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Especial [La reina y la princesa]

Lamento la extensión. 🫶🏼💕
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El príncipe Jacaerys estaba sentado en el columpio, sus pies jugaban con la nieve y su mirada se perdía en la misma blancura de la nieve. Sonreía y asentía ante el llamado de sus hermanos, su mente le impedía reunirse con ellos y jugar. El recuerdo de su encuentro con el hijo del noble Ferl seguía presente, atormentándolo. No quería creer en sus palabras porque significaba faltarle el respeto al honor de su madre, mas bastaba verse en el espejo para darle la razón a sus acusaciones. Era un príncipe Targaryen con el cabello castaño y mirada celeste, no tenía el característico color platinado y violeta adornándolo. No se parecía a su madre o prometido, tampoco a su padre Laenor.

Si no fuese el jinete de Vermax, muchos jurarían que la sangre del dragón no corre por sus venas.

El príncipe Jacaerys resopló con pesadez, la reina Alicent se percató y cautelosamente llegó hasta él. Fue recibida con una sonrisa gentil para luego volver a tenerlo centrado en la nieve, Jacaerys lucía cómo un príncipe avergonzado que no se animaba a levantar la cabeza. Lo que preocupó a la reina, se sabía de la honorabilidad del primogénito de Rhaenyra. Así que, se animó a interrumpir su disputa -esperando no ser rechazada. —Vuestro hermano Lucerys los ha extrañado muchísimo.

—Y nosotros a él, fueron días eternos. —El príncipe Jacaerys respondió cordial, era la primera vez que hablaba directamente con la reina. —. Que nadie la pasó bien, Joffrey no dejó de llorarle hasta el tercer día.

Ambos sonrieron incrédulos, no imaginaban al pequeño Joffrey llorando hasta el cansancio -no cuando sabían de sus esfuerzos por parecerse al travieso Daeron; fuerte y muy valiente. 

—Estamos acostumbrados a permanecer juntos; para bien o para mal, para reír o para llorar. —Jacaerys se explicó, la reina Alicent asintió. Pudo distinguir el brillo en la mirada celeste de Jacaerys, era el amor a su familia hablando por él. —. Somos uno, mi reina.

—Entonces son lo que este palacio necesita. —La mirada celeste de Jacaerys se posó en ella, estaba confundido por sus palabras y no lo culpaba. La reina Alicent apenas reconoció la magia de los niños de Rhaenyra, de cómo su amor y unión pudo devolver los colores a Red Keep. —. Porque se tiene bastante de la intriga, del recelo y de las separaciones.

— ¿Usted lo cree? —La reina Alicent volvió asentir, el príncipe Jacaerys suspiró. Sus manos se juntaron, se removieron nerviosas; recordándole a la reina el mismo tic que hacía cuando se hallaba agobiada. —. Si se tiene bastante de ello, ¿por qué no parece ser suficiente? ¿por qué los rumores no se detienen, no conocen límites?

—Para dar una respuesta, me serviría conocer a qué rumores se refiere, mi príncipe. —Jacaerys negó, nuevamente bajó la cabeza. Sus manos no dejaron de moverse, su mirada celeste amenazaba con romperse y sus lágrimas, en rodar por las mejillas. El primogénito de Rhaenyra no quería sollozar, alarmar a sus dos hermanitos e incluirlos en esta misma tristeza.

La reina Alicent conocía bien ese sentimiento de retener su tristeza, su dolor y vergüenza. Su corazón se estrujó con fuerza, no consideraba correcto que el príncipe Jacaerys experimentara lo mismo. Estaba segura de que era ajeno a los pecados de cualquiera.

—Déjame ayudar. —Pidió la reina, Jacaerys titubeó. Quiso negarse, repetir esas acusaciones era lastimar a su madre y la amaba demasiado -como para hacerlo. El primogénito de Rhaenyra prefería atormentarse solo, culparse solo. —. No mereces llevar ninguna carga a causa de los rumores de este palacio, pues la mayoría son malintencionados y falsos.

—Dudo que estos lo sean, mi reina. Porque mis hermanos y yo les damos sentido, nuestras apariencias por sí solas. —A la reina Alicent le bastó para entender a qué rumores se refería, el destino le mostraba realmente las consecuencias de sus decisiones. El plan que Larys Strong tramó no solo repercutía en la princesa Rhaenyra, sino en sus hijos -en esos que no merecían ser aplastados por rumores tan hirientes.

Tener al príncipe Jacaerys avergonzado y culpable por tener una apariencia distinta a sus hijos la hizo sentir fatal, los príncipes de Rhaenyra eran nobles y de un enorme corazón -el pequeño Lucerys se lo mostró al preocuparse por ella, la mujer que no dudó en rechazarlos. No ameritaban ser despreciados, no si corría la sangre del dragón en ellos. Se repetía lo injusta que fue, el remordimiento apretaba su pecho y encendía una enojo contra sí misma.

Se había estado volviendo como su padre, una persona que no le interesaba destruir a inocentes; la reina Alicent se contuvo por agacharse y así mirar fijamente al príncipe Jacaerys. Poco o nada le importaba si el largo de su vestido se cubría de nieve, debía parar esos dolorosos pensamientos en el príncipe Jacaerys.

—Escúcheme bien, mi príncipe. Usted es un Targaryen, la sangre del dragón corre por sus venas y por las de sus hermanos. —La reina Alicent tomó las manos inquietas de Jacaerys, lo miró con ternura y su pecho volvió a apretarse al notar esos ojitos celestes cristalizados. —. Porque son hijos de la princesa Rhaenyra, de la única heredera del trono.

—Pero, nosotros no lucimos como un verdadero Targaryen.

—Su apariencia no los hace menos Targaryen, no si son jinetes de dragón y su madre será la reina de los siete reinos cuyo apellido es el mismo. —Jacaerys cerró los ojos, quería creer en las palabras de la reina y sentirse suficiente. Mas, el miedo de no serlo y poder perder a Aegon era mayor. —. Ustedes portan el emblema del dragón, representan su fuerza. Puedes creer en mis palabras, son la salvación de su casa.

— ¿Realmente, es así?

La reina Alicent asintió determinada. —Mis hijos han conocido y aprendido de su nobleza y bondad, son amados y felices; son dragones que han encontrado su hogar gracias a ustedes.

El príncipe Jacaerys sonrió y asintió frenéticamente, se iba aferrar a esas palabras. Porque su corazoncito necesitaba de ello para saberse merecedor de Aegon, de su atención y de su cariño. Que se apuró en borrar cualquier rastro de tristeza al divisar a Aegon acercarse, el platinado traía a empujones al hijo del noble Ferl. Tanto la reina Alicent como el príncipe Jacaerys se quedaron sorprendidos, el hijo de Ferl cayó de rodillas frente al primogénito de Rhaenyra.

El pequeño Lucerys no dudó en correr hacia su hermano, en posarse a su lado y ciertamente delante de él. Había estado observándolo desde que llegó, no era el mismo Jacaerys que lo recibía con un fuerte abrazo. Apenas le devolvió el saludo, su instinto de protección y alarma no se detuvo ante la conversación de Jacaerys con la reina. Siguió pendiente de él, que ante la llegada del extraño no vaciló en ir a protegerlo, porque sospechaba que era el culpable de la tristeza de su hermano.

Aemond tuvo que poner su mano en el hombro del pequeño Lucerys para evitar que se lanzara contra el hijo de Ferl, pues su aroma de lavanda y jazmines evidenciaban su enojo -ese que podría traspasar su encantador comportamiento. Mientras que, Alicent ordenaba a las nodrizas mantener a Joffrey y a Daeron con Helaena.

—Si mi prometido no te perdona, créeme que no verás a tus padres envejecer. —Aegon amenazó en un susurro que solo el hijo de Ferl escuchara. Estaba eufórico; desde que notó el cambio en la actitud de Jacaerys no se detuvo en saber las razones. Tuvo que enfrentarse a varios criados, a sobornar un par de doncellas y amedrentar a unos caballeros para enterarse sobre el enfrentamiento del hijo de Ferl con Jacaerys; y cómo el infeliz beta se atrevió de tildar al hijo de la heredera al trono de bastardo.

El hijo de Ferl se supo acorralado; el príncipe Aegon no era el único molesto con él, sino tenía al segundo hermano de Jacaerys tentándose a golpearlo junto con su prometido Aemond -un alfa prime, y a la misma reina fastidiada. Se arrepentía de mencionar las palabras de sus padres, sus lágrimas no tardaron en resbalar.

—Por favor, perdóneme, príncipe Jacaerys. Fue un tonto, jamás debí repetir esas acusaciones. —Apenas se le comprendía al hijo de Ferl, Jacaerys negó y lo ignoró. Fue hasta Aegon, lo abrazó y besó su mejilla.

—Eres un tonto, Aegon. Solo necesitaba un abrazo tuyo.

—Y lo tendrás. —El príncipe Aegon le correspondió, mientras que la reina Alicent ordenaba que se llevaran al hijo de Ferl con su madre -no sin antes exigir una reunión con sus padres; logrando así que Lucerys se relajara. —. Sin embargo, no puedo permitir que un simple beta se atreva a hacer llorar a mi prometido. No si me prometí cuidarlo, proteger la sonrisa que tanto adoro. 

Jacaerys sonrió avergonzado, sus mejillas y orejas se sonrojaron. —Ese no es tu deber, sino ser un príncipe justo y noble.

—Lo fui, no pedí su cabeza. Solamente su honor a cambio del tuyo. —Aegon murmuró, recordando la forma humillante que lo sacó de su torre.

— ¡Aegon! —Jacaerys regañó, Aegon ni se inmutó. El platinado tenía una sonrisa enorme en su rostro junto con Aemond, el pequeño Lucerys frunció el ceño y negó.

La princesa Rhaenyra llegó, sus hijos le reverenciaron y ella les respondió con una dulce sonrisa. Apenas fue avisada que su pequeño Lucerys se retiró de la habitación, supuso que fue a reunirse con sus hermanos. Se lo permitió porque el maestre Marel le aseguró que su celo se había terminado; y por estar resguardado no solo por Aemond, sino por la reina Alicent. A pesar de que la relación con la beta era confusa, su corazón confiaba en ella. Quizás, por la creencia de que el recuerdo de su amistad era más fuerte que cualquier resentimiento, o por lo que sus hijos significaban a los príncipes.

Lo cierto, para la heredera al trono, era que la reina Alicent fue de gran ayuda para el cuidado de Lucerys. Supo contener las contracciones y la fiebre, supervisar al maestre Marel y a las doncellas en su ausencia -esa que era obligatoria, Jacaerys y Joffrey la extrañaban y necesitaban como estar enterados sobre la salud del pequeño Lucerys. Incluso, podría incluir a su propio esposo Laenor al ser recibida por su desesperante interrogatorio sobre Lucerys. De no ir nuevamente a su torre, tendría a sus hombres Velaryon desafiando a cualquier guardia que le impidiese llegar hasta ellos.

Su familia era fuerte, la princesa Rhaenyra ansiaba que se mantuvieran de esa forma. Porque hoy iba a decirle a La Corte que su dulce Lucerys se presentó como un omega prime; consciente de los rumores que se desatarían. Volvería a cuestionarse su legitimidad, señalar a sus niños con ofensivos insultos. Lo que le hartaba, sus príncipes eran y serían de la sangre dragón. La princesa Rhaenyra les dio la vida, los acunó en sus brazos cuando eran unos pequeños bebés, estuvo presente en el primer contacto de sus hijos con sus dragones y atestiguaba cómo el coraje del dragón se formaba en ellos.

Su tolerancia y fuerzas se agotaban, podía soportar las infamias hacia ella -no a sus niños. Jacaerys, Lucerys y Joffrey eran su mundo, de las razones para que ella se aferrara a la lucha contra las hienas de las otras casas, su inspiración para avivar la llama del dragón en su corazón. No se perdonaría apreciar la vergüenza y culpa en los ojos de sus niños, porque esa vergüenza y culpa era únicamente de ella. Sus príncipes eran su tesoro, de lo mejor que pudo tener en su vida. Por lo que, su retorno a DragonStone se hacía cada vez más cercano.

La princesa Rhaenyra suspiró, su mano fue tomada y apretada por la reina Alicent. Su tristeza y preocupación se evidenció en su aroma, la beta pudo percibirla. —Siempre supe que serías una gran madre, Rhaenyra. Fuiste criada con amor, la reina Aemma debe estar muy orgullosa de ti.

—Quisiera creerlo, pero temo que he fallado más de lo que me gustaría reconocer. —La princesa Rhaenyra se culpaba, sus niños eran acusados por ella -por su debilidad y haberse conformado con la ceguera deliberada de su padre.

—Tal vez, sea cierto. —La reina Alicent observó cómo sus hijos y los de Rhaenyra se sentaba a comer los panecillos de mantequilla. Aegon, Aemond y Daeron eran regañados por su falta gratitud con las doncellas que los servían -esto por los hermanos mayores Velaryon; mientras que, Joffrey dejaba rosas en el punto medio de cada trenza de Helaena. Había felicidad, cariño y comprensión. Aquello jamás lo había logrado, era obra de Rhaenyra y no pensaba discutirlo. La princesa siempre supo cómo amar, proteger y cuidar; porque lo hizo con ella.

Rhaenyra no dudó en quererla como una hermana, en compartirle el amor de su madre y sus cuidados -ni sus sueños, ella siempre la involucró en ese deseo de volar lejos con Syrax, solo las dos y quizás un enorme pastel.

La reina Alicent sonrió. —Ser una gran madre no involucra perfección, Rhaenyra. Debes recordar que sigues siendo una persona, tienes permitido equivocarte. —La princesa Rhaenyra se giró hacia ella, lucía sorprendida por sus palabras. —. Pero no rendirte, tus hijos y los míos te necesitan.

— ¿Solo ellos? —La reina Alicent bajó la cabeza, divisó su agarre con el de la princesa y regresó a los días en las que ambas solían tomarse las manos en los momentos de angustia -en esos que necesitaban de su persona para sentirse seguras, valientes y fuertes.

—No debo ser incluida, fui una mala madre como amiga.

—Temo que mi corazón no entiende esas razones, porque no juzga a las personas por su pasado -sobre todo, si se tratan de esas personas que marcaron su vida. —La reina Alicent tímidamente se reincorporó, miró los ojos violeta de la princesa y volvió a encontrar el mismo cariño hacia ella que una joven Rhaenyra le tenía. —. Tú eres una de ellas, Alicent.

—Siempre dándome más de lo que merezco, Nyra.

La heredera del trono alzó los hombros, su debilidad era y será las personas que amaba. Ambas mujeres apretaron el agarre de sus manos, sintieron cómo el tiempo las regresaba a esos años en los que su amistad era el refugio de la otra. No se soltaron hasta que llegó el mensajero del Rey Viserys I, las esperaban para empezar La Corte.

—Laenor vendrá pronto, ansía a ver a su pequeño Lucerys. —La reina Alicent asintió, mientras que la princesa Rhaenyra advertía a sus niños de permanecer juntos y quedarse en el jardín. Su esposo Laenor y Qarl no tardarían en llegar, ambos alfas habían dejado su intensa investigación sobre la casta de Lucerys para ir a las cabellerizas a asegurarse de que el regalo de Lord Corlys haya llegado a buen recaudo -esto en honor a su dulce nieto Lucerys, por motivo de su presentación.

—Ser Arryk queda estrictamente al resguardo de nuestros príncipes. —La reina Alicent ordenó con firmeza, esa fuerte instinto de protección la obligaba a ser ruda con su soldado. No quería que ninguno fuera lastimado o raptado, el susto de la desaparición de Lucerys seguía en ellos.

Bajo la promesa de Ser Arryk y de las nodrizas de sus hijos de cuidarlos, la reina Alicent y la princesa Rhaenyra se dirigieron hacia el salón. Era la primera vez en años que ambas caminaban juntas por los pasillos de Red Keep, que volvían las conversaciones casuales con las risas. Su ingreso al salón fue distinto, ambas mujeres ingresaron al mismo tiempo. Los hombres de La Corte se asombraron, el rey Viserys I sonrió con orgullo de presenciar la rivalidad de su reina y princesa se desmoronaba -que volvían acercarse, a ser esas amigas que tristemente dividió.

La heredera al trono fue la primera en hablar, era consciente de las hienas de La Corte aguardaban saber sobre su hijo y confirmar sus sospechas. Lo que ciertamente ya no le preocupaba, quería anunciarlos con orgullo la casta de su precioso hijo -compartir esa dicha con su amado padre. Pues no había razón de avergonzarse, la casta de su dulce niño solo resaltaba su valía.

—El príncipe Lucerys se ha presentado como un omega prime, el primero de esta generación y del linaje Targaryen.

— De mi sangre, nacerá el príncipe prometido. —La mirada del rey Viserys I se agrandó, su pecho se infló de orgullo al tener otro tesoro de Valyria. Las uniones de sus príncipes con los de su hija Rhaenyra serán fuerte. —. Estoy tan feliz, mi niña.

La princesa sonrió a su padre, esa alegría era genuina.

—Felicitaciones, princesa. Nuevamente, sus hijos destacándose por romper con las tradiciones del dragón. —La mofa en la voz de Tyland Lannister tenía un solo propósito, la princesa Rhaenyra se tensó. Su mirada violeta se dilató y amenazó al alfa, Tyland alzó la ceja sintiéndose superior. Se sabía las desventajas de la princesa, ahora poseía un hijo omega.

Y no solo un omega, sino un omega prime.

Tyland Lannister llevó su atención a Otto, el mayor de los Hightower se mantuvo callado. Quizás, porque no imaginó que la princesa Rhaenyra contara con la misma suerte de su hija, que se le daría una reliquia a su favor.

—Lo que aumenta su valía, mis príncipes son afortunados de estar comprometidos con ellos. —La reina Alicent intervino, todos en La Corte volvieron a sorprenderse; especialmente, Otto Hightower. —. Y como madre, debo resguardar esa fortuna.

La princesa Rhaenyra frunció el ceño, la reina Alicent le dedicó una sonrisa fugaz. Iba a intentar remediar sus errores, a frenar el odio y desprecio que injustamente se dirigió a los nobles hijos de Rhaenyra.

—Por decreto regio, se ordena que aquel que extienda rumores sobre la legitimidad de los príncipes Jacaerys, Lucerys y Joffrey sean condenados al destierro y expropiación de sus bienes.

El rey Viserys I reprimió otra sonrisa de orgullo por asentir, aceptando así la ordenanza de su reina. Mientras que, la princesa Rhaenyra contenía su propia emoción ante el gesto de Alicent. No sabía si era de redención, de cariño o de empatía; lo que fuese bastaba para calmar a su inquieto corazón de madre.

—La pena es justa y digna de usted, mi reina. —La princesa Rhaenyra también se levantó, los lores de La Corte empezaron a temer. Estaban acostumbrados a su rivalidad, a yacer en la expectativa de qué bando sería mejor para apostar. Que la unión de ambas mujeres lo dejaban a la deriva. —. Sin embargo, demando más allá. Soy de la casa del dragón, "Sangre y Fuego" es nuestro lema. Las intrigas dirigidas a los príncipes Jacaerys, Lucerys y Joffrey deben ser acusadas como actos de traición.

El rey Viserys I volvió a ceder la razón. —La reina y la princesa heredera hablan con la verdad. Así pues, bajo decreto regio, se advierte a aquellos que propaguen infamias en contra los príncipes no solo serán desterrados y perderán sus bienes, sino sus propias lenguas.

La reina y la princesa asintieron conforme, Otto supo que era momento de armar sus jugadas.

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