46. Todo
Jazlyn:
Unas horas antes:
La mirada de Lohan pesa sobre mis hombros; es fría, calculadora, con una maldad que solo he visto una vez: en Cristopher. Aun así y a pesar de las pocas fuerzas que me quedan, me obligo a sostenérsela para que tenga bien claro que me importa una mierda que sea el rey.
—Pú…púdret…te.
Mis párpados pesan, quiero cerrar los ojos, pero no me lo permito por temor a que si los cierro, no los pueda volver a abrir. Necesito estar despierta, necesito esperar por él. Alex me sacará de aquí, tiene que hacerlo. Él me lo prometió.
Él me besó.
No sé exactamente qué significó para él, pero para mí fue mucho y no solo porque estoy enamorada de él. Con ese beso, Alex me regaló un lugar seguro, una pizca de esperanza y me he aferrado a ella para resistir el dolor que me ha infligido este hombre y sus esbirros. Me he refugiado en el calor que recorrió mi cuerpo, en la sensación de sus labios sobre los míos, en la delicadeza y al mismo tiempo, la fuerza con la que su lengua retaba a la mía.
—No tienes que decirnos nada, Maira lo hará. —“¿Quién es Maira?” Es lo primero que viene a mi mente, sin embargo, no puedo pronunciarlo.
El rey se arrodilla frente a mí y levanta mi cabeza sujetando mi barbilla con demasiada fuerza.
—No esperes a Alexander, él no se atrevería a desafiarme y si lo hace, hay todo un ejército dispuesto para detenerlo. Morirá antes de llegar a ti.
—¿Serías… capaz de matar… a tu nieto? —balbuceo.
—Soy el rey y él un traidor. Tú no puedes vivir y la única razón por la que aún respiras, es que te necesito, pero una vez todo acabe, no serás nada. Morirás, igual que tu madre, igual que tu padre.
Rabia…
Odio…
Ira…
Desprecio…
Son sentimientos que me embargan llenándome de una fuerza que creía ya no tener y lucho contras las cadenas que me mantienen sujetas en este lugar. Jalo y jalo sin parar, las siento ceder un poco y él da dos pasos atrás. Quiero matarlo, necesito matarlo; sin embargo, estoy demasiado adolorida, agotada y esa fuerza repentina, termina desapareciendo tan rápido como llegó dejándome a un peor.
La puerta se abre y un hombre se acerca a nosotros.
—Hesare, ha pasado un tiempo.
—Alteza —responde el otro haciendo una reverencia.
—Esta es la chica de la que te hablé. ¿Crees que puedas hacerlo?
El hombre en cuestión es bastante mayor, su pelo es largo, casi por su cintura, blanco y trenzado. Me escudriña con su mirada azul erizando cada poro de mi piel y yo sé que esto no será bueno… nada bueno.
—Por supuesto.
El rey se aleja y el recién llegado se arrodilla frente a mí. Instintivamente, empiezo a alejarme, pero no consigo moverme más que unos centímetros.
—Tranquila, entre más te resistas, más te dolerá —susurra con voz grave.
Levanta sus manos y sujeta mi cabeza con fuerza y a pesar de que intento moverla para alejarme, no lo consigo.
“Ad hoc corpus obligo te, praesentiam tuam obtestor ac obedire praecipio. Anima tua et ipsa sit una.
Huc veni Maira…"
Repite la frase varias veces. Creo que es latín, pero no estoy segura y como es obvio, no entiendo ni mierda, pero hay una palabra que reconozco, Maira, la misma persona de la que hablaba el rey.
Una corriente de energía invade mi cuerpo. Quema, duele, arde. Siento que voy a explotar ante la intensidad. Mi cuerpo se sacude, tiembla mientras mi mente no deja de reproducir las palabras del brujo.
