Sam 31
En contra de la voluntad de mi hermano, su novia y la mía... Hostia... Eso sigue sonándome raro cantidad. Bueno, como decía, en contra de su voluntad, salgo del palacio con el resto del grupo dispuesto a hacer todo lo posible para que Nordella no se vaya a la mierda.
La Criaturita propuso quedarme en el palacio con la esperanza de que, si no estoy en el campo de batalla, podría evitar el sacrificio; pero hemos vivido lo suficiente como para saber que las cosas nunca son tan fáciles.
Las profecías se cumplen y si no estoy en la batalla, el destino se encargará de hacer que el sacrificio ocurra en el Reino. De eso estoy convencido y no sé ellos, pero me parece que, si logramos evitar que todos los inocentes que viven ahí, corran peligro, lo mejor es que me mantenga alejado de ellos.
Sin poderme rebatir, pues saben que tengo razón, dejan de insistir y a penas pongo un pie fuera del Reino, me arrepiento de no haberme quedado dentro porque nada de lo que hemos vivido hasta ahora, se compara con esto.
Una lluvia torrencial invade a Nordella. Los vientos son fuertes, tanto, que debo afincarme con todas mis fuerzas al suelo; algunos incluso deben sujetarse de árboles, pues hasta los autos están siendo arrastrados por las calles.
Los relámpagos alumbran el cielo haciéndolo todo más macabro y los truenos retumban prácticamente uno detrás de otro. Los gritos de terror están a la orden del día, hay humanos haciendo cadeneta unos con otros para no salir volando debido a las ventiscas.
Los postes del alumbrado eléctrico y las comunicaciones caen al suelo, algunos son aguantados por los cables antes de golpear el pavimento y otros son detenidos por algunos vampiros.
Chispas de electricidad salen de los cables reventados y hay Legnas intentando alejar todo lo que pueda entrar en contacto con ellos y ampliar el desastre.
Un portal se abre frente a nosotros y Sacarías y Ezra salen de él.
—La marea ha subido demasiado. Hay inundaciones en varias zonas y el río también está turbulento —grita Sacarías para hacerse oír sobre el ruido de la tormenta—. Se han roto dos Sellos.
—¿Dos? Pero si apenas han pasado unos minutos. —Les hago notar y Gabriel, que no sé de dónde salió, se nos acerca.
—El quinto Sello es la Tribulación, el período más crítico de la humanidad. No pasa nada y pasa todo al mismo tiempo. Es como una reacción en cadena, se abre y todo lo otro le sigue como un efecto dominó. La Tribulación implica los demás Sellos, Trompetas y Copas.
—¡Necesitamos ayuda! —grita un Guerrero—. El bosque se ha incendiado, si no lo detenemos, afectará los portales al reino y si quema los robles, las Dríadas ligadas a ellos, morirán.
—Aliz —dice Adams a mi lado y no tardo en ver a Maximiliano correr en dirección al bosque.
Voy detrás de él e interrumpo su carrera.
—Apártate, Hostring.
—¿Qué coño crees que haces?
—Salvar a mi novia, ¿qué carajos crees?
—¿Y me vas a decir cómo piensas hacerlo? Porque que yo sepa, no puedes detener el incendio.
Resopla e intenta sortearme, pero lo detengo sujetándolo de una mano. El impulso lo acerca a mí dejando nuestros rostros demasiado cerca.
—Si tú mueres, no podrás salvarla. Así que deja de ser idiota y sígueme.
Jalándolo conmigo, pues no confío en que me siga por su propia voluntad, nos acercamos al grupo que intenta, sin mucho resultado, resguardarse de la tormenta.
—Necesitamos a las Salamandras, a las Ninfas, a cada maldita hada que pueda controlar la Naturaleza —les digo—. Ninguno de nosotros tiene ese poder.
—Yo me encargo de buscarlas —dice Ezra antes de desaparecer por un portal y mientras él va por ayuda, nosotros nos aseguramos de poner a los humanos a salvo que, luego de la horda de zombis, muchos quedaron fuera de sus casas.
La tormenta parece incrementar su intensidad cada vez más, dificultándonos la tarea de salvaguarda. Todo empeora cuando algunas casas comienzan a destruirse, incluso las ramas de los árboles se desprenden cayendo sobre los techos.
No sé en qué momento me separo del grupo. Llevo vagando por tanto rato mientras hago lo posible por poner a los humanos en las viviendas con mejores condiciones que puedan resistir los fuertes vientos que, para cuando me doy cuenta, estoy frente al SENCO. Es por eso que puedo ser testigo del ejército de hadas que atraviesa sus puertas y de cómo Ezra las distribuye en portales hacia donde son necesitadas.
Cinco de ellas se quedan, ubicándose en puntos diferentes de la calle, no cerca pero tampoco muy alejadas la una de la otra. Extrañado, observo cómo levantan sus brazos y un tenue brillo se acumula entre sus dedos. Para mi mayor asombro, la tormenta va disminuyendo su intensidad. Es de forma gradual; primero los fuertes vientos, luego la lluvia. No se detiene completamente, pero al menos ya no es un desastre.
No me da tiempo a aliviarme porque un ruido, peor que el de los truenos y mucho más prolongado, se hace dueño del espacio. Es como un cuerno gigante y tan intenso que debo taparme los oídos con la esperanza de disminuir el dolor que me provoca.
De repente cesa.
Retiro mis manos y noto sangre en ellas. Por unos segundos me siento mareado, incluso desorientado y no es hasta que algo colisiona contra el suelo a mi lado, que reacciono.
Granizos.
No uno, no dos... Una jodida lluvia de granizos con tanta fuerza que son capaces de romper los parabrisas de los carros.
¿Pero qué coño?
Corro hasta resguardarme bajo un portal y reviso mi brazo donde justo acaba de golpearme uno hasta incrustarse en mi piel. Lo saco con mis garras y debo contener un gemido ante el dolor que me provoca tan simple acto. Espero unos segundos a que se cure la herida, pero al cabo de un minuto y al ver que sigue ahí y doliendo cantidad, resoplo.
Maldito zombi de mierda.
Arranco un trozo de mi pulóver ya arruinado por Sharon cuando me curó la mordida y envuelvo la herida.
Una bola de fuego cae justo frente a mis pies y del sobresalto, me pego a la pared. ¿Eso es sangre? Una mancha roja cubre el suelo justo cuando se apaga la llama.
La Trompeta, ha sonado la primera maldita Trompeta.
Granizos y fuego mezclado con sangre cae sobre la Tierra imposibilitándome cualquier movimiento. No tengo móvil para llamar a Adams para saber si está bien, aunque por las condiciones en que han quedado los postes, dudo que tengamos señal alguna.
Algo llama mi atención. A mi lado, las flores que están en las macetas, comienzan a marchitarse solas. Miro a mi alrededor y los árboles que no se están incendiando por las bolas de fuego, se marchitan demasiado rápido. Hostia, esto no es bueno.
En el portal de un bar al otro lado de la calle, veo como una de las hadas que buscaba su resguardo, cae desplomada al suelo. ¿Qué coño le pasa?
Busco una forma de llegar a ella sin que los granizos me atraviesen o el fuego me queme. En cualquier otro momento correría a toda velocidad sin importarme las heridas, pero viendo que no estoy sanando con la misma rapidez, prefiero evitar a toda costa cualquier daño.
Frente a mí, hay una camioneta, está con la puerta abierta, por lo que supongo que el conductor salió a toda marcha. Viendo que los granizos no atraviesan la carrocería y a expensas de salir un poco lastimado, estiro la mano, agarro la portezuela y con todas mis fuerzas, la arranco de sus goznes.
—Hostia puta —me quejo. Un granizo rozó mi brazo, es apenas un arañazo, pero arde cantidad.
Pongo la puerta de escudo sobre mi cabeza y salgo corriendo a toda velocidad. Siento el retumbar de los granizos sobre la carrocería, pero por suerte logro llegar al otro portal a salvo.
Me arrodillo a su lado y me aseguro de que está viva. Su corazón late, es débil, pero está ahí.
—Ey, ey, despierta —le digo al ver cómo intenta abrir los ojos—. ¿Qué te ha sucedido?
La chica no responde y eso me preocupa porque no tengo ni idea de qué coño hacer para ayudarla.
—Las plantas... —dice de repente. Su voz es apenas un susurro—. Están... muriendo... No... nosotras... también...
El vago recuerdo de Isabel diciendo algo sobre que la tercera parte de la vegetación morirá, viene a mí.
—¿Por qué?
—Porque... estamos... ligadas... a ellas.
—¿Pero van a morir o solo se debilitan? —pregunto y me reprendo ante el poco tacto. Se encoge ligeramente de hombros.
Una idea aterradora cruza por mi mente. Si ellas están así, Vitae, que es la Madre de todos, ¿cómo estará?
—¿Sabes si Vitae está igual que ustedes?
—Debe... estar peor. —Mi corazón sube a mi garganta—. Ella... sufre por la... naturaleza... y por nosotras...
Sin pensármelo dos veces, me levanto, cojo la puerta, dispuesto a ir al maldito Reino, pero no he dado dos pasos cuando me detengo.
Yo no sé sanar a Vitae, ni siquiera sé si el maldito Dios puede ser sanado; eso sin tener en cuenta que soy más útil aquí que allá y que estoy convencido de que el tal Rafael estará con ella. Demonios.
Dejando mis preocupaciones a un lado, suelto la puerta y regreso con el hada.
Otra Trompeta vuelve a sonar y mis oídos parecen querer reventar. Veo como los granizos y las bolas de fuego se detienen, pero para mi terror, lo que parece un meteorito, desciende a gran velocidad cubierto por fuego y por la dirección a la que se dirige, caerá justo sobre al mar.
El ruido cesa justo cuando la piedra gigante colisiona con el agua y desde mi posición puedo ver cómo se forma una ola gigante que arrasará con gran parte de todo lo que hay cerca de la playa. Hostia puta.
Concentro mi atención en el hada. Sus oídos sangran, pero sigue consciente.
—¿Puedo ayudarte en algo? —grito por si no me puede escuchar bien. Ella niega con la cabeza.
No queriendo dejarla tirada, pero sabiendo que debo irme y no puedo llevarla conmigo, rompo la puerta del bar con una patada. La cargo con cuidado de no hacerle más daño y la dejo dentro de la instalación.
—Resiste, ¿ok? Debo irme. —Asiente de forma casi imperceptible y yo salgo del lugar sin tener idea de a dónde ir exactamente. Un portal se abre y un brujo que no reconozco aparece.
Corro hacia él.
—¿Has visto a mi hermano o a Sacarías?
—Sacarías está en la playa. Es un desastre. A Adams no lo he visto.
—Llévame con Sacarías.
Abre un portal para mí y al atravesarlo, me encuentro con todo devastado. La playa está cubierta de basura, tanto de los desechos del mar como las cabañas alrededor que han quedado destruidas. Los peces muertos yacen sobre la arena al igual que las hadas del agua; algunas en su forma humana, otras como sirenas.
Me acerco a Dahiana, una bruja del aquelarre de Sacarías que intenta socorrer a un Ninfa.
—¿Qué ha sucedido exactamente?
—Un meteorito cayó en el mar; la ola gigante que provocó devastó todo alrededor y sacó cuanto ser vivo se encontró a su paso. Según Sacarías, esta Trompeta provoca la muerte de la tercera parte de la vida marítima.
—¿Murió? —pregunto, temeroso, señalando al hada que yace entre nosotros.
—No, pero está muy débil; no creo que sobreviva por mucho tiempo.
—¿Cómo se supone que vamos a mitigar los daños, si las únicas con el poder para hacerlo se debilitan con cada Trompeta?
—Ese es el punto, Hostring, no creo que se pueda. Estamos atrapados aquí dentro, con suerte, salimos vivos; pero puedes apostar que es el fin de la Nordella que conocemos.
—Hostia puta. —El recuerdo de que Vitae debe estar igual o peor que la chica frente a mí, viene a mi mente; pero me obligo a concentrarme en las palabras del Arcángel. Ella forma parte de la profecía, por tanto, sobrevivirá—. ¿Dónde está Sacarías?
—Ni idea, estaba aquí hace unos minutos.
Miro a mi alrededor buscando al brujo, pero solo veo Sanadores intentando curar a las Hadas del Agua.
Ese sonido estruendoso que ya me tiene hasta los cojones, vuelve a sonar. Cubro mis oídos con fuerza porque no sé si es porque los tengo sensible o si las Trompetas están sonando cada vez más fuerte, pero el ruido es casi irresistible.
Otro meteorito desciende del cielo a toda velocidad. Sigo el recorrido con mi mirada y lo veo perderse tras el bosque Igor.
—¡El lago! —grita Dahiana y justo cuando el meteorito colisiona haciendo incluso temblar la tierra, el ruido cesa—. El lago. La Tercera trompeta es igual que la segunda, pero sobre agua dulce.
Mi mente vuela inmediatamente a Vitae y, aunque sé que no resolveré nada, decido ir con ella. De igual forma, tampoco es que esté resolviendo mucho aquí; sin embargo, antes de que logre dar un paso, el maldito sonido vuelve a hacerse dueño del espacio.
Cubro mis oídos y el solo movimiento del brazo envía una corriente de dolor por todo mi cuerpo.
—¡Hostia puta! —grito por todo lo alto mientras todos a mi alrededor intentan que no se les revienten los tímpanos.
Alucinado, veo como el sol va apagándose, al punto de que el firmamento adquiere un color rojizo espeluznante. El astro de la noche, visible ahora, tampoco tiene su color blanquecino. No es de día, pero tampoco es de noche y si tuviera que darle un nombre, diría que el cielo se ha tornado de sangre.
El sonido se detiene y, adolorido, me descubro los oídos.
—No soy la única que piensa que no vamos a salir de esta, ¿verdad?
—Vamos a salir de esta, ¿entendido? Solo debemos resistir. —Pero ver al sol y a la luna, más pequeños de lo que debería ser normal y sin emitir ningún tipo de luz, me dice que tal vez no sea así. Es decir, la Tierra se alimenta de la luz del sol y la luna, no creo que la barrera que nos mantiene encerrados en Nordella, proteja al resto del planeta de algo como esto, ¿no?
Y a todas estas, ¿cuánto puede durar un mundo sin sol ni luna?
—Dahiana, ¿sabes si los portales en el bosque se vieron muy afectados por el incendio?
—Solo algunos, ¿por qué?
—Ábreme un portal a uno cercano al palacio.
Necesito ver a Vitae. Iba a dejarlo estar porque sé que no puedo hacer mucho por ella, pero necesito saber que está bien.
Sin embargo, el maldito sonido vuelve a jodernos la vida impidiéndonos cualquier movimiento. ¿Por qué están sonando tan seguido? ¡Joder! No nos da tiempo a hacer absolutamente nada, aunque pensándolo bien, en estos momentos, sin las hadas, no hay mucho que podamos hacer.
El ruido cesa y descubro mis lastimados oídos. Miro al cielo en espera de otro meteorito, no lo sé, lo que sea, pues no recuerdo qué carajos viene ahora.
—Mierda —dice la bruja a mi lado.
Sigo la dirección de su mirada y mi corazón sube a mi garganta al ver langostas… gigantes langostas, debo aclarar, salir del mar con sus tenazas enormes y a diferencia de esas que tanto les gusta comer a los humanos, estas tienen cabeza de mujer con unos dientes endemoniados que me hacen retroceder varios pasos y una cola parecida a la de los escorpiones. Miedo es poco para lo que estoy sintiendo justo ahora.
Un tipo demasiado grande para mi gusto, con tres cuernos, alas de pájaro y cola de dragón, camina en el centro de ellas como si fuera el rey, su líder para ser exactos.
Los Legnas a nuestro alrededor, la mayoría Sanadores, comienzan a retroceder tanto como les es posible, llevándose con ellos a las hadas moribundas. Los pocos Guerreros sacan sus espadas preparándose para la batalla. Estamos a alrededor de cincuenta metros del ejército endemoniado.
Dahiana abre un portal a nuestro lado, coge al hada por debajo de los brazos y la arrastra a través de él mientras yo saco una de mis dagas que no creo que pueda hacer algo contra ellos. La bruja regresa y el resto de los Sanadores la imitan poniendo a resguardo a los heridos; para mi sorpresa, también vuelven. Son el apoyo a los suyos; no luchan, pero están presentes para sanar al que lo necesite. Debo decir que, de cierta forma, admiro la lealtad de esa raza.
—¿Aún piensas que saldremos de esta? —pregunta.
—Sí. —Pero eso no me lo creo ni yo.
—Abadón —dice alguien a mi lado con voz amenazadora y mi corazón, que no había disminuido mucho su marcha, se acelera aún más.
Duda existencial: ¿los vampiros cuyo corazón está vivo pueden morir de un ataque cardíaco?
—¡Joder tío, anuncia tu llegada! —chillo. Gabriel, a mi lado, observa al tipo como si quisiera degollarlo—. ¿Quién coño es Abadón?
—Un ángel caído, ahora demonio, conocido como el Destructor. Líder del ejército de Langostas.
—Un hijo de puta en toda la regla —comento.
El Arcángel, sin prestar atención a mis palabras, chasquea sus dedos y el resto del grupo, junto a otros Legnas, aparecen de repente. Sacarías y dos brujos más, arrodillados con un brillo liloso en sus manos, Adams corriendo, Maximiliano con su espada por encima de su cabeza, Nick con una enorme piedra entre sus manos… Vamos, que estaban ocupados y lo que sea que hacían se quedó a medias.
En sus rostros y el resto de los Guerreros que han aparecido, se nota el
desconcierto al no saber qué coño ha pasado, pero esa expresión no tarda en tornarse en sorpresa y luego terror al percatarse del ejército frente a nosotros.
Cada uno adquiere posición de ataque sin pensárselo dos veces. Los ojos de Adams se encuentran con los míos y no sé cómo lo sé, pero siento como si, en silencio, me preguntara si estoy bien. Asiento con la cabeza y él me devuelve el gesto.
El tal Abadón se ubica frente a su ejército y sonríe macabramente al ver a Gabriel. Este camina hacia él, quedando a par de metros de su posición.
—¡Gabriel! Nunca pensé que volvería a verte. Es bueno estar de vuelta; la verdad es que no pensé que Lucifer lo lograría. Debe estar impaciente en ese infierno en el que tú y sus otros dos hermanos traidores lo encerraron. ¿Dónde están, por cierto?
El Arcángel analiza a su adversario y al resto de su ejército. Intento contar a esos bichos del demonio y deben estar por alrededor de sesenta. Esto será difícil.
—¿Traidores? —pregunta Gabriel, pero no espera respuesta—. Ustedes fueron los que traicionaron a Dios, sucumbieron a los pecados y cayeron.
—Error, no caímos, nos expulsaron del Cielo.
—Y bien merecido que lo tenían. De haber sido por mí, los habría matado sin dudar.
—Claro, pero nuestro querido Dios estaba más ocupado jugando a las casitas con los humanos. No tenía tiempo para nosotros; ustedes y todos los que se quedaron con Él, son unos cobardes por no enfrentarlo.
Gabriel ríe, pero es una risa fría, sin una pizca de gracia y no sé qué espero exactamente que haga, pero cuando lo veo sacar sus alas blancas y enormes, mucho más grandes que las de Abadón, abro los ojos de par en par.
Levanta su mano derecha y la espada que sostenía uno de los Legnas, es arrebatada de sus manos por una fuerza invisible, hasta llegar al Arcángel.
—Dejémonos de perder tiempo.
Y sin más, arremete contra Abadón quien resiste su embestida con precisión. El ejército de langostas no se hace esperar y se lanza contra nosotros.
—¡Sam! —grita Maximiliano varios metros a mi derecha y me lanza su espada. Levanto mi mano y la agarro en el aire, pero el movimiento brusco envía una corriente de dolor insoportable, provocando que el arma caiga al suelo.
—¡Maldita sea!
Recojo la espada e ignorando el creciente dolor, corro hacia la langosta más cerca, salto e intento enterrarla en su caparazón, pero la palabra clave es “intento” porque la hoja se rompe ante el contacto. ¿De qué mierda está hecha esta cosa?
Su cola con aguijón de escorpión se alza y arremete contra mí. Me muevo con rapidez logrando esquivar el ataque. Saco mis dagas, pero al intentar cortar su maldita aguja, ni cosquillas le hacen, solo ´provocan que, con la fuerza de la embestida, caigan al suelo.
Alysson se me acerca y me tiende su espada, mete su mano en la bash para sacar otra para ella y la maldita langosta levanta nuevamente su cola. Tira un tajazo que consigo interceptar con mi espada y esta vez sí es suficiente filosa y fuerte como para cortarla. El aguijón cae al suelo mientras un chillido desgarrador se escapa de ella y un líquido negro borbotea de la herida.
Se lanza contra nosotros con sus tenazas delanteras abriéndose y cerrándose y no puedo evitar pensar que son capaces de cortar a la mitad lo que sea que termine entre ellas. Alysson embiste a otra que se acerca a gran velocidad, mientras yo lucho contra las tenazas sin mucho resultado. Sus ojos brillan con odio, veneno, ira, yo qué sé, el punto es que da un miedo que te cagas, así que decido no mirarla a la cara.
Lanza otro tajazo y yo lo esquivo saltando. Caigo sobre su caparazón y, sin pensármelo dos veces, utilizo toda mi fuerza para encajar la espada en su cabeza. El líquido negro salta salpicando mi pulóver y al ver cómo le abre un huego, arranco esa parte. Lo que sea que contenga esa cosa, no puede entrar en contacto con mi piel, no puedo sanarme. La langosta se queda quieta y yo, aún sobre su caparazón, espero qué va a suceder y me alivio al ver cómo cae desplomada al suelo.
Otro bicho del demonio se lanza contra mí y, al no tener la espada en mi poder, solo consigo divisar el aguijón que corté segundos antes y se lo lanzo, encajándoselo en la misma frente. No tarda en caer. Dos menos.
—¡A la cabeza! —grito para que me escuche el resto—. ¡Ataquen a su cabeza!
Veo cómo Maximiliano me hace caso y luego de varios movimientos esquivando los ataques de la langosta, consigue enterrar su arma en su rostro, derrumbándola.
La batalla es dura, intensa. Los bichos del demonio son fuertes, incansables y no sé el resto, pero yo comienzo a sentir el peso de todo el esfuerzo que estoy haciendo. Además, el dolor se ha ido extendiendo por todo mi cuerpo dificultándome los movimientos, ralentizándome; algo que no me gusta para nada. Maldito zombi de mierda.
La herida ha comenzado a infectarse nuevamente y mi brazo duele tanto que no lo puedo usar, lo que me convierte en una presa fácil porque soy derecho y, por tanto, es el que más uso. Adams corre hacia mí y me ayuda a defenderme. Sin despegarse de mi lado, combatimos al resto de las langostas.
El ejército ha disminuido considerablemente dándonos la esperanza de sobrevivir. Gabriel sigue luchando con el maldito Abadón y ambos tienen heridas por todo su cuerpo. Por momentos da la sensación de que el demonio vencerá, pero el Arcángel se repone con rapidez; supongo que se le dificulta porque, a fin de cuentas, por mucho que haya aprendido a pelear en su época como Legna, sigue siendo un Profeta y no un Guerrero.
Veo alrededor de quince Langostas y aunque nuestros luchadores también han mermado, somos más, así que decido intentar ayudar al idiota emplumado. No me cae bien, de hecho, lo detesto, pero no puedo negar que es una fuerza considerable que es mejor tener de nuestro lado. Pensándolo bien, que se joda; lo más probable es que acaben conmigo primero, a fin de cuentas, no hay forma de matar un Arcángeles, en cambio a mí sí y más en las circunstancias en las que me encuentro.
Arremeto contra una langosta y Adams parece mi jodida sombra, ayudándome en todo momento como el idiota hermano mayor que es. De igual forma, no me quejo… me gusta que me proteja y no soy tonto, estoy demasiado débil como para hacerlo solo.
No sé cuánto tiempo ha pasado cuando veo al Nefilim matar a la última langosta en pie. Agotados y adoloridos, nos detenemos mientras el Arcángel continúa su batalla y, para mi sorpresa, es Nick quien se le une. Pensé que odiaba a su padre por haber fingido su muerte, aunque el emplumado tiene razón, no hizo nada que su hijo no haya hecho también. Por suerte, entre los dos, mandan a Abadón al quinto infierno o a donde sea que criaturas como él vayan a parar.
Suspiro aliviado al sabernos con vidas o al menos a la gran mayoría de nosotros. La manada, como he bautizado a nuestro extraño grupo, salvo por algunos rasguños, no parecen demasiado heridos. El más jodido soy yo.
—¿Cómo estás? —pregunta Adams a mi lado con la respiración aún acelerada.
—Hecho mierda.
—Venga, busquemos un Sanador.
No hemos dado dos pasos cuando el jodido sonido de la sexta Trompeta vuelve a sonar. Cubro mis oídos, pero el ruido es tan intenso y yo estoy tan débil, que termino sucumbiendo al mareo que me invade. Adams me sostiene antes de que caiga y me ayuda a sentarme en el suelo. Se arrodilla a mi lado y revisa mi herida sin importarle el daño que sus oídos están sufriendo. Veo la sangre salir de ellos, pero no consigo moverme para hacer nada.
Sacarías no tarda en acercarse y gracias a Dios, el sonido cesa, aunque pensándolo bien, eso significa que algún mal anda azotando la Tierra, así que muy bueno no es.
—Maldito idiota caprichoso —protesta el brujo mientras presiona su mano contra la mordida.
Un grito desgarrador se escapa desde los más profundo de mi alma cuando siento un ardor abrazador extenderse por todo mi cuerpo, producto a lo que sea que este insensible esté haciendo. Aprieto mis manos encajando mis garras en las palmas con la esperanza de concentrarme en ese dolor mientras el otro se alivia.
No sé cuántos minutos permanezco agonizando, pero poco a poco el dolor va remitiendo hasta que recupero totalmente la movilidad de mi cuerpo.
—Si no mueres por el sacrificio, esta herida te va a matar, ¿entendido? —advierte Sacarías.
—Tendré cuidado —digo mientras me levanto del suelo.
Un portal se abre y Ezra, que no sé dónde carajos estaba, lo atraviesa. Sus ojos se abren de par en par al ver las langostas muertas y al gran demonio a los pies del Arcángel. Cuando su mirada se centra en nosotros, sé que no trae buenas noticias.
—Tenemos problemas.
Adams resopla a mi lado y no tardamos en seguirlo a través del portal. Demonios… lo que nos faltaba.
Observo cómo esos hijos de puta luchan contra los Legnas y algunos lobos y vampiros de la Sociedad Sobrenatural y nosotros nos unimos a la batalla. Son más, pero no tan difíciles de vencer por lo que no tardamos demasiado en acabar con ellos.
Esta vez espero la Trompeta, ya me he dado cuenta de que suenan cuando acabamos con lo que sea que traen consigo y gracias a que no estoy tan débil como en la anterior, no me afecta tanto.
El ruido cesa y del Cielo descienden siete seres alados con una copa de oro cada uno.
—Maldita sea. —Escucho decir al Arcángel, lo que me sorprende.
—¿No se supone que los ángeles en el Cielo están de parte de Dios? —pregunta Adams.
—Estos tienen la misión de alzar las Copas, fueron creados para ello. No distinguen si es el Juicio de Dios o si está siendo provocado por Lucifer; solo saben que los siete Sellos se rompieron, las Trompetas sonaron y es hora de las Copas, nada más.
—¿Y no puedes acercarte a advertirles? —pregunta Sacarías.
—Están protegidos por una especie de barrera creada por Dios, imposible de atravesar por nosotros. Se hizo para prevenir que los atacaran e impidieran que las Copas se alzaran.
Me cago en Vitae… ¡Joder! ¿Por qué tuvo que ponerlo todo tan difícil?
—A todas estas, ¿dónde está Rafael? —pregunto.
—Con Vitae.
—¿Cómo está?
—Mal. —Un sentimiento con el que no estoy muy familiarizado por los años que hace que no lo experimentaba, se apodera de mi interior. Es preocupación, aflicción porque pueda pasarle algo a alguien que quiero. Lo cual me asusta como la hostia porque admitir que no solo me gusta, sino que la quiero, es algo que definitivamente no esperaba—. Vampiro. —Frunzo el ceño ante la forma tan despectiva en que lo dice—. Permitir que Vitae arregle el sacrificio, es peligroso. Ella es obstinada a más no poder.
—¿Y crees que yo lo puedo impedir?
—No… ella lo hará y ni siquiera yo o Miguel si estuviese aquí, podríamos impedirlo… Está dispuesta a sacrificar toda su creación por ti, lo cual es absurdo porque si el mundo y ella mueren, tarde o temprano tú también.
Trago saliva con fuerza.
¿Qué se supone que debo hacer entonces?
El primer ángel de la derecha alza su Copa y todo vuelve a salirse de control. Los gritos de dolor de todos y cuando digo todos, solo excluyo a los vampiros, inundan el espacio. Se retuercen en el suelo mientras dolorosas y asquerosas, debo decir, úlceras aparecen por todos sus cuerpos.
Me acerco a mi hermano con el corazón en la boca y sin saber exactamente qué hacer.
—¿Por qué a ellos también? —le pregunto, asustado, al Arcángel, que observa todo con aterradora tranquilidad.
—Afecta a todos aquellos que fueron humanos y no han perdido totalmente esa condición.
—Fui humano —reclamo.
—Pero moriste cuando te convirtieron en vampiro.
Veo a Adams sufrir y yo solo quiero hacer algo para quitarle el dolor, pero no tengo idea de qué mierda hacer.
—¡Haz algo, joder! —grito y para mi mayor sorpresa, en mi piel también empiezan a formarse úlceras. No duelen, solo arden, pero asusta como la mierda—. ¿No se supone que a mí no debería afectarme?
—Tu corazón late, vampiro. Eres único en tu especie y de alguna forma, eso te hace más humano.
—Genial, lo que me faltaba. Sentirme más rarito. —Adams grita erizando toda mi piel—. ¡Joder, haz algo!
El emplumado rueda los ojos y luego chasquea los dedos. Las úlceras comienzan a desaparecer poco a poco y yo, enojado, me pongo de pie.
—¡¿Serás imbécil?! Si podías ahorrarles el sufrimiento, ¿por qué coño no hiciste algo antes?
—No habría podido; la profecía tiene que cumplirse y para ello, todos deben sufrir.
No lo puedo creer. Qué mierda de vida.
Ayudo a Adams a levantarse mientras el primer ángel de la izquierda, levanta su Copa. Están organizados uno detrás del otro, tres a cada lado y el séptimo en el centro.
—¿Qué coño sucede ahora? —pregunto al ver que todo está tan quieto.
—La muerte de todo ser viviente en el mar.
—¿Las hadas también? —pregunta Nick.
—Ellas tal vez se salven, son más resistentes. —De repente chasque sus dedos y cierra los ojos. Parece como si se estuviese concentrando en algo—. Todo en el mar ha muerto; ellas siguen con vida, débiles, pero vivas.
Suspiro aliviado. Eso es bueno.
—¿Vitae? —pregunto mientras el segundo de la derecha, levanta su copa.
—Viva. —Es lo único que dice y eso me crispa los nervios porque no calma mi preocupación—. Los ríos se convierten en sangre —murmura y supongo que se trata del contenido de la tercera Copa.
Es el turno del segundo de la izquierda y observo mis brazos al sentir el ardor en ellos.
—¿Qué me sucede? —Miro al resto de los vampiros que están igual que yo y para mi sorpresa, ese astro que se apagó hace un rato, comienza a brillar nuevamente.
—El calor del sol se intensifica tanto que quema.
El resto de los presentes comienzan a quejarse del calor, pero para nosotros es mucho peor porque, por lo que veo, está anulando lo que sea que la sangre de Jazlyn nos hizo… eso que nos concedió la inmunidad al sol.
Corro hacia uno de los portales con la esperanza de encontrar resguardo. Al sentir que incluso el resplandor nos afecta, rompo la puerta de un golpe y me cobijo bajo el techo de la casa deshabitada. El resto de la manada no tarda en seguirme y yo empiezo a preocuparme de no poder volver a caminar a la luz del día.
—Esto es una jodida mierda —se queja Sacarías y no puedo estar más de acuerdo.
Por la ventana de cristal, veo como Gabriel chasquea sus dedos y espero sinceramente que eso sea suficiente como para que las cosas vuelvan a la normalidad. La intensidad del astro comienza a bajar, por suerte, aún alumbra eliminando el color rojizo que adquirió el cielo cuando la Trompeta sonó apagando tanto al sol como a la luna.
La manada sale uno a uno del resguardo de la casa y yo me tomo un tiempo, temeroso de que, al salir, nos siga afectando a nosotros. Gracias a Dios no es así; continúo siendo yo, un vampiro diurno… el primero de su especie.
El tercer ángel de la derecha levanta su Copa y todo empieza a oscurecerse. ¿Es enserio? La noche más profunda que he visto se extiende a nuestro alrededor, tanto, que incluso con mi mirada roja, se me dificulta ver. Siento los gritos extenderse nuevamente, lo juro, cuando todo esto pase, si logro dormir nuevamente, tendré pesadillas con los gritos aterrorizados y llenos de dolor.
—Una gran oscuridad cubrirá la tierra y el dolor ocasionado por la primera Copa, se incrementará —dice el Arcángel y mi cuerpo comienza a doler, esta vez con mucha más intensidad que hace unos minutos.
Caigo al suelo doblado por el dolor. Miro mis brazos y veo cómo las úlceras van formándose en mi piel supurando materia y de repente, cesa. Respiro aliviado, mientras a mi alrededor todo comienza a aclararse.
—Juro por lo más sagrado que si salimos vivos de todo esto, voy a tener una conversación muy seria con tu novia —amenaza Sacarías.
—No te preocupes, yo me uno.
El tercer ángel de la derecha alza su Copa y todo permanece en calma. Espero impaciente por unos segundos a ver qué carajos sucede y de repente, ya no estamos en el centro de Nordella, sino encima del puente San Sebastián por donde pasa el río más grande del país.
—Los ríos se secan para darle paso al ejército del Anticristo que se unen para liberar la batalla del Armagedón.
Eso no suena bien y lo compruebo cuando al asomarme a la baranda del puente, veo el río secarse poco a poco y cómo un hoyo gigante comienza a abrirse. Peor aun cuando de él, sale mi padre, seguido de los gemelos malvados y un ejército de vampiros, lobos, demonios y cuantas criaturas del Submundo le son fieles.
Mi padre es el Anticristo, tiene la Marca de la Bestia en su frente aterradoramente visible.
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—Son demasiados para nosotros —dice Alysson con la voz cargada de temor.
Mi corazón sube a mi garganta mientras un mal presentimiento se apodera de mi cuerpo. Algo me dice que el sacrificio está más próximo de lo que me gustaría.
Un granizo gigante cae del cielo y cuando digo gigante, me refiero a algo así como del tamaño de una pelota de futbol. Colisiona justo frente a Cristopher que ni siquiera se inmuta ante el impacto o la posibilidad de que le hubiese caído encima.
Otro granizo cae con fuerza detrás de nosotros y la tierra comienza a temblar.
—La última Copa y el final de la tercera capa de la profecía… Un terremoto con granizos gigantes. —Una vez da su explicación, saca sus alas y se eleva en el aire mientras todo a nuestro alrededor tiembla.
El concreto del puente comienza a cuartearse y no nos da tiempo a hacer nada cuando se rompe a la mitad.
Caemos junto a los escombros y yo, como puedo, intento sortear los granizos mientras evito que algo me caiga encima.
Veo a Adams a punto de ser aplastado por un enorme trozo de concreto. Me dispongo a correr hacia él, pero al ver cómo queda suspendido en el aire me detengo. Busco al brujo que ha impedido que esa mierda aplaste a mi hermano y suspiro agradecido al ver a Sacarías, ya desde el suelo, sostenerlo con un hechizo.
La tierra deja de temblar y los granizos de caer. Una vez en el suelo, justo donde debería estar el río y donde ni siquiera fango queda, todos nos agrupamos.
—Nos volvemos a ver —dice mi padre.
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Ok, esto quedó más largo de lo que yo creí, por lo que tuve que dividirlo en dos..
Ahora sí vamos para el final
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