16. El bastardo
Sacarías:
En mis quinientos sesenta y tres años de vida he hecho cosas realmente increíbles, unas en el buen sentido, otras no tanto; sin embargo, esta se lleva el premio mayor. Si, mi no tan querida madre, me viera en estos momentos, en medio de un cementerio, luchando junto a los Legnas y los descendientes del Cielo, en contra de Lucifer, estaría bien decepcionada. Ella odiaba a los primeros, idolatraba al último.
Con la respiración entrecortada y el corazón golpeando con fuerza en mi pecho, amenazando con explotar como le de otro subidón de adrenalina, observo cómo Lucifer y su ejército comienza a retroceder. Estoy convencido de que no por miedo, y sé que no soy muy ducho en los temas angelicales, pero apuesto que absorber todas esas almas, aunque le han devuelto la fuerza, necesita un tiempo para, ¿digerirse? Sí, creo que puedo usar esa palabra.
Las almas salen del Infierno rumbo a la ciudad, supongo que con intenciones de encontrar un recipiente. Serán unos días horrendos.
Busco a Ezra con la mirada y lo encuentro junto a Alysson, observando con espanto él panorama a nuestro alrededor.
Respiro hondo al verlo a salvo. Aun puedo sentir el calor de sus labios sobre los míos, esa corriente tan familiar que recorre nuestros cuerpos luego del estúpido hechizo que hicimos hace años donde quedamos ligados de una manera un tanto peculiar y que se activa con cada encuentro íntimo. Honestamente, no pensé que volvería a experimentarla; mucho menos que mi corazón latiría tan enfurecido como siempre, que mi cuerpo reaccionaría a sus caricias como si el tiempo no hubiese pasado.
No le devolví el beso. Me gustaría decir que porque no significó nada para mí; pero no, fue por el shock, porque nunca me imaginé que algo así podría suceder nuevamente. Sé que él estaba bajo los efectos de la Lujuria y que tal vez no lo habría hecho en condiciones normales, es decir, ¿a quién en su sano juicio se le ocurriría besar a alguien en medio de una batalla? Bueno, él no es la persona más cuerda que conozco y no me sorprendería que lo hiciese por su libre y espontánea voluntad.
El que sí sabe que en ese momento no estaba abducido por uno de los demonios, era yo. Es decir, había caído por la envidia, pero desapareció por unos minutos en el momento justo en que sus labios tocaron los míos. Quisiera decir que, a pesar de todo, no me gustó, pero eso sería mentirme a mí mismo y ya estoy un poco harto de eso. Si no hubiese sido por la intervención de Sam, creo que se lo habría devuelto y eso me jode porque, desde que regresó, he intentado esconder todo lo que una vez sentí por él en el baúl del “pasado”.
Hablando de eso, el pasado es algo que debería quedarse ahí, bien atrás, pero hay veces que el muy desgraciado te alcanza y sacude tu presente de tal manera que da miedo y creo que no hay mejor ejemplo de eso, que este preciso momento en el que escucho esa voz que tanto odio y que, efectivamente, no escuchaba desde hace diez años.
—Ustedes sí saben cómo montarse una fiesta. —Mi corazón se detiene por un micro segundo y creo que en mi vida me había movido tan rápido como lo hago cuando me volteo hacia ella.
Siento la sangre drenar de mi rostro cuando veo a mi mayor pesadilla.
—Dalianna —murmuro.
¿Qué coño hace aquí? Quiero preguntar, pero la sorpresa no me permite articular palabra. Se supone que no vendría hasta dentro de tres días, suele adelantarse uno a veces, pero no más. Ha sido jodidamente puntual desde que entró a mi vida. ¿Por qué adelantarse ahora? ¿Por qué no me dejó decirle primero?
—Y así, señores, es como le rompen el corazón a un idiota por segunda vez. Escucho decir a Ezra.
Nuestras miradas se encuentran y debo decir que me afecta más de lo que me gustaría admitir, el dolor y la decepción que reflejan esas esferas negras que, por tantas noches, fueron mi refugio.
—Ezra —murmuro dando un paso hacia él, al darme cuenta de que Sam tenía razón.
Tenía que haberle dicho, haberlo preparado para este momento y tal vez así, no le habría hecho daño. Ah, pero tengo que ser orgulloso a muerte.
—Vete a la mierda, Sairus.
Sin decir nada más, con la cabeza en alto, pero los hombros caídos, da la media vuelta y se aleja. Mi maldito corazón, ese al que obligué en vano a olvidarse de él, me urge ir en su búsqueda, pero mi cabeza, esa que piensa con lógica y conoce las consecuencias de mis actos, me ordena que me quede y, aunque no quiero, le hago caso.
—¿Qué coño esperas? —Escucho preguntar a Sam que no sé en qué momento llegó a mí—. Ve tras él, idiota. —Lo miro.
—No puedo.
La verdad es que pensé que iba a insistir, sería lo más lógico viniendo de él, incluso podría imaginarlo obligándome a seguirlo a la fuerza; sin embargo, algo debió ver en mi mirada o sentir en mis palabras porque se queda en silencio, aceptando mi decisión. En cambio, fulmina a Dalianna, dejando claro que no le cae nada bien.
Respiro profundo y me obligo a enfrentar mi martirio.
—¿Qué haces aquí? —Arquea una ceja.
—Lo mismo que hago cada diez años, Sairus. —Trago saliva, deteniendo los deseos de decirle que no me llame así.
Detesto ese nombre, representa todo lo que odio de mí y solo se lo permito a Ezra porque el idiota es tan obstinado que ni, aunque lo amenace o incluso lo ataque, me obedece.
—¿Por qué ahora? Quedan tres días.
—Ah, —Se encoge de hombros—, fuimos convocados para la ascensión de Lucifer. Ahora creo que hay una fiesta o algo así, pero me gusta cumplir con mis obligaciones, así que he decidido quedarme. Eso sí, necesito que sea rápido.
Frunzo el ceño.
Fiesta. ¿En serio se van a montar una fiesta por la ascensión del Diablo?
Esperen. ¿Fue convocada aquí?
Al parecer, no soy el único que se percata de ese detalle porque todos a mi alrededor asumen posición de guerra. Mierda.
Dalianna se limita a sonreír con suficiencia, pues sabe que no permitiré que le hagan daño. Levanta las manos en son de paz, pero sin abandonar la actitud chulesca.
—¿Quién eres? —pregunta Alexander.
—Dalianna Nayeria, la esposa de Sairus Sacarías. Un placer conocerlo… alteza. —Esa última palabra sale de sus labios rezumando sarcasmo, burla. Alexander entrecierra los ojos en su dirección.
—¿Viniste con el ejército de Lucifer? —pregunto sin dar créditos porque la última vez que la vi, me consta que estaba del bando de los buenos.
—Por supuesto, digamos que el Diablo tiene una visión bastante interesante de ese nuevo mundo que desea construir ahora que está en la Tierra. Me gusta como suena.
—¿Y tienes el valor de decirlo en nuestra cara? —pregunta Jazlyn que aún tiene la serta formada. Estoy orgulloso de esa chica, ha avanzado mucho en muy poco tiempo—. Estás rodeada.
Dalianna se encoge de hombros.