—Bienvenida, Maira —dice el hombre y de repente… nada…
Me despierto sobresaltada, sudando, con el corazón latiendo desesperado y con la sensación abrazadora aun recorriendo por mis venas. Intento controlar mi respiración acelerada mientras me repito una y otra vez que ha sido una pesadilla, que ya estoy bien, que estoy a salvo; sin embargo, mi nerviosismo no disminuye, mi miedo aumenta, porque sí, estoy aterrada por todo lo que ha sucedido: la pelea con Cristopher en mi cumpleaños, el secuestro, los golpes, las torturas, las inyecciones.
Miro mis brazos y me sorprende verlo limpios, sin marcas, sin los moretones negros provocados por el poco cuidado al sacarme la sangre. Supongo que Sharon ha trabajado conmigo, ahora que lo pienso, estoy agotada, pero al menos el cuerpo no me duele.
Una lágrima se me escapa, luego otra y otra, mientras a mi mente vienen los sucesos de las últimas horas. Heridas, sangre, muerte. Fue tan horroroso, tenía tanto miedo… No sé cuántos murieron en mis manos y cuando vi que estábamos perdiendo, que Sam estaba en una esquina golpeado, inconsciente mientras Sharon intentaba sanarlo y Alex y Adams rodeados, un impulso casi irresistible me llevó a formar la serta.
Y a partir de ahí, todo se fue a la mierda.
Le quité la licantropía a muchos lobos, tanto del enemigo como de los nuestros. Ni siquiera sabía que podía hacer eso; pero lo que más rabia me da, lo que más me duele, es que encerré a Sam en esa runa.
Recuerdo cada segundo; sus ojos asustados, su intento de huir y lo peor es que yo sabía que era mi amigo, que era de los míos, que se estaba sacrificando por mí y aun así, no me importaba.
Era como un vacío en mi pecho, en mi alma, como si esos sentimientos, esas emociones que me hacen humana desaparecieran. Me volví alguien fría, calculadora, insensible… simplemente no me importaba nada. Y ver a Adams interponerse en el camino de la serta…
Adams…
¡Oh, Dios, Adams!
A duras penas consigo ponerme de pie; no estoy adolorida, pero el cuerpo me pesa un poco y requiero de mucha fuerza de voluntad para moverme. Entro al baño para asearme un poco y no sé cómo me veía hace unas horas, pero me sentía como la mierda; sin embargo, la imagen que me devuelve ahora el espejo es la de una chica agotada, con grandes ojeras, pero sana, sin una señal de haber sido golpeada, cortada, torturada.
—Jazlyn… ¿Estás ahí? —preguntan al otro lado de la puerta. No reconozco esa voz tan dulce.
—Sí.
Me aseo con calma y cuando me siento persona nuevamente, salgo del baño para encontrarme con una hermosa mujer que no creo haber visto antes, aunque parece extrañamente familiar. No es muy alta, pero tampoco muy baja; luce de alrededor de sesenta años, aun así, se ve fuerte. Su pelo es blanco, sus ojos negros profundos y su sonrisa cálida.
Creo que es la misma mujer que vi cuando abrí los ojos luego de que Sharon me curara en el reino.
—Hola —me dice y por algún motivo luce nerviosa.
—Hola. —Miro a mi alrededor sin saber qué hacer o qué decir.
Esto es un poco incómodo.
—Soy Isabel. Isabel Holt.
—Mucho gusto, yo soy… ¿Holt?
Isabel asiente con la cabeza. Nick Holt… Isabel Holt…
A mi mente viene esa conversación que tuve con Adams el día que me contó de su relación con Sam, cuando mencionaba que tenía una abuela. La media profetiza.
—¿La… la mamá de… Nick? —Asiente con la cabeza mientras las lágrimas se acumulan en sus ojos.
—Tu abuela.
Mi abuela…
Mi abuela…
Isabel camina hacia mí y me envuelve en sus brazos. Son cálidos, reconfortantes, de esos que prometen un hogar con mucho amor y yo no tardo en devolvérselo, mientras lloro de la emoción.
—Tengo una abuela —murmuro.
