Especial Navideño [Lucerys]
Lucerys sobó sus ojitos con ambas manos, parpadeó más de tres veces y terminó por bostezar. La noche anterior apenas pudo conciliar el sueño, los cobertores de su cama empezaron a sentirse más pesados y asfixiantes. Su cuerpecito se sofocaba con tanta facilidad que lo hacía removerse en las madrugadas, tirar varios de los cobertores al piso para quedarse solo con el que Aemond le había regalado aquella vez que salieron del castillo para asistir con Aegon y Jacaerys a un recorrido por las calles más pobres de la ciudadela. Su miedo por esas olas de calor se lo contó a su dragoncito Emon, la criatura de lana era su único cómplice; y quizás debiese incluirse a la doncellas de la cocina. Porque eran ellas las que lo recibían a tempranas horas de la mañana, como justo en ese momento.
El príncipe Lucerys vestía su camisón blanco, arrastraba su dragoncito Emon con una mano y con la otra, seguía sobando sus ojitos. Estaba cansado, las olas de calor se hacían más intensas que podría igualarse a las llamas que alumbraban los pasillos secretos del palacio -esos que por orden del rey Viserys I fueron mandado a limpiar e iluminar. No las entendía ni el hambre con el que despertaba, el pequeño Lucerys simplemente se embarcaba en el viaje hasta la cocina -no sin antes recoger las más bellas rosas del jardín por esos toques blancos que tenían. Que para cuando llegaba, las doncellas le daban la bienvenida con sonrisas de oreja a oreja.
La mayoría de las doncellas eran betas, no podía descifrarse sus emociones en sus aromas. Lo que resultaba innecesario, todas le sonreían con sinceridad al pequeño Lucerys. Porque sus corazones eran realmente conmovidos, el pequeño Lucerys les ofrecía una tierna imagen al mostrarse con sus ricitos despeinados, sus mejillitas sonrojadas, sus ojitos verdes con un brillo que el sol debía recelar y sus manitas acompañadas de su dragoncito Emon y rosas para ellas. Rosas que el pequeño Lucerys entregaba con un beso en la mejilla a cada una de ellas, quedaban prendidas por él y por su aroma tan refrescante y dulce -no se sabía si era su aroma, o alguna fragancia que usaba; solo que era demasiado hipnotizante y reconfortante. La gentileza con la que el príncipe Lucerys les saludaba y les pedía un poco de fruta picada les recordaba a la adorada reina Aemma. Que las doncellas se esforzaban por escoger las frutas más deliciosas y exóticas -con cada día de visita, el príncipe Lucerys había probado una extensa variedad de frutas, muchas le gustaron.
—Aquí tiene, mi dulce príncipe. —Sefi, la beta encargada de dirigir la cocina del palacio, le extendió un platito con mango y plátano picado. La mirada verdosa del príncipe Lucerys se iluminó más, los hoyitos en sus mejillas aparecieron y se las dedicó a la beta. —. ¿Gusta que el probador se cerciore del buen estado de la fruta?
El pequeño Lucerys negó y rápidamente se metió un pedacito de mango. Cerró sus ojitos, disfrutó del sabor y la suavidad de la pulpa. Lo que hizo a varias de las doncellas suspirar ante el deseo de tener un hijo como el príncipe -tan dulce y ajeno a la malicia que rodea al palacio.
La beta Sefi se regresó con sus compañeras, ordenó que se le sirviera un vaso de agua y exprimieran un par de naranjas -las que ella misma seleccionó. Ante las frecuentes visitas del príncipe Lucerys, Sefi se había tomado la obligación de resguardar la bóveda con las verduras y frutas al igual que dar el primer bocado a las frutas que picaba. Se portaba como una madre que cuidaba de no desaparecer la inocencia y confianza que el príncipe Lucerys tenía en ella o en sus compañeras.
— ¿Usted cree que si llegara a robar a nuestro dulce príncipe, la furia del rey Viserys alcanzaría a mis siguientes generaciones? —Beth, otra de las doncellas que servía exclusivamente en la cocina, habló sin ningún tono de maldad. Lo que hizo negar sonriente a Sefi, no era la primera vez que escuchaba ese tipo de preguntas.
