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Capítulo 25 Revelaciones inesperadas

Capítulo 25 Revelaciones inesperadas

En el castillo de Regensburgo, Leila cepillaba sus cabellos frente al espejo con ademanes de coquetería. Sonreía maliciosamente recordando su bocado de media noche. El viajero que encontró mientras cabalgaba en la tarde anterior por el claro del bosque resultó muy apetitoso de muchas maneras. Se relamía los labios del gusto y su cuerpo aun tiritaba de placer recordando lo fogoso que le había salido el caballero. Lástima que la vampiro no pudo contener su sed y él terminó siendo su cena. Sino, lo hubiera guardado como su juguete por un par de días más.

En esos momentos sus pensamientos libidinosos fueron interrumpidos por la súbita entrada de Romynah a la habitación.

—¡Doña Leila! ¡Doña Leila! Algo terrible está pasando mi señora!—, la sirvienta lucía muy alterada y su pálido rostro denotaba gran nerviosismo.

Leila se volteó de inmediato hacia la joven visiblemente molesta. —¡Pero qué es todo este escándalo Romynah! ¡Qué te pasa!

—¡Mi señora, algo horrible ha acontecido! Tiene que venir al bosque... A la fortaleza olvidada.

—¡Explícate Romynah, por favor! ¿Para qué tengo que ir al bosque yo?

—Mi señora, ¿recuerda la extraña nube de tormenta de anoche? Pues no era una nube de tempestad...

Romynah y Leila salieron del castillo por los pasajes de escape en la parte trasera. Como acróbatas expertas saltaron las murallas del ducado para luego brincar sobre el pozo de agua cenagosa y oscura que fluía alrededor del castillo. Entonces, emprendieron su carrera por el bosque a toda prisa esquivando troncos y peñascos con magistral destreza. Unos minutos más tarde llegaron a las viejas ruinas.

Aquello parecía una zona de guerra. Los restos tanto de humanos como de vampiros yacían esparcidos por doquier. Unos desmembrados cubiertos de sangre espesa y maloliente y otros calcinados, carbonizados en su totalidad.

Las murallas de piedra que habían permanecido incólumes tras el paso del tiempo, estaban en el piso, destruidas, hechas pedazos de piedra y cal. Ya era muy poco lo que quedaba en pie de aquel hermoso paraje abandonado, ahora un montón de escombros bañados en sangre.

—Mi señora, sígame. Tiene que ver esto—, Romynah guiaba a Leila entre los destrozos hasta llegar a los restos de lo que parecían ser las mazmorras.

En el suelo, recostado de una pared, se encontraba un soldado vampiro agonizando. De su costado emanaba sangre viscosa, oscura y hedionda. El reaccionó al ver que las dos hembras habían llegado. Una sonrisa débil se dibujó en su rostro mostrando alivio al pensar que podría ser rescatado.

Leila reconoció al guerrero como uno de los escoltas de los príncipes vampiros que habían llegado hasta su castillo. La pelinegra se acercó al individuo. Romynah sé colocó al lado de Leila y le habló al vampiro. —Dalak. Traje a mi señora Leila para que le cuentes todo lo que me haz dicho.

—¿Qué es este desastre soldado? ¿Qué lo ha provocado? ¿Quién ha hecho esto?—, inquirió Leila.

Dalak, que a penas podía moverse, trataba de enderezar su torso para dirigirse a Leila. La sangre que emanaba de su costado pintaba una enorme mancha en su túnica. Con una mano intentaba cubrir la profunda herida y con la otra intentaba enderezarse.

—Condesa, fue Gabriel...—, el soldado dejó inconclusa la oración y comenzó a toser, tosía sangre repetidas veces.

—¿Qué Gabriel? ¿De quién demonios me hablas?—, Leila reacciono confundida, desesperada.

—Un ángel—, Dalak apenas podía seguir hablando. Estaba a punto de expirar por la pérdida de sangre.

—¡Dame tu mano Romynah!—, Leila ordenó de inmediato a su sirvienta.

—¿Mi mano, señora Leila?

—¡Si, tu mano!—, de inmediato Leila tomó el antebrazo de Romynah y lo sostuvo con la palma hacia arriba. Agarrándole fuerte la muñeca a la sirvienta, Leila le enterró la uña en la piel y de inmediato un grueso hilo de sangre se dibujó en su mano. Leila haló rápidamente el brazo de Romynah y colocó la mano ensangrentada en la boca de Dalak quien de inmediato se adhirió a ella para succionar el liquido carmesí. Romynah se sacudía buscando zafarse pero no fue hasta Leila estimó conveniente que liberó su brazo.

Romynah cayó hacia atrás y se aguantaba su mano herida. El vampiro lucía más repuesto. —A ver, Dalak, explícate... ¿Quién es Gabriel?

—El arcángel Gabriel y Uriel, ambos vinieron anoche y acabaron con todo y con todos. Solo he quedado yo con vida luego de que vinieran a buscar al ángel vampiro.

—¿Gabriel? ¿Uriel? ¿Un ángel vampiro? ¡Yo no entiendo nada de lo que me dices! ¿Dónde están tus generales vampiros? Esto es puro balbuceo y deliras por la falta de sangre. ¡Romynah!

La pobre sirvienta temblaba aun tapando la herida en su mano pensando que Dalak tendría otra vez un sorbo de su sangre. Pero esos instantes, una tibia brisa sopló levantando la hojarasca en remolinos. Cientos de mariposas blancas revoloteaban alrededor de Leila y un dulce olor a miel y a salvia inundó el aire. Leila miró a todos lados... Solo había una persona a la cual relacionaba con los hermosos insectos alados y el rico olor a yerbas y especias... Mideia.

Las mariposas se unieron todas en una columna giratoria y a su vez, la columna fue tomando forma; una silueta femenina se fue dibujando. El rizado y ondulado cabello de fuego se batía con la brisa giratoria. En su rostro aniñado y picaresco sus enormes ojos resplandecían cual gemas y sus labios rosados pintaban una sonrisa sensual. El resto de su cuerpo curvilíneo aparecía, primero desnudo y luego una capucha color índigo le vestía.

Romynah se puso de pie de inmediato y en su boca menuda sobresalían por instinto sus incisivos colmillos y sin pensarlo, viendo una amenaza en la recién aparecida.

—¡Romynah, no!—, Leila intentó detener a la sirvienta.

Mideia miró a la vampira que venía corriendo como centella hacia ella. Sus labios se curvearon hacia arriba en una sonrisa burlona. Extendió su mano izquierda y una brisa fuerte pero invisible detuvo la carrera de Romynah que cayó a varios metros hacia atrás de sentaderas en el piso.

—Bueno, Leila, podemos avanzar con esto que te vengo a decir o me dedico a jugar con esta criada tan alborotada que tienes.

—Yo te advertí Romynah. Ahora estate quieta que Mideia es amiga—, y avanzando hacia la bruja con un vaivén sensual de caderas, Leila le plantó un beso en los labios a la pelirroja—. ¡Qué divino verte de nuevo, Mideia! ¿Qué es eso tan urgente que te trae por aquí? ¿Acaso seré yo y algunos asuntos inconclusos?

—Si, eres tú lo que me trae hasta aquí, pero me temo que mi visita no responde a asuntos tan placenteros como la vez anterior. Leila, tienes que irte de esta región lo antes posibles. Si te quedas tu existencia dejará de ser.

—¿Irme yo? Pero... ¿por qué? ¡Aquí todos me quieren volver loca! Primero Romynah me saca corriendo del castillo para ver yo no se que... Y me trae donde este soldado moribundo en medio de lo que parece ser un campo de batalla hablándome de arcángeles y ángeles vampiros...

—¡Ángeles vampiros! ¡No puede ser!—, Mideia interrumpió a Leila y se alejó de ella para pararse frente a Dalak. —A ver, dime soldado qué ha pasado... Ah y no intentes ponerme un colmillo encima o terminarás mas lejos que la tal Romynah. Necesito que me lo digas todo.

—Hace una semana atacamos una aldea cerca de aquí... Acabamos con todos excepto con los esclavos, las vasijas y los que íbamos a convertir. Entre ellos había una mujer orfebre...

—Y era una joven doncella a la cual convirtieron virgen y sin corromper su alma... Ya entiendo. Crearon un desastre... ¿Quién hizo semejante estupidez?

—Mis generales Ardo y Pelagio—, respondió el hombre.

—Dirás Pelagio, que es a quien las hembras no le complacen.

—Alguien me puede explicar que está pasando!—, Leila gritó furiosa.

—Nada, que el gran general vampiro visigodo cometió el gran error de tomar a una virgen pura de corazón y desangrarla y luego darle a beber su sangre para convertirla, pero la dejó así, virgen y casta al morir. Era una niña. Si haces eso rompes con el orden natural de las cosas. No puedes ser un demonio y un ángel a la vez. Si en tus venas corre sangre maldita pero tu alma está intacta, se libra una batalla por tu alma y no vas al infierno... Y Dios tiene que enviar a sus ángeles para que te rescaten... Entonces eres un ángel vampiro... Leila, escúchame. Te tienes que ir. Anoche vi todo esto en el agua cristalina de la gruta. No lograba descifrar que tenía que ver contigo pero ahora lo se todo Leila, corres peligro.

—¡Pero yo por qué! ¡Yo no he hecho nada!—, contestaba una muy nerviosa Leila.

—¡Señora Leila, señora Leila!—, uno de los guardias de Leila llegaba agitado y alterado y vociferaba a grande voz—. ¡Una horda de campesinos viene desde las aldeas del interior del bosque! ¡Dicen que vienen a matar a la bruja bebedora de sangre!

—¡No puede ser! ¿Estás seguro de lo que me estás diciendo Josaf? ¿Dónde lo has oído?

—Estaba cazando bosque adentro, cerca del río cuando los escuché. Estaban a unas millas de distancia, cerca de aquí. Hablaban de demonios bebedores de sangre que habían acabado con varias aldeas aledañas a las faldas de las montañas. Están uniendo fuerzas y vienen para acá. Son varios cientos.

—¡Malditos Ardo y Pelagio! ¡Mil veces malditos! ¡Pero me las pagarán algún día!

—Tienes que irte Leila. Si no son los campesinos, serán los arcángeles buscando explicaciones y no cuentas con suficientes de los tuyos para que respalden. Pueden ser varios centenares una vez lleguen hasta el castillo en la noche—, Mideia tomaba de la mano a Leila intentando convencerla.

—Bien... Pero algo tendré que hacer. No pienso perder mi castillo esta vez... no esta vez.

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