—Cariño, no me conoces, créeme cuando digo que no me dan miedo.
—Cállate ya, ¿vale? Aquí hay criaturas que podrían asesinarte con un chasquido de sus dedos.
—¿Los Arcángeles? —pregunta y me desespera sobremanera ese tonito de burla.
Esta Dalianna es más insufrible que la que vi hace diez años, joder.
—Tú y yo sabemos que no me harán nada.
—Yo no lo dudaría si fuera tú —dice Sam—. Aquí el Miguelángel tiene malas pulgas. —El aludido lo mira de mala manera, no sé si por lo de malas pulgas o porque lo haya rebajado a ángel.
Dalianna, sin dejar de sonreír, cierra sus manos en puños y una energía lilosa comienza a formarse alrededor de ellos. ¿Ya dije que la odio?
¿Sí? No importa. La odio a ella, a todo lo que representa, al hecho de que sea una niña mimada, que ama demostrar que siempre tiene la razón; pero sobre todo, a que me tenga en la palma de su mano.
—Detente o atacaremos —amenaza Alexander sin darse cuenta de que eso es justo lo que ella espera.
El poder alrededor de los puños de la bruja se va haciendo más fuerte y el rey decide intervenir, sin embargo, no ha dado dos pasos cuando yo me interpongo en el medio. Escucho a Dalianna reír detrás de mí mientras Alexander me observa con los ojos entrecerrados y visiblemente enojado.
—Lo siento, alteza, pero no puedo permitir que le pase nada.
—Estás consciente de que es del enemigo, ¿no? —Asiento con la cabeza—. Y supongo que también sabes que no le permitiré la entrada a mi Reino, ¿verdad?
—Yo sería el primero que lo impediría, alteza.
—¿Por qué la defiendes?
—Porque desgraciadamente, soy quien soy, por ella. Y si ella muere, digamos que el gran Sacarías también.
—Oh, mierda —murmura Gabriel y por la mirada suya y de Rafael, sé que saben de lo que estoy hablando.
Alexander frunce el ceño sin entender, pero no es para menos. Hay tan pocos casos en el mundo como el mío, que ellos no tienen por qué saberlo.
—Resuelve tus problemas y regresa al Reino. Te necesitamos. —Asiento con la cabeza—. Otra cosa, mantenla a raya. Le hace daño a uno de los nuestros y lo voy a sentir mucho por ti, pero no lo dejaré pasar. —Asiento con la cabeza, consciente de que así debe ser.
Alexander se voltea hacia el ejército de ángeles, liderado por Miguel, que, luego de que nuestro enemigo desapareciera, se han agrupado en una especie de formación militar que da miedo. Todos tienen la cabeza gacha, sin prestar atención a nada.
—¿Se vienen con nosotros al Reino o regresarán al Cielo?
—Si usted les permite la entrada, se vienen con nosotros. —Alexander suspira profundo y Sam se ríe a mi lado.
Es una garrapata. ¿Qué le ha dado para seguirme? Lo miro con el ceño fruncido.
—Es raro ver a Miguel tratando de usted a Alexander cuando es un ser inferior según su ego arcangelical o como quiera que se diga —responde suponiendo que mi mirada se debe a su risa.
—¿Por qué no te separas?
—¿Y dejar que la bruja loca te haga algo? Ni de coña, a partir de ahora, seré tu sombra.
Decir que este idiota me cae bien, sería quedarme corto. No sé como coño lo logró, pero se ganó mis respetos, mi apoyo, mi amistad y me alegra mucho saber que, de alguna forma, él también me dejó entrar en esas frías paredes que envuelven su vida. Es un honor, creo.
—Bien —dice Alexander llamando nuestra atención—. Será raro, pero tu ejército es más que bienvenido en mi Reino. —El Arcángel asiente con la cabeza—. Pero antes, debemos asegurarnos de que los humanos estén bien. La guerra no ha terminado, acaba de comenzar.
»¿Alguna idea? —le pregunta a los Arcangeles.
—Es por gusto preocuparnos por los humanos —dice Rafael—. No morirán por ser poseídos, salvo que peleen entre ellos y terminen hiriendo los recipientes, es decir, los cuerpos. Hay formas de expulsar las almas, pero justo ahora, con lo que tenemos entre manos, me parece una pérdida de tiempo. —El Arcángel mira hacia a su derecha, al ejército de Miguel, como si buscara algo o a alguien, sabrá Dios, y se ubica al otro lado de Gabriel.
—Proteger a los humanos no es una pérdida de tiempo, Rafael.
—No me malinterprete, alteza, no es eso lo que quiero decir. Esas almas son un mal menor comparado a lo que pasará cuando las que Lucifer bebió se asienten en su interior. En estos momentos es inestable, por eso se fue, pero no será así por mucho tiempo. Lo que quiero decir es que, en vez de centrarnos en ellos, deberíamos buscar una forma de acabar con nuestro hermano sin poner en peligro…
—¡Ey, silencio! —grita Sam a mi lado, sobresaltándome—. Recuerda que tenemos una bruja loca, fanática de Lucifer aquí presente.
Escucho a Dalianna resoplar y no sé si admirar o maldecir el hecho de que el vampiro no tenga percepción del peligro. Este hombre dice lo que se le ocurre en el momento que se le ocurre sin importarle siquiera estar ante el mismísimo Lucifer y tal vez la mujer detrás de nosotros no sea el diablo, pero es jodidamente poderosa.
—Debemos establecer prioridades, alteza. Es lo único que digo. —Alexander suspira profundo ante las palabras de Rafael.
Algunas personas lo catalogarían de estúpido por querer pensar en el bienestar de los humanos cuando las cosas están así de mal, pero es precisamente eso lo que lo convierte en el mejor rey para los Legnas y admiro mucho eso de él. Por eso, a pesar de que es prácticamente un niño si de edad hablamos, lo respeto tanto y estoy dispuesto a seguir cualquiera de sus órdenes.
—De acuerdo. Regresemos al Reino y busquemos una forma de patearle el culo a Lucifer y tú, esposa de Sacarías, puedes decírselo al diablo si te da la gana. No le tenemos miedo y si piensa que va a hacerse con el mundo sin resistencia, es que no nos conoce.
Ni me volteo a ver la reacción de Dalianna.
—Sacarías, ¿crees que puedas abrirnos unos portales a la entrada del Reino? —Asiento con la cabeza y, sin pensarlo demasiado, abro seis, todos con el mismo destino. Alexander ordena la retirada y cada guerrero Legna y miembro de la Sociedad Sobrenatural, comienzan a atravesarlos.
—¿A dónde crees que vas? —pregunta Gabriel sujetando a Rafael de los hombros y haciéndolo retroceder. El Sanador lo mira con mala cara y el Profeta lo escudriña con los ojos entrecerrados—. No jodas. —Sonríe mirando hacia atrás y busca algo entre el mar de ángeles a los que Miguel les ha permitido romper la formación.
Una rubia despampanante, de ojos azul claro casi gris, totalmente vestida de negro, camina hacia ellos deteniéndose junto a Miguel.
—Deja que huya, Gabriel, es un cobarde. —Rafael rueda los ojos y luego de suspirar profundo, se voltea al ángel.
—Nianda —dice con fingida felicidad. O tal vez si está feliz, pero tiene miedo, no estoy seguro.
—Oh, esto es interesante —murmura Sam a mi lado.
—¿Cómo tienes las pelotas? —El Arcángel aprieta las piernas con disimulo.
—Bien, aunque no gracias a ti, claro.
—¿Es en serio, Rafael? —pregunta Miguel poniendo las manos en su cintura con gesto amenazante—. ¿Con Nianda? —El aludido se encoge de hombros.
—La culpa es de ella que me estuvo tocando los cojones por siglos en el Cielo, no literalmente, claro, hasta que le presté atención. —La chica resopla y da un paso al frente.
—Escucha, Sanador de mierda. —Sam silva a mi lado y yo me revuelvo incómodo. ¿Por qué hay tanto drama en la vida de todos? —. Así como te ayudé a convertirte en el puto líder del Cielo mientras Dios y Miguel no estaban, puedo patearte el culo ahora y “a esa que te tocaba los cojones”, bastante que la disfrutaste en la intimidad, así que no te vengas de indiferente ahora.
»Lárgate como el maldito cobarde que siempre has sido, que no es momento de discutir.
A diferencia de lo que pensaba, Rafael sonríe.
—Extrañé tu mala leche, Nianda. —La chica resopla.
—Y por eso te largaste a penas tuviste oportunidad —murmura más para sí que para él e, ignorándolo, atraviesa el portal. Poco a poco, el resto de los presentes lo hace, salvo yo…
Y Sam…
—¿No piensas irte? —le pregunto al vampiro, cuando Alexander atraviesa el portal de último, luego de dedicarme una mirada preocupada.
—No —responde cruzándose de brazos.
—Vampiro, si quisiera hacerle daño a Sairus, tú no podrías impedírmelo. —Se encoge de hombros.
—Ya veremos.
Ruedo los ojos y enfrento a mi esposa.
—No puedo llevarte conmigo.
—No me interesa ir a ese lugar, Sairus. —Aprieto mis dientes reprimiendo los deseos de corregirla—. Y cuando dije que no tengo todo el tiempo para dedicarte, lo digo en serio. Necesito acabar con esto rápido.
—¿Por qué me ayudas si eres del bando de Lucifer? —Con una sonrisa de suficiencia, se acerca a mí. Sam da un paso al frente con intenciones de intervenir, pero levanto mi mano deteniéndolo.
—Sé que quieres matarme desde el mismo momento en que nuestros padres nos obligaron a casarnos, pero ambos sabemos que eres un brujo inútil sin mí. Aun así, quiero darte la oportunidad de intentarlo. Mantendrás tus poderes, te enfrentarás a mí en la batalla final y te mataré. Así de simple. —Se encoge de hombros.
Se aleja unos pasos y mira a Sam, luego a mí.
—Nos vemos a las once en el Hotel Antonic; estoy en el ático y, por favor, deja a tu perro faldero en casa.
Sin decir una palabra más, abre un portal y desaparece dejándome con el sentimiento de humillación en su máxima expresión.
—Tengo ganas de emborracharme —dice Sam—. Te invito a unas copas.
—No quiero hablar, Hostring. —Abro un portal y estoy a punto de atravesarlo, cuando se atraviesa en mi camino y estampa sus manos en mi pecho, lanzándome por los aires hasta golpear uno de los mausoleos.
Hijo de puta.
—Replantearé mi oración. Vamos a tomarnos unas copas, o patearé tu trasero de brujo orgulloso, idiota, que necesita un divorcio con urgencia. —Me tiende una mano y a pesar de sus palabras y ojos rojos, su sonrisa es cálida.
Sam Hostring es un hombre curioso.
Tomo la mano que me tiende y me ayuda a levantar.
—¿Qué quieres tomar? —pregunto.
—Cualquier cosa menos tu wiski. Demasiado fuerte para las circunstancias.
—Pensé que querías emborracharte.
Rueda los ojos y no responde. Se limita a caminar hacia la salida del cementerio dejando atrás el caos, la sangre derramada durante la batalla y las pesadillas que de seguro nos acompañarían si al menos tuviéramos tiempo para dormir.
—Venga, hay un lugar al que solía ir cuando no tenía nada interesante que hacer —digo cuando lo alcanzo y abro un portal hacia una de las mejores discotecas de Nordella.
Está desierta, como es lógico, justo lo que necesito ahora, tranquilidad, aunque el vampiro no me lo pondrá muy fácil. Él se sienta frente a la barra y yo la rodeo para escoger una de mis bebidas favoritas.
—Para ladrón no tendrías precio. Es fascinante poder entrar y salir de un lugar con tanta facilidad.
—Sí recuerdas que formo parte de la Sociedad Sobrenatural, ¿no? Que soy un activo importante de la Logia. No soy un delincuente, los Legnas me habrían arrancado las pelotas. —Se ríe.
Sam parece un puto bloque de hielo la mayor parte del tiempo; serio, imperturbable. Su imagen grita peligro por todos lados y con solo mirarlo basta para cagarte de miedo; sin embargo, hay ocasiones en que se permite bajar la guardia y sonríe, luciendo como un muchacho común de veintitantos años. Divertido y sin traumas de ningún tipo, algo que a él le sobra.
—Además, soy un brujo, cuando lo tienes todo al alcance de tu mano, no necesitas robar.
Coloco dos vasos de cristal frente a él y los lleno de Kingred un ron rojizo que hace que el mundo de vueltas a tu alrededor más rápido de lo que te gustaría.
Rodeo la barra y me siento a su lado, bebiendo de mi vaso con rapidez. El primer trago me gusta que sea grande, para que arda en mi garganta de una puta vez y deje de joder. Hago una mueca cuando el líquido baja.
—Esto sabe a rayo —murmura.
—¿Por qué te quejas tanto?
—Porque mi bebida favorita es la sangre, imbécil. Solo ingiero alcohol de Pasco a San Juan y es más bien cuando trataba asuntos relacionados con inversiones, donde debía esconder mi naturaleza y beber por cortesía.
Bufo. ¿Cortesía y él en la misma frase?, lo dudo.
—¿Inversiones?
—¿De dónde carajos crees que un vampiro que no trabaja saca su dinero?
Buen punto.
—Vas a quedar en la quiebra luego de todo lo que está sucediendo en New Mant. —Se encoge de hombros.
—Mis negocios no son solo en New Mant, no todos son legales y tengo suficiente guardado como para pasarme unos cien años en este mundo sin mover un dedo. Fundamentalmente, porque ahora tengo una habitación gratis en el Reino de los Legnas y un brujo idiota que me abastece de sangre sin que yo deba pagar un centavo.
Es mi turno de reír para luego beber.
—Ya sabía yo que por algo eras mi amigo. Eres un interesado, Hostring.
—El hecho de que me das de comer es un plus importante, para qué mentir; pero, digamos que me caes mejor que el noventa y nueve por ciento de las personas.
Y extrañamente, eso me hace sentir bien. Es algo así como un honor que el gran Sam Hostring te considere como un amigo, aunque aún no entiendo cómo sucedió.
—¿Por qué? —Me mira con el ceño fruncido—. ¿Por qué te caigo mejor que el resto? —Suspira profundo.