—Probablemente, no estoy segura. Nuestro rey Viserys es un hombre noble, tal vez él te perdone. —Beth la miró esperanzada, el príncipe Lucerys había conquistado su corazón al punto de devolverle el deseo de ser madre. —. Mas, no esperes lo mismo del príncipe Aemond. Puede ser respetuoso con nosotras, pero aquello no es garantía si pretendes robarle su prometido.
—Y el que carezca de un dragón, no le será impedimento para hacer arder a todo King's Landing. —Secundó otra doncella, mientras terminaba de exprimir las naranjas para el jugo del pequeño Lucerys.
—Porque es un Targaryen, lleva la sangre y el recelo de un dragón. Sabe proteger a lo que considera como su tesoro.
Beth suspiró resignada, sus compañeras estaban en lo correcto. Bastaba con recordar las feroces miradas que el príncipe Aemond lanzaba a quienes se atrevían a acercársele a Lucerys. Incluso a ella, tras descubrir su colonia a menta en el pequeño príncipe. Desde ese día, no ha vuelto a usar fragancia alguna ni sus amigas.
—Bueno, no lo culpo. El pequeño Lucerys realmente es un tesoro dentro de este palacio, fortuna de nuestro príncipe Aemond de tenerlo. —Beth murmuró, el príncipe Lucerys había agradecido a una de sus compañeras por el jugo. Lo terminó con la misma rapidez y volvía a dar las gracias, se apresuró a llevar su plato y vaso al lavabo para pedir ser el que se encargara de limpiarlo. La doncella Miran se negó, pero no pudo mantenerse firme.
Todas las doncellas miraban como nuevamente el príncipe Lucerys se salía con la suya y lavaba sus servicios. Lo que les llevaba a los días en donde una joven reina Aemma no solo se dedicaba aprender de ellas sobre el funcionamiento del palacio, sino de escuchar sus historias y necesidades -como lo que el príncipe Lucerys hacía. Al segundo hijo de Rhaenyra le gustaba saber de las doncellas y los guardias sobre sus gustos, el modo en cómo llegaron al palacio y también que le contaran sobre las leyendas de King's Landing -esto para decírselo a Jacaerys, su hermano mayor apuntaba gran parte de las historias que le narraba.
— ¿Podría llevarme un poco de moras? —El pequeño Lucerys señaló al sesto que tenía moras recién lavadas, las doncellas asintieron de inmediato y fueron a entregarle unas cuantas en una bolsita. No necesitaban que Lucerys le dijera para quién era, se conocía el extraño gusto del príncipe Aemond por ellas -pues se podía verlo comiéndolas con el ceño fruncido. —. Se lo agradezco muchísimo, las veo mañana.
—Lo estaremos esperando, mi dulce príncipe. —Lucerys las reverenció y se retiró. Caminaba por los pasillos ya no con rosas, sino con las moras en la bolsita y su dragoncito Emon.
Tuvo que retomar los pasajes secretos para evitar que Aemond volviera a discutir con su escolta por no permitirle visitarlo, no quería que empezara su día con mal humor -no uno que amenazaba con ser de los más fríos. Ya no sentía ese sofoque de las madrugadas, necesitaba la calidez tan apacible que Aemond le ofrecía. Que se apuró en llegar a su habitación -su lugar seguro, tocó suavemente la diminuta campana para avisar que estaba ahí.
La mirada soñolienta del príncipe Aemond lo recibió, su aroma a sándalo con toques de eucalipto bastó para que el cuerpecito de Lucerys dejara de temblar. El frío seguía sintiéndose, fue hasta su cama y se sentó a su lado. Acomodó a su pequeño dragoncito Emon en el medio de ambos para finalmente terminar por ofrecerle las moras a Aemond, el mayor empezó a comerlas en respuesta. Lo que hizo que la misión por las mañanas de Lucerys se completaran, el sueño regresó a él y su bostezo lo evidenció.
