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Capítulo 15 Vampiros y otros demonios

Capítulo 15 Vampiros y otros demonios


Leila corrió y corrió sin rumbo hasta despuntar el alba. Había avanzado sin parar por cientos de kilómetros. No la detuvo la fatiga, si no más bien la incertidumbre. Hubiera preferido estar cansada, así tendría un motivo para detenerse. Hubiera querido estar viva y sentir que su corazón latía agitado por la carrera. Pero no, ni siquiera eso. Dentro de sí solo había un gran vacío. En su pecho ni el aire era necesario. En esos momentos en los que se hallaba sola, no encontraba un motivo para su existencia. ¡Maldita existencia eterna! ¡Maldito Leonardo! !Mil veces maldito! Era sólo un pusilánime cobarde que por segunda vez la había dejado sola.

Pensando, rabiando y maldiciendo, Leila anduvo un largo trecho hasta que se internó en una región boscosa. Su mirada yacía perdida en algún punto del denso follaje mientras caminaba. El sol poco a poco se colaba entre las copas de los árboles anunciando que la noche y su tormento había llegado a su fin.

Leila se sintió perdida, derrotada, traicionada. No sabía hasta dónde había llegado en su carrera ni que haría de ese momento en adelante. Abatida se tiró al suelo y lloró. ¡Lo había perdido todo! Ya no era duquesa ni condesa... No tenía su castillo de Argengau ni su poder o riquezas. Vestía en harapos que ni suyos eran a fin de cuentas. Estaba toda sucia, cubierta de sangre seca. Lucía peor que un sucio animal salvaje y su posición actual la acercaba más a parecer una bestia que un humano... Aunque ya ni sabía que era.

Antes, no estaba conforme con su desabrida vida como mortal. Pensaba que había algo mejor que el matrimonio por conveniencia con algún conde adinerado... Y la inmortalidad venía con una amalgama de variantes y posibilidades: la juventud eterna, una belleza y fuerza sobrenatural. Pero, ¿de qué le valía si no tenía nada? Hubiera preferido estar llena de hijos pero viviendo en un hermoso castillo. Sería respetada por todos... Ahora era una pordiosera errante. Un monstruo exiliado de sus tierras sin fama ni fortuna. Y aquel que juró amor eterno, la había abandonado a su suerte por segunda vez.

Leonardo se había ido... ¿Qué sería de ella ahora? Tendría qué ingeniárselas para sobrevivir. Debería buscar la manera de salir airosa en esta ocasión... Sola.

Leila se levantó y continuó su viaje. Al cabo de unos minutos llegó hasta un río. Con todo y ropa se lanzó al medio sumergiéndose en las cristalinas y frías aguas. El río se teñía de rojo según la sangre en su ropa y piel se diluía en el agua.

La hermosa pelinegra emergía del fondo del río. Las gotas de agua resplandecían cual diamantes sobre su piel al reflejar la tenue luz del sol que lograba colarse entre el tupido follaje. Leila abrió sus ojos y al hacerlo advirtió que alguien o que algo la observaba. Lo que era no era humano... No olía a humano.

Un celaje pasó justo frente a ella. Si, allí había algo más. Leila permanecía en el agua. A estas alturas no sabía si era más conveniente para ella permanecer allí o salir a encarar lo que fuese la estaba acechando. Pero decidió que afuera podría moverse con más rapidez que en medio del profundo río.

En un segundo salió de las aguas y miró a su alrededor. Un silbido como el viento y la sombra nuevamente se movía casi imperceptible, de manera casi tan veloz como ella lo haría. ¿Sería otro vampiro?

—¿Quién anda allí?— preguntó la condesa.

Sólo escuchaba el aullido de la brisa. Unas ramas de un árbol cercano se batieron y una bandada de aves salieron volando despavoridas. Algo las ahuyentó.

—¡Déjate ver, quien quiera que seas!— Leila gritaba, mientras giraba buscando descubrir qué había allí.

En esos momentos hubiese deseado tener con sigo las dagas. Pero recordó que las dejó enterradas en el cuerpo del par de soldados que había asesinado la noche anterior. A tales efectos, sólo contaba con sus manos y colmillos para defenderse.

El celaje se veía borroso mientras aquello se escurría de un lado a otro en medio de los árboles. Sin duda lo que era no era humano, era algo como ella.

—¡Vasta de juegos! ¿Quién anda allí?— la mujer vampiro perdía la paciencia.

Escuchó detrás de ella una risa masculina. De inmediato se volteó a ver. Sobre una roca estaba sentado un hombre, o por lo menos eso parecía. Estaba descalzo y su ropa estaba rasgada. Bueno, sus pantalones, porque camisa no tenía. Era un ser hermoso. Recordó a Leonardo cuando lo vio por vez primera. Reconoció en este 'hombre' algo sobrenatural. Definitivamente no era humano. Su cuerpo musculoso bien formado parecía cincelado por los dioses. Su larga y abundante cabellera, casi tan larga como la de ella era del color de la miel. Sus enormes ojos eran como el ámbar, casi felinos. Era un ser de apariencia salvaje. Algo en el le decía que debía temerle, pero su hermosura y perfección la embelesaba.

―¿Qué hace una de tu especie sola por estos lares? ¿Acaso no sabes que este es territorio de lobos? Tienes qué ser más que ingenua para aventurarte sola en estos bosques—, el hombre se dirigió a Leila de manera pausada, prestando especial interés a los gestos de ella.

―¿Quien eres? ¿Qué quieres?―, Leila reaccionó alterada.

―No, no, no, jovencita. Yo pregunté primero―, en esos momentos el hombre saltó desde la roca hasta caer de pie frente a Leila. Ella retrocedió del susto—. No temas vampiresa. Esconde esos colmillos que no los vas a usar... Por el momento. Sólo quiero saber que te ha traído hasta la profundidad de este bosque. ¿Por qué estas sola? Un vampiro nunca viaja solo.

La cercanía del hombre la ponía nerviosa. El calor que emanaba su cuerpo era como el de una hoguera encendida. De pie frente a ella sin camisa, le provocaba acariciar sus pectorales tan bien formados, pero algo en ella le decía que aquello sería una estupidez. Sentía que aquel hombre era enemigo, más no le temía, sólo la incomodaba.

―Es una larga historia que no deseo contar. Digamos que me gusta estar sola... Y tú, todavía no me has dicho quien eres?— Leila se acercaba al hombre y de manera coqueta colocó su mano sobre el pecho fornido de aquella criatura varonil, sucumbiendo finalmente ante la tentación. ―¡Ay, estás caliente!— Leila sacudió su mano de inmediato. Se mordió el labio inferior con ademanes de coquetería, más retrocedía unos pasos con precaución. Definitivamente, aquello era un ser superior, tal como lo era ella.

―¡Ja! ¡Ja! Cuidado que te quemas. Dicen que la curiosidad mató a la gata... En verdad no sabes... Bueno, mi nombre es Bastian—, el hombre hacía una exagerada y cómica reverencia—. Y el suyo, hermosa vampiresa?

—Mi nombre es Leila.

—Y, ¿de dónde vienes Leila?

—De Argengau.

—No sabía que había vampiros en Argengau. Pensé que estaban reuniéndose en Tolosa... Lejos por allá planeando no se qué. Pero has viajado mucho... Y sola.

—No estaba sola. Pero ya eso no importa—, el brillo en los ojos de Leila irradiaba odio toda vez que pensaba en Leonardo.

—Ah. Una decepción amorosa la tiene cualquiera. Pero eres muy joven. Quién te hizo esto no te quería mucho.

—Si, bueno, prefiero no hablar de ello. Mejor dime, Bastian, ¿qué eres? Es obvio que no eres humano... Tampoco un vampiro.

—No sabría como explicarlo con palabras... Mejor observa. Ponte cómoda linda. Y te recomiendo que te sientes, porque te puedes a caer para atrás de la impresión.

Leila retrocedió unos pasos. Algo le decía que era mejor hacer caso y guardar cierta distancia.

En esos momentos Bastian se inclinaba hacia el suelo. Colocaba sus manos sobre la tierra colocándose como en cuatro patas. Emitió un sonido gutural grave, como el de un animal salvaje. Sus ojos brillaban de manera sobrenatural... Y entonces, ante la mirada perpleja de Leila, aquel hombre se transformó en una enorme bestia cubierta de grueso pelaje color rojizo... Sus facciones eran las de un perro, gigantesco. Bastian se había convertido en un lobo colosal. Nunca había visto o imaginado cosa igual.

Leila daba pasos hacia atrás y tropezando caía hacia atrás en el suelo, mientras aquella enorme criatura avanzaba hacia ella de manera peligrosa.



***Leila se topará en su peregrinar con varias criaturas fantásticas. El Werwolf germano será una de ellas. Espero les haya gustado el encuentro.

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