—No tengo ni puta idea, pero después de Adams y Jazlyn, eres al que más soporto.
—¿Ya está todo arreglado con Adams? —Se encoge de hombros.
—Supongo. Solo espero poder recuperar todo lo que perdimos por mi culpa.
—No fue tu culpa, Hostring. —Da un trago y me mira—. No fue tu culpa ni de tu hermano; solo de tu padre.
—Por suerte nunca sabremos más de él.
—Por suerte.
Quedamos en silencio durante varios segundos y mi corazón comienza a acelerarse porque sabe que ya es hora de hablar de lo que ha sucedido.
—¿Seguiremos hablando de idioteces o me dirás qué sucede realmente? —Respiro profundo y paso mis manos por mi rostro, luego por mi pelo, como si de esa forma pudiera encontrar una solución a mi dilema.
—¿Qué quieres saber? —Se voltea hacia mí y su gesto serio me dice que está preocupado; que su interés no tiene nada que ver con esa vena chismosa y jodedora que tiene, que realmente le importa.
—¿Quién es realmente esa mujer y por qué parece que te tiene cogido por las pelotas? —Sonrío a pesar de que las circunstancias no lo ameritan.
—Es que me tiene cogido por las pelotas, Hostring.
—¿Por qué? Eres el brujo más poderoso que conozco, ¿cuál es el rollo?
Respiro profundo, bebo todo lo que queda en mi vaso, lo lleno y vuelvo a vaciarlo en cuestiones de segundo. Una vez me sirvo nuevamente, lo enfrento. Tiene las cejas arqueadas, ligeramente divertidas, ante mi forma de coger valor.
—Soy un bastardo. —Frunce el ceño—. Para los brujos, eso significa nacer sin poderes. Es decir, tienes lo básico, pero nada más. —Frunce el ceño sin entender, pero no dice nada, se limita a escucharme—. Los Sacarías son una de las familias de brujos más poderosas, temidas y respetadas de todos los tiempos.
»Mencionar el apellido entre nosotros, te abre las puertas de cualquier lugar. Soy el quinto hermano de diez y el único que nació sin poderes. Era la oveja negra de la familia, el hazme reír, la vergüenza y mis padres no estaban dispuestos a permitirlo. Me mantuvieron escondido de la sociedad por dieciocho años.
»Se decía que era un niño enfermizo y por tanto, no salía casi de casa. Mis hermanos eran tan buenos, tan espléndidos, que mi inexistencia pasaba completamente desapercibida. Un día mi madre llegó a la casa con la grandiosa noticia, nota mi sarcasmo por favor, de que había encontrado una forma de arreglar mi problema. —Hago dos comillas en el aire ante esas dos últimas palabras—. Iban a unirme en matrimonio con los Nayeria, otra familia de brujos muy poderosa, pero no tan prestigiosa como nosotros, que estaban dispuestos a esconder nuestro secreto y así conocí a Dalianna.
»Una chica hermosa, pero mimada a más no poder. Fue escucharla hablar y odiarla al instante.
»Era un crío de dieciocho años en medio de una familia poderosa que me habría dado una surra del demonio si hubiese osado negarme. Así que terminé casado y atado a ella por un poderoso hechizo que me permite, digamos que, nutrirme de sus poderes. Sairus Sacarías es quien es hoy, gracias a Dalianna Nayeria. Si ella muere, mis poderes se van a la mierda.
»Vivimos como marido y mujer por unos once años más o menos, los peores en mis quinientos sesenta y tres porque odiaba tener que acostarme con alguien que no provocaba nada en mí.
—Bueno, normal, si te gustan los tíos. —Ruedo los ojos.
—No sabía que me gustaban los tíos hasta que conocí a Ezra. Me considero bisexual. Lograba excitarme lo suficiente como para estar con ella, pero me sentía vacío como la mierda, supongo que ella también por lo que tomamos la decisión de separarnos.
»Fue un escándalo en nuestras familias, pero al demonio, ya no era un niño y podía enfrentarlos, aun así, seguimos como marido y mujer. Ellos seguían siendo parte de los Sacarías, yo seguí con mis poderes. Lo único que debíamos hacer era acostarnos cada diez años para reforzar el hechizo. —Me encojo de hombros—. Una mierda, pero funcionaba.
»Hasta que conocí a Ezra. No sé qué mierda hizo conmigo, pero me puso la vida patas arriba y comencé a replantearme todo lo que hasta ese momento creía. Siempre he sido un hombre de mente abierta y aunque nunca me involucré con otros tíos, no me espanté cuando me di cuenta de que me atraía. Las cosas se dieron de forma natural, pero digamos que no estábamos hechos el uno para el otro.
»Él se asustó por lo serias que se estaban volviendo las cosas y terminó en una orgía. —Me revuelvo el cabello. Esa es una imagen que por más que he querido, no he podido sacar de mi cabeza—. Lo mandé al infierno, luego conoció a Jazlyn y Alexander y los tres se aparecieron en mi casa. Lo dejé entrar a mi vida de nuevo y lo cogí comiéndole la boca a uno de los tíos más insoportables que han pisado este planeta y que vivía desafiándome.
»Casi lo mato esa noche. Desapareció de mi vida y pensé que esa vez sería para siempre; sin embargo, aquí está de nuevo.
—Pero el te vio con tu esposa. —Asiento con la cabeza.
—Eso lo supe hace solo unos días. No debió haberlo visto.
El silencio se extiende entre nosotros y yo espero paciente a que digiera la historia. Si hay algo de lo que tengo absoluta certeza es de que este idiota tiene algo que decir y necesito escucharlo, tal vez de esa forma, logre encontrar una solución.
—¿No hay forma de desligarte de ella sin que pierdas tus poderes? —pregunta al cabo de unos minutos.
Suspiro profundo y asiento con la cabeza.
—Tendría que matarla yo mismo.
—¿Y por qué no lo haces? Es una maldita perra. —Me río ante su cara de espanto.
Dalianna es una mujer mimada, caprichosa, insoportable, pero nunca la consideré mala persona. Podría haberse desecho de mí, habernos desligados hace mucho, después de todo, hace unos cuantos siglos nos desvinculamos totalmente de nuestras familias, aun así, se ha mantenido ayudándome sin pedir nada a cambio. Hoy es la primera vez que siento que no la conozco, que es una mujer fría, calculadora y traidora. No sé que carajos le ha pasado en estos diez años porque la última vez que la vi, no era así.
—No es tan sencillo. Es mucho, pero mucho, más poderosa que yo y tendría que usar un hechizo que no sé si pueda realizar, pero estoy convencido de que estaría muerto antes de intentarlo. La he visto peleando, créeme, no es algo a lo que me quiero enfrentar.
—Vale. —Respira profundo—. ¿Y por qué cojones no se lo contaste a Ezra?
—¿Vergüenza? Soy un bastardo, Sam, eso es lo peor que le puede pasar a un brujo, sea del aquelarre que sea. Para Ezra siempre he sido algo así como un ejemplo a seguir, casi todo lo que sabe se lo enseñé yo. Me admiraba y es jodido ver en los ojos de la persona que quieres, decepción. Supongo que no quería enfrentarme a eso.
»Solo debía mantener silencio y cuando Dalianna apareciera, hacerlo lejos de él.
—Eso es infidelidad. —Arqueo una ceja.
—No te consideraba alguien fiel o que se preocupe por ello.
—No he tenido en mi vida nadie a la que tuviera que serle fiel; solo Mía y tal vez no lo creas, pero no tenía ojos para nadie más. Fui un niño bueno en aquella época.
Sonrío, me habría gustado conocerlo.
—Espero que ahora que vuelves a tener novia, sea igual, de lo contrario, conozco tres emplumados a los que les encantaría hacerte trocitos.
Bufa.
—Creo que primero me matan ellas.
—¿No se considera infidelidad que andes con las dos al mismo tiempo? —Se encoge de hombros.
—Ni idea. Ahora, deja de cambiar el tema, no voy a olvidarme de lo que estábamos hablando.
Suspiro profundo.
—Debía intentarlo.
Observo la botella que no ha bajado demasiado. Hace un rato ambos dejamos de beber, supongo que, hasta nuestros subconscientes, saben que no debemos emborracharnos. No es momento.
—Sí es infidelidad, pero es una cada diez años y no porque yo quisiera. Me convencí de que estaba bien. Sobre todo lo otro, fui cien por ciento honesto con él.
—¿Y por qué no decírselo ahora?
—Por lo mismo. Además, ya está fuera de mi vida, no tiene por qué saberlo.
—¿Aún le quieres?
—No —respondo más rápido de lo que me gustaría.
—Claro. Ahora repítelo hasta que te lo creas. —Lo miro con mala cara—. No me mires así. A simple vista se nota que lo que sea que hubo entre ustedes, aún no ha acabado. Tú le quieres, él te quiere, ¿cuál es el puto problema?
—Él no me quiere. —Una carcajada sale desde lo más profundo de su alma.
—No me jodas, Sacarías. El tío se aparece nuevamente en tu vida, después de que has amenazado con matarlo, con la excusa de que quiere ayudar en la lucha contra Lucifer y, ¿tú se lo crees sin más?
—Él es así de estúpido. Se mete siempre donde no lo llaman.
—La cara que puso cuando vio a tu esposa, dejó bien claro lo mucho que le dolía. Él te quiere, Sacarías.
Claro que me quiere, él mismo lo dijo y mentiría si dijese que no revolvió todo en mi interior. Yo me largué dejándolo con la palabra en la boca, como el cobarde que soy.
—Debí haberte escuchado —digo sin más—. Debí haberle contado o, como mínimo, haberle advertido de que Dalianna regresaría. Tal vez no lo hubiese tomado de sorpresa, tal vez no lo hubiese lastimado.
Apoyo mis codos en la barra, hundo mis dedos en mi cabello y los jalo.
—Aún estás a tiempo. —Lo miro, bajando las manos—. Ve tras él y cuéntale todo. Deja de ser tan orgulloso y olvida la maldita vergüenza. El hecho de que seas un bastardo, como dices, no determina nada. Eres un buen tío, Sacarías y estoy seguro de que eso es lo que él ve en ti. No creo que le gustes porque seas un brujo poderoso, sino por ser el hombre que eres.
»Ezra me cae medianamente bien y, aunque no te guste oírlo, esta vez la culpa es tuya y hasta que no dejes de ser un orgulloso de mierda, los dos van a sufrir. No sabemos lo que va a pasar mañana, no sabemos si vamos a sobrevivir a Lucifer, por eso hay que aprovechar ahora. Te lo dice un idiota que pasó trescientos años odiando a la única persona que nunca debió odiar y, justo ahora, se arrepiente de haber sido tan intransigente, de no haberlo dejado explicarse y me aterra saber que nos queda poco tiempo, que, por mi culpa, no podamos volver a ser lo que un día fuimos.
»Nunca te he considerado un hombre cobarde, así que no empieces ahora. Ve tras él, antes de que sea demasiado tarde. Algo me dice que no tenía intenciones de volver al Reino.
Sonrío de medio lado.
—No, no irá, al menos no ahora, pero Ezra tampoco es cobarde, él no deja una batalla a media. Solo necesita espacio antes de regresar a ser el mismo incordio de siempre, demostrando que no le importa que mi esposa haya regresado.
—Ok, escucha bien lo que diré. Ve a buscarlo o te patearé el culo e impediré que te acuestes con tu esposa para que vuelvas a ser el bastardo de siempre, ¿entendido?
Sé que bromea, pero lo dice tan serio, que asusta.
—No nos pongamos violentos, vampiro. —Nos quedamos en silencio varios segundos—. Gracias.
Y lo digo en serio. Necesitaba este empujón, aunque enfrentarme a él me aterra. Está a punto de responder, pero una llamada lo detiene.
Saca su teléfono del bolsillo y frunce el ceño al ver el contacto.
—Vitae —susurra.
—Responde, a lo mejor sucedió algo. —lo incito, con el corazón comenzando a acelerarse. Asiente con la cabeza, lo descuelga y pone el altavoz.
—¿Estás bien? —Es lo primero que pregunta. Silencio—. ¿Criaturita?
—Ehhh. —Se escucha al otro lado de la línea—. Eh... sí. —Suspiro aliviado. Esta no es una llamada de Dios, sino de su novia o de una de ellas—. Sí, sí... Yo... bueno, es que...
Sam arquea una ceja medio divertido, medio confundido. Se escucha un trasteo.
—Sí, estamos bien. —Esa es Mors—. Solo estábamos preocupadas porque no apareciste... ¡Auch! ¡Estate quieta! —Creo que aleja el teléfono, pero se logra escuchar algo—: Vale, vale.
Miro a Sam que se encoge de hombros. Se escucha un carraspeo.
—Estábamos preocupadas porque tú y Sacarías... —Hace énfasis en mi nombre—, no vinieron con el resto del grupo.
—Hombre, me siento halagado de que se preocupen por mí.
—Cállate, brujo, me están obligando a preguntar por ti. —Arqueo una ceja—. ¡Mierda, Vitae, no me des más!
Rio a carcajadas, ni siquiera Sam consigue mantenerse serio.
—¿Por qué se ríen? —Se escucha un forcejo al otro lado de la línea—. Eso duele, mi estómago.
—Soy yo —dice Vitae—. Mors es una bruta; también nos preocupamos por ti, Sacarías...
—No es cierto. —Se escucha al fondo.
—Sí lo es. Mors no se ha acostumbrado a formar parte del grupo, pero yo sí me preocupo. ¿Están bien?
—Estamos bien, Criaturita.
—Bien... —Hace una pausa, pero algo me dice que quiere seguir hablando y supongo que Sam piensa igual, porque le quita el altavoz y lo lleva a sus oídos; aun así, consigo escuchar con absoluta claridad—: Oye, Saaam, eh, no quiero que pienses que somos unas novias controladoras, ¿vale? Solo estábamos preocupadas porque...
—Tranquila, Criaturita. No me molesta que llamen.
—¿En serio?
—En serio. —Sonríe.
Y así, señores, es como uno de los vampiros más peligrosos que existen, se convierte en un osito de peluche; pero no le digan que yo lo dije, por favor.
Le hago una seña indicando que me voy. Es hora de enfrentar mis problemas.
—Suerte —me dice con gesto preocupado. Asiento con la cabeza, bebo lo que quedaba en el vaso y abro un portal hasta la calle.
Cuando comenzamos a salir, justo antes de que todos se fuera a la mierda, fuimos tan estúpidos como para hacer un hechizo de unión para sentir si estábamos cerca o en peligro. Solo funciona cuando estamos dentro de una misma ciudad, es por eso que solo haré un intento.
Si él no quiere hablar conmigo, habrá salido de la ciudad, pero si espera explicaciones de mi parte, si desea que lo busque, se habrá quedado dentro de los límites de Nordella.
Cojo una de mis dagas, hago un corte en mi mano izquierda en forma de espiral y espero a que nuestra conexión se active. Sonrío al sentir su presencia, así que respiro profundo, paso mi mano sana por la herida para sanarla, guardo la daga y abro un portal que tardo varios segundos en atravesar.
El aire frío de la noche golpea mi rostro, estremeciéndome. Trago duro y, aunque quiero, no consigo caminar. Estoy tan nervioso, que mi cuerpo no me obedece.
Observo su espalda. Estamos en el mirador, él está sentado en un banco con los brazos apoyados en sus muslos y la mirada perdida en la ciudad casi fantasma. El aire despeina su cabello hoy negro, azul, la última vez que lo vi y, aunque no puedo ver sus ojos negros, me los imagino tan hermosos como siempre.
—Tardaste bastante —dice, sobresaltándome—. Honestamente, pensaba que no ibas a venir.
No se voltea hacia mí, así que me obligo a acercarme y tomar asiento a su lado. Imito su posición, pero miro hacia el suelo, hasta la punta negra de mis botas que deben estar manchadas de sangre. No hay mucha iluminación aquí.
Un silencio tenso nos envuelve. Sé que debo explicarme, que debo contarle la verdad de una maldita vez, pero el nudo en mi garganta no me lo permite.
—Pensé que habían terminado —murmura—. Es decir, llevo unas semanas aquí y no he visto señales de ella o de que mantuvieran comunicación. Realmente pensé que no estaban juntos.
—No lo estamos; solo fuimos un matrimonio durante once años. —Bufa.
—Estoy convencido de que es la misma mujer con la que te vi follar aquella noche y la que luego me dijo sin ninguna duda, que era tu esposa.
—¿Qué? —Suelta un suspiro tembloroso.
—Esa noche juro que quise interrumpir y matarte por haberme destrozado; no lo hice porque no estaba dispuesto a dejar que me vieras en ese estado. Me rompiste el corazón, Sairus. —Trago saliva—. No tenía idea de quien era, pero no me iba a quedar con la duda. Esperé en los límites de tu barrera, fuera para que no me sintieras, y le pregunté quién era cuando salió. Me dijo que tu esposa y yo que era tu amigo cuando me preguntó.
»Intenté sonsacarle más cosas, pero me dejó hablando solo.
—¿Por qué te quedaste?
—Porque Jazlyn y Alexander me caían bien, quería asegurarme de que esa profecía se cumpliera, de que ellos pudieran regresar a casa a salvo. Por eso me quedé; hice de tripas corazón y te enfrenté como si no estuviese pasando nada, aunque por dentro me moría.
—Te alejaste de mí —digo al recordar lo raro que se puso de un momento a otro.
—No iba a dejar que me tocaras después de estar con ella —dice sin mirarme.
—¿Por qué no me dijiste nada, Ezra? ¿Por qué no exigiste explicaciones?
Respira profundo, pero no responde, ni siquiera me mira.
—Tenía miedo de escuchar tu respuesta —dice por fin—. No hay muchas explicaciones para una esposa, Sairus. Esa mujer es lo que es y yo no quería indagar, no quería salir peor de lo que ya estaba. El tema me estaba comiendo la cabeza, cada día estaba más y más enojado, ni siquiera podía mirarte a la cara sin sentir la rabia bullir en mi interior. Tú seguías buscándome, preguntándome qué me pasaba y yo solo podía pensar en cómo tenías la cara tan dura.
»Cuando Jaz y Alexander murieron, decidí marcharme y esa vez para siempre. El imbécil de Dinson me interrumpió, me besó, tú nos viste y todo se fue a la mierda.
—¿Por qué regresaste si tanto daño te hice? —Contengo la respiración en espera de su respuesta y, por primera vez, se voltea hacia mí, mortalmente serio.
Ezra no es serio, es la persona más risueña que he visto en mi vida, al punto que exaspera.
—No soy yo quien debe dar explicaciones esta noche, Sairus.
Respiro profundo. Aquí vamos.
—Soy un bastardo.
—¿Qué? —La escasa luz de las farolas me permite ver sus ojos abiertos de par en par por la sorpresa. Eso no se lo esperaba.
—Soy un bastardo y Dalianna es la esposa que mis padres encontraron para esconderlo. Estoy atado a ella, Ezra, pero no tenemos nada desde hace más de quinientos años. Solo nos vemos cada diez para reactivar el hechizo.
—T... no... est... —balbucea y si no fuera por lo tensa de la situación, reiría. Se ve gracioso sin saber qué decir, algo raro porque él nunca se calla.
La impresión abandona sus facciones y vuelve a ponerse serio.
—Le dijiste que era hermosa mientras te la follabas. Si fuera simplemente un polvo para reactivar el dichoso hechizo, no tendrías que andar de meloso en la cama.
Ruedo los ojos.
—Dalianna...
—¿Podrías no decir su nombre? —Frunzo el ceño—. Es tan inusual que suena erótico y eso me crispa los nervios.
Sonrío.
—Vale. Ella es una mujer mimada, caprichosa que le gusta salirse con la suya y detesta el sexo a secas. Lo único que siempre me pidió era que la tratara como si fuera lo más importante para mí.
»No teníamos ningún tipo de relación y aun así, cada diez años ella venía a mí para ayudarme. Si eso era lo que quería, no iba a decir que no. Nunca hubo atracción entre nosotros, Ezra, por eso decidimos separarnos después de once años de matrimonio, fingiendo algo que no existía.
—¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué engañarme, Sairus? —Se pone de pie y yo lo imito.
—Por vergüenza.
—¿Vergüenza? —Asiento con la cabeza ante su estupefacción.
—Soy uno de los brujos más poderosos que existen o al menos eso creen todos, pero soy un puto fraude. Llegaste a mi vida buscando un maestro, ansioso por saber, por descubrir hasta donde podías llegar y absorbías todo lo que yo te decía con gran facilidad. Cuando te miraba, veía admiración, respeto, orgullo, fascinación y me aterraba que eso cambiara.
Jadea estupefacto, coloca las manos en sus caderas y antes de que diga algo, continúo hablando:
—Eso no es excusa, lo sé, nada de lo que diga puede justificar el hecho de que te haya engañado, pero para mí, alguien que fue la vergüenza, la decepción de su familia, al que escondieron por dieciocho años para no admitir que era un bastardo, no habría soportado ver, en la persona que más me importaba en esos momentos, los mismos sentimientos. Estaba aterrado y avergonzado. Me fui por el camino fácil. Esperar a que nunca te enteraras y despachar a Da... a ella, —Rectifico con rapidez—, lo más rápido posible.
Realmente creí que nunca te enterarías.
—¿Sabes lo egoísta que suena eso, Sairus? De no haberlos visto ese día, estabas dispuesto a mantenerme engañado por todo el tiempo que durara nuestra relación. Podrían haber sido días, meses, ¡años! —grita esa última palabra y yo me muerdo el labio porque tiene razón.
—¿Quieres saber por qué volví? —Le sostengo la mirada enojada, mientras revuelve su cabello con frustración. Contengo la respiración—. Regresé porque soy tan estúpido que no podía estar tranquilo sabiendo que te estabas enfrentando a una guerra que nos queda grande a todos; porque no podía vivir en paz sin saber si estabas bien, así que me tragué todo mi maldito orgullo y te busqué a pesar de tus amenazas de muerte.
»Tenía miedo de llegar y encontrarte con ella. No me buscaste ni una puta vez en todos estos años, Sairus, para mí esa era una gran señal de que me habías superado, de que no sería bien recibido, de que seguían juntos; aun así, no desistí. Me presenté aquí y tú no has hecho más que darme de lado.
»Lo asumí, de hecho, lo hice el día que me dejaste solo luego de haberte dicho que aún te quería. Ahí me di cuenta de que nuestro tiempo había pasado y me quedé porque he hecho amigos, me preocupo por Jaz y Alex y nunca dejo una batalla a medias.
Hace una pausa para coger aire.
—¿Por qué no me dijiste cuando volví? Cuando te dije que sabía que estabas casado, cuando te dije que los había cogido en pleno acto. Dime, ¿por qué seguiste callando?
Trago saliva resistiéndome a hablar.
—Tenía vergüenza.
—No me jodas, Sairus. Lo de la vergüenza te lo compro en el pasado, no ahora. En aquel entonces estábamos juntos, ahora debería importarte una mierda lo que yo piense de ti.
Es que ese es el problema. Sí me importa lo que él piense, siempre me ha importado.
—Eres un orgulloso egoísta de mierda —dice cuando se percata que no tengo intenciones de hablar. Se voltea hacia la ciudad, levanta la cabeza al cielo y respira profundo intentando tranquilizarse.
Nunca he sido bueno para hablar de mis sentimientos y me han hecho el suficiente daño como para estar reacio a abrirme. Sam se equivocaba, sí soy un cobarde.
—¿Sabes qué es lo peor? —Lo miro, él a mí no—. Que, si me lo hubieses dicho, lo habría entendido. —Mi corazón late más fuerte ante esa pequeña confesión—. Que me habría jodido enormemente que tuvieses que estar con ella una vez cada diez años, sí, pero lo habría superado.
»¿Estar decepcionado contigo? —Se ríe con burla y me enfrenta—. Es que parece que ni me conocías. Estaba jodidamente enamorado de ti, Sairus. Eras el hombre más inteligente que había conocido jamás y todo lo que me enseñaste fue desde tu experiencia, desde tus conocimientos que nada tienen que ver con tus poderes. Tal vez estén estrechamente vinculados, pero no son lo mismo. Te sabes todos los malditos libros de hechizos de memoria, siempre tenías una respuesta para todo lo que preguntaba y mira que yo preguntaba.
»Te admiraba, pedazo de imbécil; a ti, a tus conocimientos y sí, era maravilloso ser testigo de todo lo que podías hacer, pero se supone que éramos una pareja en las buenas, las malas y las peores. ¿Naciste como un bastardo? ¿Y qué? Tenías más espíritus que todos los brujos que yo conocía y eras de los buenos, de los que no se habían corrompido por tanto poder. Me gustaba eso de ti.
Trago duro.
—Que ella esté aquí significa que tienen que... ya sabes, ¿no?
—Sí.
—Bien. —Frunzo el ceño, no me gusta cómo suena eso.
Su rostro está tan serio, que asusta.
—Gracias por venir a explicarme, aunque creo que eso llegó un poco tarde. —Se limpia las manos de manera nerviosa en el pantalón y evita mi mirada—. Debemos irnos, las cosas no están bien como para estar tanto tiempo lejos del Reino.
Me da la espalda y comienzo a asustarme. Me da pánico volver a darnos una oportunidad y que no funcione. Ya lo he vivido dos veces, no creo poder sobreponerme una tercera; aun así, me aterra todavía más que decida darse por vencido, que me saque de su vida de una vez por todas y, aunque quiero decirle que también le quiero, porque sí maldita sea, puedo intentar engañar a cualquiera, pero no a mí mismo. Lo quiero, pero las palabras no salen.
Lo veo dispuesto a abrir un portal, pero se detiene. Me mira por encima de su hombro.
—¿Hay alguna forma de deshacerse de ella, que no sea matarla y que te permita mantener tus poderes? —Aprieta sus manos con fuerza. Ya conoce la respuesta.
—Sí. —Mi corazón comienza a latir a un ritmo un mayor. Traga duro.
—¿Cuál?
—Ya sabes cuál.
—Es un mito.
—Tal vez. —Trago duro y él se voltea hacia mí—. Solo sabremos si es cierto si te arranco el corazón.
Sus ojos se abren de par en par, se voltea hacia mí y da un paso hacia atrás porque ambos sabemos lo que significa eso. Es mi confesión.
En esta vida, todo conlleva un sacrificio, y entre más poderoso sea el hechizo, peor es. Sea cierto o no, los libros dicen que el hechizo se puede romper si le arrancas el corazón a aquella persona que se robó el tuyo, o sea, a él.
Repito, no sé si es cierto, pero nunca lo intentaré, por eso odié tanto estar bajo los efectos del demonio. Él quería que yo lo matara.
—Yo... —Sacude su cabeza—. Tú... Oh, Dios, dame un segundo. No me esperaba eso.
Sonrío de medio lado al ver su confusión y a pesar del tiempo que me pide, reúno todo mi valor y comienzo a hablar.
—Me preguntabas que por qué no te conté cuando regresaste... —Doy un paso hacia él, solo uno—. Me avergonzaba, sí, pero esa no es toda la verdad. Te tengo miedo, Ezra. —Abre los ojos de par en par—. Si te enfrentas a mí, puedo ganarte con los ojos cerrados. Sin embargo, eres la persona a la que más miedo le tengo en este mundo porque tú tienes el poder de hacerme daño, siempre lo has tenido y he experimentado ese dolor varias veces, no es algo que quiera volver a sentir.
»La segunda vez fue mi culpa, pero yo no lo sabía. A mis ojos, tú me habías traicionado una vez más. Me rompiste el corazón nuevamente y cuando apareciste de nuevo, cuando sentí a ese maldito aletear otra vez con emoción, me asusté. Me decidí a mantenerte fuera de mi vida, por eso no te dije nada. Tú dijiste que me querías, no era la primera vez y no había salido bien, así que me asusté. ¿Qué fui un cobarde? Sí, pero estoy harto de sufrir, Ezra. Sabía que, si te decía la verdad, no te iba a importar, me di cuenta en ese momento. Habías vuelto por mí tres veces a pesar de mis mierdas, habría que ser tonto para no darse cuenta de que, aunque te contara la verdad, no te irías, pero estaba asustado y no quería volver a intentarlo.
