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20. Te quiero, malcriada


MIGUEL:

Veo al guerrero regresar.

Ese chico que hace una hora... ¿o ha pasado más tiempo?, salió junto a un grupo de Legnas a desalojar el Reino antes de que Alexa entrara en escena y se enfrentara a Lucifer.

Debo decir que ese maldito órgano en mi interior, ese al que Dios se encargó de darle más vida de la que debería, comienza a latir con fuerza. A fin de cuentas, su llegada solo significa una cosa: que logró su cometido y, por tanto, es el momento de Alexa y lo confirmo cuando se lo grita al rey.

Una onda expansiva me lanza hacia atrás y mi cuerpo golpea con la maldita muralla, sacándome el aire por varios segundos. El impacto es tan fuerte, que me deja incrustado en la pared, por lo que paso un poco de trabajo para incorporarme nuevamente a la batalla.

Lucifer me observa con una sonrisa malvada adornando de su rostro y yo lo maldigo mil veces. No me puede matar, pero se está esmerando en joderme y maldita sea, no me caracterizo por tener mucha paciencia

Intento concentrarme en la batalla nuevamente, pero de mi mente no sale la idea de que, después de hoy, no volveré a ver a Alexa, que desaparecerá de la Tierra sin posibilidad de retorno. Que perderé a la mocosa insufrible que lleva dos siglos haciéndome la vida imposible, pero que, de algún modo, logró colarse dentro de las mil capas que forjé a mi alrededor luego de la muerte de Nova.

La vida es una puta mierda injusta y yo estoy perdiendo el poco tiempo que me queda con un imbécil que no podré matar por más que lo intente.

—¡Gabriel! —grito y, mi hermano, luego de mandar al quinto Infierno al demonio con el que se enfrentaba, me mira.

Observo a Lucifer, luego a la puerta del palacio y él asiente con la cabeza. Nunca necesité muchas palabras para hacerle entender a mis hermanos lo que necesitaba.

Inmediatamente, Gabriel me releva en la lucha contra Lucifer y Rafael no tarda en unirse. El Diablo me observa por varios segundos con el ceño fruncido, pero no le da tiempo a decir nada porque Gabriel se lanza contra él.

Sin perder más tiempo, doy media vuelta y subo la escalinata a gran velocidad. Atravieso la puerta del palacio con un único pensamiento en mente, encontrar a Alexa; y gracias a Dios no tengo que buscar demasiado, pues una vez ingreso, la veo caminar de un lado al otro en el Salón Principal mientras la medio profetiza mueve su pie derecho contra el suelo con impaciencia.

Sus rostros se giran hacia mí ante la repentina intrusión y en ambas puedo notar la alarma, la preocupación, el miedo.

Los bonitos ojos verde azul que tantas veces alumbraron mis noches vacías, se encuentran con los míos y no tarda en acercarse a mí. Honestamente, enfrentarme a ella me intimida; no porque pueda matarme, sino porque es la primera vez que recuerda toda nuestra historia por más de veinticuatro horas y eso me hace sentir vulnerable. Creo que no hay nadie en este mundo, ni siquiera Dios, que me conozca más que ella.

—Ya es hora, ¿verdad? —pregunta y en su voz puedo notar el miedo.

Asiento con la cabeza sin ser capaz de decir nada más.

—No quiero morir —susurra—. Es decir, sé que debo hacerlo y estoy dispuesta a enfrentarme a Lucifer, pero en el fondo, no quiero morir.

Ni yo quiero que mueras.

—Me queda mucho por vivir, Miguel. Por primera vez creo saber quién soy, ya no hay una vida inventada por ti. Tengo padres, aunque es raro como carajo el que sean de mi misma edad, aun así, quiero conocerlos. Hay todo un mundo ahí fuera que me gustaría descubrir y un montón de sensaciones que muero por sentir. No es justo.

Llevo doscientos tres años junto a Alexa y no voy a mentir, los primero odié todo lo que tenía que ver con ella. Cada mañana cuando veía su rostro maldecía a Vitae y a Mors por haberme condenado a esa misión de mierda. Era asfixiante tener que estar pendiente de una cría caprichosa que se creía, como dicen por ahí, el ombligo del mundo. Hasta ese día...

Hasta ese maldito día en que se le ocurrió la brillante idea de besarme.

