39. Lucerys
El príncipe Lucerys desistió de los preciosos colores de la casa Velaryon por un atuendo monocromo y degastado. Uno que acompañó con una capa marrón, se aseguró de que el nudo fuese resistente para colocarse la capucha encima de sus revoltosos rulos. Fue hasta su espejo y suspiró pesadamente, a pesar de sus intentos, dudaba que sus verdosos ojos y el sonrojo en sus mejillas pasaran desapercibidos. Era consciente de las miradas que captaba, del enloquecido interés que desataba entre los hombres. Los bardos se encargaron de que no lo ignorara con los cientos cánticos y poemas que narraban la bendición de haber heredado la belleza de la "Delicia del Reino". Que existían días en los que sentía esta belleza como una maldición porque lo convertía en un prisionero. No podía permitirse ser un hombre común, no con las expectativas del mundo sobre él.
Era Lucerys Velaryon, el futuro señor de las mareas, el primer omega prime en la dinastía Targaryen. Se esperaba grandeza de parte de él, una vida que sembrara ilusiones y orgullo en quienes le servían. Y aquello le aterrorizaba, vacilando sobre ser suficiente con el reino y consigo mismo. Pues gran parte de su vida misma, se desconocía. Actuaba por y para el deber, enterrando sus propios anhelos y con ello, marcando un enorme vacío. Podía seguir un camino y sentirse perdido. De ahí que admirara con entera devoción a su madre, que la pusiera como el significado de la perfección por haber conseguido responder ante el deber con el trono, sin olvidar su esencia.
Una sonrisa se asomó en su rostro, recordando los relatos de su padre Daemon sobre la juventud de la heredera al trono. El príncipe Lucerys quería creer que no era distinto a su amada madre, que esos deseos de volar sobre Arrax en dirección a los países libres no eran un mero capricho suyo -que ella alguna vez los tuvo. Especialmente, a cinco lunas del torneo por su mano. Porque a cinco lunas, dejaría de pertenecerse, tendría que compartir no solo un enlace, sino también sus sueños y miedos con el vencedor que lo desposaría. Ello le hacía temblar, "¿podría ser mayor el deber y sentirse capaz de tomar la compañía de un desconocido?". En lo absoluto y justamente esa fue la principal razón de su visita al segundo hijo varón de la reina Alicent".
—No, concéntrate. —El príncipe Lucerys se dijo a sí mismo, cerró los ojos y se esforzó por detener a sus intrusivos pensamientos. Los mismos que le habían acompañado en la fría noche, no los necesitaba más con ellos. No con otro deber que atender, su hermano Jacaerys le había confiado la tarea de averiguar el por qué el tesoro real se disminuyó si los impuestos por comercio y uso de puertos en la capital se triplicaron. Así que, era el momento de ejercer la voluntad que el rey Viserys I le designó, preguntándose si convenía involucrar al jinete de Vhagar.
La respuesta era evidente, considerando que el príncipe Aemond buscaba compartir cada segundo con él. Por lo que, tras esconder sus dagas de acero valyrio entre sus ropajes, tomó una capa adicional y se dirigió hacia el pasaje secreto que había liberado. No había que volver a obstruirlo, no con la sangrienta advertencia que dejó los suyos. Así que, sosteniendo la capa con una mana y una antorcha con la otra, se abrió paso entre los pasillos. Una sonrisa nuevamente se asomó en su rostro, los días en los que era un pequeño y se perdía por estos pasadizos no eran tan dolorosos -no como los recordaba. Lo contrario, una emoción parecida se asomaba en su corazón; haciéndole sentir sumamente nervioso.
—Lucerys. —El príncipe Aemond empezaba a dudar sobre su verbosidad, porque constantemente perdía el habla frente al futuro señor de las mareas. Lo sorprendía, tal como en esos días dorados.
—Tenemos una inspección que hacer, príncipe Aemond. —El hijo de la heredera al trono le lanzó la capa, agradecido de haberlo encontrado vestido para entrenar y no en cama. Habría desistido si lo divisaba durmiendo. Sobre todo, si estaba enterado del poco sueño que el mayor lograba conciliar.
— ¿Podría saber en dónde? —Contestó el jinete de Vhagar, mientras se ataba la capa. De la sorpresa pasó a la confusión, sintiendo cierta preocupación por no ser capaz de seguir el ritmo del príncipe Lucerys.
—En el puerto. —El omega frunció el ceño, pese a que la capa era del tamaño del hijo de la reina Alicent, no ocultaba su caballera plateada. Lo que le llevó a dejar su antorcha colgada en el muro para acercarse hasta él. —. Aparentemente, están robándole al reino sus impuestos.
— ¿Crees que podremos descubrir a los... —El príncipe Aemond nuevamente se quedó sin habla, tras levantar el rostro y percatarse que el hijo de la heredera al trono estaba a solo dos pasos de él mirándolo fijamente. —. ¿Qué sucede?
—De poco sirve que uses la capa si tu cabellera te delata.
— ¿Entonces qué sugieres?
—Trenzarte, ¿me lo permitirías? —El sonrojo de sus mejillas se extendieron hacia sus orejas, totalmente avergonzado por su petición. No lo pensó, simplemente lo dijo. Debía creer que era su omega, ese lobo caprichoso que no dejaba de soñar con poder apreciar nuevamente su cabellera. —. Yo... No, olvídalo. Mejor... Hazlo tú.
El príncipe Lucerys balbuceó ante el silencio del hijo de la reina, el alfa se había quedado estático. Su rostro ni siquiera reflejaba enojo por su atrevimiento. Lo que le inquietaba doblemente, "¿lo ofendió al borde de dejarlo en trance?".
No quería quedarse a averiguarlo, el príncipe Lucerys se giró con cierta torpeza. —Yo... Te espero a las afueras de Red Keep.
Antes de que pudiera dar el primer paso, el jinete de Vhagar sostuvo su mano y tiró de ella para que nuevamente lo viese.
Solo quedaron a centímetros, podían sentir la respiración del otro e incluso escuchar los latidos de sus corazones. Esos que bombeaban con rapidez, esos que les advertía con hacer que sus corazones salieran de sus pechos. Sin embargo, dicha amenaza era opacada ante el deseo que renacía en ellos. Ese que logró sobrevivir al dolor, ese que ahora expandía sus raíces con más fortaleza y daba inicio al brote de una hermosa rosa completamente roja. Las espinas que la adornarían eran justas para su pasado.
—Hazlo, Lucerys, trénzame. —El príncipe Aemond se obligó a hablar antes de que su deseo venza y decida probar la dulzura de esos finos labios del futuro señor de las mareas. No podía hacerlo, antes debía merecerlo.
Mientras que, el hijo de la heredera al trono asentía y se dejaba llevar hacia el tocador que había en la habitación del alfa. El príncipe Aemond tomó asiento y dejó caer la capucha de la capa para dejar su cabellera expuesta. Lo que hizo suspirar al futuro señor de las mareas, aquella cabellera seguía siendo tan suave y hermosa como la recordaba. Que con suma delicadeza, deshizo la media coleta para pasar el cepillo una y otra vez.
El príncipe Aemond cerró su ojo, guardándose varias sonrisas por disfrutar de lo íntimo de ese momento. Su corazón se hinchó de una desconocida calidez, en lo que su lobo amenazaba con ronronear. El aroma a lavanda volvía a llevarlo a ese prado, no sentía más ese rencor o esas ansías de sangre contra quienes lo apartaron de su razón. Se podía jurar un hombre en paz.
"Es realmente hermoso", pensó el príncipe Lucerys ante el reflejo del jinete de Vhagar. No podía hallar al monstruo que narraban, a ese que había hecho su última canallada en un bar y contra un pobre bardo.
El pequeño Lucerys no se había equivocado al creer que jamás podría tenerle miedo. Dolor quizás, uno coherente para esas promesas rotas que fueron hechas por niños que desconocían la crueldad del mundo. Ahora lo comprendía, fueron tan víctimas como culpables. Que entró en una absoluta duda, "¿podría nuevamente romper su palabra e irse de su lado? ¿Tomar la mano de otro y partir con él?".