»Te tengo miedo, Ezra, porque tienes el maldito poder de poner mi mundo patas arriba con tu sola presencia. Debí habértelo dicho, tuve muchos momentos para eso, pero no lo hice y lo siento, de verdad.
—Vale.
—¿Vale? —pregunto medio divertido. Su confusión vale millones.
—¡Oh, joder, Sairus, dame un minuto! No me esperaba esto. —Levanto las manos en son de paz.
—Ok, pero tampoco es que tengas que decir nada ahora, ¿sabes? —Me acerco, quedando a poco más de un metro de distancia—. Ambos hemos sufrido demasiado, no hay apuro.
Bueno, tal vez sí lo hay, no podemos olvidar que no sabemos si vamos a estar vivos mañana, pero bueno.
—¿Qué te parece si regresamos al Reino? Deben estar preocupados. —Asiente con la cabeza como única respuesta.
Abro un portal y luego de sostenernos la mirada durante varios segundos, lo atraviesa. Suspiro profundo y lo sigo hasta el bosque, justo frente al árbol que nos dará acceso al reino. Lo golpeo varias veces, como si de una puerta se tratara y, en silencio, esperamos a que Aliz aparezca, algo que no tarda en suceder.
—Bienvenidos al Reino —dice con voz cordial y supongo que nota la tensión en el aire porque entra al árbol, dejando el portal abierto.
—¿Entramos? —pregunta.
—Ve tú primero. —Intento sonreír.
—Vas con ella, ¿verdad? —Asiento con la cabeza.
Me dio hasta las once y le gusta que lleguen puntual a las citas.
—Ok. —Se rasca la cabeza con incomodidad—. Ve, no hay problema.
—Ezra...
—Lo entiendo, Sairus. —Me interrumpe—. Es incómodo, pero lo entiendo. Ve. —Respiro profundo y asiento con la cabeza.
Odiando como nunca mi situación, doy la media vuelta y me alejo unos pasos para abrir el portal. No miro hacia atrás antes de atravesarlo, sin embargo, una vez se cierra tras de mí, me detengo.
Llevo más de quinientos años atado a ella, queriendo salirme de esta mierda, pero sin poder hacerlo. Sintiéndome humillado, avergonzado de mí mismo, temeroso del qué dirán. He pensado en matarla más veces de las que me gustaría admitir, pero no me atrevía al saber que era una muerte segura, además de que no me sentía cómodo actuando contra una persona que, a pesar de que no tenía por qué, me ayudaba. Sin embargo, ahora nada me detiene. Ella no es la Dalianna que yo conocí.
Si voy a ese hotel conservaré mis poderes, pero seguiré sintiéndome usado, humillado y en diez años, si es que sobrevivimos, la historia se repetirá, lastimándonos nuevamente. Si no voy, mis poderes desaparecerán poco a poco y no es algo que podamos permitirnos en este momento. Me necesitan en esta lucha.
Quedan tres días para que se cumplan los diez años y luego de eso podría mantenerlos por par de días aproximadamente. Eso debería ser suficiente.
Para entonces, o estamos muertos o sobrevivimos a Lucifer. Solo hay dos opciones.
Paso mis manos por mi rostro y luego por mi cabello.
Al diablo.
Estoy harto de esta vida, de perder todo lo que quiero, de resignarme al destino que mis padres escogieron para mí. Probablemente me arrepienta mañana, pues es mucho a lo que estoy renunciando, pero por hoy, quiero ser libre y escoger mi propio camino.
Sin pensarlo mucho más, no vaya a ser que me arrepienta, abro un portal directo al del Reino.
Ezra no está por todo esto, así que golpeo el árbol varias veces con impaciencia hasta que Aliz aparece.
—Bienven…
—Lo siento, Aliz, estoy apurado. —Paso por su lado atravesando el portal que da a la gran muralla que rodea el palacio.
Corro en dirección a la escalinata y me detengo cuando lo veo sentado a la mitad, con toda su atención concentrada en el celular en sus manos. Tomo una respiración profunda y con el corazón martillando en mi pecho, lo llamo:
—Ezra. —Su cabeza se levanta a gran velocidad al escuchar mi voz. Sus ojos se abren enormemente al verme y debo reprimir los deseos de reír cuando casi se le cae el móvil.
Se incorpora y lo guarda en su bolsillo.
Hago uso de toda mi fuerza de voluntad para que mi cuerpo tenso, obedezca las órdenes de mi cerebro y me acerco a él, deteniéndome en el mismo escalón.
—¿Qué… qué haces… aquí? —balbucea, nervioso, confundido.
—Hay una guerra que pelear. —Me encojo de hombros
—Pero deberías estar con ella. Tus poderes…
—Al diablo mis poderes. —Lo interrumpo—. Hay cosas más importantes.
Un amago de sonrisa aparece en su rostro y, solo por eso, sé que he tomado la decisión correcta.
—No es buen momento para eso.
—No sabemos si habrá un mañana, Ezra. Por el momento, disfrutaré el presente. Tengo cinco días, seis como máximo, hasta que desaparezcan. Si para entonces no hemos acabado con Lucifer es porque estamos muertos.
Asiente con la cabeza, de acuerdo con mi lógica. O eso creo.
—Ok… —Se aclara la garganta y cambia el peso de su cuerpo de un pie al otro—. ¿Podrías decirme qué son esas cosas importantes?
—Ya lo sabes.
—No, no tengo ni idea.
—Infantil —digo rodando los ojos, intentado demostrar un fastidio que en realidad no siento. Ezra es como un niño a veces y no sería la primera vez que tenemos discusiones tontas.
—Sigo sin saber.
—Confórmate con saber que no quiero arrancarte el corazón.
—No vas a decirlo, ¿verdad?
—No.
—Sigues siendo el mismo viejo brujo testarudo e insoportable de siempre.
—Pero te gusto así. —Sonríe.
—No, te quiero así.
Sus palabras, a pesar de que no las escucho por primera vez, se sienten como una cachetada. Ezra nunca ha tenido problemas en decir lo que siente, mucho menos en demostrarlo; yo soy todo lo contrario. Por más que quiera, las palabras nunca salen.
—Yo también. —Es lo único que digo y él sonríe, desarmándome totalmente.
He intentado mantenerme alejado de él desde que regresó, desde que me di cuenta de que no lo había superado como yo creía, pues siempre he sido débil ante sus encantos y resulta que sus sonrisas, son la mejor parte de él.
Me gusta.
¿Qué me gusta?
Le quiero.
Y a pesa de que estamos al borde del fin del mundo, por primera vez, siento que podemos funcionar y voy a esmerarme para que así sea.
—¿Tú también qué? —Ruedo los ojos ante su insistencia.
Le sostengo la mirada por varios segundos y algo me dice que esta discusión sin sentido, no es porque sí; que realmente necesita que lo diga. Así que reúno todo mi valor, él lo merece, al igual que yo.
—Yo también te quiero, idiota.
~~~☆☆~~~
¿Qué les pareció?
¿Les gustó?
Espero que sí...
Amo la amistad de Sam y Sacarías y la pareja de los dos brujos ♡♡♡
Un beso bien grande.
Los quiero
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro