Capítulo 9 Cazar con Sigilo
Capítulo 9 Cazar con sigilo
Leila caminaba por las ramas de los árboles con gran destreza, tal como lo haría un equilibrista. Colocaba un pie adelante del otro con gracia y cadencia y apenas sus plantas parecían pisar el ramaje que permanecía inmóvil tal como si en efecto la hermosa pelinegra levitara en vez de caminar. Su torso erguido y mirando hacia al frente pues sus ojos no necesitaban mirar las ramas para saber donde plantar el próximo paso. Y todo esto parecía estarlo disfrutando a plenitud.
Sus largas y torneadas piernas al descubierto parecían haber sido talladas por los dioses en un mármol reluciente y terso. Leila Los rastros del violento ataque por parte de los campesinos rabiosos ya habían desaparecido casi por completo de su cuerpo. Apenas quedaban unas imperceptibles manchas purpúreas en su piel y las heridas abiertas ya estaban cicatrizando. Aún teniendo su cabello algo desalineado y su vestido rasgado y manchado de sangre y hollín, Leila se veía hermosa. Más hermosa de lo que era en vida si es que eso fuera posible.
Leonardo caminaba a la par de Leila en las ramas del árbol aledaño. Ambos miraban hacia abajo escudriñando el suelo del bosque.
–¿Por qué tenemos que cazar un animal del bosque y no un humano? – Leila le preguntaba a Leonardo haciendo pucheros de niña pequeña.
–Porque quiero que aprendas a cazar con sigilo.
–¡Yo ya sé cazar con sigilo!– Leila reaccionó levantando la voz molesta provocando que las aves en los árboles circundantes huyeran despavoridas.
Leonardo abrió los ojos de par en par mirando a Leila con un gesto de asombro y a la vez de resignación. Luego le sonrió tiernamente y colocó su dedo índice sobre sus labios para indicarle que debía hacer silencio.
–A eso llamamos sigilo en estos días, ¿verdad?– Leonardo le hablaba en tono de broma y soltaba una queda carcajada. De seguro no quería ahuyentar al resto de los animales del bosque. –Leila, aún tienes mucho que aprender. Primero, no necesitas aire para respirar. Tu cuerpo lo hace, digamos, por costumbre. Además sería sumamente espantoso e inverosímil que vieras por ahí a alguien sin que su pecho se mueva con el vaivén que produce la respiración. Por lo tanto, el aire que tienes dentro debes aprender a manejarlo para enviar lo necesario para hablar. Un flujo de aire en exceso sólo ocasionaría que tu voz estruendosa haga eco hasta el otro extremo del bosque.
– Muy bien. De acuerdo. Tal vez necesito moderar un poco mi tono de voz. ¡Bah! ¡Por Dios! Eso me decía mi madre a cada rato cuando era… ¿humana? – Leila cambiaba de su tono irónico a uno meditabundo. Su mirada fija en el horizonte y luego al rostro de Leonardo. –Ya no soy humana, ¿verdad?
–Mia rosa nera… No. Ya no eres humana.– Leonardo saltaba a la rama gruesa donde estaba posada Leila y le tomaba la mano. Sus ojos estudiaban lastimeros el rostro de Leila, quien aun no le miraba.
–¡Y entonces, qué soy porque no entiendo nada!¡En qué me convertiste! – Leila soltaba la mano de Leonardo de manera abrupta y molesta. Luego se alejó rápidamente y saltó varios metros hasta el suelo, cayendo prácticamente erguida en el suelo.
–¡Leila, espera! Mia bella, tienes que calmarte. Mira, vamos a cazar y a abastecernos. Luego hablaremos con más calma.
–¡Calma! ¡Cómo quieres que me calme! Una horda de sucios campesinos me golpearon y me iban a quemar viva! ¡Ja! ¿Viva? ¿Acaso estoy yo viva? Me dejaste tirada en el bosque para morir en mi casa… ¿Me morí en aquel entonces? Si no fue así me enterraron viva. Desperté con gran dolor en el cuerpo, helada y con un ardor en la garganta que no podía soportar. Sólo lo aplaqué cuando maté y maté y asesiné a todos cuantos tenía en frente y bebí su sangre. Acabé con todos en mi castillo… incluyendo a mis padres. ¡Y me pides que me calme! ¡Es que no entiendo qué soy!– Leila se movía de un lado a otro. Sus afilados colmillos sobresalían de su boca amenazantes como un animal rabioso.
Leonardo se acercaba a ella con cautela. El sabía que no había nada más peligroso que un vampiro recién convertido, sediento, confundido y molesto. Y más aún si el vampiro era mujer y de naturaleza humana impetuosa. El vampiro caminaba con cautela y extendía su mano con la palma abierta mirando hacia abajo como quien quiere amansar a una fiera. –Leila, escúchame. Sé que tienes muchas dudas, pero tenemos toda la eternidad para que las aclares.
– ¡Yo necesito aclararlas ahora! Tus eternidades son inciertas. Después de lo que me pasó anoche… ¡No creo en ti ni en nada de lo que me digas!– Leila seguía hablando y rabiando descontrolada. La pelinegra avanzaba amenazante hacia Leonardo que retrocedía sin dejar de mirarla. La espalda del hombre encontró el duro tronco de un árbol de sauce.
–Leila, por favor, tienes que calmarte. Vas a conocer todo a su debido tiempo. Primero tienes que calmar tu sed de sangre para que puedas entender las cosas con claridad. – Leonardo tomaba a Leila por los hombros para alejarla de él, pues su cercanía le causaba temor. Un vampiro sediento es aún más peligroso que uno fortalecido por la sangre. Los instintos se vuelven letales y las reacciones impredecibles.
En esos momentos, Leila se alejó por si sola de Leonardo y se volteó. Ladeó su cabeza y escudriño con sus ojos su alrededor para luego olfatear el aire como un sabueso cuando está alerta en la caza. –Huele… ¿a qué huele? Humano… hay un hombre cerca… o varios. Si…– Los ojos de Leila se volvieron rojos como el granate y sus colmillos se alargaron aún más en su boca. Se giró hacia su izquierda y olfateando el aire una vez más emprendió carrera.
–¡Leila espera!– Leonardo le gritó, pero Leila siguió corriendo sin voltearse. – Leonardo se dijo a sí mismo con un tono de resignación. –Creo que esto va a ser más difícil de lo que esperaba.– y salió corriendo detrás de ella.
Leila avanzaba por el bosque, esquivando árboles, rocas y troncos tirados en el suelo de manera impresionante. La velocidad con la que corría era literalmente sobrehumana. Leonardo avanzaba detrás de ella y aunque se movieron casi una milla bosque adentro solo tardaron unos segundos.
Un claro se abría entre la espesura del boscaje y un río cruzaba el mismo. Al otro lado del caudaloso cuerpo de agua había un par de cazadores montados en sus caballos. Leila los divisó, convirtiéndose los mismos en la presa ante los ojos fulgurosos de la pelinegra. La mujer atravesó el claro en un segundo y de un saltó cruzó de un extremo a otro el río cayendo de pie al otro lado ante los ojos incrédulos de los hombres.
Leila arremetió violentamente contra uno de los cazadores y de un golpe lo derribó al suelo. El caballo del pobre hombre salió huyendo, relinchando despavorido, mientras Leila inmovilizaba a su jinete trepándosele encima y enseguida le clavaba los colmillos en la garganta.
El otro cazador estaba aturdido y a la vez aterrado viendo como su compañero yacía en el suelo y pataleaba y gritaba de dolor mientras aquel monstruo de largos cabellos oscuros lo mordía y bebía su sangre. Así que tomó su arco y flecha y le apuntó a Leila.
–¡Noooooo!– Gritó Leonardo mientras saltaba por los aires del mismo modo que Leila llegó hasta ese extremo del río. Con su brazo extendido derribó al hombre del equino y cayeron los dos malamente al suelo. Leonardo se repuso rápidamente y tomando al hombre por el cuello lo elevó en el aire quedando sus pies a varios pies de la tierra. Con su mano apretó su garganta hasta que el hombre se puso morado. El vampiro caminó con el cazador hasta que llegaron a una pared de roca cercana y allí golpeó al hombre contra la ladera empedrada, provocando que su cabeza se abriera en la parte posterior y muriera en el acto.
Draccomondi dejó caer al extinto cazador en el suelo y caminó hacia Leila que acababa con la vida del otro hombre al beber toda su sangre. Luego, colocó la mano en el hombro de la mujer vampiro quien se volteó de manera repentina. Sus ojos destellaban rojos como la sangre misma y su boca, mejillas y mentón estaban embarrados con el líquido carmesí. Sus largos colmillos sobresalían de su boca chorreando sangre y sus labios se retrocedían hacia arriba. Luego produjo un sonido gutural como el de un animal rabioso y miró a Leonardo fijamente.
Leonardo dejó salir un hondo suspiro y la miró resignado. –Está bien. Dejamos para una próxima ocasión la lección de cazar con sigilo. ¿Te parece?
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