Una vez terminado de trenzarlo y al encontrarse con el ojo violeta del príncipe Aemond, el futuro señor de las mareas encontró su peligrosa respuesta ante su habitual elección por el deber. Porque no se sentía incapaz de pertenecer a otro, de que un desconocido llegue y desaparezca el vacío que dejó el jinete de Vhagar. Lo intentó varias veces, quiso encontrar este sentido de protección y tranquilidad en otro. No lo consiguió, resignándose a una vida solitaria -a una en la que tal vez tendría una familia propia, pero que nunca la plenitud. Sin embargo, los dioses eran injustos con él.
Podía tener al príncipe Aemond a solo unos pasos de él, pero jurarlo ajeno.
Una sonrisa triste se asomó, el hijo de la reina lo notó. Lo que le hizo levantar para tomar del mentón al omega y alzar su rostro. — ¿Qué te aparta de la felicidad, Lucerys?
—El miedo a que no venzas el torneo. —El omega fue sincero, siguiendo los deseos de su lobo. —. No quiero pertenecer a un extraño, sino a...
—A mí. —Terminó por el príncipe Lucerys, éste asintió con cierta timidez. Entendía que aún quedaba mucho por sanar, por saber del otro. Mas seguro era el deseo de querer tenerlo nuevamente en su vida, de que sea nuevamente del que se apoye. Porque aquel llamado era parte de él, lo podía jurar una y otra vez. —. Solo pídemelo, Lucerys, y tomaré a Vhagar con Arrax. Nos iremos lejos, buscaremos nuestro lugar en este mundo.
—Ya lo tenemos y es al lado de nuestra familia. No podemos abandonarla, no si nuestro ida los pone en peligro. —El príncipe Lucerys susurró con pesadez. Con las casas enteradas sobre las dotes de su virtud, permitirse escoger libremente a su pareja no era una opción para él. No cuando sospechaba que el trono dejó de ser el centro de la ambición y pasó a ser él. No podía ser egoísta, no con su amada familia.
—Entonces solo nos queda esta oportunidad. —El príncipe Aemond tragó saliva con dificultad, detestaba a los dioses que escribieron este destino para ellos. No le importaba su voluntad, lo que tramaran para el final. Él no renunciaría a Lucerys, no otra vez. Lucharía, lucharía con las fuerzas que reservó en estos años y vencería. —. Ahora que sé que nuestros deseos son uno, Lucerys, prometo no fallarnos.
El príncipe Aemond juntó su frente con la del omega, ambos cerraron sus ojos y sellaron su primera promesa con el silencio.
Partieron rumbo a las afueras de Red Keep, usaron nuevamente los pasajes secretos para no ser descubiertos por ningún guardia. A lo que el príncipe Aemond le hizo sonreír de lado, sintiéndose agradecido de que Lucerys haya cumplido y mantenga su corazón abierto para él. Porque le permitía sostener sus esperanzas e incluso que naciera otras, su vida retomaba los colores y encontraba la luz.
"Mi luz", el príncipe Aemond pensó cuando vio a Lucerys curioseando en el mercado de la capital. Dejó atrás su propia sorpresa por el ajetreado despertar de la ciudad, esa que ya contaba con los comerciantes en sus puestos ofreciendo las frutas más jugosas como flores, verduras, bisuterías y un sinfín de novedades de los países libres. Que le resultaba un caos del que fácilmente renegaría si no fuese por la compañía del futuro señor de las mareas. Porque el omega tiraba de su mano, lo llevaba de puesto en puesto para preguntar sobre los precios. No estaba seguro si era parte de su inspección, solo que podría contemplar esas hermosas sonrisas, ese brillo en su mirada cuando sostiene alguna fruta o joya. Era tan irreal, que varios suspiros ya le había robado.
—Sospecho que su alfa solo recibirá las uvas si se las da en la boca. —Murmuró una beta de edad mayor con cierta diversión, no había observado a una pareja tan enamorada como la del par de jóvenes que se acercaron a su puesto. Mientras que el príncipe Lucerys volvió a sonrojarse, porque la mujer no se equivocaba.
El jinete de Vhagar había dejada su habitual dureza para reemplazarla por ternura, una que parecía solo pertenecerle a él.
—No sea tímido, solo hágalo. —La beta animó, puesto que el príncipe Aemond aún no se percataba que el omega le sostenía un par de uvas en la mano para que las probara. —. Si gusta, puedo cerrar los ojos.
El príncipe Lucerys rio negando para después acercarse al hijo de la reina Alicent y llevar las uvas hacia su boca. Fue ahí que el alfa parpadeó, regresando en sí. No pudo más que recibir gustoso las uvas, sintiéndose ciertamente triunfador: había logrado que el menor le dé de comer.
— ¿Entonces están dulces?
—Completamente, pero si gustas puedes probarlas de aquí. —El príncipe Aemond señaló sus labios, sonrojando doblemente a Lucerys quien rápidamente se disculpó con la mujer.
—Discúlpelo, no suele ser así de atrevido.
—No te preocupes, hijo. Es usual en una pareja. —La beta suspiró, recordando sus años de romance con su esposa. Aquella agradable nostalgia le hizo sonreír enormemente y querer regalarle a la pareja una bolsa de sus más deliciosas uvas. —. Tengan, por favor disfrútenlo.
— ¿Cuánto sería?
—Es un regalo de esta anciana que alguna vez fue una risueña enamorada.
—Muchas gracias. —El príncipe Lucerys se inclinó, mientras que el jinete de Vhagar asintió con la cabeza. Era extraño estas muestras para él, solía recibir únicamente miradas asustadizas que evidenciaban su rechazo. Que la amabilidad sincera no parecía ser escrita para él, no sin el omega a su lado.
El príncipe Aemond sonrió y ante las miradas curiosas de los citadinos, puso su mano sobre los hombros del hijo de la heredera al trono. Aquel estaba concentrado en limpiar las uvas y comerlas, mientras corroboraba lo surtido que se encontraba el mercado. Era imposible asumir una escasez que justificara el aumento de los impuestos, el omega disimuló su enojo.
—Entonces sueles mezclarte así para tus inspecciones.
El príncipe Lucerys asintió, extendiéndole otro par de uvas a la boca del alfa. —Es la mejor manera para poder descubrir la absoluta la razón.
— ¿Es esa tu única razón?
—En realidad, no. Hay cierto disfrute de solo ser un jovencito enamorado y no un príncipe a la corona. —El príncipe Lucerys suspiró profundamente, sintiendo el aroma a sándalo y eucalipto entre tantos -era el refugio para su contrariado lobo.
—Porque te sientes más libre. —El jinete de Vhagar concluyó, lo que el omega no pudo refutar.
—Así es. ¿Y tú cómo escapas?
El príncipe Aemond se tomó unos segundos, creía que lo hacía a través de los duelos. Mas no era así, en cada campaña primaba en su mente el deber que supuestamente atendía y las razones de éste. Nunca dejaba de atormentarse, de creer que tendría que parar.
—A través de una buena lectura... En tu habitación. —El alfa confesó, recordando que solo en su habitual soledad y en la misma que le permitía disfrutar del casi inexistente rastro de su arome le brindaba paz.
Su primer encuentro con el maestre Marel llegó al príncipe Lucerys, cuando el mayor entró a su habitación para llevarse los libros del jinete de Vhagar.
—No puedo ofrecerte una buena lectura en mi habitación, pero tal vez acompañarte en la biblioteca.
El príncipe Aemond no pudo retener más su sonrisa. — ¿Me dejarás leerte las leyendas sobre nuestros dragones?
—Solo si estás dispuesto a escuchar mis aventuras en mar abierto.
—Será un placer.
*
*
*
Seamos positivos que ya dije hace mucho que la historia se escribe sola, igual nuestros verdecitos tendrán refuerzos. ¿O están olvidando a papi Harwin con nuestra Alys? 👀🔥
Pd: ¿Les gustaría un especial de Aegon y Aemond, cómo el primero le enseña a coquetear? 🤭
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro