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Cap 29 Sam

—El cuarto jinete ha llegado. La Muerte está aquí —dice mi hermano a penas abro la puerta y toda la piel se me eriza.

Tomo la espada que me brinda y se la doy a Vitae que ya se ha levantado, supongo que por el susto. Mientras ella vierte su sangre en la hoja, yo me termino de vestir y me armo hasta los dientes. Sé que enfrentarnos a ese jinete no va a ser nada fácil.

Cuando llega el momento de despedirnos, los nervios me asaltan. Llevo demasiado tiempo sin interactuar con otras personas, mucho menos desde el punto de vista romántico. Es decir, no soy un santo, me es imposible contar cuantas mujeres han pasado por mi cama después de Mía, pero eso de ser cariñoso y dulce… digamos que no va conmigo.

Aun así, me urge la necesidad de despedirme de ella de un modo más íntimo que simplemente decir "adiós". Por lo que, para sorpresa de los tres, actúo como un estúpido adolescente enamorado hasta que me atrevo a besar sus labios castamente. Algo que me deja totalmente fuera de juego.

Decido marcharme antes de seguir quedando como idiota, cojo la espada y me reúno con Adams que me espera en la puerta con una sonrisa de oreja a oreja.

—Me alegro por ti, Samy —dice una vez en el pasillo. No respondo y no por maleducado, sino porque ese apodo provoca cosas en mi interior que aún no sé cómo manejar—. Puedo llamarte Samy, ¿verdad?

—Solo no seas muy cursi. Ahora vamos, hay un jinete esperando a que lo mandemos al quinto infierno.

Adams se ríe por lo bajo y luego salimos corriendo por todo el pasillo hasta unirnos a Sacarías y el resto del grupo. No me pasa desapercibida la creciente incomodidad entre los dos brujos y la conversación que escuché anoche viene a mi mente. Necesito encontrar un momento para preguntarle por su esposa, pues no creo poder dormir sin saber qué coño pasa.

Bueno, yo no duermo, pero ustedes entienden a qué me refiero.

Sin decir nada, partimos del palacio a gran velocidad con un pequeño ejército Legna, pues el resto de los guerreros de la Sociedad Sobrenatural ya están en las calles.

—Santa mierda —murmuro al ver el panorama ante mí luego de atravesar la puerta mágica del Reino.

Estamos dentro de un cementerio. No me pregunten por qué carajos una de las entradas al Reino de los Legnas está en un sitio como este porque no tengo la menor idea; sin embargo, lo que hiela mi sangre no es el lugar, sino el estado en el que se encuentra.

Camuflados entre la espesura de los árboles, veo cómo los muertos se levantan de sus tumbas. Primero una mano seguida del brazo, luego la otra y poco a poco el resto del cuerpo. Se levantan como pueden, algunos se arrastran, pero todos siguen una misma dirección... fuera del cementerio camino al centro de la ciudad.

Paso mis manos por mi rostro desesperado. Desde que los jinetes aparecieron he visto muchas cosas horrorosas, incluso asquerosas, mucho peores que la impresión de ver a los muertos alzarse, sin embargo, algo me dice que su resurrección es solo el inicio, que las cosas se pondrán realmente feas a partir de ahora.

Uno de los Legnas se nos acerca.

—Estábamos en nuestra ronda, asegurándonos de mantener encerrados a los humanos bajo el hechizo de los brujos cuando vimos a los primeros. Hemos intentado de todo... Cortarles la cabeza no funciona, se mueven aún sin ella mientras esta se queda en el suelo moviendo la quijada y haciendo ruidos horrendos. —El chico hace una mueca mientras lo veo estremecerse por un escalofrío que recorre su cuerpo—. Si le cortamos las piernas, se arrastran. Estamos haciendo de todo, pero cada vez son más y no encontramos forma de pararlos.

»Se dirigen a la ciudad y lo peor es que no solo es este cementerio. El Set Clair también.

Abro los ojos cada vez más asustado. El Set Clair es el cementerio más grande del país y está dentro de la ciudad.

—Otra cosa—. Observo al chico con aflicción—. Hemos perdido a uno de los nuestros... Se comieron... —Cierra los ojos y por la mueca de su rostro, sé que está asqueado—. Se comieron su cerebro y algunos de sus órganos y por si no fuera suficiente, se levantó y se unió a la marcha de zombis. Sus tripas se salían mientras caminaba.

Los ojos del muchacho se cristalizan por unos segundos y yo no me puedo imaginar lo horrendo que debió haber sido ver a uno de los tuyos en ese estado.

El estruendoso sonido de un celular irrumpe en la calma que nos proporcionan lo árboles. Mientras Adams lucha por sacar el aparato de su bolsillo y silenciarlo, el resto nos tensamos a la espera por si llamamos la atención de los zombis. En serio... esto es ridículo... ¿Zombis?

Por suerte o por desgracia, depende de cómo lo mires, los muertos caminantes están más concentrados en llegar a la ciudad.

Adams, con el ceño fruncido, contesta el teléfono.

—¿Olivia? —Centro toda mi atención en él. ¿La hermana de Jazlyn?

