Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

36. Encuentro desastroso

Jazlyn:

Con el corazón aun latiendo acelerado, cierro la puerta de mi balcón y me apoyo en ella. 

¿Qué ha sido eso?

¿Me iba a besar? Sí, creo que lo iba a hacer, pero la pregunta es: ¿a mí o a Mía? 

El camino de regreso fue incómodo, desgraciadamente fue mi culpa pues al llegar él intentó hacer conversación; pero por el amor de Dios, hay que entenderme. Casi me besa un vampiro. Un vampiro condenadamente sexy, que me quiere proteger, que se siente culpable por lo que le pasó a su novia... novia con la que comparto, rostro, serta, poder y hasta ascendientes.

Creo que el rubio está confundido.

—¿Me vas a decir quién era el de la moto? —Mi corazón, que apenas estaba volviendo a su marcha normal, vuelve a acelerarse ante semejante pregunta formulada en la penumbra de mi habitación y si no fuera porque aun soñolienta, reconozco la voz de mi hermana, se me habría salido por la garganta.

—Maldita seas, Olivia, me vas a matar de un infarto. ¿Qué haces aquí? —Bosteza. 

—Te vi salir en la moto y me pasé para aquí para saber a qué hora llegabas. Tienes suerte de que a nuestros padres les guste dormir. ¿Quién era?

Camino hacia la cama mientras me desprendo de toda mi ropa y me hundo en el calor bajo mi manta.

—Un amigo.

—Conozco a todos tus amigos, Jaz y ese es nuevo. Y tampoco es Alexander.

—¿Por qué tendría que ser Alexander?

—¿Por la insistencia en conseguir tu número? ¿Quién es?

—Un amigo, Oli, solo quería felicitarme por mi cumpleaños.

—¿Sigues siendo virgen?

—¡Oh, por el amor de Dios, claro que sí! Sam es solo un amigo.

—Sam... Suena sexy. —Lo es y ella no tiene idea de cuánto—. Ok, te dejo por ahora porque tengo sueño. Feliz cumpleaños, hermanita.

Me da un beso en la frente y se acomoda contra mi cuerpo como tantas veces hemos hecho.

—Gracias.

Caigo rendida hasta que cerca de las nueve de la mañana, mis padres y mi hermana, me despiertan cantándome las felicidades con un lindo pastel en sus manos y un número veinte como vela.

Una vez aseada y vestida, bajo a desayunar con mis padres y como cada año, Adams no tarda en llegar, pero no se piensen que es porque me quiere felicitar, nop, para nada. El año pasado, luego de emborracharnos, me contó que llegaba temprano para comerse el pastel que prepara mi mamá. Y vaya que come, ahora ya sé por qué casi nunca tengo postre para el otro día, mi amigo lobo lo devora.

Saluda a mis padres y a mi hermana que no tarda en correr hacia su habitación, supongo que para asegurarse de que su imagen sea impecable. Por último, me da un beso en la mejilla mientras me tiende su regalo. Al ver el tamaño de la caja forrada con papel azul brillante y lo mucho que pesa, corro emocionada hasta la mesa y la abro.

Desde que Adams supo que mi mayor pasión era leer, me ha regalado libros cada año; la última vez fue la saga “Mírame y dispara” de Alessandra Neymar que no me canso de leer. Estoy muy emocionada por saber qué será en esta ocasión.

“Sea Breeze” de Abbi Glines.

Conteniendo la emoción, termino de abrir, no… romper la caja y los cuento… uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve.

Con la sonrisa más grande que puedo mostrar me giro hacia él y sin previo aviso, salto a sus brazos.

—Gracias, gracias, gracias… Eres el mejor.

Mi amigo ríe mientras me abraza y luego me pone en el piso.

—Espero que los disfrutes.

—Oh, dalo por hecho. ¡Me encanta!

Le pido a Adams que me ayude a llevarlos a mi habitación pues pesan bastante y hay que subir las escaleras. Acepta sin protestar, aunque no se me escapa cómo observa con cara de perrito degollado el pastel y todo lo que mi madre ha preparado para mí por este día.

—Déjalos cerca del librero, yo los guardo más tarde —le pido cuando llegamos a mi habitación.

—¿Qué tienes pensado para hoy? —pregunta tomando lugar a mi lado en la cama.

—Pasar el día con la familia; tal vez salga con Olivia y algunos amigos en la noche. No estoy muy segura.

—Bueno, yo puedo quedarme toda la mañana, pero en la tarde tengo que regresar a la Logia, lo siento.

—No te preocupes, ahora entiendo tus responsabilidades. Además, podrás comerte los dulces de mamá, así que no tienes de qué preocuparte.

—¿Podrías dejarlo ya con eso? —pregunta divertido—. Si vengo aquí es por ti, no por los dulces de tu mamá, aunque sean una delicia.

Estoy a punto de contestarle cuando mi teléfono me avisa de la entrada de un mensaje. Miro la pantalla y mi corazón se acelera mientras mis ojos se abren sorprendidos.

Es un mensaje de Alexander.

Con los dedos temblorosos y bajo el escrutinio de mi mejor amigo, desbloqueo el móvil.


“Felicidades, muñeca. Espero que lo pases bien con tu familia y… ¿Qué te parece ir a cenar esta noche?… tú, yo y Sharon”.

¿Sharon? Ugh, ya mató lo que me había tentado a aceptar. 

Otro mensaje entra:


“Ella quiere hacer las paces contigo. En serio me gustaría que aceptaras y tal vez después podamos conversar tú y yo con más calma… ¿Qué te parece? Tengo algo que me gustaría regalarte”.

—¿Está todo bien? —pregunta Adams curioso—. El labio, Jaz. —Lo suelto. Jo, ¿qué le digo?

—Es… es Alexander.

—¿Qué? —Se incorpora rápidamente y asoma la cabeza sobre la pantalla de mi celular. Al darse cuenta de lo que hace, se separa—. Lo siento.

A pesar de que sé que no me gustará lo que me va a decir, le muestro los mensajes.

—¿Muñeca? —pregunta con una ceja arqueada y yo me encojo de hombros.

—Ni idea, desde que me conoce me ha llamado así varias veces, por lo general, suena a sarcasmo.

—¿Conversar con calma? ¿Tiene algo que regalarte? ¿Qué sucede entre tú y Alexander, Jaz? —pregunta soltando el teléfono en la cama.

—Nada.

—Me estás mintiendo, tu corazón está acelerado.

—Te odio… pero en serio, no pasa nada… nada que valga la pena resaltar. Es solo que la última vez que nos vimos, cuando me estaba mostrando como usar las runas… Mmm, casi nos besamos —murmuro esa última parte avergonzada como nunca.

—¿Qué has dicho? ¿Casi se besan? —Sus ojos están tan abiertos que parece que en cualquier momento se saldrán de sus cuencas.

Yo solo me encojo de hombros.

Va a decir algo, pero se detiene… lo intenta de nuevo, pero de su boca no sale nada. Está así por varios segundos, hasta que luego de un suspiro, me mira.

—No tengo ni idea de qué decirte. —Vaya, eso es nuevo—. ¿Tú y Alexander? ¿Te gusta?

—¡No! —chillo delatándome. Cierro los ojos por dos segundos lamentando lo mal mentirosa que soy—. Bueno… a veces… cuando no es tan idiota.

—¡Oh, Dios, Jaz! Enredarte con él es una pésima idea. Eso te pone en más peligro aun.

—Lo sé, lo sé… Es solo… yo qué sé, Adams. Cuando nos conocimos, yo no sabía nada de nada y él pensaba que yo era humana o yo que sé. Había química y… y…

—¿Todavía la hay?

—¿Cuándo no estamos peleando? Tal vez.

—Escucha, sé que no soy nadie para decirte qué hacer, mucho menos con quién salir. Pero es una de las cosas más peligrosas que harías, Jaz. Salir con él es como ponerte tú misma la soga en el cuello. Además, es el príncipe, se va a casar con Katrina… saldrás lastimada por cualquier vía.

—Sí, supongo que tienes razón —comento afligida. Su prometida… muy guapa, por cierto—. Le diré que ya tengo planes.

—Respecto a eso, creo que sí deberías ir.

—¿Pero no acabas de decir…?

—Jaz, la princesa quiere hacer las paces contigo. A eso no puedes decirle que no.

—Supongo que tienes razón —respondo resignada, así que le envío un mensaje que él no tarda en responder con la hora en que me pasará a recoger, pero dado  que entre nosotros no podrá haber nada, no quiero que mi familia lo conozca, así que prefiero encontrarnos en el restaurante—. ¿Puedes llevarme esta noche?

—Claro que sí, lo que tendrás que caminar una cuadra más o menos para evitar que ellos puedan notarme.

—Me parece perfecto.

Quedamos en silencio por varios segundos y cuando voy a decirle que deberíamos bajar, su mirada se concentra en algo en mi pecho. Miro hacia abajo y al ver el dije del collar que Sam me regaló esta mañana, mi corazón se me quiere salir. Demonios.

—Bonito collar, ¿es nuevo?

—Ah… mmm… sí… es nuevo. Yo… mmm… Creo que deberíamos bajar.

Me levanto de la cama a gran velocidad, pero antes de que pueda dar un paso, me sujeta con amabilidad de una mano. Cierro los ojos resignada a que no podré salir de aquí sin decirle de dónde lo saqué y mentirle ya me quedó claro que no es una opción.

Me volteo hacia él.

—Me lo ha regalado Sam por mi cumpleaños —murmuro tan bajito que si fuera humano no me habría escuchado, pero mala suerte, es un lobo.

Su mano suelta la mía y se pone de pie.

—Tienes razón, debemos bajar.

Pasa por mi lado sin tocarme, pero cuando llega a la puerta se voltea.

—No vas a alejarte de él, ¿verdad? 

Observo detenidamente la tensión de su cuerpo, la presión en sus puños al punto de tornarse blancos, la vena que resalta en su frente y la preocupación que se dibuja en todo su rostro. Y a pesar de que sé que se está controlando para que no suceda lo mismo de la otra vez, contesto:

—No. —Asiente con la cabeza.

—Ten cuidado, Jaz, no podría vivir si te pasa algo y puede que ahora esté manteniendo mi promesa, pero si pienso que Sam tiene intenciones de hacerte daño, lo buscaré y lo mataré aunque en el proceso pierda una parte de mi alma, ¿entendido?

Asiento con la cabeza y sale de mi habitación. Camino detrás de él en silencio y agradezco enormemente cómo diez minutos después, parece como si nunca hubiésemos tenido ese intercambio de palabras.

Cualquiera podría pensar que pasar la mañana de tu cumpleaños encerrada en casa, es un plan de lo más aburrido, pero no. Mi familia es especial, ningún momento con ellos es aburrido, al contrario, cada minuto es una aventura. Son lo más importante en mi vida.

Desgraciadamente, Adams tiene que marcharse antes de almuerzo porque ha surgido algo importante en la Logia. Por lo que pudo contarme, el Justiciero ha vuelto a hacer de las suyas. No se imaginan lo mucho que mi corazón se acelera al escuchar ese nombre, pues a diferencia de toda la Sociedad Sobrenatural, yo estoy casi cien por ciento segura de conocer a ese vampiro y saber que ha hecho algo más, me altera.

Gracias a Dios, Adams no se da cuenta o está demasiado apurado pues, según entendí, la mano derecha del rey de los Legnas, ha aparecido muerto en las puertas de la Logia con un cartapacho de delitos en el bolsillo de su chaqueta.

El resto del día transcurre bastante divertido. Para mi sorpresa, en la tarde aparecen algunos de mis amigos de la Universidad y hacemos una pequeña fiesta improvisada en la que la pasamos bien y a pesar de que sé que no debería pues el alcohol y yo no nos llevamos muy bien, no puedo evitar beber un poco de cerveza para aplacar la impaciencia que se arremolina en mi interior ante la incertidumbre de si mi cita con los O´Sullivan se mantiene.

A fin de cuentas, si es la mano derecha del rey, ellos también estarán ocupados, ¿no?

Pero para mi suerte o desgracia, alrededor de las siete de la noche, Alexander me envía otro mensaje: “Impaciente por verte”. 

Está de más decir que las mariposas de mi estómago montaron la coreografía de su vida. 

Le escribo preguntándole a Adams si por fin podrá llevarme y él me dice que sin dudas estará aquí a las ocho.

Olivia me propone una noche de películas de hermanas, algo que ambas amamos, pero como es lógico, me niego y para que ella no monte en cólera, termino diciéndole que tendré una cita con Alexander.

No voy ni siquiera a mencionar el terremoto que se forma en mi habitación, mientras Olivia rebusca en mi armario y luego en el de ella para dar con el vestuario perfecto: un pantalón blanco de cintura alta, una blusa negra con una chaqueta del mismo color, una bufanda a juego con un monedero y unos botines de tacón alto. Acepto todo menos lo último porque odio andar en zancos, así que en su lugar, me busca unos sin tacón.

Me gusta cómo me veo y supongo que no soy la única, pues cuando Adams me ve, silva en aprobación y antes de que diga algún disparate como que me he vestido para impresionar al príncipe a pesar de que sé lo riesgoso que es, le digo que Olivia me obligó y él asiente como diciendo que contra eso no había nada que hacer.

—¿Cómo están las cosas en la Logia?

—No preguntes en la Logia, di mejor en el reino. Hoy ha sido un día de locos.

—¿Y entonces por qué Alexander no canceló la cena?

—Ni idea, Jaz… ¿Relajarse? Créeme, hoy ha sido un día movidito para él y se ha enterado de cosas que no deben ser muy fáciles de procesar.

—¿Qué cosas?

—Te las cuento mañana, necesito que estés centrada en esa cena para evitar preguntas que puedan poderte en evidencia. Nunca se sabe qué está pasando por la cabeza de esos dos.

Asiento en acuerdo y mientras el camino hacia el restaurante va disminuyendo, mis nervios se hacen aún más grandes. Juego con el celular en mis manos para reprimir las ansias de morderme las cutículas, no me gusta hacerlo, pero por algún motivo, mi cuerpo me lo pide. Mis pies se mueven con impaciencia y mi labio inferior ya no debe tener el brillo que Olivia le untó por el constante ataque de mis dientes.

Cuando el auto se detiene, solo quiero salir huyendo.

—Relájate, Jaz. No es la primera vez que hablas con ellos, hasta ahora lo has hecho bien, solo escucha lo que tengan que decir y luego te vas. Yo necesito hacer algo, solo me tomará media hora y regresaré aquí para esperarte, pero si sucede cualquier cosa, si no te sientes a gusto o lo que sea, me llamas. Si es necesario, te saco de ahí, ¿entendido?

Asiento sin ser capaz de emitir sonido alguno. Tengo un mal presentimiento en la boca del estómago; algo me dice que esta noche no terminará bien, aun así, salgo del auto luego de despedirnos con un beso en ambas mejillas.

Respiro profundo varias veces y me armo de valor para caminar. Queda poco más de una cuadra hasta llegar al restaurante, algo bueno pues podré calmarme en el camino. Cuando cruzo la calle, escucho el coche de mi amigo encenderse y cuando me volteo, veo como desaparece a gran velocidad. Trago saliva.

Todo va a estar bien. Tiene que estarlo.

Miro la hora en mi reloj, ocho y treinta minutos, se supone que ya debo estar en el restaurante por lo que decido escribirle a Alexander que ya estoy llegando para evitar que la princesita se sienta ofendida ante mi impuntualidad.

La calle está desierta, algo no muy normal en esta zona, fundamentalmente teniendo en cuenta que es horario de comida y cerca de aquí hay uno de los mejores restaurantes de la ciudad. 

Ignorando el creciente nudo en mi estómago, avanzo en silencio. La noche está clara, la enorme luna junto al alumbrado público, hace que todo sea, al menos, un poco menos escalofriante y…

—¿Mía? —Escucho una voz detrás de mí.

Mi corazón sube a mi garganta, el nudo en mi estómago se hace más fuerte y siento mis piernas flaquear, aun así, no detengo la marcha pues la voz del rubio suena en mi cabeza como una alarma diciendo: “si escuchas su nombre de otros labios que no sean míos, huye. Eso solo puede significar que te han confundido con ella al igual que yo, y si eso ocurre, esa persona será un vampiro.”

Pero no huyo, no puedo. Es imposible que alguien como yo pueda huir de un vampiro, al menos no con mi cuerpo en temblores.

—¿Mía? ¿Eres tú?

Como puedo, enciendo el teléfono sin detener mi caminar. Intento desbloquearlo, pero estoy temblando tanto que me toma tres intentos conseguirlo. Busco el contacto de Sam y le marco.

Un timbre, dos timbres… Por favor, contesta.

Siento el sonido que me indica que ha descolgado y antes de que hable, por temor a que quien sea que esté detrás de mí, lo conozca y reconozca su voz, le digo:

—Escúchame bien lo que te voy a decir, idiota, —Mi voz suena bastante fuerte en comparación a como pensé que saldría—. Estoy llegando al restaurante “Bola Ocho” y como no apures ese culo perezoso, esa pizza que tanto te gusta, será mía y solo mía, ¿entendido? 

La línea se queda en silencio por unos segundos mientras yo deseo con todas mis fuerzas que haya entendido mi mensaje. Honestamente, no sé qué más decirle para que comprenda que estoy en problemas.

Cuelgo el teléfono al mismo tiempo que una mano fría se envuelven en mi muñeca izquierda haciendo que me voltee.

Un hombre de alrededor de cuarenta años, rubio, con unos bonitos ojos azules y barba de unos días, me observa alucinado.

—¿Mía?

—Creo… —Me aclaro la garganta—. Creo que me confunde, señor.

—Yo no lo creo. Son idénticas. ¡Oh, Dios, eres tú!

—Lo siento, pero no soy esa persona.

—Lo sé, ella murió, pero eres exactamente igual. —Se acerca a mí y yo doy dos pasos atrás mientras mi cabeza se rebana intentando recordar lo que me explicó Alexander de las runas, pero estoy congelada, aún más cuando me huele—. Igual de poderosa y el mismo pulso. —Termina con su vista concentrada en mi mano y yo la escondo tras mi espalda.

Oh, jodida mierda.

—Disculpe, me tengo que ir.

—Entonces, la profecía es real… Lo sabía… eres tú la criatura de la que habla. Tú nos liberarás.

Si sus palabras no son lo suficiente para aterrarme, ver cómo tres, no… cuatro personas más, todas con los ojos rojos, se nos acercan, hacen que me quiera desmayar.

Doy dos pasos hacia atrás, pero tengo los pies tan tiesos, que me enredo con ellos mismos y si no es porque el hombre frente a mí, me sujeta, habría caído al suelo. Mi teléfono no tiene la misma suerte y en el mismo momento que impacta contra el asfalto, entra una llamada de Alexander.

¿Por qué no pensé antes en ellos? Están mucho más cercas que Sam.

No lo pienso, me lanzo hacia el teléfono. A duras penas consigo alcanzarlo, pero no sé si logro descolgarlo pues el hombre golpea mi mano, haciendo que caiga al piso nuevamente.

—¡Ayuda! —grito con todas mis fuerzas con la esperanza de haber contestado la llamada a tiempo o de que alguien cerca me escuche.

El hombre me coge por la cintura y me sube sobre su hombro. Pataleo, lo golpeo en la espalda, me retuerzo, pero nada, es demasiado fuerte para mí.

Necesito defenderme, soy un maldito Legna y Adams me enseñó a luchar. ¡Joder, ¿por qué no me enseñaron qué hacer ante el pánico?! 

No puedo usar la serta, me da miedo. No sé hacer nada con ella y lo que me dijo Sam esta mañana sobre Mía, solo me hace sentir peor y la bash la tengo con la runa de resguardo. 

Alexander, el mismo día que quedé con él para que me enseñara cómo usarlas, me envió un mensaje contándome de la runa que mantiene la bash escondida. O sea, puedo tenerla siempre colgando de mi cinturón, pero con el poder de esa piedra, sería invisible a los ojos de cualquiera, salvo los míos. Pero para poder anular sus efectos necesito golpear mi mano izquierda, esa que contiene el adaptador, contra la bash, pero la cabeza de este idiota está en el medio.

Estiro mi mano hacia atrás, la enredo en sus rizos rubios y con toda mi fuerza los jalo provocando un grito, no es mucho, pero es algo. Aprovecho su desconcierto y me revuelvo con más fuerza. 

Sin importarme que pueda terminar rompiéndome la cabeza, impulso todo mi cuerpo hacia el frente mientras muevo mis pies intentando que no me los sujete. Golpeo la parte de atrás de sus rodillas con fuerza, haciendo que pierda el equilibrio y todo mi cuerpo cae a su espalda. Solo me da tiempo poner una mano para evitar que mi cabeza colisione contra el suelo.

A pesar del dolor, me levanto lo más rápido que puedo y los enfrento. Debo decir que ver que ya no son cinco, sino ocho, los que están frente a mí, me dice que no hay forma de que salga de esto sin ayuda, aun así, no pienso dejarme capturar sin luchar. La esperanza es lo último que se pierde, ¿no?

Retrocedo varios pasos. En algún momento me han arrastrado hasta un callejón con mal olor, cuya única iluminación es la bombilla que hay encima de mí. Mis atacantes están en las penumbras, a algunos solo se le ven los ojos rojos.

Sin pensarlo más, golpeo mi mano izquierda contra mi cadera y la bash se hace visible. El hombre que me ha confundido con Mía, alza una ceja y sonríe como si esto le resultara divertido. Meto la mano en la bash rezando para que la puñetera runa de la estaca venga a mí tal y como dijo Alexander que debería suceder y cuando la siento acariciar mi piel, la saco para luego golpearla contra mi mano izquierda. Una especie de luz azul se forma frente a mí, la atravieso y para mi sorpresa y agradecimiento, saco el arma.

—Por lo que veo tienes agallas. En eso no te pareces a Mía. Creo que le gustarías a mi hijo.

No me da tiempo a procesar sus palabras cuando algo cae delante de mí. Cierro los ojos ante el susto, pero al sentir algo frío envolverse en mi muñeca, los abro. Sam, de espaldas a mí, sujetando mi mano libre mientras da dos pasos atrás, evalúa la situación.

Un suspiro de alivio se escapa de mi interior y las lágrimas pugnan por salir. Gracias a Dios entendió.

—¿Estás bien? —Bueno, si no contamos que no hay una extremidad de mi cuerpo que no esté temblando y que creo que justo ahora podría morir de un infarto, creo que sí estoy bien.

—Ahora que estás aquí… creo que lo estaré. —Su mano presiona levemente mi muñeca en un gesto tranquilizador, pero que no tiene mucho resultado.

—Vaya, vaya… pero quién lo diría. ¿En serio, Sam? ¿La conoces? No, no me respondas… Mejor dime, cuando te mostré la profecía, ¿la conocías? —Sam no contesta, pero al parecer no es necesario—. Sí, ya sabías de su existencia. ¿Por qué no me lo dijiste?

—¿Por qué no te vas mejor, padre?

—¿Padre? —chillo.

—Sabes que eso no va a suceder.

—Al igual que sabes que no te permitiré acercarte a ella.

—¿En serio, Sam? ¿Pelearías en mi contra?

—Hasta la última de las consecuencias —responde sin dudarlo.

—Sabes que no es Mía, ¿verdad?

Bueno, no sé si el rubio lo tiene del todo claro, pero si algo en su interior aún piensa que soy ella y esa es la razón por la que me está ayudando, espero que siga creyendo que lo soy.

—Lárgate, Cristopher, no lo diré dos veces.

—Creo que estás en desventaja, hijo. —Sus palabras tienen una orden implícita y todas aquellas criaturas que se esconden en la sombra se acercan y yo maldigo la hora en que salí de mi casa. Ya no son ocho, hay casi quince y no todos tienen los ojos rojos.

—Yo no lo creo. Sabes quién es —dice señalándome con un leve movimiento de su cabeza—, y tienes una idea de lo que puede hacer. Estoy convencido de que podría deshacerse de todos ustedes incluso antes de que den un paso.

No sé qué intenta realmente, pero espero que no tenga sus esperanzas puestas en mí, sino, estamos bien jodidos.

—¿Esa niña asustada? No me hagas reír. Te daré otra oportunidad, Sam… —Cristopher camina hacia su izquierda y nosotros lo hacemos hacia la nuestra—. Dámela, dejamos que haga su papel en la profecía y luego te quedas con ella. Así de simple.

—No.

—Ok, tú lo has querido.

Trago saliva pues esa frase no me gusta, sin embargo, antes de que pueda hacer algo, un golpe en el costado de Sam, lo impulsa hacia su izquierda, llevándome a mí con él.

Alexander, con una estaca en su mano y su hermana detrás, observa al rubio con una rabia y un odio que me deja pasmada.

Oh, Dios… esto no puede empeorar.

—Aléjate de ella.

Sam se levanta del suelo con una sonrisa y sus ojos se ponen rojos.

Ok, me retracto, esta situación puede empeorar de muchas formas.

—Alexander… —Comienzo a decir porque no es momento de formar esta disputa. ¿Acaso no se ha dado cuenta de que el peligro real está frente a nosotros?

—Jazlyn, ven aquí —me pide Sharon y luce preocupada. Levanto las cejas extrañada, ¿ahora me quiere proteger?

Sam, sin perder la sonrisa de superioridad, camina hasta posicionarse frente a mí. 

—No lo creo —le responde a la princesa por mí.

Alexander, con su estaca en la mano, arremete contra Sam, pero este lo esquiva a la perfección. Sharon me jala de la mano y se pone delante de mí, luego de quitarme mi arma.

—Eso es mío.

—Yo la sé usar mejor, además, tú puedes sacar otra; yo no soy guerrero.

Meto la mano de nuevo en mi bash porque no me hace gracia estar desarmada y centro mi atención en los dos idiotas que se pelean ante mí, mientras los verdaderos malos observan la escena como si se tratara de la mejor película de acción. Ambos tienen sangre en sus rostros mientras batallan a muerte. Esto es absurdo.

Sharon por su parte, no pierde de vista al resto de los presentes.

—¿Por qué no atacan? —pregunta la princesa en un susurro.

—¡Porque se están divirtiendo! Ellos me quieren capturar, Sam intentaba ayudarme y ustedes lo están estropeando.
 
—¿De qué estás hablando?

Sin ánimos de explicarle, corro hacia la pelea y en el momento en que Sam va a estrellar su puño contra el rostro de su adversario por no sé cuántas veces en unos minutos, lo sujeto y a duras penas me meto entre los dos.
 
—Jazlyn…

—Escúchame bien, Alexander. Los problemas entre tú y Sam, lo resuelven después, justo ahora, mientras yo estaba sola, él me estaba protegiendo de su padre y los demás y tú estás estorbando.

—Es peligroso, Jazlyn.

Joder, odio que todos me digan lo mismo.

—Lo sé, pero justo ahora, me siento más a salvo con él que contigo, pues desde que lo conozco, ha estado ayudándome, a diferencia de ti, que siempre estoy esperando a que descubras algo que no debes y termines matándome.

—¿Qué…?

—O te vas, o nos ayudas.

Alexander mira a Sam quien permanece con la sonrisita burlona y ahora soy yo quien quiere borrarla de un golpe, ¿no ve que solo empeora las cosas? Luego observa su hermana que se encoge de hombros.

La mano de Alexander se enreda en mi brazo y me jala hacia él. 

—No te acerques a ella —le advierte a Sam y la mirada de odio que este le devuelve, si fuera a mí, me haría temblar.

—¿Ya se pusieron de acuerdo? —pregunta Cristopher de forma burlona—. Buenas noches, alteza.

—Tienes que tener la cara bien dura para pasearte a tus anchas por la ciudad, Cristopher.