A partir de ahí, todo se fue literalmente a la mierda. Nada volvió a ser lo mismo, toda nuestra rutina cambió y, por primera vez en las diez vidas que ya había creado para ella, no supe cómo enfrentarla.

Me resistí...

Obvio que sí.

Hice todo lo que estuvo en mis manos para alejarme de ella, aunque, teniendo la misión de protegerla, no es que pudiese hacer mucho. Hice hasta lo imposible para resistirme a su sonrisa, su mal carácter, su mirada brillante y su boca maliciosa, pero todos mis esfuerzos fueron en vano.

Nunca le dije que la quería, pero mis acciones, aunque un poco frías en comparación con la de los humanos, hablaban por sí solas.

—No lo hagas —digo sin más—. Larguémonos de aquí. No puedo morir y si eres la única criatura aparte de Dios que puede matar a un Arcángel, supongo que cuando el mundo llegue a su final, tampoco morirás.

Me observa con los ojos entrecerrados y yo trago duro. Esas palabras me saben agridulce; por una parte, quiero ser egoísta, no permitir que la historia se repita, no volver a pasar por lo mismo de cuando perdí a Nova; sin embargo, al mismo tiempo, siento como si estuviese traicionando a Dios, mis principios, mis ideales; todo eso por lo que llevo eones luchando.

Tengo una guerra en mi interior entre el deber y el querer y no sé qué mierda hacer. En momentos como estos, me gustaría ser un humano, una criatura egoísta por naturaleza y no sentirme mal al sacrificar al mundo entero por proteger a la persona más importante en mi vida, porque sí, contra todo pronóstico, Alexa es lo más importante.

Aunque si tengo tantas dudas, supongo que mi fidelidad a Dios está bastante arraigada...

Joder...

Ya ni me entiendo.

—No podemos.

Sí, lo sé, no podemos.

—Vas a morir, Alexa. ¿Lo peor? No tendré la oportunidad de traerte de vuelta. Tu alma se esfumará junto a la esencia de Lucifer. No habrá nada que rescatar del Cielo, el Infierno o la Nada, ¿entiendes? Será para siempre.

Una sonrisa triste se extiende por su rostro.

—Recuerdo todo, Miguel. —Apoya sus manos sobre mis hombros y yo trago duro mientras coloco las mías en su cintura. Miro por encima de su hombro a la media profetiza que intenta concentrarse en cualquier cosa menos en nosotros—.  Han sido doscientos años, unos mejores que otros, pero he tenido una buena vida. He reído, he llorado, he amado... —Hace una pausa y no entiendo el lenguaje no verbal a no ser que sea entre criaturas celestiales, pero sus ojos me dicen que ese amor soy yo, en cada una de sus vidas. Nadie más—. He sido feliz y eso es más de lo que cualquier ser humano desearía.

»Solo me quedo con una pequeña espina enterrada en lo más profundo de mi alma... No haber tenido tiempo de conocer y disfrutar de mi familia. De mi verdadera familia.

—Esto no es justo.

—No lo es, pero tengo la opción de darle a todos una oportunidad de vivir, de seguir adelante y hacer de este mundo un lugar mejor. Me has enseñado bien, Miguel, sabes mejor que yo, que no podría vivir sabiendo que dejé morir al mundo a pesar de tener la oportunidad de salvarlo.

Presiono su cintura sintiendo cómo la frustración se adueña de mi cuerpo con cada segundo que pasa.

—Voy a hacerlo.

—Lo sé.

—Ha sido un placer conocerte, idiota.

Sin poderlo evitar, sonrío. Ella y su manía de ofenderme aun cuando no he hecho nada.

—No te resientas con Dios, ¿vale? Has que mi muerte valga la pena.

Asiento con la cabeza sin saber qué más decir o hacer, aunque no estoy convencido de poder cumplir su petición. Aún no ha sucedido nada y solo quiero enfrentarme a la Vida y la Muerte y recriminarles, una vez más, lo injustas que son, aunque en el fondo sé que el destino de Alexa no lo dispusieron ellas.

—Te quiero —dice de repente y mi corazón salta emocionado, como ha sucedido cada vez que sus labios han pronunciado esas palabras—. Siempre te he querido y siempre lo haré. No me olvides, pero tampoco te cierres a ser feliz.

