Los hay mucho peores, te lo aseguro —repuso, sorprendido por mi reacción indiferente.
—¿Era un elfo oscuro? Mi padre también lo tuvo que ser, no me caen bien.
—No eres el único al que no le cae bien Kra Dereth...
—Ya te he dicho que con ese nombre sus padres le cerraron muchas puertas. —Yo siempre tenía razón de las cosas.
—Continuemos —declaró con un ademán de la mano. El aire se detuvo a nuestro alrededor—. Ningún hombre se siente entero hasta que ha encontrado un motivo, un objetivo que guíe su vida. Hasta que no lo encuentran son meros cuerpos vacíos, muñecos programados para sobrevivir. Kra Dereth sentía ese vacío, pero apenas le prestaba atención. Durante mucho tiempo se dedicó a vagar de un lado para otro tratando de eliminar esa pequeña y molesta sensación que a veces le incomodaba. Deambuló por mucho tiempo sin esa meta, sin ese objetivo al que llegar, y la sensación de vacío fue incrementándose hasta que se volvió insoportable. Temió volverse loco sino encontraba la cura.
—¿Y la cura es...? —pregunté aturdido por la musicalidad de su voz.
—Así no, hemos alcanzado el primer punto importante. Se necesita un objetivo. ¿Cuál puede ser el tuyo?
La pregunta me pilló un poco desprevenido y respondí lo primero que se me vino a la cabeza:
—Eh... ¿Ser un buen rey?
—Bueno... Podría ser —dijo no muy convencido—, pero ¿eso te hace realmente feliz?
—Si soy un buen rey, mis súbditos son felices, por lo que supongo que yo también, ¿no?
—Es un objetivo muy abstracto, hay que ser más específico.
—A ver... ¡Ya sé! ¡Seré el amante más codiciado del mundo! Todas las mujeres, incluso las princesas más exóticas e inalcanzables, harán cualquier cosa por tal de poder pasar una noche conmigo.
—Pero ése es un objetivo muy superficial... El placer y la belleza son cosas efímeras Idril, al final los acabas aborreciendo.
—Vaya... ¡Pues entonces seré un gran aventurero!
—Eso ya está mejor, aunque para serlo, necesitas una gran aventura, un objetivo. Es ese objetivo el que quiero que te fijes, pues al fin y al cabo todos los que vivimos la vida somos de alguna forma aventureros.
Reflexioné, no quería volver a decepcionarlo. Devané las posibilidades de la respuesta adecuada para asignarme un designio. Si lo pensaba así, sonaba mucho más importante y me olvidaba de que en realidad estaba perdiendo el tiempo con un cuento absurdo. Se me ocurrió algo y aquello me entusiasmó.
—Mi objetivo será hallar el lugar más bello, donde habitan las mujeres más bellas, donde la comida sabe mejor, donde el aire es más fresco y las estrellas brillan más. Encontraré Léiriú, la ciudad de ensueño.
—Léiriú —repitió para sí mismo—. Suena bien, es un nombre peculiar para alguien peculiar como tú.
—En realidad no existe, me lo acabo de inventar —reconocí, sonrojado.
—Cualquiera con dos dedos de frente y un mapa puede encontrar una ciudad que existe. El reto, la gran aventura, consiste en encontrar esa ciudad de ensueño.
—¿Entonces me acompañarás en mi aventura para encontrar a Léiriú?
La idea había logrado entusiasmarme.
—No sé... Primero termina de escuchar la historia para terminar de comprender. Ser un aventurero no es nada fácil, no cualquiera vale para ello.
Yo era un joven muy impaciente, pero me convencí de que si le escuchaba, obtendría mi recompensa. Como le hice un gesto con la mirada para que continuara, prosiguió:
—Kra Dereth encontró también su objetivo. No fue fácil, pero al final sabía qué era lo que quería en la vida más allá de seguir viviendo porque sí. Se volvió el hombre más feliz del mundo porque alcanzó ese objetivo, o creía que le quedaba muy poco para alcanzarlo. Y llegados al punto número dos, te pregunto, gran aventurero en ciernes: ¿Por qué cuando al fin alcanzó la felicidad, se volvió vulnerable?
Mientras hablaba, yo me esforzaba por ir analizando cada una de sus palabras, aunque resultaba difícil no encandilarse por su tono de narrador que te transportaba muy lejos. De alguna forma sabía que me estaba contando una gran historia, una historia como de las que antes os he hablado, pero no lograba comprender nada y eso me frustraba.
—Él quería ser feliz, encontró su objetivo y consiguió ser feliz, ¿no? —recapitulé—. Pues no entiendo por qué se volvió vulnerable entonces, yo creo que por el contrario se hizo más fuerte aún ya que los demás le envidiarían con toda seguridad.
Él me observaba en silencio y sus ojos tenían un brillo especial que no sabía muy bien qué transmitían. La forma en que me analizaba resultaba indescifrable.
—¿No sabes qué es lo que hace a alguien, por muy peculiar que sea, vulnerable?
Recordé que Gelsey no solía tomar alcohol porque decía que no le gustaba perder el control de la situación.
—¿El alcohol? —propuse.
—El más fuerte de todos los licores —rió.
—¿Y ése cuál es? ¡Yo quiero probarlo!
—Todavía eres demasiado joven, algún día lo probarás por ti mismo.
—¿Pero cómo se llama?
—En realidad son dos, que combinados, crean la fórmula explosiva: ilusión y esperanza.
Su respuesta me desconcertó y le miré dubitativamente.
—Gelsey se reiría de esa clase de respuesta.
—Sólo los idiotas y los cobardes se ríen de aquello que desconocen o temen.
—¿Entonces, cuando alguien se embriaga de ilusión y esperanza se vuelve vulnerable?
—El efecto es más fuerte cuando se trata de la primera vez que lo pruebas. Kra Dereth se embriagó demasiado y así fue derrotado.
—Entonces la conclusión es... ¿Bebe con moderación?
—Sin duda los excesos son peligrosos —sonrió.
—Eso está muy bien en la teoría, en la práctica se vuelve aburrido. Para vivir, hay que cometer locuras. Además, la ilusión y la esperanza no son malas...
—Eso ya es cuestión de interpretaciones. Cada uno interpreta las lecciones de la vida como quiere. Cuando estés listo para el tercer punto, entonces quizás comprenderás el secreto para ser realmente feliz.
—¡Estoy preparado!
—No, ni mucho menos, pero sí que puedes saber ya cómo ser invencible que es lo que te dije inicialmente que te iba a contar. —Presté la máxima atención. El corazón me latía desacompasadamente—. Para ser el más peculiar, debes de ser invencible y uno se vuelve invencible cuando los enemigos no le pueden derrotar, y si no se le puede derrotar, es porque sabe cómo volver vulnerable incluso a alguien más peculiar que uno mismo.
—Tiene que ver con todo esto de la felicidad y la esperanza, ¿verdad? —repuse algo mareado ante tanta palabrería.
—Para derrotar a alguien así de peculiar y fuerte, Idril, tienes que darle toda la felicidad posible. Hazle realmente feliz, embriágale de ilusión y esperanza y entonces, cuando menos se lo espere, arrebátaselo todo. Destruye de golpe toda esa felicidad, húndele en la miseria. Y asegúrate de que no regresará nunca porque si lo consigue, volverá más peculiar que nunca y la venganza será terrible.
Había algo oscuro nadando entre sus palabras, algo inquietante y turbador. El viento lo había percibido, pero yo estaba tan emocionado por todo lo que había aprendido que no le presté atención. Iba a convertirme en un gran aventuro, encontraría Léiriú y ahora sabía la forma de derrotar a cualquiera que se interpusiera en mi camino; no es de extrañar pues, que me hallara exultante.
—¿Qué es ese montículo rosa de allí? —pregunté señalando una especie de terraplén de color rosa que quedaba a unas yardas de nosotros. No había recaído en él hasta ese momento.
—No te acerques a él, Idril. ¿Qué puede ser de color rosa y medir cinco metros?
Le ignoré, me sentía invencible y mi curiosidad había levantado un apetito feroz, por lo que quería comprobar por mí mismo de qué se trataba.
Cuando prácticamente lo había alcanzado, el montículo comenzó a moverse. Un par de ojos amarillos y brillantes, garras y colmillos aparecieron en él. Antes de que pudiese reaccionar, el monstruo ya se había abalanzado sobre mí.
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