1. El regreso
Sam:
Caos…
Sangre…
Destrucción…
Muerte…
Cuatro palabras que describen a la perfección las últimas horas de mi vida.
Mientras corro por los largos pasillos del palacio con Vitae en mis brazos y, a mi lado, Adams boca abajo sobre el lomo de Lucio, con sus extremidades inertes a cada uno de sus costados, siento como si en cualquier momento me fuera a desmayar.
Me duele todo el cuerpo, comenzando por mi hombro donde tengo la maldita mordida; mis piernas me piden a gritos un merecido descanso y mis venas arden necesitadas de sangre. Tengo sed, mucha sed.
Delante de mí, Nick lleva a su hija en brazos, inconsciente, y unas puertas más atrás, Sacarías y Ezra se detuvieron para dejar a Alexander en su habitación. No entiendo por qué no han recobrado la conciencia, pues cuando Maira y Lirba aparecieron, solo tardaron unos minutos en despertar. Solo espero que estén bien.
Me detengo frente a mi habitación y con un poco de dificultad, la abro mientras Lucio y Sharon siguen de largo hacia los aposentos de la reina. Quiero ir con ellos, pero justo ahora debo velar por la Criaturita y sé que mi hermano está en buenas manos.
Coloco a Vitae sobre mi cama con sumo cuidado y sin saber qué hacer exactamente, voy al baño, cojo una toalla, la humedezco y regreso con ella para limpiar un poco su rostro manchado de sangre y tierra. Un escalofrío me recorre la columna mientras las cortinas bailan con el aire a pesar de que las ventanas están cerradas; detalles que me indican que los dos emplumados están tras de mí.
—No la toques —dice Gabriel, pero lo ignoro estrepitosamente. Una vez su rostro está limpio, procedo a hacer lo mismo con su cuello—. ¡He dicho que no la toques!
—Gabriel —murmura el otro y yo los miro con mala cara.
Rafael sostiene a su hermano por una mano. El Profeta parece querer matarme.
—No se merece tocarla.
Vuelvo a centrar mi atención en Vitae y continúo mi labor de limpieza. Una mano se posa en mi hombro alejándome de ella y, enojado, porque sí, los malditos Arcángeles me tienen hasta los cojones, me volteo estampando mis manos en el pecho de Gabriel. Estoy débil, pero el arranque de ira y la sorpresa, lo hacen retroceder varios pasos.
—No me toques las narices, Gabriel, o…
—¿O qué? —Resoplo.
—Déjame en paz. —Da otro paso hacia mí, pero Rafael se interpone.
—Cálmate, sabes que ella no aprobaría este comportamiento.
—Justo ahora me importa una mierda lo que ella diga, Rafael. Por culpa de ese vampiro mira como está.
Rafael revuelve su cabello, parece frustrado y yo vuelvo a tomar la toalla.
—Hostring —me llama con voz amenazante—. No me colmes la paciencia que me queda bastante poca. Esa que tú ves ahí podrás creer que es una mujer, pero es Dios y tú eres un sucio vampiro que no merece ni siquiera respirar el mismo aire que ella.
—¡Pues límpienla ustedes, carajo! —grito, fuera de mí. Estoy agotado, tanto física como emocionalmente y lo último que deseo es pelear con estos imbéciles.
Paso mis manos por mi rostro, frustrado, y con unos deseos enormes de mandarlo todo a la mierda. Estoy tan estresado que no me sorprendería que en cualquier momento explotara.
Escucho un chasquido de dedos y cuando los vuelvo a mirar, están concentrados en Vitae y cómo no, está totalmente limpia e incluso con ropa nueva.
—Malditos Arcángeles de mierda —murmuro jalándome el cabello—. ¿Cuándo despertará? —Ambos se encogen de hombros.
—En unas horas. —Miro a Rafael entornando los ojos. Muy esclarecedora su respuesta. Maldito.
Como estoy bastante seguro de que ninguno de los dos se irá de aquí, decido darme un rápido baño para quitarme toda la sangre y de paso, alimentarme. Treinta minutos después, me siento mucho mejor, adolorido, pero mejor.
Sin más preámbulos, voy a ver a mi hermano. Toco la puerta de la habitación de Sharon y su voz alicaída me permite la entrada. Me armo de valor para enfrentar lo que sea que me espera ahí dentro y abro la puerta.
Camino titubeante hasta llegar al pie de la cama donde descansa su cuerpo inerte. Su corazón continúa latiendo, ahora con un poco de más fuerza que hace un rato, pero el hecho de que no haya despertado me dice que su alma sigue ausente.
—¿Cómo está? —me atrevo a preguntar. Ella solo se encoge de hombros.
—Sacarías me ha ayudado a sacar la mano de Cristopher sin afectarlo, pero no despierta. ¿Y Vitae?
