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Especial [Capas doradas, lamentos de infames]

El príncipe Joffrey contemplaba en silencio el esfuerzo de su hermano Lucerys por lucir sereno, no creyendo en las sonrisas que les dedicaba a los menores Aegon III y Viserys II. Sus manos ligeramente temblaban y sus ojos verdosos se clavaban disimuladamente en la esquina que había sido obstaculizada con un enorme librero. Por la manera inquietante en la que Lucerys se fijaba, supuso que fue por ahí que el atacante de su hermano logró arribar. Así que caminó hasta la dichosa esquina, se aseguró de que el librero sea un verdadero impedimento. Trató de moverlo, llamando la atención de sus hermanos que le preguntaban lo que hacía. Él solo continuó forcejeando, rindiéndose tras largos minutos. Se giró hacia Lucerys y asintió en conformidad, el futuro señor de las mareas suspiró más seguro. Su aroma a lavanda con jazmines se reconciliaba y se tornaba nuevamente dulce, no teniendo que permanecer en alerta -no en lo que reste de la madrugada.

El último de Los Velaryon quería proponerse a acompañarlo, mas la negativa de Jacaerys que recibió al verlo tratar de hablar le hizo fruncir el ceño. Se enfrentaron en un duelo de miradas, en donde él terminó derrotado. El respeto hacia su hermano mayor era su brújula, frenando varios de sus comportamientos explosivos y ayudándole a ser un mejor príncipe. Porque Jacaerys era el prudente de los tres, el que los conocía perfectamente. Que tuvo que morderse la lengua y hacer un puchero para no insistir.

—Iremos a dormir, solo si prometen que desistirán de sus deseos por ser esposados. —Demandó Aegon III, el joven alfa estaba reacio aceptar que el torneo por sus hermanos se diera -que empiece la cacería y pretendan llevarse a su sangre. El príncipe Joffrey compartía el mismo sentir, a sabiendas de que este momento llegaría. Eran hijos de la futura reina de Westeros, el propósito de sus destinos era asegurar la regencia de su madre y aquello se conseguiría con provechosos matrimonios. El amor no les estaba prometido, solo buenos compañeros que supieran apoyarlos. No había quejas, era un deber que los tres, como los primeros hijos que eran de la princesa Rhaenyra, habían tomado con entereza. Sin embargo, se daría inicio por voluntad propia de cada uno.

No por obligación, no por miedo, no por una canallada.

El tercer hijo de la heredera al trono resopló profundamente, guardándose sus maldiciones. No era más ese niño que Jacaerys y Lucerys protegían, al que le ocultaban la crueldad del mundo. Creció, se enteró de las heridas que sus hermanos le juraban haber cicatrizado y una llama se avivó dentro de su ser. No era capaz de ignorarla, no cuando sus hermanos mayores era su adoración. Jacaerys y Lucerys eran su sangre, ardería por ellos. 

—Aegon. —El príncipe Lucerys acarició tiernamente la mejilla de Aegon III; a pesar de que el joven alfa estaba próximo a experimentar su primer celo y por tanto, a llegar a una edad adulta para su casta, mantenía el inocente corazón de un cachorro. Rezaría a los dioses, al Rey Merling de Essos, para que en esos preciosos ojos jamás se cruzará un terrible sufrimiento. —. Madre nos enseñó a ser firmes en nuestras decisiones, ¿lo recuerdas?

El alfa asintió, no queriendo aceptar la decisión de sus hermanos. No quería dejarlos ir, no quería que extraños viniesen por ellos.

—Entonces sabes que desistir no es una opción que consideremos, ¿cierto?

Aegon III volvió asentir, bajando la cabeza. Intentaba que sus hermanos no vieran su mirada cristalizada, que no se percataran de sus lágrimas traicioneras. —Solo... No nos dejarán de amar, ¿verdad?

—En lo absoluto, ustedes siempre serán primero. —El príncipe Lucerys fue sincero. Su principal razón por decidirse a ser esposado y aceptar el reclamo de un alfa era para proteger a los suyos, para evitarles la agonía incertidumbre y que el peligro no los alcanzara. No había remordimiento; y a través de un cálido abrazo, se lo decía a su hermano. Jacaerys hizo lo mismo con Viserys II. Ambas alfas no tardaron en sollozar, sintiendo la tristeza mezclada con el miedo y la impotencia.

El tercer Velaryon se rompió en silencio, el dolor de sus hermanos lo sumía en las llamas de la ira. Porque su sangre sufría por la culpa de la ambición de la corona -por esos traidores que los merodeaba. La muerte del atacante de Lucerys no era suficiente, necesitaban un recordatorio de que la sangre del dragón era espesa y fuerte. Así que sin despedirse, salió de la habitación del futuro señor de las mareas. Ignoró los llamados de Jacaerys, siendo consumido por el hartazgo. El mundo que conocía se encargó de arrebatarle la dicha a sus hermanos; primero, la felicidad e inocencia de pequeños y ahora la libertad de decidir cuándo ser esposados. No permanecería quieto, respondería como el dragón que era.

—Addam, Rhaena. —El príncipe Joffrey entró a la habitación de la última, acertando al imaginarse que los encontraría a ambos. Addam seguramente estaba con ella al querer enterarse lo que sucedió con Lucerys, cómo se castigaría a los responsables de su ataque; consciente de la relación que mantenían. Eran la tríada de Driftmark, la fuerza y astucia de Lucerys. Addam y Rhaena gobernarían junto a su hermano, solo a ellos podía avivar la misma furia en sus apasionados corazones. —. Su futuro señor de las mareas ha sido expuesto, rebajado a ser el deseo de cientos de infames perros. ¿Permitirán que lo mancillen, que crean que tienen oportunidad para volver a atacarlo?

—Antes quemamos este palacio, hermano. —Rhaena cogió su espada, dejando que sea su lobo el que hablara por ella. Por petición de Baela, se mantuvo cual bestia cautiva en su habitación. Mientras que Addam se colocó a su lado, igual de firme que la alfa. Ambos darían su vida por Lucerys, ambos podían arder tanto como Joffrey por el futuro señor de las mareas.

—Entonces encarguémonos de que lo sepan. —El príncipe Joffrey sonrío de lado, en su mirada se pudo apreciar la furia del dragón.

La torre en la que los soldados Velaryon se asentaron fue abatida por ellos, el tercer hijo de Laenor entendió que para empezar una purga contra los traidores necesitaría de leales caballeros a su lado. Por lo que, abatió cada recámara de los que le juraron entera obediencia a la serpiente marina. Varios cayeron; unos por murmurar su deseo de ir por el príncipe Lucerys, otros por tener consigo el maldito pergamino en el que fue expuesto su futuro señor. Las espadas de Addam, Rhaena y de Joffrey se bañaron de sangre; ninguno perdonó. La ambición ajena se exterminaba desde la raíz, así el príncipe Daemon les enseñó.

— ¡Id por sus trajes! ¡Que adiestraremos a los perros de las Capas Doradas! —Gritó Joffrey, los soldados que habían sido honorables y leales asintieron. Corrieron por sus trajes de hierro, mientras Rhaena terminaba por decapitar al último traidor de su batallón.

—Debo asumir que los traidores de las Capas Doradas no serán los únicos en perecer esta madrugada, ¿cierto?

El príncipe Joffrey le guiñó a su hermana como respuesta, su lección se extenderá sobre Kings Landing -sobre el nido de arpías para que los verdaderos responsables tiemblen. El reinado pacífico de su abuelo había terminado, la princesa Rhaenyra y su familia estaban en la capital.

—Le recordaremos a esta ciudad y a los otros siete reinos que es la casa del dragón la que se sienta en el trono. —Joffrey sentenció y se dirigió hacia la torre de las Capas Doradas, siendo resguardado por Rhaena y Addam Velaryon. Sus caballeros no tardaron en unirse, en marchar amenazantes. Supo que la ausencia de sus padres y hermanos era el permiso que requería para seguir.

A las afueras de la torre, el príncipe Joffrey se encontró con el último hijo de la reina Alicent. Daeron Targaryen yacía recostado en el umbral de la puerta principal, luciendo su traje de hierro y sosteniendo su espada. A pesar de compartir la tarea de supervisar el entrenamiento de la guardia real, jamás habían cruzado camino o palabra alguna. Eran dos extraños que solo tenían en común la sangre; aunque en ese preciso momento, podía reconocer otra semejanza con él. Su mirada violeta reflejaba su mismo sentir, haciéndole fruncir el ceño.