—Lo siento tanto, preciosa. Tanto, tanto.
—¿Por qué te disculpas?
—Porque no sabía que estabas viva, pensaba que habías muerto igual que mi hijo y tu madre. El rey me lo dijo y yo… yo le creí. Si llego a saber o imaginar que habías sobrevivido, te habría buscado. Mira qué grande y qué guapa estás.
Me río ante sus palabras y ella me imita. Coge mis manos y las acaricia con mucho cariño.
—Pero ahora estás aquí y quiero… si tú quieres… ser parte de tu vida… Me gustaría ser tu abuela, Jazlyn.
—Claro que sí.
¿Cómo negarme cuando esta mujer exuda cariño por todos lados? Cuando es sangre de mi sangre, la madre de mi padre.
—Y cuando todo esto pase, quisiera conocer a tus padres. Me gustaría darle las gracias por haber cuidado de ti durante todo este tiempo.
—Estoy segura de que les encantarará conocerte.
Vuelve a abrazarme por unos segundos y por la próxima hora, no las pasamos conversando, poniéndonos al día. Ella me cuenta historias de mis padres, mientras yo le hablo de mi vida con los Lautner y que he sido feliz. Según ella, eso es lo que mi padre querría.
Reímos y lloramos mientras hablamos, pero el corazón lo tenemos rebosantes de felicidad. Desde que supe que tenía una abuela, quería conocerla; me alegro de, por fin, tener esa oportunidad.
Me despido de Isabel para buscar a Adams y a Sam pues les debo una disculpa, mientras ella va a ver a Sacarías para ver si necesita su ayuda en algo; pero antes, me deja frente a la habitación que le han asignado al vampiro.
Toco con delicadeza para no despertar a sus compañeros y en unos segundos, la puerta se abre y una maraña de pelo rubio me atrae a su cuerpo.
—¡Oh, Dios, estás bien!
—Me aprietas demasiado, Sam.
—Oh, lo siento. —Afloja la sujeción de su abrazo, pero no me suelta—. Me has dado un susto de muerte, Jaz.
—Sí, lo siento por eso —digo mientras recuerdo el miedo en sus ojos al verse encerrado en la runa. Acaricio su cabello con una de mis manos y siento cómo su cuerpo se relaja—. Quería…
—No me refiero a la runa. —Me suelta con delicadeza y une sus ojos con los míos—. Te secuestraron, Jaz. Alexander nos dijo que te estaban torturando; las cosas se pusieron bien feas al sacarte de ahí, nos traicionaron. Por un momento pensé que no lo lograríamos.
—Pero lo hicieron. Estoy bien, viva, gracias a ustedes y no tienes ni idea de lo mucho que te agradezco. Sé el sacrificio que has hecho para ayudarme, sé que pusiste tu vida en peligro, no solo al luchar, sino al ponerte del lado de aquellos que siempre te han querido muerto. Eres valiente, Sam.
—O estoy loco —responde con una bonita sonrisa mientras se encoge de hombros—. Y tal vez eso cambie, le salvé la vida como dos veces al príncipe, me lo debe.
—Yo me aseguraré de que nadie te mate —le guiño un ojo—. Sam…
—¿Quieres dar una vuelta?
—No te voy a dejar ir sin hablar sobre eso, si quieres dar una vuelta, la daremos, pero te diré lo que tengo que decir.
Rueda los ojos y entra a la habitación. Segundos después regresa con sus zapatos puestos y una chaqueta negra por encima del pulóver que tenía hace un instante.
—Vamos.
Sigo a Sam a través de los largos pasillos de la mansión del brujo y a la tercera vuelta me pierdo, esto es un laberinto. Bajamos las grandes escaleras y nos cruzamos con varios Legnas que me miran raro, como si fuera un monstruo y bueno, teniendo en cuenta que soy la hija de un Nefilim, esa raza que ellos juraron exterminar, supongo que es correcto.
—No les hagas caso. No te conocen.
—Ya…, ni yo me conozco —respondo cuando atravesamos las puertas al jardín.
Soy Jazlyn, hasta hace unas semanas, una chica común y corriente con una familia normal, pero ahora soy la hija de un Nefilim, una criatura tan poderosa que, o me quieren usar o matar. Una criatura que cuando pierde el control, no le importa atacar ni a sus amigos.
Mi boca se abre en sorpresa total cuando detallo el jardín. ¿De dónde salió esta maravilla? Ah, sí, de la cabeza de un brujo.
Frente a nosotros hay un estante rodeado de flores; peces de diferentes colores y tamaños saltan de un lado hacia otro como si fuera un juego. Para cruzarlo hay un pequeño puente de madera y en el otro extremo una escalera que se extiende a lo largo de una montaña hasta perderse entre los árboles.
Flores de todos tipos y colores, mariposas, gorriones, pájaros carpinteros, palomas y muchos otros que no conozco, de hecho, estoy segura de que algunos pertenecen al mundo mágico.
Es hermoso.
—Jaz… lo que eres cuando formas la serta, no tiene nada que ver contigo. No tienes poder sobre eso, no puedes controlarlo.
—Tienes razón, pero aun así, casi te mato y aunque ahora me estoy muriendo del arrepentimiento y la vergüenza, en ese momento no sentí nada… bueno, sí, una cosa, sentía que tenía que matarte.
—Pero no lo hiciste.
—Porque Adams se interpuso. —Frunce los labios, supongo que esa parte es algo que aún le cuesta aceptar—. Te iba a matar, Sam y lo siento mucho por eso.
—Ok, estás perdonada. —Se encoge de hombros.
—Estoy hablando en serio.
—Yo también, Jaz. —Se acerca a mí y coge mis manos en las suyas para acariciarlas suavemente con su pulgar—. Sé lo que la serta te hace, lo viví con Mía también y sé que tú no querías hacerme daño. Eso es lo que me importa a mí. Te perdono porque sé que no eras tú en ese momento, porque sé, que si hubieses podido decidir, no lo habrías hecho. No tienes la culpa.
—Gracias, Sam.
—De nada. —Respiro profundo
—Iré a ver a Adams.
—Oye, si a mí no me debes disculpas, a él menos. Se metió en el medio porque le dio la gana.
—Se metió en el medio para salvarte, idiota. Le debes la vida, aunque no te guste. —Frunce los labios, pero él sabe que tengo razón—. Me voy. Gracias por todo.
Entro nuevamente a la mansión, no tengo idea de a dónde ir, pero espero encontrarme con alguien que sepa dónde encontrar a mi amigo. Por suerte, al primero que veo es a Sacarías que, luego de preguntarme cómo me siento, me muestra el camino hacia la habitación donde Adams descansa.
Toco la puerta suavemente y su voz grave me pide que entre.
—Ey —saludo cuando lo veo.
Está sentado en la cama poniéndose sus zapatillas, lleva un pantalón negro ajustado y un pulóver blanco.
—Ey. —Una sonrisa hermosa se extiende en su rostro al verme. Con cuidado se levanta y se acerca a mí para envolverme en un abrazo y sin esperármelo, me derrumbo ante la calidez de su contacto.
Lloro desconsolada por todo lo que ha sucedido, por lo mucho que ha cambiado mi vida las últimas semanas, por lo mucho que extraño aquellos momentos en los que salir a almorzar con mi mejor amigo era parte de mi día a día, porque antes no tenía que huir ni luchar para sobrevivir.
Con paciencia, Adams me consuela.
—Ya todo está bien —murmura.
—No, no lo está. Casi te mato, Adams, casi...
—Estoy bien.
—Gracias a Sharon que actuó rápido.
—Sí, creo que debo agradecerle por eso; pero de igual forma, Jaz, no fue tu culpa. Yo me metí para salvar a Sam.
—¡Pudiste haber muerto, Adams!
—Fue un riesgo controlado.
—Riesgo controlado, ni leches. ¿Cómo estás? ¿Y tu lobo?
—Yo estoy mejor, ya he sanado, pero aún duele un poco cuando hago movimientos bruscos. Sobreviviré y mi lobo sigue convaleciente, pero vivo.
Uff, me alegra saberlo. Estaba bastante segura de que su licantropía no había sido afectada pues era una runa para vampiros, pero tenía un poco de temor.
—¿Sabías que no perderías tu licantropía si te interponías? —Niega con la cabeza.
—Estaba preparado para perderla, pero no podía dejarlo morir, Jaz; es mi hermano aunque me odie y no puedo permitir que muera sin saber qué sucedió en realidad.
—Tienes que hablar con él, Adams. Si no quiere, oblígalo a que lo haga, te lo debe al menos por haberle salvado la vida. No puedes seguir dejando que pasen los años. Tienes la oportunidad de arreglar las cosas.
—Lo haré, Jaz, te lo prometo. ¿Tienes hambre? —pregunta cambiando de tema—. Porque mi estómago ruge.
—Bueno, ahora que lo mencionas, sí tengo.
Adams me conduce al gran comedor donde ya están la mayoría. Cuando entramos, todo queda en silencio mientras me observan como si fuera una criatura de otro mundo y eso me molesta... no es que ellos sean lo más normal que digamos. Todos son sobrenaturales; sin embargo, no me da tiempo a nada porque Sharon llega a nosotros y, para mi gigantesca sorpresa, me abraza.
Mi cuerpo se tensa inmediatamente y ella sonríe.
—Relájate —me dice separándose—. La única razón por la que me caías mal era porque pensaba que nos engañabas... Ciertamente lo hacías, pero he aprendido que los engaños de mi familia son peores, así que aquí estoy en ofrenda de paz. ¿Amigas?
Su voz es jovial, alegre, como si no hubiese pasado nada y como si nuestro futuro no fuese incierto. Aun así, sostengo la mano que me tiende e intento esbozar una sonrisa.
Si ella tiende la bandera de paz, no tengo motivos para negarme, además, ella ayudó a salvarme.
—Gracias, Sharon. A pesar de que nunca nos hemos llevado bien, ayudaste en mi rescate y te estaré eternamente agradecida por eso
—De nada. Ahora vamos a comer, tengo hambre. —Engancha su brazo con el mío y me incita a caminar, pero de repente, se voltea a mi amigo—. Se te ve bien, Hostring.
—Gracias a ti, princesa.
Una hermosa sonrisa se extiende en el rostro de la chica y algo en la manera en que mi amigo se remueve incómodo, me dice que está nervioso. ¿Por Sharon? ¿En serio? ¿Qué demonios ha pasado en los últimos días?
La princesa me lleva a la mesa y tomo lugar junto a Isabel quien, mientras almorzamos, hace historias sobre Sharon y Alex de pequeños. Río por cada anécdota, pero por dentro, no veo las horas para poder verlo.
He querido hacerlo desde antes, pero Isabel me dijo que estaba realmente agotado, que lo mejor era dejarlo descansar y he esperado paciente; sin embargo, mentiría si dijera que no me muero por verlo.
Y como si Dios hoy estuviese de mi parte, la habitación queda en absoluto silencio. Confundida, levanto la cabeza y una sonrisa enorme cruza mi rostro al ver a Alexander junto a otro hombre mirando a su alrededor.
Sin pensarlo demasiado, me pongo de pie y bajo la atenta mirada de los presentes, camino hacia ese chico que tanto me gusta y al que le debo mi vida. Una vez llego a él, me abrazo con fuerza a su cuerpo y él no tarda en devolvérmelo con una intensidad abrumadora.
Acaricio su cabello con mi mano y él hunde su rostro en mi cuello. Me levanta del suelo con una facilidad increíble y yo creo estar en casa. Se siente tan bien, tan cálido y familiar que no quisiera soltarlo.
—Gracias, Alex. Gracias por salvarme. —La voz se me quiebra de la emoción y él me abraza más fuerte, pero sin llegar a hacerme daño.
—No hay nada que agradecer, Jaz. Estoy tan feliz de que estés bien, sana, a salvo y lo siento tanto... No debiste pasar por eso.
Con cuidado, rompo el abrazo y lo miro mientras lágrimas silenciosas barren mi rostro.
—No ha sido tu culpa. Tú me has salvado, Alex, bueno, tú y todos los demás. Ahora hay que recuperarnos y hacer algo para que nuestro rey, asuma el lugar que le corresponde.
Sus ojos se abren sorprendidos ante mis palabras, pero estoy siendo totalmente honesta. Él es nuestro rey, se merece el puesto. Le he dicho en varias ocasiones que para yo respetarlo como monarca tenía que ganárselo, definitivamente se ha ganado con creces mi respeto.
Y para mayor sorpresa, tanto para él como para mí, beso sus labios castamente. No tengo ni idea de dónde salió el valor para semejante acto, solo sé que tenía ganas de hacerlo y al ver la pequeña sonrisa en su rostro, me relajo. No se ha enojado.
Almorzamos en calma, con conversaciones agradables y sin mencionar los sucesos de la noche anterior, pero como era de esperar, llega el momento de tener una conversación seria. Sin embargo, nunca imaginé, la magnitud de dicha charla.
Resulta que ya no soy esa chica común y corriente de hace unas semanas; soy la hija de un Nefilim, la criatura más poderosa que existe, un elemento primordial en una profecía que no se puede cumplir sino las cosas se pondrán muy feas y para rematar, la Doppelganger de Maira, una mujer tan poderosa como yo, pero con la maldad que yo no tengo.
Maira es mi gemela malvada...
Suena tan absurdo...
Ni siquiera cuando me permiten llamar a mi familia puedo sentirme mejor. Mamá y Olivia lloran como locas, yo también; papá exige verme y me alegra saber que está bien, pero no me queda de otra que contarles verdades a medias.
Les digo que descubrí algo acerca de la muerte de mis padres biológicos, pero que me he metido en un lío un tanto complicado. Que estoy bien, que Adams y su hermano me están cuidando y que ahora no puedo regresar con ellos para no ponerlos en peligro. Todo idea de Alexander.
Ellos insisten en llamar a la policía, pero logro convencerlos de que no es buena idea, eso sí, me hacen prometer que les llamaré de vez en cuando y, ya que la propiedad del brujo es supersegura, las líneas telefónicas también, así que no tengo problemas para aceptar sus exigencias.
Adams irá mañana a buscar mi bash.
Respiro profundo y levanto la cabeza intentando, de alguna manera, poder olvidar, al menos por un rato, los últimos días.
Estoy a las afuera de la mansión, en ese jardín que visité horas antes con Sam, sentada en el pequeño puente y con los pies colgando, casi rozando el agua del estanque.
No hay luna, pero la noche está estrellada así que hay bastante claridad, además de que como presentí esta mañana, hay algunos pajaritos mágicos que alumbran de diferentes colores el paisaje. Es como un halo de luz alrededor de ellos que le da un aire de ensueño al jardín.
—¿Puedo? —pregunta Alexander sobresaltándome.
Mi corazón sube a mi garganta, no sé si por el susto que me ha dado o porque por primera vez estaremos juntos a solas y que por lo que a mí respecta, no hay discusiones pendientes.
No sé en qué punto estamos. Me besó en las mazmorras y luego en el campo... prefiero no recordar ese último, no se sintió como si nos besáramos, fue más bien una lucha de voluntades que, gracias a Dios, ganó él.
—Cla... —Me aclaro la garganta—. Claro.
Se quita los zapatos imitándome, sube las patas de su pantalón y se sienta a mi lado. Es más grande que yo así que sus pies tocan el agua sin mucho esfuerzo.
Un silencio cómodo se extiende entre los dos, siendo interrumpido únicamente por los sonidos de los animales y de las hojas azotadas por el viento.
Lo miro de reojo y con cada segundo que pasa, mi nerviosismo aumenta. Tiene las manos apoyadas en el borde del puente y está ligeramente inclinado hacia adelante con la vista concentrada el agua.
Su cabello rojizo está revuelto y de perfil, con las luces de los pajaritos haciendo contraste con su piel, se ve incluso más hermoso.
—¿Cómo te sientes? —pregunta de repente y yo desvío la mirada avergonzada por haberme cogido observándolo.
—Bien... Bien... ¿Y tú?
—Un poco conmocionado por lo de la profecía, pero bien, supongo.
—Yo no quiero ni pensar en la profecía —murmuro concentrando mi mirada al frente.
—Encontraremos una forma para evitar que se cumpla. Ya verás.
Busco su mirada, no parece muy convencido de sus palabras; pero por su sonrisa, sé que intenta tranquilizarme, así que decido darle la razón.
—Lo sé. Confío en que lo haremos.
Volvemos a quedar en silencio mientras me rebano los sesos por encontrar algo que decir, pero es que estoy tan nerviosa que no consigo hilar un pensamiento coherente.
—Estoy nervioso —dice de repente y yo lo miro sorprendida.
No sé qué esperaba que dijese, pero definitivamente no pensaba que admitiría que está nervioso. Es que ni siquiera parece estarlo, siempre luce tan seguro.
—¿En serio? No parece. —Es lo único que se me ocurre decir y él se ríe mientras se revuelve el pelo.
Se ve jodidamente tierno haciendo eso.
—Créeme, estoy nervioso; tú me pones nervioso.
—¿Y eso por qué? —Mi corazón sube a mi garganta en espera de su respuesta y sus bonitos ojos marrones buscan mi mirada.
—Porque me gustas… Me gustas, Jaz, muchísimo.
Lo miro sorprendida sin saber qué decir y él se voltea hacia mí. Mi corazón late con fuerza y un nudo se forma en mi estómago mientras yo le pido a Dios no desmayarme por los nervios. Trago duro y él coge mi mano y la acaricia.
—Escucha, no comenzamos bien... de hecho, en algún momento tú terminaste odiándome...
—Nunca te he odiado —lo interrumpo—. Eras un idiota, egocéntrico, creído, prepotente, estúpido, —Arquea las cejas divertido—, y muchas cosas más, pero nunca te odié.
—Es bueno saberlo, aunque espero haberte hecho cambiar un poco de opinión. No soy tan malo como me pintas.
Me río.
—Eres mejor de lo que pensaba, ¿contento?
—Por ahora... —Baja su mirada hasta nuestros dedos entrelazados, ni siquiera sé en qué momento dejó de acariciarlas y simplemente las sostuvo—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
—Claro —respondo titubeante.
—¿Qué hay entre tú y Sam?
—¿Entre yo y Sam? Nada. ¿Qué te hace pensar que hay algo?
—Bueno, eres el vivo retrato de su primer amor y entre ustedes hay esta... ¿Cómo decirlo? Complicidad, que no sabría explicar. Cuando están juntos, los envuelve un aura íntima... no lo sé... solo… quería estar seguro.
—Cuando conocí a Sam le tuve terror, pero poco a poco se fue ganando mi confianza. Intentó impedir que entrara a la Logia, me acompañó a casa para que llegara a salvo, me contó todo lo que sé de la serta, me juró protección y lo cumplió. Es mi amigo, Alex y sé qué ha hecho cosas malas, muy malas, pero estoy convencida de que en el fondo, no es tan malo como ustedes creen.
Suspira profundo.
—¿Y entre nosotros? ¿Qué hay entre tú y yo, Jaz?
Sus ojos me observan expectantes, ansiosos, nerviosos y yo no sé qué decirle. Sé lo que me gustaría ser, pero exactamente no tengo idea en qué punto estamos ahora.
—No... no lo sé. ¿Qué... qué quieres tú que haya?
—Todo... —Hace una pausa, se remoja los labios y se acerca un poco más a mí. ¿Es muy raro que piense que eso ha sido malditamente sexy?—. Lo quiero todo contigo, Jaz... quiero que seas mi amiga, mi compañera en la batalla, mi confidente, mi amante, mi novia... quiero que seas todo lo que la vida nos permita ser.
¡Santa mierda! Creo que me he derretido.
Trago saliva sin saber qué decir.
—Disculpa si te he cogido de sorpresa, yo... —Hace una pausa y se muerde el labio superior—. Lo siento... nunca he hecho esto antes. —Frunzo el ceño sin saber qué quiere decir —. Si crees que no estás lista...
—¿Y tu prometida? —pregunto porque sí estoy lista para ser ese todo que él desea. Dios, yo lo deseo más que nada, pero necesito asegurarme de que nadie me lo va a arruinar.
—Pronto seré el rey, Jaz y muchas cosas van a cambiar para los Legnas y puedes apostar que ninguna profecía me dirá con quién debo casarme.
—Pero las profecías se cumplen.
—No todas. Bueno, en este caso es más bien una predicción, no tiene fuerza suficiente para convertirse en profecía. Le llamamos así porque sigue siendo la palabra de Dios, pero es como cuando escogen a los niños para pasar el rito de la Fuente Sagrada. Es una predicción y ese niño puede o no convertirse en Legna, por eso es que no es una profecía en toda la regla.
»Si hasta ahora todas las prometidas que han predicho los profetas, se han convertido en reinas, es porque no ha existido nunca un rey que haya decidido casarse con quien su corazón lo desea y yo merezco ser feliz con la mujer que amo, así que Katrina ya no es mi prometida.
»Entonces, Jaz... ¿Qué quieres que haya entre nosotros?
—Todo... —murmuro—. Absolutamente todo lo que podamos ser.
Un suspiro aliviado sale de su pecho mientras se acerca a mí. Acuna mi rostro en sus manos y suavemente lleva su boca a la mía. El contacto es cálido, tierno y envía una corriente de energía por todo mi cuerpo que me estremece el alma.
Su lengua busca la mía y se suman en un baile delicioso que amenaza con arrancarme la cordura y, poco a poco, segundo a segundo, el beso se hace más intenso. Me acerco a él porque quiero sentirlo más cerca y con una agilidad increíble me levanta de forma que quedo a horcajadas sobre él.
Llevo mis manos tras su cabeza y hundo mis dedos en su cabello mientras las de él acarician mi espalda por encima de la blusa.
No tardo en sentir su erección contra mi zona más sensible y jadeo, porque maldita sea, eso se siente jodidamente bien. Dejo que mi cuerpo se mueva libremente sobre él y el roce le arranca un gruñido que me hace vibrar. Sus manos bajan a mis caderas y hace presión hacia abajo lo que junto al movimiento y la fricción, nos hace gemir.
Poco a poco, se separa.
—Tranquila —dice al mismo tiempo que acaricia mi cuello con su nariz—. Si seguimos así no podré parar y no creo que tú quieras que sea tan pronto.
Niego con la cabeza consciente de que es cierto, pero mi cuerpo protesta pues lo estaba pasando de lo mejor.
Sus brazos se cierran en mi cintura y me atraen a su cuerpo en un abrazo cálido.
—Esto se siente bien —murmura. Respiro en su cuello y un olor que no consigo identificar, pero que es exquisito, inunda mis fosas nasales—. Se siente muy bien tenerte así, Jazlyn.
—Pues no me sueltes.
—Nunca.
🌟🌹🌟
Hola...
¿Qué les pareció el capítulo?
¿Les gustó?
Espero que sí...
Jazlyn y Alex😏... por fin son pareja, pero, ¿cuánto les durará esa burbuja de felicidad?
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