—Muchos dicen que no te gustan las moras. —El pequeño Lucerys habló entre bostezos, sus ojitos se hacían más pesados. Recostó su cabeza en el hombro de Aemond, cansado. —. Pero, siempre terminas las bolsitas que te entrego.
—Porque tú eres el que me las da. —Aemond también sentía a sus ojos caerse cerrarse en cualquier momento.
—Mientes, Mond.
—Uhmmm, es cierto. —Aemond bostezó, siguiendo a Lucerys en el acto. Le quedaba solo dos moras para acabar. —. A pesar de que no me gusta su sabor, las termino porque fue el antojo más frecuente que Rhaenyra tuvo cuando estaba embarazada de ti. Y en mi intento de acompañarla y conocerte más, comía las moras en tartas, glaseado, jugos o solas. Realmente, hiciste ricos a muchos cultivadores de moras.
Lucerys rio.
—Uh, entonces debería gustarme. —Acariciaba su dragoncito de lana, despreocupado. Al lado de Aemond, no temía a nada más que no fuese el momento de separarse. —. ¿Verdad?
—Debería. —Ambos coincidieron, siendo conscientes de que al pequeño Lucerys le desagradaba las moras -igual o peor que el mismo Aemond lo hacía.
Un silencio se instauró sobre ellos, uno que era acogedor y tranquilo que sirvió para que los dos cedieran al sueño. Sus respiraciones se sincronizaron, sus ojitos se cerraron y ambos terminaron dormidos.
Fueron una o dos horas que descansaron, no estaban seguros -solo que las risas de Aegon y Jacaerys los despertaron. Aemond no tuvo oportunidad de reaccionar; un momento a otro, tenía a su hermano mayor encima. Lo que hubiera bastado para que Aemond se enojara, de no ser por la habitualidad con la que Aegon empezó hacerlo. Así que, ahí estaban ambos platinados molestándose mientras que, Jacaerys y Lucerys apostaban por sus príncipes.
El pequeño Lucerys estaba tentado a lanzarse contra Aegon o tirarle a su dragoncito Emon, lo que últimamente le estaba inquietando. Porque desconocía a su instinto y ese lado tan sobreprotector que advertía con mostrarse, su hermano Jacaerys tomó su mano y la apretó. Los dos Velaryon se vieron cómplices, no tardaron en coger las almohadas de la cama de Aemond y aventarlas en contra de los platinados.
Aegon y Aemond se detuvieron, se levantaron y miraron feroces a Jacaerys y Lucerys. Ambos Velaryon contuvieron su risa, Jacaerys jaló de su hermanito y Lucerys, a su dragoncito Emon. Los hijos de Rhaenyra salieron corriendo de la habitación de Aemond hacia los pasajes secretos, siendo seguidos por Aegon y Aemond. — ¡Más rápido, Luke! ¡Nos alcanzan!
Los hermanos Velaryon llegaron al jardín real, al mismo jardín en donde el pequeño Lucerys se robaba rosas para las doncellas que lo atendían en la cocina. Se detuvieron sorprendidos, parte del jardín estaba cubierto de finas capas blancas de nieve. Lucerys no se había percatado antes por el sueño, ahora entendía el extremo frío que sintió y cómo fue que contrarrestó sus olas de calor. Que soltó una risita por haber sido tan despistado, el invierno llegó -su primer invierno.
Jacaerys y Lucerys se asomaron a esas finas capas, tocaron con curiosidad la nieve y olvidaron que eran perseguidos por Aegon y Aemond. Los últimos también quedaron prendados por la gélida y nueva belleza que el jardín les ofrecía, imitaron a los hermanos Velaryon y fueron a sentir la nieve.
—El invierno llegó, mis amados príncipes. —La voz de Rhaenyra sonó con dulzura. Llevaba un largo abrigo, el tierno Joffrey también y con ellos, el travieso Daeron.
El menor de los platinados se atrevió a soltarse del agarre de Rhaenyra por ir con sus hermanos y tocar la nieve, pate de ella se quedó en su mano y corrió a mostrársela a Joffrey. La naricita de Joffrey quedó con un poco de nieve, lo que hizo estornudar.
Rhaenyra rio. —Me gustaría consentirlos, por lo que he ordenado que preparen chocolate caliente y horneen unos panecillos para el desayuno. —La princesa y heredera se acercó a sus hijos y hermanos, sujetando a Joffrey y a Daeron con ambas manos. —. Estoy segura de que les gustará, la reina Aemma así disfrutaba recibir el invierno.
—Entonces corramos, o padre nos dejará sin probar bocado de ese desayuno. —Aegon alarmó; Jacaerys, Lucerys y Aemond asintieron, sabiendo que todo recuerdo que existiera de la reina Aemma era acaparado por el rey Viserys I.
— ¡Antes! —Rhaenyra alzó la voz para detener a sus hijos y hermanos de una carrera hacia el comedor. —. Necesito que se vistan y abrigan, no quieren pasar su primer invierno resfriados. ¿O sí?
Los cuatro negaron, detestaban enfermarse. No podían atender sus lecciones o entrenamientos libremente, tampoco les agradaba el sabor de las medicinas que el maestre Marel les ofrecía y que Rhaenyra los obligaba a tomar como la madre preocupada que era.
—Entonces prepárense, los esperaré aquí para ir juntos al comedor. —Todos obedecieron, Rhaenyra se quedó cuidado a Daeron y a Joffrey para que no termine con el rostro en el pasto lleno de nieve por seguir al menor de los hijos de la reina Alicent.
Los primeros en llegar fueron Jacaerys y Lucerys, empezó a nevar. Alzaron sus rostros hacia el cielo, sintieron cómo los copos de nieve caían sobre ellos. Lucerys también alzó sus manitos en el intento de coger un copo de nieve, la delicadeza con la que movía sus manitas se igualaba a la manera de usar su espada de madera. Estaba absorto, encantado que no se percató de la llegada de Aegon y Aemond. Nunca se imaginó que el invierno pudiera llegar a ser tan hermoso, su madre y hermanos lo acompañaban. Aegon y Aemond procuraban que Daeron no hiciera una travesura, lo que fue demasiado tarde al verlo mover el árbol en el que Jacaerys y Lucerys terminaron por situarse.
Ambos Velaryon fueron cubiertos por la espesa nieve, sus cabellos castaños se tornaron blancos y sus narices reaccionaron de inmediato como con el pequeño Joffrey -se volvieron rojas, estornudaron. Que se demoraron en atrapar al escurridizo de Daeron, Jacaerys y Lucerys lo apretaron a sabiendas que el menor de los platinados solo soportaba el toque de Joffrey y un poco de Rhaenyra.
— ¡Hermanos, ayuda! ¡Me van a... —Daeron terminó gritando y sonrojándose al recibir besos en ambas mejillas por Lucerys y Jacaerys. El rostro de sufrimiento del atrevido Daeron bastó para que Aegon y Aemond rompieran en risa, más si éste buscaba su ayuda al estirar sus manitas.
— ¡He ahí a Daeron "El atrevido"! —Aegon gritó, sus lágrimas amenazaban con salirse de tanto reír.
—Padeciendo por unos mimos, ¡qué tragedia! —Aemond se unió a la burla, Rhaenyra tuvo que contener al pequeño Joffrey -quien realmente parecía atender el llamado de ayuda de Daeron; mientras que Jacaerys y Lucerys se esforzaban por no soltar al menor de los platinados.
Nadie negaría que los príncipes Velaryon eran la felicidad de los jóvenes dragones. Sus risas resonaban en el castillo, sus miradas violetas brillaban por lo risueño de su amor; este invierno iba a ser de los más fríos pero también de los más acogedores.
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[•] De verdad, agradezco a todas las personitas que están siguiendo la historia. No pensé que llegaría a tantas, así que sinceramente tienen mi corazón con ustedes por el lindo apoyo. Leo la mayor parte de sus comentarios, procuraré responder a la par (que en teoría, soy mujer libre). 💕🫶🏼✨
[•] Espero disfruten del capítulo, trato de incluir a todas los hermanos (darle su espacio). 💕
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