Capítulo 37 Viuda o no viuda
Capítulo 37 Viuda o no viuda
—Leonardo—, pronunció Leila en un suspiro.
De pie e inmóvil, la pelinegra observaba absorta al vampiro que tenía frente a ella. Su boca entreabierta por la conmoción aún chorreaba sangre fresca mientras sus colmillos se refractaban.
—Su más ferviente servidor , la mia rosa nera—, respondió el conde de Draccomondi haciendo un exagerado gesto de pleitesía.
Dierk, quien había observado por unos segundos al desconocido y viendo que Leila sabía quién era caminó para pararse junto a esta.
—¿Quién es este vampiro? ¿De dónde le conoces?— inquirió el rubio con cierto aire de incomodidad una vez se limpió los restos de sangre de su boca. Contrario a la mujer, los colmillos en Dierk se alargaban aún más en señal de que detectaba una obvia amenaza.
—El... Él es Leonardo Draccomondi, un viejo amigo—, contestó una escueta Leila.
—¿Un viejo amigo dices? Vamos, Leila... dile la verdad al mocoso. Sabes que fui mucho más que eso—, Leonardo hablaba acercándose lentamente hasta donde estaba la pareja de vampiros.
Dierk cuadraba sus hombros y erguía su torso dirigiendo una mirada punzante al hombre que le había llamado mocoso.
—Fuiste... Tú lo has dicho, fuiste—, ripostó de inmediato la pelinegra.
—¿Fue qué o quién Leila?— un inquieto Dierk cuestionó.
—Permíteme contestarle al muchacho lo que es obvio no le quieres tu decir, mia bella contessa. Ascoltare bambino molto attentamente (escúchame atentamente niño)—, dibujando una sonrisa burlona en sus labios y dejando entrever unos blancos y puntiagudos caninos, el Draccomondi se dirigía a Dierk acercándose aún mas en un caminar presuntuoso—. Yo soy mucho más que un viejo amigo. Soy quien convirtió en vampiro a la hermosa mujer a tu lado... Fui el primer hombre en su vida, quien la hizo mujer tomando la prenda de su virginidad—. Leonardo estaba ya a un par de metros de distancia de Dierk y los ojos del pobre joven vampiro se abrieron enormes. Los celos y la inseguridad corrían en la misma manera frenética que la sangre en sus venas. El conde italiano continuó su interlocución, —Y tú, ¿quién eres? ¿Su nuevo amante en turno?
—¡Soy su esposo!— respondía el otro alterado, tomando a Leila de la mano, reafirmando su relación.
—¿Su qué? ¿Esposo has dicho? Pero y esa formalidad... A parte de ser una total ridiculez—, Leonardo dejaba soltar una carcajada sonora y burlona—. ¿Te conseguiste un vampiro cristiano? ¿Dónde fue la boda que no fui invitado para decir 'me opongo'? Mira que estoy en mi santo derecho y si fuere así queda vuestro matrimonio anulado porque resulta que esta vez, la Condesa de Argengau no es viuda. Su primer 'esposo' ha aparecido.
Un furioso Dierk arremetía contra Leonardo quien con una sonrisa de triunfo en su rostro invitaba a al impetuoso muchacho a pelear con él. Leila de inmediato se interpuso entre ambos. Empujando a Dierk hacia atrás logró que este retrocediera un poco y colocándose desafiante frente a Leonardo le habló, —¡Qué demonios haces aquí Leonardo! ¿Qué es lo que quieres luego de casi un siglo de haberte ido... huido como un cobarde y dejándome sola a merced de los inquisidores en Ulm?
—Sólo vine a buscar lo que me pertenece: la mia bella rosa negra. Te he seguido el rastro por décadas buscándote por todo el imperio y solo hasta ahora he dado contigo.
—¿Para qué ahora? ¡No estuviste cuando debías haberte quedado a mi lado Leonardo! ¡Ahora no te necesito! Y sabes qué, no creo que me hayas buscado como dices... Y si en verdad así fuese, permíteme decirte que has llegado tarde—. Leila encaraba al hombre a pocos centímetros frente a ella con coraje. Su respirar agitado producía gruñidos como de una bestia.
—Pero, principessa, juro que lo que te digo es cierto. He venido por ti... Mira hagamos una cosa. ¿Por qué mejor no vamos a otro sitio a conversar? En privado—. Leonardo miraba de reojo a Dierk, quien alerta esperaba la menor provocación para atacarle.
—Yo no voy contigo a ningún lado Leonardo Draccomondi. Te dije que has llegado tarde y por un siglo de retraso. No tengo nada que hablar y no pienso ir a ninguna parte. Estas son mis tierras, tengo mi castillo y una pareja que haría lo que tú no hiciste: dar su vida por mí. Así que te puedes ir por donde viniste, porque yo aquí soy feliz.
—¿Feliz dices? ¡Ja, ja, ja, Leila por favor no me hagas reír. Los vampiros no son felices. La felicidad como la llamas es un estado relativo a la pusilánime humanidad. Es un momento pasajero de alegría en la vida de un mortal. Tú no eres feliz Leila. Vives en un pequeño castillo en un rincón del mundo olvidado por Dios y por los hombres. Solo tienes un puñado de sirvientes y famélicos trabajadores a tu servicio y un 'esposo' que se pasa todo el día ensuciando sus manos en la tierra como un pobre campesino para mantener tus gustos y tú minúsculo feudo... Ven conmigo amore mio y yo te aseguro que no sólo serás feliz, tendrás una vida plena, llena de lujos como mia rosa nera lo merece.
Leonardo tomó de la mano a Leila y ese fue el detonante para que Dierk se lanzara sobre el mismo. Cundido por los celos y la rabia el vampiro de cabellos rubios se abalanzó sobre el conde. Leila cayó al suelo hacia un lado viendo como los dos hombres se revolcaban por el suelo del bosque. Un aguerrido Dierk se colocaba encima de un aparente abatido Leonardo. Sus fauces se abrían para mostrar amenazantes sus colmillos. El hijo del fenecido Vogt era más alto y musculoso que Draccomondi y parecía llevarle relativa ventaja. Leila observaba atenta la cruenta lucha entre estos dos seres poderosos. Los gruñidos se escuchaban altisonantes y hasta la mujer temblaba de angustia y de miedo.
Dierk pudo contener a Leonardo y rápido se inclinó para enterrar sus colmillos en el cuello de este. El conde parecía perdido luchando por su vida mientras el más joven doblegaba en fuerzas al veterano vampiro. En esos momentos, el conde logró zafar una de sus manos alcanzando a meterla en su bota. De allí saco una daga y un segundo después la enterró en el costado de Dierk.
—¡Dierk! ¡No!— gritó Leila.
Leonardo se levantó rápidamente mientras el otro se retorcía del dolor cubriendo la herida en su costado. Borbotones de sangre espesa, oscura y maloliente se escurría entre los pálidos dedos del vampiro. Leila se puso de pie y corrió hacia dónde estaba su hombre. Pero no logró llegar a tiempo. Draccomondi empujó al rubio por la espalda y este cayó de pecho al suelo, su cara mordiendo el polvo. El conde se le colocó encima y agarrando a su contrincante por el mentón, giró su cabeza con tal fuerza que quebró su garganta. El sonido de los huesos rompiéndose hicieron que Leila cayera de rodillas al suelo a unos pasos de ellos para luego presenciar impotente como Leonardo de un tirón arrancaba la cabeza al pobre de Dierk acabando con este.
***Oh oh! Se fastidió Dierk. ¿Leila es viuda o no es viuda ahora? Poco lo duró la felicidad. ¿Qué creen que hará ahora la Von Dorcha?
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