—O los pantalones bien puestos. —Se encoge de hombros—. Hagamos algo, alteza, me das a la señorita y te dejo a mi hijo para que lo mates. Vaya, si quieres te dejo hasta un poco de apoyo; por lo que vi, él iba ganando.

—Yo tengo una propuesta mejor… Te vas, me olvido de esto y continúas con tu vida o te quedas y te mato. ¿Qué crees?

—¿En serio te crees capaz de matarme? Tú, junto con tu hermana Sanadora, mi hijo y el híbrido contra doce vampiros, dos lobos y cuatro demonios… Mmm, no lo veo muy posible.

De repente, un auto frena frente al callejón, en cualquier momento no llamaría mi atención, pero el sonido chirriante de las ruedas contra el asfalto, afecta a mis oídos sensibles y si en algún momento pensé que esto no podía empeorar… ahora sí que me retracto.

Adams baja de su Audi negro, mira sorprendido la escena ante él y cuando sus ojos se posan en mí, me detalla supongo que evaluando los daños. Cierra la puerta del coche y con los puños cerrados a sus costados y moviendo el cuello como si se estuviese resistiendo a su fiera, camina hacia nosotros.

—Oh, pero si la fiesta mejora —exclama Cristopher al verlo—. Mi hijo mayor… ha pasado un tiempo de la última vez que te vi.

—¿Estás bien? —pregunta con su vista concentrada en mí, pero no me da tiempo contestar, porque en menos de un segundo, Sam corre hacia él.

—¡Sam! —grito, pero no me escucha. 

Se lanza contra mi amigo, ojos rojos, garras afuera y colmillos ansiosos de encajarse en la piel de su hermano.
 
Oh, joder, Adams.

Mi amigo recibe su embestida afincándose en el piso y aprovecha el impulso para lanzar a Sam contra una pared. Eso no lo detiene, se levanta como si nada y vuelve al ataque; esta vez consigue arañarle el pecho a su hermano y un jadeo escapa de mi boca al ver su rostro de dolor.

Corro hacia ellos, pero Alexander me toma por la cintura.

—¿Qué crees que haces?

—Evitar que se maten, ¿qué crees?

—Esa guerra no es tuya. 

Harta de toda la situación y sabiendo que por más que le explique, Alexander no me soltará, estampo mi codo contra su estómago tomándolo por sorpresa. Se doblega del dolor y me libero de su agarre.

—Esto es lo más divertido que he visto en mis últimos cien años. —Escucho murmurar a Cristopher, pero lo ignoro con un único pensamiento en mente. Evitar que dos hermanos se maten entre ellos.

Sin saber qué hacer exactamente, trepo a la espalda de Sam, enredo mis piernas en su cintura y mis manos en su cuello haciendo tanta presión como puedo. Adams está en el piso, intentando levantarse luego de un golpe en la cabeza.

Sam intenta separar mis brazos de su cuello y en el intento me encaja las garras. Grito de dolor y Adams, ya de pie, hace el intento de correr hacia nosotros.

—¡No te acerques! —grito con la esperanza de que mi amigo no haya perdido totalmente la cabeza decidiendo deshacerse de su hermano.

Sam, de alguna forma, logra sacarme de su espalda tirándome contra el piso. El dolor que se extiende por mi columna es desgarrador al punto que me deja sin aire durante unos segundos.

Todo sucede en cámara lenta, Adams se arranca la camisa y en solo segundos, su lobo interior se libera y si el otro día en mi casa me pareció intimidante, hoy se ve aterrador. Por otro lado, Alexander corre hacia nosotros y a duras penas, me pongo de pie.

Con el corazón acelerado miro al lobo por un lado, al príncipe por el otro y la risa divertida de Cristopher resonando por todo el lugar y sin saber qué hacer, grito:

—¡No! 

No voy a decir que sonó estrepitosamente alto al punto de reventar los tímpanos de todos los presentes, pero lo sentí desgarrador, como si algo dentro de mí se hubiese roto y aprovechando el desconcierto de Alexander y Adams, me giro hacia el vampiro y lo golpeo en el pecho tomándolo por sorpresa. Sus ojos rojos se encuentran con los míos, pero ya no me interesa nada.

—Escúchame, imbécil, —Mi voz se escucha, pero no con la misma potencia que mi enojo le exige—. Ya hablamos de esto, me lo prometiste. Dijiste que me protegerías y sabías que Adams era mi mejor amigo y que esto podía ocurrir. —Vuelvo a golpear su pecho—. Me prometiste que sabrías interponer mi seguridad a los problemas entre ustedes y ya es hora de que lo cumplas. 

Mi respiración es errática y ni siquiera sé si me ha escuchado. Es por eso que los segundos antes de que se lance contra su padre, son tan intensos.

Un vampiro se interpone en el camino hacia Cristopher y todo se desata. ¿No podíamos seguir el camino de la diplomacia?

Alexander y Adams se unen a la batalla al mismo tiempo que los dos lobos del enemigo se convierten. Sharon corre hacia mí.

—Si salimos de aquí, tienes muchas cosas que explicar —comenta una vez llega a mi lado.

—¿Por qué mejor no te largas a patear culos y me dejas recomponerme en paz?

—¿Te duele mucho? —pregunta y yo resoplo. ¿Acaso no lo ve en mi cara?

Sin apartar su vista de la pelea, mete su mano en la bash y saca una runa, la golpea contra el adaptador y una vez aparece el halo de luz, saca una hierba.

—Mastícalo, te quitará el dolor. Demorará unos minutos, pero estarás como nueva.

Sin ponerme a pensar en la asquerosidad de la hoja negra y babosa que me tiende, la meto en mi boca. No sé decir cuántas muecas cruzan por mi rostro ante la acidez de esa porquería, pero gracias a Dios, con el paso de los minutos, el dolor va remitiendo.

—Creo que tendremos que hacer algo para ayudar —comento al ver cómo le patean el culo a los muchachos.

—Mi hermano me enseñó a pelear, pero más bien para defenderme. Solo soy una sanadora. No sé si pueda ayudar mucho.

—Algo es mejor que nada. —Saco otra runa de la estaca de mi bash pues no sé dónde demonios perdí la otra—. Adams me enseñó a pelear. —Me mira raro. 

—¿En serio? —Asiento con la cabeza—. Ok, a la de tres. Uno, dos y… tres.

Sin pensarlo mucho más, nos lanzamos a la batalla con un grito de guerra que alerta a todos.

—¿Qué coño creen que hacen? —grita Alexander.

Un vampiro corre hacia mí, veo como el príncipe intenta ayudarme, pero un… ¿demonio? Se interpone en su camino.

El de los ojos rojos intenta sujetarme pues ya me quedó claro que me necesitan viva, pero logro esquivarlo; golpeo su rostro y el golpe retumba por todo mi brazo. Le lanzo una patada, pero me la sujeta y me tira contra la pared. Ok, me necesitan viva, pero nadie dijo que sin golpes. 

El vampiro se lanza sobre mí, pero antes de que llegue, un lobo blanco lo golpea por un costado. Forcejean con fiereza y yo me incorporo; no lo dudo, clavo la estaca en su espalda antes de que sus colmillos se incrusten en mi amigo. La sangre gorgotea de su boca antes de caer desplomado al piso.

Adams no pierde segundo en volver a la batalla, pero cuando lo voy a hacer, me paralizo ante la escena ante mí. No vamos a salir vivos de aquí, no si no hago algo…

Con el pánico recorriendo por mis venas, pienso en el sueño de anoche, esa maldita runa gigante que mató a tantos vampiros, pero que me hizo sentir tan mal… tan fuera de control.

Al demonio, dudo que algo pueda ser peor que esto.

Uno el anillo con el pulso, este se abre mientras se va poniendo duro y cuando las agujas del aro se clavan en mi piel, esa sensación de ahogo y mareo, vuelve a mí. Aun así, intento concentrarme en respirar. La vida de ellos depende de mí o de un milagro. 

Todos voltean sus cabezas hacia mí, supongo que eso de que soy como un faro es realmente cierto y aprovechando el desconcierto que reina, corro hacia ellos. Empujo a Sam por su pecho pues es el único chupasangre que no quiero dentro de la runa y una vez que ubico a los que necesito, apoyo la punta de la serta en el suelo y corro encerrándolos en un círculo mientras a mi paso, voy dejando una estela de sangre.

Cuando los vampiros se percatan de que algo no va bien, intentan escapar, pero chocan contra una barrera invisible.

La sangre quema en mis venas, una corriente que no sabría explicar recorre todo mi cuerpo mientras esa sensación de ahogo desaparece siendo remplazada por un sentimiento de libertad tan vigorizante que da miedo. Cuando regreso al punto de salida, hago una especie de remolino uniendo las dos puntas y corro hacia el vampiro más cerca hasta encajarle la serta en el pecho.

Pero lo realmente sorprendente es ver cómo siete reflejos míos hacen lo mismo con el resto de los vampiros encerrados en el círculo. Esta es la runa de Espejo, o eso creo.

Cuando todos caen, los ojos de los presentes me observan entre sorprendidos y asustados, mientras el resto de nuestro enemigo comienza a dar marcha atrás; sin embargo, no me interesa, solo puedo pensar en que dos vampiros han quedado fuera de la runa y que deben morir.

Con ese pensamiento en mente, me lanzo contra el menor de los Hostring, sintiendo como la oscuridad bulle en mi interior.

🌟🌹🌟

Jo... se descontroló...

¿Por qué Jaz atacó a Sam?

¿Qué sucederá ahora?


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro