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18. Batalla Final

SAM:

—Está aquí —dicen las Criaturitas al mismo tiempo, lo que junto a la mirada preocupada que se dedican, erizan mi piel.

—Lucifer está en el Reino —murmura Vitae, algo que ya me imaginaba por la explosión que acaba de hacer temblar los cimientos del palacio.

La noticia tarda par de segundos en asentarse en la mente de los presentes y luego se desata el caos. La manada se incorpora comprobando sus armas, algo que ya yo hice desde que me bañé, pues algo me decía que la acción no iba a demorar mucho.

—Gabriel —dice Alexander, de repente—. Ponle los símbolos que necesita. Isa —la llama—, te dejo a cargo de las runas. El resto, síganme.

Revuelvo mi cabello con frustración y no dudo en salir detrás del rey junto al resto de la manada, sin embargo, luego de abandonar el Salón del Trono, veo a Vitae y a Mors hacer lo mismo.

¿Qué coño hacen?

Corro hacia ellas, interponiéndome en sus caminos.

—¿A dónde creen que van?

—¿A dónde crees tú? —pregunta Vitae como si fuese algo obvio.

—No pueden salir, él las quiere muertas.

—Él quiere restregarnos su victoria en la cara, Saaam, no hará nada hasta que diga todo lo que tiene para decir. Si vamos, podremos ganar el tiempo suficiente para que terminen de ponerle la protección a Alexa.

—Es una mala idea, Criaturita.

—Pero es la única que tenemos.

Intercalo la mirada entre la una y la otra, maldiciendo en mis adentros el que tengan razón. No conozco a Lucifer, pero tiene pinta de ser el ególatra más grande del planeta y también pienso que querrá restregarle en la cara su victoria a Dios. No me gusta que lo enfrenten, pero en estos momentos, necesitamos ganar todo el tiempo posible para darle una oportunidad a Alexa de protegerse.

Mierda.

—Ni se les ocurra apartarse de mí. —Vitae sonríe y Mors frunce el ceño.

Me alejo de ellas camino a la entrada principal, pero sin perderlas de vista. No se sienten bien, se les nota a la legua. Hace un rato, cuando regresé al reino luego de mi conversación con Sacarías, noté algo extraño en ellas y se lo achaqué a las consecuencias de la última capa de la profecía, pero no creí que fuera tan malo…

No creí que estuviesen muriendo…

Sacudo la cabeza, alejando ese pensamiento de mi mente. No me gusta saberlas en peligro, mucho menos a las puertas de la muerte.

La puerta del palacio está abierta, o hecha triza como prefieran, al igual que las ventanas, supongo que producto de la explosión de hace unos minutos. Desde aquí se puede ver a la manada, de pie en la cima de las escalinatas. Llego a ellos y el panorama ante mí, no me gusta.

Lucifer, con sus alas a medio abrir, sonriendo con superioridad, mientras su ejército aguarda con paciencia detrás de él.

La mirada del diablo se concentra en las Criaturitas a mi lado y por un momento, me parece ver una pizca de alegría en ella; sin embargo, desaparece con rapidez, siendo sustituida por un odio tan profundo que me hace pensar que he imaginado lo primero.

Vitae y Mors dan un paso al frente y yo las detengo, sujetándolas con delicadeza por sus muñecas. Sus miradas se encuentran con la mía y espero sinceramente que puedan ver la preocupación y el miedo en ella; no quiero que se le acerquen.

«Estaremos bien» murmura Vitae en mi mente y, aunque yo no lo creo así, las suelto.

Con calma, supongo que para no demostrar lo débiles que están, descienden las escaleras hasta quedar a tres metros del diablo. Ninguno de los Arcángeles se mueve de su lugar, así que me obligo a mantenerme quieto a pesar de los nervios.

La mirada chulesca de Lucifer, se centra en la de las Criaturitas, antes de sonreír de medio lado.

—Tiempo sin vernos. —Hace una reverencia exagerada.

—Tienes mucho coraje como para atreverte a venir al Reino de los Legnas, teniendo en cuenta que todos aquí te quieren muerto —comenta Vitae.

—Mmm. —Se lleva una mano a su barbilla—. Sabes que coraje es lo que me sobra y el hecho de que me quieran muerto, no significa que puedan lograrlo. Por otro lado, como suelen decir los humanos: si Mahoma no va a la montaña, pues la montaña viene a Mahoma.

—¿Y nosotras somos Mahoma? —pregunta Mors y él se encoge de hombros.

—Por supuesto. Sabía que no irían a recibirme, así que he decidido hacerles yo la visita.

—Ya la hiciste, puedes irte por donde mismo viniste —dice Vitae como si eso fuera a resolver algo.

—Tú y yo sabemos que eso no será posible. —Lucifer da un paso al frente e importándome una mierda el resto, corro hacia ellas, sin invadir su espacio personal, pero dejando claro que no tiene permitido dar un paso más cerca… aunque no creo que eso le importe.

La mirada roja y malditamente tenebrosa que me dedica, me cala hasta los huesos.

—¿Un vampiro? —pregunta y Mors, sonriendo de medio lado, se encoge de hombros.

—Es mejor un vampiro que el Diablo, ¿no crees?

Juro que puedo ver las llamas del Infierno refulgir en los ojos de Lucifer ante las palabras de la Muerte. Da un paso al frente y supongo que tanto Miguel como Rafael piensan que está peligrosamente cerca de atacar, porque no tardan en unírsenos, ubicándose en posición de ataque a nuestro alrededor.

—Nadie es mejor que yo y ustedes lo saben.

"Mierda". Escucho que alguien murmura detrás de nosotros y yo recuerdo que el resto de la manada no conocía la historia de Dios y Lucifer.

Vitae, para mi sorpresa y me atrevería a decir que la de todos, rompe a reír a carcajadas.

—Me pregunto… —Toma una respiración profunda para calmar su ataque—. Me pregunto si sonabas así de ridículo hace eones y nosotras de estúpidas no lo vimos.

»Pero ya eso se acabó. Ya no somos aquellas criaturas crédulas que caían en todas tus manipulaciones, Lucifer, ahora podemos ver tu verdadera naturaleza y te vamos a hacer pagar por todos tus crímenes.

Es el turno de Lucifer de reír a carcajadas y a diferencia de Vitae, este me eriza la piel por el peligro que desprende.

—¿Y quién lo va a hacer? ¿Ustedes dos? ¿Creen que no sé lo que esa Piedra está haciendo?

»Están muriendo, Vitae; lo supe en el momento justo en que llegué. No has visto el exterior, ¿verdad? Los árboles se están marchitando, no tardaré mucho en destruir este mundo que tanto te ha costado crear y voy a disfrutar cada segundo.

»Voy a cobrar mi venganza, voy a acabar con cada humano sobre la faz de la Tierra y extinguir, de una vez por todas, esa maldita especie que nunca debiste crear, esa por la que abandonaste a los tuyos. Y después, voy a coger a vuestro noviecito y disfrutaré muchísimo haciéndolo pagar por tocar algo que no les pertenece para, por último, convertirme en el puto Dios y crear el mundo que me apetezca.

—Nunca serás Dios, Lucifer —lo enfrenta Vitae con aplomo—. Eres poderoso, tanto como tus hermanos, pero tu fuerza no es suficiente para crear un mundo. Eres un Arcángel nada más y puede que destruyas el mundo, puede incluso que me mates a mí, pero Miguel, Gabriel y Rafael estarán por toda la eternidad jodiéndote la existencia. Son tan inmortales como tú.

—De ellos me encargaré cuando llegue el momento y tal vez no tenga tus poderes, o por lo menos los que una vez tuviste… —Sonríe con sorna—. Pero hay millones y millones de almas en el mundo. Almas que puedo absorber y usar para lo que quiera. Tú creaste el espíritu de los humanos con tu gracia, tienen tu poder, Vitae y yo me voy a aprovechar de él.

No sé si eso es posible, pero el rostro tenso de las Criaturitas, me dice que tal vez sí lo sea.

«Alexander» —dice Vitae en mi mente, aunque el hecho de que lo llame a él, me da a pensar que no soy el único que la puede escuchar. «Ya no hay opción a renunciar, él está aquí y estaremos muertos antes de bajar las armas. Hay que luchar, pero es vuestra decisión si Alexa lo hace o no». —Miro por el rabillo del ojo cómo el rey y mi amiga se toman de la mano. «Si lo vamos a hacer, debemos sacar a todos los ciudadanos de tu reino y hay que comenzar ya si queremos ponerlos a todos a salvo. El área de explosión debe oscilar entre los cinco y siete kilómetros cuadrados. Todo en ese espacio quedará resumido a cenizas».

«En estos momentos estamos proyectándonos en la cabeza de cada uno de ustedes». Es el turno de Mors. «Si desalojamos el reino y solo nos quedamos los guerreros, podremos ganar un poco de tiempo; Alexa tendría que quedarse dentro del palacio hasta entonces para que Lucifer no la descubra.

—¿Es en serio? —pregunta Lucifer—. ¿Comunicándose con la mente? Eso es de muy mala educación, chicas.

«Las colinas Misth están fuera del radio de acción, los brujos podrían llevarnos allí cuando llegue la hora». Continúa Mors, ignorándolo. «Es solo una idea, tú eres el rey, es tu decisión».

Observo a Alexander, en espera de una respuesta. El Legna barre la mirada por la de sus hombres, hasta concentrarse en Maximiliano. Asiente con la cabeza y luego de hacerle una señal con los dedos que no entiendo ni mierda, un grupo de guerreros se dispersan bajo las órdenes de la mano derecha del rey con el objetivo de vaciar el Reino.

—Predecible —murmura Lucifer, rodando los ojos—. Los buenos y su afán de salvar a todo el mundo.

Lucifer observa a las Criaturitas por varios segundos, con los ojos ligeramente entrecerrados, pero, para mi sorpresa, con una mirada cálida, incluso podría decir que anhelante y creo que no soy el único que lo nota, porque cuando miro a Miguel, él me observa con preocupación.

Me pregunto qué le gustaría menos al Arcángel: que las criaturitas estén conmigo o con Lucifer.

Gabriel llega a nosotros a gran velocidad, ubicándose junto a Rafael en pose amenazante, dejando claro que, si Lucifer intenta algo, no se lo pondrá tan sencillo. Yo solo puedo preguntarme si consiguió poner las protecciones angelicales en Alexa.

El Diablo observa a los tres Arcángeles y da un paso al frente; sus hermanos también. No se interponen entre ellos, los tres están uno frente al otro, pero los emplumados, en sus posiciones, dejan claro que no van a permitir que dé ni un paso más.

—¿Por qué no vienen conmigo? —pregunta Lucifer, para sorpresa de todos—. Regresemos al Cielo, volvamos a ser lo que una vez fuimos, antes de los humanos. Es más, estoy dispuesto a permitir que conserves a tus mascotas, siempre y cuando vuelvas a ser Dios, mientras se olviden de su obsesión desmedida con ellos.

Mi corazón comienza a acelerarse, siendo presa del miedo porque hay algo que no puedo sacar de mi mente… los Arcángeles temen que Lucifer aun tenga control sobre ellas.

—Éramos un buen equipo, hacíamos buena pareja y dirigíamos bien el Cielo. Nos traicionaste, pero estoy dispuesto a olvidarlo todo. Podrás vivir, conservar el mundo… Solo debes venir conmigo.

Los Arcángeles se miran unos a otros, preocupados antes de centrar su atención en la Vida y la Muerte que intercambian miradas entre ellas y por la intensidad que desprenden, da la sensación de que se dicen miles de cosas.