Respiro hondo varias veces intentando calmar el cosquilleo en mis manos, las ganas de golpear algo, de descargar mi furia en algo o alguien. Alexa deja caer sus brazos a sus costados y está dispuesta a salir de la protección que le ofrece el palacio, a desaparecer de mi vida para siempre, pero la detengo, sujetándola de una mano.

Me volteo hacia ella, quedando frente a frente. Acuno su rostro con mis manos y concentro mi mirada en la suya intentando memorizar cada milímetro de su rostro.

Muerdo mi labio y me obligo a decir las palabras que por tanto tiempo he querido soltar, pero que nunca he tenido el valor para hacerlo:

—Te quiero, malcriada.  Y también me alegro de haberte conocido. —Respiro profundo mientras sus brillantes ojos se llenan de lágrimas—. Acaba con ese hijo de puta y no te preocupes, cuidaré de tu familia y me aseguraré de que todo haya valido la pena.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

Sonríe con tristeza y, con un nudo en la garganta, deposito un casto beso en su frente.

ALEXA:

La historia entre Miguel y yo es bastante curiosa, podría decirse que dramática y tal vez divertida. Muchas veces lo quise matar y estoy segura de que a él le sucedió igual.

Cada nueva vida que él me daba, empezaba de la misma forma, odio a primera vista y un amor intenso a medida que pasaba el tiempo. Unas veces yo daba el primer paso, otras, lo daba él, pero siempre terminábamos igual, enredados bajo las mantas de la cama, amándonos como si no hubiese mañana.

Sin embargo, nunca, en los más de ciento cincuenta años que estuvimos juntos, dijo que me quería. Tampoco lo necesité, pues a pesar de su mala leche, su irritabilidad y su poca paciencia, cuando me miraba, me derretía con su intensidad.

Por eso, escucharlo ahora me deja un sabor amargo. Por un lado, me hace feliz tener la certeza de que soy correspondida; por otro, me entristece no poder disfrutar esa sensación.

Miguel da un paso hacia atrás y a pesar de la distancia, aún puedo sentir el calor de sus labios sobre la piel de mi frente.

Para mi total sorpresa, une su mano con la mía y juntos salimos del palacio.

—Santa mierda —murmuro al ver la matanza que se desarrolla frente a mí.

Con rapidez, busco a mi familia con la mirada, pero no consigo distinguir a nadie entre el mar de cuerpos que se mueven unos contra los otros en busca de la muerte de su adversario. Desde aquí, solo me es posible ver a Gabriel, Rafael y el que supongo yo, es Lucifer. Las alas de los tres sobresalen entre las del resto de los ángeles.

Con el corazón latiendo a todo dar, doy un paso al frente. Miguel me sigue, sin embargo, me detengo justo cuando el rostro del Diablo se voltea hacia nosotros. Sus ojos refulgen en rojo vivo y, aunque no creo que sepa quién soy, mucho menos lo que puedo hacer, su semblante cambia drásticamente. Si pensaba que lucía enojado, ahora parece colérico.

Lleva sus brazos al frente y, en un movimiento rápido, los abre, lanzándolos hacia atrás. Una onda expansiva se desprende de ellos, mandando a volar a todo el que lo rodea, incluyendo a sus hermanos y, de no haber sido por las alas de Miguel que se interponen ante mí, hasta yo habría sufrido las consecuencias.

—¡¿Qué hicieron?! —Mi cuerpo se estremece ante su grito colérico y, una vez las alas dejan de cubrirme, es Miguel quien se interpone entre él y yo—. ¡¿Qué mierda hicieron, Miguel?!

No sé a qué se refiere.

—¿De verdad creías que te iban a dejar destruir su mundo? —pregunta el líder del ejército celestial con voz ronca y ligeramente divertida—. Son Vitae y Mors y, honestamente, no sé cuál de las dos es más maldita.

Lucifer me observa con cara de asco.

—¿Quién coño eres?

—La hija del híbrido y el Rey de los Legnas —responde Miguel por mí—. La que tiene el poder de matarte, Lucifer.

Los ojos del Arcángel brillan totalmente azules antes de estampar las palmas de sus manos en el pecho de su hermano. El Diablo es expulsado hacia atrás con una fuerza abismal y, sin poder siquiera moverme de mi lugar, veo cómo se van abriendo portales a nuestro alrededor.