—¿Adams? Oh, gracias a Dios. —La escucho decir con el alivio marcando el tono de su voz. Por su respiración y el rápido latir de su corazón que puedo escuchar incluso desde aquí, sé que está aterrada—. No... yo... No sabía... hay... nos quieren matar... entraron a otra casa y... Los gritos, Adams... Tengo miedo...

—Olivia, necesito que te tranquilices para poder entenderte. ¿Qué sucede exactamente?

—No... No lo sé. Estamos atrapados, las puertas no ceden, no... No podemos salir de la casa, pero ellos... creo que ellos sí podrán entrar. Son muchos y están azotando la entrada con fuerza... No creo que aguante... No sabía a quién llamar. Tengo miedo.

Se escucha el grito de otra mujer, supongo que su madre, seguido de un gran estruendo.

—Ayúdanos. —La chica llora sin consuelo.

—Olivia, escúchame bien. Voy para allá, necesito que mantengan la calma. Si ven que van a entrar, enciérrense en el sótano y traben la puerta. No tardaré.
Adams cuelga el teléfono y me mira.

—Iré yo —le digo—. Si no podemos detenerlos, solo se me ocurre matar a la Muerte. Encuentra tú al jinete. —Le tiendo la espada y me acerco a él—. Los Legnas te escuchan a ti; eres el novio de la reina y el gran Adams Hostring, a mí no me seguirán.

Mi hermano asiente en acuerdo.

—Cuídate. —Asiento con la cabeza.

—Tú igual, Ad. —Es su turno de asentir con una media sonrisa adornando su rostro. Me volteo al de los pelos locos—. Sacarías, te vienes conmigo.

El brujo, que continuaba observando incrédulo el panorama, asiente con la cabeza y se me acerca.

—Necesitamos un portal a la Gran Avenida Norte, específicamente a la calle Florencia.

Sin más indicaciones, Sacarías abre el portal y juntos lo atravesamos. Si pensábamos que el panorama en cementerio era aterrador, esto es mucho peor porque todos esos muertos vivientes arremeten contra las casas en busca de su comida. Algunos ya han logrado su cometido y otros luchan sin descanso.

Los gritos de terror, tanto de niños como de adultos, irrumpen en mis oídos haciendo casi imposible escuchar algo más.

—Sam, esos hechizos están hechos para contener a los humanos dentro de sus casas, pero no impide que ellos entren. En cualquier momento, esto será un verdadero caos.

—Esa es la casa de Jazlyn. —Señalo la bonita edificación de dos plantas que se alza a nuestra derecha. Los zombis arremeten contra la puerta y no creo que resista por mucho más tiempo.

—Abre un portal dentro de la casa.

—No se puede... Se supone que nadie puede salir y para impedirlo, tampoco se pueden crear portales.

—Ok. Vayamos por detrás.

Escondiéndonos detrás de los autos abandonados en la carretera, cruzamos la calle y corremos por un pasillo estrecho entre la casa de Jaz y la otra. Cuando llegamos al final, reculamos hacia atrás al ver a más de diez muertos vivientes golpeando con fuerza la madera.

Busco con la mirada la ventana que creo que da a la cocina y que es la más cercana a nuestra posición, pero está sellada desde dentro con tablones. Supongo que el señor Lautner ha decidido prevenir.

—¿Cómo haremos para entrar?

Miro hacia el segundo piso y se me ocurre una idea. Los zombis no tienen como llegar ahí arriba, así que tal vez no estén selladas.

—Sígueme.

En cuclillas, me adentro al jardín de los Lautner ignorando la voz apremiante del brujo mientras me llama desde su escondite. Al ver que ni caso le hago, decide seguirme.

Mi corazón late con fuerza, con una mezcla de adrenalina y terror pues sé que, al más mínimo ruido, seremos la cena perfecta de esos seres.

Una vez debajo del balcón de la habitación de Jazlyn y sin ningún tipo de aviso al brujo, lo cojo por debajo de los brazos y salto hasta el segundo piso. Sacarías grita de la impresión y debemos agacharnos esperando no haber llamado la atención. No sé qué tan inteligentes sean, pero no quiero comprobarlo.

Intento abrir la puerta del balcón, pero está cerrada y sin ánimos de perder más tiempo, le propino una patada haciendo añicos el cristal. El ruido es demasiado y por unos escasos segundos, permanecemos en silencio en espera.

—Oh, oh... —murmura Sacarías asomado al palco. Saco la cabeza y mis ojos se abren de par en par al ver cómo se usan unos a otros para subir.

—Hostia. Démonos prisa.

Sin perder más tiempo, entramos a la habitación y salimos al pasillo. Bajamos las escaleras corriendo y casi nos vamos de bruces contra el señor Lautner que sostiene un bate de beisbol como si quisiera moler a golpes al que se atreva a acercarse a su familia.

Doy dos pasos hacia atrás y levanto las manos en son de paz.

—Soy Sam —murmuro titubeante. Me ha visto solo una vez, cuando vinimos a contarles sobre la muerte de Jazlyn, pero estaba tan deseoso de partirle la cara a Nick que tal vez no se acuerde de mí.

Sus ojos me escudriñan con detenimiento. Mira a Sacarías y luego a mí. Repite el gesto varias veces hasta que el sonido de la madera resquebrajándose nos sobresalta. Miro hacia la puerta y veo una pequeña rendija. Eso no soportará mucho más.

—¿Sam? —murmura Olivia que está en una esquina agazapada junto a su madre. Intento sonreír para... no lo sé... ¿infundirle fuerzas? De igual modo, creo que solo me sale una mueca.

—Mi hermano me ha enviado —le digo a modo de explicación, a fin de cuentas, ella lo llamó a él.

—¿Qué... qué está sucediendo ahí fuera? —pregunta la señora Lautner—. Esas... Esas personas o cosas... ¿Por qué…? —Un sollozo sacude su cuerpo. Sus manos están temblorosas mientras abraza a su hija. Tengo que sacarlos de aquí.

Si Jazlyn regresa y ellos no están, sufrirá y me parece que de eso ya ha tenido bastante.

—Escuchen, no hay tiempos para preguntas —dice Sacarías—. Los sacaremos de aquí. ¿Alguna idea, Hostring?

Miro hacia todos lados buscando una forma de salir. Escucho unos golpes en la planta superior y al agudizar mi audición, me doy cuenta de que han entrado.

—Hostia puta. Ya están dentro —digo mientras los conduzco a la cocina. Cierro la puerta, pongo la mesa, el refrigerador y arranco la encimera de su lugar para colocarla como muro por si acaso. No sé si los detendrá, pero al menos nos dará algo de tiempo.

Me volteo hacia ellas; Sacarías tiene una ceja alzada y los Lautner observan aterrados como he arrancado la encimera y movido el refrigerador sin hacer ningún esfuerzo.

—No hay tiempo para explicaciones. —Me volteo hacia Sacarías—. ¿Puedes romper el hechizo para poder abrir el portal?

—Sí, pero los hechizos los hicieron en las puertas, para romperlo tengo que llegar a ella.

Eso no es bueno.

—¿No puedes romperlo desde aquí?

—Caerían los hechizos de todas las casas al mismo tiempo y no podemos permitirnos eso.

—Genial, sencillamente genial.

Miro a mi alrededor buscando ideas, pero estoy tan tenso que es complicado concentrarme. Aún no puedo creer que esté salvando a los humanos... Si hace unos meses me lo llegan a decir, me habría destornillado de la risa para luego beberme al osado.

Una puerta a mi derecha llama mi atención. En dos zancadas estoy frente a ella, la abro y me encuentro con un cuartico de reguero, es pequeño, pero es mejor que nada, debe servir. Me volteo al resto.

—Sacarías, ¿una vez caiga el hechizo podrás hacer el portal o necesitas estar con ellos?

El brujo mira el cuarto detrás de mí y supongo que ya sabe lo que quiero.

—Puedo hacerlo en cualquier lugar.

Perfecto.

—Los llevarás hasta la entrada más cercana al Palacio. —Sacarías asiente.
Me volteo hacia los Lautner.

—No hay tiempo para explicar, así que escúchenme bien. Los vamos a sacar de aquí. Necesito que entren ahí, yo pondré el refrigerador y la encimera frente a la puerta. Cuando el hechizo que los mantiene encerrados en la casa caiga, aparecerá un portal.

—¿Hechizo? ¿P...portal? —murmura Olivia.

—Deberán atravesarlo hasta un bosque. Habrá un roble y frente a él, deberán llamar a Aliz, ella los ayudará. Díganle que Sam Hostring los envía y que son la familia de Jazlyn. —Sus ojos se abren sorprendidos ante su mención—. Pídanle que los lleve ante Isabel o Vitae y díganle lo mismo. Con ellas estarán a salvo.

Prefiero no mencionar que Isabel es la abuela biológica de Jaz, pues no quiero más preguntas innecesarias. Los apremio para que entren al cuartucho, cierro la puerta y bloqueo el camino con el refrigerador y la encimera.

—¿Listo? —le pregunto al brujo con la vista centrada en la puerta. Al otro lado, en la sala hay algunos zombis... Joder, solo decirlo parece irreal.

—Una vez caiga el hechizo abriré un portal para ellos y otro para nosotros. Nos lanzará a la azotea de la casa de enfrente. Nos dará algunos minutos para pensar qué hacer, pues no nos podemos ir de aquí sin ayudar a esos humanos.

Hostia, sé que tiene razón, pero no quita que me sienta extraño ante la idea de salvar a todos esos humanos.

—¿Cómo lo haremos? —pregunto.

—Ya pensaremos en algo si salimos vivos de aquí —murmura. Saco dos de mis dagas y me preparo para el enfrentamiento—. Voy a explotar la pared, tal vez el aturdimiento nos permita…

Un estruendo al otro lado de la puerta interrumpe sus palabras e inmediatamente los sonidos grotescos, animales que emiten los muertos vivientes, aumentan. Creo que la puerta se ha roto y todos están dentro. La madera frente a nosotros es golpeada e inconscientemente, doy un paso atrás.

—Ah… Eso es malo… —Miro al brujo, ¿más malo?—. Si la puerta se rompió, digamos que demoraré más buscando en qué parte está el hechizo.

Resoplo y las ganas de salir pitando leches del lugar me apremian. Hice una promesa de regresar a salvo y esto cada vez se pone peor, pero no soy ningún cobarde y nunca he huido de una batalla. Esta no será la primera vez; además, Jazlyn merece que salve a su familia y eso es lo que haré sin importar las consecuencias.

—Si mi querida madre me viera en estas andadas, me diría que me he convertido en un suicida. Hay altas probabilidades de no salir de esta, o al menos yo. Tú formas parte de ese maldito sacrificio y dado que Adams no está aquí, no se va a cumplir ahora. Apuesto que por un milagro tú saldrás inmune y a mí me comerán el cerebro.

—¿Y tener un zombi brujo? Ni de coña, tú sales de aquí conmigo.

—¿Por qué siquiera estamos teniendo esta conversación estúpida? —pregunta.

—Porque estamos aterrados. Creo que debemos pasar al plan B.

—¿Y ese cuál es?

Solo tenemos una forma de salir de aquí; tumbar el maldito hechizo atravesando la horda de zombis, pues desde dentro de la casa, cada acceso de salida está sellado sin forma de romperlo…

Romperlo… exacto. La ventana del cuarto de Jazlyn está rota.

—Rompimos una ventana para entrar. ¿Podremos salir por esa o de alguna forma el hechizo también nos lo impide? —El brujo frunce el ceño.

—No creo que haya problema...

—Me vale con eso.

Me volteo hacia el cuarto de reguero y saco la encimera colocándola nuevamente detrás de la puerta que nos separa de los zombis.

—¿Cómo piensas llegar ahí arriba? —Ignorándolo, saco el refrigerador y abro la puerta. Los Lautner me observan aterrados.

—Cambio de planes. —Entro al cuartucho y empiezo a mover estantes hasta despejar una de las paredes que, según mis cálculos que pueden ser erróneos porque solo he estado dos veces en esta casa, al otro lado debe estar el baño—. El baño está al otro lado, ¿no?

—S…sí —murmura Olivia.

—Y al lado de la puerta, las escaleras. —Los tres asienten con la cabeza—. Ok. Romperemos la pared, una vez al otro lado, tienen que ser rápidos. Hay que correr hasta la habitación de Jazlyn. Dado que estaremos prácticamente en la sala, hay que apurarse, ellos nos notarán. ¿Entendido?

Ninguno asiente con la cabeza o dice nada como señal de que han comprendido lo que he dicho, aun así, decido pensar que sí lo han hecho. Centro mi atención en la pared y estrello mi puño contra el concreto enterrándolo un poco. Un grito de sorpresa se escucha detrás de mí y me obligo a ignorarlo al igual que el dolor que se extiende por mi brazo. Me preparo para volver a golpear, cuando el brujo me detiene.

—Déjame a mí, idiota.

Me aparta junto a los Lautner; junta sus manos frente a su pecho, murmura algo raro y estira sus brazos. Una onda de poder sale de ellos golpeando la pared haciéndola añicos y el resto de la casa retumba. Que no se derrumbe, por favor.

Atravieso de primero mientras Sacaría los incita a seguirme, él va de último.

Asomo la cabeza y los veo a todos apilonados contra la puerta que da a la cocina. Hay alrededor de diez, creo que más. Llevo mi dedo índice a mi boca ordenando silencio. Doy un paso fuera y contengo la respiración en espera, algo ridículo porque yo ni siquiera respiro.

Al ver que continúan demasiado concentrados en su tarea, le hago un gesto a Olivia con mi mano quien sale con cuidado y en absoluto silencio, sube las escaleras, luego le sigue la señora Lautner y por último su esposo. Sacarías se me acerca y justo en ese momento, uno de ellos mira hacia nosotros. Parece haber muerto recientemente porque su ropa y piel están bastante conservadas, sin embargo, el sonido gutural que sale de su interior me hiela la sangre.

—¡Corran! —grito cuando sus amigos notan nuestra presencia.

Los cinco subimos las escaleras a toda velocidad, voy de último para asegurarme de poder defendernos si alguno se acerca, pero gracias a Dios conseguimos subir sin inconvenientes pues están tan desesperados por cogernos, que se fajan entre ellos, algo bastante desagradable debo decir, para subir primero.

Entramos a la habitación de Jazlyn y luego de cerrar la puerta, muevo el escaparate impidiéndoles el paso.

—¿Qué eres? —pregunta Olivia, pero la ignoro. Salgo al balcón y me alivia ver que ya no hay ninguno debajo. Supongo que desistieron de subir al ver la puerta delantera totalmente abierta.

Sacarías abre un portal para sorpresa de los humanos y yo me volteo hacia Olivia que, a pesar de todo, parece ser la más cuerda en estos momentos.

—Recuerda, busca a Aliz, dile que vas de mi parte y que son la familia de Jazlyn. Luego busquen a Isabel o Vitae y les dicen lo mismo. Ahora entren.

Al ver la reticencia y con mi paciencia a niveles ínfimos, le doy un leve empujón a la chica obligándola a atravesar el portal. Sus padres jadean y luego los empujo a ellos también. Suspiro aliviado cuando el portal se cierra y sé que están a salvo, otro se abre y es el turno de nosotros de atravesarlo.

El aire golpea contra mi rostro cuando aparecemos sobre la azotea y mi corazón late aliviado sin poder creer aún que hayamos salido de ahí sin enfrentarnos a muerte.

—Juro que si salimos de esta, te invito a una copa —le digo sin pensar.

—Ok, pero que sea de algo bien fuerte.

Nos asomamos al borde de la azotea y la imagen bajo nuestros pies es, como mínimo, aterradora. Los zombis han entrado en demasiadas casas y no quiero ni imaginar qué ha sido de sus habitantes; lo peor es que a con cada minuto que pasa, las calles se llenan aún más de esos seres.

—Tenemos que sacarlos de aquí —murmura Sacarías.

—¿Cómo coño lo hacemos?

Pensamos durante unos segundos y siento la cabeza tan atolondrada que a penas consigo hilar un pensamiento coherente. Lo peor es que con cada segundo que pasa continúan burlando la seguridad de las viviendas provocando que los gritos de terror vayan en aumento.

Un movimiento en la ventana de una casa al otro lado de la calle, llama mi atención. A través del cristal puedo ver a un niño de no más de tres años, llorar sin consuelo mientras golpea el vidrio con sus débiles bracitos. Una opresión extraña se instala en mi pecho, mi corazón late con más fuerza aún si es que eso es posible y las ansias de correr hacia él me pueden.

—¿Cuántos portales puedes hacer al mismo tiempo?

—No lo sé, hice seis una vez. ¿Por qué?

—Las casas de al frente son mías, coge tú las de este lado. Necesito portales en los jardines traseros de todas las que puedas. Entraremos a la fuerza, sacaremos a las personas y las obligaremos a atravesar los portales.

—¿Hacia dónde? ¿Al reino?

No… eso volverá locos a los Legnas.

Piensa, Sam, piensa.

Paso las manos por mi cabello mientras vuelvo a centrar la mirada en el niño. Busco la puerta de su casa y me doy cuenta de que al menos la del frente está cerrada, siendo azotada por seis muertos vivientes, pero cerrada. ¿Dónde coño está su familia?

—El Valle —digo de repente—. Dime que está dentro de los límites de Nordella.
—Creo que sí.

—Enviémoslos ahí. Está alejado, no creo que los zombis lleguen allá y si lo hacen, al menos ganaremos tiempo para matar al jinete.

—No puedo dejar los portales mucho rato abiertos o nos arriesgamos a que los zombis lo atraviesen; lo programaré para que después de cinco segundos de haber entrado la última persona se cierre.

La puerta de la casa del niño sucumbe a la presión y mi corazón sube a mi garganta.

—¿Qué haces? —pregunta Sacarías al verme retroceder en la azotea.

—Saltar… Haz los portales.

Y sin decir nada más, corro a gran velocidad y una vez en el borde, salto. Escucho el llamado asustado de Sacarías mientras la calle y los muertos caminantes pasan debajo de mí. Aterrizo sobre la azotea de la casa del niño y luego de varias vueltas sobre el suelo, me incorporo.

Sin perder tiempo, corro hacia el borde y me dejo caer. Cuando llego a la altura de la ventana, me sujeto del alero y ante la cara de espanto del niño, la abro; gracias a Dios, no está trabada. El mocoso llora con más fuerza e intenta alejarse. Entro a la habitación y sin pensarlo, lo tomo en mis brazos.

Mala idea.

El crío enreda sus manos en mi cabello y los jala con todas sus fuerzas como si de esa forma pudiese protegerse de mí. Reprimo el quejido que me provoca su actuar e intento tranquilizarlo.

—Ey, niño, tranquilo, no te haré daño. —Pero el maldito continúa agrediéndome—. Vamos, intento ayudarte. —Su llanto aumenta si es que eso es posible y su agarre en mi pelo incrementa.

Mocoso del demonio…

No soy un hombre de mucha paciencia, así que al ver que no quiere tranzar, pongo mis ojos rojos.

El susto lo sobresalta y para mi suerte, deja de llorar y saca las manos de mi cabello. Sonrío intentando contradecir los efectos de mis espeluznantes rubíes.

—Buen chico.

Una mujer aparece en la puerta de forma repentina y grita al verme. Arremete contra mí como una fiera mientras ordena que suelte a su hijo. Con el mocoso en una mano, intento someter a la loca con la libre y debo decir que me cuesta más de lo que me gustaría admitir.

—Quieta, no les haré daño. Los voy a sacar de aquí.

La mujer, no sé si me cree, pero rompe a llorar y yo empiezo a perder la paciencia. Debí haberme quedado matando al maldito jinete y haber dejado que Adams viniese. Él sabe mejor que yo cómo actuar en estas circunstancias.

—Mi… mi esposo… —murmura entre sollozos—. Está abajo… in… intentando… pararlos.

—Ok, los sacaré de aquí y volveré por él. ¿Hay alguna habitación…?

Me detengo… De nada me sirve una habitación con una ventana al patio trasero si, como dice Sacarías, no se puede abrir desde dentro; solo desde afuera.

Le paso el niño a su madre y nos acerco a la ventana por la que minutos antes entré.

—Saldremos por ahí. —La mujer observa, aterrada, la ventana. Estamos en un segundo piso, así que supongo de dónde viene su miedo—. Necesito que sujetes fuertemente a tu hijo y te subas a mi espalda, enredes tus piernas en mi cintura y cierres los ojos. —Sus ojos están abiertos de par en par—. Entre más rápido los saque de aquí, más pronto podré salvar a su esposo.

Parece reaccionar ante mis palabras, se acomoda a su hijo y yo me agacho para que le sea más fácil. Una vez sobre mi espalda, la alzo, enreda sus piernas a mi alrededor y con su mano libre se sujeta de mi cuelo. Menos mal que no necesito respirar porque me estaría asfixiando.

Con cuidado de que no se golpee la cabeza, salgo al exterior y subo hacia el techo. Pueden decir lo que sea de un vampiro, pero justo ahora, es de gran ayuda serlo.

Una vez en el techo, corro hacia el otro lado con ella aún sobre mi espalda. Veo un portal y no lo dudo un segundo. Salto hasta aterrizar a su lado y obligo a la mujer a entrar junto a su hijo prometiéndole que salvaré a su esposo. Tal y como dijo Sacarías, cinco segundos después de haber entrado, se cierra.

Agudizo mis oídos intentando adivinar en qué parte de la casa está el hombre y mejor, si aún sigue vivo. No tardo en distinguir su corazón en algún lugar de la primera planta, así que rodeo toda la casa mirando por las ventanas hasta que lo encuentro con un bate de beisbol en sus temblorosas manos de frente a la puerta que ha obstaculizado con una silla que no resistirá mucho.

Por cierto, ¿qué tienen los hombres de esta zona que se creen que un bate es una buena arma para defenderse?

Sin pensarlo más, arranco la ventana de sus goznes. El hombre me observa aterrado y está a punto de lanzarse hacia mí, cuando le digo que su esposa me ha enviado.

El suspiro de alivio que se le escapa es tan grande que hasta yo creo sentirme aliviado. Lo ayudo a salir porque el pobre hombre no deja de temblar haciendo de sus movimientos demasiado torpes. Le ordeno correr rumbo al otro portal que esta vez está más alejado, no en el patio de la casa vecina, sino cerca de un parque. Supongo que no se le puede pedir más al brujo.

El hombre me agradece haberle salvado la vida y una vez se cierra el portal, corro a la siguiente casa.

No sé cuánto tiempo nos pasamos de un lado a otro intentando proteger a la mayoría y en vez de mejorar, yo solo veo que empeora. Sí, salvamos a muchas familias, pero los zombis siguen llegando y al ver que no encuentran nada en una vivienda, pasan a la otra y así. Ya hemos avanzado una cuadra y esto no parece tener fin.

Lo único bueno que puedo sacar de todo esto es que no sé si es el estrés, la preocupación o incluso el miedo, pero no me he sentido tentado ni una vez hacia la sangre y no precisamente porque no me haya topado con ella. Digamos que mientras algunos han salido ilesos, otros no tanto.

En algún momento me encuentro junto a dos chicos de alrededor de quince años y su padre, arrinconados contra la pared del lateral de su casa mientras un grupo de siete zombis se nos acercan. Arremeto contra ellos y a pesar de que el guerrero Legna me advirtió, les arranco las cabezas, golpeo sus piernas y nada, continúan atacando.

Al ver que un enfrentamiento directo es inútil, busco maneras de huir, pero estamos rodeados y el maldito llanto de los humanos a mis espaldas, no me lo pone nada sencillo. Sin embargo, una corriente cargada de alivio recorre mi cuerpo cuando los malditos muertos vivientes comienzan a incinerarse retorciéndose en el suelo mientras sonidos horrorosos salen de ellos y un olor asqueroso se impregna en el aire.

—¡Corran! —grita Sacarías unos metros más allá.

Feliz como nunca de ver sus pelos locos, corro hacia él seguido del grupo de humanos.

—El fuego no los mata, pero los entretiene —dice mientras corremos al portal más cercano.

Los humanos, tanto los que venían conmigo como los que andaban con él, lo atraviesan y este se cierra.

—Tienes que irte —dice de repente—. Puedo encargarme de esto...

—No te voy a dejar solo.

—No seas tonto, Hostring; ellos te necesitan allá. Eres fuerte y rápido; la mejor opción para vencer al jinete.

—Y estos son demasiados para ti solo.

—Puedo arreglármelas. Los incendiaré a todos, salvaré a cuantos humanos sea posible hasta que ustedes logren matar al jinete y con suerte, estos mueran... de manera definitiva porque muertos ya están.

Resoplo ante su intento de broma, pero en el fondo sé que tiene razón. Ellos podrían necesitarme.

—Enviaré a Ezra.

—¡No! —chilla de repente.

—No te voy a dejar solo, además, tal vez al estar al borde de la muerte, resuelvan las cosas. ¿En serio estás casado, pelos locos?

—Estabas loco por sacar el tema, ¿verdad?

—Tenlo por seguro.

—Piérdete, Hostring.

Un portal se abre a mi lado y yo frunzo el ceño.

—¿Sabes dónde están? —Él resopla.

—Digamos que hace unas cuantas décadas, Ezra y yo cometimos una locura y ahora, siempre que estemos en un mismo pueblo y queramos hacerlo, podemos saber dónde está el otro. Una pequeña y jodida conexión.

Me río y él vuelve a resoplar. Está a punto de darse la vuelta para seguir con su tarea de salvar la vida de los humanos, cuando lo detengo sujetándolo del brazo. Él me mira extrañado.

—Ten cuidado. —Una sonrisa burlona se extiende por su rostro.

—¿Preocupado por mí, Hostring? —Chasqueo mi boca y lo suelto.

—Nah, pero nos sirves más si estás vivo, eres poderoso, Sairus.

—No me llames así. —Sonrío ante su cara de mosqueo y si soy sincero, sí estoy preocupado. Este idiota me cae bien, aunque siguen sin gustarme sus pelos locos—. Ten cuidado tú también.

—¿Preocupado por mí?

—Ni en broma, pero no quiero conocer la ira de Dios cuando sepa que su querido novio ha muerto. Porque sí son novios, ¿verdad?

—Idiota.

Con una tonta sonrisa a pesar de las circunstancias, le doy la espalda y entro al portal; sin embargo, una vez salgo al otro lado y este se cierra, me paralizo.

Sin pensármelo dos veces, corro hacia Adams que, convertido en lobo, está rodeado por un grupo de zombis. Sus garras hieren a sus atacantes, pero no es suficiente y el hecho de que todos estén más o menos en las mismas, no ayuda.

Golpeo al primero con una patada que lo lanza varios metros de nosotros. No me quedo mirando mientras sé que se levanta, sino que arremeto contra otro enterrando una de mis dagas con fuerza en su frente para luego lanzarlo contra la pared.

Agarro a una mujer por el cabello antes de que salte sobre el lomo de mi hermano y arranco su cabeza de cuajo.

A ver si ahora te alimentas hija de puta...

Suelto la cabeza y el estómago se me revuelve al ver como su pelo, con una parte de su cuero cabelludo, se queda enredado en mi mano.

Con una mueca de asco me deshago de él, pero ese segundo es suficiente para que un zombi se lance sobre mi espalda. El hijo de puta me muerde en el hombro arrancándome un gemido de dolor justo cuando estampo su cuerpo contra la pared. Cojo su mano con intenciones de doblársela hasta deshacerme de su agarre, pero termino desprendiendo su brazo de su cuerpo.

—Hostia puta.

Cojo su otro brazo haciendo lo mismo y al perder sus dos extremidades, no tiene con qué sujetarse a mí y termina cayendo al suelo.

Con un dolor endemoniado extendiéndose por todo mi cuerpo, lanzo una patada golpeando en el rostro al maldito y corro nuevamente hacia mi hermano que ya parece más desahogado.

Así no conseguiremos nada. Hay que matar a ese hijo de puta.

Salto hasta el techo de una camioneta y miro a mi alrededor buscando entre el mar de muertos vivientes al maldito jinete. Veo a Alysson luchar junto Nick mientras se enfrentan a un número para nada agradable de zombis. Lucio y dos lobos más, muerden y desgarran a todos a su paso, pero sin conseguir realmente matarlos, solo demorarlos. Ezra lanza hechizos por doquier y es entonces que recuerdo a Sacarías.

Corro hacia él mientras golpeo a cada hijo de puta que se me atraviesa en el medio.

—Busca a Sacarías, te necesita —digo cuando llego a él—. Fuego... No los mata, pero los entretiene.

Ezra asiente con la cabeza, lanza un hechizo que hace arder a unos cuantos zombis y el resto de los brujos, al percatarse de que es medianamente eficiente, hacen lo mismo.

Gracias a eso, la horda de zombis disminuye, no porque se mueran, sino porque se retuercen en el suelo por el dolor. Ezra abre un portal y desaparece en él.

Levanto la cabeza y lo veo... el maldito jinete. Tiene una capa blanca, igual que sus guantes. Una capucha cubre su cabeza o lo que debería ser su cabeza porque no hay nada, solo una profunda oscuridad que aterra con solo mirarla.

Tiene los puños cerrados con fuerza mientras analiza todo a su alrededor; no pregunten cómo, pues al no tener ojos, no sé cómo cojones nos ve, pero eso no es importante, no en realidad... Lo jodido es esa aura oscura que emite y me hiela la sangre.

Miro a mi alrededor buscando la maldita espada. Los muertos vivientes comienzan a levantarse nuevamente incluso aunque están en llamas y supongo que esa fuerza renovada es por algo que está haciendo el jinete.

—¡Sam! —grita Nick a varios metros de mí. Levanta la espada y me la lanza. Corro hacia ella hasta que la alcanzo. Gimo de dolor ante el calambre que me recorre el hombro y por primera vez me atrevo a mirar la maldita mordida.

No me arrancó ningún trozo, pero sí se marcan los dientes y el color gris marronáceo, más el olor putrefacto que desprende, me asusta.

Me obligo a no pensar en el mal aspecto y a ignorar el dolor que comienza a expandirse por mi pecho, para concentrar toda mi atención en derrotar al maldito jinete. Sin embargo, antes de que pueda lanzarme contra él, una luz demasiado brillante, incluso a pesar de estar bajo el sol del medio día, me encandila y mayor es mi sorpresa cuando veo a Vitae... no... a Mors pues sus ojos están completamente negros, aparecer junto a un hombre que no reconozco.

¿Qué coño hace aquí?

¿Está loca?

¿Y si les pasa algo?

Sin detenerme a pensarlo, suelto la espada y corro hacia ella a toda velocidad. No entiendo exactamente qué intento hacer, solo sé que estoy enojado porque es una inconsciencia aparecerse en medio de una batalla considerando que, si ella muere, el mundo se va a la mierda.

El hombre a su lado, al verme acercarme, se pone delante de ella como si la protegiera, pero no me detengo.

Llego a él, lo tomo de un brazo, me doy la vuelta y lo lanzo por encima de mí hasta que su espalda impacta en el suelo. Mors jadea al verlo y yo me giro hacia ella, pero incluso antes de poder hacer algo, otro tipo que no sé de dónde coño ha salido, me toma por la chaqueta y me lanza hacia atrás.

Ambos se interponen entre ella y yo y justo cuando me levanto para atacar, Mitchu se atraviesa frente a mí, gruñendo. Debido a la impresión, retrocedo dos pasos.

—¿En serio, tío? —gruño de mala manera. Pensaba que, en este punto, él confiaba en mí.

«Arcángeles». Frunzo el ceño ante su voz grave que aún no me acostumbro a escuchar. «Son Arcángeles».

Mis ojos se abren en sorpresa total y vuelvo a mirar a los dos tipos que parecen querer desaparecerme de la Tierra. Trago duro

¿Arcángeles?

Lo que nos faltaba.

Mitchu corre hacia ellos y se ubica frente a Mors que tiene a uno de los seres celestiales a cada lado.

La chica cierra sus ojos negros e inmediatamente, una fuerza que no sabría explicar con palabras comienza a desprenderse de su cuerpo. Para sorpresa de todos, los muertos vivientes comienzan a caer desplomados al suelo.

El jinete observa a Mors y esa aura oscura que lo envuelve, se intensifica mientras mi corazón se oprime.

No me pregunten cómo lo sé, pero estoy convencido de que eso que Mors está haciendo, las está debilitando, fundamentalmente porque entre más fuerza ejerce el jinete, más tiene que esforzarse ella.

El hombre gigante con el rostro de oscuridad, avanza hacia Mors y ambos Arcángeles dan un paso al frente. ¿Qué coño hacen que no atacan? Son los más poderosos después de Dios, ¿no?

Corro hacia la espada que dejé caer hace unos minutos y sin detenerme, aprovechando que el maldito está concentrado en diezmar la fuerza de su contrincante, arremeto contra él.

Paso por encima de los cuerpos zombis a gran velocidad, sujeto la espada con ambas manos por encima de mi cabeza, con la punta hacia el suelo e, ignorando el dolor que me recorre el cuerpo, salto...

Me elevo en el aire y justo cuando caigo, la hoja del arma se incrusta en el pecho del último jinete del apocalipsis hasta que se convierte en humo.

Aliviado al saberlo en el quinto infierno o donde sea que vayan a parar, muevo el hombro sintiendo como el dolor se va extendiendo por todo mi cuerpo. ¿Por qué no sana?

Miro a mi alrededor y me alegro al ver que todos los del grupo están a salvo. En serio, nunca imaginé que me fuera a preocupar por esta partía de chismosos y saber que el de los pelos locos no anda por aquí, me mantiene en tensión.

Veo a Mors caer al suelo desplomada y corro hacia ella. Uno de los arcángeles, el que llegó con ella, se interpone en mi camino y sin importarme nada, saco mis garras, mis ojos se ponen rojos y muestro mis colmillos.

Arcángel o no, si no me permite acercarme a la Criaturita, puede apostar a que me enfrentaré a él; aunque me patee el culo, algo que estoy seguro de que es muy probable que suceda.

Estampo mis manos en su pecho obligándolo a retroceder dos pasos. Sus ojos se ponen blancos brillantes y a pesar de la impresión, pues nunca había visto nada como eso, no me amedranto.

—Apártate —gruño, pero él no se mueve, solo se limita a mirarme mientras el otro tipo se arrodilla frente a Mors.

Mi visión comienza a nublarse, sacudo la cabeza y... Estoy mareado, muy mareado.

—Apártate. —Vuelvo a ordenar y al ver que no hace nada, empiezo a desesperarme.

Pestañeo varias veces intentando enfocar mi mirada. El tipo ante mí se hace doble, triple... hasta que ni siquiera puedo contarlos. Sacudo la cabeza, pero solo consigo marearme más. Retrocedo un paso, luego otro mientras un dolor horrible recorre mi cuerpo.

¿Qué coño me está haciendo?

La mordida en mi hombro arde. Llevo mi mano hacia ella y el solo contacto envía corrientes dolorosas hasta lo más recóndito de mi ser. Miro hacia el lugar, pero no veo nada, mi mirada está desenfocada.

—A... apár...tate. —Me obligo a decir, pero sale a penas como un susurro.

—Gabriel... —Escucho decir a la Criaturita antes de que mis piernas pierdan su fuerza y mi cuerpo caiga con fuerza sobre la dura carretera.

—¡Sam! —Creo que ese es Adams y aunque quiero decir algo más, la inconciencia me alcanza.

~~☆~~

¿Qué les pareció?

¿Les gustó?

Espero que sí...

Un besote

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