—Inconsciente. —Asiente con la cabeza.
—Jazlyn y Alexander también.
—Esto es una mierda —digo más para mí que para ella mientras me revuelvo el cabello.
—¿Cómo tienes el brazo? —pregunta, mirándome por primera vez desde que llegué. Me encojo de hombros, pero ese mínimo gesto, me llega al alma—. Ven, vamos a curarte eso.
Se levanta de su puesto al lado de la cama y la sigo hasta una de las butacas.
—Quítate el pulóver —ordena y yo obedezco sin rechistar.
Me siento frente a ella mientras mete la mano en su bash y saca unas hojas, las tritura y les echa algo que no tengo ni idea de lo que es. Una vez termina, pasa la mescla viscosa resultante por la mordida y muerdo mi labio al sentir el ardor recorrer mi cuerpo.
—Tienes que hacer reposo, Sam. Espero que tengamos al menos un día de descanso y tú lo necesitas tanto como yo. —Me coloca una venda para cubrir la herida y no puedo evitar pensar en lo rara que es esta situación.
Si bien ya no es incómodo, sigue resultándome extraño dejar de odiarnos e intentar matarnos para convertirnos en cuñados y cuidar el uno del otro.
—Ya, eso va a ser difícil.
—Hay que hacer el esfuerzo, si no nos recuperamos, nos matarán en la siguiente ronda. ¿Cómo llevas lo de Cristopher?
—De puta madre. Matarlo es lo mejor que he hecho en toda mi vida.
—Me alegro. Iré a ver a mi hermano, ¿crees que puedas avisarme cuando Vitae despierte? —Asiento con la cabeza.
La reina sale de la habitación y, luego de ponerme el pulóver, me acerco a mi hermano, ocupando el lugar de ella hace unos minutos.
Con el pecho oprimido, observo su cuerpo dormido, tan tieso y pálido que, si no fuera por el latir de su corazón, podría pasar por muerto. Sujeto su mano entre las mías; están frías, algo para nada normal si tenemos en cuenta el calor que desprende el cuerpo de un licántropo.
Respiro profundo intentando aligerar el nudo de emociones que obstruye mi garganta, pero lejos de conseguirlo, se hace cada vez más grande mientras los recuerdos invaden mi mente.
Su sonrisa dulce, sus juguetones ojos color miel, sus carcajadas cada vez que su hermanito hacía alguna de sus trastadas. Las noches que pasábamos en vela mirando las estrellas, sus cuentos para dormir, sus reconfortantes abrazos en las noches de tormenta mientras yo temblaba de miedo.
Recuerdo el día que lo aparté de mi lado, que juré que lo mataría yo mismo por el daño que me había hecho. Si en ese momento yo hubiese sabido la verdad, si le hubiese permitido explicarme, esos tres siglos de dolor nunca habrían ocurrido. Yo habría amado a mi hermano, habríamos sido felices los dos y mi vida no estuviese inundada por el resentimiento.
Me odio tanto por no haber confiado en él, por haber sido tan estúpido, por haber tronchado cada uno de sus intentos para explicarme. Si lo hubiese dejado, habríamos aprovechado el tiempo, habríamos vuelto a ser esos hermanos que tanto se querían, pero no, yo tenía que ser tan orgulloso, desconfiado; tenía que estar tan consumido por la ira que no vi las señales y para cuando me di cuenta, era demasiado tarde.
Lo perdoné, sí, pero no pude disfrutar de él. No pudimos hacer nada como hermanos; solo pude abrazarlo una vez, decirle que lo quería, pero nada más y me quema por dentro saber que es mi culpa.
Debí haber sido yo el sacrificado.
—Lo siento… Realmente lo siento, Ad.
Una lágrima corre por mi mejilla y la seco con rapidez. No quiero llorar, no lo haré porque sucumbir a la opresión en mi pecho, es como aceptar este final y no, me niego a permitir que mi hermano muera de esta forma.
Me tomo el atrevimiento de entrar al baño, enjuago mi rostro eliminando cualquier vestigio de mi debilidad y decido enfrentar el desastre que hay ahí fuera. A fin de cuentas, no soy doctor ni tengo poderes para regresarle el alma. Estar aquí encerrado, mirándolo, solo me hundirá en mi miseria y justo ahora lo que necesito es hacer algo, sentirme útil o creo que voy a colapsar.
Cierro la puerta al salir y deambulo por los largos pasillos sin rumbo fijo. En mi trayecto paso por las habitaciones de Jaz y Alexander, solo para darme cuenta de que siguen inconscientes.
Sintiendo que me ahogo entre estas cuatro paredes, salgo a uno de los balcones y apoyo las manos en la baranda. Estoy en un segundo piso y desde aquí puedo ver con calma cómo la vida se desarrolla en el Reino. Todo está tranquilo si tenemos en cuenta las condiciones de Nordella y los últimos sucesos, aun así, en las facciones de los habitantes puedo notar miedo, preocupación, desesperación. Me pregunto cuántos aquí han perdido a un familiar o un amigo durante la batalla.
—Ey… —Levanto la cabeza ante la impresión. Estaba tan sumido en mis pensamientos que no escuché a Sacarías acercarse, eso o estoy tan agotado que mis sentidos no funcionan correctamente—. Te ves como la mierda.
—Ya… —Sonrío, agotado—. Tú no estás mucho mejor.
Respira profundo y sale al balcón. Imita mi posición apoyando los brazos sobre el barandal, con el cuerpo ligeramente inclinado hacia adelante y pierde su mirada en el horizonte. Nos mantenemos en silencio durante varios minutos y a diferencia de lo que podría pensar, se siente cómodo.
Es increíble, pero este brujo maldito me cae realmente bien.
—Sharon ha vuelto el palacio patas arriba —dice de repente y yo frunzo el ceño—. Ha puesto a todos los Sanadores a trabajar en el cuidado de todos los heridos y ha ordenado que, a medida que se vayan recuperando, salgan a las calles a poner un poco de orden.
Me sorprende la capacidad de esa chica para dar órdenes a pesar de las circunstancias.
—Nunca le digas lo que voy a decir, pero es una buena reina. Alexander estará orgulloso. —Asiente con la cabeza, sonriendo—. Por cierto, ¿mientras se recuperan los humanos están a su suerte?
—No, los miembros de la Logia y la Sociedad Sobrenatural en general que no son guerreros, están ahí fuera intentando arreglar el desmadre. Dándoles comida, refugio, ropa y haciendo un conteo de los daños.
—Genial.
Volvemos a quedarnos en silencio por varios segundos hasta que él se incorpora y apoya la cadera en la baranda. Frunzo el ceño al ver la sonrisa divertida en su rostro.
—Vampiro, hemos sobrevivido a los zombis, me debes una copa. —Sonrío al recordar la promesa que le hice en la azotea de la casa de Jazlyn.
—¿Hay algún bar por aquí cerca?
—Hay algo mucho mejor. Sígueme.
Sacarías se adentra al palacio y yo lo sigo mientras me cuenta de la gran reserva que hay en uno de los sótanos del palacio. Según él, ahí podremos encontrar cualquier bebida que queramos, ya sea creada por humanos o cualquier criatura sobrenatural; incluso se pone a alardear de que “Real Sacarías”, al parecer un wiski de su autoría, ocupa un lugar privilegiado en ese lugar.
Por algún motivo, la idea de darme un trago me alegra. Necesito relajar la tensión acumulada en mi cuerpo de alguna forma antes de que todo vuelva a descontrolarse. Necesitamos aprovechar cada momento de calma antes de que empiece la tormenta. Sin embargo, todo parece indicar que la maldita vida no está a nuestro favor porque cuando cruzamos el gran salón, un tropelaje en el piso de arriba, nos sobresalta.
Miro en dirección a la escalera y ver a Sharon atravesar el pasillo superior corriendo, hace que mi corazón suba a mi garganta. Sin pensármelo dos veces, subo a toda velocidad y Sacarías me sigue.
—¿Qué pasa? —pregunto cuando llego a ella y, por más que quiero, no consigo descifrar su expresión.
—Alexander… —murmura sofocada—. Alex… ha despertado.
El alivio que inunda mi cuerpo me desconcierta. Nunca creí que diría esto, pero me alegro de que ese idiota prepotente esté con vida.
—¿Y Jazlyn?
—Aún no.
Sharon abre la puerta y yo entro detrás. Poco a poco la habitación se va llenando de personas para ver a Alexander, el príncipe de los Legnas, sentado en la cama, sujetándose la cabeza con ambas manos.
Por su ceño fruncido, me atrevería a adivinar que se siente confundido, desubicado.
—¿Alex? —pregunta Sharon, temerosa y no es para menos, la última vez se llevó una gran decepción al darse cuenta de que Lirba ocupaba su cuerpo—. ¿Eres tú?
La mirada brillante de Alexander, síntoma seguro de la emoción al ver a su hermana después de tanto tiempo, me da a entender que sí es él. Sin embargo, Sharon apenas puede moverse mientras escucho su corazón latir a todo dar en espera de la confirmación.
—Pensé que nunca volvería a verte.
—¡Alex! —grita la reina antes de correr a los brazos de su hermano. Él tarda unos segundos en reaccionar, pero la atrae a su cuerpo con fuerza y mientras ella llora como una niña chiquita, el príncipe besa la cima de su cabeza una y otra vez con los ojos cerrados.
Una ligera sonrisa comienza a extenderse por mi rostro al ver la imagen ante mí. Últimamente me he vuelto un blando, pero hoy no me importa; estoy feliz por ellos y al mismo tiempo, celoso; me gustaría poder abrazar a mi hermano una vez más.
—Te extrañé. ¡Oh, Dios mío! No sabes cuanto te he extrañado.
—Creo que sí lo sé, hermanita, te he extrañado de la misma forma.
Sharon se separa un poco de él.
—¿Cómo te sientes? —pregunta y sin dejarlo hablar, revisa sus signos vitales.
—Estoy bien, solo me duele un poco la cabeza.
—Ok, no te preocupes por eso. —Mete la mano en su bash, saca una piedra rúnica y antes de que pueda golpearla contra el adaptador, su hermano la detiene.
—Déjalo, ya bastante mal sabor tengo en la boca como para empeorarlo con una de tus hierbas.
Ella se ríe.
—Nunca te han gustado.
—Sabes que no.
Alexander levanta la cabeza y analiza al resto de nosotros.
—Bienvenido al presente, muchacho —dice Sacarías acercándose a la cama—. Espero que recuerdes cómo debes llamarme.
Alex se incorpora con una sonrisa y luego se deja arrastrar a los brazos del brujo.
—Creo que debo darle la razón a Jaz, Sacarías. Este estilo de cabello te queda mucho mejor.
El brujo se ríe y Ezra se acerca apartándolo con malos modos.
—Apártate, Sairus. —Hace énfasis en el nombre y el aludido resopla—. Quiero abrazar a mi amigo.
Se coloca frente a Alexander y lo observa sonriendo.
—Me dieron un susto de muerte esa noche. Llevo más de doscientos años esperando ansioso para decirte que cuando digo quédate ahí y no te muevas, tienes que hacerme caso.
—Si lo hubiese hecho, te habrían matado.
—Y es por eso que ahora te digo: gracias.
Lo abraza dándole unas palmadas en la espalda y aunque me confunde su intercambio de palabras, decido no darle vueltas; debe tratarse de algo que sucedió en el pasado.
—Ok, Ezra, ya es suficiente —dice Alexander al ver que no lo suelta—. ¿Y Jazlyn?
Consigue zafarse de su agarre.
—Inconsciente todavía —responde su hermana— Gabriel nos avisará cuando despierte. —El príncipe frunce el ceño.
—¿Quién es Gabriel?
—O´Sullivan, vas a necesitar una semana para ponerte al día —le digo, divertido.
Su mirada penetrante se concentra en mí, pero antes de que pueda decir algo, Isabel lo abraza.
Por unos minutos, los presentes le dan la bienvenida, desde un abrazo de su madre, hasta una sacudida de mano de Nick y Lucio. Yo me mantengo rezagado, pues puedo haberlos ayudado todo este tiempo, pero no soy su amigo, así que no le veo lógica a andar de acaramelado con él.
El aire a nuestro alrededor se revuelve haciendo volar las cortinas y los papeles encima del escritorio; sin embargo, aun cuando algunos parecen confundidos, yo ni me muevo. Sé perfectamente de qué se trata.
Gabriel aparece de repente en la habitación, justo frente a Alexander que, de la impresión, camina hacia atrás y, si no es por su hermana, habría caído de culo en el suelo.
—¿Quién eres tú? —pregunta llevando su mano a la zona donde suele tener la bash y al darse cuenta de que no está, resopla.
—Él es el Profeta mayor —explica Sharon—. San Gabriel Arcángel. —Los ojos de Alexander se abren de par en par, definitivamente eso no se lo esperaba.
—¿Arcángel?
—Ah, no olviden que también es Elliot Holt, esposo de Isabel, padre de Nick y abuelo de Jazlyn. —Agrego y no puedo evitar reír ante la cara de espanto del príncipe.
—¿Qué? —Es lo único que consigue articular.
—Bienvenido al presente, Alexander O´Sullivan —dice el alado de manera solemne—. Ya habrá tiempo para las explicaciones, Jazlyn ha despertado.
No me lo pienso dos veces, abro la puerta y salgo corriendo a toda velocidad dispuesto a ser el primero en darle la bienvenida. No me importa dejar atrás a su novio y su padre que deben creerse con el derecho de verla primero, yo soy su amigo y necesito, antes que nada, saber que está bien. Necesito uno de sus cálidos abrazos, de esos que al inicio me ponían súper incómodo, pero que aprendí a disfrutar y ahora extraño como loco.
Abro la puerta con fuerza, con el único pensamiento de abrazar a mi amiga, a esa que, aún sabiendo lo peligroso que era acercarse a mí, lo hizo sin miedos, sin barreras. Sin embargo, no he dado dos pasos dentro, cuando me detengo.
Todos están aquí.
Alexander abraza a su novia como si la vida se le fuera en ello mientras el resto los miran con una sonrisa bobalicona en el rostro, salvo Sacarías y Gabriel. El primero me observa divertido; el segundo, con aires de superioridad.
—Te apuraste demasiado, Hostring —dice el brujo—. Aquí mi amigo Gabriel… —Coloca una mano sobre su hombro y este se aparta—. Nos trajo con solo un chasquido de dedos.
Resoplo.
Maldito Arcángel de mierda.
Impaciente, espero a que Jaz salude a su familia y cuando su mirada se posa en mí, todo desaparece.
Ver a Maira fue un duro golpe, pero siempre supe que no era mi amiga, pues había demasiada frialdad, veneno y odio en su mirada. Sin embargo, los ojos que tengo frente a mí, verde azul con ese brillo que tanto me gusta, irradian dulzura y felicidad. Esta es mi amiga.
Sin poderlo evitar, sonrío a medida que ella lo hace y un escalofrío recorre mi cuerpo ante la sensación de deja vu porque justo ahora, con su pelo rubio, no rosa como cuando la conocí, no puedo dejar de pensar en Mía.
Mi primer amor… Mi mejor amiga…
—¿No vas a saludarme? —pregunta arqueando una ceja.
—¿Y perderme la cara de culo de Alexander cuando te tenga entre mis brazos? Nunca. —El aludido resopla y sin poderlo resistir más, camino hacia ella.
Sus manos se envuelven alrededor de mi cintura y yo la atraigo a mi pecho con fuerza, pero sin llegar a hacerle daño. Y tal y como las veces anteriores, la paz absoluta me embarga. Junto a ella tengo la sensación de que nada puede salir mal.
—Te extrañé, Sam —murmura contra mi pecho y yo río feliz.
—Y yo a ti, Jaz.
—Ok —dice Alexander alargando la “O”—. Es suficiente, Hostring, suelta a mi novia.
—¿Qué sucede, O´Sullivan? —La suelto lentamente y meto las manos en mis bolsillos mientras observo al príncipe—. ¿Temeroso de que decida quedarse conmigo?
—Nah, según tengo entendido, a ti ya te cogieron por las pelotas. —Sacarías ríe a carcajadas y yo ruedo los ojos.
—Ay, alteza —dice el brujo cuando logra calmarse—. Usted no tiene idea aún.
Observo a Jaz que, con el ceño fruncido, analiza la puerta abierta detrás de nosotros.
—¿Jaz? —pregunto para llamar su atención.
—¿Dónde está? —Me tenso instantáneamente. No hay que ser adivino para saber a quién se refiere.
La habitación queda en silencio total y creo que eso es respuesta suficiente para ella, pues sus ojos se cristalizan mientras niega con la cabeza. Alexander la sujeta por los hombros en un gesto reconfortante.
—¿Mu…? ¿Murió? —pregunta. Es un susurro tan bajo que, si no fuera vampiro, no lo habría escuchado.
—No. —Me mira con la esperanza abriéndose paso en sus ojos—. No del todo. Su cuerpo está vivo, pero su alma está perdida en algún lugar que no conocemos.
—¿Qué significa eso? —pregunta Alexander mientras una lágrima corre por la mejilla de su novia. Ella se la seca con rabia.
—No sabemos mucho más. La única que puede darnos una respuesta está inconsciente en una habitación al final del pasillo.
—¿Vitae? —pregunta Jaz y luego se dirige a Sacarías—. Dijiste que se llamaba Vitae, ¿verdad? —El brujo asiente con la cabeza—. La otra Mors. La Vida y la Muerte.
Paso las manos por mi rostro. Hay mucho que explicar.
—Creo que les debemos una larga explicación —dice Sharon como si me hubiese leído el pensamiento.
—Bien. —Concuerda Jaz—. Pero primero quiero ver a mi amigo. A solas los tres.
La miro.
—¿Yo también?
—Por supuesto. —Asiento con la cabeza.
Jazlyn le da un beso a Alexander y abandona la habitación. Con el corazón acelerado, la conduzco por todo el pasillo hasta la habitación de Sharon y a pesar de que el silencio se ha hecho dueño del espacio, me siento bien, cómodo.
—Me vas a desgastar —dice al notar que no dejo de mirarla. Sonrío.
—No puedes culparme por estar feliz de que estés de regreso.
—Yo también estoy feliz. El pasado no es algo que quiera recordar.
—¿Difícil?
—Como no tienes idea. Me mataron justo antes de despertar, Sam —dice cuando nos detenemos frente a la puerta. Yo la miro con el ceño fruncido—. Pensé que era demasiado tarde, que había muerto de verdad.
—¿Qué sucedió exactamente? —Respira profundo.
—No quiero hablar de eso. De igual forma, el pasado no es demasiado trascendental, nosotros somos los que necesitamos que nos pongan al día.
Revuelvo mi cabello.
—Será una conversación intensa, así que prepárate para quedar en shock varias veces. —Ella sonríe y mi corazón da un vuelco.
No recordaba lo difícil que era verla y no pensar en Mía.
En los últimos días, lo que menos he hecho es pensar en mi primer amor salvo en situaciones puntuales; su recuerdo había dejado de atormentarme, de perseguirme en la oscuridad de la noche. Sin embargo, al verla, es imposible no recordar mis años a su lado, lo feliz que fui y lo mucho que sufrí cuando la perdí.
—¿Qué sucede? —pregunta y yo desvío la mirada por unos segundos—. ¿Sam? —Respiro profundo.
—Creo que voy a necesitar que vuelvas a teñirte el pelo. —Confundida, coge un mechón y abre la boca en forma de “O” al percatarse de que es totalmente rubio.
—Pensé que ya la habías superado. O sea, me dijeron que había una chica.
—Ese viejo chismoso. —Me río—. La hay, es complicado, pero creo que estamos juntos y… no lo sé… por primera vez en mucho tiempo siento que soy feliz. Aun así, no puedo evitar mirarte y ver a Mía.
—Lo siento, Sam. —Tomo la punta de su pelo entre mis dedos.
—No lo sientas, Jaz, no es tu culpa. Resulta que cuando me estaba acostumbrando a verte, a tenerte en mi vida, te perdí. Estoy en el punto de partida, es extraño, solo eso. Ya me acostumbraré.
Suelto su cabello y meto las manos en mis bolsillos.
—¿Entramos? —pregunto y su sonrisa desaparece. Duda varias veces mientras muerde su labio y yo tomo su mano intentando infundirle fuerzas. Asiente con la cabeza.
Abro la puerta y le pido que pase primero. La presión de su mano contra la mía aumenta mientras su corazón sale disparado; el mío también. Caminamos juntos hasta la cama y volver a verlo en el mismo estado que horas antes, me revuelve el interior.
Un jadeo se le escapa y las lágrimas surcan su rostro con gran rapidez mientras su bonito rostro se distorsiona en una mueca. Los sollozos sacuden sus hombros cuando su mirada barre el cuerpo inerte de mi hermano. Sin saber qué hacer exactamente, la atraigo a mi cuerpo y la envuelvo en mis brazos con la esperanza de poder calmar de alguna forma, el dolor en su corazón. A fin de cuentas, Adams era su mejor amigo.
—Dime que se pondrá bien, por favor —suplica contra mi pecho y yo solo atino a apretarla más contra mí—. Él no se lo merece, Sam… Adams… Adams es un buen chico. —Solloza.
—Lo sé, Jaz, lo sé.
—No es justo… Él… él no puede morir… No así…
—No lo es y no sé si podré salvarlo, pero te juro que haré todo lo que esté en mis manos para traerlo de vuelta. No estoy dispuesto a perderlo ahora que lo recuperé.
Poco a poco se separa de mi cuerpo, aunque sus brazos siguen alrededor de mi cintura. Sus bonitos ojos verde azul, buscan los míos con curiosidad.
—¿Se…? ¿Se arreglaron? —Asiento con la cabeza, sonriendo.
—Sí. Le dije que lo quería y lo abrasé. No sabía que necesitaba tanto ese momento hasta que sucedió. Por eso no pudo permitir que termine así, lo necesito en mi vida, Jaz, es mi hermano.
Sonriendo, lleva sus manos tras mi cuello, se pone en punta de pie y me abraza. Yo la tomo de la cintura y me deleito con el calor de su cuerpo.
No quiero que me malinterpreten. Estoy disfrutando de ella, de saberla viva, bien, de regreso; estoy encantado con la paz que me transmiten sus abrazos, sus palabras, su sola presencia, pues seamos honestos, es la primera persona después de Mía que consiguió atravesar los muros hasta mi alma; pero eso no significa que me gusta, al menos no en un sentido amoroso.
Ella es mi amiga, solo eso; pero para alguien como yo, eso es casi más importante que si me gustara como mujer. El lugar que Jazlyn Lautner u Holt, como quiera que pretenda llamarse desde ahora, ocupa en mi vida, es irremplazable.
—Esto feliz por ustedes, Sam. Me alegro de que hayas decidido abrirle las puertas al perdón, era lo mejor para ustedes.
—Bueno, el mensaje que me mandaste con Sacarías ayudó.
Deposita un beso sobre mi cuello y se separa con una preciosa sonrisa adornando su rostro.