El ejército de mi padre comienza a desaparecer hacia solo Dios sabe dónde, pero de seguro lo suficientemente lejos como para no morir junto conmigo. Un pequeño temor y digo pequeño porque no es nada comparado con el que siento ante mi incipiente enfrentamiento con Lucifer, comienza ganar fuerza en mi interior. Si se va todo nuestro ejército, ¿se supone que tengo que enfrentarme sola al Diablo y a sus hombres?

Me parece que eso es una lucha bastante desproporcional, ¿verdad?

Sin embargo, antes de que pueda materializar mi miedo, todos desaparecen. Lo que hasta hace apenas un segundo había sido una batalla campal, queda totalmente desierta salvo por los cuerpos de los que perecieron en la lucha, mis padres, los Hostring, Sharon, Lucio, Sacarías, Ezra, mi abuelo Nick con su novia, Maximiliano y los tres Arcángeles.

Ah, Lucifer también, claro.

—No pensaste que te iba a dejar sola junto a todos ellos, ¿verdad? —pregunta Miguel.

—De ti no dudo nada. —Es lo único que consigo decir, ganándome su mirada de ¨te odio¨ tan común en él.

Una risa malévola, de esas que te erizan la piel y no en el buen sentido, se escucha por todo lo alto. Lucifer se acerca a nosotros y me cago en su madre, de verdad luce divertido, eso, o está más loco que una cabra.

—¿De verdad creen que esa cría podrá matarme? —pregunta con burla y debo decir que el hecho de que sus ojos no pierdan su color rojizo en ningún momento, me acojona cantidad—. Oh, vamos, hermano, se necesita más que una criatura con poder para matarme. Soy Lucifer, el Diablo, pero, sobre todo, soy un Arcángel y ella… —Me señala con su dedo índice—. Puede ser descendiente del Cielo, pero no es una criatura celestial y, por tanto, no es inmortal. ¿O me equivoco?

Pues no, no se equivoca.

En una de mis muchas vidas, justo cuando me enteraba de todo, le hice esa misma pregunta a Miguel. ¿Soy inmortal? Su respuesta fue un rotundo no.

Tengo poderes de Dios, pero no soy Dios. Ellas cometieron el error de hacer a los Arcángeles inmortales, juraron que nunca más sucedería.

—Apuesto que estará muerta, antes de que logre acercarse a mí.

Vitae me dijo que matar a un Arcángel no es sencillo. No lo haré con un chasquido de mis dedos como podría haberlo hecho ella si no estuviese tan débil; tampoco me sirve usar mis habilidades directamente contra él porque, técnicamente, es en vano.

Solo hay una forma y, según ellas, Lucifer nunca esperaría que fuera así.

Él tiene que robarme el poder, todo…

Yo quedaría como una simple humana, pero sería tanta energía en su cuerpo, que lo haría explotar, arrasando con todo a su alrededor, incluyéndome.

Solo debo asegurarme de que él entienda, sin necesidad de que uno de nosotros lo diga, que podría arrebatarme mis poderes. Confío en que es lo suficientemente codicioso como dicen por ahí.

—O tal vez no —digo lo más fuerte que puedo.

Me obligo a avanzar, ubicándome par de pasos por delante de Miguel.

—Soy la criatura más poderosa después de Dios, Lucifer. Tengo sus poderes, puedo dar vida, así como quitarla. —Eh, de eso no estoy muy segura, pero él no tiene cómo ni por qué saberlo—. Así que, tal vez seas un puto Arcángel, pero soy más fuerte que tú; fui entrenada por tu hermano, el líder del Ejército Celestial, el mismo que te encerró en el Infierno. Estoy bastante segura de que puedo matarte incluso antes de que puedas pensar en cómo matarme a mí.

»Soy todo lo que a ti te gustaría ser, pero nunca conseguirás.

—Alexa… —Comienza a decir mi madre varios metros de mi posición, pero levanto una mano, deteniéndola.

—Váyanse —ordeno, pero, como es lógico, nadie se mueve—. ¡He dicho que se vayan!

Sacarías abre tres portales que se mantienen suspendidos en el aire en espera de que alguien los atraviese, pero ninguno se mueve.

—¿Por favor? —suplico, concentrando mi mirada en la de mi madre.

Me habría gustado conocerlos mejor. He escuchado tantas cosas maravillosas de los dos, que habría amado formar parte de sus vidas y haber aprendido de ellos. Lamentablemente no se puede, aunque puedo darles otra oportunidad. Una en la que puedan tener un hijo y, esta vez, disfrutar de él durante todo el proceso.

Los ojos verdes azules de mi madre se traban con los míos del mismo color, negándose a dejarlos ir, aun cuando los de ella están anegados en lágrimas.

Gabriel desaparece por un segundo y acto seguido, regresa. Isabel está junto a él, con los ojos abiertos de par en par supongo que por la sorpresa de verse aquí y no donde estaba hace un segundo.

«Lo siento» proyecta el Arcángel en mi cabeza y desaparece. Junto a él, Isabel, Nick y Alysson.

Lucio es el primero en atravesar uno de los portales, seguido de Adams y Sharon quien intenta mantenerse imperturbable, aunque por la forma en que intercala la mirada entre su hermano y yo, sé que esta despedida le duele demasiado.

Rafael se acerca al vampiro y coloca una mano sobre su hombro. El rubio lo mira con los ojos entrecerrados, pero antes de que pueda preguntar algo, ambos se desvanecen.

Lucifer analiza todo con especial detenimiento, supongo que intentando descifrar por qué mierda todos se van, dejándonos a nosotros dos a solas.

Sacarías le hace una seña a Ezra con la cabeza y este atraviesa uno de los portales.

Observo a mis padres con detenimiento, con el corazón galopando en mi pecho a todo dar, nervioso, temeroso, anhelante. Mi padre sostiene a su chica colocando un brazo por detrás de su espalda, baja la cabeza y cuando la levanta, sus lindos ojos marrones brillan sumidos en la tristeza.

—Te queremos —susurra, pero gracias a mis oídos desarrollados, lo escucho a la perfección—. No lo dudes, Alexa. Tu madre y yo te queremos.

—Yo también.

Las lágrimas que mi madre se obligaba a contener, descienden por sus mejillas y, conscientes de que dejan una parte de sus corazones conmigo, dan la media vuelta y atraviesan el portal, seguidos de Sacarías.

—Es tu turno ahora, ¿verdad? —pregunta Lucifer al ver que solo queda Miguel.

Los ojos preciosamente azules del único hombre que he querido en mi vida, se concentran en mí y la tristeza que reflejan, me deja helada.

—Por favor —suplico una vez más.

—Puedo quedarme.

—Sabes que no. —Traga duro, se remoja los labios y está a punto de insistir, pero lo detengo, señalándolo con mi dedo índice—. Me lo prometiste. Prometiste que cuidarías de mi familia, Miguel. Además, Dios te necesita para devolver el mundo a su lugar. Tienes que irte.

«Vas a morir, malcriada» dice en mi cabeza.

—Sí —respondo con seguridad, aparentando que no me da miedo, aunque por dentro la idea me aterra.

Lucifer resopla.

«No te veré más».

—No. —Escudriña cada centímetro de mi rostro.

«Voy a extrañarte».

Trago saliva con fuerza, con la esperanza de bajar el nudo de emociones en mi garganta.

—Vete, Miguel.

—Me estoy aburriendo —comenta Lucifer, pero ambos lo ignoramos—. Aunque pensándolo bien, esto es interesante.

—Vete, Miguel, por favor.

—Es decir, —Continúa Lucifer de fondo con voz burlona—, después de Nova, no pensé que volvería a verte enamorado, ¿sabes? —Miguel no le presta atención, pues su mirada sigue clavada en la mía en un duelo de voluntades que, como no desista, me veré obligada a sacarlo a aptadas de aquí—. Es una lástima que tengan el mismo destino: la muerte y para mayor suerte, en mis manos.

Miguel rompe nuestra conexión y se voltea a su hermano. En menos de un segundo, está justo frente a él.

Por un momento pienso que se le va a ir encima, por eso me sorprendo cuando simplemente se ríe.

—Hasta nunca, Lucifer.

Da un paso hacia atrás.

«Adiós, malcriada».

Y sin decir nada más, desaparece dejándome a solas con el mismísimo Diablo. Justo como debe ser.

Adiós, idiota.

Suspiro y centro mi atención en el Arcángel ante mí.

—Entonces... Tú y Miguel...

—No es tu puto problema. —Sonríe y cada centímetro de mi piel, se eriza.

—Te ha dejado sola, niña. No le importas mucho. Recuerdo que cuando tuve a Nova en mi poder, movió Cielo, Mar y Tierra hasta encontrarla, lástima que haya sido tarde.

—Nova era humana, Lucifer. Miguel confía en que podré contigo. Tengo los poderes de Dios, esos que a ti te gustaría tener, pero que lamentablemente no tienes. —Me observa con el ceño fruncido.

—Interesante... —Con las manos sujetas detrás de su espalda, camina a mi alrededor y yo, comienzo a moverme a la par, intentando adivinar su próximo accionar—. Te habló de Nova.

Miguel es el hombre más cerrado que he conocido en mi vida. Es difícil hacerlo hablar, pero tengo mis armas y sí, me contó toda la historia en el Cielo y debo decir que es bastante intensa.

—No había secretos entre nosotros. —Se encoge de hombros.

—¿Te dijo también que era el amante de Dios? —Sonrío.

—Por supuesto, también me contó que tú eras el novio tóxico, celoso hasta del propio aire que respiraba. Un niño mimado que no soportaba no ser el centro de atención de su Dios y fue tan estúpido de creer que, ponerla a elegir entre él y los humanos era una buena idea. Parece que no eras tan importante para ella, Lucifer. Ni siquiera le importó tu caída...

—Yo no caí, Dios me expulsó.

—Y bien merecido que te lo tenías, aunque en mi opinión, yo te habría matado de una vez.

Con sus ojos hirviendo por la rabia, mueve su brazo y mi cuerpo es lanzado varios metros hacia atrás. Habría dolido más el impacto, si no hubiese caído sobre un Legna fallecido.

Asco.

Me incorporo a gran velocidad y es mi turno de mandarlo a volar, pero parece que lo esperaba porque levanta sus manos y la onda que segundos antes había salido de mis manos, colisiona contra una barrera invisible, dejándolo inmune.

Sin pensarlo mucho más, corro hacia él, quien me recibe con una sonrisa petulante y bloquea cada uno de mis ataques. La situación parece divertirle y, a pesar de que sé que no voy a conseguir nada atacándolo directamente, no me detengo. Tiene que notar pelea de mi parte y, sobre todo, tengo que mostrarle mis poderes, hacer que desee tenerlos solo para él.

—No puedes conmigo, niña —dice cuando mi cuerpo golpea el suelo luego de haber estampado su puño en mi estómago.

Jadeo por el dolor y busco el aire que no llega a mis pulmones con desesperación, mientras me hago una bolita en el suelo.

—Tienes los poderes de Dios, solo eso; pero no sabes usarlos, puedo sentirlo a distancias. Los usas con miedo, sin fuerza, pues no los controlas. Son demasiado para ti.

Odio que tenga razón, puede que Vitae y Mors hayan intentado ayudarme a controlarlos, a entenderlos, pero de sobra sé que unas horas no es suficiente para controlar la magnitud de lo que habita en mi interior.

Cierro los ojos y respiro profundo par de veces.

—Estás muerta.

Sonrío de medio lado, un gesto que he aprendido de Miguel y que me exaspera con creces.

Coloco mis manos sobre la tierra y hundo mis dedos en ella, intentando incorporarme. La mirada de Lucifer se centra en ellas y, al voltearme a mi derecha, veo como el suelo a mi alrededor es cubierto con una pequeña hierva verde fresca y flores de distintos colores nacen por todos lados.

No soy Dios, solo soy una criatura rara, única en su especie, hija de un híbrido y un Legna, descendiente de un humano, un Arcángel y un Nefilim. Alguien que posee el poder de cada una de esos seres y, por tanto, de Dios, pues a fin de cuenta, todos somos frutos de su creación; pero, sobre todo, tengo mi propio poder.

Soy descendiente del Cielo y puedo hacer milagros, puedo dar vida y si me da la puta gana de crear un jardín, eso haré. El césped se extiende por todo le lugar y enredaderas comienza a subir por las piernas de Lucifer, hasta su cintura, su pecho, sin importar cuánto se revuelve. Su cuerpo es cubierto en su totalidad, pero sé que eso no va a hacerle daño, solo quiero mostrarle de lo que soy capaz.

Él quiere destruir el mundo y crear uno a su antojo, pero por más Arcángel que sea, no tiene poder para hacerlo. Necesito que entienda que yo poseo lo que el anhela. Necesito que quiera quitármelo y, para eso, tiene que ver todo lo que puedo hacer.

Una luz roja brillante se filtra por la unión de las ramas y sé que se trata de sus ojos. Sus alas negras se abren a sus costados y una luz blanquecina irradia de su cuerpo, quemando las enredaderas. Una vez es liberado, se alza en vuelo y arremete contra mí.

Levanto una mano, cierro mi puño y al bajarla, el Arcángel cae en picada como un avión que ha perdido sus motores. Colisiona contra el suelo y presiono mis puños con fuerza.

Siento cómo sus huesos crujen en su interior y él se retuerce de dolor, pero sin darme la satisfacción de escucharlo quejarse.

Camino hacia él sonriendo de medio lado, arranco una de sus plumas y él chilla por todo lo alto. Es un alarido ensordecedor que apuesto que se ha escuchado a kilómetros de distancia.

Sin dejar de presionar mi puño, me arrodillo a su lado.

Sus ojos refulgen con ira y miles de promesa de hacerme pagar lo que le estoy haciendo. Sin dejar de sonreír, acerco la punta de la pluma a su rostro y sus ojos me dicen que sabe lo que estoy a punto de hacer.

Sin miramientos y pensando en Miguel, hundo la punta de la pluma sobre su ceja derecha y, haciendo presión, la llevo hacia atrás hiriendo su piel hasta perderla en su pelo.

Grita...

Grita de dolor y yo debo reprimir los deseos de cubrir mis oídos. Su lamento hace que la Tierra se estremezca y yo pienso que Miguel estaría orgulloso, a fin de cuentas, la herida es idéntica a la cicatriz que lleva al otro lado de su rostro, esa que le hizo su hermano justo antes de mandarlo al Infierno. Resulta que sus plumas, algo tan suave, delicado y hermoso, puede infringir bastante dolor en su dueño. No los mata, pero algo es algo y el hecho de que haya imitado a Miguel, debe ser bastante humillante para él.

Lucifer levanta su cabeza con rapidez, sorprendiéndome tanto, que caigo sobre mi trasero. Sus ojos brillan con tanta intensidad, que apenas puedo ver el resto de su rostro. Se incorpora y por más que intento presionar mi puño para hacer que sus huesos vuelvan a fracturase como si de simples palitos se tratara, no lo consigo.

Sentada en el suelo, con el corazón latiendo a todo dar en mi pecho y el miedo aferrándose a cada partícula de mi cuerpo, me arrastro hacia atrás, alejándome de él, de su furia desmedida.

En un movimiento rápido, se sitúa frente a mí, me coge por las solapas de mi chaqueta de cuero y me levanta. Mis pies dejan el suelo y estoy tan asustada, que no consigo hilar un pensamiento coherente; mi mente está en blanco y no sé qué hacer o cómo defenderme.

Me lanza con fuerza y mi cuerpo colisiona con las escalinatas. Siento el dolor extenderse por todo mi cuerpo ante el impacto y, por más que trato de incorporarme, no puedo. Duele demasiado.

Una lágrima corre por mi mejilla cuando el Diablo entra en mi campo de visión. Vuelve a tomarme por el cuello de la chaqueta y me lanza varios metros lejos de él. El suelo me recibe duro, sin una pizca de contemplación y aunque me duele cada fibra de mi ser, me obligo a incorporarme, o al menos a intentarlo, pues solo consigo sentarme.

Lucifer llega a mí nuevamente y coloca una mano sobre mi cabeza.

Grito.

Grito de dolor...

Tan alto que por un segundo creo que me voy a quedar sin voz.

Mi cuerpo quema desde dentro, mis músculos duelen, mi corazón late a un ritmo que no es común en ninguna persona por mucho maratón que haya hecho. Una luz blanca irradia de nuestros cuerpos y a medida que mis fuerzas se van evaporando, entiendo que me está quitando los poderes.

Justo lo que necesitaba.

El mundo estará a salvo.

Lucifer va a morir.

Y yo lo haré con él.

~~~☆☆~~~
Aun queda un capítulo, voy a editarlo y lo subo.

No me maten por el final, ¿de acuerdo?

Besos

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