Ambas dan un paso al frente y yo contengo la respiración en espera de su próximo movimiento. Lucifer sonríe con calidez y yo no puedo odiar más a ese hombre. ¿Cómo es que puede ser el mismísimo diablo y al mismo tiempo es capaz de aparentar inocencia?

Las Criaturitas llegan hasta él y sonríen ampliamente.

—Uno de los mayores errores que hemos cometido en nuestra larga existencia —murmura Vitae—, es haber confiado en ti ciegamente, pero ese tiempo pasó. Caíste, Lucifer, lo hiciste por todas tus acciones y has causado tanto daño, que no mereces perdón de ningún tipo.

La sonrisa de Lucifer desaparece ante las palabras de la Vida.

—Puede que nosotras estemos demasiado débiles como para matarte, pero así sea lo último que hagamos, no permitiremos que te salgas con la tuya. Puede que el mundo muera con nosotras, pero tú no estarás para verlo.

Lucifer aprieta los dientes con fuerza y de los puños cerrados a sus costados comienza a desprenderse un brillo que no me gusta para nada.

—Por si no te quedó claro —dice Mors sonriendo con maldad—. Púdrete en el quinto Infierno, Lucifer.

Los ojos del Diablo se tornan totalmente rojos y antes de que pueda hacer algo, Rafael extiende sus alas y se coloca frente a las Criaturitas evitando así, que se lastimen ante el ataque. En cambio, yo, y el resto de la manada, salimos volando por los aires, estampando nuestros cuerpos contra las paredes del palacio. Sacudo la cabeza para alejar la turbación y cuando levanto la mirada, veo a Miguel y a Lucifer enzarzados en una pelea rabiosa.

El resto de su ejército se lanza contra nosotros, que, a penas, logramos recuperarnos del ataque del Diablo. Me incorporo lo más rápido que puedo y saco una de las dagas de mi bota. Son de plata, así que me sirven tanto para demonios, pues Miguel las bendijo con su Gracia en nuestra visita al Infiero, como para lobos que, a diferencia de los de la Sociedad Sobrenatural que son puros, estos conservan su parte humana, salvo por los ojos, la boca, las garras los pies, las orejas y el vello que se extiende por todo su rostro. Estos son los lobos por mordedura, miembros del Submundo, que pueden ser mucho más sanguinarios que el resto.

Alysson, que siempre está pendiente de los que no somos Legnas, se acerca a mí y me extiende una estaca. Sin perder un segundo más, me lanzo a la batalla más temeraria a la que me he enfrentado o enfrentaré alguna vez. Después de todo, es la Batalla Final.

Corro hacia Rafael que intenta sacar a las Criaturitas del desastre que se desarrolla a nuestro alrededor, mientras lucha contra todos aquellos que se interponen en su camino. Debo decir, que para ser un Sanador es bastante bueno luchando, supongo que se debe a su tiempo como líder en el Cielo.

Gabriel y Miguel luchan contra Lucifer y varios ángeles caídos; bueno, supongo que lo son porque si no están en el bando de Dios, por algo es. El diablo parece decidido a llegar a la Vida y la Muerte, pero sus hermanos, fundamentalmente el líder del ejército celestial porque el profeta está bastante ocupado con otros ángeles, intentan evitar su avance.

Un vampiro se lanza contra mí y luego de varios intercambios de golpes, consigo encajar mi estaca en el centro de su corazón. Sin embargo, no tengo tiempo de relajarme porque un lobo y otro maldito chupasangre interceptan mi camino justo cuando ese característico temblor que recorre mi cuerpo cada vez que el híbrido forma la serta, hace acto de presencia. Atraído hacia su poder, como una abeja a la miel, busco a Jazlyn con la mirada para encontrarla en un combate cuerpo a cuerpo con un ángel.

Un puño se estrella contra mi boca haciéndome retroceder y concentro toda mi atención en mis adversarios que dan todo de sí para vencerme, pero no llevo en este mundo poco tiempo y he aprendido demasiado, así que no me resulta muy difícil deshacerme de ellos. Intento acercarme a Rafael para ayudarlo y que acabe de poner a las Criaturitas a salvo, pero otro maldito chupasangre se interpone en mi camino. Mis garras salen junto a mis colmillos, deseosos de encajarse en algo, no por el deseo de alimentarme, sino para desangrarlo hasta la mismísima muerte.

El vampiro arremete contra mí y debo admitir que es bastante poderoso, mucho más que algunos a los que me he enfrentado en las últimas semanas. Intento encajarle mi estaca, pero luego de un golpe en mi brazo, cae al suelo, dejándome indefenso. Lanza un tajazo, rasguñando mi pecho con sus garras, algo que, si bien arde, no tarda en sanar.

Un dolor profundo se extiende por mi costado cuando siento algo encajarse en mi piel. Miro hacia un lado y me encuentro otro maldito vampiro con sus garras incrustadas en mi cuerpo. Sujeto su muñeca con fuerza y lo obligo a separarse; lanzo una patada al vampiro frente a mí y aunque duele como cojones la herida, me obligo resistir y golpearlo con todas mis fuerzas en la cabeza.

El tipo cae al suelo, pero no tarda en levantarse. Busco la estaca en el suelo, pero no la veo por ningún lado, supongo que la lanzamos lejos con tanto revuelo y como solo tengo en mi poder las malditas dagas y supongo que es mejor algo que nada, saco la de mi cinturón y la encajo en el pecho de uno.

Para mi sorpresa, cae al suelo y no vuelve a levantarse.

Está muerto.

Hostia puta, bendita sea la Gracia de los emplumados.

Arremeto contra mi segundo atacante, el maldito que me ha hecho la herida que no parece querer sanar pronto y luego de hundir la hoja de mi daga en su piel, cae desplomado al suelo.

Levanto el pulóver con cuidado para observar la herida y hago una mueca, tanto de dolor como de asco, al ver la sangre salir, totalmente negra y con un olor a podrido que me revuelve el estómago.

Busco al vampiro que yace a mis pies y reviso sus garras. Un líquido viscoso se desprende de ellas y al observar nuevamente la herida, me doy cuenta de algo que me aterra, no por mí, sino por cada Legna en este maldito lugar.

Es el veneno que mató a Alexander hace unas semanas, mandándolo al pasado y permitiéndole la llegada a Lirba. Mierda.

Me incorporo y de un salto, subo a uno de los balcones del palacio. Busco a Alexander con la mirada y no tardo en encontrarlo luchando contra un tipo que no consigo identificar de qué raza se trata. Sin perder tiempo, regreso al campo de batalla y, luego de asegurarme de que Vitae y Mors siguen a salvo, escudadas tras el cuerpo de Rafael que al ver que el combate cuerpo a cuerpo, no lo ayuda, está lanzando ondas de poder por todos lados, corro hacia el rey.

Su adversario consigue propinarle un golpe que lo lanza al suelo, pero no tarda en levantarse. El tipo mete la mano en una bash que hasta el momento no había visto, dándome a entender que es un puñetero Legna, y saca una espada. Se lanza contra Alexander y no dudo un segundo en acercarme, lanzando al tipo por los aires.

—Gracias —dice el rey mientras saca una runa de su bash y luego una espada—. Odio a ese tipo con toda mi alma. —Frunzo el ceño por un segundo—. Lirba.

Con los ojos abiertos de par en par, busco al imbécil mayor y lo encuentro levantándose. Con una sonrisa macabra, se acerca a nosotros.

—No se parece a ti.

—Supongo que su alma salió del Infierno y ese fue el primer cuerpo que encontró. —Se encoge de hombros y yo lo imito.

—A lo que venía —le digo, mientras levanto mi pulóver y le muestro la herida—. Los vampiros tienen sus garras empapadas del mismo veneno que casi te mata o que te mató, depende de cómo lo miremos. Deben tener cuidado.

Alexander resopla.

—Si los vampiros lo tienen, no me extrañaría a que los demonios que lo producen también estén aquí. En parte eso es bueno, podríamos tener a uno para estudiarlo y crear un maldito antídoto. ¿Cómo te sientes tú?

—Duele como demonio, pero no me matará. Ya lo he visto trabajar en los de mi especie; hace que la herida sane más lento. —Asiente con la cabeza.

—Hay que advertirle al resto.

—Un placer volver a verte, Hostring. —Escucho decir a Lirba y puede que no se parezcan en nada, pero su voz sigue siendo la misma.

Ruedo los ojos y me volteo hacia él.

—Es una lástima que no pueda decir lo mismo, Lirba. —Lo miro de arriba a abajo—. Tengo que admitir que en el otro cuerpo te veías mejor, ahora pareces demasiado viejo.

Tiene pinta de tener treinta y pico largo.

Me volteo a Alexander.

—Mátalo, a ver si nos deshacemos de él de una vez por todas. Yo me encargo de que los Legnas se enteren del veneno.

—Eso no tienes ni que decirlo.

—Espero que te pudras en el Infierno, Asim.

Y sin decir nada más, doy la media vuelta. Corro hacia Rafael, ignorando el dolor que me provoca la herida y deshaciéndome de todos los que me rodean sin llegar a un enfrentamiento. Sujeto bien la daga y sin darle demasiadas vueltas, la entierro en la espalda del ángel que luchaba con Rafael. Por suerte, cae desplomado al suelo.

Algo me decía que, si podía matar a un vampiro con ella, serviría para cualquier criatura. Lástima que no sea así con un Arcángel.

—¿Están bien? —pregunto al llegar a las Criaturitas. Lucen aterradas.

—Tú eres el que no parece estarlo —responde Rafael.

—Veneno.

El Arcángel me levanta el pulóver y yo doy un paso hacia atrás un tanto azorado por su atrevimiento. Rueda los ojos y vuelve a acercarme. Coloca dos de sus dedos en la zona afectada y sorprendido a más no poder, observo cómo la herida se va cerrando poco a poco y el dolor comienza a remitir.

—Gracias —murmuro sin poder creerlo.

Estos jodidos Arcángeles son realmente poderosos.

Me concentro en Vitae.

—Necesito que le comuniquen a todos los Legnas en este lugar que hay vampiros usando el veneno de demonio que los mata en cuestiones de minutos y que los portadores de dicho veneno deben estar aquí también. Deben tener cuidado.

Vitae asiente con la cabeza y el hecho de que yo escuche en la mía el mensaje, me dice que se lo ha hecho llegar a los Legnas y a los que no lo son, también.

—Tienes que sacarlas de aquí.

—Ja, eso díselo a ellas, que me han dado la orden de no sacarlas. No quieren irse, pues según ellas, esta guerra es su responsabilidad. —Ruedo los ojos.

—Tienen que largarse —ordeno, intercalando la mirada entre las dos.

—No —responde Mors.

—Nada de lo que hacemos tiene sentido si ustedes mueren, así que dejen de ser tan obstinadas y lárguense de aquí.

—Es nuestra guerra —murmura Vitae y su mirada luce triste.

—Pero no están en condiciones de librarla y Lucifer va a por ustedes.

—Nosotras… —Resoplo, interrumpiendo lo que sea que la muerte iba a decir y me volteo a Rafael.

—¿Cómo es que hasta en estas circunstancias tienen que obedecer sus órdenes?

—Es Dios.

—Y a mí me importa una mierda. Sácalas de aquí, ponlas a salvo y regresa para…

—Mitchu —murmura Vitae de repente. Frunzo el ceño y sigo la dirección de su mirada hasta encontrarme con Machupichu y una manada de lobos gigantes que arremeten contra los adversarios.

Hostia, me había olvidado completamente de él.

—¿Dónde coño estaba el lobo? —pregunto sin poder detenerme.

—Lo enviamos al Edén cuando recuperamos la memoria. Ya había cumplido su misión en la Tierra y era hora de que regresara a casa.

¿Y se fue sin despedirse?

Maldito lobo desagradecido.

Como si pudiese sentir nuestras miradas, Mitchu se voltea hacia nosotros y luego de arrancarle una extremidad a un vampiro con una fuerza asombrosa, se cerca.

Hostia, recuérdenme no hacerlo enojar.

El lobo se detiene a dos metros de nuestra posición y hace una reverencia pronunciada.

—Gracias por venir —dice Vitae

—No podíamos dejarlas solas —responde con esa voz rara producto al hechizo de Sacarías y yo reprimo los deseos de reír.

El lobo da la media vuelta y regresa la batalla. Yo me volteo al Arcángel.

—Llévatelas —ordeno.

—No… —El Arcángel chasquea sus dedos y desaparecen dejando las palabras de Mors en el aire.

Ruedo los ojos.

Maldita esa manía que tienen los emplumados de obedecer todas sus órdenes sin importar lo absurdas que sean. Con lo fácil que era desaparecer de este lugar.

Respiro profundo y regreso a la batalla, sin embargo, no he dado dos pasos cuando me detengo en seco al ver a Lucifer, con una sonrisa malvada que eriza cada poro de mi piel, acercarse a mí. Inconscientemente, busco a Miguel con la mirada y lo encuentro demasiado ocupado con un grupo de ángeles.

Maldita sea, ¿cuánto más demorarán en desalojar el reino? No creo que podamos resistir mucho más en esta maldita batalla sin que Alexa intervenga.

De hecho, no creo que yo sobreviva a los próximos minutos.

Trago duro, intentando desaparecer el nudo en mi garganta. Mi corazón late acelerado y por mucho que intente aparentar que nada me afecta, que no le tengo miedo a absolutamente nada ni a nadie, no puedo evitar retroceder varios pasos porque sí, estoy jodidamente asustado de enfrentarme al Diablo.

—Al fin a solas, vampiro.

Con una daga en una mano, saco otra de mi bota. No sé qué coño podré hacerle con ellas, pero es mejor que estar desarmado.

Les doy vueltas entre mis dedos en un gesto que a veces me relaja, pero que esta vez no funciona y él las observa con diversión.

—¿Qué crees que puedes hacerme con ellas? —Me encojo de hombros haciendo lo posible por mostrar indiferencia.

—Te sorprendería.

—Puedes aparentar todo lo que quieras, vampiro, pero tú y yo sabemos que estás muerto.

—Se necesita más que un Diablo celoso para acabar conmigo, Lucifer.

—Te crees gracioso, ¿verdad?

—¿Por qué? ¿Por pensar que eres celoso? —Me encojo de hombros—. Mira la que has liado por ese sentimiento. Dejaste de ser el centro de atención de Dios y no pudiste con ello, ahora quieres acabar con su mundo. Eso no habla muy bien de ti, que digamos.

Sus ojos se vuelven totalmente rojos al igual que los símbolos en sus brazos y sí, ya sé que tengo una vena suicida, pero es que no me puedo quedar callado.

—Tú no sabes nada, vampiro.

—Tampoco es que me interese saberlo. —Vuelvo a encogerme de hombros.

Mueve la cabeza hacia los lados, estirando su cuello lo que hace que su aura demoníaca se sienta aún más. Este tipo da miedo por donde quiera que lo mires, aun así, me obligo a no retroceder… aunque Sacarías dice que hay batallas que es mejor no librar, que está bien correr de vez en cuando… ¿Debería ponerlo en práctica?

Supongo que sí, pero no me da tiempo, porque Lucifer arremete contra mí con toda su furia. A duras penas, consigo evitar el golpe directo a mi rostro moviéndome a gran velocidad. Sin más remedio que enzarzarme en una lucha contra el Diablo y rezando para salir vivo de esto, lo embisto. A mi favor solo tengo mi velocidad y mi fuerza sobrehumana por lo que hago uso de ellas y me satisface decir que consigo darle alguna que otra patada y hacerle una herida en el rostro con el filo de una de las dagas.

¿Lo malo? Se cerró mucho más rápido que una de las mías.

Cierra los puños a sus costados y antes de que pueda hacer algo, lanza sus brazos hacia el frente y una onda expansiva sale de ellos lanzándome por los aires, llevándome conmigo a varios vampiros que, al no recibir la explosión directamente, se incorporan primero que yo y me atacan.

—Déjenlo —ordena Lucifer—. Él es mío.

Los vampiros se alejan de mí y en este punto no sé si sentirme aliviado o más aterrado todavía.

Como puedo, me incorporo. La cabeza me da vueltas y la vista la tengo nublada por lo que debo sacudirla con la esperanza de enfocarme. Lucifer me coge por el cuello de la camisa y sin hacer esfuerzo ninguno, me levanta.

—No eres rival para mí, vampiro. —Estampa su puño en mi estómago y yo me doblo del dolor.

El maldito tiene fuerza y antes de que consiga recuperarme, su rodilla golpea mi mandíbula, desencajándola. Cierro los ojos rabiando del dolor, pero logro regresarla a su lugar y a pesar de que no hay un centímetro de mi ser que no duela, le propino una patada en su pierna, haciendo que pierda el equilibrio.

Me incorporo sintiendo cómo el dolor va desapareciendo y es mi turno de ir contra él. Lo golpeo varias vecen en el rostro, sin darle tiempo a reaccionar, pero para mi consternación, el maldito solo se ríe.

Frustrado, cojo una de las dagas y la encajo donde supongo que tiene el corazón. Usando todas mis fuerzas, estampo mi bota en su rostro, enviándolo par de metros lejos de mí y a pesar de que se revuelca en el suelo, se levanta como si nada y, sin dejar de reír, saca el puñal de su pecho.

Suspiro agotado y me preparo para otro enfrentamiento, pero para mi suerte, justo antes de que su cuerpo envista el mío, sale volando por los aires estampándose contra la muralla.

Observo en la dirección del ataque y veo a Nick sonriendo.

—Eso se ha sentido jodidamente bien —dice.

—Recuérdame agradecértelo cuando terminemos esta mierda.

—Eres duro, Hostring. Llevo un rato intentando llegar a ti, pero se me ha hecho complicado. —Veo a Lucifer levantarse y dirigirse a nosotros—. Has resistido bastante bien.

—Algo me dice que solo se estaba divirtiendo. Es un puto Arcángel, apuesto que podría evaporarme con un solo chasquido de sus dedos.

Lo piensa por unos segundos.

—Creo que tienes razón. Ahí viene de nuevo.

Nick y yo asumimos posición de ataque, pero justo antes de que llegue a nosotros, Miguel se interpone en su camino.

Bendito sea el emplumado, pero no pienso agradecerle nunca.

—¿De verdad proteges a un vampiro, Miguel? —El emplumado se encoge de hombros—. Qué bajo has caído.

—El único que ha caído eres tú y puede que el vampiro no me agrade, pero ha hecho de Dios una mejor Criatura y con eso me vale. Si quieres hacerle daño, tendrás que pasar por encima de mí.

Ok…

Eso me ha desconcertado.

—No debiste permitir que la tocara. Ha mancillado lo más sagrado que existe en esta Tierra.

—Prefiero que esté con un vampiro antes de alguien como tú. Tu tiempo ha acabado, Lucifer, supéralo.

El Diablo se lanza contra su hermano, enzarzándose en una batalla campal en la que ambos tienen las mismas posibilidades de ganar, pero que, debido a que ninguno pude morir, esto no tendrá final.

No tengo tiempo de preocuparme de nada más porque el resto de su ejército se nos viene encima.

ALEXANDER:

El puño de Lirba se estampa en mi rostro y juro por Dios que me tiene hasta la mierda este imbécil; pero no consigo acabar con él de una maldita vez. Es rápido, escurridizo, fuerte y jodidamente bueno luchando, justo como yo. No sé si es porque se trata de mi Doppelganger, pero es como si estuviese luchando contra mí mismo y es desesperante.

No sé que tiempo llevamos desde que todo se salió de control, solo sé que mis músculos están comenzando a resentirse, a cansarse. Soy un Legna no un robot y el hecho de que este imbécil ahora sí tenga una bash, no como cuando estuve en su cuerpo, me jode aún más.

Para colmo, estoy demasiado pendiente de los que me rodean. Necesito mantenerme lo más lejos posible de ese maldito veneno, porque ya fui víctima de él y, sin duda, no quiero volver a pasar por lo mismo, pues, esta vez, no creo que vuelva despertar en el pasado.

Por otro lado, desde hace un rato, Sam mantiene una batalla campal contra Lucifer y puede que nunca lo admita en voz alta, pero no quiero que le pase nada y por más que he intentado deshacerme de este imbécil para ayudarlo en algo, no lo consigo.

Por otro lado, está Jazlyn que, desde que Lirba se cruzó en mi camino, Maira lo hizo en el de ella y hace rato las perdí de vista. Lo único bueno es que creo que su gemela malvada no tiene la serta, al menos no tenía el pulso cuando la vi.

Llevo mi mano a mi boca y limpio la sangre de ella. Me permito mirar una vez más a mi alrededor y me alivia ver que es Miguel quien se hace cargo ahora de Lucifer. Por otro lado, me aterra el panorama.

Demasiada sangre…

Demasiada muerte…

Y lo peor, es que esto prácticamente acaba de empezar.

Quisiera que Maximiliano apareciera ahora, avisándonos de que el Reino está desierto, pero al mismo tiempo odio la idea porque eso significa que Alexa tiene que intervenir.

Cuando me convertí en Legna, se me otorgó una misión que, a pesar de que en ese entonces no lo entendí porque a penas era un bebé, tenía que cumplir. Proteger a los humanos por sobre todo, incluso sobre nuestra propia familia. A los diez años, tuve que hacer ese juramento ante todo el Reino, pero justo ahora, lo detesto.

Como rey, entiendo que Alexa es nuestra única oportunidad; que debo permitir su sacrificio por el bien mayor. Sin embargo, como padre, quiero ser egoísta.

No puede ser que la haya perdido a penas nació y que ahora que acabo de recuperarla, la vaya a perder nuevamente. Sé que solo han pasado días, desde nuestro punto de vista. Es decir, puede que para Alexa hayan pasado más de doscientos años, pero tanto para Jazlyn como para mí, a penas han transcurrido unos días. En un momento estábamos en el bosque huyendo, mientras ella daba a luz y al otro estábamos doscientos tres años en el futuro. Aun así, a pesar del poco tiempo, amo a esa chica con todas mis fuerzas y me desgarra el alma saber cuál es su destino.

—¿Qué sucede, O´Sullivan? —pregunta Lirba en tono burlón—. Escuché mucho sobre ti mientras estaba en tu cuerpo, pero debo decir que no le llegas ni a los talones a tu reputación. Eres demasiado débil peleando.

—Y aún así no has podido matarme.

—Aún.

—Sigue soñado.

Me lanzo contra él, la batalla es intensa y nos provocamos heridas bastante feas el uno al otro, pero nada que nos haga detenernos. Es imposible acertar con un golpe mortal.

Mi pie golpea su pecho lanzándolo al suelo, aprovecho la oportunidad y sentándome a horcajadas sobre él, le propino varios golpes en el rostro. Él intenta protegerse con sus brazos, pero yo no le doy tregua.

Lamentablemente, a puñetazos no lo voy a matar y no puedo meter la mano en mi bash para sacar un arma porque él aprovecharía mi descuido para tomar ventaja. Su rostro está desfigurado por la fuerza de mis golpes, pero el maldito es resistente, pues consigue quitarme de encima usando sus piernas. Es su turno de sentarse sobre mí, pero antes de que logre golpearme, golpeo su cabeza con la mía, aturdiéndolo.

Para qué voy a mentir, hasta yo termino aturdido.

Lo empujo e intento incorporarme, pero estoy mareado. Un lobo se lanza sobre mí cuando me levanto y por un momento creo que no voy a sobrevivir.

Me agacho para evitar su embestida casi cuando está encima de mí y me levanto tomándolo desprevenido para lanzarlo contra Lirba.

—¡Alteza! —grita alguien y al levantar la cabeza, me encuentro con un guerrero que me lanza su espada. La cojo al vuelo y me volteo consiguiendo incrustar su hoja en el estómago del licántropo.

Por el rabillo del ojo veo a Lirba correr hacia mí con un arma igual, saco la mía de mi adversario y su cuerpo cae inerte al suelo. La espada de mi Doppelganger golpea contra la mía. Nos enzarzamos en una batalla que con cada segundo nos agota cada vez más y supongo que es precisamente eso, lo que me permite herir su brazo, desconcertándolo por unos segundos mientras rabea por el dolor y, antes de que pueda reponerse, hundo la hoja de mi espada en su vientre.

Sus ojos se abren de par en par y un buche de sangre se escapa de su rostro manchando mi camisa, aun así, me da igual. Hace mucho que no veía una imagen tan buena como la de uno de los dolores de cabeza más grandes de mi vida, muriendo entre mis brazos.

Soy un guerrero, pero no me gusta la muerte; sin embargo, esta la disfruto en demasía.

—Espero que te pudras en el Infierno, Lirba —murmuro en su oído. Él intenta decir algo, pero solo consigue toser—. O mejor aún, que tu alma quede atrapada en la Nada y que nunca volvamos a saber de ti.

Saco la espada y lo veo caer al suelo. Su cuerpo se sacude varias veces antes de, simplemente, morir.

En una ocasión, creo que fue Vitae, dijo que las almas demasiado malas terminaban en la Nada sin opción a renacer y espero sinceramente que así sea porque ya estoy hasta la mierda de este imbécil.

Respiro profundo par de veces, revuelvo mi cabello y sonrío al saberlo muerto. Joder, ha sido una pesadilla.

Recordando que esto aún no ha acabado, me lanzo a la batalla, luchando contra todos aquellos que se cruzan en mi camino mientras busco a Jazlyn. Veo a mi hermana pelear como toda una guerrera, con Adams y mi madre a su alrededor, cubriéndole las espaldas. Lucio y Sam pelean espalda contra espalda contra varios demonios mientras Gabriel y Nick luchan contra un grupo de ángeles caídos que no les dan tregua.

También me encuentro a Sacarías y a Ezra luchando con la mujer que apareció hace unas horas en el cementerio. La esposa del de los pelos locos. Aún no entiendo qué sucede exactamente entre ellos.

Cuando veo a Jazlyn, tiene los ojos completamente negros mientras hace una de esas runas contra vampiros capaz de matar a varios de un solo golpe. Esta vez son seis.

—¿Y Maira? —pregunto cuando termina con la runa.

—Bien muerta, O´Sullivan. —Ruedo los ojos, aún no me acostumbro a su parte Nefilim—. ¿Lirba?

—Digamos que lo mandé a buscar a su novia.

—Hacemos buen equipo, ¿a que sí?

—¿Desde cuando eres bromista? —Hace una mueca.

—Aburrido.

Y sin decir nada más, da la media vuelta y regresa a la batalla, dejándome solo. Yo hago lo mismo, pero intentando no alejarme demasiado.

La batalla es dura, intensa y no parece que vaya a terminar pronto. Estamos enfrascados en una lucha que como siga este cauce, acabará con nosotros, pues podemos ser seres sobrenaturales, pero no somos inmunes al cansancio, algunos los resisten más que otros, sin embargo, tanto esfuerzo nos pasará factura. Lo peor es que no tenemos otra opción, no hay un plan B, no aún, pues hasta que Maximiliano no desaloje completamente el reino, Alexa no podrá intervenir.

Honestamente, no quiero pensar en ese momento.

No ahora que el maldito vampiro frente a mí está a punto de colmarme la paciencia. No le tengo miedo a los chupasangres, pero me desespera su jodida velocidad, así que saco la runa que me permitirá estar a su nivel y no pierdo tiempo en usarla.

Luego de varias estocadas pongo fin a su maldita existencia y paso al siguiente.

La sangre se huele en el ambiente. El sonido de las espadas, los gemidos de dolor, los gritos de lucha, las órdenes y las horrendas explosiones provocadas por los hechizos de los brujos, forman una orquesta difícil de soportar y lo peor es ver tanta muerte y no solo del enemigo, sino de aquellos que han luchado codo a codo conmigo en mi ejército. Legnas, brujos, lobos, incluso hadas.

Mientras me enfrento a dos demonios, busco a Jazlyn con la mirada y la encuentro luchando contra un grupo de cuatro vampiros. En otro momento no me habría preocupado, pues es capaz de vencerlos ella solita; sin embargo, la viscosidad que gotea de las garras de cada uno de ellos, me alarma.

El veneno.

El maldito veneno.

Corro hacia ellos a toda velocidad; tan desesperado en llegar antes de que logren siquiera hacerle un arañazo, por lo que no puedo evitar, ni mucho menos frenar ante el demonio que se me cruza en frente y me voy de bruces contra él. Caemos al suelo y mientras él intenta matarme, yo hago lo posible por sacármelo de encima sin ser capaz de pensar en otra cosa que no sea en el peligro que corre Jazlyn justo ahora.

Sus manos totalmente negras, en forma de humo, pero con la suficiente consistencia como para hacer daño, se cierran alrededor de mi cuello, trancando mi respiración. Intento zafarme de su agarre, pero el maldito es fuerte y pesa con cojones, tanto, que estoy seguro de que, si hiciese un poco más de presión con el resto de su cuerpo, me partiría las costillas. Toso desesperado ante la falta de aire y tiento el piso a mi alrededor buscando mi arma que no sé a donde coño fue a parar. Bajo mi mano en busca de la bash, pero no la encuentro.

¡Maldición!

El colmo sería que haya perdido mi bash.

Abro la boca en busca del aire que no llega a mis pulmones. Consigo sujetar una piedra con mis manos y aunque sé que no le voy a hacer mucho, lo más probable que nada, me dispongo a estampársela en la cabeza, sin embargo, de repente, se hace polvo.

Boqueo con desesperación en busca de aire y parpadeo varias veces intentando eliminar las motas negras que se iban formando alrededor de mi visión.

—Creo que esto te pertenece. —Escucho decir a una voz que conozco demasiado bien y cuando consigo enfocar mi mirada, veo a Sam con mi bash en la mano, los ojos totalmente rojos y los colmillos y las garras afuera—. Me lo agradeces después —comenta burlón mientras me extiende su mano libre para ayudarme a levantar.

La acepto.

Una vez me levanto y con mi bash en la mano, recuerdo a Jazlyn y la busco con la mirada.

No la encuentro.

Doy vueltas a mi alrededor buscando a esa chica rubia que tanto me gusta, pero no aparece y comienzo a asustarme.

—¿Qué sucede?

—Jazlyn. —Es mi única respuesta antes de salir corriendo con dirección a la muralla.

Saco la runa de Agilidad y una vez la golpeo contra el adaptador, siento la característica corriente que me dice que ha hecho efecto y salto. Me sujeto a una de las piedras sobresalientes de la pared y con gran destreza voy subiendo por ella con ayuda de mis manos y pies. Una vez en la cima, miro a mi alrededor.

Sam no tarda en llegar a mi lado.

—¿Qué sucede? —pregunta y luce tan preocupado como yo, a pesar de no saber nada.

—Justo cuando el demonio de mierda me golpeó, ella estaba luchando con varios vampiros que tenían sus garras envenenadas y ahora no la veo por ningún lado.

Vuelvo a barrer la batalla campal con mi mirada y, joder, desde allá abajo se ve feo, pero ahora que consigo tener una vista panorámica de todo, es una absoluta pesadilla que se va haciendo aún peor mientras transcurren los segundos.

Mi corazón se acelera, aterrorizado, porque no puedo perderla.

—Estará bien—murmura Sam, pero no sé a quién intenta calmar, si a él o a mí.

Sus ojos de vampiros, mucho mejor que los míos, buscan sin parar, pero no la encuentran. Todo es horrible y peor aún si te concentras en la lucha incesante de Miguel contra Lucifer.

Con la desesperación haciendo estragos en mi cuerpo y el miedo extendiéndose por mis venas, pues tengo un mal presentimiento, continúo la búsqueda y par de minutos después en los que creo que me volveré loco, la encuentro.

Está cerca de unos arbustos al lado de la gran escalinata, tirada al suelo mientras hace presión en su vientre e intenta arrastrarse fuera de la batalla. Escaneo su rostro que, a pesar de la distancia, consigo distinguir con claridad y mi pobre corazón se detiene por un segundo, para luego latir con desesperación al ver su rictus de dolor.

—Escalinata a la izquierda, en los arbustos —le digo a Sam—. Busca a Rafael.

Y antes de que pueda decir algo, libero mi sujeción y caigo al suelo si problema ninguno para luego salir corriendo. Esta vez me aseguro de no toparme con nadie y una vez llego a ella, cruzo una mano por debajo de sus rodillas y la otra por su espalda, cargándola. Nos escondo tras los arbustos, pues sin su resguardo no duraremos mucho sin que se nos vayan encima, y una vez la acomodo en el suelo, me arrodillo a su lado

—Alex… —murmura y un ataque de tos le sobreviene, pero lo peor es el buche de sangre negra que sale de su boca.

—Oh, mierda.

Busco la herida, retiro su mano y levanto su blusa para encontrarme con cuatro garras marcadas en su piel, bastante profundas y sangre negra brotar de la herida con un olor bastante desagradable.

El recuerdo de ambos en esta misma situación hace unas semanas, viene a mi mente, aunque en aquel entonces era yo el que yacía a sus pies al borde de la muerte. Sin embargo, esta vez ella no tendrá el mismo destino que tuve yo; no hay profecía de por medio y más importante que eso, tenemos al Sanador mayor, un puto Arcángel que como no la salve, va a saber quién es Alexander O´Sullivan y lo que puede hacer cuando está enojado.

—A… A… —Otro ataque de tos y más sangre.

Cierro los ojos por un segundo porque verla en ese estado, me aterra. Los abro y me concentro en ella.

—Tranquila, ¿vale? No hables, ya Sam fue a buscar a Rafael y en unos segundos estará aquí. —Respiro profundo—. Él te ayudará, te salvará.

Y rezo internamente para que así sea.

Hago presión en su herida para que no pierda tanta sangre y me alivia saber que, según lo que sé de ella, su cuerpo reproduce tanta sangre como agua un pozo y eso tiene que ser bueno en este caso, ¿verdad?

—A… Alexa…

—He dicho que no hables más, ¡joder! —grito, asustado y ella hace silencio. Sus ojos se cristalizan y yo quiero golpearme por ser tan brusco, sin embargo, antes de que pueda decir algo más, Rafael y Sam se materializan a solo dos metros de distancia.

Nos buscan con la mirada y al vernos, corren hacia nosotros. Ambos se arrodillan alrededor de ella y Rafael me ordena retirar las manos, lo que hago sin rechistar.

El Arcángel analiza la herida con detenimiento, coloca la mano sobre ella, pero sin tocarla y una especie de luz azul ilumina su palma por varios segundos, hasta que desaparece.

La mirada mortalmente seria de Rafael se encuentra con la mía.

—No hay nada que yo pueda hacer.

Mi corazón se detiene ante sus palabras y el alma se me cae a los pies.

~~~☆☆~~~

Hola, hola... lamento el retraso.

Espero que les haya gustado

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