—Sabes que siempre te he dado buenos consejos —responde divertida y luego frunce el ceño mientras su mirada se concentra en sus manos sobre mi pecho. Mueve su derecha por toda la zona hasta que me mira con los ojos entornados—. ¿Ese es tu corazón?
Río, divertido, ante su desconcierto.
—¿Está latiendo? —Asiento con la cabeza—. ¿Cómo es posible?
—Vitae. —Frunce el ceño—. Venga, vamos con el resto, hay mucho de lo que debemos hablar.
Me separo de ella con intenciones de ir a la puerta, pero me detiene por una mano.
—Me gusta esta nueva versión tuya. —Frunzo el ceño—. Cuando nuestra amistad comenzó, ¿sabes cuánto me hubiese costado que admitieras que la chica te gustaba y que eras feliz? Habrían pasado horas de mucha labia de mi parte para que al final tú me dieras un frío: sí.
»Ahora lo has dicho con mucha naturalidad, sin tener prácticamente que preguntarte. Y no es solo eso; sonríes, Sam, nunca te había visto sonreír tanto. Ya no hay tanta tensión en tus hombros y no exudas peligro por cada uno de tus poros. No pareces enojado con el mundo y esa rivalidad que había entre tú y el resto, ya no está.
»Estuve solo unos minutos con todos en la misma habitación, pero pude notar que se sentían cómodos con tu presencia y tú también.
Respiro profundo.
—Han cambiado muchas cosas.
—Y me alegro de que haya sido así; pero creo que me siento un poco celosa. ¿Dónde quedó mi chico malo? —Con la misma sonrisa que tiene ella en su rostro, pongo mis ojos rojos y saco mis colmillos. Sin dejarla reaccionar, me acerco a ella a gran velocidad.
—Sigo siendo un chico malo. —Ella solo se ríe.
—Ni de cerca eres el Sam Hostring que yo conocí. —Me encojo de hombros y vuelvo a la normalidad.
—Es que me has cogido de buen humor por tu regreso, eso sí, no me quieres ver enojado; siguen teniéndome miedo. —Le guiño un ojo y me deleito ante su risa baja—. No soy yo el único que ha cambiado. Tú estás… —Hago una pausa porque no sé cómo explicarlo—. No lo sé, pareces como más segura de ti misma. Nunca habías bromeado conmigo de esta forma y ojo, no me quejo. A mí también me gusta esta nueva tú.
Respira profundo mientras se rasca la cabeza. Una sonrisa triste se adueña de su rostro.
—Digamos que vivir en el pasado me ha cambiado. Creo que he madurado, me siento mayor o tal vez sea el hecho de que al haber estado allá, mi alma ha envejecido. Yo qué sé y si estoy bromeando contigo es porque ya no te tengo ni una pizca de miedo y porque te extrañé como loca.
—Yo también te extrañé.
—Ok, ahora sí, vayamos con el resto.
Dicho esto, me dispongo a marcharme, pero me detengo al ver como se voltea a Adams, retira varios mechones de cabello de su rostro y besa su frente.
—Te sacaré de esta. Te juro que lo haré —murmura cerca de su oído, como si de alguna forma, él pudiese escucharla.
Sin decir nada más, salimos de los aposentos de la reina y regresamos con el resto que estaban a punto de entrar al Salón del Trono. Jazlyn se acerca a su novio y yo tomo lugar en mi asiento de siempre, un poco apartado del resto, pero lo suficientemente cerca para dar mi opinión sin que tenga que moverme para que me escuchen.
Las próximas cuatro horas no las pasamos contándoles a Jazlyn y Alexander todo lo que ha pasado desde su partida y me compadezco de ellos. Nosotros nos enteramos de las cosas en varios momentos y aun así fue un shock; creo que toda esta información junta, es más de lo que pueden digerir.
La sala se sume en un silencio absoluto cuando termino de contar lo que sucedió durante el sacrificio e inevitablemente mi mente se va a la chica que descansa en el piso de arriba, inconsciente. ¿Por qué no despierta?
Espero con calma a que digan algo que, salvo para hacer alguna que otra pregunta, no han abierto mucho la boca.
—Joder, no sé qué decir —murmura Alexander pasando sus manos por su cabello—. Tenemos a Dios inconsciente en una habitación, a dos Arcángeles dando vueltas por el Reino y el tercero anda por algún lugar del mundo cumpliendo una misión que le encomendaron haca eones. Lucifer está cada vez más cerca, creen que Jaz podría ser la única aparte de Dios que pueda detener al diablo. Katrina es su recipiente y Nordella está destruida. ¿Tienen alguna buena noticia?
—Sí, Cristopher está muerto —respondo, encogiéndome de hombros—. Y los gemelos malvados están fuera de juego. Ahora que los menciono, O´Sullivan, siempre he creído que eres un grano en el culo, pero ese Lirba era insufrible.
El príncipe me mira durante unos segundos y yo me maldigo por haber llamado su atención. Una sonrisa empieza a revelarse en su rostro y yo me hago una idea de lo que va a decir.
—¿Cómo demonios terminaste de novio de Dios? —Resoplo y Sacarías, de hecho, todos, incluso Jaz, se ríen.
—Resulta que yo también me pregunto algo parecido. ¿Cómo te las ingeniaste para que Jazlyn se fijara en ti?
—Soy un hombre irresistible. —Cruza los brazos sobre su pecho y me mira con una ceja arqueada. Ruedo los ojos.
—Creído —murmura Jaz, divertida.
—Había olvidado la prepotencia que te cargas.
Alexander se dispone a decir algo más, pero ese latido acompasado de dos corazones de los que no he podido dejar de estar pendiente a pesar de la distancia que nos separan, se acelera. Me levanto de la silla sorprendiéndolos a todos.
El latido se intensifica, va tan rápido que no tardo en identificar el miedo. Está despierta… Está asustada.
—Ha despertado. —Es lo único que digo antes de salir corriendo de la Sala del Trono.
Subo las escaleras a toda velocidad, abro la puerta de mi habitación y entro sin importarme a cuántos Arcángeles deba enfrentarme.
Rafael está al pie de la cama, luce preocupado. Gabriel, sentado en un borde, intenta calmar a la Criaturita que, agazapada en el espaldar, se sujeta la cabeza con fuerza.
Corro hacia ellos y aparto a Gabriel, tomando su lugar. Él protesta, pero no me aparta.
Levanto la mano para calmarla, pero, asustada, retrocede aún más, lo que prácticamente es imposible pues está totalmente pegada al espaldar.
—Criaturita, tranquila, soy yo… Saaam. —Su mirada lilosa busca la mía, pero el terror se mantiene ahí. Comienzo a asustarme porque no parece reconocerme—. Ey, no te haré daño, tranquila.
Me atrevo a acercarme un poco más. Tengo el corazón latiendo con fuerza en mi garganta y por segundos temo que vaya a reventar; no sé por qué, pero algo en esta situación no me da buena espina.
—Criaturita, está todo bien, estás a salvo. Nadie te hará daño.
Intento tomar su mano, pero ella mueve la suya, alejándola. Hay algo en su mirada que no me gusta y esa sensación de que algo no va bien me ataca con fuerza, enredándose en mi garganta, impidiéndome respirar.
—Ey, soy yo, Saaam. Estás en el Reino de los Legnas, estás a salvo.
Me acerco un poco más.
—No… no… no… —Frunzo el ceño.
—¿No qué? —pregunto y hago nuevamente el intento de sujetar su mano.
—No me toques.
Me congelo.
Por unos segundos no sé qué hacer porque esta chica es la misma que hace unos días tenía debajo de mí justo sobre esta cama mientras disfrutaba de mis besos. Son sus ojos, sus dos corazones, su voz, sin embargo, parece alguien completamente diferente.
Me obligo a pensar que no me reconoce. Tal vez recordar todo la tiene confundida y necesita un poco de tiempo para colocar las cosas en su lugar y volver a ser la misma chica dulce de siempre.
Le sonrío con la esperanza de infundirle un poco de seguridad.
—Criaturita. —Su mirada se concentra en mí—. No te haré daño, tranquila.
Vuelvo a acercarme y esta vez consigo tocar su mano, pero como si el solo contacto la quemara, se levanta con gran velocidad, sorprendiéndome y corre hasta esconderse detrás de Rafael.
Confundido, rodeo la cama acercándome a ellos. Por el rabillo del ojo puedo ver el rostro contrariado de toda la manada.
—No te acerques, Sam —ordena cuando estoy a menos de un metro.
Sin embargo, no es la orden lo que me detiene.
Sam.
No Saaam.
Sam a secas.
Y el hecho de que sus ojos estén lilas y no negros, sé que es Vitae y no Mors.
—¿Vitae? —pregunto solo para cerciorarme.
Su mirada se concentra en la mía y en esta ocasión, se con certeza que me reconoce.
—No te acerques, por favor.
Mi corazón se oprime al sentir la frialdad de sus palabras y de su mirada; al no poder reconocer en ella a esa chica que tanto me gusta y que por unos días me hizo tan feliz.
Esta no es Vitae, no es Mors…
Ella es Dios.
~~~☆☆~~~
Ups, ¿qué les pareció el primer capítulo?
Por fin Jaz y Alex están de regreso, aunque pobre Adams...
La Criaturita recordó y creo que eso no le va a gustar mucho a nuestro vampiro favorito.
Vamos a ver qué sucede con todos ellos.
Las quiero, gracias por estar aquí.
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