Daeron no estaba ahí por Lucerys ni por Jacaerys, sino por los suyos. Era otro hermano menor que quería cobrarle al mundo el dolor causado hacia los suyos.

—Las Capas Doradas se han ido denigrando, mezclándose y aceptando a cualquier hombre sin honra entre sus filas. —El príncipe Daeron se repuso, acercándose al hijo de la heredera al trono. No se inmutó por la sangre salpicada en su traje o en su espada, menos que fuera un omega el que comandara la purga en este palacio. Sabía que los hijos de la princesa Rhaenyra eran feroces, que no dudarían en desatar una guerra por defenderse. Eran unidos, leales y ciertamente admirables; pudiendo comprender a sus propios hermanos. Por lo que, no se quedaría más a merced del destino, estaba harto de ser el que obedezca y permita que su desinterés destruya a los suyos. Empezaría a luchar, a desentrañar el pasado y librar a su sangre de esta amargura que llaman vida. —. Puedo jurar que serán los primeros en querer ir por Lucerys.

— ¿Entonces estás aquí para ayudar a salvaguardar a mi hermano? —La desconfianza de Joffrey era palpable, no necesitaba mentiras para que se uniera a su propósito. Tampoco verdades, le bastaba que ambos coincidieran.

Daeron sonrió de lado, cortando toda distancia con el hijo de la princesa Rhaenyra. Pudiendo así apreciar que el último descendiente de Laenor no era ajeno a los tributos de sus mayores, guardaba la misma belleza y fiereza. No se equivocaron al afirmar que su hermana les heredó su título de ser la "delicia del reino".

—No, estoy aquí por Aemond. —Daeron susurró con obviedad, seguro de que el príncipe Joffrey conocía la historia de sus mayores. —. Deseo evitar que lo comparen con Maegor "El Cruel".

El príncipe Joffrey rio. —Acepto eso.

Tanto el príncipe Daeron como Joffrey se adentraron a la torre, permitieron que los soldados Velaryon sacaran uno a uno a los que pertenecía a las Capas Doradas. Destruyeron sus habitaciones, sacando de sus escondites los pergaminos que exhibían la valía del futuro señor de las mareas. Los dueños de esos pergaminos perecieron bajo las espadas de Rhaena y Addam, ambos alfas estaban locos de la furia. Mientras que, Joffrey sacaba del traje del Lord Comandante el mismo pergamino. Daeron negó con la cabeza, presionando su daga contra el cuello de su tío Gwayne. Aquel alfa no era más que un desconocido, uno que en su estadía en Antigua se encargó personalmente de entrenarlo. Jamás imaginó que las destrezas que pulió serían usadas contra él; sin embargo, ahí se encontraba tentado a cortarle la yugular y dejarlo desangrarse frente a sus ojos.

—Él no. —Detuvo Joffrey, tirando el pergamino hacia el fuego de la pequeña chimenea. Era una decepción que la familia real estuviera bajo el cuidado de un Lord Comandante tan repulsivo, comprendiendo que él terminaba siendo la razón de que la guardia real se haya denigrado. —. Su ajustamiento servirá para desentrañar a los verdaderos traidores. Claro, siempre que estos no sean tan cobardes y lo dejen morir.

Ahora fue Daeron quien rio. —Será entretenido probar el "amor" de mi abuelo por su único hijo varón.

Con ello, Daeron lanzó a su tío Gwayne al suelo. Tiró de sus cabellos y lo arrastró hacia los calabazos, escogiendo la celda en donde yacía el cuerpo cercenado del ataque del hijo de la princesa Rhaenyra. Fue cruel con su sangre, permitió que los caídos apreciaran la humillación de su Lord Comandante, que entendieran que ese era el camino más piadoso para los traidores. Mas no había ni un ápice de remordimiento, tanto Gwayne como Otto Hightower habían sido las principales víboras en atormentar a su madre. Aún cruzaba por su mente, las veces que la acorralaban, la manera en cómo trataban de asustarla al acusarla de ser la única responsable de la muerte segura de sus hijos por apoyar a la princesa Rhaenyra. El recuerdo de su madre Alicent comiéndose las uñas ansiosa, o dudosa y con lágrimas en los ojos, pidiendo a Los Siete no equivocarse, estaban clavados en su ser. Que no se inmutó ante la maldición de su tío, aquel hombre no significaba nada en su vida.

El humo traspasaba las murallas de Red Keep, decenas de capas doradas eran arrojadas al fuego y con ello, la vida de sus dueños. El príncipe Joffrey tenía la capa que le pertenecía a Gwayne Hightower, al Lord Comandante. No dejó que se convirtiera en cenizas, no cuando esta capa había sido colgada en las hombreras de su padre Daemon. Sonrió con orgullo, se la quitó a un hombre indigno a servir a la casa del dragón. Ahora sí podía llamar al que hizo que respetaran y temieran a esta guardia real, por lo que le indicó a Addam hacerlo. Rhaena ordenaba a los caballeros portad su traje, estos obedecieron con cierto orgullo. No era menos, los que sobrevivieron a la segunda purga fueron soldados que se forjaron bajo la supervisión del príncipe canalla, junto con sus hijos y seguidores.

Impunes y resguardados por los más leales caballeros, el príncipe Joffrey y Daeron arribaron hasta las afueras de Red Keep; encontrándose con el príncipe Daemon Targaryen. Un fuerte golpeteo de las Capas Dorados enalteció la presencia del príncipe canalla, de ese alfa que portaba su traje de hierro y a Hermana Oscura en su cintura, mientras apreciaba la cara de cada uno de los soldados.

Ser Luthor Largent dio un paso hacia adelante, completamente orgulloso de tener nuevamente al príncipe Daemon Targaryen entre sus filas. Solo a él le debía un absoluto respeto, porque fue el que les dio estas capas, el que forjó una verdadera guardia real. — ¡Comandante en presencia!

El golpeteo se detuvo, el príncipe Joffrey se acercó hacia su padre y le colocó la capa dorada -un gesto que fue aclamado por los soldados. Estos yacían ansiosos por estar bajo las órdenes del príncipe canalla, por enaltecer la guardia real y a su juramento de proteger a la casa del dragón.

—La escoria fue exterminada, vuelven a ser una manada de sabuesos satisfechos y listos para cazar. —Los Capas Doradas empezaron a aullar, ofreciéndole la plena razón al príncipe canalla. Mientras que los hijos mayores de la reina Alicent llegaban, luciendo esos trajes negros -propios de la casa Targaryen. No había más verde, no había más poder o influencia de Otto Hightower; Daeron lo reconoció y sonrió de poder estar al lado de los suyos en esta madrugada.

Ahora no solo se hallaba las Capas Doras dispuestas a seguir al príncipe canalla, sino los hijos de la reina Alicent. Los tres alfas que el segundo matrimonio del rey Viserys I tuvo, comenzaban a formar parte de un solo bando -del que quizás solo debió existir desde un inicio.

—La ciudad de mi hermano se convirtió en una miseria, repleta de despreciables sujetos dispuestos a atentar contra la familia de su rey. —El príncipe Daemon caminó en el medio de las filas, dejando que su coraje se sintiera y retumbara en el pecho de los soldados. —. Porque crímenes de toda clase se han dejado prosperar, pero ya no más.

Tanto las Capas Doradas como los caballeros Velaryon asintieron, el fuego que se encendió en el corazón del príncipe Joffrey se extendió a cientos.

—A partir de esta noche, King's Landing aprenderá nuevamente a temerle a la casa del dragón y al color dorado.

Los gritos de guerra fueron el sello de aquel juramento, las Capas Dorados, liderados por los hijos de la reina Alicent y por el de la princesa Rhaenyra, se esparcieron por la ciudad. Cogiendo a alfa, beta y omega que tuvieran esos jodidos pergaminos, ajusticiándolos y mutilándolos junto con los acusados de otros crimines.

El príncipe Daemon sonrió cínicamente, King's Landing necesitaría de una fosa profunda para los caídos.

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¿Cómo pasaron tres meses de la última actualización? Debería ser ajusticiada por Daemon.

¡He aquí el inicio del Joffrey x Daeron! 👀

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